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El Papa Francisco: Del fin del mundo a Roma
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El Papa Francisco: Del fin del mundo a Roma

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El 13 de marzo, los cardenales de la Iglesia Católica, reunidos para elegir el sucesor de un Papa  vivo por primera vez en 600 años, anunciaron un giro dramático. Al elevar al Cardenal Jorge Mario Bergoglio de Argentina y convertirlo en el Papa Francisco, el 266° Pontífice, los cardenales nombraban al primer Papa proveniente del creciente Nuevo Mundo en la historia, para que se hiciera cargo del timón de la Iglesia en un momento crucial.

Fue un paso asombroso para una institución de 2000 años que tiene una influencia inmensa, con 1,2 mil millones de fieles en el mundo, y problemas enormes, que incluyen un escándalo por abusos sexuales desde hace una década, que ha echado por tierra la fe en la institución, una escasez de sacerdotes y tendencias seculares que han provocado la pérdida de muchos miembros de la Iglesia y han desafiado su relevancia en un mundo que está cambiando.

Desde la decisión impactante del Papa Benedicto XVI de retirarse, hasta la presentación del Papa Francisco, desde las calles apartadas de Buenos Aires hasta la primera fila de la Plaza de San Pedro, los periodistas de The Wall Street Journal relataron lo sucedido durante estas semanas dramáticas en la vida de la institución más antigua del mundo. Ahora, en un nuevo libro electrónico, los periodistas del diario presentarán una biografía detallada, oportuna y original del nuevo Papa Francisco, como también una nueva perspectiva acerca de las negociaciones y el drama que rodearon su ascenso. El Papa Francisco presentará la historia completa y en profundidad del cambio de dirección de la Iglesia y del hombre al que se le encomendó la tarea de conducirla, y reflexionará acerca de cómo el Papa Francisco podría abordar los años de escándalo y defectos mientras guía a los católicos alrededor del mundo hacia una fe más profunda.

The Wall Street Journal es el diario más grande de Norteamérica por circulación promedio total, con cerca de 2,3 millones de suscriptores y 36 millones de visitas digitales globales por mes. En los últimos años, el Journal ha ampliado su contenido troncal ofreciendo cobertura de arte, cultura, estilo de vida, deportes y ha añadido esto a su patrimonio como fuente líder de noticias financieras y comerciales. Como una de las gestiones más grandes del mundo para recabar noticias, con 2000 periodistas en más de 50 países, la franquicia Journal ahora abarca ocho ediciones en 11 idiomas, lo que ha ganado el interés de los lectores a través de diarios, sitios web, revistas, redes sociales y videos. Journal posee 34 Premios Pulitzer por su destacada labor periodística.

LanguageEspañol
PublisherHarperCollins
Release dateMay 14, 2013
ISBN9780062297921
El Papa Francisco: Del fin del mundo a Roma
Author

The Staff of The Wall Street Journal

The Wall Street Journal is America's largest newspaper by total average circulation with nearly 2.3 million subscribers and 36 million global digital visitors per month. In recent years, the Journal has expanded its core content offering to include coverage of the arts, culture, lifestyle, sports, and health, building on its heritage as the leading source of business and financial news. As one of the world's largest news gathering operations with 2,000 journalists in more than 50 countries, the Journal franchise now spans eight editions in 11 languages, engaging readers across newspapers, websites, magazines, social media, and videos. The Journal holds 34 Pulitzer Prizes for outstanding journalism.

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    El Papa Francisco - The Staff of The Wall Street Journal

    1  

    El papa de los barrios bajos

    El Rev. José Maria Di Paola, un sacerdote joven con barba y pelo largo, se ponía nervioso mientras improvisaba un altar hecho con cajas de cerveza y trozos de madera. Estaba preparando una misa en la calle, en una de las esquinas más duras de uno de los barrios bajos más violentos de la ciudad, la Villa 21-24, un gueto de Buenos Aires que crecía rápidamente, en donde mantenía la parroquia local. Pero su invitado especial, el arzobispo Jorge Mario Bergoglio, estaba demorado. El joven sacerdote se empezó a preocupar.

    Los barrios pobres de Buenos Aires se conocen como villas miseria. La mayoría de los residentes son gente pobre trabajadora. Sus barrios producen un total escalofriante de asesinatos cada año, pocos de los cuales alguna vez se resuelven. Para ver un claro ejemplo de la profunda división social que representan las villas en la sociedad argentina, simplemente observen el dispositivo de GPS típico en el tablero de los autos locales: están diseñados para advertir a los conductores, atención, se está acercando a un área peligrosa, si deambulan muy cerca de una villa.

    No había mucho que el joven sacerdote pudiera hacer aquella tarde del año 2000. El arzobispo había insistido en ir solo al servicio en autobús o a pie.

    Finalmente, el padre Di Paola vio una figura que salía impasiblemente de una de las pequeñas viviendas de ladrillos del gueto. ¡Lo lograste!, exclamó el joven sacerdote.

    El arzobispo se disculpó por su retraso. En realidad había llegado temprano, le explicó, y había decidido pasear por las callejuelas y compartir unos mates (un té amargo local que se bebe en una calabaza) con los residentes de la villa.

    Trece años más tarde, el sacerdote aun se maravilla con ese recuerdo. La gente quedó alucinada, recuerda. El arzobispo iba y venía por las callejuelas bendiciendo los hogares, callejuelas a las que la mayoría de la gente que no es de la villa no entraría por lo peligrosas que son.

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    Son muchas las facetas del cardenal conocido en Buenos Aires simplemente como Bergoglio y ahora conocido por el mundo como papa Francisco. Está el clérigo de carrera y el conservador doctrinal fiel, si bien cuidadoso. Está el hombre cuya carrera se cruzó con el descenso de Argentina a una sangrienta Guerra Sucia y el restablecimiento de una democracia frágil que casi se desplomó con los disturbios violentos de 2001.

    Y está el jesuita. La orden de sacerdotes con mentalidad intelectual a la que el papa Francisco pertenece, se fundó hace medio milenio pero nunca, hasta ahora, había producido un papa. La orden se define por una historia de exploración de los límites geográficos como también de los límites intelectuales del mundo, ya sea en los viajes a las cortes de la China y el Japón imperiales, durante el siglo XVI, o los viajes no menos peligrosos a los barrios pobres de Buenos Aires y otras ciudades latinoamericanas en las décadas más recientes.

    De hecho, el lugar en donde comenzar el viaje para comprender al nuevo papa es aquel en donde él mismo puso tanta atención como arzobispo de esta desperdigada ciudad de casi tres millones: las villas de la ciudad. Luego de su elevación al papado, la gente de aquí rápidamente lo apodó el Papa Villero, el Papa de los barrios bajos.

    La Villa 21-24, la más grande de la ciudad, se remonta a la década de 1940, cuando uno de los varios desplomes económicos de la Argentina llevó a las familias rurales a la capital en busca de trabajo y comida. En la década de 1970, una dictadura militar que estaba al mando eliminó a muchas familias por la fuerza, pero el gueto en expansión floreció nuevamente con la llegada de inmigrantes provenientes del país vecino incluso más pobre que Argentina, Paraguay. Hoy en día, la mayoría de las 40.000 o más personas que viven en la Villa 21-24 afirman tener raíces paraguayas.

    En un extremo, la Villa 21-24 está apretujada alrededor de una vía del tren, que parece imposible que un tren pueda pasar sin derribar algunos tugurios. Hay jaurías de perros vagabundos en las calles, definidas por charcos de barro gris de pedernal. Hay muchos santuarios pequeños, llamados ermitas, que dan testimonio de la fe y el sufrimiento. Una de ellas, cerca de las vías del tren, recuerda a un recién nacido sin vida que fue encontrado abandonado allí. Contiene votivos, vírgenes y una foto del niño fallecido.

    Un paseo por la villa ofrece una clase magistral sobre el problema social más flagrante de América Latina: la profunda diferencia económica entre los ricos y los pobres. Como muchos de sus vecinos, Argentina es el hogar de una clase enorme y poco educada de sirvientes y trabajadores de la construcción que están fundamentalmente excluidos de la sociedad más amplia. Las villas que ellos llaman hogar existen como un mundo paralelo violento y empobrecido, con sus propios códigos y normas. Es difícil conseguir escuelas, hospitales, protección policial y, a veces, incluso agua.

    Hace cinco décadas, a raíz del Concilio Vaticano Segundo, surgió un movimiento para llevar el evangelio a los barrios marginales. Los curas villeros, o curas de los barrios marginales, comenzaron a vivir y a trabajar en los barrios más desdichados de la ciudad.

    Mientras la Argentina giraba bruscamente hacia un período de crisis política, sin embargo, este movimiento se politizó. La llegada de los curas villeros a los guetos de Buenos Aires coincidió con la profunda y sangrienta brecha ideológica en la política latinoamericana posterior a la Revolución Cubana de 1959. Algunos sacerdotes activistas cayeron bajo sospecha de trabajar con las guerrillas marxistas. Los sacerdotes fueron secuestrados y asesinados. Ésta fue la era de la Guerra Sucia de Argentina, caracterizada por los escuadrones de la muerte organizados por el estado y la desaparición de aproximadamente 10.000 personas.

    El padre Bergoglio, que condujo a los jesuitas argentinos durante la mayor parte de esa época difícil, consideró que la naturaleza políticamente cargada de los esfuerzos de los activistas representaba un peligro para la Iglesia, por lo que encauzó a los jesuitas lejos del trabajo social hacia una búsqueda filosófica y de culto. Pero hacia 1990, la estabilidad política regresó, y el padre Bergoglio, primer obispo auxiliar de Buenos Aires, que luego comenzó en 1998 como arzobispo, empezó a ubicar el trabajo de los curas villeros en los guetos en el centro de la arquidiócesis que conducía.

    La gente que lo conoce dice que el factor clave en su transformación fue simplemente el fin de las políticas de la Guerra Fría. La época de la Guerra Sucia llegó y se fue, pero los guetos permanecieron. El foco que el padre Bergoglio puso en los barrios marginales y su apoyo como mentor de los sacerdotes de la villa, del padre Di Paola por ejemplo, ofrecen un retrato de su idea de Iglesia pobre al servicio de los pobres, la cual finalmente llevaría a Roma.

    Los pobres son el tesoro de la Iglesia y hay que cuidarlos; y si no tenemos esta visión, construiremos una Iglesia mediocre, tibia y sin fuerza, escribió en su libro Sobre el Cielo y la Tierra en 2010. Y añado algo más: ese compromiso tiene que ser cuerpo a cuerpo, escribió. Al describir la obligación de establecer contacto con el necesitado, dijo: A mí me cuesta horrores ir a una cárcel porque es muy duro lo que se ve allí. Pero voy igual, porque el Señor quiere que esté cuerpo a cuerpo con el necesitado, con el pobre, con el doliente .

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    Cuando el padre Bergoglio se convirtió en arzobispo, era un hombre esbelto de unos 62 años con una reputación en la arquidiócesis por alterar el status quo negándose a andar en autos con chofer y rehusándose a otras ventajas. Duplicó la cantidad de sacerdotes asignados a los barrios bajos en un momento en que la cantidad de sacerdotes de los que disponía iba en descenso. Les dio instrucciones de salir a los barrios, en lugar de quedarse dentro de las iglesias. Los disuadió de buscar citas en Roma, que a veces se consideran esenciales para ascender en la carrera eclesiástica. Donde no había iglesias, alentaba a los sacerdotes a celebrar misa afuera, en las calles, lo que exasperaba a muchos tradicionalistas.

    Estos sacerdotes erigieron escuelas y hogares para los ancianos y los niños cuyos padres no podía cuidarlos. Las iglesias hicieron funcionar una versión de Boy Scouts y Girl Scouts de la villa llamada los Exploradores. Para abordar las consecuencias del paco, una forma económica y adictiva de cocaína que en los últimos años ha asolado los barrios bajos, la arquidiócesis abrió centros de rehabilitación.

    Hubo éxitos. En su escritorio de la arquidiócesis, el cardenal Bergoglio tenía fotos del antes y después de un adicto al paco de 47 años de edad, residente de la Villa 21-24, Juan José, quien había dejado las drogas luego de haber asistido a un centro de rehabilitación gestionado por la iglesia. En la foto del antes, Juan José aparece como un vagabundo de aspecto esquelético, con barba y un jarro de lata en las manos. En la foto del después está afeitado, sonriente y se ve que ha aumentado unos 14 kilogramos.

    El arzobispo obtuvo las fotos porque le lavó y besó los pies a Juan José en 2008. En la Iglesia Católica, los sacerdotes lavan los pies de 12 feligreses durante una misa especial que se celebra justo antes de Pascua y que representa el lavado de los pies que realizó Jesús a sus doce apóstoles en la Última Cena.

    Los gestos como éste hicieron que muchos villeros se sintieran uno con su arzobispo. Él es nuestro papa, dice Sadi Benítez, una mujer que llegó a la Villa 21-24 desde Paraguay en la década de 1990 y crió cuatro niños allí. Se fue a Roma con los mismos zapatos embarrados con los que caminaba por aquí con nosotros.

    Se le llenan los ojos de lágrimas cuando describe cómo el arzobispo se sentaba a hablar con sus hijos en los eventos de la parroquia, y ella le atribuye el que la ayudara a guiar a sus hijos fuera del ambiente de las drogas y la violencia. Una de sus hijas, que tiene 16, salta de un pequeño sofá y exclama: Lloramos cuando dijeron que era él. ¡Tenemos un papa! ¡Un Papa Villero!.

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    El protegido del padre Bergoglio, el padre Di Paola, estaba a cargo de la pequeña Iglesia de la Virgen de Caacupé ubicada en la entrada de la agitada Villa 21-24. La decisión del padre Bergoglio de enviarlo allí en 1997 ejemplifica el enfoque del futuro papa en cuanto a la evangelización de los barrios marginales y a cultivar sus sacerdotes.

    Se conocieron a mediados de los años 90, cuando el padre Bergoglio era obispo auxiliar de Buenos Aires. En aquel entonces, el padre Di Paola era un joven sacerdote en conflicto consigo mismo por el dilema de seguir su vocación religiosa y su deseo de formar una familia. Se tomó un año sabático para trabajar en una fábrica de zapatos. En lo personal, creía que no regresaría al sacerdocio. Pero el padre Bergoglio le insistió a su alumno que se mantuviera en contacto.

    Y el padre Di Paola lo hizo. Estaba viviendo como laico y tenía novia, pero de todos modos se sentía llamado a hacer el trabajo sacerdotal. Incluso en la fábrica de zapatos, dijo, a menudo actuaba más como sacerdote que como trabajador.

    Una vez al mes el padre Di Paola tomaba el autobús hacia la arquidiócesis luego de su turno en la fábrica y se encontraba con el padre Bergoglio, quien vivía en una pequeña habitación de la arquidiócesis y era la única persona que permanecía en el edificio por la noche.

    Se quedaban hablando hasta tarde. Bergoglio no me transmitía un mensaje particular, recuerda. Yo estaba atravesando una crisis. Y lo más importante era que me ayudaba sin pedirme nada a cambio, y me daba el espacio para que tomara mis propias decisiones.

    Gracias a esas conversaciones, el padre Di Paola llegó a la conclusión de que, de hecho, su objetivo era ser sacerdote. La gente me pregunta, ‘¿por qué valora tanto a Bergoglio?’ Porque lo conocí no por medio de la organización de las misas o algo así, sino en un momento muy importante de mi vida. Él simplemente me escuchaba, dice. Me ayudó a reflexionar sobre los temas que sacaba a colación con él.

    Cuando decidí volver, le dije a Bergoglio: no me trates con compasión, expresó el padre Di Paola.

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