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Ejército Libertador: 1915
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Ejército Libertador: 1915

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El año de 1915 fue decisivo en la Revolución Mexicana. Al derrocar a Huerta y desmontar el aparato burocrático militar de la oligarquía, la rebelión cruzó el umbral del antiguo orden y sobrevino la turbulencia en todo el sistema social. El ejército de los campesinos revolucionarios, Ejército Libertador, ocupó la capital de la República desde fines
LanguageEspañol
PublisherEdiciones Era
Release dateJun 20, 2020
ISBN9786074452631
Ejército Libertador: 1915
Author

Francisco Pineda Gómez

Francisco Pineda Gómez es antropólogo y profesor investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Además de la tetralogía sobre el zapatismo que culmina con el libro La guerra zapatista 1916-1919, recientemente ha publicado los artículos "1916. Racismo y contrarrevolución en México" en la revista En el volcán Insurgente, Cuernavaca, n. 46, noviembre-diciembre de 2016, y "Exército libertador e movimento libertário magonista", en la revista Mouro, Núcleo de Estudos d`O Capital, São Paulo, enero de 2019, así como el prólogo al libro de Mario Martínez, El general Leobardo Galván y la revolución suriana en Tepoztlán, 2017, y el prólogo al libro colectivo coordinado por Armando Josué López Benítez y Víctor Hugo Sánchez Reséndiz, La utopía del Estado: genocidio y contrarrevolución en territorio suriano, 2018

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    Ejército Libertador - Francisco Pineda Gómez

    FRANCISCO PINEDA GÓMEZ


    EJÉRCITO LIBERTADOR

    1915

    Ediciones Era

    La edición digital no incluye algunas imágenes

    que aparecen en la edición impresa.

    Primera edición: 2013

    ISBN: 978-607-445-273-0

    Edición digital: 2013

    eISBN: 978-607-445-263-1

    DR © 2013, Ediciones Era, S. A. de C. V.

    Calle del Trabajo 31, 14269 México, D. F.

    Portada: El general en jefe Emiliano Zapata en Cuernavaca, Morelos, La Ilustración Semanal, año II, número 62, México, diciembre de 1914. IISUE/AHUNAM/Fondo Gildardo y Octavio Magaña Cerda/doc. 619.

    Ninguna parte de esta publicación incluido el diseño de portada, puede ser reproducido, almacenado o transmitido en manera alguna ni por ningún medio, sin el previo permiso por escrito del editor. Todos los derechos reservados.

    This book may not be reproduced, in whole or in part,

    in any form, without written permission from the publishers.

    www.edicionesera.com.mx

    A Nareni, Sofía, Nayar y Cecilia,

    nuestros nietos.

    Trabajar y vivir como hombres libres, sin capataz y sin amo, sin humillaciones y sin miserias.

    El general en jefe Emiliano Zapata

    Índice

    Presentación

    CAPÍTULO 1

    Guerra en movimiento

    Puebla

    Veracruz

    Líneas de expansión

    Retaguardia

    CAPÍTULO 2

    Fuego sin fusil

    Patricios y plebeyos

    El Ejecutivo ya no será monarca

    La ley marcial de Roque González Garza

    Derecho indígena

    Tierra

    Libertad del obrero

    Libertad de la mujer y los jóvenes

    CAPÍTULO 3

    La batalla por México

    El pueblo, con el puño de su mano

    Resistencia

    Organización

    Ofensiva

    CAPÍTULO 4

    El sueño americano

    Escena convencionista

    Casa Blanca

    Bosquejo de un jefe nato

    Fricción interior

    Que se vayan

    CAPÍTULO 5

    Tlaltizapán y Celaya

    Ataque a la retaguardia

    Dispersión y desinformación

    Washington

    Tlaltizapán

    Propagar la revolución

    CAPÍTULO 6

    La crisis y sus conflictos

    Especulación y hambre

    Trabajo zapatista en sindicatos

    Enfrentamientos de salón

    Irrupción de la multitud

    CAPÍTULO 7

    Operaciones en red

    Red operativa sobre la red ferroviaria

    Campaña de núcleo y periferia en la red

    CAPÍTULO 8

    Imperios

    La clave está en Paulino

    Seguiremos peleando

    El Lusitania y los Dardanelos

    Capitulación roquista

    Separación de Roque González Garza: transacción

    Manifiesto del Destino

    CAPÍTULO 9

    El zapatismo y la insurrección

    Resistencia exterior

    Auto de fe

    Insurgencia en la línea de fuego

    Insurgencia en las calles

    Jornadas de junio

    CAPÍTULO 10

    Cerro Gordo

    La batalla de Estados Unidos

    El Comité de Salud Pública

    Ruptura de la defensa de México

    Pablo González, su lucha sin cuartel

    CAPÍTULO 11

    Entre dos volcanes

    El carácter de la maniobra militar

    Movilización sobre Puebla

    Pachuca y México: evacuación carrancista

    Campaña de Puebla: un poco de parque

    Consecuencias de la derrota

    CAPÍTULO 12

    Y la lucha sigue

    El Partido Nacional Socialista del carrancismo

    Contraofensiva del sur

    Imperio, contrarrevolución y exterminio

    Toluca

    Preparativos de la invasión

    Con el Plan de Ayala y las armas en la mano

    Epílogo

    NOTAS

    FUENTES CONSULTADAS

    ÍNDICE DE MAPAS

    Presentación

    El año de 1915, en la Revolución mexicana, fue decisivo. Al derrocar a Huerta y desmontar el aparato burocrático militar de la oligarquía, la rebelión cruzó el umbral del antiguo orden y sobrevino la turbulencia en todo el sistema social. La historia mexicana vivió entonces un periodo excepcional.

    El ejército de los campesinos revolucionarios, Ejército Libertador, ocupó la capital de la República durante los meses de mayor enfrentamiento –desde el 24 de noviembre de 1914 hasta el 2 de agosto de 1915, con algunas semanas de interrupción– y se abrieron otros horizontes posibles para la nación insurrecta: alianza de la revolución del sur y la revolución del norte, unidad de los pobres del campo y los pobres de la ciudad, al mismo tiempo que un estrechamiento mayor, territorial, entre el magonismo y el zapatismo.

    Fue el año de las grandes batallas, en todos los planos. El Ejército Libertador operó volcado hacia adelante: en el Distrito Federal y Puebla, sobre las líneas ferroviarias en los estados de México, Querétaro, Hidalgo, Tlaxcala y Veracruz, así como por medio de columnas guerrilleras desplegadas desde el Nayar hasta Tehuantepec. Los surianos impulsaron con decisión las luchas económicas y sociales, políticas e ideológicas, en el campo y en la ciudad. Su trabajo fue enorme, igual que los problemas y las penalidades. Esa gesta se puede seguir –no sin vacíos– paso a paso, con innumerables detalles gracias a la preservación, el rescate y la catalogación de los archivos zapatistas.

    La restitución, confiscación y nacionalización de las tierras, montes y aguas, así como de fincas urbanas, la insurgencia de las ideas y la fiebre organizativa, el flujo masivo hacia las milicias revolucionarias y la intensidad de los combates subvirtieron la sociedad por completo. Los órganos tradicionales de la dominación política fueron dislocados: partidos, prensa, Iglesia, militares, diplomáticos y agentes extranjeros, hacendados, mineros, banqueros, comerciantes e industriales tuvieron que replegarse, para reorganizar sus fuerzas de modo encubierto o en el extranjero. Ese dislocamiento, que acarreó una crisis de representación entre las clases dominantes, reforzó la intervención de Estados Unidos con el objetivo de aplastar a la Revolución.

    Las enseñanzas históricas de esa experiencia son invaluables. Para considerar su alcance, por ejemplo, pudieran ponerse en contraste las luchas de los comuneros de París y de los zapatistas. Acá, los trabajadores del campo, hombres y mujeres, mayoritariamente indígenas, despuntaron como fuerza motriz de la Revolución mexicana. Este rol no depende de posiciones en estructuras abstractas y no es un título que se pueda adquirir previamente, sino que es el resultado histórico de la lucha misma. El carácter revolucionario de una fuerza social se encuentra sometido a la prueba de la práctica revolucionaria y esto se puede constatar por medio del análisis concreto de cada situación concreta. En México, los hechos indican no sólo que la gran masa de los productores del campo sí estaba directamente envuelta en la lucha entre el capital y el trabajo, sino que además la fuerza revolucionaria del campo fue capaz de abrirle brecha a la emancipación social. Esa realidad, por lo demás, ha sido ratificada en las luchas de liberación de nuestra América, África y Asia.

    Las enseñanzas históricas de la revolución del sur, sin embargo, son difíciles de asir con firmeza. Por un lado, el problema radica en la naturaleza de la misma insurgencia. La gran diversidad de circunstancias de una situación compleja se presenta como un proceso con innumerables acciones, en que las fuerzas opuestas de la Revolución y la contrarrevolución no pueden obtener sus objetivos generales mediante una gran acción, sino gracias a cierto número de acciones grandes y pequeñas, unidas en un todo. No es posible, en consecuencia, reducir los problemas de lo complejo a las facilidades de lo simple.

    Por otro lado, elementos que rigen en la actualidad también dificultan la percepción de las enseñanzas del zapatismo: el peso de la historiografía dominante, carrancista y estadounidense, los prejuicios milenarios acerca de la gente del campo, el racismo, el individualismo y el eurocentrismo. Grave sería que, además de esto, se ocultaran los serios problemas que hubo en el proceso insurgente y cómo se buscó resolverlos, porque ahí se condensan las mejores lecciones de la historia.

    Aquel año de 1915, estallaron los conflictos en la Convención de México. La facción maderista que predominó entre los delegados de la División del Norte buscó asumir la representación política de las clases dominantes y llenar el vacío que éstas padecían. En competencia con el carrancismo, ese grupo pugnó por que se le reconociera como la fuerza garantizadora de la propiedad, la ley y el orden. Sólo que tal reconocimiento, para ser efectivo en las condiciones de 1915 –dislocación de la burguesía y los terratenientes, predominio del capital extranjero y Primera Guerra Mundial–sólo podía ser otorgado por un poder hegemónico: el gobierno de Estados Unidos. Esa conducta potenció aún más la intervención estadounidense.

    Alcanzar el reconocimiento de Estados Unidos se convirtió en el sueño dorado de ese grupo. Y con este fin, los jefes de esa facción no dudaron en buscar el enfrentamiento armado de los villistas contra los zapatistas; incluso en propiciar la muerte, la destitución o el destierro del general Francisco Villa.

    Mientras tanto, en el campo contrario a la revolución social, se produjo la convergencia entre el carrancismo y el gobierno de Washington. Así, cuando el imperio reconoció a Carranza y aquel sueño se disipó, la División del Norte fue disuelta. Los paladines del antizapatismo se fueron a establecer en el extranjero. Pancho Villa, por su parte, volvió a la guerrilla.

    ¿Cuáles fueron los principales ejércitos de la guerra que comenzó a finales de 1914 y se prolongó hasta 1920, qué objetivos y qué medios tuvieron? Esta cuestión básica hizo que el presente estudio acerca del Ejército Libertador tomara una ruta que se volvió ineludible.

    Si bien la Revolución liquidó al ejército de la oligarquía, a su vez se produjo la intervención militar extranjera y la ocupación de Veracruz. En noviembre de 1914, al comenzar la nueva guerra, las principales fuerzas militares que operaban sobre el territorio nacional eran cuatro: el ejército invasor de Estados Unidos, el Ejército Constitucionalista, la División del Norte y el Ejército Libertador. Por esto, fue necesario conseguir información directa y de calidad que permitiera ubicar el alcance de la intervención militar de Estados Unidos en la Revolución mexicana.

    En esa indagación se reveló un dato que será decisivo para enfocar el presente trabajo. A mediados de marzo de 1911, el aparato de inteligencia militar de ese país había terminado, casi por completo, las veintisiete tareas para actualizar el Plan de Guerra General de Estados Unidos contra México: planes para movilizar las tropas del ejército regular y para reforzarlo con divisiones de la milicia organizada, planes navales para ocupar los principales puertos mexicanos y establecer un bloqueo total en el Pacífico y el Golfo de México, reportes de campo acerca de las fuentes alimentarias, planes para mover y abastecer a las tropas invasoras en el territorio nacional, estudios tácticos para las líneas de avance; monografías militares, mapas y reportes de líneas ferroviarias, así como un estudio detallado de las inversiones extranjeras que pudieran ser atacadas por la resistencia mexicana a la invasión.

    Es decir, en México, cuando Porfirio Díaz controlaba la situación militar y cuando los zapatistas apenas tenían cinco días de haberse levantado en armas, el ejército de Estados Unidos tenía listo el plan de invasión y ocupación de la República. Hasta el año de 1914, además, Estados Unidos había realizado centenares de intervenciones militares, por medio de operaciones abiertas o encubiertas. Según cifras oficiales, hasta entonces los países atacados por Estados Unidos con mayor frecuencia fueron China, México y Nicaragua. En total, unos ochenta y seis años de agresiones militares, solamente en estos tres países y, también, la usurpación de la mitad del territorio mexicano. Imposible no estudiar el papel de Estados Unidos en el año decisivo de la Revolución mexicana.

    Así, un dato llevó a otros datos. Al iniciar 1915, los almacenes carrancistas del puerto de Veracruz tenían en existencias 1.4 millones de cartuchos y 1 721 fusiles y carabinas. Después, los embarques procedentes de Estados Unidos proporcionaron al ejército de Carranza 25.3 millones de cartuchos y 53 749 fusiles y carabinas, entre otros materiales de guerra, recibidos sólo en el puerto de Veracruz y sólo durante nueve meses, de enero a septiembre de ese año. ¿Se podría estudiar el año decisivo de 1915 sin tener en cuenta las condiciones materiales que hicieron posible el vuelco militar a favor del carrancismo?

    Luego de liquidar al ejército de la oligarquía y luego del emblemático encuentro de Emiliano Zapata y Francisco Villa en Xochimilco y al calor de innumerables combates, a finales de 1915 se materializó el viraje irreversible. Por un lado, la División del Norte fue disuelta y, por otro, el Ejército Libertador fue cercado en Morelos.

    En breve tiempo, en marzo de 1916, sobrevino la invasión carrancista de Morelos y, en forma simultánea, una nueva invasión del ejército de Estados Unidos. El objetivo señalado por los gobiernos de Venustiano Carranza y Woodrow Wilson, en forma explícita, fue exterminar al zapatismo y exterminar al villismo. Ambas campañas, además, terminaron al mismo tiempo, estuvieron sincronizadas. Aunque, también, ambas fracasaron en conseguir su propósito; globalmente, el proceso revolucionario de México quedó en una situación defensiva durante los años de guerra que siguieron. Es por eso que, aquí, se considera que el año de 1915 fue decisivo. No fue el año final de la Revolución, fue la coyuntura en que se produjo el vuelco irreversible de la relación de fuerzas.

    Desde el punto de vista de la trayectoria zapatista, con la pérdida de la capital de la República en agosto de 1915, también se rompió la línea convergente entre las luchas de los pobres del campo y la ciudad. Luego de meses en que el carrancismo aplicó la estrategia de guerra económica, cerco y hambre, las mujeres insurrectas de la capital y los campesinos revolucionarios fueron masacrados. La revolución social, que arribó al punto más alto en las jornadas de junio de 1915, fue ahogada en sangre con las armas y municiones de Estados Unidos empleadas por los carrancistas.

    El sueño americano envolvió por completo la tragedia de la Revolución. El proceso tomó un rumbo ajeno a los anhelos y esfuerzos de tanta gente insurrecta. A gran escala, esta bifurcación ocurrió en un periodo de fluctuaciones intensas y amplias. En un año –a partir de julio de 1914– el control de la capital de la República cambió de bando en diez ocasiones. Hubo seis gobiernos –tres de los cuales fueron convencionistas– y una situación de dualidad de poderes entre la Convención y el carrancismo; con dos capitales, dos gabinetes y dos sillas, en México y Veracruz. Incluso, durante breve lapso, Villa designó un gabinete en el norte, paralelo a la Convención. Además, en Veracruz, por siete meses el ejército de Estados Unidos impuso una administración militar propia que recabó impuestos y controló el comercio exterior en el principal puerto del país.

    La incertidumbre de la guerra aumentó por la crisis económica, el hambre y las epidemias. Para entonces, la esperanza de vida ya se había reducido drásticamente. Al inicio de la nueva guerra, la esperanza de vida de las mujeres al nacer era de diecisiete años y, en el caso de los hombres, quince años. En esa brecha, entre la esperanza de vida y la esperanza de una vida digna, se decidió el curso del proceso revolucionario mexicano.

    Tal es el marco general de este libro, continuador de La irrupción zapatista, 1911 y de La revolución del sur, 1912-1914. Su contenido fundamental está basado en informaciones de los documentos internos del Ejército Libertador, miles de cartas, telegramas, relaciones, circulares, decretos y manifiestos provenientes de los fondos Emiliano Zapata, Genovevo de la O y Gildardo Magaña. Estos documentos fueron seleccionados en catálogo, copiados en microfilm, luego digitalizados y procesados en una base de datos unificada, para esta investigación.

    El procedimiento fue semejante con otras fuentes. Pero sólo tuvimos que digitalizar, mi compañera Dulce María Rebolledo y yo, algunos periódicos: La Convención y El Monitor (UNAM); La Verdad (Colección de Carlos Barreto Mark); ¡Tierra!, El Mundo y La Discusión, en La Habana, Cuba; La Batalla, Montevideo, y La Protesta, Buenos Aires. En otras fuentes documentales, hubo la ventaja de acceder a los materiales ya digitalizados, El Combate, The Mexican Herald, El Demócrata y The New York Times; los archivos de Jenaro Amezcua, Venustiano Carranza y Federico González Garza; las mapotecas del Museo Nacional de los Ferrocarriles Mexicanos y Orozco y Berra; el archivo histórico del Departamento de Estado (Foreign Relations of the United States y Lansing Papers), así como Military Intelligence Division Files del Departamento de Guerra, por ejemplo. En total, se obtuvieron y procesaron poco más de 32 mil archivos digitales en formato de imagen.

    Inicialmente, la idea era cubrir el periodo de 1915 a 1920. Con esa meta, hubo algunos trabajos de exploración: el estudio de la política internacional del Ejército Libertador (1916-1920), la retórica nahua en la revolución del sur (1918), Emiliano Zapata: retrato de la muerte (abril de 1919) y las operaciones del poder sobre la imagen de Zapata (1921-1935). Pero la cantidad y la calidad de la información colectada obligaron a trabajar paso a paso. Finalmente, para este tercer libro, fue necesario establecer un marco temporal distinto del previsto, que se podría referir en varios modos: Ejército Libertador, de la ofensiva a la defensa estratégica; la decisión en la guerra, entre dos invasiones estadounidenses (Veracruz y Chihuahua); o bien, la experiencia revolucionaria del sur, entre Xochimilco y Columbus.

    Agradezco especialmente el estímulo y la amistad que nos dieron Neus y Jordi Espresate, Luis Prieto y Rafael Medrano, así como mi familia, amigos y las comunidades académicas y sociales donde pude explorar posibles interpretaciones y recibir sugerencias.

    El trabajo fue posible gracias al apoyo fraternal y los alicientes en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) y Ediciones Era; Laura Espejel, Alicia Olivera y Jacinto Barrera, Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH); Salvador Rueda Smithers, director del Museo Nacional Castillo de Chapultepec; Carlos Barreto Mark, director del Museo Casa de Morelos; Édgar Castro Zapata, Fundación Zapata y los Herederos de la Revolución; los hijos de Antonio Díaz Soto y Gama, Albertina, Magdalena y Salvador Díaz Soto Ugalde; Felipe Gálvez, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco; Marco Antonio Velázquez, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla; Carlos Barreto Zamudio, Horacio Crespo y Laurence Coudart, Universidad Autónoma del Estado de Morelos; Mario Martínez y Eduardo Robles, Tepoztlán, Morelos; Ricardo Zúñiga, Tlaltizapán, Morelos; Agur Arredondo, Tlaquiltenango, Morelos; Jorge Ramón Gómez Pérez, Museo Nacional de los Ferrocarriles Mexicanos; Andrew Green, Instituto Mora; María Eugenia Terrones y Mario Barbosa, proyecto de investigación sobre la historia de Milpa Alta, Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa; Javier Villanueva, Gerardo Camacho, Víctor Hugo Sánchez Reséndiz, Armando Ruiz Aguilar, Juan Ramón Aupart y David Pliego Friedrich; Micaela Chávez Villa, El Colegio de México; Eduardo Aguirre, Paulina Michel y Fernando Lizárraga, archivos históricos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); Alberto Rivera y Liliana Rascón, Instituto Chihuahuense de la Cultura, así como los compañeros del Departamento de Medios Audiovisuales de la ENAH que me orientaron para realizar el trabajo de digitalización fotográfica de los microfilmes.

    Durante las dos estancias de investigación en los archivos históricos de Cuba, tuvimos el apoyo fraterno de Jordi y Marietta, Sergio Guerra Vilaboy, Nancy, Ñico Díaz, Fernando Martínez Heredia, Esther Pérez, Pedro Pablo Rodríguez y Martín Duarte. En Montevideo y Buenos Aires, de Pepito, Nelly, Anita y la historiadora Graciela Sapriza.

    Este trabajo se realizó en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, como parte de las actividades en la línea de investigación Antropología del Poder.

    CAPÍTULO 1

    Guerra en movimiento

    Xochimilco, Distrito Federal, viernes 4 de diciembre de 1914, a la mitad del día y de la plaza. Acompañan a Emiliano Zapata, general en jefe del Ejército Libertador, su hijo Nicolás de ocho años, su hermana María de Jesús Zapata, su hermano el general Eufemio Zapata y su primo el general Amador Salazar, entre más personajes de la revolución del sur. Con su presencia refrendaban la comunidad, la común unidad en la civilización del maíz.

    La plaza del buen Xochimilco estaba llena; las tropas zapatistas, dispuestas en L. Antes de las dos de la tarde, Pancho Villa abrazó a Otilio Montaño y luego a Emiliano Zapata, Amador Salazar, Antonio Barona, Jacinto Cotero, Antonio Díaz Soto y Gama y tantos más. En el brindis –por el encuentro de la revolución del sur y la revolución del norte– Zapata ofreció un mezcal. Según la prensa, Villa se atragantó y Zapata, sonriendo, le preguntó si estaba malo. El jefe del norte le dijo que nunca antes había bebido, pero que era un honor tomar la copa con él.¹

    Un agente especial del Departamento de Estado de Estados Unidos observó detalladamente el encuentro. Poco después, Leon Canova reportó a Washington que el general Villa era alto y robusto, con una tez casi tan clara como la de un alemán y aproximadamente de ochenta y un kilogramos de peso; usaba casco inglés, pesado suéter café, pantalón caqui, polainas y botas de montar. Zapata estaba a la izquierda, con su inmenso sombrero protegiendo los ojos de modo que no podían ser vistos; tez morena y cara delgada, unos cincuenta y nueve kilogramos y de menor estatura; iba de camisa color lavanda fuerte y chaqueta negra, bufanda de seda azul al cuello; pantalones de charro negros, muy ajustados, con botones de plata a los lados; usaba alternadamente un pañuelo blanco de orilla verde y otro con todos los colores de las flores...

    Sentados en semicírculo como estaban los asistentes, sigue informando el agente, mirando los semblantes de cada uno, en Villa pudo apreciar Canova el tipo de guerrero más elevado, un hombre de gran energía y de inmensa confianza en sí mismo. Zapata parecía estar estudiando a Villa todo el tiempo. Según Canova, Zapata era un idealista, un soñador, como el infortunado José Martí de Cuba.²

    La referencia a José Martí no era casual. El agente Leon Canova fue reportero de la agencia AP e informante de Washington en la Guerra de Independencia de Cuba. Años después, en mayo de 1914, Canova escribió: Si los revolucionarios mexicanos quieren evitar el caos que experimentó Cuba en su Independencia, deben buscar la guía de Estados Unidos [...]. La única salvación para este país [México] es una supervisión de sus asuntos por parte de Estados Unidos.³

    En seguida, Canova propuso al Departamento de Estado un plan de supervisión sobre México⁴ basado en la Enmienda Platt que el imperio estadounidense, por medio de la invasión, había impuesto en 1901 como apéndice de la Constitución cubana. La Enmienda Platt establecía que Estados Unidos podía intervenir militarmente en Cuba cuando quisiera, que Estados Unidos se apropiaba de territorio cubano y que el gobierno de la isla caribeña no podía celebrar tratados ni contraer préstamos con otros países, entre otras medidas imperialistas.

    Así planteó Canova que debía proceder el gobierno de Washington también en México. Y eso iba a tono con el Plan de Guerra General contra México, actualizado por la oficina de inteligencia militar de Estados Unidos, desde el inicio de la Revolución. Los planes de guerra están basados inicialmente en la suposición de que la guerra será conducida por los Estados Unidos, prácticamente, en contra de un pueblo unido, escribió el general William W. Wotherspoon al jefe del Estado Mayor del ejército. Según el legajo que adjuntó al mensaje confidencial, los objetivos territoriales de Estados Unidos eran cuatro:

    1] Zonas estratégicas por su ubicación geopolítica: Baja California y el Istmo de Tehuantepec.

    2] Regiones mineras y metalúrgicas, principalmente: Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, San Luis Potosí, Aguascalientes y Guanajuato.

    3] La zona petrolera de aquel tiempo: Tamaulipas y el norte de Veracruz.

    4] Las rutas de la invasión: líneas operativas desde Acapulco y el puerto de Veracruz hacia la capital de la República, de Nogales a Guaymas, Ciudad Juárez a Chihuahua, Piedras Negras a Monclova, Nuevo Laredo a Monterrey, Monterrey a Torreón, Tampico a San Luis Potosí y Coatzacoalcos a Salina Cruz, así como el control de los demás puertos del Pacífico y del Golfo, para imponer un bloqueo naval completo contra México (mapa 1).

    En junio de 1914, el Departamento de Estado designó a Leon Canova como agente especial para informar acerca del curso de la Revolución. Por eso estuvo en la Convención de Aguascalientes y en Xochimilco. Luego, durante el carrancismo, Canova fue ascendido a encargado de asuntos mexicanos en el Departamento de Estado. Desde ese puesto promovió la guerra económica contra los zapatistas; en especial, impulsó el control y uso de los alimentos con fines militares. En esa época, Carranza estableció tres medidas económicas para la guerra de exterminio contra los pueblos del sur: la destrucción de las siembras, el control de los alimentos y la circulación forzosa de una nueva moneda, que impuso a un tipo de cambio de un peso por diez centavos, con grave pérdida en la capacidad de compra de la gente.

    Siempre les dije, les dije lo mismo, ese Carranza es un canalla, expresó Emiliano Zapata a Pancho Villa, en Xochimilco.

    Puebla

    A finales de 1914, el Ejército Libertador entró en una nueva etapa de su historia. Fue una lucha más larga y agotadora que las anteriores, frente a otros adversarios: el carrancismo y la intervención militar abierta y encubierta de Estados Unidos. Con el Ejército Federal, la guerra llevó diez semanas durante el porfirismo, diecisiete meses con el maderismo y otro tanto significó la guerra bajo la dictadura de Huerta. Esta vez, la lucha se prolongará por cinco años y medio. No será contra el antiguo régimen, sino contra la nueva fuerza dominante, aquella que dará origen al régimen emanado de la Revolución. Será también una guerra más compleja y sangrienta.

    En el inicio de esta contienda, el 24 de noviembre de 1914, los zapatistas tomaron la ciudad de México y poco después, el 16 de diciembre, arrebataron Puebla al ejército carrancista. En tres semanas, el Ejército Libertador tomó en combate las dos principales ciudades del país.

    En aquellos años, el estado de Puebla era la entidad más industrializada de la República. Su población sobrepasaba el millón de habitantes, algo más que los estados de Chihuahua, Coahuila y Nuevo León, juntos. Además, tenía una considerable producción agrícola y comercial, que se intensificó durante la segunda mitad del siglo XIX por la construcción de dos líneas de ferrocarril entre la capital y el puerto de Veracruz. En la Sierra Norte de Puebla se había construido la planta hidroeléctrica Necaxa, que proporcionaba luz y fuerza motriz a la capital y otras ciudades del área. En aquel momento, Necaxa era el sistema hidroeléctrico más grande de América Latina. Por su población y territorio, por su producción y transporte, el estado de Puebla tenía especial importancia. Así lo atestiguaba, además, la historia militar desde que comenzó la era colonial, con la masacre de Cholula. Sobre todo, Puebla destacó en el siglo de las grandes guerras: Independencia, invasión estadounidense, Guerra de Reforma, Intervención francesa y la revolución en curso.

    En la ciudad de Puebla, durante la Guerra de Independencia, los templos edificados en el cerro Acueyametepec fueron adaptados para usos militares. Las casas del Señor pasaron a manos de generales españoles y funcionaron, primero, como presidio y depósito de pólvora; más tarde, como fortalezas artilladas con nuevos muros, fosos, troneras, terraplenes y andamios. Los parapetos suplantaron a los reclinatorios. Así, para 1914, los fuertes de Loreto y Guadalupe eran los bastiones principales del ejército carrancista. A partir de ahí se extendía el dispositivo para la defensa de la plaza y, además, para cerrar el paso hacia el puerto de Veracruz, en donde estaba asentado Venustiano Carranza.

    La defensa carrancista comprendía los estados de Puebla, Tlaxcala y Veracruz, bajo el mando del general Salvador Alvarado. El centro del dispositivo, la ciudad de Puebla, estaba a cargo del general Francisco Coss; el frente, San Martín Texmelucan, del general Fortunato Maycotte; el norte, Tlaxcala, del general Cesáreo Castro; mientras que la retaguardia, desde Orizaba hasta la estación de Esperanza, estaba al mando del general Heriberto Jara. Por un momento se consideró, además, la posibilidad de reforzar la defensa con tropas del general Pablo González.

    El Ejército Libertador emprendió el ataque a Puebla por el sur. El 9 de diciembre, los insurrectos tomaron el centro industrial de Atlixco y Metepec. Tres días más tarde, la ofensiva se intensificó debido a que los generales surianos Herminio Chavarría y Agustín Cázares derrotaron a Maycotte, en Texmelucan y la hacienda de Chautla. Ese golpe en el centro desestabilizó el sistema defensivo carrancista.

    Inmediatamente, Salvador Alvarado telegrafió a Carranza para informar los acontecimientos. Calculaba que las fuerzas zapatistas eran cinco mil en Texmelucan y seis mil en Atlixco. Por extranjeros –añadió– tuvo conocimiento de que Pancho Villa había salido de México rumbo a Guadalajara y que sólo iba Emiliano Zapata a reforzar el ataque de Puebla. Alvarado decía también que trasladaba toda su fuerza a Puebla para escarmentar a los zapatistas y que la plaza no sería evacuada. Pero avisó que, en caso de que fuera cierto el rumor de que Doroteo Arango venía por el Ferrocarril Mexicano, abandonaría Puebla. En seguida, se quejó de que la prensa de la capital decía que todos nosotros somos unos desgraciados cobardes, que al solo nombre de Villa huimos llenos de terror.

    Emiliano Zapata llegó al combate, en efecto. Se puso al mando de las operaciones rebeldes. El ataque se generalizó con fuerza inusitada por el centro, el sur y el norte. El 14 de diciembre, los zapatistas tomaron Cholula.

    Al ciudadano general en jefe del Ejército Libertador Emiliano Zapata

    [...] El día 14 pernocté con mi fuerza hasta Cholula, continuando el avance sobre la plaza de Puebla, habiendo tomado contacto con el enemigo el coronel Pedro D. Torres frente a San Juan, entablándose un terrible combate por espacio de dos horas, hasta que cerró la noche, durante la cual avancé el grueso de mi columna hasta posesionarme de la hacienda de San Bartolo, así al sur de la plaza.

    En esa finca me reuní con los ciudadanos generales [Agustín] Cortés y [Aurelio] Bonilla, poniéndonos de acuerdo. El día 15, a las primeras horas de la mañana, las fuerzas enemigas en gran número salieron a combatirnos generalizándose el combate por ambas partes, logrando rechazar al enemigo a sus antiguas posiciones. En este choque de armas el enemigo tuvo setenta muertos.

    Marcelino Rodríguez,

    general del Ejército Libertador

    Con urgencia, Salvador Alvarado pidió refuerzos a Veracruz. Ese día, le telegrafió a Carranza: Abandonar Puebla sería un desastre moral y para conservarla es preciso que mande seis batallones de Sonora, yaquis esclavizados en las plantaciones henequeneras de la península de Yucatán.⁸ Por la noche, Obregón ordenó pasar a la ofensiva y salió de Veracruz para tomar el mando directo de las operaciones en Puebla. Sus tropas llegaron hasta la estación de Esperanza, a 50 kilómetros de distancia, aproximadamente.⁹ Ya no hubo tiempo.

    El ataque zapatista era fulminante. A las diez de la mañana, del día 15, el general Aurelio Bonilla –originario de Xalapa– atacó Puebla por el lado del cerro Tepozúchitl, en el nororiente de la ciudad. A las tres de la tarde recibió el refuerzo de Higinio Aguilar y, al anochecer, conjuntamente ocuparon el cerro. Luego, a las cinco de la mañana del día siguiente, las tropas de Aurelio Bonilla atacaron al enemigo que huía por el lado de Amozoc. Poco después, a las seis y media, las fuerzas surianas entraron a la ciudad de Puebla.¹⁰

    Obregón regresó al puerto de Veracruz. Había cometido una imprudencia la noche del 15 de diciembre, al decirle a Salvador Alvarado que el general villista Felipe Ángeles avanzaba por Apizaco, a 55 kilómetros de Puebla. Alvarado, en lugar de acatar las órdenes de asumir la ofensiva y cumplir su deseo de escarmentar a los zapatistas, salió huyendo por la madrugada. Pero la información era incorrecta, en realidad Felipe Ángeles alistaba sus tropas en la ciudad de México, para salir rumbo a Saltillo, el 17 de diciembre.¹¹

    El general Emiliano Zapata dio un breve informe de la operación militar al gobierno de la Convención. El embuste historiográfico prefirió borrar el acontecimiento.

    Hoy al amanecer fue ocupada por las fuerzas de mi mando esta plaza. La toma de esta ciudad se llevó a cabo después de cuatro días de constante lucha [...].

    Se hicieron al enemigo más de dos mil prisioneros, los que al ser desarmados fueron puestos en libertad, por haber manifestado haber sido engañados por Carranza [...].

    Además se capturaron al enemigo muchas armas, tres carros de parque en conjunto; aparte del que recogieron los soldados y también varios jefes; más veinte ametralladoras y algunos otros pertrechos.

    Acudieron al ataque y toma de Puebla más de 20 mil hombres de las fuerzas de mi mando, habiendo combatido con mayor número de carrancistas. El resto de las fuerzas enemigas, aprovechando la obscuridad de la noche de ayer y el cansancio de nuestras tropas, en diversas partidas abandonaron la plaza, tomando el rumbo de Orizaba. Desde luego, ordené que una columna de diez mil hombres saliera en su persecución [...].

    Ya me ocupo de organizar el gobierno provisional del estado, conforme al artículo 13 del Plan de Ayala.

    Reforma, Libertad, Justicia y Ley.

    Cuartel General en Puebla de Zaragoza,

    16 de diciembre de 1914

    Emiliano Zapata,

    general en jefe del Ejército Libertador¹²

    El Departamento de Estado y The New York Times estimaron que el combate de Puebla había sido considerable; unos 20 mil carrancistas fueron derrotados por el general Zapata: Según despachos recibidos en el Departamento de Estado, los constitucionalistas tuvieron una derrota crucial en Apizaco y Puebla.¹³ Incluso, en esos días, Carranza intentó huir de Veracruz: El viaje del general Carranza desde Veracruz hacia el Istmo de Tehuantepec fue interrumpido por las fuerzas zapatistas que tomaron Soledad y desde ahí lanzaron una locomotora ‘loca’ contra el tren de Carranza [...]. De acuerdo con despachos privados, el general Carranza tuvo que regresar a Veracruz.¹⁴ Y se impuso la censura. A diferencia de Cuernavaca, siete meses antes, esta vez el Ejército Libertador no sitió la plaza. Puebla y sus posiciones fortificadas fueron tomadas por asalto, en cuatro días de intenso combate. Ahora, las capacidades militares de la revolución del sur eran diferentes, pues contaba con piezas de artillería arrebatadas al Ejército Federal. Antes de marchar de México rumbo a Puebla, Zapata solicitó una dotación que incluía 40 cajas de dinamita, 100 mil cartuchos Mauser y 500 cartuchos para artillería de montaña de 70 milímetros.¹⁵ Este dato, además, podría indicar la orientación a emplear un solo fusil, el Mauser, lo que en principio aligeraba los problemas de amunicionamiento.

    Veracruz

    En esa operación, los propósitos zapatistas no eran limitados. Igual que en Cuernavaca, no se buscaba solamente ocupar la plaza. Por comunicaciones internas del Ejército Libertador, es posible observar que el objetivo fue tomar Puebla y, en seguida, proyectar la fuerza sobre Veracruz.

    Las posiciones del ejército carrancista, a finales de 1914, estaban orientadas hacia el exterior por completo. Afuera estaba la fuerza principal que le abastecía y sistemáticamente se replegó sobre los puertos del Golfo de México y la costa del Pacífico –Tampico, Veracruz, Coatzacoalcos y Progreso; Salina Cruz, Acapulco, Manzanillo, Mazatlán y Guaymas–, así como algunos puntos de la frontera con Estados Unidos: Naco y Agua Prieta en Sonora, Piedras Negras en Coahuila, Nuevo Laredo y Matamoros en Tamaulipas.

    El general Zapata sabía cuál era la importancia de proyectar las operaciones militares sobre Veracruz, cortar las líneas de aprovisionamiento del enemigo. Escribió al teniente coronel Francisco Cruz: Procure obrar siempre de acuerdo con los jefes que operan por esa región, a fin de batir enérgicamente al carrancismo, cortándole toda comunicación con sus bases de aprovisionamiento.¹⁶

    El 14 de diciembre, el Cuartel General del Sur instruyó al teniente coronel José Flores Alatorre para que emprendiera esa tarea: Inmediatamente organice sus fuerzas para marchar con ellas en auxilio a los asaltantes de Puebla y tan luego sea tomada la plaza y sus servicios no sean necesarios allí, partirá usted a operar en combinación con las fuerzas de los generales Manzo y [Félix C.] López a efecto de asediar la plaza de Córdoba, procurando a toda costa aislarla.¹⁷

    Una vez que fue tomada Puebla, también se asignó la misión de Veracruz a fuerzas zapatistas del estado de Tlaxcala. Especialmente, Emiliano Zapata se dirigió al general Benigno Zenteno, quien había encabezado una fuga en la penitenciaría de Puebla, en 1911 –a través de un túnel–¹⁸ y ahora estaba como jefe del regimiento Defensores de la Patria, en el Ejército Libertador.

    Ciudadano general Benigno Zenteno

    Ya se dan instrucciones al general Pedro M. Morales para que en unión de usted emprendan enérgica batida contra los carrancistas que haya en ese estado y tan luego como lo hayan conseguido, pasen al estado de Veracruz llevando como principal objetivo las plazas de Orizaba y Córdoba, y marchar luego sobre [el puerto de] Veracruz hasta lograr el completo exterminio del enemigo en aquellas regiones.

    Procure usted coadyuvar a las operaciones con debida eficacia y en perfecto acuerdo con los generales Morales y Domingo Arenas.

    El general en jefe Emiliano Zapata¹⁹

    A finales de diciembre, el Cuartel General del Sur demandó a la Secretaría de Guerra de la Convención la entrega de 50 mil cartuchos para la operación de Veracruz, que también se ordenó al general zapatista Aurelio Bonilla, el de Xalapa.²⁰ Este contingente tenía seiscientos hombres y con apoyo del general Francisco Mendoza –quien quedó a cargo de la comandancia militar de Puebla–²¹ completaría una columna de tres mil efectivos, según escribió el propio Aurelio Bonilla a Zapata. Añadió que su propósito era avanzar por toda la línea del ferrocarril de Puebla a Xalapa, es decir, por la ruta del Ferrocarril Interoceánico.²²

    Guerra en movimiento, desplazar fuerzas a nuevos territorios para irradiar la Revolución, tal fue la conducta de los rebeldes surianos, desde que proclamaron en Ayoxuxtla el Plan de Ayala. En esa forma de operar, las columnas guerrilleras iban por delante.

    Este Cuartel General recomienda especialmente las atenciones de los jefes militares que se encuentren en esta capital al teniente coronel Leobardo Ritel; suplicándoles le ayuden por cuantos medios les sea dable para obtener violentamente dos dinamiteros competentes que deberán salir en su compañía por los estados de Veracruz y Oaxaca, en comisión de este Cuartel para conseguir hostilizar al enemigo por aquella región.

    El Cuartel General del Sur en la ciudad de México²³

    Leobardo Ritel, quien operaba en el sur de Veracruz y en Oaxaca, a principios de enero gestionó que el comandante militar del Istmo de Tehuantepec, general Alfonso Santibáñez, reconociera al gobierno de la Convención.²⁴ El 30 de diciembre de 1914, Alfonso Santibáñez tomó preso al hermano de Venustiano Carranza, general Jesús Carranza, y poco después lo fusiló.

    La marcha zapatista sobre Veracruz estaba en curso. Tenía tres líneas operativas: por el norte, sobre el Ferrocarril Interoceánico, con Xalapa como meta; por el centro, sobre el Ferrocarril Mexicano, los objetivos fueron Orizaba y Córdoba; y por el sur, sobre el Ferrocarril Nacional de Tehuantepec, la región del Istmo desde Salina Cruz a Coatzacoalcos. Los dinamiteros y las cargas explosivas, que buscaba conseguir el Cuartel General del Sur, tenían una lógica rielera, el sabotaje. Es posible apreciar, también, que no era la ofensiva abierta, sino tan sólo el inicio de campaña. La instrucción fue clara: hostilizar, aislar y cortar las provisiones del enemigo.

    Con los datos disponibles, podemos observar las líneas gruesas del planteamiento militar para el frente oriental: tomar Puebla y proyectar las fuerzas guerrilleras sobre Veracruz, en tres direcciones. Como se verá, además, se trató de explotar el tiempo para lanzar una ofensiva conjunta, con las fuerzas de Pancho Villa, sobre la principal fuerza militar del carrancismo en Veracruz.

    El retorno de Emiliano Zapata a Morelos, luego de tomar Puebla, es coherente con eso. Además, por diversas fuentes de información, es posible saber que Zapata estaba enfermo. Un ferrocarrilero, teniente coronel de las fuerzas surianas, le escribió al general el 2 de enero: Hace algunos días fui con el objeto de hablarle pero desgraciadamente no lo conseguí por estar usted convaleciente. En la prensa, El Monitor y La Convención también informaron sobre la enfermedad de Zapata los días 15, 16, 23 y 27 de enero. Otilio Montaño, el 2 de febrero de 1915, preguntó a Zapata por su estado de salud. Aunque ninguna fuente dice cuál era el padecimiento, se puede considerar que fue prolongado. Su hermana, María de Jesús Zapata, le había telegrafiado desde el 11 de octubre de 1914: Hermano, infórmame cómo sigues de salud. Espero me contestes. Igualmente, otras personas preguntaron al general en jefe acerca de su restablecimiento en cartas de abril y agosto de 1915. Finalmente, el propio Emiliano Zapata agradeció al doctor Aurelio Briones por sus atenciones el 31 de octubre de 1915.²⁵ La enfermedad de Zapata habría llevado, por lo menos, un año sin que ésta constituyera un impedimento completo para su movilización.

    En el planteamiento militar de los rebeldes del sur, la ciudad de Puebla debía ser el punto de apoyo para el frente oriental. Por lo mismo, el ataque y la toma de la ciudad implicaban su defensa.

    Si bien los rebeldes surianos pudieron arrebatar Puebla al carrancismo, ahora la cuestión estaba en sostener la plaza. El momento era crítico. El Ejército Libertador y la División del Norte estaban orientados hacia las principales ciudades del país: México, Puebla, Guadalajara y Monterrey. Esta circunstancia, para los zapatistas, representaba una situación alejada del equilibrio, con mayores posibilidades para dar un salto operativo: la producción de nuevas estructuras coherentes, autoorganizadas, en zonas urbanas.

    Ellos hicieron el aprendizaje sobre la marcha –al paso acelerado de tres semanas, con el desfile militar de la capital entremedio– y buscando afianzar la capacidad de combate en grandes ciudades.

    El momento era crucial porque significaba una disyuntiva para el ejército del sur: materializar la alianza militar con la División del Norte, para enfrentar unidos al ejército carrancista o, sin esa unión, asumir la defensa de Puebla, en guerra urbana de posiciones. Lo primero dependía de los planes y los plazos villistas; lo segundo dependía de los planes y los plazos carrancistas. En otras palabras, con esta situación, el Ejército Libertador no sólo entró en una fase alejada del equilibrio sino que, simultáneamente, en el torbellino de la Revolución, estaba perdiendo algo fundamental: su independencia. A pesar de los enormes esfuerzos para irradiar la Revolución con sus propias fuerzas, los planes militares del Ejército Libertador fueron golpeados una y otra vez.

    Líneas de expansión

    En diciembre de 1914, el Cuartel General del Sur dispuso contingentes para extender la Revolución del oriente al poniente de la República. Los preparativos se iniciaron de inmediato.

    La práctica zapatista de promover la lucha de liberación en nuevos territorios, con el Plan de Ayala y fuerzas guerrilleras, resurgió en la ciudad de México. El general Rafael Cal y Mayor debía operar en Chiapas, Tabasco y Yucatán; el general Ángel Barrios en Oaxaca; el general Ladislao González marchó hacia el Nayar. Según la Ruta del Sol, la revolución del sur debía ser diseminada en tierra de jaguares mayas, zapotecos, mixtecos,²⁶ naayeri y wixaritari.

    El 17 de diciembre, el grupo del general Ladislao González partió rumbo a la ciudad de Aguascalientes y el día 24 se estableció en Tepechitlán, Zacatecas, a la entrada de la Sierra Madre Occidental y a unos 110 kilómetros de Tepic en línea recta. El general González reportó su llegada a Emiliano Zapata y le pidió nuevas instrucciones y ejemplares del Plan de Ayala. Asimismo, cuando se enteró de la toma de Puebla, lo felicitó por la victoria obtenida. Semanas después, el teniente coronel Ismael Limón, secretario del general González, relató a Zapata la esperanza y la tragedia de ese proyecto guerrillero.

    Llegando al estado de Zacatecas, hice un manifiesto explicando las ventajas del Plan de Ayala y dando a conocer someramente éste; tuvo muy buena acogida, pues la generalidad de los pueblos han sido despojados infamemente de sus propiedades.

    Muchos de los pueblos indígenas, como Santiago y otros, recibieron y simpatizaron desde luego por el Plan de Ayala. Varias veces hablé a los indígenas de la ventaja que obtendrían si se adhieren al Plan de Ayala, habiendo contado con infinidad de simpatizadores [...].

    El presidente municipal de Tepechitlán, Refugio Espinosa, arduamente atacó nuestra labor y aun al Plan de Ayala, restándonos con esto elementos, debido todo al miedo cerval que tenía al general [Ladislao] González por sus antecedentes.²⁷

    Todos los días, el general y yo salíamos a los diferentes pueblos vecinos a propagar el Plan de Ayala y siempre contábamos con numerosos adeptos. Así, pensamos en enviar a ésa [ciudad de México] un jefe en representación nuestra para obtener dinero de ese Cuartel General, a fin de organizar las fuerzas y marchar a unirnos con las que el general González tenía en Tepic [...].

    Intempestivamente, fuimos aprehendidos y no obstante que el general mostró su nombramiento y salvoconducto; usando mucha festinación y no pasando los mensajes que hice pidiendo garantías, y sin oírse nada en su defensa, fue fusilado el 31 de diciembre, habiendo muerto valientemente.

    Creo pertinente informar a ese Cuartel General, para que no pasen inadvertidas las gestiones de la primera comisión zapatista que propagó el Plan de Ayala en el norte. La región es bastante propicia para conquistar más de 50 mil adeptos.

    Aprovecho esta oportunidad para ponerme a las órdenes de ese Cuartel General, por si desea nuevamente aprovechar mis servicios y para reiterar a usted mi más respetuosa subordinación.

    Ismael Limón,

    teniente coronel del Ejército Libertador²⁸

    La tarea que se dieron los zapatistas de irradiar la Revolución tuvo enemigos dentro de las filas convencionistas que debían ser aliadas. En aquel tiempo, el estado de Zacatecas era gobernado por el grupo de Pánfilo Natera, Trinidad Cervantes y Martín Triana, quienes pronto se pasaron al carrancismo, abiertamente.

    Por su parte, Ángel Barrios, antiguo militante magonista, cuando logró restablecer su salud a finales de 1914, asumió tareas de prensa, de apoyo a la subsistencia de viudas de compañeros muertos en el campo de batalla y envío de municiones y artefactos de guerra a la ciudad de México; trabajó para incorporar a nuevos elementos revolucionarios y preparó un proyecto para la reorganización del Ejército Libertador. En seguida, dirigió una circular a los combatientes oaxaqueños con instrucciones militares: sostener las zonas próximas a los campamentos rebeldes y reunir el mayor número de gente armada, montada y municionada para que, en unión de otros jefes, se constituyeran núcleos más grandes para las operaciones en el estado de Oaxaca.²⁹ También lanzó un manifiesto a sus paisanos, como jefe del movimiento revolucionario en Oaxaca.

    No ignoráis cuál ha sido mi labor revolucionaria durante muchos años, y bien sabéis que jamás he aceptado ningún empleo o cargo público ni mucho menos he aspirado ni aspiro a ocupar puestos gubernativos de alguna clase [...].

    No dudo que desplegaréis todo el heroísmo de que sois capaces, haciendo un último esfuerzo para conseguir la derrota definitiva de los infames que os explotan.

    Oaxaqueños, imitad el ejemplo de nuestros conciudadanos de otros estados y batid todos unidos a quienes con saña nos esclavizan. ¡Rebelaos y dejaréis de ser parias! ¡Sed enérgicos y seréis libres!

    Ángel Barrios,

    general del Ejército Libertador³⁰

    La brigada del general Rafael Cal y Mayor, por su parte, debió asumir tareas militares en las operaciones de la ciudad de México y su partida hacia Chiapas se pospuso hasta finales de 1915.

    El objetivo de propagar la lucha de liberación en otros territorios por medio de columnas guerrilleras expedicionarias fue persistente. Nació con la revolución del sur, desde que los zapatistas promulgaron el Plan de Ayala. En 1913, por ejemplo, el coronel Salatiel Alarcón marchó a Colima y Jalisco; el profesor Cándido Navarro a San Luis Potosí; los generales Felipe Neri y Fortino Ayaquica, así como el coronel Juan Sánchez, hacia Hidalgo.³¹ Los problemas fueron muy graves en todos los casos; incluso habría que tomar en cuenta los obstáculos para la comunicación, por la diversidad lingüística y cultural. Pero, en conjunto, tal proyección de las fuerzas permite apreciar no el localismo, que la historiografía dominante ha postulado siempre, sino el horizonte mesoamericano de la revolución zapatista. Esta proyección libertaria es un hito en la historia de larga duración de los pueblos contra la colonialidad del poder (mapa 2).

    Retaguardia

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