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Como hablarles a los jóvenes sin dormirlos: A Step-by-Step Guide for Improving Your Talks
Como hablarles a los jóvenes sin dormirlos: A Step-by-Step Guide for Improving Your Talks
Como hablarles a los jóvenes sin dormirlos: A Step-by-Step Guide for Improving Your Talks
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Como hablarles a los jóvenes sin dormirlos: A Step-by-Step Guide for Improving Your Talks

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About this ebook

ESTE LIBRO ESTÁ CARGADO DE SECRETOS Y PISTAS PARA AYUDARTE A COMUNICAR, DE MANERA EFECTIVA, EN GRUPOS GRANDES O PEQUEÑOS.
EN CÓMO <> APRENDERÁS UN SISTEMA PROBADO QUE TE AYUDARÁ A PREPARAR CLASES, SERMONES O CONFERENCIAS DINÁMICAS.
VERÁS EJERCICIOS QUE TE AYUDARÁN A MEJORAR TU VOZ, TUS GESTOS, TU USO DEL HUMOR Y TU CONTACTO VISUAL. TAMBIÉN DESCUBRIRÁS ESTRATEGIAS PARA PREPARARTE CON UN BUEN ENFOQUE PARA HABLAR CON CLARIDAD Y COMUNICAR CON PODER.
LanguageEspañol
PublisherZondervan
Release dateOct 19, 2010
ISBN9780829782301
Como hablarles a los jóvenes sin dormirlos: A Step-by-Step Guide for Improving Your Talks
Author

Ken Davis

Ken Davis provides a unique mixture of side-splitting humor and inspiration that never fails to delight and enrich audiences of all ages. Davis’s daily radio program, Lighten Up! is broadcast on over 500 stations nationwide.

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Como hablarles a los jóvenes sin dormirlos - Ken Davis

PRIMERA PARTE

PREPARACIÓN:

Antes de abrir nuestros labios

CAPÍTULO UNO

Preparación personal

Antes de abrir nuestra boca o escribir con lápiz en un trozo de papel, nuestra comunicación potencial ya estará afectada por estos aspectos de nuestra vida: la dedicación e importancia que le demos al mensaje, nuestra comprensión del público al que nos dirigimos y el compromiso que tengamos con él, nuestra confianza de que seremos escuchados, y nuestro crecimiento personal.

EL MENSAJE: ¿POR QUÉ DECIR ALGO?

Entre todos los comunicadores que existen en el mundo, no hay ninguno que tenga un mensaje más importante o más potencialmente apto para ser entregado dinámica y poderosamente que aquellos que transmiten el evangelio de Jesucristo. Tanto el mensaje como la audiencia juvenil a la que hemos sido llamados a entregar el mensaje tienen que ver con ese potencial. Los comunicadores más eficaces son siempre aquellos que se relacionan con una causa importante en la que creen intensamente.

Recuerdo que poco tiempo después de egresar de la universidad me dediqué a vender cursos de estudios para realizar desde la casa. Como muchos graduados de la universidad, yo tenía una desesperada necesidad de dinero. Obtenía 150 dólares de comisión por vender cada curso. En ese tiempo 150 dólares constituían una pequeña fortuna. Aunque el producto no era demasiado bueno y lograba poco en cuanto a ayudar al cliente, esa cifra de dinero era más de lo que yo podía resistir. Me llevó solo siete días perfeccionar lo que consideraba la presentación de ventas más dinámica jamás desarrollada. Era tan buena, que me sentí tentado a comprar un curso yo mismo. El día en que acabé de perfeccionar mi presentación, vendí el primer curso. Al día siguiente vendí dos. Mis clientes se mostraban tan deseosos de comprar que yo no podía creerlo. Después de vender cinco cursos y sentirme entusiasmado por tener 750 dólares en mi bolsillo, decidí vender uno fuera de la familia. Había agotado ya todos los parientes. Después de dos días de desaliento y portazos, renuncié. Si hubiese estado vendiendo un producto con el que creía poder ayudar a los clientes, habría contado con una motivación para superar los malos tiempos. Pero el dinero era lo único que me motivaba. A la primera señal de dificultad, me rendí.

Howard Hendricks una vez dijo: «Si una persona decide trabajar con los jóvenes por el dinero que pueda recibir, no tiene la inteligencia necesaria para realizar ese trabajo». Así que, el dinero no funciona como factor motivador. Es más, el obrero dedicado a los jóvenes enfrentará muchos momentos difíciles en su experiencia con ellos. El trabajo con los jóvenes no es glamoroso ni frívolo. Se trata de un trabajo esforzado en el que se presentan muchos momentos de desaliento. Ningún curso de oratoria, libro, o cheque de sueldo pueden ayudarnos a superar esos momentos. Compartir el mensaje del amor de Cristo con la gente joven de nuestro mundo es un desafío sin igual en importancia y urgencia. Solo el irrenunciable deseo de compartir ese mensaje del amor de Dios nos puede ayudar en esos momentos.

EL PÚBLICO: ¿QUIÉN ESCUCHA?

Podemos acercarnos a nuestro ministerio con un sentido de compromiso porque tenemos la oportunidad de dirigirnos al público más desafiante, único y maravilloso del mundo. Por un lado, la gente joven se muestra escéptica y hostil, se parapeta tras la búsqueda de entretenimientos de calidad, y se cierra a la mayor parte de las manifestaciones de la religión tradicional. Por otro lado, esos chicos son maleables y tiernos, capaces de una gran lealtad y compromiso. Nuestro público está conformado por un grupo de adolescentes concientes de ellos mismos, que pasan una buena parte de sus vidas preguntándose qué pensarán sus amigos sobre lo que hacen y dedicándole muy poca consideración a sus propias metas. Crecen dentro de una cultura que les enseña a esquivar el sacrificio y el dolor. Muchos chicos viven solo para ellos mismos y para la gratificación inmediata.

Quieren creer que vivirán para siempre, aunque temen a la muerte y tratan de meter toda la vida dentro del día de hoy. Muchos adolescentes se sienten solos aunque estén en medio de una multitud de sus pares. Quieren ser notados por los demás pero tienen miedo de ser diferentes, a menos que el grupo esté dispuesto a ser también diferente como ellos. Muchos de sus modelos representan mensajes que constituyen una antítesis del evangelio.

Las características mencionadas previamente cambian constantemente. La postguerra de los 50 dio origen a un grupo de jóvenes extremadamente concientes de que la Segunda Guerra Mundial había terminado por la utilización de un arma que también era capaz de acabar con el mundo. Esa fue mi generación, y yo recuerdo bien su mentalidad: «Comamos, bebamos y gocemos que mañana moriremos».

Los 60 presenciaron el nacimiento de una generación activamente comprometida con los asuntos políticos y morales. Muchos hijos, durante ese período, rechazaron el materialismo de sus padres y se apartaron de la sociedad. Fueron conocidos como una generación que se oponía al sistema, a la clase dirigente del momento. Abrazaron una causa y estuvieron dispuestos a comprometerse con ella aunque eso implicara grandes sacrificios. Durante ese período, muchos jóvenes fueron a parar a la cárcel por causa de su oposición a una guerra que les provocaba confusión y los desmoralizaba. En el lado opuesto, la misma intensa entrega condujo a miles de hombres jóvenes a pelear y perder sus vidas en esa guerra.

Los 70 encontraron a la misma generación desmoralizada y derrotada. Los grandes cambios que habían esperado lograr no se materializaron. Muchos de los líderes revolucionarios de ese día fueron absorbidos por el sistema que antes habían combatido. Así que a finales de la década del 70 y principios de los 80 nos encontramos de nuevo en el punto de partida: la conformación de una generación materialista de gente joven que no se proyectaba más allá de las fiestas del fin de semana. El uso desafiante y peligroso de drogas experimentales disminuyó hasta llegar a una dependencia más predecible del alcohol y cocaína. El materialismo estaba «de moda» nuevamente. Las viejas camionetas psicodélicas fueron remplazadas por automóviles BMW; los hippies fueron desplazados por los yuppies

La generación de los 90 nos presentó una cultura en la que los adolescentes se veían desmoralizados y desilusionados (en el verdadero sentido de la palabra), abrazando una filosofía que declaraba que no existen los absolutos. Sin hacer distinciones entre el bien y el mal, celebraban una libertad que no era tal de ninguna manera. Estaban atrapados en muchas formas de cautiverio. O los congelaba el temor de no tener límites morales que los contuvieran, o quedaban prisioneros de las consecuencias de vivir sin esos límites. Habían crecido viendo menos de sus padres y más de lo malo del mundo que cualquier otra generación previa. Presenciaron la forma en que el mundo avanzó, demasiado rápido. La Guerra del Golfo, los disturbios de Los Ángeles, el juicio de O. J. Simpson, el bombardeo en la ciudad de Oklahoma, todo eso pasó delante de ellos con la velocidad de un relámpago, más rápido de lo que los adolescentes podían procesar. No encontraron héroes. Estaban desesperados por recibir amor, tenían necesidad de guía, y buscaban una razón para vivir. Dentro de un mundo relativista, no sabían hacia dónde volverse. Si alguna vez ha habido una generación perdida, fue esa.

Mantenerse al día con los cambios que se producen en nuestra cultura juvenil no resulta tarea fácil. Debemos tener cuidado de no caer en la trampa de creer que los métodos que funcionaron el año pasado serán eficaces también este año. Una forma de mantenerse al día es leyendo. Resulta imperativo que los comunicadores que deseen relacionarse con la cultura juvenil se mantengan actualizados: podemos descubrir las tendencias en cuanto a las actitudes y conductas de los adolescentes en las revistas de noticias, en lo que dice la psicología, en las revistas que los adolescentes leen y en los estudios referidos a las tendencias de la cultura juvenil.

También nos mantenemos informados escuchando. La música siempre ha constituido un reflejo de la visión y actitudes de una cultura. Aunque no estemos de acuerdo con las actitudes que genera o la dirección que imprime el estilo de música que les gusta a los chicos, nos resultaría útil oírla. Escuchar la música de los chicos nos ayuda a entender su forma de pensar y su comportamiento. También tenemos que actualizarnos a través de conocer cuáles son los programas favoritos de televisión de los adolescentes. Preguntémonos: «¿Qué necesidades están siendo suplidas a través de este programa?» Algunos de esos programas populares no son lo que uno llamaría televisión «de calidad». Entonces, ¿qué es lo que lleva a los chicos a mirarlos?

Lo más importante para poder actualizarnos con respecto a los cambios de cualquier cultura es estar inmersos en el ambiente de la gente de esa cultura. Podríamos leer todo estudio publicado alguna vez acerca de los jóvenes, considerar toda forma de entretenimiento que los adolescentes tienen a su disposición, escuchar todo álbum que esté en la cartelera de los hits, y aun así no lograr entender a nuestros chicos. Cuando los misioneros desean entender una cultura nueva y extraña (la cultura juvenil es siempre nueva y extraña), se van a vivir con gente de esa cultura. Seremos capaces de identificarnos con las necesidades de los adolescentes solo si podemos verlos en el lugar en que viven: si conocemos sus hogares, asistimos a sus juegos, los acompañamos en sus fiestas, presenciamos sus representaciones, escuchamos sus expresiones de humor. Si vivimos donde ellos viven, no nos quedaremos en el tiempo. El día en que nos transformemos solo en facilitadores de programación o en investigadores del comportamiento juvenil, perderemos contacto con ellos y nuestro público cambiará. Si no nos adaptamos a ese cambio, nuestro mensaje no será escuchado. Nos convertiremos en conferencistas anticuados, que la gente anticuada invita y disfruta, pero que viven alienados de la nueva generación. El mensaje del amor y perdón de Cristo, que transforma las vidas, nunca cambiará. Pero nuestros métodos para transmitir ese mensaje deben actualizarse constantemente.

Esta generación de adolescentes cuenta con más ventajas materiales que cualquier otra generación de la historia. Pueden acceder a los mejores entretenimientos que Hollywood ofrece. Aunque hagamos todo el esfuerzo posible por lograr que nuestros programas resulten entretenidos e interesantes, tarde o temprano deberemos admitir que no podemos competir con los recursos y las imágenes logradas por la alta tecnología de Hollywood. Pero hay esperanza. Una observación cuidadosa revela que la televisión, las películas y los juegos de alta tecnología no les proveen a nuestros chicos lo que más necesitan. A pesar de todas esas «ventajas» el porcentaje de niños que acaban con sus vidas resulta alarmante. Cada año cerca de quinientos mil adolescentes intentan suicidarse. Otra inmensa cantidad de ellos vive solo el momento, tomando decisiones que le roban a sus vidas todo el potencial futuro. Otros simplemente andan a los tropezones, en medio de una desesperanza callada, escondiéndose de la vida real, y sumergiéndose en un mundo de fantasía, fiestas y entretenimientos.

Ninguna de esas supuestas ventajas satisface las profundas necesidades que los tironean de un lado y de otro interiormente. Mueren por alcanzar un sentido de valor personal y tienen una necesidad desesperada de compromiso. Necesitan saber que le importan a alguien, y precisan ser llamados a una relación más profunda con ese Dios que los ama. ¡Qué desafío! Estamos en la brecha. Ofrecemos un mensaje de esperanza. Podemos proveerles la comunidad de amor y cuidado que ninguna película o video les puede brindar. Lo que Cristo tiene para ofrecerles puede suplir todas esas necesidades. Pero los adolescentes de hoy reciben mensajes conflictivos desde muchos ángulos distintos. Nuestra voz es una más entre muchas que claman por lograr su atención. ¿Por qué deberían oírnos a nosotros?

EL MÉTODO: ¿CÓMO OIRÁN NUESTRA VOZ?

En medio de una competencia tan feroz dirigida desde todos los ángulos, ¿cómo podemos alcanzar a los chicos? Jim Green, un veterano en el ministerio juvenil, me animaba a llevar a cabo una experiencia de grupo que ilustraba la manera en que podemos hacer que nuestra voz se oiga en medio de ese alboroto. Hicimos el experimento en la Universidad de Rockford, con más de cien graduados universitarios que se estaban preparando para entrar al ministerio juvenil.

En la primera fase, sacamos a un voluntario de la habitación y vendamos sus ojos. Simplemente le dijimos que cuando volviera hiciera lo que deseara. Él permaneció afuera mientras instruíamos a los miembros de la audiencia, pidiéndoles que pensaran en una tarea que el voluntario pudiera realizar (algo que se pudiera llevar a cabo dentro del salón). Cuando el voluntario volvió, todos tenían que gritarle instrucciones individuales desde sus asientos. Antes de eso, también instruimos a otro voluntario privadamente. Como si se tratara de un caso de vida o muerte, esta persona tenía que persuadir al voluntario de los ojos vendados a que subiera los peldaños de la escalera que había en la parte de atrás del auditorio y abrazara a un instructor que estaba en la puerta. La cosa era que él tenía que gritar ese mensaje vital desde el lugar en que se encontraba, sentado en medio del público. El voluntario original no sabía acerca de nuestras instrucciones y arreglos previos.

Aquel voluntario representaba a toda la gente joven; la audiencia, a las voces del mundo que gritan por lograr su atención; y la persona con el mensaje vital nos representaba a nosotros, los que llevamos el mensaje del evangelio a los jóvenes.

La primera fase estaba en marcha, y el muchacho con los ojos vendados entró de nuevo al cuarto. El salón de actos estalló en un alboroto de gritos. Cada persona trataba de hacer que el voluntario respondiera únicamente a su conducción. La voz de la persona que emitía el mensaje vital se perdía entre las de la multitud; ninguno de los mensajes sobresalía por sobre los demás. El voluntario quedó paralizado por la confusión y la indecisión. Se movía al azar, sin rumbo ni propósito, mientras procuraba discernir alguna voz clara que no lo confundiera en medio de la multitud. Después de unos pocos minutos, la primera fase terminó. Enviamos afuera al voluntario y comparamos esta experiencia con nuestra situación como comunicadores juveniles. Nuestro mensaje vital, aunque resulte elocuente, a menudo se pierde en medio del fragor del sonido de las otras voces que gritan constantemente y emiten mensajes de confusión y conflicto hacia la gente joven.

Después de una breve discusión, explicamos la segunda fase de nuestro experimento. Le dijimos a la audiencia que había una persona intentando hacer que el voluntario cumpliera la tarea vital. A esta altura, escogimos otra persona de la audiencia para sumar una nueva dimensión. El objetivo de esta persona era evitar a toda costa que el voluntario cumpliera su rol vital. Mientras el resto del público debía permanecer en sus asientos, a estas dos personas se les permitía pararse y acercarse al voluntario para gritarle sus mensajes opuestos. Ellos podían permanecer tan cerca de él como desearan, pero no se les permitía tocarlo. Cuando el voluntario con los ojos vendados fue conducido nuevamente al salón, el griterío comenzó de nuevo. ¡No podía oír ni mi propio pensamiento! Esta vez, por causa de que los dos mensajeros estaban parados muy cerca de él, el voluntario pudo oír sus voces; pero el hecho de que los mensajes fueran contradictorios lo hizo vacilar. Por un momento obedeció a uno de ellos; después fue convencido por el otro para ir en la dirección opuesta. Luego de unos pocos minutos de estos titubeos, detuvimos la segunda fase y sacamos de nuevo al voluntario del cuarto. Como grupo analizamos el extraño paralelo que se producía entre esta escena y nuestras situaciones: para que la gente

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