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Documentos históricos de la Revolución mexicana: Revolución y régimen maderista, I
Documentos históricos de la Revolución mexicana: Revolución y régimen maderista, I
Documentos históricos de la Revolución mexicana: Revolución y régimen maderista, I
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Documentos históricos de la Revolución mexicana: Revolución y régimen maderista, I

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La Comisión de Investigaciones Históricas de la Revolución Mexicana, bajo la dirección de Isidro Fabela, agrupa en este primer volumen de la serie que dedica al maderismo, un importante cuerpo de documentos relativos a la primera etapa de nuestro movimiento social, cuya fase armada se cerró en Querétaro el 5 de febrero de 1917, al promulgarse la Constitución que rige a la República.
LanguageEspañol
Release dateDec 5, 2013
ISBN9786071616715
Documentos históricos de la Revolución mexicana: Revolución y régimen maderista, I

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    Documentos históricos de la Revolución mexicana - Isidro Fabela

    MADERO

    Entrevista otorgada por el Presidente Porfirio Díaz a Mr. James Creelman, publicada en el Pearson’s Magazine en marzo de 1908. El general Díaz se manifestó conforme con la alternabilidad republicana en el gobierno, y anunció su intención de retirarse del poder.

    LA ENTREVISTA DÍAZ-CREELMAN

    1En este notable artículo el grande hombre del Continente habla al mundo con toda franqueza por conducto de Pearson’s Magazine. En virtud de arreglos previos, Mr. J. Creelman fue a México y fue recibido en el Castillo de Chapultepec. Tuvo especiales oportunidades de conversación con el Presidente Díaz y expresa con gran claridad el dramático e impresionante contraste entre su severo y autocrático gobierno y su tributo sincero a la idea democrática. Por conducto de Mr. Creelman, el Presidente anuncia su invariable resolución de retirarse del poder, y predice para México, un futuro pacífico bajo instituciones libres. —El editor.

    [Pearson’s Magazine, marzo de 1908]

    Es una equivocación suponer que el futuro de la democracia en México haya peligrado por la permanencia en funciones de un Presidente durante un largo periodo de tiempo —dijo con calma. Puedo decir con toda sinceridad que el ejercicio del poder no ha corrompido mis ideales políticos y creo que la democracia es el único principio de gobierno justo y verdadero, aunque en la práctica sólo sea posible para los pueblos suficientemente desarrollados.

    Puedo abandonar la presidencia de México sin el menor temor —agregó—; pero no dejaré de servir a mi país mientras viva.

    —¿Sabéis que en los Estados Unidos estamos agitados con la cuestión de elegir al Presidente para un tercer periodo?

    —Sí, sí lo sé —replicó—. Es un sentimiento natural en pueblos demócratas que sus gobernantes se alternen con frecuencia. Estoy conforme con ese sentimiento.

    Parecíame difícil comprender que estaba escuchando a un militar que ha gobernado a una República sin interrupción por más de un cuarto de siglo con una autoridad personal desconocida aun para los monarcas. Sin embargo, hablaba con un ademán sencillo y convencido como el del hombre que se siente grande y seguro sin necesidad de hipocresías.

    —Es verdad que cuando un hombre ha ocupado el poder por largo tiempo, lo probable es que se sienta inclinado a empezarlo a considerar como su propiedad personal, y es bueno que un pueblo se ponga en guardia hacia las tendencias de la ambición individual.

    Sin embargo, hay que advertir que las teorías abstractas de la democracia y la efectiva y práctica aplicación de las mismas, necesariamente y con frecuencia son diferentes, esto es cuando se mira a la sustancia más bien que a la mera forma.

    Yo no veo ninguna razón fundada por la que el Presidente Roosevelt no pueda ser electo de nuevo, si una mayoría del pueblo americano desea que continúe en el gobierno. Creo que él ha pensado más en su patria que en sí mismo; ha hecho y está haciendo una grande obra para los Estados Unidos, una obra que hará, ya sea que siga en el gobierno o no, que sea recordado en la historia como uno de los más grandes presidentes. Considero a los trusts como un poder grande y positivo en los Estados Unidos, y el Presidente Roosevelt ha tenido el valor y el patriotismo de desafiarlos. La humanidad comprende la significación de esta actitud y su influencia sobre el futuro. Roosevelt es considerado por el mundo como un estadista cuyas victorias han sido morales.

    A mi juicio la lucha para restringir el poder de los trusts e impedir que opriman al pueblo de los Estados Unidos, marca uno de los más significativos e importantes periodos de vuestra historia. Mr. Roosevelt se ha enfrentado a esta crisis como un gran hombre.

    No cabe duda que Mr. Roosevelt es un hombre fuerte y puro, un patriota que ha comprendido y ama a su país. El temor americano por un tercer periodo me parece por lo mismo que no tiene razón de ser. No puede haber cuestión de principios en esta materia, si una mayoría del pueblo de los Estados Unidos aprueba su política y desea que continúe su obra. Ésta es la cuestión real y vital: que una mayoría del pueblo lo necesite y desee que continúe en el gobierno.

    Aquí, en México, hemos tenido condiciones muy diferentes. Yo recibí el Gobierno de las manos de un ejército victorioso en un tiempo en que el pueblo estaba dividido y poco preparado para el ejercicio de los extremos principios del gobierno democrático. Haber arrojado sobre las masas desde luego toda la responsabilidad del gobierno, habría producido condiciones que hubieran quizás desacreditado la causa de las instituciones libres.

    Aunque en un principio obtuve el poder del ejército, tan pronto como fue posible se efectuó una elección y entonces mi autoridad me vino del pueblo. He tratado de dejar la presidencia varias veces; pero se ha ejercido presión sobre mí para no hacerlo y he permanecido en el gobierno por el bien de la nación que me ha entregado su confianza. El hecho de que el precio de los valores mexicanos bajara once puntos cuando estuve enfermo en Cuernavaca, indica la clase de prueba que me persuadió a vencer mi inclinación personal para retirarse a la vida privada.

    Hemos conservado la forma republicana y democrática de gobierno. Hemos preservado la teoría conservándola intacta. Sin embargo, hemos adoptado una política patriarcal en la actual administración de los negocios de la nación, guiando y restringiendo las tendencias populares, con una fe completa en que una paz forzada permitiría la educación y a la industria y al comercio desarrollar elementos de estabilidad y unidad en pueblo que es por naturaleza inteligente y sensible.

    He esperado pacientemente el día en que el pueblo de la República Mexicana estuviera preparado para escoger y cambiar sus gobernantes en cada elección, sin peligro de revoluciones armadas y sin daño para el crédito y el progreso nacionales. ¡CREO QUE ESE DÍA HA LLEGADO YA!

    —Comúnmente se asegura que las verdaderas instituciones democráticas son imposibles en un país que no tiene clase media —dije.

    El Presidente Díaz se volvió hacia mí dirigiéndome una penetrante mirada e inclinó la cabeza.

    —Es verdad —repuso. México tiene ahora una clase media; pero no la tenía antes. La clase media es el elemento activo de la sociedad aquí y en todas partes.

    Los ricos se preocupan demasiado en sus riquezas y sus dignidades para poder ser útiles al avance del bienestar general. Sus hijos no se esfuerzan mucho en mejorar su educación o su carácter.

    Por otra parte, la clase menesterosa es, por regla general, demasiado ignorante para desarrollar poder.

    La democracia dependerá, para su desarrollo, de los esfuerzos de la clase media activa, trabajadora, amante del adelanto, la cual proviene en su mayor parte de la clase menesterosa y en menor escala de la rica; es la clase media la que se ocupa de la política y promueve el adelanto general.

    En otros tiempos no teníamos clase media en México porque la inteligencia y energías del pueblo estaban completamente absorbidas en la política y en la guerra. La tiranía y el desgobierno de España habían desorganizado a la sociedad. Las actividades productoras de la nación fueron abandonadas por luchas sucesivas; había una general confusión; ni la vida ni la propiedad estaban a salvo, y en semejantes condiciones no podía aparecer una clase media.

    —General Díaz —interrumpí— habéis tenido una experiencia sin precedente en la historia de las repúblicas. Por treinta años los destinos de esta nación se han encontrado en vuestras manos para amoldarlos a vuestra voluntad; pero los hombres mueren mientras las naciones perduran. ¿Pensáis que México pueda seguir viviendo en paz como República? ¿Estáis satisfecho de que su futuro esté asegurado bajo instituciones libres?

    Valía la pena de haber venido desde Nueva York al Castillo de Chapultepec para contemplar la faz del héroe en este momento. Fuerza, patriotismo, espíritu guerrero y profético parecieron brillar de repente en sus obscuros ojos.

    —El futuro de México está asegurado —dijo con voz clara—. Los principios democráticos temo que no se hayan enraizado aún en nuestro pueblo; pero la nación se ha desarrollado y llama a la libertad. La dificultad consiste en que el pueblo no se preocupa suficientemente acerca de los asuntos públicos relativos a una democracia. El mexicano por regla general piensa mucho en sus derechos y está siempre listo para reclamarlos; pero no piensa lo mismo en los derechos de los demás. Reclama sus privilegios; pero no se preocupa de sus deberes. La capacidad para restringir sus pasiones es la base del gobierno democrático y esa capacidad es posible sólo en aquellos que reconocen el derecho de los demás.

    Los indígenas, que forman más de la mitad de nuestra población, se ocupan poco de la política. Están acostumbrados a dejarse guiar por los que ejercen la autoridad en vez de pensar en sí mismos. Es ésta una tendencia que heredaron de los españoles, quienes les enseñaron a no mezclarse en los negocios públicos, confiando su resolución al gobierno.

    SIN EMBARGO, CREO FIRMEMENTE QUE LOS PRINCIPIOS DE LA DEMOCRACIA SE HAN DESARROLLADO Y SE DESARROLLARÁN MÁS AÚN EN MÉXICO.

    —Pero no tenéis partido alguno de oposición en la República, señor Presidente. ¿Cómo pueden florecer las instituciones libres cuando no hay oposición que contraríe a la mayoría o al partido que gobierna?

    —Es verdad que no hay aquí ningún partido de oposición. Tengo tantos amigos en la República, que mis enemigos parecen no querer identificarse con tan pequeña minoría. Aprecio en lo que vale la bondad de mis amigos y la confianza de mi país; pero tan absoluta confianza me impone responsabilidades y deberes que cada día me abruman más.

    CUALESQUIERA QUE SEAN LAS OPINIONES DE MIS AMIGOS Y PARTIDARIOS, ME RETIRARÉ DEL PODER AL TERMINAR EL ACTUAL PERIODO DE GOBIERNO, Y NO SERVIRÉ DE NUEVO. CUANDO ESTO SUCEDA TENDRÉ OCHENTA AÑOS DE EDAD.

    Mi país ha sido bondadoso, confiando en mí. Mis amigos han alabado mis méritos y disculpado mis faltas; pero seguramente no querrán ser tan generosos con mi sucesor, quien podrá necesitar mi consejo y ayuda, por lo cual deseo vivir todavía cuando entre al gobierno, para poderlo ayudar.

    Cruzó sus brazos sobre su robusto pecho y agregó con gran énfasis:

    DARÉ LA BIENVENIDA A UN PARTIDO DE OPOSICIÓN EN LA REPÚBLICA MEXICANA. Si aparece lo veré como una bendición, no como un mal, y si puede desarrollar poder, no para explotar, sino para gobernar, estaré a su lado, lo ayudaré, lo aconsejaré y me olvidaré de mí mismo en la feliz inauguración de un gobierno completamente democrático en mi patria.

    Es suficiente para mí haber visto a México levantarse entre las naciones útiles y pacíficas. No tengo el menor deseo de continuar en la Presidencia; esta nación está, al fin, lista para la vida de la libertad. A la edad de setenta y siete años estoy satisfecho con mi robusta salud, la cual ni la ley ni la fuerza pueden crear. No la cambiaría ni por todos los millones de vuestro Rey del Petróleo.

    Los ferrocarriles han tenido una parte importante en la pacificación de México —continuó—. Cuando fui electo Presidente la primera vez, sólo había dos pequeñas líneas que unían la capital de la República con Veracruz, y otra que estaba en construcción rumbo a Querétaro. Ahora contamos con 19 000 millas de buenas vías. Por aquel entonces, teníamos un costoso y lento servicio postal, que era conducido en las zagas de los coches, y al hacer su trayecto entre México y Puebla, era detenido en el camino dos y tres veces, con objeto de robar los salteadores a los pasajeros. En la actualidad, nuestro servicio de correos es barato, rápido y extendido a través de todo el país, contando con más de dos mil doscientas administraciones y agencias.

    Los telégrafos eran en aquel tiempo deficientes; ahora tenemos en activo trabajo 45 000 millas de hilos telegráficos.

    Comenzamos por hacer que los salteadores fueran condenados a muerte y que la ejecución se llevara a cabo pocas horas después de haber sido aprehendidos y condenados. Ordenamos que donde quiera que los alambres telegráficos fuesen cortados y el jefe de la oficina del distrito respectivo no diera con el criminal, sufriera una pena, y en el caso de que el corte de alambres ocurriera en una plantación cuyo propietario no pudiera impedirlo, fuera él mismo colgado en el poste más próximo. Recuerdo que éstas fueron órdenes militares.

    Fuimos muy duros, algunas veces hasta llegar a la crueldad; pero todo esto fue entonces necesario para la vida y progreso de la nación; si hubo crueldades, los resultados las han justificado.

    Las ventanillas de la nariz estaban dilatadas y temblorosas; la boca era una línea casi recta.

    Fue mejor derramar un poco de sangre para salvar mucha. La sangre derramada era mala sangre; la que se salvó, buena.

    La paz, una paz forzada, era necesaria para que la nación tuviera tiempo de reflexionar y trabajar. La educación y la industria han completado la tarea comenzada por el ejército.

    —¿Y qué consideráis de más fuerza para la paz, el ejército o la escuela? —pregunté.

    La faz del soldado se ruborizó ligeramente y levantó un poco su espléndida cabeza blanca.

    —¿Habláis del tiempo actual?

    —Sí.

    —La escuela. No puede haber en esto duda. Yo deseo ver la educación impartida por el gobierno nacional a través de toda la República y espero lograrlo antes de morir. Es importante que todos los ciudadanos de una república reciban idéntica educación, para que sus métodos e ideales puedan armonizarse y se intensifique así la unidad nacional. Cuando los hombres leen, y piensan lo mismo, están más inclinados a obrar del mismo modo.

    —¿Y pensáis que la vasta población indígena de México es capaz de un alto grado de desarrollo?

    —Así lo creo. Los indígenas son dóciles y agradecidos todos ellos, con excepción de los yaquis y una parte de los mayas. Conservan tradiciones propias de su antigua civilización y esa raza nos ha dado abogados, ingenieros, médicos, oficiales del ejército y otros profesionales.

    Sobre la ciudad flotaba a lo lejos el humo proveniente de varias fábricas.

    —Es mejor que el humo del cañón —dije señalándolo.

    —Sí —replicó— y sin embargo, hay veces en que el humo del cañón no es tan malo. Los proletarios de mi país se levantaron para ayudarme; pero no puedo olvidar lo que han hecho por mí mis camaradas en el ejército, y sus hijos.

    Los ojos del veterano estaban humedecidos por las lágrimas.

    —Eso —dije apuntando a una plaza de toros cercana al Castillo— es lo único que sobrevive de España en lo que puede verse de este panorama.

    —No habéis visto las casas de empeño —exclamó—; España nos trajo sus casas de empeño así como sus plazas de toros.

    (El general Díaz habló después en términos generales sobre la situación de los Estados y emitió algunos conceptos sobre la Doctrina Monroe; y luego continuó en el siguiente sentido la entrevista.)

    Los hombres son más o menos lo mismo en todo el mundo —dijo—. Las naciones son como los individuos; deben ser estudiados y conocidos los móviles de su acción. Un gobierno justo significa simplemente las ambiciones de un pueblo, expresadas en forma práctica.

    Todo esto nos trae a un estudio del individuo. Lo mismo pasa en todos los países; el individuo que ayuda a su Gobierno en la paz o en la guerra, tiene siempre algún móvil personal: su ambición. El principio del verdadero gobernante consiste en descubrir ese móvil, y el estadista experimentado debe procurar no extinguir sino regular la ambición individual. He procurado seguir esta regla aplicándola a mis compatriotas, que forman un pueblo naturalmente sensible y caballeroso dejándose guiar las más veces más por el corazón que por la cabeza. He tratado de averiguar la ambición de los individuos. Si aún en su culto a Dios, un hombre espera alguna recompensa, ¿cómo puede un gobierno humano tratar de encontrar en sus unidades algo más desinteresado?

    En mi juventud he tenido una dura experiencia que me ha enseñado muchas cosas. Cuando mandaba yo dos compañías de soldados, hubo tiempo en que durante seis meses no recibí indicaciones, instrucciones ni ayuda de mi Gobierno, por lo cual me vi obligado a pensar por mí y a convertirme en Gobierno. Desde entonces encontré a los hombres como hoy todavía los encuentro. Creí en aquel tiempo en los principios democráticos y creo aún en ellos, aunque las condiciones me han compelido a usar severas medidas para conservar la paz y el desarrollo que debe necesariamente preceder al libre gobierno. Meras teorías políticas jamás crearán una nación libre.

    La experiencia me ha convencido de que un gobierno progresista debe tratar de satisfacer la ambición individual tanto como sea posible; pero de que al mismo tiempo debe poseer un extinguidor para usarlo sabia y firmemente cuando la ambición individual arda con demasiada viveza en peligro del bienestar general.[*]


    [*] Obras políticas del Lic. Blas Urrea, pp. 383-389. Imprenta Nacional, S. A., México, 1921.

    2Carta de don Francisco I. Madero, al licenciado Fernando Iglesias Calderón, haciéndole un llamado para ocupar el puesto que se le asignó, por juzgar que su intervención puede tener influencia decisiva para que se agrupara alrededor de la bandera de la Constitución de 57 a todos los verdaderos mexicanos para reconquistar nuestros derechos de hombres.

    Sr. don Fernando Iglesias Calderón, México.

    Muy estimado amigo:

    Desde que llegué de regreso de mi viaje a esa Capital, deseaba haberle escrito para insistir sobre el asunto que tratamos juntamente con nuestros mutuos y buenos amigos, los señores León y Arriola, pero he estado fuera de ésta y a la vez he tenido mucho quehacer, lo cual me ha impedido hacerlo con la calma que este asunto requiere.

    He recibido noticias de esa, en que me informan que aún no conocen su resolución definitiva, pero que tienen grandes esperanzas de que usted acepte.

    Yo también participo de esas esperanzas, pues no puede ser de otro modo, porque no puedo creer que usted nos abandone en estos críticos momentos en los cuales su intervención puede tener una influencia decisiva para que los esfuerzos que vamos a hacer con el fin de agrupar alrededor de la bandera del 57 a todos los verdaderos mexicanos, tengan un éxito completo.

    En esta época de absoluto personalismo, en donde todos los partidos sólo ambicionan el triunfo de su Jefe para acaparar los puestos y las riquezas públicas, se impone la necesidad de un partido de principios que empuñe la inmaculada bandera de la Constitución y con ese sagrado estandarte ataque resueltamente al despotismo reinante con la seguridad de triunfar, pues esa noble bandera tiene el mágico don de despertar en el corazón de los mexicanos el adormecido patriotismo, de elevarlos a la altura de las situaciones más críticas para vencerlas, para salvar a la patria, ya destrozando los fueros con que se pretende asesinarla, ya arrojando de su suelo al invasor que quiso humillarla, y ahora, sí, ahora, en esta época de vergonzoso servilismo, también nos infundirá el entusiasmo y el patriotismo necesarios para volver a luchar por sus resonantes principios, y nos infundirá bastante valor para medir en su justo tamaño y despreciar como se merecen, los peligros con que se pretende arredrarnos en nuestra empresa.

    Sí, amigo mío. Mi íntima convicción es que ha llegado la hora solemne de la reivindicación del honor nacional. Si seguimos consintiendo con cobarde indiferencia la triste situación del mexicano que en vez de ciudadano merece el epíteto de paria; si no hacemos el más ligero esfuerzo para reconquistar nuestros derechos de hombres que nuestros padres nos legaron y cuya conquista costó a ellos torrentes de sangre, no merecemos ni el título de hombres y habremos dejado que se consume la obra del despotismo, que nos ha llevado a la triste condición de avergonzarnos de vivir en esta época que la historia calificará de negro manchón de nuestra historia, negrura que resaltará más al lado de las brillantes épocas porque no ha mucho pasó nuestra infortunada patria.

    Pues bien: los luchadores se contarán por millares tan pronto como sea enarbolada nuestra bandera de combate, pero necesitamos la adhesión, la ayuda decisiva y resuelta de todos los que queremos formar el primer núcleo de ese partido, y para lograrlo, necesitamos disciplinarnos y acatar las disposiciones de la mayoría. Usted ha sido designado por nosotros para dar el primer asalto, usted cuyo nombre glorioso ha sabido llevarlo tan dignamente, es el indicado, pues al entrar usted a la liza patriótica será un acontecimiento nacional, acontecimiento que hará anhelar la prosperidad de la patria, encarnada en sus instituciones, que despertará de su largo sueño al pueblo mexicano para mostrarse tan grande como en otras épocas se ha mostrado, y para cubrirse de gloria, como siempre que ha combatido por los grandes principios que encierra la Constitución de 57, principios proclamados por la brillante pléyade que secundó a Juárez y entre la cual descuella, se destaca con letras brillantes, el nombre de su padre de usted.

    Los escrúpulos que usted nos manifestó son obvios, indudablemente, pero no deben ser un obstáculo para que usted cumpla con su deber en el grandioso sentido en que lo han interpretado hombres de la talla de su padre y demás compañeros.

    La actitud que ha tomado usted, hasta ahora, es digna pero casi pasiva sobre todo comparada con la enérgica actitud que tendría usted que asumir como director de un periódico, e indudablemente que la patria recogerá mayores beneficios con esta última. Éste es el único factor que usted debe tener en consideración, y, por consiguiente, no debe vacilar en ayudar con su nombre, con la pluma y con toda su energía al principio de la causa que fue el único ideal perseguido por su ilustre padre, que dedicó toda su vida a servirla.

    Los dolorosos acontecimientos de Orizaba han venido a causar honda y dolorosa impresión en toda la República. Por todas partes se nota que el valeroso pueblo mexicano está lleno de indignación por tanto ultraje recibido, y sólo busca una bandera prestigiada para agruparse a su alrededor. ¿Seremos tan torpes de desperdiciar tan espléndida oportunidad de iniciar la lucha? ¿Seremos tan cobardes para dejar que se asesine impunemente a nuestros hermanos sin que un grito de indignación salga de nuestro pecho, sin que se alce una protesta, sin enseñar ante todo el mundo quién es el culpable?

    ¡No! Eso no puede ser, pues al ser así, los espectros de nuestros padres de 1810 y de 57 se alzarían de sus tumbas y cuando atónitos y espantados preguntemos, como preguntaba Pedro al Señor: ¿Quo vadis, dómine?, nos contestarán que vuelven a morir por la patria, pues nosotros, cobardes, huimos ante el peligro.

    Amigo mío: Perdone que haya sido tan extenso, pero sentía en mí la necesidad de desahogarme, de decirle todo lo que siento, pues no quiero que usted no vaya a responder a nuestro llamado, porque juzgo indispensable la ayuda de usted en estas circunstancias, porque actualmente somos muy pocos los que iniciamos este movimiento, y la falta de usted en el puesto que todos le hemos asignado, podrá comprometer seriamente las primeras operaciones, y, por lo menos, retardar considerablemente la época en que principiemos nuestra campaña, y eso nos puede traer serias consecuencias, pues además de que ya se acerca a pasos agigantados el día del combate decisivo, los actuales acontecimientos indican perentoriamente la urgencia y la oportunidad de principiar nuestra campaña.

    Ansiosamente espero su resolución, que creo será afirmativa, para dar principio al arreglo de los demás detalles, a fin de que nuestro proyecto se realice cuanto antes.

    En espera de su grata contestación, me es muy satisfactorio aprovechar esta oportunidad para suscribirme su amigo que le aprecia y su atto. y s. s.

    Francisco I. Madero

    3Carta de don Francisco Madero, Sr., a su hijo Francisco, expresándole su disgusto por andarse metiendo en las patas de los caballos, pretendiendo ser redentor, exponiéndose a un fracaso y contribuyendo a su ruina.

    Muy querido hijo:

    Correspondo a tu grata del 30 del pasado, manifestándote con grande disgusto que te andas metiendo en las patas de los caballos, pretendiendo meterte a redentor cuando debes saber que éstos salen crucificados…

    También recibí un libro que has publicado, pero dices que no lo has repartido porque deseas que nadie lo sepa hasta que lo consideres conveniente, pero si como me lo mandas a mí lo haces con varios otros, como me lo han dicho algunos, de seguro que ya lo sabe todo el mundo. Apenas puede creerse que un hombre como tú, que te consideras un buen hijo, expongas a un fracaso los intereses comprometidos de tu buen padre, pues no se te oculta que aunque tal publicación la hagas contra mi voluntad y la de tu padre, y que sean todas creaciones tuyas, no podrán creer que dejemos nosotros de tomar parte activa en esa publicación, porque deseamos y pretendemos obtener colocaciones, por lo cual nos comprometes a todos; en un descuido eres la causa de la ruina de tu buen padre… Por supuesto, que tendrás varios compañeros que te pongan por las nubes porque tú pones el cascabel al gato y te dirán que lo haces como uno de los mejores reformistas, subiéndote a las nubes y comparándote con el gran Demóstenes y no sabes que se burlan de ti… Apenas puede creerse que un hombre como tú, que debías ayudar a tu padre a enderezar sus negocios, vengas a servirle de rémora y aún contribuir para su ruina. Se conoce que eres un niño que no piensa ni quiere consultar a nadie para entrar en asuntos tan graves como el de que se trata… Cada vez que reflexiono sobre tu conducta, me temo hasta que hayas perdido la cabeza, puesto que no consultas opiniones de personas sensatas, y siento que te hayas metido en camisa de once varas… Tú eres uno de tantos que han metido a tu padre en dificultades y en lugar de ayudarlo a salir de ellas, contribuyen a su ruina. Apenas puede creerse lo que pasa y sólo porque se ve quedo muy espantado de lo que está pasando. El resultado de todo es que después de ponerte en ridículo, expones el bienestar de tu padre… Sin tiempo para más, que Dios te colme de bien en el año que empieza, junto con Sarita, con la bendición de tu papá…

    Francisco Madero, Sr.[*]


    [*] Armando de Maria y Campos, Las memorias y las mejores cartas de Francisco I. Madero, pp. 89 y 90. Libro Mex. Editores. México, 1956.

    4Carta de don Francisco I. Madero, a su padre, agradeciéndole haber encontrado digno de su atención el contenido del libro que le envió, acerca del cual le hace una exposición de las razones y medios que encontró para formarse un criterio exacto de la situación en el país, y formular cargos a la Administración Porfirista, a la que combatirá dentro de la Ley hasta donde mis fuerzas me alcancen, sin preocuparme de las consecuencias que esto me pueda acarrear.

    Muy querido papacito:

    El domingo, ya para tomar el tren para Ramón Corona, recibí su grata del 3 del actual, y ayer, a mi regreso, la del 5 del mismo, las cuales paso a contestar: no le ocultaré que la primera me causó una penosa impresión, la cual se desvaneció por completo con la última, pues veo que al leer usted parte del libro que tuve el gusto de mandarle, lo ha encontrado digno de su atención… La opinión de usted es para mí de mucho peso, pues además de su experiencia y su rectísimo criterio, tiene para mí la condición que la hace de más valor, que es la sinceridad… Absolutamente nadie me ha ayudado a escribir mi libro, y son raros los párrafos que he llegado a reformar por indicación de algún amigo mío. En cuanto a los datos, hace mucho tiempo que los he estado recogiendo, y las conversaciones que he tenido con usted, con mi tío Bibiano, con el general Treviño y con los demás conocidos que vivieron aquellas épocas, me han servido de mucho para poderme formar un criterio exacto de aquellos acontecimientos. También he encontrado algunos datos en las memorias de don Sebastián Lerdo, que aunque apócrifas, parece que los episodios que cuenta son exactos… Algo dije en el curso de mi libro, de lo que usted me indica, y si no hablé con más claridad, es porque me pareció conveniente emplear ese lenguaje a fin de causar mejor efecto en los ánimos de todo el mundo, pues con los cargos que le hago a la actual administración, me parece muy suficiente para desarrollar la idea, que consiste en culpar de todos nuestros males al actual régimen de poder absoluto implantado por el general Díaz… En el plan que me había hecho del libro había reservado un capítulo especial en que pensaba tratar extensamente los puntos que usted me indica, y comparar al general Díaz, no solamente con Washington, sino muy especialmente con el Mikado del Japón, que en diez años ha hecho más por el Japón que ningún otro gobernante del mundo por su patria en igual periodo de tiempo; pero ese capítulo no era indispensable; mi libro hubiera resultado mucho más grande y hubiera tenido que entrar en consideraciones muy desfavorables para el general Díaz, las cuales preferí evitar a fin de darle a mi libro un sello de imparcialidad que le hará tener mucho más peso en todas las condiciones… Hace mucho que el general Díaz sabe que en cuestiones políticas tengo yo ideas mucho más radicales que usted y mi mamá, y sabe muy bien que en la campaña pasada me metí sin consentimiento de ustedes, y que si hago cualquier cosa ahora será del mismo modo, así es que él nunca creerá que yo lo hago por instigación de ustedes y por ese motivo no creo que los vaya a perjudicar mi libro. Además no veo de qué modo pueda perjudicarlos, pues desde el momento que ninguno de ustedes necesita nada del Gobierno, no puede sufrir ningún perjuicio de él, a menos que recurriera el general Díaz a medidas violentas, lo cual no me parece creíble, pero aún en este caso, esas medidas violentas serían exclusivamente contra mí y para ello estoy perfectamente bien preparado, pues desde el momento en que he escrito este libro, y pienso seguir adelante la obra que él entraña, lo he hecho con todo conocimiento de causa y sé que me expongo a grandes peligros, pero considero que la Patria pasa actualmente por circunstancias en que necesita urgentemente de la ayuda de sus hijos y, por mi parte no he de vacilar en tomar mi determinación. Lucharé dentro de los terrenos de la Ley y la Justicia, hasta donde mis fuerzas me alcancen, sin preocuparme de las consecuencias que esto me pueda acarrear… Como ha sido imposible guardar reservas sobre este libro, y hay muchas personas que lo saben, me he resuelto a publicarlo el día 15 del actual, y pienso mandar un ejemplar a cada uno de todos los periódicos de la República, así como a todos mis amigos que se interesen en cuestiones políticas a fin de que en un momento dado, circule por todas partes a la vez y ya no sea posible que eviten su circulación, pues por lo menos habrá llegado a manos de todos los intelectuales y de todos los políticos de la República…

    Francisco I. Madero[*]


    [*] Armando de Maria y Campos, op. cit., pp. 91 a 93.

    5Carta de don Francisco I. Madero, a su padre, comunicándole que en la junta celebrada en Torreón logró diferir la de Saltillo, lo que le permitirá lanzar su libro a la circulación, e insistiéndole que entrevistara a Limantour para expresarle que procurara la formación de un partido democrático a fin de neutralizar el Reyismo, insinuándole también su personal simpatía para que llegue a ocupar la Vicepresidencia de la República.

    Enero 23 de 1909.

    Muy querido papacito:

    Ayer llegué de Torreón y me encontré con su telegrama en que me permites que obre libremente y me mandas tu bendición y la de mi mamá.

    No puedes imaginarte cuán grande ha sido mi satisfacción, el orgullo y la emoción que he sentido.

    Abundantes lágrimas derramé ayer, pero fueron lágrimas llenas de ternura, de dulce y grata emoción de agradecimiento inmenso para ti y para mi adorada madre.

    En la mañana de ayer, poco antes de levantarme, soñé que te había visto con ese semblante cariñoso que tienes cuando te diriges a nosotros, y con una mirada llena de dulzura y confianza en el porvenir me habías dado la autorización y la tan deseada bendición.

    Esta circunstancia que no puedo considerar casual ha aumentado mi emoción y mi satisfacción, pues me confirma más en la idea que siempre he tenido de la nobleza de tus sentimientos, de la grandeza de tu alma.

    Papacito querido, demasiado comprendo que al darme tu bendición has obedecido a un arranque de generosidad, de grandeza de alma, en que, elevándote a las altas regiones del espíritu, has hecho que sólo tengan eco en ti las más nobles aspiraciones, y dominado por esos bellísimos sentimientos no vacilaste en cumplir con tu deber con una abnegación admirable, con una serenidad que sólo pueden abrigar los hombres superiores, con una fe en el porvenir que sólo anima a los creyentes cuando tienen la conciencia tranquila, pues en estas circunstancias descansan por completo en la Providencia Divina.

    Debo agregar que tengo la seguridad absoluta de que a pesar de lo que puedan creer las personas que juzgan todo superficialmente, no deben esperar que yo les dé ningún dolor de cabeza, y más bien pueden estar asegurados de que obraré de tal modo, que les causaré la más legítima satisfacción, el más noble orgullo; haré de modo que ustedes se sientan orgullosos de mí, como yo me siento orgulloso de tener unos padres tan nobles, tan grandes, tan buenos.

    Ahora sí ya no tengo la menor duda de que la Providencia guía mis pasos y me protege visiblemente, pues en el hecho de haber recibido su bendición, veo su mano; en la circunstancia de haberlo presentido tan claramente distingo su influencia, percibo su modo de guiarme, de dirigirme y de alentarme, pues si el laconismo forzoso del telegrama sólo me trajo su resolución definitiva, la visión que tuve antes me reveló que esa resolución era sin violencia, obedeciendo a sus más nobles sentimientos, y aunque hacían un sacrificio sublime, se quedaron llenos de confianza en el porvenir, aceptaban con noble serenidad las consecuencias de la nueva vida de actividad y lucha que se inicia.

    Pues bien, queridos padres: Así como toda fuerza tiene que engendrar otra fuerza de retorno para cerrar el círculo, así como toda oración atrae hacia nosotros la ayuda celeste, asimismo las bendiciones que me habéis mandado y que me sostendrán y me darán fuerza para cumplir con mi misión, retornarán sobre vuestra cabeza en forma de bendiciones celestes, y Dios, nuestro Santo Padre, premiará dignamente vuestra abnegación y vuestra grandeza de alma.

    Yo, por mi parte, con toda mi alma, le pediré que os llene de bendiciones y que me permita colaborar a vuestra felicidad, en proporción al inmenso cariño que les tengo.

    Pasando a otro punto, diré a mi querido papacito que en la junta que tuvimos en Torreón logré diferir algunos días una junta en Saltillo, que se verificará el 15 del entrante en vez del 5 como se había acordado. Eso me permitirá lanzar mi libro algunos días más tarde y haré de modo que sólo llegue a esa capital y a otras partes, del 3 al 4 del entrante, así es que en estos días tienes tiempo de arreglar cualquier asunto que creas pueda perjudicarme con la publicación del libro. Además, ni es necesario que vengas para el asunto del Banco como te escribí ayer de Torreón y como te telegrafiaré hoy mismo.

    Esos días puede aprovecharlos muy bien.

    Recuerda que yo te animé mucho para que fueras a ver por primera vez a Limantour y que no te (ilegible en el original) ni un momento.

    Pues bien: insisto en que lo veas de nuevo, pero en su casa particular, y le digas: que yo me voy a lanzar a la política, que no lo has podido evitar, que voy a procurar la formación de un partido verdaderamente democrático para neutralizar la influencia del Reyismo que nos invadió el Club de esa capital; que en el libro que voy a publicar ataco a Reyes fuerte, y, sobre todo, a la idea de poder absoluto, y refiero en mi apoyo las faltas del general Díaz: Que de él hablo muy poco, pues no quiero que se trasluzcan mis simpatías por él porque después yo no podría trabajar por él con la misma facilidad. Que aunque no soy incondicional de nadie sino de la Democracia, siento por él grandísimas simpatías y con gusto trabajaré cuando sea oportuno porque él llegue a la Vicepresidencia; que ya sabe que toda nuestra familia es amiga de él, etc., y después le puede insinuar: Y a mí, ¿cree usted que se me pueda molestar con el Banco Nacional? Se lo pregunto para prepararme, pues tenga la seguridad de que vendiendo cualquiera de mis propiedades a la mitad de lo que valen, hago frente a todos mis compromisos, pero prefiero no deshacerme de ellas para que vayan a manos de extranjeros, pero lo haré si no encuentro otra alternativa. Ya en este terreno pueden llegar a concertar una operación con la Caja de Préstamo o con cualquiera otra… (ilegible)… que se arregle violentamente, como… (ilegible)… ser un crédito refaccionario en el Comercio e Industria.

    Debes comprender que cualquier cosa que… (ilegible)… quedará mucho mejor con Limantour al hacerle esta confidencia, pues será la mejor prueba de tu adhesión por él.

    Si te dice que no publique mi libro puedes decirle que ya no es tiempo de evitarlo, pues ya está repartido en una gran parte de la República, calculando que lleguen a su destino el mismo día a todas partes, y que ya no se puede evitar que vea la luz pública.

    Tengo la seguridad de que no te arrepentirás de haberlo visto y hablándole en ese sentido, pues si lo dejas para después que salga el libro, ya no lo verá él del mismo modo. Le puedes agregar que por tu gusto yo no me hubiera metido en política, pero viendo que me guía un fin altamente patriótico y que… (hay dos renglones ilegibles).

    Dale a mi mamacita ésta por suya, que mañana le escribo, y con besitos para mis hermanos y sobrinitos, reciban ustedes dos el inmenso cariño que les tiene su hijo.

    Francisco I. Madero [*]


    [*]Armando de Maria y Campos, op. cit., pp. 94 a 98.

    6Carta de don Francisco I. Madero, a su madre, manifestándole su firmeza inquebrantable para iniciar la ardua empresa que ha acometido y el entusiasmo cundido en toda la República por la lucha, la que se multiplicará al conocerse su libro.

    1909

    Mi adorada mamacita:

    Aunque por el telegrama de papá comprendí cuál sería tu estado de ánimo al mandarme por telégrafo la gratísima noticia de que me autorizaban para obrar libremente y que me mandaban su bendición, esperaba tus lindas letritas para escribirte directamente a ti.

    No puedes imaginarte lo feliz que me siento al ver lo que me dices en tu querida cartita.

    Yo nunca dudé de que tú y papá obrarían de esa manera, pues conozco demasiado la grandeza de su alma y la nobleza de sus corazones.

    Ahora sí me siento seguro de mí mismo y con una firmeza inquebrantable para emprender la ardua empresa que he acometido.

    No se me escapa que pasaré días amargos, pero la satisfacción de cumplir con mi deber me reanimará; tendré momentos de desfallecimiento, pero la voluntad divina me levantará las fuerzas y me dará energía para seguir marchando hacia el fin lejano que persigo y que vea cada vez más claro, gracias a la ley que proyecta en mi camino sus bendiciones.

    En cuanto a papá, no temas nadá por él. Hemos llegado a cierta época en que nadie se atreverá a cometer algún atentado contra él. En las actuales condiciones de efervescencia popular, sería locura ir a exasperar al pueblo. Te aseguro que es increíble cómo está cundiendo en toda la República el entusiasmo por la lucha; mi libro hará que ese entusiasmo se multiplique.

    Nosotros en Coahuila, ya dimos principio a nuestra campaña y el 5 de febrero saldrá a la luz el primer número del Demócrata, en el cual pienso apoyar las ideas emitidas en mi libro.

    A papacito: he sabido que desde hace más de un mes el general Reyes conoce mi libro y, sin embargo, ya ves cómo no ha intentado hacer nada. Creo te demostrará que no debes temer nada por mí tampoco.

    …Para mis trabajos políticos tengo precisión de ir a México a fines de febrero y voy a arreglar que sea a principios de marzo para pasar con ustedes el día 11, que cumple papá sesenta años, pues tengo verdaderos deseos de pasar con ustedes esos días. A Sarita también la llevaré y permaneceremos a su lado unos 20 días…

    Francisco I. Madero[*]


    [*] Armando de Maria y Campos, op. cit., pp. 99 y 100.

    7Carta de don Francisco I. Madero, fechada en San Pedro, Coah., dirigida al Gral. Porfirio Díaz, Presidente de la República, enviándole un ejemplar de su libro La Sucesión Presidencial en 1910. El Partido Nacional Democrático, delineándole a grandes rasgos sus ideas expuestas en el mismo.

    San Pedro, Coah., 2 de febrero de 1909. Señor General Porfirio Díaz, Presidente de la República Mexicana. México, D. F.

    Muy respetable señor y amigo:

    Principiaré por manifestar a Ud. que si me tomo la libertad de darle el tratamiento de amigo, es porque Ud. mismo me hizo la honra de concedérmelo en una carta que me escribió con motivo de un folleto que le remití sobre la Presa en el Cañón de Fernández.

    Por lo demás, creo ser más merecedor a ese honroso título hablándole con sinceridad y franqueza, puesto que de este modo puedo serle más útil para ayudarle con mi modesto contingente a resolver el problema de vital importancia que se presenta actualmente a la consideración de todos los mexicanos.

    Para el desarrollo de su política, basada principalmente en la conservación de la paz, se ha visto Ud. precisado a revestirse de un poder absoluto que Ud. llama patriarcal.

    Este poder, que puede merecer ese nombre cuando es ejercido por personas moderadas como Ud. y el inolvidable emperador del Brasil, Pedro II, es, en cambio, uno de los azotes de la humanidad cuando el que lo ejerce es un hombre de pasiones.

    La historia, tanto extranjera como patria, nos demuestra que son raros los que con el poder absoluto conservan la moderación y no dan rienda suelta a sus pasiones.

    Por este motivo la Nación toda desea que el sucesor de Ud. sea la Ley, mientras que los ambiciosos que quieren ocultar sus miras personalistas y pretenden adular a Ud. dicen que necesitamos un hombre que siga la hábil política del General Díaz. Sin embargo, ese hombre nadie lo ha encontrado. Todos los probables sucesores de Ud. inspiran serios temores a la Nación.

    Por lo tanto, el gran problema que se presenta en la actualidad, es el siguiente:

    ¿Será necesario que continúe el régimen de poder absoluto con algún hombre que pueda seguir la política de Ud., o bien será más conveniente francamente el régimen democrático y tenga Ud. por sucesor a la Ley?

    Para encontrar una solución apropiada, e inspirándome en el más alto patriotismo, me he dedicado a estudiar profundamente ese problema con toda la calma y serenidad posibles. El fruto de mis estudios y meditaciones lo he publicado en un libro que he llamado LA SUCESIÓN PRESIDENCIAL EN 1910. EL PARTIDO NACIONAL DEMOCRÁTICO, del cual tengo la honra de remitirle un ejemplar por Correo.

    La conclusión a que he llegado es que será verdaderamente amenazador para nuestras instituciones y hasta para nuestra independencia, la prolongación del régimen de poder absoluto.

    Parece que Ud. mismo así lo ha comprendido según se desprende de las declaraciones que hizo por conducto de un periodista americano.

    Sin embargo, en general causó extrañeza que Ud. hiciera esas declaraciones tan trascendentales por conducto de un periodista extranjero, y el sentimiento nacional se ha sentido humillado. Además, quizás contra la voluntad de Ud. o por lo menos en contradicción con sus declaraciones, se ha ejercido presión en algunos puntos en donde el pueblo ha intentado hacer uso de sus derechos electorales.

    Por estas circunstancias, el pueblo espera con ansiedad saber qué actitud asumirá Ud. en la próxima campaña electoral.

    Dos papeles puede Ud. representar en esa gran lucha, los que dependerán del modo como Ud. entienda resolver el problema.

    Si por convicción, o por consecuentar con un grupo reducido de amigos, quiere Ud. perpetuar entre nosotros el régimen de poder absoluto, tendrá que constituirse en jefe de partido, y aunque no entre en su ánimo recurrir a medios ilegales y bajos para asegurar el triunfo de su candidatura, tendrá que aprobar o dejar sin castigo las faltas que cometan sus partidarios, y cargar con la responsabilidad de ellas ante la historia y ante sus contemporáneos.

    En cambio, si sus declaraciones a Creelman fueron sinceras, si es cierto que Ud. juzga que el país está apto para la democracia y comprendiendo los peligros que amenazan a la Patria con la prolongación del absolutismo, desea dejar por sucesor a la Ley, entonces tendrá Ud. que crecerse, elevándose por encima de las banderías políticas y declarándose la encarnación de la Patria.

    En este último caso, todo su prestigio, todo el poder de que la Nación lo ha revestido, lo pondrá al servicio de los verdaderos intereses del pueblo.

    Si tal es su intención, si Ud. aspira a cubrirse de gloria tan pura y tan bella, hágalo saber a la Nación del modo más digno de ella y de Ud. mismo: por medio de los hechos. Eríjase Ud. en defensor del pueblo y no permita que sus derechos electorales sean vulnerados, desde ahora que se inician movimientos locales, a fin de que se convenza de la sinceridad de sus intenciones, y confiado concurra a las urnas a depositar su voto para ejercitarse en el cumplimiento de sus obligaciones de ciudadano, y consciente de sus derechos y fuertemente organizado en partidos políticos, pueda salvar a la patria de los peligros con que la amenaza la prolongación del absolutismo.

    Con esta política asegurará para siempre el reinado de la paz y la felicidad de la Patria y Ud. se elevará a una altura inconcebible, a donde sólo le llegará el murmullo de admiración de sus conciudadanos.

    Don Pedro del Brasil, en un caso semejante al de Ud., no vaciló; prefirió abandonar el trono que a sus hijos correspondía por herencia, con tal de asegurar para siempre la felicidad de su pueblo, dejándole la libertad.

    Señor general: le ruego no ver en la presente carta y en el libro a que me refiero, sino la expresión leal y sincera de las ideas de un hombre que ante todo quiere el bien de la Patria y que cree que Ud. abriga los mismos sentimientos.

    Si me he tomado la libertad de dirigirle la presente, es porque me creo con el deber de delinearle a grandes rasgos las ideas que he expuesto en mi libro, y porque tengo la esperanza de obtener de Ud. alguna declaración, que, publicada y confirmada muy pronto por los hechos, haga comprender al pueblo mexicano que ya es tiempo de que haga uso de sus derechos cívicos y que al entrar por esa nueva vía, no debe ver en Ud. una amenaza, sino un protector; no debe considerarlo como el poco escrupuloso jefe de un partido, sino como el severo guardián de la ley, como a la grandiosa encarnación de la Patria.

    Una vez más me honro en suscribirme, su respetuoso amigo y seguro servidor.

    Francisco I. Madero [*]


    [*] Francisco I. Madero, La sucesión presidencial en 1910, pp. 370-375. Librería de la Viuda de Ch. Bouret, México, 1911.

    8Acta de la resolución tomada por la Convención Nacional del Círculo Nacional Porfirista, para que el Gral. Porfirio Díaz aceptara su candidatura para Presidente de la República, en el periodo de 1910 a 1916.

    CONVENCIÓN NACIONAL DEL CÍRCULO NACIONAL PORFIRISTA

    ACTA DE CANDIDATURA

    En la ciudad de México, a los diez y ocho días del mes de marzo de mil novecientos nueve, reunidos en Asamblea General en el Teatro Arbeu los Delegados suscritos, a virtud de la Convocatoria dirigida por la Junta Directiva del Círculo a las del mismo existentes en el Distrito Federal, Estados y Territorios de la República y a las demás agrupaciones políticas extrañas a él, que quisieron asociársele; tomando en consideración:

    Que con el afianzamiento de la paz bajo el amplio programa de gobierno del ciudadano general Porfirio Díaz, secundado por el pueblo en todas las esferas de la actividad nacional, ha entrado México en la senda del progreso, floreciendo nuestro comercio interior y exterior, aumentando nuestras rentas públicas, adquiriendo gran ensanche nuestra Minería, nuestra Agricultura, y nuestra Industria, desarrollándose ampliamente nuestras redes ferrocarrileras y telegráficas, transformándose nuestros puertos, mejorándose nuestros hospitales y asilos, perfeccionándose nuestra labor legislativa, mejorándose notablemente las condiciones de nuestro ejército, consolidándose y adquiriendo mayor importancia nuestras relaciones diplomáticas, difundiéndose por donde quiera la enseñanza pública gratuita, laica y obligatoria, y entrando, en general, en notorio adelanto todos los servicios públicos que indican civilización y progreso.

    Que el país está altamente satisfecho de la gestión administrativa de su actual Presidente.

    Que juzga conveniente para el mantenimiento y la consolidación de todos esos beneficios la continuación en el poder del mismo ilustre estadista:

    Y, finalmente, que la Constitución Política que nos rige, enumera entre las obligaciones del ciudadano mexicano, la de desempeñar los cargos públicos para que fuere designado por el voto popular:

    La Convención Nacional del Círculo Nacional Porfirista por acuerdo unánime adoptó la siguiente:

    RESOLUCIÓN

    Pídase al ciudadano general Porfirio Díaz acepte su candidatura para Presidente de la República Mexicana en el periodo de 1910 a 1916, apelando para ello a su patriotismo nunca desmentido. A ese efecto, los delegados que forman la Convención Nacional, se presentarán ante él entregándole un ejemplar de esta Acta firmada por dichos delegados.

    José de Landero y Cos, José López Portillo y Rojas, Luis Espinoza, Carlos F. Ayala, Jesús F. Uriarte, Sotero Ojeda, Francisco Ituarte, Luis Bejarano, Samuel Espinosa de los Monteros, Jesús Nito.

    Siguen los nombres de quinientas nueve personas que firmaron el Acta que original se entregó al ciudadano general Porfirio Díaz.[*]


    [*] Círculo Nacional Porfirista. Convención Nacional Porfirista. Documento Nº 9, pp. 47 y 48. La Helvetia. México, 1909.

    9Discurso pronunciado en el Salón de Embajadores del Palacio Nacional, por el señor José de Landero y Cos, al entregar al general Porfirio Díaz el acta de su candidatura para la Presidencia de la República.

    Señor Presidente:

    El Círculo Nacional Porfirista que aunque declarado Partido Nacionalista por la Convención de 1903, conserva su primitiva y simpática denominación, ha convocado a sus delegados a la segunda Convención Nacional Porfirista, y ella ha acordado presentaros el Acta de 18 de marzo, firmada por todos los Delegados, a que acabo de dar lectura.

    Al entregar el Acta, debemos expresaros los sentimientos y los deseos de la Convención que son la genuina expresión de los sentimientos y los deseos del pueblo mexicano, al que representa en sus diversas clases sociales.

    El pueblo mexicano siente una inmensa gratitud hacia vos que le habéis dado paz, trabajo y bienestar; y en su anhelo de no perder tan preciados dones, desea conservar en el poder al hombre a quien los debe.

    Por esa causa os suplica, por conducto de la Convención, que aceptéis vuestra postulación para Presidente de la República en el próximo periodo constitucional.

    Bien comprendemos todos los mexicanos la magnitud del sacrificio que pretendemos imponeros; bien comprendemos que vuestras arduas labores militares y gubernativas de tantos años, os dan pleno derecho al retiro y al reposo; pero conociendo vuestro acendrado civismo, nos atrevemos a rogaros que sigáis consagrándonos vuestros últimos años y sacrificando vuestro reposo en aras de la Patria.

    Al saludaros y felicitaros en este día de gloriosos recuerdos en vuestra carrera militar, nos complacemos en esperar que, accediendo a los deseos unánimes del pueblo mexicano, haréis que sea también este día de gloriosos recuerdos en vuestra carrera política.[*]


    [*] Círculo Nacional Porfirista. Convención Nacional Porfirista. Documento Nº 10, pp. 49 y 50. La Helvetia. México, 1909.

    10 Respuesta del general Porfirio Díaz, a los representantes de la Convención Nacional y del Partido Nacional Porfirista, por proclamarlo idóneo para ejercer el Supremo Poder Ejecutivo de la República, en un nuevo periodo constitucional.

    CONTESTACIÓN DEL CIUDADANO GENERAL PORFIRIO DÍAZ

    Señores representantes de la Convención Nacional:

    Señores representantes del Partido Nacional Porfirista:

    Al ofreceros mi cordial bienvenida, os doy gracias por el honor que me prodiga esta espléndida y solemne manifestación con que vuestra benevolencia me proclama idóneo para ejercer el Supremo Poder Ejecutivo de la República, en un nuevo periodo constitucional.

    Designado más de una vez por el voto de nuestros compatriotas para encargo tan honroso, he podido cumplir los deberes que impone, compensando con patriótica eficacia las deficiencias de mis modestas aptitudes. Pero percibo que voy aproximándome a una edad en que la decadencia se impone y como gasté mis mejores años en trabajos consumidores de energía, temo que en el transcurso de otro sexenio, un creciente cansancio pueda impedirme cumplir mis deberes, según mi costumbre, y según las exigencias también crecientes del desenvolvimiento nacional. Sin embargo, como todo lo que yo pueda o valga, pertenece a mi Patria y tiene por objeto su servicio, hecha esta observación que el deber me aconseja, no me considero autorizado para rehusar su soberano mandato, si me lo impusiera.[*]


    [*] Círculo Nacional Porfirista. Convención Nacional Porfirista. Documento Nº 11.

    11 Programa, trabajos, tendencias y aspiraciones del Partido Nacional Antirreeleccionista y la próxima

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