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MONARQUÍA Y ASAMBLEA POLÍTICA VISIGODA

III.- Asambleas políticas y eclesiásticas

A) El senado visigodo.
Entre los pueblos germánicos fue tradicional la existencia de una Asamblea General de
Súbditos, a través de la cual el pueblo intervenía en el gobierno del estado colaborando con
el rey en la legislación y en la administración de justicia.
Al llegar los godos a la península, dada la extensión del territorio, fue ya inviable la
reunión de todo el pueblo, por lo que la Asamblea se reduciría. Esto ha llevado a discutir si
las Asambleas germánicas subsistieron a la llegada a la península o si dejaron de reunirse.
Algunos autores piensan que la Asamblea General de Súbditos no tuvo continuidad
entre los visigodos.
Otros coinciden que en España siguió un consejo del rey al menos hasta el siglo VI.
Hay quien considera que, si bien en un principio desapareció, reaparecería al final del
Estado Visigodo.
No falta quien ve un cierto parecido entre las Asambleas y las reuniones del pueblo.

B) Los Concilios de Toledo.


Concilios de Toledo es el nombre que reciben los dieciocho concilios celebrados en
Toledo entre el 397 al 702. Ellos asistían al rey tanto en las materias de gobierno como en las
tareas legislativas. La Iglesia asumió un papel muy importante al dictar las normas éticas
por las cuales se ha de regir el poder político, además de ser destacable su participación en
la actividad legislativa.
Los Concilios de Toledo reunían a todos los obispos de España. Si bien en las primeras
reuniones se debatieron preferentemente temas religiosos, la cada vez más activa presencia
en la vida civil hizo que tras el Concilio VIII se diese entrada a los miembros del Aula Regia.
La importancia de los mismos fue desigual, según periodos, pero sobresalen el Concilio
IV, en el que sus teorías son llevadas a la práctica, además de sancionar el incumplimiento
del juramento prestado por los súbditos del rey; y el Concilio VIII, en el que el rey
Recesvinto solicita y obtiene una atenuación de la pena de los conspiradores contra el
sistema, devolviéndole muchos bienes confiscados ante la penosa situación económica.
Los reyes convocaban las reuniones cuando lo estimaban oportuno. Para cada
celebración de los Concilio se daba un ceremonial.
El monarca no asistía a las deliberaciones para evitar así coacciones a los presentes. Los
acuerdos que salían de las reuniones recibían el nombre de “Decretos Conciliadores” y eran
promulgados y firmados por todos los asistentes. La violación de uno de estos Decretos
Conciliadores suponía la excarcelación y la confiscación de los bienes o sufrir la pena de
azotes.
En relación a su naturaleza existen dos corrientes distintas:
- Sánchez-Albornoz considera que su carácter era eclesiástico, ya que las
asambleas eran religiosas y en ellas ni se legisló ni se juzgó.
- D’abadal sostiene lo contrario. Que en ellos se daba una doble naturaleza,
política y eclesiástica, a partir del Concilio IV. Mantenía que eran tanto
asambleas legislativas como órganos de control político.

En los concilios se trataba principalmente de asuntos doctrinales religiosos y pautas de


comportamiento eclesiástico, aunque también otros de naturaleza diversa como las condiciones
necesarias para la elección del monarca, o la forma en que debía llevarse a cabo y velaron por el
cumplimiento del juramento del rey. También supervisaron la legitimidad de los
levantamientos otorgando su refrendo moral a quienes por la fuerza habían alcanzado el poder,
aseguraron las garantías judiciales de magnates y eclesiásticos. Resumiendo, establecieron las
pautas a las que debía ajustarse la marcha del Estado y la conducta de los monarcas.

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