Sabotaje
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Al paso de los aos se especializ en el campo de la investigacin criminal, desarrollando misiones de trabajo en Suiza, Francia, Alemania, Espaa, Italia y Mxico.
Tiene ms de cuarenta manuscritos. El resultado de cincuenta aos de trabajo profesional, como experto criminalista, est plasmado en un libro cientfico, tcnico y de investigacin convencional, El laberinto de la investigacin criminal. Es diplomado en criminalstica y criptografa.
Ha escrito ensayos, artculos y reflexiones en temas de su inters como poesa, cuentos, relatos de suspenso y la novela. Algunos de sus obras estn basadas en experiencias reales y encierran captulos de su vida, en la que nombres y lugares han sido cambiados, debido a que algunos de los personajes an viven.
Charles Marcel Mengotti
DEL AUTOR Charles Marcel Mengotti es suizo. Nació en el año de 1923, el 2 de octubre ¡por equivocación!. Su pelea en el ring de la vida comenzó escribiendo artículos para una publicación francesa. Su propio interés lo llevo hacia el universo de la fi losofía. Es un experto en las luchas de los arrabales y los palacios. Al paso de los años se especializó en el campo de la investigación criminal, desarrollando misiones de trabajo en Suiza, Francia, Alemania, España, Italia y México. Tiene más de cuarenta manuscritos. El resultado de cincuenta años de trabajo profesional, como experto criminalista, está plasmado en un libro científi co, técnico y de investigación convencional, “El laberinto de la investigación criminal”. Es diplomado en criminalística y criptografía. Ha escrito ensayos, artículos y refl exiones en temas de su interés como poesía, cuentos, relatos de suspenso y la novela. Algunos de sus obras están basadas en experiencias reales y encierran capítulos de su vida, en la que nombres y lugares han sido cambiados, debido a que algunos de los personajes aún viven.
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Sabotaje - Charles Marcel Mengotti
Copyright © 2012 por Charles Marcel Mengotti.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2012922861
ISBN: Tapa Dura 978-1-4633-4530-3
Tapa Blanda 978-1-4633-4532-7
Libro Electrónico 978-1-4633-4531-0
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
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ACERCA DEL AUTOR
AUTHOR.jpgCharles Marcel Mengotti es suizo. Nació en el año 1923, el 2 de octubre ¡por equivocación!. Su pelea en el ring de la vida comenzó escribiendo artículos para una publicación francesa. Su propio interés lo llevó hacia el universo de la filosofía. Es un experto en las luchas de los arrabales y los palacios.
Al paso de los años se especializó en el campo de la investigación criminal, desarrollando misiones de trabajo en Suiza, Francia, Alemania, España, Italia y México.
El resultado de cincuenta años de trabajo profesional, como experto criminalista, está plasmado en un libro científico y técnico de investigación convencional, llamado: "El laberinto de la investigación criminal".
Es diplomado en criminalística y criptografía. Ha escrito ensayos, artículos y reflexiones en temas de su interés como son la filosofía y la psicología, sin omitir la poesía, el cuento, el relato de suspenso y la novela. Algunas de sus obras están basadas en experiencias reales y encierran capítulos de su vida como ocurre en esta novela, en la que los nombres y lugares han sido cambiados, debido a que algunos de los personajes aún viven.
ÍNDICE
ACERCA DEL AUTOR
I. EL SABOTAJE
II. INVESTIGACIÓN
III. HUÍDA
IV. CAFÉ . . . .
V. NUEVA YORK – MARSELLA - RIO DE JANEIRO
VI. LA TRAMPA
IMAGE%201.jpgZona desértica
I. EL SABOTAJE
En el cuarto del hotel, un olor fétido se mezclaba a la humedad creciente del aire. Un escorpión en el doblez de la sábana esperaba . . .
El cuerpo del hombre regordete parecía sumirse por su peso en el colchón; un grueso bigote se levantaba al paso del aliento de la boca entreabierta; el hombre ya no podía respirar por la nariz debido a lo carcomido por la cocaína.
Sobre la otra cama, un rubio, desnudo y de pie, trataba de hacer girar un ventilador de cuatro aspas sujeto al techo, el cual giraba tres minutos y se paraba rechinando.
Mike miraba de reojo a Roberto que rodaba sobre uno de sus costados aplastando al escorpión.
- Ven a ayudarme, ¡caramba!, sin ventilación no vamos a poder dormir, el calor debe estar en cuarenta y cinco grados, Roberto – gritó Mike.
Pero Roberto dormía por la borrachera
.
- No vamos a lograr descarrilar el tren – gruñó el rubio entre dientes.
El hombre rubio se desplomó sobre su cama, la transpiración chorreaba de su cuerpo. Furioso se levantó y sacudió a Roberto dándole dos bofetadas.
- ¿Qué sucede . . . qué sucede?, déjame . . . déjame dormir, maldito - Roberto tenía dificultad en abrir los ojos . . .
- Sostén el ventilador Roberto, eres un bruto.
Roberto se levantó sobre la punta de sus pies para alcanzar las aspas, perdió el equilibrio, cayó de frente . . . su cara golpeó una caja de madera que servía de mesita de noche, empezó a sangrar profusamente de la ceja izquierda, una fea herida se abría sobre su sien.
- No se por qué te he traído, no eres capaz de nada, enjuágate la herida – gritó Mike.
El golpe pareció haber despertado a Roberto, que trastabillando, se dirigió al lavabo.
- Ten, ponte este trapo y presiona para parar la hemorragia.
* * *
Al día siguiente, Roberto y Mike escalaban con dificultad una pendiente arenosa.
Después de dos horas alcanzaron la cima. A quinientos metros la silueta de un puente de ferrocarril contrastaba sobre el paisaje blanco de las marismas. La soledad era total. El calor de cuarenta grados agotaba a los dos hombres. Hasta donde alcanzaba la vista, raquíticos arbustos atestiguaban el abandono de las tierras.
- Disponemos de una hora para destruir el puente e irnos – dijo Roberto.
- Felizmente conoces bien la región, solo, me hubiese perdido en este inmenso país – exclamó Mike – mientras levantaba un mechón de cabellos que con el sudor se pegaban en su frente.
- El próximo tren pasa dentro de cuatro horas – replicó el regordete.
- Es precisamente el que debemos descarrilar – dijo el rubio.
- ¿Tú crees que es mejor ponerle dinamita que quemarlo? – preguntó Roberto.
- De cualquier manera, con el calor que está haciendo, los travesaños de madera seca del puente, aunque impregnados de creosota, van a encenderse como un cerillo – contestó Mike.
- A propósito, ¿por qué debes descarrilar el tren?
- Esto no es asunto tuyo – replicó el rubio – te pago por guiarme, no te metas en mis asuntos si quieres seguir viviendo . . .
- Pero – replicó el regordete – ni siquiera sé quién eres, de donde vienes o por qué hacemos esto.
- Cierra el hocico, es mejor para tu salud.
* * *
Entre dos arbustos, muy cerca de las marismas, un cuerpo yacía, el cráneo destrozado. Era el regordete.
* * *
- El inspector Charles le está esperando en la pequeña sala, señor Gerente.
El hombre de elevada estatura a quien se dirigían estas palabras volvió su cuerpo y miró de reojo a su secretaria.
- Puede usted salir un momento señorita.
- ¿Es usted el inspector Charles?
- Sí, se trata del accidente del tren.
- Vaya con el jefe de seguridad, le he dado instrucciones para que lo acompañe al lugar de los hechos. Hágame el favor de seguir por ese pasillo hasta el fondo, ahí está el jefe de seguridad.
El corredor no tenía aire acondicionado, estaba mal alumbrado y no poseía ventanas, parecía un túnel sin salidas en el cual el calor lograba penetrar y se quedaba ahí, un olor característico de los lugares cerrados me sofocó.
- ¡Entre! – gritó una voz fuerte, como resultado de los toques a la puerta.
- Soy el inspector Charles . . .
- Ya sé, ya sé, lo conocemos de largo tiempo, su prestigio ha llegado hasta nosotros.
Debe ser un tipo autoritario, hasta puede que sea insoportable – pensó el inspector.
- ¿Cómo está usted? – exclamó el jefe de seguridad tendiendo su mano hacia el inspector – ciertamente habrá leído usted las informaciones en los periódicos.
- Sí, hablan de sabotaje, ¿por qué?
- Confidencialmente, desde hace dos meses hay agitación entre los ferroviarios de la región; el pretexto es el aumento de los salarios, pero en realidad pensamos que detrás hay motivos políticos.
- ¿En qué sentido político?
- Quieren crear la impresión que la actual gerencia administra mal los ferrocarriles.
- ¿Esto quiere decir que hay alguien
detrás de este asunto? ¿Usted sospecha que se trata de un grupo organizado? – preguntó el inspector Charles.
- Hay un dirigente de los descontentos, un tal Josen; lo tenemos actualmente bajo vigilancia.
- ¿Piensa usted que ese sujeto tiene contacto con gente externa a los ferrocarriles que lo están aconsejando?
- Es justamente, lo que tratamos de averiguar, señor inspector.
- ¿Tiene usted una estadística sobre los accidentes sospechosos de la región?
- No una estadística formal, pero tenemos la lista de los últimos cinco años.
- ¿Y qué ha resultado?
- En ningún caso pudimos encontrar elementos de sospecha de un acto criminal. Usted sabe inspector, que en los climas muy secos, con cuarenta y cinco grados a la sombra, cuando el tren frena antes de iniciar una curva, partículas metálicas en forma de plaquetas se desprenden, pues bien, tales plaquetas alcanzan un calor que va del rojo al blanco, cuando caen sobre los durmientes de madera sobre los cuales descansan los rieles, la madera puede incendiarse.
- Usted, como jefe de seguridad ¿cree que ésta sea la causa del incendio del puente?
- No creo, pues el puente se encuentra en una recta larga. Por otra parte, cerca de las marismas encontramos un cadáver con el cráneo destrozado.
- ¡Ah! – exclamó el inspector.
- Como sucede frecuentemente, cuando me avisaron – el jefe de seguridad alzó los brazos al aire – el personal de reparación y mantenimiento ya había empezado a trabajar, todo estaba removido, solo pude conseguir algunas fotografías que tomó el jefe de reparaciones. No son excelentes pero dan una idea de lo que aconteció. Aquí las tiene. – El jefe de seguridad tendió ocho fotografías al inspector.
El inspector Charles después de haber observado cuidadosamente las fotografías, preguntó al jefe de seguridad -: ¿Tiene usted las fotografías del cadáver que se encontró?
- Hay gente que no es responsable, ¿puede usted creer que nadie en la morgue tomó fotografías del cadáver ni de las heridas? – hay gente que no es responsable – repitió el jefe de seguridad.
- ¿Y de las manos?
- ¿Piensa usted en las huellas digitales?
- Sí.
El jefe de seguridad buscaba en un expediente grueso que se encontraba sobre su escritorio. En ese momento alguien tocó a la puerta.
- Sí, - gritó Guerrix.
- Discúlpeme por interrumpirle – era la secretaria del gerente – el maquinista y el fogonero del tren accidentado están aquí. ¿Los hago pasar?
El jefe de seguridad miró al inspector, las cejas levantadas como preguntando -: ¿qué hacemos?
El inspector asintió.
Los dos hombres entraron, estaban vestidos con su ropa de trabajo, a pesar del calor intenso, calzaban unas botas cortas.
- El asunto importante para nosotros – empezó el jefe de seguridad es saber si vieron ustedes el humo del incendio.
- No hemos visto nada – contestaron al unísono los dos hombres.
- Ustedes saben muy bien que tienen la obligación de observar la vía, pero si en lugar de estar pendientes estaban durmiendo, no son ustedes responsables del incendio del puente, pero sí culpables del accidente, que hubiesen podido evitar observando las vías.
- ¿Desea usted preguntar algo señor inspector?
- Sí, ¿qué mercancía transportaba el convoy?
- Dos vagones transportaban trigo – replicó el conductor.
- Pero en total – insistió el inspector – el tren estaba formado ¿por cuántos vagones?
- Nueve.
- ¿Los otros vagones qué tipo de producto llevaban?
- Aquí tengo la lista – dijo el señor Guerrix – déjeme ver . . . sí, aquí está, dos vagones estaban cargados con trigo, tres llevaban tractores, tres eran productos químicos inflamables y uno transportaba café. El gerente general deseaba que se pasara al polígrafo a estos dos hombres. ¿Ya le mencionaron esto señor inspector?
- Sí, es un experto que el gerente general llamó.
- ¿Están ustedes de acuerdo en someterse al examen? – preguntó el inspector.
- Sí, no tenemos inconveniente porque decimos la verdad.
- Bien, se pueden ustedes retirar.
- ¿A dónde debemos ir? – preguntó el maquinista.
- Regresen ustedes con la secretaria del gerente, ella les dará instrucciones.
- Algunas veces las conclusiones del experto en polígrafo son correctas – comentó el inspector Charles - ¿usted puede obtener los resultados del