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EL ESTADO DEL ARTE DE LA SEGURIDAD URBANA.

[1]

Lucía Nieto Huertas

INTRODUCCIÓN

I. LA ACTIVIDAD CRIMINAL. Manifestación de múltiples factores.

II. CIUDAD, VIOLENCIA Y SEGURIDAD. Referentes para la discusión.

III. ENFOQUES ACTUALES DE INTERVENCIÓN EN SEGURIDAD URBANA.


De la “multifactorialidad” explicativa del fenómeno desencadenante de
inseguridad urbana a la necesaria “multisectorialidad” en la intervención
pública.

IV. LECCIONES DE EXPERIENCIAS PREVIAS. Una mirada crítica a


estrategias de Seguridad Urbana implementadas en ciudades de Estados
Unidos.

V. EL TERRORISMO URBANO. Nuevos retos a la seguridad urbana.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Sitios Internet

BIBLIOGRAFÍA AMPLIADA

NOTAS

INTRODUCCIÓN

La condición para que una ciudad tenga legitimidad es que sus habitantes se
sientan bien, seguros y felices. La muerte de una ciudad pasa invariablemente
por su abandono progresivo y su deserción. Y las responsables de esa huida son
la criminalidad, la violencia y la inseguridad (Bruneau, 1998).

La seguridad de las personas y en especial, la percepción que se tiene por parte


de los ciudadanos, es uno de los factores principales del mayor o menor grado de
satisfacción, credibilidad y/o adhesión al Estado. Cuando la ciudadanía percibe su
ausencia o insuficiencia, la realidad y el entorno social cotidianos se viven como
una amenaza; el temor y el miedo se convierten en elementos de aislamiento y
desolidarización y la noción y la práctica de lo comunitario se pierde.
La percepción cristaliza el conjunto de miedos de la población y deriva de una
impresión de abandono, de impotencia y de incomprensión frente a crímenes
impactantes o frente a la multiplicación de pequeños actos de delincuencia o de
vandalismo. Esta percepción en razón de su carácter emocional conlleva a una
amplificación de los hechos, a campañas de rumores confundidas con
informaciones y a conflictos sociales. Y conduce a un clima que pone en tela de
juicio los fundamentos democráticos (Vanderschueren, 200_). La
percepción/sensación de inseguridad de la ciudadanía es tan importante como el
nivel de criminalidad, en efecto, una persona modifica su comportamiento y
hábitos según su percepción sobre el riesgo de ser victimizado. Una sociedad
presa del miedo es incapaz de vivir en libertad, dado que se pierde el espacio
público donde esa libertad debe ejercerse y todo extraño es considerado un
sospechoso.

Actualmente las aproximaciones teóricas a la delincuencia, la violencia y la


criminalidad pretenden ir más allá de las visiones tradicionales en las que las
diversas alternativas de abordaje de la problemática estaban orientadas según un
diagnóstico de las "causas", elementos que poco a poco en la medida en que han
sido sometidos a investigaciones más rigurosas e incluso por el propio carácter de
las manifestaciones delictivas actuales se han ido desvirtuando. Diversos autores
sea desde la perspectiva de la criminalidad, la seguridad o de las decisiones de
política pública como campos teóricos, se refieren a la necesidad de analizar más
que las causas, los factores que pueden favorecer o no la aparición de un hecho
delictivo, pretendiendo superar la visión positivista del problema.

Así entonces se busca identificar factores "predisponentes" que tienen que ver
con carencias vitales, educativas, alimenticias y habitacionales considerando en
éstas últimas no solo los aspectos de la vivienda sino también lo referido al
espacio público. Este es un panorama a la vez complejo y rico, que va más allá
de las causas eficientes o determinantes a modo de única causa y, adopta la
forma de una serie de circunstancias que al estar presentes o no en un
determinado momento, favorecen la aparición de conductas delictivas.

La presente revisión aborda las discusiones más actuales en el tema de la


Seguridad Urbana como problema público y se vale para su elaboración de la
revisión de documentos de política pública y de los desarrollos alcanzados en el
tema por diversos autores y expertos de cuyos escritos se extraen apartes de
acuerdo con el aspecto específico que se esté tratando.

De manera introductoria a la discusión se señalan los factores asociados con la


actividad criminal, una vez identificada la problemática, se da paso a la revisión
de los conceptos, revisión que da cuenta de la forma en que actualmente se está
comprendiendo y analizando la criminalidad en las ciudades, análisis y reflexiones
que se construyen desde la mirada que se hace a la difícil situación por la que
están atravesando muchas ciudades latinoamericanas en este sentido. La
problemática desborda las capacidades de acción de las autoridades y obliga a la
exploración de alternativas novedosas y a la identificación de experiencias de
diversas ciudades que han logrado introducir formas alternativas de gestión de la
seguridad urbana, y es precisamente desde esas experiencias que se extraen los
modelos que se presentan en la sección que aborda los enfoques actuales de
intervención.

Pero intervenir en este campo siempre tiene costos y las experiencias no pueden
“transportarse” sin sopesar efectos positivos y negativos, riesgos y beneficios,
condiciones y alternativas, es por eso que se dedican unas líneas a una mirada
crítica que invita al lector a no dejar de considerar las lecciones aprendidas de
experiencias aplicadas.

Un escrito que presente las discusiones actuales sobre seguridad urbana no


puede cerrarse sin mencionar una situación que cada día afecta a los habitantes
de las ciudades con mayor frecuencia y contundencia, se trata del terrorismo
urbano, lo aquí expuesto dado el carácter del presente escrito es solo un
abrebocas que no pretende simplificar un problema de tan grandes magnitudes y
efectos, agotar la temática, y mucho menos, presentar la “fórmula mágica” para
su abordaje. [^ SUBIR]

I. LA ACTIVIDAD CRIMINAL. Manifestación de múltiples factores [2].

Nadie debiera arrogarse la verdad teórica en materia de criminalidad: el delito es


un fenómeno complejo, variante y policausal. Las variables asociadas con la
evolución de la actividad criminal pueden agruparse en factores, según su
naturaleza y modo de operar sobre el nivel del delito, como se expone a
continuación:

1. Factor socioeconómico: los incentivos. La literatura ha comprobado que


los ciclos económicos, el desempleo en grupos vulnerables (hombres jóvenes de
nivel socioeconómico bajo y -fundamentalmente- la desigualdad social son
variables fuertemente asociadas a aumentos o disminuciones en el nivel
agregado de delito. Estas variables obran como incentivos o desincentivos de la
actividad criminal. Contrariamente a la creencia difusa, la pobreza no constituye
una causa directa de la delincuencia.

2. Factor demográfico y socio cultural. Dentro de este factor se ubican


variables que operan como incentivos –grado de urbanización y cantidad de
hombres jóvenes. Y variables que obran como barreras de ingreso a la actividad
criminal: familia, escuela y comunidad. En efecto, dado que el crimen es un
fenómeno típicamente urbano, incrementos bruscos de urbanización y
migraciones internas se encuentran fuertemente asociados con incrementos en
las tasas de delitos. Las situaciones de exclusión social debidas a la cesantía o a
la marginalización prolongada, al abandono escolar o al analfabetismo y a las
modificaciones estructurales de la familia, parecen ser factores que se
encuentran frecuentemente entre las causas sociales de la delincuencia. Aunque
ninguno de estos factores constituye por sí solo una explicación satisfactoria.

Distintos estudios sobre el perfil del victimario han llegado a la misma conclusión:
el delito es una actividad que involucra mayoritariamente a hombres jóvenes,
quienes constituyen el principal grupo de riesgo o vulnerable. Es por ello que
incrementos en l a proporción de hombres jóvenes sobre el total de la población
coinciden con periodos en donde se observa un incremento en la tasa de delitos.
Así mismo, dado que la familia constituye el primer ámbito de socialización de un
individuo, donde se forjan hábitos y se internalizan valores a lo largo de los años
más importantes para la inserción social del individuo, diferentes estudios han
marcado la estrecha relación entre el incremento de la delincuencia –juvenil,
principalmente- y la desintegración de la familia –medida Vg. por el porcentaje
de hogares monoparentales-.

En el mismo sentido, la educación formal es uno de los pilares para la prevención


de la criminalidad pues es otra de las instituciones básicas de socialización. En
función de ello, periodos en donde se observa un deterioro marcado de la
educación son periodos donde se produce un incremento en la delincuencia
juvenil. Finalmente, el tipo de urbanización y los valores y normas compartidas
por la sociedad también inciden en la criminalidad.

3. Factor institucional: los riesgos y los costos. El Estado interviene sobre la


sociedad (sistema de seguridad) en orden a proteger la vida, libertad y propiedad
de su población y garantizar el orden público. Al intervenir, desde la perspectiva
de la economía del crimen, está imponiendo riesgos y costos al accionar criminal.
En efecto, un individuo incentivado a cometer delitos (factor socioeconómico y
demográfico), y sobre el que existan frágiles barreras de ingreso a la actividad
criminal (factor socio-cultural) para operar deberá sortear los riesgos (policía) y
costos (justicia y cárcel) que impone el Estado al proteger los derechos de los
ciudadanos. Es evidente la responsabilidad institucional dada la inadecuación del
sistema de justicia penal (policía, justicia y cárceles) a la delincuencia urbana y a
su crecimiento.

4. Factores que se refieren al entorno urbano y físico. Entre las causas


ligadas al entorno, señalamos la urbanización incontrolada, la carencia de
servicios urbanos, la ausencia del concepto de seguridad en las políticas urbanas,
el surgimiento masivo de espacios semi-públicos (mall, estaciones, etc.), la
promiscuidad y la ilegalidad de barrios trasformados en zonas bajo el control de
pequeñas mafias locales. Finalmente la libertad de portar armas o el tráfico de
armas ligeras que surge como consecuencia de guerras civiles o de conflictos en
países limítrofes acrecientan los niveles y la gravedad de la delincuencia.

El crecimiento de la delincuencia urbana en muchas de las grandes ciudades del


mundo durante los últimos 20 años ha llegado a constituir un problema serio. En
los países del Norte, en los centros urbanos de más de 100.000 habitantes la
criminalidad, en particular la pequeña delincuencia, ha crecido en entre el 3 y el
5% anual durante los años 70 a 90. A partir de los años 90, debido a políticas de
prevención y de refuerzo de aplicación de la ley, la tasa de criminalidad urbana
ha empezado a estabilizarse con excepción de la criminalidad de los jóvenes (12-
25 años) y en particular la de los menores (12-18 años). Esta criminalidad se ha
vuelto siempre más violenta y la edad de ingreso en la actividad delictual ha
disminuido de 15 a 12 años.

En los países del Sur, a partir de los años 80, la criminalidad común ha crecido y
tiende a aumentar hoy en día, mientras, la violencia de los jóvenes crece de
manera exponencial. Fenómenos como los niños de la calle, el abandono escolar
y el analfabetismo, la exclusión social masiva, el impacto de las guerras civiles y
el comercio ilegal de armas ligeras han acentuado este proceso.

Este aumento de la criminalidad se desarrolla en un contexto caracterizado por


una parte por el crecimiento del tráfico y del abuso de drogas. Por otra parte
coexiste con la globalización de la criminalidad organizada que contribuye a
inestabilizar regímenes políticos, a incrementar los efectos de crisis económicas,
como en Asia o en México en la década de los 90, y que incorpora algunos
jóvenes delincuentes como mano de obra poco costosa. [^ SUBIR]

II. CIUDAD, VIOLENCIA Y SEGURIDAD. Referentes para la discusión.

Para entender el problema de la seguridad urbana se hace necesario comprender


el espacio en el cual la mayor parte de las personas desarrollan sus actividades
sociales, laborales, de esparcimiento, en general, el lugar donde los hombres
viven su cotidianeidad. El historiador L.W Mumford nos muestra una acertada
visión de la ciudad vinculada al tema de seguridad, planteando que la ciudad
surge como un refugio, respecto de la inseguridad que representa lo externo
"extramuros" simbolizado como un "otro" hostil; la ciudad es entonces el
escenario en el cual se despliega el orden, la norma, en virtud de las cuales los
individuos se amparan para desarrollar sus potencialidades.

En el caso de América Latina, desde principios de siglo se produce una explosión


urbana proceso en el cual se destruyen antiguas y tradicionales formas de
asentamiento junto con la pérdida de las formas de relación e interacción de los
migrantes (desplazados), quienes deben adaptarse a un estilo de vida nuevo y
que en muchos casos resulta claramente hostil. Así, nuevas redes urbanas se
gestaron rebasando los antiguos límites administrativos, creando "regiones
metropolitanas" que absorbieron a los municipios o ciudades vecinos, esto
aceleró la disolución de los modelos básicos o tradicionales. Frente al dilema que
hoy viven las ciudades en Latinoamérica, entre el desarrollo y la pobreza, entre la
modernidad y la tradición, ha ganado terreno la inseguridad de la vida urbana.
Nuestras ciudades han perdido homogeneidad. La desintegración se aprecia en
grupos de población no integrada e inmovilizada en barrios y atrincheramientos,
fenómeno que partió siendo un patrón de conducta de los sectores acomodados y
que hoy se encuentra altamente difundido por todo el estilo de vida urbano [3].

La segregación, tanto social como espacial, la heterogeneidad y la compleja red


de interrelaciones son atributos de la ciudad que imprimen un ritmo de vida
acelerado al hombre urbano; condición que lo hace desconocer, o más bien, no
apreciar a cabalidad el mundo que le rodea estigmatizando infundadamente
personas, territorios y actitudes que le son ajenas y a las cuales les otorga un
sesgo intimidatorio contra sus patrones egocéntricos. En ese marco, la valoración
del otro como un enemigo facilita la respuesta violenta como una forma legítima
de autodefensa. La ciudad que nos alberga se ha desdibujado en un sinnúmero
de rincones y trincheras de determinadas clases sociales que se encastillan en
espacios territoriales defendibles.

Las consecuencias de la inseguridad urbana pueden agruparse básicamente,


como se propone en el “Documento de Referencia” del Programa Ciudades más
Seguras [4], de la siguiente manera:

- Percepción de inseguridad generalizada con el consecuente abandono y


deterioro de los barrios, que conduce a la “arquitectura del miedo”, a la
estigmatización de barrios y al retraimiento de las inversiones en ciudades
consideradas “peligrosas”, pero también más positivamente al surgimiento de
nuevas practicas urbanas de protección comunitaria.

- Impacto de la inseguridad en los sectores pobres. Si bien todos los grupos


sociales se ven afectados por la inseguridad, las investigaciones muestran que la
violencia urbana daña mayormente a los sectores pobres porque tienen pocos
medios para defenderse de ella, y sobre todo porque la inseguridad quiebra su
capital social e impide su movilidad en particular la de los jóvenes.

- Aumento de los costos de la seguridad.

- Desarrollo masivo de las empresas privadas de seguridad.


- La generación de nuevos enfoques en la estructuración de las políticas de
seguridad ciudadana que se mueven de la represión a la prevención. En la
tendencia que privilegia la prevención, sin dejar de desarrollar acciones
represivas, han emergido dos enfoques. El primero centraliza la lucha contra la
seguridad y hace de los policías los principales actores en esta materia. La
segunda, tiende a descentralizar esta lucha delegando esta función sea a las
autoridades locales o a instituciones de la sociedad civil. Hay que añadir que en
ambos enfoques, las acciones de prevención van acompañadas de reformas de la
policía.

Como refiere Rosa del Olmo [5], estamos ante una de las manifestaciones más
importantes del deterioro de la calidad de vida de los habitantes de las ciudades
contemporáneas. La citada autora realiza en su escrito una interesante
aproximación tanto a la violencia urbana como a la inseguridad ciudadana. Con
referencia a lo que se entiende por “violencia urbana” parte de considerar que si
bien se ha intentado demostrar el inmenso abanico de posibles definiciones y
significaciones del término, lo cierto es que en el momento actual la violencia se
asocia casi exclusivamente con el fenómeno de la criminalidad en su dimensión
individual. Así es frecuente que se defina de la manera siguiente: "El uso o
amenaza de uso de la fuerza física con la intención de afectar el patrimonio,
lesionar o matar a otro o a uno mismo" (Briceño-León, 1997). Pero además es
común que se ubique en un escenario urbano. En el caso de América Latina, esta
precisión es muy pertinente ya que una de las características ha sido la
urbanización acelerada, dando lugar a que la mayor parte de la población se
concentre en las ciudades (De Roux).

Aun cuando un análisis más exhaustivo llevaría a constatar su presencia en una


serie de sucesos que van más allá de esta dimensión individual, el incremento
vertiginoso, a partir de la década de los 80, en las principales ciudades de
América Latina, de la relación violencia/criminalidad y especialmente la
criminalidad violenta, ha llevado a que adquiera prioridad este aspecto.

Todo lo dicho explica que sea común hoy en día la referencia a la llamada
violencia urbana, a pesar de ser también un tema nada sencillo de precisar, salvo
que se desarrolla dentro del marco de la ciudad. Más allá de los índices de
homicidios destacados por la OPS, una serie de especialistas han señalado la
velocidad sin precedentes con que vienen extendiéndose en el ámbito urbano las
violencias de carácter social y delincuencial (De Roux; Carrión; Camacho
Guizado/Guzmán Barney, 1990), especialmente a partir de la década de los 80. A
su vez, su crecimiento y transformación ha hecho de este fenómeno uno de los
más actuales e importantes de la ciudad contemporánea, convirtiéndose en el
principal problema y en la primera causa de muerte. No hay que olvidar que las
ciudades son escenarios de relaciones múltiples y variadas donde los conflictos
inherentes a la vida social pueden expresarse en forma abierta e incluso
convertirse en actos de violencia cuando no se logran resolver pacíficamente (De
Roux).

El término "seguridad" tiene un sinnúmero de acepciones en la vida cotidiana de


las personas, también lo tiene en ámbitos académicos, políticos, gremiales y
empresariales. Sin duda que es un término muy laxo pero que cuando se le
adosa un "apellido" tiende a clarificarse aunque no del todo. Así entonces, se
asume que el concepto de seguridad puede ser definido como el conjunto de
condiciones en las que el riesgo ha sido reducido al mínimo nivel tolerable.
Aplicado al Estado, la seguridad del Estado hace referencia al conjunto de
condiciones y factores en que la situación política, económica, social e
institucional de un país se encuentran en el mínimo nivel de riesgo posible. Y
aplicado al ciudadano, la seguridad hace referencia al conjunto de condiciones y
factores en el que el ejercicio de los derechos y las libertades ciudadanas se
encuentran en el mínimo nivel de riesgo posible.

El interés aquí es poder centrar la atención en la composición conceptual


denominada "seguridad urbana", para lo cual es necesario rescatar el sentido
básico de la seguridad como una condición humana y también el sentido de
desenvolverse en un ambiente determinado, la ciudad. Cabe resaltar que esto
además implica tomar las distintas acepciones de "seguridad ciudadana",
concepto que aparece como más amplio y que considera en su seno al primero.

En este sentido el escrito de Del Olmo realiza un aporte interesante, la autora nos
menciona como en estrecha relación con la preocupación por la violencia urbana,
y de manera particular con la criminalidad violenta, se observa en los años 90 el
surgimiento del debate sobre la (in)seguridad de los habitantes de las ciudades
de América Latina. La palabra "seguridad" en sí misma es problemática por las
diversas interpretaciones que se han hecho de ella, más aun cuando se le han
añadido los más diversos adjetivos como por ejemplo "personal", "individual",
"pública", "urbana", "ciudadana", "humana", etc., sin olvidar la importancia que
tuvo en los años 80 la llamada "seguridad nacional" y en la actualidad la
vinculación de la seguridad ciudadana con la democracia como forma de gobierno
(González Placencia; Comisión Andina de Juristas, 1999; Del Granado; Bernales
Ballesteros; etc.).

Todo parece indicar que la tendencia predominante es la aceptación del término


(in)seguridad ciudadana, a pesar de ser poco comprendido y tener en América
Latina un origen diferente al de los países desarrollados, siendo su objeto central
reducir los niveles anteriores de arbitrariedad de parte de las fuerzas de
seguridad para evitar que se conviertan en una amenaza a las recién nacidas
democracias (Bernales Ballesteros).

El seguridad ciudadana se refiere a la tranquilidad o confianza que indica que “no


hay peligro que temer”, es ante todo un derecho al que le corresponde un deber,
la seguridad material constituye uno de los pilares sobre los cuales se asientan
las relaciones entre los gobernantes y los gobernados y se constituye en uno de
los aspectos fundamentales como fuente de legitimidad de un sistema político.
Esta aproximación a la seguridad referida al ciudadano hace que además de
atender las amenazas externas reconocidas contra la integridad del ciudadano y
la sociedad, se establezcan formas institucionales de aproximación a la estructura
de las relaciones sociales. Abordar así la cuestión de la seguridad ciudadana tiene
un gran sentido democrático, lo que significa que se persigue el objetivo de lograr
el necesario punto de equilibrio entre la libertad y la seguridad. En otras
palabras, lograr que la acción de las agencias oficiales del sistema de control
policial-penal se desarrolle alcanzando los grados de eficacia que la ciudadanía
reclama, pero a partir del fortalecimiento del Estado de derecho [6] (Nieto
Huertas, 1997).

Retomando el escrito de Del Olmo, la autora señala el hecho de las numerosas


ocasiones en que se ha planteado lo difícil que es definir la seguridad ciudadana
por las diversas connotaciones objetivas y subjetivas que encierra, no obstante la
que se admite de manera más general es la definición presentada por Delgado
Aguado y Guardia Maduell: "la protección del normal funcionamiento de las
instituciones democráticas, la defensa del ciudadano ante la criminalidad en cada
una de sus facetas y tipologías, la defensa de los ciudadanos ante la corrupción y
otras formas de actuaciones asociales que puedan impedir o dificultar el normal
desarrollo y disfrute de los derechos fundamentales de la persona". Implícito en
esta definición está el derecho que tiene todo ciudadano a obtener y a exigir del
Estado las garantías de una convivencia pacífica. A su vez, estos autores
coinciden con una serie de especialistas cuando expresan que la seguridad
ciudadana está actualmente sometida a una doble dimensión, que opera en la
realidad como valores integrados. Por una parte la dimensión objetiva que
contempla los hechos de violencia conocidos (ya que existe también la cifra
negra) y la dimensión subjetiva, expresada en las vivencias y sentimientos
personales. Esta última tiene un peso muy importante en la configuración del
fenómeno de la percepción de la seguridad ciudadana y de su representación
social.

No se pretende analizar a fondo la dimensión subjetiva de la inseguridad


ciudadana, porque se trata de un tema demasiado complejo, pero es importante
destacar la construcción imaginaria de carácter mitológico que la población hace
de su vivencia respecto al estado de seguridad, y como depende más del campo
de sus experiencias personales, directas o indirectas que pueden tener en torno
de una posible victimización, que de la realidad de un entorno concreto. De ahí
que el miedo, o la sensación de inseguridad, puede ser concreto, pero
normalmente es confuso, profuso y difuso ya que afecta al nivel de las
emociones. Por otra parte, en los últimos años se ha generado una conciencia
colectiva de inseguridad creando una auténtica construcción social de que la vida
cotidiana está llena de riesgos. De esta manera, tal como señala Adorno: En un
espacio de 30 años hemos transitado de una crónica del delito como excepción a
una crónica del delito como cotidianidad... las imágenes de pureza son
sustituidas por las de peligro permanente e inminente.

Así las cosas, se explica que uno de los problemas más sentidos por la población
sea el de la inseguridad y concretamente el del miedo a la delincuencia, tal como
lo revelan las encuestas de opinión que se realizan periódicamente en diversas
ciudades. Esta percepción se ha convertido en un problema en sí mismo no solo
por la posibilidad de constituirse en un fuerte obstáculo para la convivencia
pacífica y la solidaridad ciudadana, sino por su capacidad de generar una espiral
de violencia, ya que el temor hace que la población pida mayor represión y
justifique los excesos e ignore la importancia del respeto a los derechos humanos
y a la gobernabilidad democrática. En otras palabras, la construcción del peligro
social inminente puede ser utilizada por gobiernos autoritarios para justificar, en
determinados momentos, mayores restricciones a los derechos individuales de los
habitantes de las ciudades.

A todo este cuadro se añade el papel que pueden jugar las fuentes de
información en la construcción de la dimensión subjetiva de la inseguridad
ciudadana. Existe por una parte la más directa como es la experiencia personal, y
por lo tanto la más marcada por el fenómeno de la subjetividad. A su vez el
relato y los comentarios de terceras personas pueden dar lugar al fenómeno del
rumor con sus consecuencias negativas en la opinión pública por la falta de
precisión en la información. Pero la fuente de máximo alcance la constituyen los
medios de comunicación, cuya responsabilidad es capital en la creación del
pánico urbano y en el incremento de los miedos e inseguridades presentes en el
imaginario colectivo. En este sentido, el concepto de "alarma social" llega a guiar
las decisiones que en un momento determinado pueda tomar un Estado en
materia de política criminal, por lo cual se ha llegado a incorporar a los medios de
comunicación como parte integrante del sistema penal contemporáneo (Issa El
Khoury, 1998).
[^ SUBIR]

III. ENFOQUES ACTUALES DE INTERVENCIÓN EN SEGURIDAD URBANA.


De la “multifactorialidad” explicativa del fenómeno desencadenante de
inseguridad urbana a la necesaria “multisectorialidad” en la intervención
pública.

El nivel del delito de una sociedad se explica por la concurrencia e interacción de


una serie de factores (socioeconómico, demográfico y sociocultural, institucional
y/o del entorno urbano y físico) que promueven o disuaden la actividad criminal.
El problema que se presenta a la política de seguridad urbana es, entonces,
determinar la manera en que se debe intervenir sobre los factores que operan
sobre la actividad criminal, en orden a reducir el nivel agregado de delitos.

Bajo los principios de la democracia la lucha contra la criminalidad y sus causas


se basa en la aplicación de la ley para todos, la solidaridad y la prevención dando
cuenta de la multidimensionalidad de los fenómenos urbanos, que por reunir
factores sociales, institucionales y físico-espaciales tornan especialmente difícil su
tratamiento y comprensión.

A continuación se presentan los modelos de intervención que, en la actualidad y a


escala mundial, marcan las pautas para el diseño de estrategias de aproximación
a la problemática de la seguridad urbana.

III. 1. Las medidas represivas. Estrategia “deseada” por los ciudadanos dada la
inmediatez de sus acciones y lo concreto de sus resultados.

La tendencia que privilegia la represión tiene la ventaja de tener efectos


inmediatos que satisfacen la demanda de la opinión pública y las necesidades de
eficiencia de autoridades políticas. En efecto, los electores piden más efectivos
policiales, más represión y creen ingenuamente que el crecimiento de la
población carcelaria constituye una neutralización de los delincuentes. Ejemplos
de las tentativas de los gobiernos por reforzar la seguridad a través del uso de la
sola represión los vemos en estrategias como el aumento de los efectivos
policiales, el aumento de las penas de prisión, la aplicación de teorías represivas
como aquella de la “tolerancia cero [7]”, la policía de proximidad o policía
comunitaria [8], el toque de queda para menores o la disminución de la edad de
responsabilidad penal para los jóvenes.

Es innegable la tendencia creciente de contenidos represivos en las políticas de


seguridad urbana, tendencia que conlleva una serie de medidas en el control
policial y sobre todo legal y judicial que están significando un recorte de algunos
principios básicos del Estado de Derecho y que se justifican con la pretensión de
“tranquilizar” a la opinión pública.

En términos generales los contenidos represivos de una política de seguridad


urbana consideran acciones que comprometen la policía, la justicia y el servicio
penitenciario y que buscan efectos disuasorios. El camino recorrido ha tenido sus
beneficios, pero también sus costos e insuficiencias como lo demuestran las
cifras. Las políticas represivas han estado construidas sobre mitos equivocados:
que el incremento de penas disuade; que a mayor número de detenidos baja la
criminalidad y que la detención por sospecha era un arma de control social. Todos
estos mitos han caído, como lo indican las mismas estadísticas. Además se sabe
que a largo plazo el costo de una política exclusiva de represión es mucho más
alto que el de prevención y que los efectos de la represión son eminentemente de
corto plazo.

En resumen, no se puede desconocer ni dejar de mencionar la necesidad de este


tipo de acciones, ni las novedosas intervenciones que desde el sector público
invitan a “unir” a la policía con los ciudadanos, en un intento por “democratizar”
las funciones represivas del Estado. Lo que es importante en las discusiones
contemporáneas en este sentido, es el cuestionamiento que se hace a estas
intervenciones como acciones únicas para el abordaje de la problemática de la
inseguridad urbana. Por lo mismo, se asume que la única manera de dar una
respuesta adecuada ante el problema de la delincuencia urbana es establecer
políticas integrales con acciones represivas y preventivas.

A pesar de que esta tendencia que combina prevención y represión se enfrenta a


mayores dificultades. La primera es la resistencia de los gobiernos a investir en
esta materia. Otro obstáculo mayor deriva del cuadro institucional que no
permite implementar al nivel de la ciudad acciones preventivas que vayan más
allá de una acción de ONG. No pocas ciudades que han iniciado políticas de
prevención se ven enfrentadas a la carencia de medios legales y financieros para
hacerlo. Hay que añadir que en ambos enfoques, las acciones de prevención van
acompañadas de reformas de la policía.

Es pertinente en este espacio dedicar unas líneas a esbozar el nuevo modelo de


actuación policial basado en las tres “P”, de “Partnership”, “Problem Solving” y
“Prevention”:

- “Partnership” (asociación) Se basa en la idea de que la policía es más efectiva


cuando trabaja en asociación con la comunidad y cuando ella es parte de la
comunidad. La policía es más efectiva cuando responde a las necesidades de los
ciudadanos y cuando trabaja con ellos en la determinación de las prioridades.

- “Problem Solving” (resolución de conflictos) Se considera que la policía debe


trabajar sobre “problemas”, y no esperando las llamadas de emergencia, las
cuales se refieren normalmente a incidentes individuales o violencia doméstica.
Se tiene que resolver los problemas generados por las llamadas y los que surgen
de la calle.

- “Prevention” (prevención) La asociación con la comunidad y la resolución de


problemas son importantes, pero cuando el propósito es el de la prevención, no-
solo hay que prevenir el crimen sino también prevenir las víctimas. [^ SUBIR]

III. 2. El enfoque socio-espacial de la Seguridad Urbana. Identificación y manejo


de los factores del entorno.

En general las aproximaciones a la seguridad urbana se han hecho considerando


la ciudad como un escenario global de prevalencia del delito, tendiendo a olvidar
que la delincuencia ocurre en espacios urbanos específicos donde las personas
desarrollan su vida cotidiana. Desde principios de siglo, diversos enfoques se han
abocado al estudio de patologías en la ciudad, tales como la delincuencia, las
perturbaciones mentales y morales, el alcoholismo, la drogadicción y la
marginalidad, entre muchos otros, concibiendo a la ciudad como un receptáculo
dentro del cual están contenidos los fenómenos sociales, prescindiéndose de la
dimensión espacial.
En general, estos enfoques han dado lugar a estudios sectoriales que se
desentienden de la lógica general de la ciudad, concibiendo el fenómeno urbano
como resultado de la agregación de decisiones individuales, que frecuentemente
operan con un tiempo formal, elaborándose análisis ahistóricos que no rescatan
la racionalidad y particularismo de las situaciones concretas (CEPAL, 1989).

La aproximación arquitectónica, especialmente la referida a problemas de


seguridad residencial, se ha organizado en torno al supuesto explícito o implícito
que el reordenamiento de las formas espaciales modifica el comportamiento y las
estructuras sociales. Durante las últimas décadas, esta posición parece haberse
reforzado por evaluaciones pesimistas y, en algunos casos fatídicas, sobre el
desarrollo urbano, presentando a las ciudades modernas como desordenadas,
caóticas, irracionales y peligrosas, con lo cual ha sido lógico postular su
modificación en base a pautas normativas. Muchas de estas ideas se basan en
concepciones utópicas de la ciudad alentadas por un "deber ser", que en la
práctica han generado tantos problemas como los que pretendía solucionar.

La sucesiva aplicación, en las ciudades latinoamericanas, de modelos de diseño


técnico y diáfano procedentes de “mentes expertas”, han visto sobrepasada su
lógica por fenómenos sociales como el delito, que se manifiestan de maneras
muy diversas e inesperadas, ocasionando consecuencias muchas veces agravadas
por las características de los modelos arquitectónicos implementados.

Uno de los enfoques arquitectónicos [9] considerados clásicos en la actualidad,


pese a haber sido formulado hacia principios de la década de los sesenta, está
representado por las ideas de Chermayeff y Alexander. Estos autores intentaron
ofrecer una respuesta a la crisis terminal que, según ellos, estaba viviendo la
ciudad moderna, debido al desarrollo de la cultura de masas y a la erosión del
hábitat humano, construido de manera desenfrenada al ritmo incontenible del
crecimiento demográfico mundial, provocando una situación evaluada como de
desorientación, confusión, terror y anarquía.

Ante este desolador panorama, Chermayeff y Alexander se adscriben a la tesis de


la “Planificación global”. Su modelo arranca de la convicción de que "si se
reconocen las características deficitarias que posee nuestro actual entorno físico,
las tareas de diseño podrían avanzar por un camino más seguro, y posteriores
deterioros del hábitat humano podrían ser evitados" (Chermayeff y Alexander,
1963). Estas tesis se orientan a lograr la eficacia en el control de los espacios,
sustentando la hipótesis de que cuanto más pequeño es el dominio territorial,
más fácil resulta controlar. Surgen, por tanto, como mecanismos eficientes para
este fin, la construcción de barreras y esclusas en diferentes niveles de
privacidad y escalas de jerarquía urbana. De esta forma se articularían dominios
distintos, permitiendo el transito sin romper con las gradientes de privacidad
propias de la vida intima y comunitaria.

Un enfoque que contrasta con los esquemas de Chermayeff y Alexander, quienes


abogaban por un cuidadoso proceso de ordenamiento jerarquizado del espacio
urbano, es el de Jacobs. Su modelo, que se inscribe dentro de las perspectivas de
la "Planificación Crítica" y como reacción a la crisis de la ciudad moderna, postula
una vuelta a la revitalización de la calle por sobre los grandes espacios públicos,
tan propios de los planteamientos modernistas como los de Le Corbusier y sus
seguidores. Según Jacobs, la actividad de la calle no puede ser normada, por
cuanto las personas la inventan a través de la interacción social. De allí que los
espacios de la ciudad deban tener una escala humana, pues constituyen el
entorno de aprendizaje y socialización infantil, permitir la vigilancia de los niños
por sus padres, facilitar la generación de la vecindad y promover la emergencia
de sentimientos de comunidad. En consecuencia, recomienda la construcción de
mallas urbanas apretadas con alta densidad de ocupación, espacios públicos de
uso múltiple y calles con alto flujo peatonal, que reemplacen las barreras físicas
por un control social natural, mediante la conformación de redes vecinales
informales (Jacobs, 1961).

Sin desconocer la existencia de una amplia gama de otros enfoques teóricos


propios del urbanismo, las antes expuestas reflejan dos posiciones, que han
provocado importantes consecuencias, en la producción del espacio urbano en
muchas ciudades contemporáneas que, a juzgar por los efectos observados
durante los últimos veinte anos, no han demostrado ser eficientes para superar
diversos problemas, entre los que se incluye el de la inseguridad urbana.

Hacia los años setenta, un nuevo intento que alcanzó gran difusión entre los
diversos especialistas interesados en las dimensiones físico-espaciales de la
delincuencia urbana estuvo constituido por la propuesta de Newman. Este autor
argumenta que las "definiciones territoriales" constituyen fenómenos observables
en toda la historia de asentamientos humanos, traduciendo a nivel social las
analogías animales de Ardrey (1966), si bien evita toda alusión directa a ellas
(Canter y Stringer, 1978). Basándose en dicho concepto Newman construye su
“Teoría del espacio defendible”. Esta propuesta apunta a reducir o eliminar las
oportunidades para cometer delitos, a través de la modificación de los factores
del entorno que podrían dar lugar a la comisión de crímenes. La teoría del
espacio defendible consiste en una orientación en materia de construcción de
complejos habitacionales que promueve la vigilancia de los lugares comunes,
gracias a una adecuada distribución de los mismos, al uso de monitores de
vigilancia y a una buena iluminación.

Su aplicabilidad constituye la condición básica para lograr la protección de los


asentamientos modernos, especialmente de aquellos construidos en altura, los
cuales adolecían fundamentalmente del anonimato, derivado del gran tamaño de
los conjuntos y la escasa posibilidad de vigilancia, derivada de la conformación de
tramas laberínticas.

En esos términos, el bienestar de los habitantes depende del establecimiento de


límites claros entre los espacios públicos, los semi-privados y los privados. En
dicha diferenciación, adquieren gran importancia los semi-privados,
representados por las áreas de uso común, vestíbulos o espacios inmediatamente
circundantes a las residencias, por asumir un carácter defensivo destinado al uso
exclusivo de sus ocupantes, con el propósito de mantener fuera de él a extraños
potencialmente peligrosos. Así, el diseño físico-espacial y la vigilancia de la
comunidad consiguen un efecto disuasivo, reduciendo la incidencia del delito y,
en consecuencia, refuerzan la sensación de seguridad.

La lógica de estos planteamientos influyó considerablemente, tanto en la


discusión teórica como en la planificación de nuevos conjuntos y en el rediseño
de asentamientos urbanos con alta delincuencia. Sin embargo, las críticas no se
han hecho esperar. Algunos insisten en lo inadecuado del "encastillamiento" que
significa la aplicación de múltiples barreras para alejar la criminalidad, sin aclarar
-en lo absoluto- dónde se relocalizaría el delito (Canter y Stringer, 1978) Otros
llaman la atención sobre su causalismo lineal y simplista, ya que la tesis central
de Newman, implica que el espacio disuasivo estimula la generación de
comunidades integradas que, a su vez, desarrollan acciones de alerta, prevención
y represión de la delincuencia, por cuanto el contexto físico diseñado bajo esta
propuesta, impulsa a los habitantes a comportarse como dueños naturales de su
territorio (Bertrand, 1994).

Por otra parte, autores como Hillier, consideran que el diagnostico efectuado por
Newman es acertado, aun cuando sus propuestas de diseño no hayan obtenido
los resultados esperados, al estar concebidas basándose en una escala
inadecuada que toma como base lo local, en vez de concentrarse en la trama del
espacio público global, en orden a evitar la desintegración de la malla urbana
(Greene, 1994)

Los tres ejemplos provenientes de la arquitectura, que han considerado el


problema de la inseguridad urbana, comparten una deficiencia general que se
expresa en el reduccionismo físico-espacial de fenómenos complejos, dinámicos y
multidimensionales. Indudablemente, ello se enmarca dentro de un estilo
monodisciplinar de trabajo, que ha impedido la elaboración de esquemas de
observación más amplios, donde la consideración de variables sociales apenas
ingresa como un mero efecto del diseño urbano o en términos de un dominio de
posibilidades planificables "desde el tablero".

El sociólogo norteamericano Mark Gottdiener (1994), en una reciente publicación,


pretende establecer las bases conceptuales de un “Enfoque socio-espacial” que
supere la visión limitada que los urbanistas han otorgado al espacio como mero
contenedor de actividades sociales. Por el contrario, el espacio no solo acoge
acciones sino que también actúa como objeto significativo hacia el cual
orientamos nuestras conductas, constituyéndose en parte de las relaciones
sociales, al afectarlas diariamente a través de lo que sentimos y hacemos, con lo
cual el autor recoge la relación dual entre gente y espacio, ya formulado con
anterioridad. El concepto central para este enfoque es el de "settlement space",
que se refiere al espacio construido en el que vive la gente, el cual ha sido
significado y organizado de acuerdo a un cierto sentido para acoger tipos de
actividades y acciones.

La perspectiva socio-espacial incorpora diversos factores en vez de enfatizar solo


algunos, para entender el cambio del espacio habitado. Por otra parte, considera
el rol del Estado y la economía como factores que afectan el crecimiento regional
y metropolitano, pretendiendo otorgar una visión detallada de las políticas que
enfatizan las actividades de individuos y grupos, en el proceso de desarrollo,
focalizando las actividades de determinadas redes que forman coaliciones de
intereses para orientar direcciones y efectos de los cambios. [^ SUBIR]

III. 3. La prevención del delito [10]. El delincuente, sus formas de actuación y su


entorno.

Durante las últimas cinco décadas ha surgido en el mundo desarrollado un


conjunto de estrategias que expresadas en políticas de estado, planes nacionales,
regionales y locales, o bien mediante propuestas surgidas en ciudades o
municipios específicos, han orientado las respuestas mediante las cuales los
principales países industrializados vienen enfrentando la inseguridad en las
grandes urbes.

Estas iniciativas han sido propuestas en diversos momentos, responden a


múltiples concepciones ideológicas, poseen diverso alcance social y han
alcanzado resultados disímiles. No obstante todas pretenden prevenir y reducir la
frecuencia o limitar la posibilidad de aparición de actividades criminales
haciéndolas imposibles, más difíciles o menos probables (Gassin, 1990: 27). A
pesar de esta gran dispersión, atendiendo a los fundamentos teóricos de las
diversas propuestas, es posible agruparlas en grandes modelos de prevención del
delito. Al respecto se han distinguido cinco estrategias que permiten una
descripción general de la multiplicidad existente (De la Puente y Torres, 2000).

1. Prevención Social Primaria de conductas delictivas. Este paradigma


estructurado desde las teorías clásicas sobre la etiología del delito, según las
cuales la acción criminal obedece a un conjunto de factores anteriores a su
perpetración, tuvo una generalizada aplicación durante la época del Estado
Benefactor en Suecia, Inglaterra, Francia, Países Bajos, entre otras naciones
europeas, y en América fundamentalmente en Canadá. Su estrategia básica
consiste en que a través de la intervención por parte de los organismos del
Estado, se logren disminuir las tendencias delictivas de la población en mayor
riesgo, influyendo en sus actividades y comportamientos mediante el diseño e
implementación de amplios programas de desarrollo económico - social de largo
plazo en materias de educación, salud pública, vivienda, empleo y de recreación
para el uso del tiempo libre, privilegiando a la población joven como principal
beneficiaria.

La racionalidad fundamental de este tipo de intervención "radica en el supuesto


de que el mejoramiento de las condiciones materiales de vida de la población
más vulnerable y proclive a cometer delitos contribuyan a neutralizar los factores
que originan conductas criminales y que, por tanto, se deben mudar la condición
socioeconómica de las personas antes que incurran éstas incurran en un acto
delictivo" (De la Puente y Torres, 2001). Se trata entonces de una acción
anticipadora de la criminalidad que se orienta a interrumpir la carrera delictiva,
que se diferencia de la prevención secundaria y terciaria que se aplican cuando el
delito ya se ha cometido.

Las investigaciones orientadas por este modelo en diversos países han mostrado
que los factores que ejercen influencia sobre las predisposiciones a la
delincuencia serían especialmente: a) los problemas que afligen a la familia de
los hijos adolescentes tales como abandono, maltrato e indiferencia de los
padres; b) el ausentismo, la mala conducta y el abandono escolar; c) la
pertenencia a pandillas o bandas delincuentes; d) el consumo excesivo de alcohol
y otras drogas; e) la prevalencia de problemas de personalidad tales como falta
de autoestima, de autocontrol, egocentrismo, baja tolernacia a la frustración,
deseo de obtener gratificaciones materiales inmediatas; y f) la persistencia de
necesidades urgentes que pueden ser satisfechas rápida y fácilmente por medios
ilegítimos (Ibid.).

Bajo esta lógica surgió una gran diversidad de medidas de prevención que
buscaban identificar potenciales infractores, especialmente entre grupos de
jóvenes de menores ingresos, bandas de adolescentes marginales, estudiantes
pobres con problemas de deserción escolar e hijos de familias irregulares de alto
riesgo social. De esa forma una vez definidos los grupos objetivo, se propone
iniciar programas de incorporación escolar y laboral, desarticulación de pandillas,
así como también aplicar diversas formas de prevención del maltrato infantil,
talleres recreativos o bien estrategias de nivelación educativa, sistemas de becas
y reforzamiento en escuelas y centros de formación técnica, entre muchas otras.

2. Prevención Situacional del Delito. El cual se desarrolla originalmente en


Inglaterra hacia finales de los años setenta. Su supuesto básico considera la
distribución diferencial de los delitos según la particular relación de oportunidades
para delinquir. Supone la realización de cálculos racionales por parte del potencial
infractor, bajo una lógica estricta de costos y beneficios. Ello derivaría del hecho
de que los delincuentes no sólo requieren motivaciones sino también de una
disponibilidad y accesibilidad respecto de la selección de blancos alcanzables que
están en un momento concreto sin vigilancia o control social. (Cromwell, 1996).

Evitando las complejas disquisiciones respecto de la causalidad del delito, el


modelo parte de una concepción pragmática pero que pretende aplicarse a todo
tipo de ilícitos, pues asume que cualquier acto antisocial posee una situación y
lugar concreto de ocurrencia, de modo que si es posible intensificar los
mecanismos de control mediante una amplia gama de intervenciones será posible
disminuir las conductas desviadas, pues se han reducido las oportunidades para
que ésta se manifieste.

En este caso el viejo refrán "la oportunidad hace al ladrón", se plasma en un


repertorio operativo que ha generado numerosas investigaciones especialmente
en Inglaterra y EE.UU. y que incluye cuatro máximas: "medidas dirigidas hacia
formas específicas del delito; que involucran diseños o intervenciones sobre el
entorno inmediato donde ocurren esos delitos; de un modo tan permanente y
sistemático como sea posible; como para reducir las oportunidades de
cometerlos". (Clarke y Mathew, 1980).

En este modelo el manejo del entorno urbano adquiere particular interés. Desde
el enfoque de la prevención situacional se acepta generalmente que la conducta
delictiva debe ser entendida como la combinación de la persona y de la situación
en que ésta se encuentra. El enfoque de prevención situacional se basa en una
reflexión teórica sobre las oportunidades para el delito, considerando el papel que
desempeña la situación "precriminal" y las motivaciones del delincuente en éste
proceso. Es importante reconocer que este enfoque a pesar de ser bastante
amplio se encuentra limitado para abordar determinadas conductas delictivas, ha
demostrado su utilidad más que todo en el abordaje de delitos con objetivos
blanco materiales (personas o cosas) referidos a infracciones intencionales
(agresiones, robos, fraudes).

Con fines ilustrativos a continuación se detallan algunas medidas de prevención


situacional cuyos resultados han sido exitosos:

a) La vigilancia y la detección. Se trata de aquellas medidas concebidas con la


finalidad de detectar las señales de una actividad delincuente y aumentar así los
riesgos a que se exponen los infractores. Entre las cuales tenemos a modo de
ejemplo la vigilancia realizada por determinadas personas (guardias de
seguridad, conserjes, conductores de autobuses, vendedores en comercios,
vecinos organizados, policías en patrulla); las medidas de vigilancia y detección
(cámaras, videos, televisión en circuito cerrado, rayos X, sistemas de alarma,
detectores de metales, etiquetas electrónicas, perros); la mejora de la visibilidad
de los blancos potenciales y de los accesos a ciertos lugares (iluminación de
calles y comercios, supresión de setos que oculten las entradas de las casas de la
vista de los vecinos, reorganización de las estanterías de los comercios para
suprimir todo lo que pueda obstruir la vista, instalación de las cajas de los
comercios en el sector más visible de los mismos, instalación de las mercaderías
más caras a la vista de los empleados), etc.

b) Los obstáculos físicos. Con ellos se pretende reforzar el blanco elegido,


rodeándolo de obstáculos materiales, con vistas a hacer difícil -e incluso
imposible- la comisión del delito planeado o retardar las operaciones del
delincuente. Las medidas más eficaces de esta naturaleza son: los obstáculos al
acceso o a la penetración de un edificio (puertas reforzadas, cercas, barreras,
rejas, cerraduras, cristales antibalas para proteger a cajeros y vigilantes); la
inmovilización del blanco (mecanismos antirobos en los carros o de fijación de
objetos, cajas de seguridad); dispositivos destinados a retrasar aldelincuente
durante su huida (dobles puertas en la salida de bancos, ausencia de puerta
trasera en residencias); por mencionar algunos.

c) Los controles de acceso, para impedir las intrusiones, controlar la circulación


en un lugar o limitar su entrada a las personas autorizadas pare ello. Tales como
los puestos de guardia en la entrada de los lugares (guardias, barreras, cercas);
los controles de la entrada a condominios o casas de apartamentos (teléfono,
portero o conserje, sistema de entrada con tarjetas magnéticas) y los códigos de
acceso (número personal de identificación en los cajeros automáticos de los
bancos, contraseña en las computadoras).

d) Las medidas destinadas a desviar al infractor de su blanco. Se trata de


medidas que, mediante cambios en el entorno o en las costumbres y trayectos de
la víctima potencial, apuntan a reducir la frecuencia de los contactos entre el
delincuente potencial y su blanco. Las principales son la organización de trayectos
para evitar la convergencia entre delincuentes potenciales y su blanco
(reorganización urbana utilizando calles sin salida, vías a sentido único, calles
cerradas a la circulación automóvil, parqueos prohibidos, etc.);

e) La eliminación o reducción de los beneficios que pueda procurar el delito,


mediante cuestiones como medios de pago sin dinero contante, reducción de las
sumas de dinero conservadas en las cajas, limpieza rápida de graffitis y la
reparación de propiedades dañadas o deterioradas para quitarles a los vándalos
el placer de volver a ver el fruto de su trabajo, etc.

f) El control de instrumentos y objetos que puedan servir para la comisión de un


delito. Así: control de armas, eliminación de objetos que puedan servir como
armas, incorporación en las tarjetas de crédito o de naturaleza similar de la
fotografía de su propietario legítimo, para hacer más difíciles las estafas a través
de estos instrumentos y reglamentación de la venta de instrumentos (tales como
los potes de pintura dotados de un vaporizador) que puedan servir a los autores
potenciales de actos de vandalismo.

Varias de las medidas que propone el enfoque situacional, implican costos que
sólo una parte de la población puede asumir. Se corre así el riesgo de aumentar
la fragmentación social, estableciendo diferencias entre quienes pueden
proveerse de seguridad por cuenta propia y quienes carecen de esa posibilidad.
En consecuencia, se produciría un desplazamiento del accionar criminal hacia los
sectores menos favorecidos (aunque cabe indicar que hay medidas que pueden
ser abordadas en forma comunitaria o con el auxilio de las autoridades locales).
Los críticos de este enfoque sostienen que muchas medidas situacionales
incrementan la sensación de inseguridad, al brindar evidencia de una ciudad o
barrio prevenido, reforzado, sitiado; además de aumentar las distancias sociales
y promover el aislamiento y la segregación social. [^ SUBIR]

3. La Prevención Multi-agenciada del Delito. El desarrollo de este modelo


comenzó en los años setenta en Suecia y Canadá, a partir de la conformación de
consejos de prevención de la delincuencia que procuran la generación de un
amplio espacio social para la participación de una diversidad de actores. Estas
ideas también se han aplicado en países como Finlandia, Noruega, Dinamarca,
Francia e Inglaterra, en décadas recientes.

En la mayoría de los casos donde esta concepción se ha utilizado, se ajusta a la


idea fuerza de "responzabilización ciudadana" para la prevención y disminución
de la delincuencia, involucrando diversos agentes sociales en procesos
descentralizados que logren superar el verticalisno estatal y los vicios de las
soluciones individuales mediante los mecanismos de mercado (De la Puente,
Torres 2000). Se trata entonces de evitar uno de los grandes vicios generados
por el Modelo Situacional que ha favorecido la conformación de áreas segregadas
mediante la agregación de iniciativas individuales de prevención, lo cual
propendería a crear nuevos peligros (Bottoms, 1990).

Bajo estos parámetros se intenta favorecer la formación de multiagencias entre el


Estado y ciudadanía, "....que incluyan una asociación entre la sociedad civil, la
policía y, especialmente, a las autoridades locales que constituyen el foco natural
para la coordinación con las instituciones sectoriales del Estado y por cierto con
los organismos policiales, en un amplio abanico de actividades orientadas hacia el
logro de la seguridad" (De la Puente, Torres, 2000 : 32).

El desempeño y eficiencia del modelo ha sido matizado, existiendo logros


interesantes en Inglaterra donde se ha generalizado notablemente este tipo de
coordinaciones (Tilley, 1994), no obstante se han desarrollado a la par
importantes críticas que abarcan aspectos tan disímiles como falta de
uniformidad de los programas que las diversas agencias proponen (Liddle y
Gelsthorpe, 1994), el centralismo que ha ido adquiriendo algunas instancias
nacionales en desmedro de la influencia local (Loveday, 1994), hasta el
desplazamiento de las diversas modalidades delictivas hacia otras áreas (Pease,
1997),

4. Prevención Comunitaria del Delito. Surge como una posible alternativa


viable en medio del debate en torno al eje articulador de las estrategias contra la
delincuencia. Hacia fines de los ochenta y durante los noventa se generalizaron
entre los especialistas las nociones de "participación comunitaria", y en
terminología inglesa los de "empowerment community", "resposibility" y "solving-
problerms community", en el tratamiento de los temas y en el diseño de
estrategias relativas a la prevención del delito.

Son iniciativas que enfatizan, en general, el rescate de valores tradicionales


vinculados con la familia y el fortalecimiento de las comunidades. Ellas se
operacionalizan mediante el patrullaje de barrios y sectores residenciales.

Este modelo alberga además un conjunto de otras iniciativas que poseen


diferencias considerables con las medidas aplicadas por el internacionalmente
famoso Jefe de la Policía de Nueva York William Bratton y cuyo plan centrado en
un incremento sustancial del control policial mediante mayor presencia y
visibilidad ya acumula un conjunto importante de críticas. En contraposición se
encuentra por ejemplo el denominado "Plan Barcelona", que ha puesto el acento
en la recuperación de los espacios públicos a través de importantes inversiones y
mejoramientos urbanísticos consistentes en la construcción de plazas,
equipamientos comunitarios, centros deportivos, paseos peatonales, parques y
jardines. Dichas mejoras fueron complementadas con conjuntos de medidas que
implicaron integrar socialmente a los aparatos de orden público creándose la
"Policía de Proximidad", cuyo personal debe establecer vínculos permanentes con
los sectores residenciales asignados.

Más allá de las diferencias entre las diversas manifestaciones del modelo, el
elemento común es la centralidad que adquiere la denominada "Policía
Comunitaria". Dicha estrategia se ha aplicado con énfasis heterogéneos que
pueden implicar diversos niveles de compromiso e interrelación con la sociedad
civil, dependiendo del contexto sociocultural en el cual se implementan
(Trojanowicz y Moore, 1988).

Hasta el presente, los resultados obtenidos a través de las diversas medidas


inspiradas en los modelos de prevención del delito no son completamente
concluyentes, si bien parecen apoyar el desarrollo de este último tipo de
modalidad, especialmente en sectores residenciales que cuentan con
comunidades activas con niveles mayores de compromiso. [^ SUBIR]

III. 4. La prevención comunal [11]. Descentralización y rol protagónico de los


gobiernos de las ciudades en la Seguridad Urbana.

La prevención comunal como intervención de política pública en Seguridad


Urbana consiste en evitar la criminalidad luchando contra las manifestaciones de
esta, pero sobre todo focalizando sus factores determinantes. La prevención tiene
entonces un doble objetivo evitar los factores que favorecen la criminalidad e
institucionalizar en la población el reflejo preventivo acostumbrándola a buscar
las causas y las soluciones frente a un fenómeno de delincuencia que la afecta,
logros que para ser obtenidos requieren de varios años.

Las dificultades del enfoque preventivo propuesto radican en la multiplicidad


tanto de los delitos urbanos como de los factores que los originan, lo que obliga
la elaboración de diagnósticos locales orientados a la localización de las causas de
estos comportamientos y de sus manifestaciones. Es importante considerar que
las alternativas propuestas no son necesariamente universales. Las buenas
prácticas son orientativas pero no "replicables".

Entre los argumentos que se señalan a favor de la prevención como enfoque


fundamental de la estrategia se señalan: La promoción de la solidaridad, de la
participación ciudadana y de las prácticas de buena administración y
gobernabilidad, el fortalecimiento de las instituciones democráticas, la
movilización de coaliciones locales de los principales actores comunales, los
beneficios económicos de la prevención derivados de la aplicación de medidas de
prevención del delito comparados con las medidas tradicionales de represión y de
encarcelamiento (los análisis realizados muestran en el largo plazo un beneficio
de 1 a 6), la posibilidad de un mejor diseño urbano que incorpore la seguridad
(espacios públicos, recreo, transporte, infraestructuras), el apoyo a los niños,
jóvenes y familias vulnerables, el fomento a la responsabilidad y la creación de
conciencia de la comunidad, la prestación de servicios de proximidad
especialmente de policía y justicia, la reinserción social de delincuentes y la
asistencia a las víctimas de la violencia.

El enfoque considera la prevención en cuatro sentidos:

1. La prevención situacional que consiste en modificar el entorno para eliminar


las condiciones que facilitan la delincuencia. Por ejemplo: iluminar zonas, mejorar
infraestructuras, poner cameras de TV en zonas de espacios públicos o semi-
públicos, crear o recuperar espacios públicos, modificar espacios en los cuales
hay exceso de comercios informales que facilitan oportunidades de delincuencia,
adecuar las protecciones en estadios de fútbol, prohibir el porte de armas, limitar
el consumo de bebidas alcohólicas etc.

2. La prevención social que hace referencia al conjunto de programas de carácter


social que apuntan a los grupos en riesgo, los ex detenidos, los grupos o barrios
estigmatizados, la violencia domestica o la violencia en las escuelas. Las formas
de prevención social no son simplemente programas sociales como por ejemplo
aquellos que persiguen la reducción de la pobreza o la creación de empleos. Es
necesario que exista un valor agregado, es decir, una búsqueda explícita y
focalizada a la reducción de las causas de la violencia urbana y no solo un
objetivo de inserción social o de mejoramiento del nivel de vida de la población.

3. Las acciones que apuntan a disminuir la percepción errónea o exagerada de la


inseguridad urbana, como formas particulares de prevención.

4. Y la asistencia a las víctimas de la violencia.

Tratar este tipo de enfoque en un documento que intente recoger el "estado del
arte" de las discusiones o acciones en Seguridad Urbana es imprescindible ya que
no es solo uno de los modelos más novedosos de intervención en seguridad
urbana con un carácter eminentemente preventivo, sino también por que se está
constituyendo en una forma de acción de política pública que están asumiendo
muchas de las grandes ciudades del mundo. Desde los años 80, muchas ciudades
han desarrollado experiencias de prevención comunal que han sido puestas en
evidencia en varios eventos internacionales. En particular las conferencias
organizadas por las asociaciones de alcaldes en Barcelona (1987), Montreal
(1989), París (1991) y más recientemente Johannesburgo (1998) han señalado la
necesidad de descentralizar la responsabilidad de la lucha contra la violencia
urbana a nivel de las ciudades. En 1995 ECOSOC publicó las líneas directrices de
una intervención municipal a partir de las recomendaciones de las Naciones
Unidas.

Asociaciones como el Foro Europeo para la Seguridad Urbana han sido creadas
para intercambiar experiencias, difundirlas, mejorar y sintetizar sus resultados.
Desde los años 90 varias experiencias, se han desarrollado en América latina y en
África. La conferencia de Johannesburgo (1998) constituyó un momento de
cristalización de estas experiencias en el tercer mundo, en particular en África.

Algunos gobiernos, como el gobierno inglés, han institucionalizado este enfoque


preventivo otorgando a los municipios un rol de líder de una coalición que agrupa
a los principales departamentos municipales o estatales y a la policía para definir
en conjunto y poner en práctica un plan de seguridad para su ciudad. Este plan
de seguridad contempla acciones de represión y de prevención. Otros gobiernos
europeos han optado por una formula de contratos locales de seguridad (Francia,
Bélgica) es decir la posibilidad para una municipalidad de tener acceso a fondos
nacionales para implementar un programa de seguridad local bajo la
responsabilidad del alcalde y que el municipio define.

Las distintas experiencias en desarrollo actualmente en diversas ciudades del


mundo tienen en común: La existencia de una coalición local bajo el liderazgo de
la alcaldía encargada de formular, implementar, evaluar una estrategia local de
seguridad; La realización de un diagnóstico de la inseguridad apuntado a las
manifestaciones pero sobre todo a las causas y génesis locales de la inseguridad
y de la percepción de la inseguridad; La puesta en práctica de una variedad de
intervenciones focalizando diversas manifestaciones de la inseguridad; La
innovación en términos de empleos específicos ligados al campo de la prevención
de la criminalidad: por ejemplo los animadores de calles, los mediadores, los
consejeros jurídicos o sociales especializados en la gestión de ciertos conflictos,
las brigadas auxiliares de policía, los guardianes de lugares públicos adiestrados a
la prevención como a la represión, etc.

La "metodología de intervención municipal" se basa en las experiencias


acumuladas del Foro Europeo para la Seguridad Urbana que reagrupa 200
ciudades de la Unión Europea, del Crime Concern de Inglaterra que provee
asistencia técnica a municipalidades e instituciones de la sociedad civil dedicadas
a la prevención y del Consejo Nacional de la Prevención del Crimen en EEUU
como así mismo las actuales experiencias en Canadá y en varios países africanos
realizadas por HABITAT y el Centro Internacional para la Prevención de la
Criminalidad (CIPC, Montreal).

Cualquiera que sea la modalidad de intervención que se adopte implica la


adopción de enfoques locales puestos en práctica por gobiernos locales con el
apoyo de los gobiernos centrales y regionales y considera la prevención como un
instrumento estratégico para la buena gobernabilidad y el refuerzo de la
ciudadanía y de los valores comunes. La acción preventiva de esta estrategia de
intervención pública para la seguridad urbana es más eficaz si se tiene un
enfoque multisectorial que apunte a los factores "predisponentes" de manera
rigurosa y sistemática.

El diseño y la implementación por parte de los gobiernos locales de políticas de


seguridad urbana permiten una acción de "proximidad" no solo en términos de
cercanía física del territorio sino también referida a la posibilidad para los
ciudadanos de acceder al servicio. Permite además relacionar la prevención del
delito con un proyecto político expresado en un gobierno local legítimo. Un
alcalde elegido tiene esta legitimidad y puede articular su política de seguridad
urbana al proyecto político que impulsa, cuenta además con la posibilidad de
establecer interlocución directa con diversas instituciones en aras de coordinar el
trabajo.

Las principales características de la estrategia local de seguridad, basada en un


diagnostico local de inseguridad son: La incorporación de la seguridad como
elemento central de las prioridades de los habitantes; La presentación de los
costos, las fuentes de financiamiento, el calendario de actividades y las
responsabilidades de todas las acciones a emprender; El examen de: las opciones
posibles entre las medidas para reducir las oportunidades las ventajas para los
delincuentes, las medidas de desarrollo social para apoyar a los grupos de riesgo
y las practicas exitosas previas en la ciudad o en situaciones similares, a replicar;
Los factores de riesgo presentes localmente que causan la delincuencia como
abandono escolar, violencia intrafamiliar, drogas, y las medidas concretas
factibles de implementar por los asociados de la coalición; Las medidas
relacionadas con el entorno local que favorece la delincuencia como la carencia
de equipamiento, de lugares de tiempo libre o culturales, de vivienda adecuada,
(prevención situacional); Descripción de las grandes líneas de la puesta en
práctica de la estrategia y de los recursos humanos y financieros a movilizar; Las
formas de evaluación y su periodicidad. La estrategia debe ser aprobada por el
gobierno local y comunicada a los asociados y a los habitantes. Incluye algunas
medidas de corto plazo que le otorgan mayor credibilidad.
La implementación de la estrategia local de seguridad urbana exige que el líder
político local -el alcalde- sea quien la impulse, movilice los recursos y estimule a
los distintos asociados. El carácter "multisectorial" -de los actores y de las
intervenciones- de la estrategia la hace particularmente flexible facilitando la
posibilidad de experimentar nuevas formas de intervención más efectivas que
pueden ser incorporadas y, la evaluación permanente y desde distintas ópticas de
las acciones, de los actores y de los resultados, de manera que en la medida en
que se implementan las decisiones se consolida la estrategia. Un papel
fundamental para el éxito de esta forma de intervención está en el rol que
desempeñan los medios de comunicación local como importantes medios de
difusión de las acciones emprendidas y de los resultados obtenidos, lo que
redunda en la generación de "sensación de seguridad" en los iudadanos. [^
SUBIR]

IV. LECCIONES DE EXPERIENCIAS PREVIAS. Una mirada crítica a


estrategias de Seguridad Urbana implementadas en ciudades de Estados
Unidos.

La obsesión securitaria ha llevado a que las estrategias de Seguridad Urbana


implementadas en diversas ciudades de los Estados Unidos, –ejemplo, la policía
de comunidad, “tolerancia cero”- permitan conciliar deseos aparentemente
contradictorios de seguridad privada y pertenencia a un colectivo. El miedo al
crimen, que durante mucho tiempo se creyó que era nocivo para la acción
colectiva por encerrar a cada uno en su universo y en sus temores, se ha
convertido en un motor de integración social y renacimiento cívico. Pero se trata
de un motor muy especial: mediante sus actuaciones la “comunidad” se expresa
controlando y excluyendo a aquellos que juzga indignos o incapaces de
incorporarse a ella.

En este sentido a continuación se transcribe, dada su claridad y pragmatismo, el


“llamado de atención” que realizó Mike Davis en 1990 a propósito de los efectos
que en los distintos aspectos de la vida de la ciudad estaba teniendo la
denominada “obsesión securitaria” experimentada en muchas ciudades de USA:

Trágicamente, han llegado a verificarse con exactitud las predicciones efectuadas


en 1969 por la Comisión Nacional sobre Causas y Prevención de la Violencia
[convocada por Richard Nixon]: vivimos en 'ciudades fortaleza' brutalmente
divididas entre 'células fortificadas' de la sociedad afluyente y 'lugares de terror'
en los que la policía combate a los pobres criminalizados. La 'Segunda Guerra
Civil' que comenzó en los largos veranos calientes de la década de 1960 se ha
llegado a institucionalizar en la misma estructura del espacio urbano. El viejo
paradigma liberal del control social, mediante el intento de equilibrar la represión
y la reforma, hace tiempo que ha sido dejado atrás por una retórica de guerra
social nota en cuyos cálculos los intereses de los pobres urbanos y las clases
medias carecen de valor alguno.

En ciudades como Los Ángeles, en el lado malo de la posmodernidad, se observa


una tendencia sin precedentes de fusionar el diseño urbano, la arquitectura y el
aparato de policía en un único y conjunto esfuerzo de seguridad. Esta
convergencia histórica tiene profundas consecuencias para las relaciones sociales
del medio construido. En primer lugar, la oferta de “seguridad” genera su propia
demanda paranoica. La “seguridad” se convierte en un bien ligado al
emplazamiento [positional good ?] [la posición social] que se define por el acceso
económico a servicios privados de “protección” y la pertenencia a ciertos
enclaves residenciales duros o suburbios restringidos. Como un símbolo de
prestigio - y en ocasiones como la frontera decisiva entre los meramente
acomodados y los 'verdaderamente ricos' - la “seguridad” tiene menos que ver
con la seguridad personal que con el grado de aislamiento personal, -en los
ambientes residenciales, de trabajo, consumo y viajes-, respecto de grupos e
individuos 'desagradables', incluso de las multitudes en general.

En segundo lugar, tal como ha observado William Whyte acerca del intercambio
social en Nueva York, 'el miedo se confirma a sí mismo' [fear proves itself]. La
percepción social de la amenaza se convierte en función de la propia movilización
a favor de la seguridad, y no del número de crímenes. Donde verdaderamente
existe un incremento de la violencia en la calle, como en South Central Los
Angeles o Downtown Washington DC, la mayor parte de los conflictos se
mantiene al interior de ciertas fronteras étnicas y de clase. A pesar de esto, la
imaginación de la clase media blanca, lejos de cualquier conocimiento de primera
mano de las condiciones en la ciudad interior, magnifica lac amenaza percibida
mediante una lupa satanizadora.

Las estadísticas demuestran que los suburbanitas de Milwaukee están tan


preocupados por los crímenes violentos como los habitantes de la ciudad interior
en Washington, a pesar de que en el segundo caso el nivel de violencia es veinte
veces mayor que en el primero. Los medios, cuya función en esta arena es
enterrar y oscurecer la violencia económica cotidiana de la ciudad,
continuamente lanzan espectros de subclases criminales y predadores psicóticos.
Crónicas sensacionalizadas de pandillas juveniles asesinas adictas al crack y
alarmantes evocaciones racistas de merodeadores a lo Willie Horton, fomentan el
espíritu de pánico que refuerza y justifica el apartheid urbano.

Más aún, la sintaxis neomilitar de la arquitectura contemporánea insinúa


violencia y trae a la imaginación peligros inexistentes. En muchas instancias, la
semiótica del llamado 'espacio defendible' es casi tan sutil como un policía blanco
pavoneándose. Los lujosos espacios seudo públicos de hoy - suntuosos centros
comerciales, centros de oficina, acrópolis culturales y demás - están repletos de
señales invisibles advirtiendo a las subclases de los 'otros' para que permanezcan
fuera. Aunque los críticos de la arquitectura, ignoran por lo general cómo el
medio construido contribuye a la segregación, los grupos parias - bien se trate de
las familias latinas pobres, los jóvenes negros o los homeless ancianos hombres
y mujeres - leen el significado de forma inmediata. [^ SUBIR]

V. EL TERRORISMO URBANO [12]. Nuevos retos a la seguridad urbana.

El terrorismo urbano es un reto que demanda una respuesta de las autoridades


de las ciudades en tanto que responsables primarios de la seguridad pública.
Cualquier gran ciudad se enfrenta a una serie de graves dificultades a la hora de
desarrollar una estrategia antiterrorista eficaz. Para empezar, el tejido urbano
ofrece multitud de blancos potenciales de alto valor humano, económico, político
y simbólico. Al mismo tiempo, la vida en la ciudad proporciona multitud de
oportunidades que facilitan la movilidad, el ocultamiento y la logística de los
terroristas. Elementos que se ven potenciados con factores como las dificultades
de tránsito, las aglomeraciones humanas, los déficit en la estructura urbana o las
carencias en servicios públicos propias de muchas metrópolis. Estos elementos
crean dificultades adicionales a la hora de diseñar una estrategia antiterrorista.

De igual forma, la capacidad de las autoridades para garantizar la seguridad de


sus ciudadanos se ve condicionada por la demanda de que las medidas de
protección ciudadana pesen lo menos posible en las actividades cotidianas y las
libertades individuales. A todo lo dicho, se añade la obligación de establecer una
estrecha coordinación entre servicios y organizaciones públicas muy diversas
para poder desarrollar una respuesta integral a la amenaza que se confronta. Por
ultimo, para el desarrollo de este conjunto de medidas se debe tener presente las
limitaciones en los recursos humanos, materiales y financieros que habitualmente
enfrentan las administraciones públicas.

Paralelamente, el elevado nivel de la delincuencia común en la ciudad tiende a


saturar las capacidades de las fuerzas de seguridad para mantener el orden
público y hace particularmente sencillo para los terroristas encontrar aliados y
apoyos para sus actividades criminales. Las asimetrías del tejido urbano de las
grandes ciudades, donde se superponen zonas con grados dispares de renta,
equipamiento y seguridad generan obstáculos añadidos al establecimiento de una
estrategia antiterrorista integrada Además, la existencia de bolsas notables de
población marginada, muchas veces proveniente de otras áreas, genera
escenarios donde la falta de presencia de las autoridades facilita condiciones
idóneas para la penetración e implantación de los grupos terroristas. La gestión
de este complejo entorno se ve complicada por la frecuente superposición de
instituciones de seguridad con competencias sobre la ciudad. Una situación que
enfatiza la necesidad de desactivar las rivalidades ínter servicios y crear
mecanismos eficaces de coordinación. Finalmente, la respuesta al incremento de
la amenaza terrorista padecida por las ciudades deben considerar limitaciones
materiales y financieras.

Todos estos condicionantes de una estrategia antiterrorista en las ciudades deben


ser vistos con una nueva luz después de los atentados del 11 de septiembre. En
términos generales, las organizaciones terroristas han contemplado estos
acontecimientos como experiencias de las que extraer lecciones aplicables a sus
actividades criminales. Para empezar, el 11 de septiembre se ha visto como una
espectacular escalada de la capacidad destructiva del terrorismo que obliga a
incrementar la letalidad de las acciones de los grupos terroristas si no quieren
caer en la irrelevancia. Además, los atentados de Washington y Nueva York han
sido percibidos por las organizaciones violentas como una indicación de la
importancia de orientar la selección de los blancos de las acciones armadas hacia
personas o instalaciones cuya destrucción tenga efectos traumáticos en las
sociedades atacadas. Dentro de esta tendencia, el 11 de septiembre ha hecho
particularmente visible los demoledores efectos que pueden lograr los terroristas
cuando manipulan grandes infraestructuras civiles como aviones comerciales para
llevar a cabo sus propósitos destructivos.

Una estrategia antiterrorista de una gran ciudad incluye un análisis de una serie
de aspectos claves. Es imprescindible una estimación de las amenazas
confrontadas que contemple tanto tendencias de la violencia sufridas
tradicionalmente por la ciudad como su previsible evolución a la luz de las
tendencias internacionales en este ámbito. Además, resulta básico abordar una
evaluación de las capacidades a disposición de las fuerzas de seguridad y de los
servicios de emergencias civiles para hacer frente a las mencionadas amenazas.
También se hace necesario la revisión de los planes y procedimientos para
abordar la prevención y gestión de las crisis de naturaleza terrorista. Por otro
lado, es básico contemplar los mecanismos de coordinación existentes entre las
distintas fuerzas de seguridad y los servicios de emergencia así como considerar
los canales mando y control entre este entramado de organizaciones y las
autoridades de la ciudad. Por último, no se puede dejar de analizar los
mecanismos existentes para la gestión de la comunicación pública en un entorno
marcado por una elevada amenaza terrorista.

El funcionamiento de todos estos aspectos de la estrategia antiterrorista debe ser


contemplado en tres espacios temporales. Primero, se debe analizar como
gestionar los recursos públicos con fines preventivos, estimando que estrategias
deben ser puestas en marcha para dificultar la realización de ataques terroristas
o, si estos suceden, tratando de reducir su repercusión y abordar su
neutralización con la máxima eficacia. Segundo, será necesario valorar los medios
y procedimientos existentes para gestionar una contingencia terrorista una vez
que ésta ya haya sucedido, estudiando los procedimientos de gestión de crisis
frente a este tipo de eventualidades. Finalmente, se tienen que contemplar
mecanismos de respuesta a largo plazo tras la comisión de atentados terroristas
destinados tanto a paliar sus consecuencias como a facilitar la detección y
desarticulación de los responsables de estos actos.

El estudio de estos factores debe servir para determinar la vulnerabilidad de la


ciudad y dibujar un mapa de las fortalezas y debilidades de las autoridades para
la implementación de la estrategia antiterrorista. A partir de este análisis se
elaboran los planes de equipamiento, programas de capacitación, mejora de
procedimientos, creación de canales de comunicación y otras medidas orientadas
a hacer más eficiente la estrategia de las autoridades de la ciudad para garantizar
la seguridad de sus ciudadanos frente a amenazas terroristas. [^ SUBIR]

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[^ SUBIR] NOTAS

[1] Documento elaborado en base a una investigación en curso para la Maestría


en Gestión Urbana de la Universidad Piloto de Colombia.

[2] El análisis se vale de los desarrollos expuestos por Diego Gorgal en su texto
"Modelos eficientes de seguridad urbana", documento presentado al concurso
"Soluciones de Políticas Públicas" organizado por la Fundación Atlas para una
Sociedad Libre, Buenos Aires, Argentina. Junio de 2002, complementado con el
abordaje que sobre la problemática en cuestión se realiza en el “Documento de
Referencia” del programa Ciudades más seguras (HABITAT), por Franz
Vanderschueren, Coordinator.

[3] Pedro Pablo Acuña. “Seguridad e Inseguridad urbana”. Santiago de Chile,


Chile 1998.

[4] Ibid, pág. 4

[5] Para la revisión de los conceptos básicos se parte del análisis presentado por
Rosa Del Olmo, en su escrito "Ciudades duras y violencia urbana". En Revista
Nueva Sociedad nº 167 mayo-junio 2000. Caracas: Centro Gumilla.
(http://www.nuevasoc.org.ve/167/r2858.htm).

[6] Faroppa Fontana Juan. Seguridad ciudadana, policía y democracia. En


Memorias de la Primera Conferencia Iberoamericaca de Paz y Tratamiento de
Conflictos. Santa Fe de Bogotá. Del 28 de octubre al 2 de noviembre de 1996.
Pgs. 185 y ss.

[7] Se trata de una estrategia de atención al crimen, elaborada y aplicada con


mucho éxito en algunas ciudades norteamericanas. El pionero de esta medida fue
el alcalde de Nueva York, Rudoplh Giuliani. La filosofía que inspira este novedoso
plan de prevención del delito, se basa en la idea de que los encargados de hacer
cumplir la ley, no deben ignorar las pequeñas faltas, delitos o conductas
antisociales de las personas. Estas conductas desviadas deben ser combatidas
apenas se manifiestan, mediante un estilo “duro y agresivo”, para evitar que
posteriormente estas mismas faltas, se conviertan en grandes delitos. Intentando
con esto golpear la “calidad de vida de los delincuentes”. Las conductas
permisivas de la autoridad crean una sensación de desorden, impunidad e
inoperancia que mueven a cometer delitos mayores.
[8] Modelos que se caracterizan por una redefinición del rol de la policía de cara a
la comunidad, ahora la policía es un socio que ayuda a resolver problemas. Por
otro lado se enfatiza en la labor preventiva, se introducen criterios económico-
empresariales para medir la efectividad de la labor policial, se descentralizan
funciones de los jefes de distrito policiales, se introducen sistemas de información
computacionales que trabajan en redes uniendo a policías, vecinos y unidades
policiales.

[9] Las reflexiones aquí expuestas hacen parte del documento “ Enfoque Socio-
espacial de la Seguridad Residencial”, extractado del libro "Seguridad Residencial
y Comunal" (Sepúlveda, De la puente, Torres y Tapia, 1999).

[10] Tomado del artículo "Modelos Internacionales y Políticas Públicas de


Seguridad Ciudadana en Chile durante la Última Década".Emilio Torres Rojas.
Sociólogo, Magíster en Ciencias Sociales, Académico de las Universidades La
República y de Chile. Patricio de la Puente Lafoy. Sociólogo, Magíster en Ciencias
Sociales, Académico de la Universidad de Chile. Nota: Este artículo ha sido
desarrollado en el marco del Proyecto FONDECYT N° 1000027, "Gestión de la
Seguridad Ciudadana Local", que los autores efectúan en forma conjunta entre
las Universidades La República y de Chile. De los títulos revisados los autores del
citado artículo nos facilitan una aproximación bastante completa al asunto en
cuestión la cual se toma textualmente realizando algunas modificaciones de
presentación.

[11] Resumen elaborado a partir del documento "Prevención de la criminalidad".


Documento de referencia del programa "Ciudades más seguras" del Centro de las
Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (CNUAH). Franz
Vanderschueren, Coordinador.

[12] Contribución de Román D. Ortiz. Profesor del Instituto General Gutiérrez


Mellado, Madrid, España.

[^ SUBIR]
© 2003 Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset

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33k -

la conducta desviada es toda aquella conducta que infringe reglas sociales,


serán las reglas sociales las que crean las desviaciones como una
contrapartida negativa. Esas reglas son elaboradas por grupos sociales que
al imponerlas, originan por definición la desviación y las diferentes
propensiones a la desviación en los diferentes grupos.
Si esto es así, la conducta desviada abarca un campo muy amplio, porque
constantemente se producen conductas infractoras de normas y el deslinde
entre "normalidad y desviación" es difícil. El campo de las infracciones
mínimas es ilimitado, por consiguiente el problema es sabes ¿Cómo acotar el
campo de la desviación significativa?
Un primer intento de delimitación lo hace Cohen, efectuando una distinción
entre infractor y desviado.
El infractor sería el que comete el acto desviado aislado, en cambio el
desviado es el quien tiene hábito por la desviación. Es decir, el desviado se
ha hecho a lo largo de un proceso, posee un carácter, un rol y un calificativo
publico, se crea una imagen, mientras que el infractor no.

Por otra parte la definición de conducta desviada como de conducta desviada


como infracción de normas, implicaría que el "conflicto social" y el "conflicto
político quedarían absorbidos dentro del estudio de la desviación. Para evitar
imprecisiones y ambigüedades, Merton establece una distinción entre:
conducta aberrante, conducta conformista y conducta rebelde. La distinción
se basa en que la infracción a la regla, vaya acompañada de una denegación
de legitimidad, validez y autoridad respectivamente, y con una pretensión de
cambiar dicha regla.

Esta distinción que hace Merton es útil también para ver la diferencia entre:
conflicto social y desviación social. Esta diferenciación se podrá sustentar
sobre las siguientes bases:

El conflicto social, derivaría de una respuesta no conformista o rebelde,


respecto de las normas. Es decir, no solo consistiría en una infracción a las
normas, sino además en la pretensión de cambiarlas. Pero además habría
que añadir una nota de orden político, o sea, que sea guiado por cierta
"concepción ideológica"

Así, con estas diferencias, basadas en un elemento positivo (querer cambiar


las normas) y en un elemento político (el impulso de cierta concepción
ideológica), se pondría deslindar los dos campos y evitar la identificación del
"conflicto social" con "desviación social".

¿Con qué no hay que confundir "conducta desviada"?

1- con patología social: la patología social incluye aquellas situaciones que


son consideradas como un "deficiente" funcionamiento de algunas partes del
sistema social en cuya prevención trabaja el estado, y cuyos actores son o
bien objeto de una especial atención pública que tiende a sacarlos de tal
situación, o bien son objeto de sanciones.
2- Con marginación social: (o marginalidad). La marginación social puede
concebirse como la exclusión de ciertos individuos o grupos, respecto ciertos
ámbitos de interacción. Consiste en el desempeño de roles devaluados, y
puede ser el resultado de situaciones de pobreza, o de conductas
(delincuencia) que infringen las reglas. La marginación es algo que está
incluido dentro del campo de la patología social.
3- Con el estigma: el estigma sería la señal de la marginación, "la marca" que
identificaría públicamente al individuo o al grupo devaluado. Es la
manifestación de una sanción social implícita de la segregación. El concepto
de "marginacion2 es mas amplio que el de estigma, porque en el primero
caben conductas de auto-exclusión, mientras que en el segundo solo cabe la
hetero-exclusión.

La desviación social nace de toda infracción de conducta. Dá pues origen a


la atribución de un estigma y a la marginación social. Sien embargo, el
concepto de estigma es mas amplio que el de desviación social, a no ser que
se considere que la desviación puede tener lugar no solo respecto de normas
reguladoras de la conducta, sino también respecto de normas que "regulan la
identidad"". En cuyo caso, las deficiencias físicas, la pobreza, etc. que son
situaciones originadotas de estigma, serian así mismo formas de desviación
social pasiva (o "situaciones desviadas2), mientras que la violencia, la
delincuencia, serían formas de desviación social activa ( o "conductas
desviadas"). Todas ellas constituirán roles devaluados, pero los primeros
serian roles adscritos y los segundos roles adquiridos.
4- Con desviación estadística: por ej. si poseo una secuencia numérica 1-2-
2-3-4-5-4-4
¿Cuál es el nº que más se repite? El 4, ese sería el "modo"
¿Cuál es el promedio? lo saco sumando todos los números (25) y los divido
por la cantidad de números existentes (8), el resultado dará 3,2, ese es el
"promedio"
¿Cuál es la media? Se saca buscando el mayor de los números (5) y el
menor (1), la mitad entre ellos es lo que se llama media.
Si hacemos todo esto tendremos que:

4 es el modo
3,2 es el promedio->Esto, el promedio, es lo que se llama en estadística
desviación o dispersión, y nada tiene que ver con el concepto de conducta
desviada que venimos analizando.
2,5 es la media

Por todo esto, la conducta desviada es un concepto relativo, por lo cual


siempre hay que considerar cada sociedad desde sus propias características
(etnocentrismo). De allí tomamos como punto de partida el concepto de
"integración cultural". La cultura es un elemento que permite que las partes
se integren como un todo. Ese todo puede luego catalogar una conducta
como "normal" o como "desviada".
Para identificar una conducta desviada, debe tomarse como punto de partida
la norma, y además tener en cuenta que se está frente a un concepto relativo

¿Entonces qué es una conducta desviada?


En cualquier conducta que infringe una norma institucionalizada en una
sociedad (esto es una primera aproximación, luego veremos que es algo más
complejo)

En el estudio de la desviación social existen dos cuestiones que afectan la


delimitación precisa de su significado. La primera el carácter normativo de la
desviación. La segunda es la relación entre desviación, desorganización
social y patología social.
A- El carácter normativo de la desviación.
La conducta desviada es un fenómeno definido en relación las normas
sociales. Esta referencia normativa significa que, tal conducta desviada se
caracteriza siempre por un relativismo cultural. La conducta es desviada solo
cuando el actor está sometido a la vigencia de las normas que tipifican y
sancionan esa forma específica de conducta.
Esto lo resalta H.S.Becker cuando dice: ..."la sociedad crea la desviación.
Nadie es desviado hasta que los demás aplican a su conducta, un calificativo
negativo respecto a unas reglas. La desviación no es una cualidad del acto
que la persona realiza, sino una consecuencia de la aplicación por los
demás, de reglas y sanciones a una conducta"...

B- La relación entre desviación social activa, desorganización y patología


social (Durkheim, Marx y Mead)
La conducta desviada es interpretada como una manifestación de
desorganización social. Surgiría como resultado de defectos en alguna parte
de esa organización y pondría en evidencia un desajuste en las normas, en
las expectativas institucionalizadas.

Esta relación entre conducta desviada y desorganización social, precede


Durkheim a través de su análisis de la anomia. Para durkheim mientras que
las necesidades físicas del hombre están reguladas por la estructura
orgánica, las necesidades morales no poseen límites biológicos. Los límites
que tiene son sociales y están impuestos por una fuera exterior: el orden
colectivo.

Aquí cabe una pregunta ¿La conducta desviada siempre provoca una
desviación social? No Marx ha señalado que en ciertas ocasiones las
conductas desviada, o la delincuencia, en vez de contribuir a la
desorganización, refuerzan la organización.

Mead sostuvo que la conducta desviada puede constituir una defensa para
una estructura social.
Esto se dá, porque la desviación estimula la solidaridad del grupo, y
contribuye a la cohesión social. Desarrolla los sentimientos de participación
ciudadana, inhibe tendencias aberrantes, margina a los desviados, etc.
Además la desviación puede funcionar como señal de alarma de
determinados defectos organizacionales, o como reafirmación de las reglas
vigentes, o como factor que unifica al grupo frente a ella. A éstas últimas
Mead las denomina consecuencias funcionales de la desviación social.

La conducta delincuencial y la violencia parecen tener cierta relación con las


etapas del desarrollo económico. Se podrían indicar 3 situaciones
1- Una situación de estancamiento y subdesarrollo. En esta situación la
pobreza y la escasez son los factoras principales de la delincuencia. La
delincuencia contra las personas tendría una especial relevancia. La
delincuencia de "cuello blanco" se manifestaría sobre todo en actitudes
relacionadas con el mercado negro y el extraperio (sobrefacturación ilícita)
2- Una situación de despegue y de expansión económica. Aquí el factor
principal de la delincuencia radicaría en el desfase entre expectativas y
logros entre los individuos. la incoherencia de status, la privación relativa,
tendrían una manifestación en la conducta delincuencial.
3- Una situación de desarrollo. Aquí una parte importante de la delincuencia
se localizaría en las bolsas residuales de pobreza y de segregación
económica o étnica. Con frecuencia se trataría de la delincuencia "gratuita o
de rechazo" de los valores dominantes

Conducta desviada [editar]

En cuanto al fenómeno de la desviación, la criminología aborda los factores


explicativos de la conducta desviada y la conducta delictiva (robo, homicidio, daño,
etc.). Estos factores pueden ser vistos desde una perspectiva causal como
determinantes de orden psicológico, biológico o social, o pueden ser estudiados como
categorías de orden cultural resultantes de procesos de interacción y definición social
complejos, en los que intervienen elementos de tipo histórico, político o cultural.

Entendida la conducta desviada como aquel comportamiento de uno de los miembros


de una sociedad, que se comporta de manera diferente al resto de los asociados, por lo
que es considerado como de conducta desviada, aunque debe distinguirse entre
diferentes conductas desviadas, pues existen conductas desviadas que dan risa pero
que no son repudiadas y hay otras, en cambio que si son repugnadas. Así, uno de
tantos locos que lo vemos vestir pants, y de calzado, botas vaqueras, está mostrandoi
una conducta desviada, sin embargo esta no es repudiada, pero alguien que al pasar
por el mercado, se apodera de un objeto ajeno, también está mostrando una conducta
desviada la cual si es repudiada por el resto de la sociedad.

Por tanto, la criminología estudia al hombre, aquel cuya conducta desviada, y que
debido a esa conducta causa daño o menoscabo de los bienes, jurídicos tutelados por
un estado jurídicamente establecido

es.wikipedia.org/wiki/Criminología - 38k –

Control social y desviación

Relaciones laborales. Comportamiento. Normas y sanciones.


Desviación. Anomia. Subcultura. Características. Teorías.
Leyes. Delitos. Penas. Delicuencia. Estructura social.
Enfermedad mental

Incluye un tema

Categoría: Relaciones Laborales


Subcategoría: Sociología y Técnicas de Investigación
Social
Control social y desviación (ficha del documento)

Control social y desviación (versión en PDF)

Control social y desviación (versión para descargar en ZIP)

13.- CONTROL SOCIAL Y DESVIACIÓN.

1º.- Determinantes situacionales del comportamiento.

La vida social humana está gobernada por normas o reglas. Nuestras actividades desembocarían en
un caos si no nos atuviésemos a reglas que definen ciertos tipos de comportamientos como
apropiados en determinados contextos, y otros como inapropiados, por ejemplo, la conducción en una
autopista sería un caos si no se respetaran las normas de tráfico, no todo el mundo se ajusta a las
expectativas sociales de cumplimiento de las normas, poniendo incluso en peligro las vidas de los
demás, por tanto, las personas, en ocasiones, se desvían de las reglas que se suponen deben
respetar. El estudio de la desviación es una compleja área de análisis porque existen tantos tipos de
violación de las reglas como normas y valores sociales. Considerando que las normas varían de una
cultura a otra, así como entre las diferentes subculturas de una misma sociedad, lo que se considera
normal en un contexto dado se concibe como desviado en otro. Fumar marihuana es una desviación
en la cultura británica, mientras que beber alcohol no lo es, al contrario justo que en las sociedades
de Oriente Próximo.

Por tanto, se entiende por desviación la no conformidad a una norma o a una serie de normas dadas
que son aceptadas por un número significativo de personas de una comunidad o sociedad. Todos
transgredimos en alguna circunstancia normas de comportamiento generalmente aceptadas. Se
diferencia del delito en que este consiste en la transgresión de las leyes.

La desviación no solo se refiere al comportamiento individual (multimillonarios excéntricos con un


comportamiento aceptado por la sociedad y que a su vez esconden que son asesinos -caso Bundy-),
sino también a las actividades en grupos, por ejemplo las sectas del Hare Krishna, que son un grupo
que dirigían un mensaje particularmente a los jóvenes drogadictos proclamando que uno podía estar
todo el día colgado y descubrir el éxtasis interno.

2º.- Normas y sanciones.

Normalmente respetamos las reglas o normas sociales porque, como resultado de la socialización, se
han convertido en algo habitual, por ejemplo, utilizar el lenguaje, significa conocer unas reglas de
gramática y sintaxis. La mayoría de las veces las utilizamos sin pensar que las estamos utilizando,
mantener una actitud de atención cortés hacia los extraños, emplear el tacto en nuestras
conversaciones con amigos, todo esto lo hacemos sin siquiera darnos cuenta de que incluyen reglas
concretas de actuación. Respetamos otros tipos de normas en la creencia consciente de que el
comportamiento que implican está justificado, por ejemplo, las normas de tráfico, conducir por la
derecha, respetar los semáforos, todo esto se acepta porque si la mayoría no se atuviera a dichas
reglas, la conducción sería mucho mas peligrosa de lo que es en la actualidad.

Este ejemplo nos sirve para estudiar los conceptos de conformidad y desviación: Todas las normas
sociales van acompañadas de sanciones que protegen contra la no conformidad. Una sanción es
cualquier tipo de reacción de otros ante el comportamiento de un individuo o grupo y cuyo objetivo es
asegurar que se cumple una norma concreta. Las sanciones pueden ser positivas (ofrecer
recompensas por la conformidad) o negativas (castigos por un comportamiento no conformista).
Pueden ser también formales o informales.

Los principales tipos de sanciones en las sociedades modernas son las impuestas por el sistema de
sanciones representado por los tribunales y las prisiones. La policía, sin duda, es la agencia encargada
de llevar a los transgresores a juicio y a un posible encarcelamiento. Las multas, el encarcelamiento y
la ejecución son todas ellas ejemplos de sanciones negativas formales. No existen sanciones
positivas formales para recompensar el comportamiento.

Las sanciones informales positivas o negativas son un rasgo común de todos los contextos de la
actividad social, las de tipo positivo incluyen desde decirle a alguien “bien hecho” o sonreírle. Por el
contrario, las sanciones informales negativas incluyen el insulto, el regañar o la agresión física.
Aunque las sanciones formales son normalmente mas visibles que las informales, éstas tienen una
importancia decisiva para asegurar la conformidad a las normas.

3º.- Definición de desviación, anomia y subcultura.

Desviación: es lo que la gente entiende o define como tal a la vista de que alguien está violando o
transgrediendo una norma cultural. Las normas guían prácticamente todo el rango de actividades
humanas, de manera que el concepto de desviación cubre un espectro igualmente amplio. Por su
parte, el control social es una forma de presión social, informal y difusa, que tiene como objetivo
evitar la conducta desviada, aquí interviene lo que se denomina el sistema jurídico y penal, que es
el conjunto de instituciones policiales y judiciales y penitenciarias que se pone en funcionamiento
cuando se produce una violación de la ley. Se puede observar desde tres perspectivas:

• Análisis funcionalista: En todas las sociedades existen formas de desviación, aunque lo que
se define como tal varía de sociedad a sociedad. La desviación y la respuesta social que
provoca contribuyen a consolidar el sustrato moral de la sociedad. La desviación puede
también conducir al cambio social.

• Análisis interaccionista: No existe ningún comportamiento o actitud que sea desviado por
definición. La desviación siempre viene definida por la reacción de los demás, y esas
reacciones varían mucho de unas sociedades a otras. La etiqueta o estigma que se imputa al
que presenta una conducta desviada puede empujar a la reiteración de este tipo de
conducta.

• Análisis del conflicto: Las leyes y las normas sociales reflejan los intereses de las clases mas
favorecidas de la sociedad. Por lo general, son personas que amenazan el orden social las
que suelen ser clasificadas como desviadas. La probabilidad de que se considere como
delitos los daños que los mas privilegiados producen es menor que si el daño es ocasionado
por los menos privilegiados.

La anomía: Durkheim utilizó el término anomía para referirse a la tesis de que en las sociedades
modernas, las normas y los valores tradicionales se ven socavados sin ser reemplazados por otros.
Existe anomía cuando no hay unos estándares dados que guíen el comportamiento en un área
concreta de la vida social, en éstas circunstancias, la gente se encuentra desorientada y ansiosa, la
anomía es, por tanto, uno de los factores sociales que influyen en la disposición al suicidio.

Merton modifico el concepto de anomía para referirse a la tensión a la que se ven expuestos los
individuos cuando las normas aceptadas entran en conflicto con la realidad social (mirar al futuro,
éxito material, ganar dinero etc...). Los medios para conseguirlo se supone que son la autodisciplina y
el trabajo duro, pero eso no es así, pues la mayor parte de los que se encuentran en situaciones de
desventaja tienen oportunidades muy limitadas de progresar. Los que no consiguen triunfar se sienten
condenados por su falta de capacidad. En ésta situación existe una enorme presión por “salir
adelante” por los medios que sean legítimos o ilegítimos. Merton identifica cinco posibles reacciones a
las tensiones entre los valores socialmente aceptados y los medios limitados de alcanzarlos:

• Los conformistas: aceptan tanto los valores generalmente aceptados como los medios
convencionales de lograrlos, independientemente de que triunfen o no.

• Los innovadores: que son aquellos que, aceptando los valores socialmente compartidos,
utilizan medios ilegítimos o ilegales para tratar de lograrlos. Los delincuentes que tratan de
hacerse ricos con actividades ilegales ejemplifican este tipo de respuestas.

• El ritualismo: caracteriza a aquellos que actúan de un modo acorde con los estándares
socialmente aceptados, pero que han perdido de vista los valores que originariamente
impulsaron s actividad. Un ritualista sería el que realiza un trabajo aburrido, aunque carezca
de perspectivas profesionales y le reporte un beneficio.

• Los retraídos: que son personas que han abandonado el enfoque competitivo por completo,
rechazando con ello, tanto los valores dominantes, como los medios para conseguirlos (un
miembro de una comuna autosuficiente)
• La rebelión: es la reacción de los individuos que rechazan tanto los valores existentes como
los medios normativos y desean sustituirlos por otros nuevos y reconstruir el sistema social,
por ejemplo, los miembros de grupos políticos activos.

Anomía y Subcultura: Las bandas de jóvenes delincuentes. Merton argumentaba que las bandas
surgen en comunidades subculturales en las que las oportunidades de triunfar de un modo legítimo
son escasas -como las comunidades de las minorías étnicas pobres-. Los miembros de las bandas
aceptan algunos aspectos de la deseabilidad del triunfo material, pero estos valores se ven filtrados a
través de las subculturas comunitarias locales. En barrios donde existen redes de delincuencia
organizada, la subcultura de las bandas lleva a los individuos a pasar de los pequeños actos de robo a
una vida adulta de delincuencia, aquellos que no encuentran su lugar ni en el orden social legítimo ni
en la subcultura de las bandas, tienden a resguardarse en la categoría de refugiados o en la adición a
las drogas.

Walter Miller piensa que las culturas de la desviación tienen mas probabilidades de desarrollarse enre
los jóvenes de clase baja, que son quienes menos oportunidades tienen de satisfacer sus aspiraciones
por medios legítimos. Según Miller, en las culturas de los jóvenes se presentan las siguientes
características:

• La rutina del conflicto, esto es, conflicto con profesores y policía

• La dureza: la valoración de la fuerza física

• La sagacidad: capacidad de adelantarse a los demás o tomarles el pelo y a la vez evitarlo.

• La emoción: consiste en el afán de experiencias arriesgadas y peligrosas.

• Preocupación por el destino, o la falta de control por el futuro

• La autonomía, esto es, el ansia de libertad.

Según Cohen, La cultura de las bandas en Estados Unidos se ha convertido en un modo de vida, los
miembros de las bandas, mas que estar interesados en los logros materiales, tienden a robar por las
mismas razones que les llevan a meterse en una pelea o realizar actos de vandalismo, todos estos
actos reflejan un rechazo de la sociedad “respetable”. Al reconocer su posición de privación dentro del
orden social, las bandas crean sus propios valores de oposición.

4º.- Características de la desviación

Hay tres razones para explicar la desviación:

Lo que se entiende como conducta desviada varía según cuáles sean las normas sociales
de la sociedad en la que vivimos. Esto es, la desviación se define en relación a algo que tomar
como parámetro, y este algo son pautas culturales especificas que son distintas en sociedades
distintas.

Solo cuando los demás la definen así, la conducta de uno es una conducta desviada. Todos
nosotros nos saltamos muchas normas culturales con regularidad, en ocasiones hasta el punto de
quebrantar la ley. El que terminemos catalogados como unos locos o unos ladrones no depende de
nosotros, sino de cómo otras personas entienden y definen esas conductas.

La capacidad de elaborar reglas, así como de quebrantarlas, no está igualmente distribuida entre la
población: Para Marx, la ley es poco menos que una estrategia con la que los poderosos protegen sus
intereses. Los ejemplos son infinitos, un vagabundo que se ponga en una esquina a criticar al
ayuntamiento, puede ser arrestado por escándalo público, pero un político que haga lo mismo, seguro
que no.

5º.- Teorías a cerca de la desviación.

Emile Durkheim: las funciones de la desviación: Durkheim, llegó a la conclusión de que no existe
nada anormal en la desviación. La desviación cumple cuatro funciones esenciales en la sociedad.:
Contribuye a consolidar los valores y normas culturales: La cultura implica un consenso
acerca de lo que está bien y lo que está mal, a menos que queramos que nuestras vidas se disuelvan
en el caos, tenemos que respetar este consenso. Esto es, existe el bien porque está en oposición al
mal, solo existe el bien porque existe el mal. Del mismo modo que no puede existir justicia sin delito.
Por tanto, la desviación es indispensable en el proceso de generación de las normas morales.

La respuesta a la desviación contribuye a clarificar las barreras morales. La definición de


algunos individuos calificados como desviados, ayuda a la gente a trazar una línea entre lo que está
bien y lo que está mal.

La respuesta a la desviación fomenta la unidad social: La reacción de los individuos frente a la


casos extremos fomenta un sentido de solidaridad colectivo frente al ultraje, cuando esto ocurre, se
consolidan los lazos morales que unen a la comunidad (manifestaciones contra el asesinato de Miguel
Ángel Blanco).

La desviación fomenta el cambio social: los actos que transgreden las normas sociales invitan
a reflexionar sobre la naturaleza de esas normas y sobre la conveniencia de seguir manteniéndolas.
Las conductas desviadas nos presentas alternativas al orden vigente que pueden empujar en la
dirección de un cambio de la normas. Lo que hoy es una conducta desviada, mañana puede no serlo
(la cultura del rock and roll era hace cuarenta años una amenaza contra las buenas costumbres, hoy
ya no lo es).

Teoría de Merton: Según Merton, los periodos recurrentes de desviación se deben a coyunturas
sociales específicas. En particular el grado y el carácter de la desviación dependen del grado en que
los miembros de una sociedad pueden lograr los objetivos culturales y vigentes en esa sociedad
(como el éxito económico, por ejemplo), a través de mecanismos institucionalizados (los que ofrecen
las políticas de igualdad de oportunidades). Según Merton, existe conformidad cuando se busca
satisfacer unas metas u objetivos lícitos a través de mecanismos que también son legítimos y están
aceptados socialmente.

Richard Cloward y Lloyd Ohlin ampliaron la teoría de Merton en su investigación sobre la


delincuencia juvenil, estos se basan en que la conducta delictiva no depende solo de la escasez de
oportunidades lícitas o legítimas, sino también de la “oferta de oportunidades ilegítimas”. Caso de Al
Capone, este no dispone de oportunidades lícitas y termina creando un imperio aprovechando la
oportunidad que le brinda la demanda de alcohol durante los años de la ley seca (oferta de
oportunidad ilegítima). Hay también ocasiones en las que no solo no hay oportunidades lícitas, sino
que también escasean las ilícitas (caso de las barriadas marginales o de experiencias personales
extremas). En estos casos la delincuencia se manifiesta en forma de subcultura del conflicto, donde la
frustración desemboca en episodios de violencia, o abandonándose los individuos al consumo de
alcohol o drogas.

Albert Cohen afirma que la incidencia de conductas delictivas es mayor entre los jóvenes de las
clases mas desfavorecidas porque son ellos los que tienen menos oportunidades de alcanzar el éxito a
través de mecanismos convencionales.

Walter Miller también piensa que las culturas de la desviación tienen mas posibilidades de
desarrollarse en jóvenes de clase baja, al tener menos oportunidades para satisfacer sus aspiraciones.
Su teoría es igual a la de Merton.

6º.- Desviación primaria y secundaria.

Teoría del etiquetaje

Uno de los enfoques más importantes para comprender la delincuencia ha recibido el nombre de
teoría del etiquetaje -aunque este término es un rótulo para un conjunto de ideas relacionadas
entre sí, más que un enfoque unificado. Los teóricos del etiquetaje interpretan la desviación no como
una serie de características de individuos o grupos, sino como un proceso de interacción entre los
desviados y los no desviados. Desde esta perspectiva, hay que saber por qué a algunos se les cuelga
la etiqueta de desviados para poder comprender la naturaleza de la desviación. Los que representan a
las fuerzas de la ley y el orden o, lo que es lo mismo, los que pueden imponer definiciones de la
moralidad convencional a otros, constituyen la principal fuente de etiquetaje.

Las etiquetas utilizadas para crear categorías de desviación expresan, por tanto, la estructura de
poder de la sociedad. Por lo general, las reglas en cuyos términos se define la desviación y los
contextos en los que se aplican están diseñados por los ricos para los pobres, por los hombres para
las mujeres, por los mayores para los jóvenes y por las mayorías étnicas para las minorías. Por
ejemplo, muchos niños realizan actividades como saltar a los jardines ajenos, romper ventanas, robar
fruta o hacer novillos. En los barrios acomodados, los padres, los profesores y la policía pueden
considerar esto como un aspecto inocente del proceso de crecimiento. Por el contrario, en las áreas
pobres puede considerarse como evidencia de las tendencias a la delincuencia juvenil.

Una vez que un niño es etiquetado como delincuente, él o ella está estigmatizado como criminal y es
probable que se le considere (y sea tratado como) indigno de confianza por los profesores y sus
futuros jefes. El individuo reincide entonces en su conducta delictiva, ensanchando así la distancia con
respecto a las convenciones sociales ortodoxas. Edwin Lemer (1972) llama al acto inicial de
transgresión desviación primaria, esto es; muchos episodios de transgresión (por ejemplo el abuso
de alcohol etc..)apenas provocan reacción por parte de los demás y tampoco afectan negativamente
en la concepción que si mismo tiene el que ha cometido esa transgresión. Pero que ocurre si otras
personas toman nota de los actos del transgresor y empiezan a actuar en consecuencia? Por ejemplo,
se empieza a clasificar al que se ha sorprendido bebiendo como borracho y se le excluye de los
círculos sociales habituales, puede ocurrir que esa persona, para evitar la censura de los demás,
busque la compañía de otras personas que no sean tan severas con la costumbre de beber. De este
modo, la respuesta del individuo que ha cometido una transgresión puede dar lugar a una desviación
secundaria, esto es, buscando la compañía de los que no censuran sus actos, e insistiendo en esas
pautas de conducta, uno puede terminar adquiriendo la identidad social que en un principio de le dio
(o sea, puede terminar siendo un marginal, pues no hace falta mas que ver con qué gente se junta)

La desviación, secundaria se produce cuando un individuo llega a aceptar la etiqueta que se le ha


colgado y se considera a sí mismo un desviado.

Pensemos, por ejemplo, en un chico qué destroza un escapare una noche que ha salido con sus
amigos. El acto tal vez sea definido como el resultado de una conducta eufórica excesiva, una
característica excusable en un joven. El joven podrá marcharse después de recibir una reprimenda y
una pequeña multa. Si tiene unos antecedentes «respetables» éste es el resultado más probable. El
destrozo de un escaparate permanece al nivel de desviación primaria si se considera que es una
persona con «buen carácter» que actuó en esta ocasión con demasiado alboroto. Si, por el contrario, la
policía y el tribunal tienen una reacción más punitiva, como pronunciar una sentencia de suspensión y
hacer que el muchacho se presente ante un trabajador social, entonces el incidente podría convertirse
en el primer paso de un proceso de desviación secundaria. El proceso de «aprender a ser desviado»
suele verse acentuado por la propia organización que supuestamente se encarga de corregir la
conducta desviada: reformatorios, cárceles e internados.

La teoría del etiquetaje es importante porque parte del presupuesto de que ningún acto es
intrínsecamente delictivo. Las definiciones de criminalidad las instituyen los poderosos mediante la
formulación de leyes y de sus interpretaciones por la policía, los tribunales y las instituciones
correctoras. Los críticos de la teoría del etiquetaje han argumentado que existe de-hecho, un cierto
número de actos total y absolutamente prohibidos en todas, o prácticamente todas, las culturas, como
el asesinato. En tiempos de guerra, matar al enemigo está indudablemente' aceptado, y hasta hace
poco tiempo las leyes británicas no consideraban violación que un marido forzase sexualmente a su
esposa.

Se puede criticar la teoría del etiquetaje de un modo más convincente desde tres posturas:

Primero, al enfatizar el proceso activo del etiquetaje, los procesos que conducen a los actos
concebidos como desviados se pasan por alto (Fine, 1977). El etiquetaje es claramente un acto no del
todo arbitrario: las diferencias en la socialización, las actitudes y las oportunidades influyen en el
grado de implicación de las personas en un comportamiento particularmente susceptible de ser
etiquetado como desviado.

Segundo: No está claro que el etiquetaje tenga realmente el efecto de fomentar la conducta
desviada. El comportamiento delictivo tiende a aumentar la condena futura, pero ¿es el resultado del
etiquetaje? Es muy difícil juzgar, ya que otros muchos factores como la creciente interacción con otros
delincuentes o la aparición de nuevas oportunidades para delinquir pueden estar relacionadas.

Tercero: Se debería investigar el desarrollo global de los modernos sistemas legales, judiciales y
policiales si pretendemos entender por qué se aplican distintos tipos de etiquetas. Como destacamos
antes, tienen que existir una dimensión histórica en toda concepción de la desviación.

7º.- Leyes, delitos y penas.

Las leyes son normas elaboradas por los gobiernos que deben respetar los ciudadanos, y las
sanciones formales las utilizan las autoridades contra aquellos que no se ajustan a ellas. Donde
existen leyes, existen también delitos, ya que el delito puede definirse como cualquier modo de
comportamiento que infringe una ley. La naturaleza del comportamiento considerado delictivo ha
variado a lo largo de la historia, se destacan:

Los delitos en los tiempos preindustriales: En la Europa preindustrial los delitos mas graves,
aquellos que recibían la máxima pena, eran de naturaleza religiosa o delitos contra la propiedad de los
gobernantes o de la aristocracia. Actualmente dichas transgresiones o bien no son consideradas
delitos o constituyen ofensas menores. La herejía, el sacrilegio, la blasfemia fueron durante mucho
tiempo sancionables con la muerte. Cazar o pescar, talar árboles o coger frutas en tierras de Rey o de
la aristocracia eran también ofensas capitales siempre que provinieses del vulgo.

Por el contrario, el asesinato de un plebeyo por otro, no se consideraba delito, el culpable a menudo
expiaba su culpa con el pago de una cierta cantidad de dinero a los parientes, pero existía la ley del
ojo por ojo -la venganza de sangre- , en Italia -parte del sur- ha sobrevivido ésta circunstancia hasta
nuestros días.

Cambios en los tipos de penas: Antes del siglo XIX la cárcel rara vez era utilizada para castigar
delitos. La mayoría de las ciudades -pequeñas ciudades- tenían una cárcel local, pero era muy
pequeña y no podía albergar gran cantidad de prisioneros, solo se empleaban para enfriar borrachos y
ocasionalmente se utilizaba para meter a gente en espera de juicio. En las grandes ciudades existían
grandes centros en los que los internados eran criminales condenados que esperaban su ejecución. En
estos centros, la disciplina carcelaria era inexistente, en ocasiones, los penados solo veían la luz antes
de ser ejecutados. Los principales tipos de penas para el delito consistían en atar al preso a un tronco
y azotarle, marcarle con un hierro candente o colgarle. Estos castigos se hacían en público, al que
acudía mucha gente. También se ejecutaba ahorcando a los prisioneros.

Prisiones e internados: Las modernas cárceles tienen su origen, no en las prisiones y calabozos de
otras épocas, sino en las casas de trabajo (hospitales). Las casas de trabajo datan del siglo XVII en la
mayoría de los países europeos, y se establecieron durante el periodo en el que el feudalismo estaba
en decadencia y muchos agricultores no podían conseguir trabajo en el campo, por lo que se
convertían en población errante. En éstas casas de trabajo se les daba comida, pero se les obligaba a
pasar casi todo el día trabajando muy duro, sin embargo, éstas casas se convirtieron además en
lugares en los que se internaba a otros grupos que nadie estaba preparado para ciudad, los enfermos,
los ancianos y los retrasados mentales.

Durante el siglo XVIII, las prisiones, los internados y los hospitales, se fueron gradualmente
diferenciando entre sí. El asesinato fue reconocido como el crimen mas grave, pues el derecho a la
libertad individual se introdujo en el sistema político, y asesinar a alguien era atentan contra los
derechos del individuo. Se castigaba con la cárcel porque se pensaba que ahí se aprendían los buenos
hábitos de la disciplina y la conformidad, la idea de castigar a la gente en público fue desapareciendo
progresivamente (durante el siglo XX casi todos los países abolieron la pena de muerte, excepto
algunos estados de los Estados Unidos)

El comportamiento del loco se empezó a concebir como evidencia de un tipo de enfermedad, en


concepto de enfermedad mental apareció por primera vez a finales del siglo XVIII. La locura se
medicalizó -pasó a manos de profesionales médicos-. La demencia fue reconocida como un mal, como
una variante del retraso mental o como una posesión de la mente por el demonio, y era algo que solo
los médicos podían tratar. La gente antes podía ser trasladada a internados contra su propia voluntad,
pero ahora era imprescindible el certificado médico.

El delito, a diferencia de la desviación, es la transgresión de la ley, hay muchos tipos y categorías de


delitos, se habla de delincuencia juvenil para definir a la conducta delictiva de los jóvenes. El delito ha
sido estudiado a lo largo del tiempo, y en sus orígenes, se lanzó una teoría en la que se exponía que
los delincuentes tienen unos rasgos físicos y característicos que los diferenciaban de las demás
personas (eran algo como simios). Ésta teoría tuvo éxito durante un tiempo, hasta principios del siglo
XX, mas tarde Sheldom argumentó que la constitución corporal puede servir para predecir la
predisposición al delito, éste probó que la probabilidad de delinquir era mayor entre las personas de
constitución muscular y atlética. Mas tarde, Glueck dijo que los padres tratan a los hijos de
constitución fuerte con menos mimo que a los que parecen mas débiles, de forma que los mas fuertes
crecen con una menor predisposición a mostrar afecto por los demás. No obstante lo anterior, al día
de hoy no existen conexiones entre la biología y la conducta desviada, ni correlaciones ni ninguna
teoría que explique los factores biológicos tienen un impacto real en la conducta desviada.

Las penas: medidas que se imponen a delincuentes y que se establecen en los siguientes conceptos:

Las condenas: A lo largo de la historia de la humanidad, se ha defendido lanecesidad de las


condenas por cuatro razones distintas:
El desquite: implica que la sociedad debe imponer a un delincuente un sufrimiento proporcional al
que ocasionó el delito cometido. El desquite se basa en un principio de toda sociedad que tiene su
origen en que existe un equilibrio moral que hay que mantener. Es la mas antigua justificación para el
castigo y la condena.

La disuasión: se define como el intento de desincentivar el crimen a través del castigo. El castigo
tiene un doble efecto disuasorio, disuade al que está tentado de delinquir si termina entendiendo que
no merece la pena corres riesgos, y también incide sobre el resto de la sociedad, porque el castigo
infligido a uno sirve de ejemplo para los demás.

La rehabilitación: Es el propósito de reformar al delincuente y evitar así la repetición del delito. Esta
medida se tomó a partir del siglo XX, las condenas se llevan a cabo en cárceles y reformatorios. La
diferencia con la disuasión está en que la rehabilitación se centra en la mejora constructiva de la
conducta, y la otra en la amenaza de castigo.

Protección de la sociedad: Si la sociedad no puede o no quiere rehabilitar a los delincuentes, su


encarcelamiento, por lo menos, protege a la sociedad de nuevos crímenes.

8º.- Delincuencia y estructura social. (incompleto)

9º.- Delitos sin víctimas.

Los llamados delitos sin víctimas son actividades en las que los individuos participan mas o menos
libremente sin dañar a otros directamente, pero que se definen como ilegales (como tomar narcóticos,
prostitución o diversos tipos de juegos). El término “delito sin víctimas” no es del todo preciso, porque
aquellos que, por ejemplo se convierten en drogadictos o jugadores, en cierto sentido se hacen
víctimas de un sistema del crimen organizado. Sin embargo, ya que cualquiera que sea el daño que se
produce recae sobre ellos mismos, muchos sostienen que no es tarea del gobierno intervenir en tales
actividades, y que estos hábitos deberían descriminalizarse.

Algunos autores proponen que ninguna actividad en la que los individuos satisfacen su voluntad
debería ser ilegal (siempre que coarten la libertad de otros o les dañen). La posición contraria aduce
que el gobierno debe desempeñar el papel de guardián moral de la población sometida a su
administración y que, por tanto, está justificado definir al menos algunos de estos tipos de actividad
como delictivos. Curiosamente, éste argumento lo sostienen a menudo los conservadores, quienes, en
otras cuestiones enfatizan la libertad del individuo frente a la intervención del estado. Sin duda
alguna, el tema es muy complicado.

10º.- Desviación y enfermedad mental.

El etiquetaje y la salud mental

Una mujer que cree que Jesús la acompaña en el autobús todos los días cuando va al trabajo ¿está
mentalmente enferma o está simplemente expresando su fe religiosa de una forma particularmente
gráfica? Si un hombre, para consternación de su familia, decide no ducharse nunca, ¿está loco o sólo
se comporta de forma poco convencional? Un vagabundo que no permite a la policía que le lleven a
una residencia pública en una noche de invierno, ¿es un enfermo mental o está simplemente tratando
de proteger su independencia?

El psiquiatra Thomas Szasz cree que en la vida cotidiana empleamos el término «locura» para describir
lo que no es nada más que una conducta diferente. Por tanto, según este psiquiatra, deberíamos
abandonar el concepto de «enfermedad mental» (1961, 1970, 1994, 1995). La enfermedad, de
acuerdo con Szasz, es siempre física, y afecta sólo al cuerpo. La enfermedad mental es sólo un mito.
El mundo está lleno de personas «diferentes» que, ciertamente, nos pueden irritar, pero esto no es
razón suficiente para catalogarlas como enfermas mentales. El que así lo hace, dice Szasz, no hace
más que aplicar unos criterios de clasificación que, al fin y al cabo, son los criterios que los sectores
dominantes de la sociedad consiguen imponer a los demás. Por decirlo de otra forma, loco es todo
aquel que cuestiona las costumbres o valores de una sociedad, de los que depende el bienestar de los
privilegiados.

Por supuesto, las ideas de Szasz son demasiado radicales para la mayoría de los psiquiatras que sí
opinan que al igual que hay enfermedades somáticas hay también enfermedades mentales. Aun así,
muchos psiquiatras piensan que, efectivamente, es necesario precisar dónde está la diferencia entre
la enfermedad mental y lo que no es más que una conducta diferente a fin de evitar que la psiquiatría
(como ya hizo en el pasado) se ponga al servicio de los sectores dominantes de la sociedad. Después
de todo, muchos de nosotros hemos pasado por periodos de ansiedad, estrés, irritabilidad o
inestabilidad mental en algún momento de nuestras vidas. La mayoría de estos episodios suelen ser
pasajeros, pero si los demás (o nosotros mismos con relación a terceros) empiezan a adjetivarnos y
clasificarnos, podemos empezar a bajar por la pendiente de la estigmatización, de la que no es nada
fácil salir (Scheff, 1994).

La medicalización de la desviación

La teoría del etiquetaje, y en particular las ideas de Szasz y Goffman, contribuyen a explicar los
cambios que han tenido lugar en el modo de entender la desviación. En los últimos cincuenta años, y
debido a la influencia cada mayor que está cobrando la medicina y la psiquiatría, teniendo lugar lo
que se llama la medicalización d desviación, que consiste en la interpretación de cuestiones ajenas
a la medicina (como la moral o las leyes clave médica o psiquiátrica.

En esencia, la medicalización consiste en la sustitución de un conjunto de etiquetas por otro. En


términos morales, evaluamos a las personas o su comportamiento como «bueno» o «malo». Sin
embargo, usando la pretendida objetividad científica de la medicina moderna he sustituido estas
etiquetas por los diagnósticos clínico «sano» o «enfermo».

Por ejemplo, hasta la mitad del siglo xx se juzga los alcohólicos corno personas
débiles y moralmente deficientes, fácilmente tentados por el placer de be Lentamente,
sin embargo, los especialistas médicos redefinido el alcoholismo, hasta tal punto que
en nuestros días la mayor parte de la gente lo considera una enfermedad. De modo
similar, otros comportamientos que solían verse en términos estrictamente morales,
como la obesidad, la adicción al juego, o la promiscuidad tienden a definirse en la
actualidad como enfermedades, de que, quizá, aquellos que exhiben estas conductas
pueden protegerse mejor contra el rechazo social y obtener a especializada.

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Conducta Desviada

En primer lugar debe ser destacado que el estudio de la conducta desviada de


los patrones de cumplimiento que marca un sistema social representa un
campo moderno de estudio que anteriormente estaba reducido a los
conceptos aproximados de problemas sociales, patología social, y
desorganización social.

Debe tenerse en cuenta que la noción de Conducta Desviada es parte del


marco conceptual de la teoría funcionalista que concibe a la sociedad como
un sistema social unificado donde cada elemento cumple un rol determinado.
De manera extremadamente resumida se puede decir que para la teoría
funcionalista lo importante es el equilibrio del sistema. Lo funcional
contribuye a perpetuar ese equilibrio. Lo disfuncional hace lo contrario. La
conducta desviada es un tipo de disfuncionalidad.

1. Desviación

La categoría de "desviación" ofrece un contenido cambiante y variable según


el tiempo, lugar, sujeto enunciante y otras consideraciones. En lugar de
encontrar operaciones especificas e independientes lo que aparecen son
generalidades tales como "la conducta desviada es una conducta que viola
expectaciones institucionalizadas". Si bien una definición podrá ser suficiente
en un nivel muy general, es de poca utilidad cuando nos vemos frente a
problemas concretos de asignar a personas o actos a las categorías que les
correspondan

1.2. Desviación y clase social

Un vistazo general al conocimiento sobre las investigaciones existentes


muestra serias dudas de que la conducta desviada sea proporcionalmente más
común entre las capas bajas de la sociedad que en las altas. Las dudas se
intensifican cuando nos apartamos de las tasas de criminalidad, que son un
fondo inseguro para cualquier teoría, particularmente debido a la falta de
confiabilidad de las estadísticas criminales. Aunque se admita que el crimen
sea en sentido relativo más frecuente entre las poblaciones de las clases bajas,
existen grandes excepciones cuando nos fijamos en ciertos tipos de delitos
como la falsificación de cheques, desfalcos, robo de automóviles, y delitos
sexuales.

Cuando se toma en cuenta las formas de desviación tales como el alcoholismo


o el suicidio y las dependencias (a fármacos u otras sustancias) no se
encuentran datos que demuestren que estas adaptaciones sean más comunes
entre los integrantes de las capas bajas de la sociedad.

El grado y la rapidez con que la tecnología produce diferencias en la


organización social de la sociedad moderna y la dificultad de descubrir
medidas de status generalmente aplicables a una variedad de poblaciones y
áreas muestran la necesidad de valerse de un concepto más discriminativo de
lo que es la clase social al tratar de explicar como la estructura social influye
en la desviación.

1.3. Valores y valoración:

Los valores se definen como factores que, dentro de limites físicos y biológicos
afectan la elección. Como tales, son abstracciones inferidas de actos. El acto
de valoraciones es un proceso de selección y ordenamiento que tiene lugar
cuando los acontecimientos son trasmitidos por los procesos cognoscitivos de
la corteza cerebral, lo que redunda en preferencias por distintos modos de
acción. La valoración precede inmediatamente a la acción en mayor o menor
grado, en todas las sociedades, porque sus miembros individuales pocas veces
disponen de los medios para satisfacer sus valores a un costo que corresponda
a sus deseos.

El orden de la satisfacción de valores en grupos ha de concebirse como el


producto de la interacción de muchos individuos, cada uno de los cuales
persigue su propia jerarquía sacrificando algún valor inferior por otro
superior, procediendo así el individuo ve al grupo como un medio para un fin;
se acomoda al hecho de que los servicios de otros, cuyas jerarquías de valores
difieren de las suyas propias, se convierten en medios por los cuales él podrá
alcanzar sus propios fines.

Una de las dificultades más notorias en la mayoría de los estudios de valores


que se encuentra en cualquier análisis puramente estructural de la desviación,
es el fracaso en distinguir entre actos de individuos que incorporan valores
aprendidos simbólicamente y trasmitidos como parte de la cultura durante la
niñez y los actos que son producto de valoración contingente.

Dos acciones resultantes de conformidad o desviación podrán ser en lo


exterior similares, pero en lo subjetivo son bien diferentes. Una conducta de
alta aceptación en una sociedad o en un subsistema puede ser tener alta
valoración negativa en otro. Inclusive puede llegar a dudarse seriamente de la
salud mental del individuo que tiene esa conducta.

La sociedad moderna siendo relativamente más pluralista que ordenada


jerárquicamente respecto de los valores, requiere que la valoración se
convierta en un concepto central en la explicación de la desviación.

1.4. Aceptación de riesgos y conducta desviada

El concepto de conducta desviada se refiere a situaciones en que personas


englobadas en una red de exigencias o valores contradictorios no eligen
alternativas desviadas sino más bien soluciones de comportamiento que
implican riesgos de desviación. Es importante tener en cuenta esta diferencia
ya que de esta forma la desviación llegará a ser solamente uno de los
resultados posibles de sus acciones, aunque no inevitable.

Asimismo, se presenta la posibilidad de ocurrencia de una pluralidad de casos


en que las personas no eligen soluciones desviadas para sus problemas sino
que inician líneas de conducta las cuales, según como sea el desarrollo de las
circunstancias, podrían llegar a ser desviadas o no.
El sujeto que se encuentra atravesado por un conflicto percibe la posibilidad
de arriesgarse como una solución posible a sus problemas que directamente la
elección de la desviación.

La prueba de que el arriesgarse puede ser un rasgo predominante en otras


formas de conducta desviada se ejemplifica en el caso de los "cheques
voladores", que tratándose en muchos casos de personas que no estaban
motivadas a poner en circulación cheques falsos, sino que simplemente se
arriesgaron ante la posibilidad, en ciertas circunstancias de que sus cheques
pudieran ser no pagados

1.5. Adaptaciones colectivas

Las conductas desviadas no se presentan mayormente como actos


individuales sino que muchas formas de desviación son actos colectivos en los
cuales se realizan tanto valores derivados y sustentados por el grupo, como
valores particulares del individuo. Es igualmente necesario ver que el
conformismo, así como la conocida conducta monolítica impuesta por los
partidos políticos a sus miembros, es un fenómeno tanto colectivo como
individual.

1.6. Normas constitutivas

Todo sistema social prescribe una serie de valores y normas rectores que
deben ser observados. Cuando esta situación no ocurre, y se violan las reglas
constitutivas, la situación se torna confusa ya que aparecen una multiplicidad
de mensajes que "entran en cortocircuito", lo cual puede conducir ya sea al
retraimiento de las personas de la interacción o a una redefinición de la
conducta inesperada, en términos de significados alternativos de lo que sería
de por sí, normal o aceptable. La interacción provisional que termina en la
aceptación reciproca de nuevas reglas constitutivas se considera como un
proceso de normalización.

El significado asignado a la conducta en un contexto de normas constitutivas


es un aspecto inseparable de la desviación. La normalización, o inversamente,
la asignación de un significado de desviación a las acciones, se producen por
interacción informal o a través de instituciones formales de control social, que
tratan de manera activa de imponer o defender sus valores, definen la
desviación y también imputan actos desviados a los individuos.
Desde este marco se puede incluir a la desviación bajo una teoría del cambio
social. Asimismo, se asigna al control social el lugar que le corresponde como
factor dinámico o "causa" de desviación.

Podría entenderse a la desviación como una conducta de correr riesgos a


modo de alternativa respecto de otra teoría que pone énfasis en una única
secuencia de medios-fines. Así la desviación (o el conformismo) resultan de
distintas posibilidades de medios-fines siendo necesario para una explicación
completa el reconocimiento de factores fortuitos y del control social activo.
Esto dirige la atención sobre la forma en que los seres humanos recurren a la
oportunidad en situaciones de conflicto de valores.

"La conducta desviada sobreviene en gran escala solo cuando un sistema de


valores culturales ensalza virtualmente por encima de todas las demás
ciertas metas de éxito comunes para la población en general mientras que la
estructura social restringe con vigor u obstruye por completo el acceso a los
modos aprobados de alcanzar esas metas para una parte considerable de
aquella misma población."

Esta situación fue observada por Emile Durkheim, sociólogo francés de fines
del siglo pasado, quien consideró a este estadio de falta de normas como
"anomia". Estado que surge cuando la desintegración del orden colectivo
permite que las aspiraciones del hombre se eleven por encima de toda
posibilidad de cumplirse. La sociedad no impone disciplina; no hay normas
sociales que definan los objetivos de la acción. Las personas aspiran a metas
que o no pueden lograr o encuentran difíciles de alcanzar. Describiendo más
la sociedad actual que la de su época, Durkheim nota que las características
primordialmente económicas de una sociedad que produce aspiraciones
ilimitadas hacen que el individuo no encuentre los límites de sus posibilidades
reales y se debiliten los lazos sociales.

2. Concepto de anomia

Es un concepto sociológico, lo que implica que se refiere a la propiedad de un


sistema social, no al estado de ánimo de individuos particulares dentro del
sistema. Se refiere al derrumbe de patrones sociales que gobiernan la
conducta y por eso se incluye también el significado de escasa cohesión social.

Cuando se establece un alto grado de anomia, las reglas que solían gobernar la
conducta han perdido capacidad coactiva, quedando privadas de legitimidad,
y no abarcan un orden social en que los hombres puedan tranquilamente
cifrar su confianza, ya que no existe un sentido compartido por la mayoría
dentro del sistema social acerca de lo que legítimamente puede esperarse de
la gente en el transcurso de la interacción social.

El grado de anomia en un sistema social es indicado por el grado de falta de


acuerdo acerca de las normas que se juzgan legítimas con su concomitante
incertidumbre e inseguridad de las relaciones sociales porque, si no se
comparten las normas generales, fallan las expectativas de lo que puede
esperarse del otro.

La anomia es una condición del ambiente social, no de individuos


particulares. La gente se enfrenta con una anomia esencial cuando no puede
confiar con un alto grado de probabilidad en que la conducta de otros estará
más o menos de acuerdo con patrones reconocidos conjuntamente como
legítimos.

Las respuestas anómicas no son todas del mismo orden. En una forma de
conducta desviada, los individuos se atienen a las metas ensalzadas por la
cultura mientras que abandonan los medios aprobados por ella para tratar de
lograrlos. Una sociedad así tiende a esfumar la línea demarcatoria entre los
caminos legítimos e ilegítimos, puesto que lo que cuenta mas que nada es el
resultado.

2.1. Condición de anomia

Es de una falta de integración o adaptación mutua de funciones a causa de las


crisis industriales, los conflictos entre el trabajo y el capital y la creciente
especialización de las ciencias. La anomia aparece primeramente porque la
división del trabajo no produce contactos lo bastante eficaces entre sus
miembros ni regulaciones adecuadas de las relaciones sociales.

2.2. Anomia y desorden mental

Es ampliamente conocida la dificultad de establecer un puente entre las


características de las instituciones sociales y la conducta considerada como
desviada, patológica o inaceptable por distintos sectores de una comunidad.

Toda tentativa de mostrar un vínculo entre anomia y desorden mental implica


una teoría de la génesis de la conducta desviada y otra del funcionamiento de
un sistema social. A su vez esto requiere de una conjunción de
descubrimientos empíricos en los niveles de análisis socio-psicológico y de
sistema social.

Este esfuerzo sociológico queda ilustrado de la manera más fructífera por el


esquema de Robert K. Merton que muestra que la discrepancia entre los
medios institucionales y las metas culturales existentes en cualquier sociedad
ofrece una base para predecir los posibles modos de adaptación, a saber:
conformismo, innovación, ritualismo, retraimiento y rebelión, son otras
tantas maneras en que las personas se enfrentan con las tensiones culturales
que surgen de la discrepancia entre los medios institucionales y las metas
culturales.

Es en el tipo de adaptación que Merton llama "retraimiento" –más adelante-


donde espera encontrar muchas de las personas que han desarrollado alguna
forma de patología mental, tales como tipos esquizoides, alcohólicos y
psicópatas. El funcionalismo tiende a considerar todos los modos, con
excepción de la conformidad, como de carácter desviado, a la vez tiende a
medir la desviación en términos del status-quo.

3. Adaptación

Dentro del sistema social hay actos universalmente reconocidos como


desviados y otros que no son reconocidos como tales según el consenso
general. Sin embargo, entre estos dos extremos se extiende una gran gama de
actos respecto de los cuales existe un desacuerdo considerable debido a
diferencias subculturales de clase, ocupación, religión, etc. Actos y personas
considerados como desviados en un sistema y época probablemente no lo
serán en otra época o sistema, y formas de conducta concebidas como
decididamente desviadas o no desviadas en un contexto, en otro marco
podrán ser objeto de conflicto intergrupal.

La definición de Merton de conducta desviada hace hincapié nítidamente en


el desequilibrio entre las metas culturales y las normas institucionales en una
sociedad. Concibe a la anomia como un derrumbe de la estructura cultural
que ocurre sobre todo cuando hay una discrepancia aguda entre las normas y
metas culturales y las capacidades sociales estructuradas de los miembros del
grupo de obrar en concordancia con ellas. Los valores culturales ayudaran a
producir una conducta que está en pugna con los mandatos de los mismos
valores.
La mala integración de cultura y estructura social, en la que una que impide lo
que la otra alienta, puede conducir a un derrumbe de las normas y al
desarrollo de una situación de falta de normas.

Merton supone que las proporciones de conducta desviada dentro de una


determinada sociedad varían según la clase social, status étnico o racial y
otras características. Por lo tanto su explicación de la conducta desviada
depende de la validez de la proposición que la tendencia a la anomia, vale
decir la incapacidad de alcanzar las metas de la sociedad por medios
disponibles, esté distribuida diversamente en un sistema social y que distintos
modos de adaptación desviada se encuentren de preferencia, en diversos
estratos sociales. La distribución de la conducta desviada dependerá de la
accesibilidad de los medios legítimos para alcanzar los objetos y el grado de
asimilación de metas y normas por los distintos estratos de una sociedad.

No todos aquellos que están sujetos a presiones en sus esfuerzos por alcanzar
las metas llegan a desviarse. Aquellos que se conforman a pesar de las
tensiones lo hacen porque están disponibles metas culturales alternativas que
ofrecen una base para estabilizar los sistemas social y cultural.

De esta manera la relación entre anomia y estructura social puede


esquemáticamente resumirse en:

1) exposición a la meta cultural y normas que regulan la conducta orientada


hacia la meta

2) aceptación de la meta o norma como mandatos morales y valores


internalizados

3)accesibilidad relativa de la meta: las posibilidades de vida en la estructura


de oportunidades

4) el grado de discrepancia entre la meta aceptada y su accesibilidad

5) el grado de anomia

6) las tasas de conducta desviada de los distintos tipos manifestada en la


tipología de los modos de adaptación

3.1. Adaptaciones
Existen 5 tipos de adaptaciones individuales para alcanzar las metas de éxito
culturalmente prescritas y abiertas a aquellos que ocupan diferentes
posiciones en la estructura social.

1. Conformismo
2. Ritualismo
3. Rebelión
4. Retraimiento
5. Innovación

Exceptuando al conformismo, las otras adaptaciones son variaciones de


conducta desviada. Las conductas desviadas son las que no se adaptan a los
requerimientos del sistema.

Ninguna de estas adaptaciones es deliberadamente elegida por el individuo ni


es utilitaria; sino que ya que todas ellas surgen de tensiones en el sistema
social es posible establecer la suposición que estén fundadas en un cierto
grado de espontaneidad.

3.1.1. Conformidad:

Es el tipo de adaptación más común. No es una conducta desviada y por lo


tanto se podría pasar por alto en el presente análisis ya que se refiere a las
conductas de no-conformidad. La conformidad o el acuerdo de gran parte de
la población con metas y normas institucionales hacen posible la sociedad
humana. No es enfocando nuestra atención sobre la conducta conformista o
normal como se descubrirán las tensiones básicas de una sociedad, sino más
bien dirigiéndola sobre la conducta desviada.

3.1.2. Ritualismo:

Consiste en abandonar o rebajar las metas encumbradas del éxito y de la


rápida movilidad social hasta un punto en que se puedan satisfacer nuestras
aspiraciones. Sin embargo, aunque un individuo achique sus horizontes, sigue
sujetándose a las normas institucionales. A primera vista esta forma de
adaptación pareciera tener poca relación con la desviación, excepto con
algunas formas de neurosis compulsiva. Aquellos que "van a lo seguro", que se
convierten en "virtuosos burocráticos", que evitan las ambiciones elevadas y
su consiguiente frustración cuando no se obtienen los resultados queridos, se
apartan a todas luces de la pauta cultural en la cual los hombres tienen que
esforzarse activamente con preferencia por medio de procedimientos
institucionalizados, con el fin de adelantar y ascender en la jerarquía social.

3.1.3. Rebelión:

Las personas que muestran esta forma de adaptación rechazan la estructura


social convencional y tratan de establecer otra nueva o muy modificada. Esta
forma de adaptación surge cuando se considera el sistema institucional como
una barrera contra la satisfacción de metas legítimas. Cuando esta actitud se
extiende al sistema político aparecen individuos que necesitan retraerse de la
estructura social existente y transferirse a nuevos grupos portadores de
nuevas ideologías.

Merton señala que la rebelión es una adaptación sobre un plano netamente


diferente de los demás. Representa una respuesta transitoria que trata de
institucionalizar nuevas metas y nuevos procedimientos para que los
compartan otros miembros de la sociedad. Así se refiere más bien a los
esfuerzos por cambiar la estructura cultural y social existente y no a acomodar
los esfuerzos dentro de esa estructura.

Posteriormente, Merton modificó su punto de vista que la rebelión fuera una


desviación en el mismo sentido que las demás adaptaciones. Divide la
conducta desviada en dos tipos, la no conformista y la aberrante, sobre la
base de la estructura social y de las consecuencias para el sistema social.

El no-conformismo difiere enteramente de la conducta aberrante como la


representan el crimen y la delincuencia. El no conformista manifiesta
públicamente su disentimiento; el aberrante se esconde detrás de su
apartamiento de las normas. El no conformista niega la legitimidad de las
normas sociales que rechaza; el aberrante reconoce la legitimidad de las
normas que viola. El no conformista trata de cambiar las normas y aspirar a
una moralidad superior; el aberrante solamente quiere escapar de la fuerza
sancionadora de la sociedad actual.

La sociedad reconoce a menudo que el no conformista se aparta de las normas


por motivos desinteresados; el aberrante se desvía para servir a sus propios
intereses. Finalmente el no conformista refiere a sus objetivos a los valores
básicos primarios de la sociedad, en oposición al aberrante cuyos intereses
son particulares.

3.1.4. Retraimiento
La pauta del retraimiento consiste en abandonar lo sustancial, tanto las metas
culturales antes apreciadas como las practicas institucionales enderezadas
hacia tales metas. El individuo ha internalizado plenamente las metas
culturales de éxito, pero encuentra inaccesibles los métodos
institucionalizados para lograrlos.

Bajo la presión internalizada de no obtener la meta por medios ilegítimos,


tales como los ofrece la innovación, el individuo se encuentra frustrado y
trabado. No renuncia a la meta de éxito, pero adopta mecanismos de escape
tales como el derrotismo, quietismo y retraimiento.

El retraimiento como forma de adaptación es valorado negativamente por la


sociedad ya que es improductivo, no competitivo, no atribuye valor alguno a
la meta de éxito de una sociedad y no hace uso de los medios institucionales.
El conformista mantiene en marcha las ruedas de la sociedad. Quien se retrae
sólo acata las costumbres.

El retraimiento es una forma particular de adaptación más bien particular que


colectiva.

Los individuos que se retraen son con mayor frecuencia los que fracasan en el
uso tanto de los medios legítimos como de los ilegítimos.

Si los medios ilegítimos no están disponibles o no son deseables, si los


esfuerzos de innovación fracasan, entonces las adaptaciones de retraimiento
pueden ser la consecuencia y los mecanismos de "escape" elegidos por el
individuo derrotado tal vez serán tanto mas desviados a raíz de su doble
fracaso.

3.1.5. Innovación

Las sociedades en las que la cultura hace hincapié en el éxito y donde la


estructura social impone limitaciones a los medios aprobados, presentan
numerosas situaciones que fomentan el desarrollo de apartamientos
socialmente desaprobados de las normas institucionales en forma de prácticas
innovadoras.

La utilización de medios ilegítimos para alcanzar las metas de éxito, poder y


riqueza ha llegado por lo tanto a ser común en la sociedad. Una forma de
adaptación presupone que los individuos están inadecuadamente socializados
con respecto de las metas culturales que alientan las aspiraciones de éxito.
Las innovaciones ilegítimas –crimen- no tienen restricción de clase. En las
clases bajas, las oportunidades están restringidas mayormente a los trabajos
manuales, y el status de trabajador no especializado y los reducidos ingresos
que son su consecuencia, no pueden competir bien en términos de pautas de
valor establecidos con la promesa de poder y riqueza derivadas del crimen
organizado.

En los niveles económicos altos la presión hacia la innovación no pocas veces


borra la distinción entre los procedimientos comerciales admitidos y las
prácticas fraudulentas.

No todas las desviaciones innovadoras son disfuncionales para la sociedad.


Algunas pueden constituir la base de nuevas instituciones mejor equipadas
para funcionar que las antiguas.

"Es de suponer que en la historia de toda sociedad algunos de sus héroes


culturales llegan con el tiempo a ser considerados como heroicos, en parte
porque han tenido el valor y la previsión de poner en tela de juicio las
creencias y rutinas de su sociedad. El rebelde, revolucionario, no
conformista, hereje o renegado de días pasados es, a menudo, el héroe
cultural de hoy. Además, la acumulación de disfunciones en un sistema
social es generalmente el preludio de un cambio social concertado que podrá
acercar el sistema a los valores que gozan del respeto de los miembros de la
sociedad"

3.2. Tipología de modos de adaptación individual

Modos de adaptación Metas culturales Metas institucionalizadas

Conformidad + +

Innovación + -

Ritualismo - +

Retraimiento - -

Rebelión +/- +/-


+ = aceptación; - = rechazo; +/- =rechazo de valores predominantes y
sustitución por otros nuevos

La adaptación social no siempre es, desde el punto de vista psiquiátrico, un


signo de salud mental; el conformismo puede adopta formas patológicas, en
particular sadomasoquista.

La inadaptación es mas bien una consecuencia que la causa de los trastornos


mentales y le plantea al psiquiatra problemas más que servirle de criterio.

Este breve resumen de los tipos de respuesta a la anomia intenta poner de


relieve una característica distintiva de todos ellos. No se hace referencia al
desviado como si hombres que una vez que se han entregado a esas formas de
conducta fuesen destinados de manera irrevocable a seguir en ellas,

De hecho, la conducta desviada crónica se dará únicamente en casos


ocasionales y marginales. En cuanto a los demás, los hombres atrapados en la
disyunción entre sociedad y cultura, podrán desviarse de modelos
ampliamente aceptados en una parte de sus actividades, conformarse en otras
y vacilar entre las respuestas a no ser que estén envueltos en procesos de
represalias sociales que los empujen aun más al desvío.

Hay un rasgo de innovador, ritualista, retraído y rebelde en cada una de las


personas. La manifestación concreta de esos rasgos depende tanto del medio
ambiente circundante como del propio carácter y personalidad de la
persona.

4. Lo normal y lo patológico y el criterio estadístico

Aunque parezca una tautología, por definición, lo normal es lo que es


conforme a la norma. Sin embargo la situación es relativamente más compleja
ya que cada civilización, sociedad, cultura y subcultura tienen sus propios
sistema de normas. Es lícito preguntarse si fuese posible considerar algún
caso como patológico en una civilización o una cultura lo que es normal en
otra.

La cuestión es de gran importancia para la etnopsiquiatría y la sociología de


las enfermedades, porque aunque enfermo y psiquiatra pertenezcan a la
misma sociedad y tengan como marco de referencia para la acción el mismo
sistema general de normas, la valoración y la interpretación no son
universales.
En cualquier sociedad existen ideas que aunque no son explicitadas, son
ampliamente compartidas. En una sociedad dada, lo normal es que lo bueno
sea lo deseable.

Una acción normal es una acción buena, aprobada por la colectividad, de


acuerdo con el ideal del grupo y que contribuya a la salud del organismo
social.

Así se encadenan tres ideas: normalidad, lo bueno y lo sano. Su némesis es la


que reúne anormalidad, lo malo y lo patológico.

Estas tríadas están alojadas muy fuertemente en las concepciones del sentido
común, por lo que para abarcar el problema de la "conducta desviada" resulta
imprescindible desprenderse de ellas.

El comportamiento anormal es el que se desvía de la norma, es decir de la


tendencia central de una población, del comportamiento general de los
hombres de un grupo.

La estadística se funda sobre comportamientos observables; a partir de ahí


puede revelar las desviaciones respecto de un tipo de comportamiento
considerado como normal

Sin embargo no debería definir como patológico a un comportamiento por el


simple hecho de que se desvíe del comportamiento general del grupo. Es
manifiesta la importancia de más allá de constatar la ocurrencia de una
desviación, encontrar la causa del fenómeno.

Es saludable no juzgar a otros actores (de otros sistemas sociales o de


distintos subsistemas de la misma sociedad) a través del propio sistema de
valores o de los modelos ideales de comportamiento propios.

Bibliografía Consultada

• Clinard, Marshall (compilador); "Anomia y conducta desviada", Ed.


Paidós; Bs.As.; 1967.
• Bastide, Roger "Sociología de las enfermedades mentales"; Ed. Siglo XXI;
México; 1967.
• Basaraglia, Carrino y otros "Psiquiatría, Antipsiquiatría y orden
manicomial"; Barral editores; Barcelona; 1975.
• Merton, Robert; "Teoría social y estructura social"; Ed Paidós; Bs.As.;
1965.
• Paz Gajardo y otros, "Diccionario de ciencias sociales y políticas" Ed.
Puntosur; Bs.As; 1990.
• Durkheim Emile; "El suicidio"; Ed. Pléyade; Bs.As.; 1965

www.monografias.com/trabajos/socioenfermental/socioenfermental.shtml

SOBRE CONDUCTAS DESVIADAS

Lo de la política penitenciaria… es interesante. Qué se espera del hecho de


meter a un tío en la cárcel… y, más allá, qué se espera del castigo,
fenómeno por lo demás normal en las aulas, en las familias, en las parejas…
Las veces que ha salido el tema en clase he visto que, de un modo u otro,
son muchos los talionistas: el infractor debe expiar su culpa pagando por lo
que ha hecho con un sufrimiento al menos similar, si no superior, al daño
causado. Talionistas que yo haya visto, por encima, hay de dos grupos:
talionistas “antiguo testamento” (rollo “ojo-por-ojo”, muy judío, en el
fondo), y talionistas-sádicos (gente que encuentra íntimo placer con el
dolor ajeno; este tipo creo que está mucho más extendido de lo que
reconoceríamos en primera instancia…)
Poquísimos, sin embargo, creen que el objetivo sea la reinserción. Los
talionistas la consideran injusta, o simplemente imposible… Y sin embargo
esa rehabilitación para la vida social es el objetivo constitucional de las
cárceles españolas, de los partes, broncas y expulsiones de clase, de la
coerción de los padres… ¿o no?
Para mayor confusión, las opiniones sobre el "deber-ser" del castigo no
suelen ser coherentes: existen grados, dicen, por los que un padre no debe
castigar sádicamente los deslices de su hijo, pero al asesino o violador hay
que matarlo o castrarlo. La castración química, que existe legalmente en
muchos países, o la pena de muerte (qué decir de ésta…) se llevan bastante
mal con la reconducción de los individuos descarriados que sí se espera de
la patria potestad…. la pregunta es, para qué castigáis al asesino, al que se
come el postre antes de la sopa, al que mete follón en clase, al violador, a
todos... y con qué espíritu esperáis o admitís que os castiguen?... ¿o
coincidís en que debe haber varias dimensiones del "espíritu-del-castigo"?
p.d. me han pedido para la revista digital del instituto algún artículo que
recoja debates habidos en el blog. Les divierten, no sólo a los que
participan, también a los que leen... a todos menos a los que deberían
participar en ellos... cosas de la vida... Si nadie se manifiesta en contra,
cortaré y pegaré algo de lo por aquí dicho… vosotros sois los autores, así
que os pido permiso que entiendo concedido si nadie se opone.
P U B L I C A D O P O R A L B E RTO E N 8 : 0 5

8 C O M E N TA R I O S :

el opinador dijo...
Por mi parte de acuerdo en lo del diario, pero que entren a escribir
ahora que sé que algunos me leen!!

Otra cosa, Alberto un favor, ¿cómo era la frase que dijo un político
creo que alemán sobre que si no eres comunista de joven no tienes
corazoón y si después lo sigues siendo no tienes ni idea o algo así?
Recuerdo de escucharla por la radio y después la dijiste tú en clase, y
no sé por qué ayer me vino a la cabeza.

Bueno yo sobre este tema siempre he pensado lo mismo. Creo los que
alguna vez se equivocan deben pagar por ello hasta el momento en
que se sepa con seguridad que no volverán a hacerlo.

Considero las ansias de venganza como un bajo fondo del ser humano
que jamás debe aflorar. La venganza lleva al odio y en la sociedad no
es nada recomendable vivr con él.

Hablando de la sociedad, creo que, de forma muy abstracta y


subjetiva, debe estar en continuo avance, no se debe detener por
ningún motivo (a no ser que sea tan especial como un atentado o algo
así). Por ello, cuando una pieza de ella no funciona o es
contraproducente se debe eliminar. La forma de hacerlo es simple,
apartándola del resto, es decir, a la trena. Si esa pieza es capaz de
volver a la sociedad y no colapsar el avance del resto, bienvenida es.
En caso contrario no debe volver a esta sociedad, si la pieza no cabe
en el puzle es elección suya, que decida si prefiere volver o no.

Se podría decir de esta teoría que no deja lugar para sentimientos ni


derechos de vida, etc. Yo pienso que al contrario, ya que la
eliminación de una pieza permite al resto no sufrir por su culpa y
facilita el natural desenvolvimiento de sus vidas.

Si no eres capaz de respetar las normas de este mundo, vete de viaje


a otro mucho más bonito pero no vuelvas.
1 1 D E F EB R ER O D E 2 0 0 9 9 :3 5

MaVeRiCk * * * * * dijo...
Buenísima esa respuesta opinador anónimo.

castigo... realmente ke se gana con él, piensas ke castigando a


alguien, puedes conseguir su cambio de conducta, o yo ke sé,
hablamos entonces del famoso dicho de "la letra con sangre entra",
un refran tan rechazado por la sociedad...

Sinceramente, "no hay peor ciego, que el ke no kiere ver" si a una


persona se la suda los castigos impuestos, si despues de cumplir una
condena (me estoy refiriendo a problemas más graves, como los
asesino, violadores, etc.), el sujeto no cambia y reincide en lo ke
anteriormente cometió y fue castigado, pues sinceramente,
llamarme satánico, adorador del dolor, yo ke sé, pero esa persona,
desde luego, no está en condiciones de volver a la sociedad, yo le
dejaría ke se consumiera entre rejas.

Aparte, la justicia de hoy en día, es mucho más "blanda" con los


castigos.

El otro día, por ejemplo, viendo un reportaje de "el lute" contaba ke


le pusieron 2 AÑOS de condena por robar una gallina cuando se
escapó.

Hoy en día, un asesino mata a alguien, viola, o lo ke haga, y teniendo


suerte, buen abogado y pasta, ke no se preocupe ke va a estar un
tiempo prudente en la carcel, son cosas, ke realmente no puedo
explicarme.

No creo que se llegue al odio mediante la venganza como dices tú


opinador, pienso que si alguien hiere a otra persona, o la perjudica o
algo, pienso, que pagar con la misma moneda, no está nada mal,
estoy seguro de ke si la ley fuera más estricta y fuerte, la gente se lo
pensaría 2 veces antes de cometer alguna infracción.
Porsupuesto, estoy de acuerdo en la castración, pero no en la kímica,
sino en la rural, con dos piedras bien grandes, que el violador, por
ejemplo, sufra lo ke ha hecho sufrir a sus violad@s, pero weno,
tampoco kiero extenderme mucho.

En definitiva, aunke desde mi punto de vista cristtiano debería de


poner la otra mejilla, sinceramente, en este aspecto, yo soy
contundente, si haces algo mal y te arrepientes de corazon, podrás
ser perdonado, si aun así reincides... a tomar por culo, pudrete en la
carcel capullo !!

uff... me kedé agusto, mucho tiempo sin aparecer por el blog.

Buen tema alberto, congratulations !

* MaVeRiCk *

1 1 D E F EB R ER O D E 2 0 0 9 1 1 :2 4

Benito Camela dijo...


Hola a todos.

A mi no me importa que cortesy pegues, remezcles des tu toque


personal...no me importa, asi que tú mismo Alberto. El 14 en
azuqueca de henarés me deleitaré escuchando soul o algo parecido
bueno al tema.

Mi opinión sobre este tema tan polémico es muy simple. Creo en la


reinserción, cuando alguien comete un delito deberían analizarse las
razones que le han llevado a hacerlo y tenerlas en cuenta, la
intencionalidad para mi es muy importante en este tema. Es más o
menos lo que dijo opinador, se le aparta, se le prepara para volver a
la sociedad si es posible y a vivir, pero no creo en la pena de muerte
ni en la cadena perpetua, el "ojo por ojo", es rebajarte a su nivel, es
romper los derechos humanos. El etarra este que hizo huelga de
hambre hace poco..., todos tenemos arrebatos al verlo en la tele y
dices "A ese que le corten el cuello", pero te paras a pensarlo dos
veces y te das cuenta que te rebajas a su nivel, en mi opinión que no
lo dejaran morir de hambre y que cuando cumplió su pena saliera a la
calle, es una actuación acertada.

La sociedad funciona con normas, desde pequeños las vamos


interiorizando, hasta cierta edad funcionas con la ley de la zanahoria
y el palo, de el premio y el castigo, con lo que ciertos sociologos y
psicólogos sociales han denominado "Teoría de la Disuasión". Según
esta gente las personas cumplirán las normas en la medida que
tengan mayor o menor certeza de ser castigados, es decir, que la
gente que está fuera de la cárcel no comete delitos porque cree que
los pillarán, pero los que están en la cárcel, piensan que no pasa
nada, porque han delinquido mil veces y les han pillado una vez, por
tanto en la cárcel, el mantener contacto con otros presos..., no se
crea un hámbito coherente para la reinserción.

A maverick decirle que la justicia se ha vuelto más blanda desde mi


punto de vista, porque no estamos en la época franquista ni
postfranquista, los falsos liberales de la democracia española aunque
falsos, algo de liberales, o de fachada de liberales tienen, por lo que
han ido modificando las leyes. Cuando al lute le cayeron dos años por
robar una gallina, fue porque en esa época robar una gallina
implicaba dejar a una familia sin nuevos pollos, sin huevos y sin una
aportación importante a la nevera familiar, ahora nos sobra la comida
y por tanto, robar una gallina no es un gran delito...
Como a todos me importa la intencionalidad del que ha delinquido,
pero, las leyes son algo arbitrario, algo que se nos impone desde el
exterior, debemos pararnos a hacer ciertos juicios morales para
definir, modificar o eliminar las leyes basándonos en esos juicios
morales.

No seais tan contundentes, en este tema las medias tintas, tener en


cuenta muchos factores, es importante, no hagais juicios rápidos,
porque se está hablando de la vida de una persona, de su libertad, y
de otras muchas cosas a las que todos tenemos derecho.

1 2 D E F EB R ER O D E 2 0 0 9 4 :0 6

alberto dijo...
opinador: la frase es el tipo aforismo flipante que nadie sabe muy
bien de dónde ha salido. Yo la he visto atribuida a dos personas, por
una parte a Willy Brandt y por otra a W. Churchill. Juraría que es de
este último.
Camelas: eres una caja de sorpresas. Me alegraré de verte en otro
contexto, y si aceptar una invitación te invitaré a algo, que he estado
un año viviendo de ti. Para otra ocasión preparamos un cameo, y
haces un poco de Charlie Parker

1 3 D E F EB R ER O D E 2 0 0 9 1 1 :3 7

WKYA-Radio dijo...
Bien, todos coincidis en que se debe reformar al individuo.el
problema es ¿Cómo?

opinador: ¿Donde esta el mecanico que arregle esa pieza que ya no


funciona? en mi opinion, seria tremendamente complejo estudiar a
fondo los pensamientos de cada persona, qué le ha llevado a violar o
asesinar a alguien, y "curarlo"!!! casi imposible tarea. Acabo de ver V
de Vendeta, mira tu por donde! Y parece que los actos de venganza
de V tienen un buen fin para la sociedad... aun asi la autoridad le
considera un criminal. Quiero decir, quizás haya gente que se
merezca que le roben, o ser cortado en cachitos y aun asi es un
crimen hacerlo... Es justo eso¿ no se corresponden justicia y
legalidad...

Por otra parte existiran personas desviadas que cometan actos


injustos hacia otras personas. Estos infractores tienen cura? se
pueden reconstruir? esto tiene un gran símil con el cáncer: no hay
vacuna... cuando las células deciden actuar contra el organismo solo
queda apartarlas del resto a tiempo... Yo personalmente creo que son
como mentirosos, que si han mentido una vez, lo harán otra... algo
asi como la naranja mecánica.

las ley... hay que obedecerla, ya sea por el bien de la sociedad, o por
el miedo al posible castigo. los primeros, kantianos, obedeceran las
leyes porque es su deber, porque es el bien. los nietzscheanos
posiblemente afirmarán que: "así es la vida", y cumpliran por miedo
al castigo...
Esto solo me plantea dudas, vaya temita! porque no estoy seguro de
que se cumpla la ecuacion ley = justicia y porque la justicia la hemos
inventado nosotros. Asique, debo interiorizar todas las normas? aun
siendo estas injustas en muchos casos? este tema me ha despertado
un cacao importante....¿Alguna respuesta?

1 3 D E F EB R ER O D E 2 0 0 9 1 6 :3 9

el opinador dijo...
Estoy de acuerdo contigo WKYA-Radio, es muy difícil determinar el
momento en que alguién está reformado. Por eso yo pienso que, ante
la duda, bajo la sombra.

Es fácil saber cuáles han sido las causas que han llevado a ladrones,
camellos o atracadores a cometer sus delitos. Suele coincidir que son
personas que no han gozado de educación, se han criado entre más
marginalidad y han optado por tirar por el camino de enmedio,
encontrando a sus problemas la solución más rápida para conseguir
dinero.
Entonces, aún después de pensar que están reinsertados, pueden
volver a tropezar con la misma piedra y haber desperdiciado todo el
esfuerzo económico de la sociedad. Por eso creo que el problema de
raíz está en las calles y no tanto en la reinserción dentro de la
cárcel. Si un ladrón vuelve a su casa y sigue sin tener donde caerse
muerto tenderá a robar de nuevo. En ese caso lo mejor para todos
sería hacer un seguimiento muy rígido y minucioso del infractor.
Podría llevar un chip para localizarlo en todo momento, revisiones
médicas constantes para ver si consume drogas, actuar también sobre
su círculo de confianza...
El dinero que valdría todo eso (aunque seguro existen medidas
mejores) sería parecido al que se ahorraría la gente que no fuera
atracada o estafada, además del disgusto que supone. También el
Estado podría desviar fondos de programas antidroga y demás a estos
fines. Creo que merecería la pena, aunque seguro que todo es más
complicado.

También ello supondría que el infractor no gozaría de libertad plena


hasta que no se comprobara que, realmente, no es peligroso para la
sociedad. Creo que sería un incentivo para él, que estaría dispuesto a
mejorar su conducta por ser libre.

Por desgracia, también hay otro tipo de criminales que actúan por
otros motivos no tan "comprensibles". Esta gente (violadores,
pederastas, asesinos a sueldo, etc.) no debe mezclarse jamás con el
resto de la población. Es como aceite y agua que se repele.

Un saludo!

1 4 D E F EB R ER O D E 2 0 0 9 8 :4 6

Benito Camela dijo...


Hola.

Opinador, ¿chips..., seguimiento médico? En serio, cada día pienso


que si por vosotros fuera habría incluso pena de muerte. Voy
aclarando el tema poco a poco, al menos respecto a perspectivas:

Perspectiva 1: "Lex durex, sed lex"

Traducido sería algo como "la ley es dura, pero es la ley", me asquea
este tipo de pensamiento, me rebienta que la gente como aquí el
amigo opinador vea la sociedad como producir y consumir, el pseudo
capitalismo democrático funciona alimentado por gente que piensa
así, mientras haya estabilidad social y bienestar, vosotros como
ovejitas, pensais que los delincuentes son gente malvada por
naturaleza, que solo se puede reinsertar a los delincuentes que lo son
a causa de la marginalidad...por cierto isaias, te das cuenta de que
existen delincuentes, porque tú vives como un rey y ellos no tienen
nada..., ese es el resultado de un modelo económico tan cutre...

Perspectiva 2: "Aparta coño"

Básicamente esta perspectiva sería la que piensa que cualquier


individuo tiene arreglo, un asesino en serie, un pederasta y el
objetivo no es apartarlo, es reinsertarlo a cualquier precio en la
sociedad, pensar un poco en lo que implican ciertas leyes y si se
encuandran dentro de cierta moral, se que hay una gran relatividad
moral, pero yo creo que la mia es la buena porque como dice alberto
"lo mio pequeño es grande". Vamos que os pareis a pensar que si la
ley es así de contundente, si hay cadena perpetua y penas así...los
derechos humanos se van a la mierda.

1 6 D E F EB R ER O D E 2 0 0 9 5 :1 1

el opinador dijo...
Benito no vayas de liberal guay cuando tú eres el primero que sigues
las mismas normas que el resto. Me criticas de aceptar el sistema
capitalista corrupto y malvado que genera caos, destrucción,
violencia, etc. Amigo si estás tan desencantado con el mundo en el
que vives te creas un perfil en second live y te follas a Marx pero no
me cargues amí con la culpa de TÜ problema, yo lo apoyo porque es
lo único que tengo y sí, a mi me va bien.

También dices que reconozco a los "marginales" porque vivo como un


rey... ¿es necesario vivr bien para saber si tirar a una chica por un
puente está bien o mal? ¿acaso crees que ellos no son conscientes de
la situación en la que están? Lo saben tan bien como nosotros y aún
así siguen actuando de la misma forma. Eso merece castigo y si no
son capaces de volver a vivir en la sociedad pues fuera de ella. No
como tú dices intentar reinsertarlos a cualquier precio, recuerda que
ese precio es pagado, en parte, por las mismas familias que han sido
objeto de esos crimminales. Seguro que la familia de la chica
sevillana está encantadísima de pagar la comida y el techo de quién
tiró a su hija por un puente. Veo más necesario utilizar esos mismos
fondos a un destino más razonable como la educación o la sanidad.

Si son personas sin solución, pues fuera!! ¿O es que están


reinsertados los etarras al salir de la cárcel? ¿Y los violadores? Esta
gente tiene problemas mentales y por mucho que se disipen por un
tiempo van a volver a salir a flote. ¿Recuerdas la historia de la rana y
el escorpión? El escorpión al final te pica aunque sepa que no debe
hacerlo, simplemente porque actúa como es.

Has criticado mucho, pero no tengo muy claro qué propones hacer. Y
es que no has dicho nada, te has dedicado a despotricar. Yo jamás
estaré a favor de la pena de muerte, pero creo que quién firma las
penas bajas a los criminales está firmando las penas de muerte de
gente inocente como podemos ser tú o yo. ¿Lo ves más justo?

Finalmente, sé que eres un idealista y que estás muy frustrado


porque las cosas no funcionan como tú querrías que funcionaran. ¿Por
qué en vez de ladrar tanto no lanzas alguna idea que al menos
intente ser útil para mejorar las cosas? Sé que poco vamos a hacer,
pero quizá tendrías más credibilidad.

Piensa algo, si tú te ves en contra de todo el mundo porque crees que


todo el mundo va en tu contra, quizá es porque eres tú el que
provoca ese conflicto.

Si todos los coches vienen hacia ti, quizá eres tú el que va en


dirección contraria.

1 6 D E F EB R ER O D E 2 0 0 9 8 :3 3

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A L B E RTO

Alberto Cuevas, trabajo o lo intento como profesor de filosofía en el


IES Don Bosco de Albacete....
V E R TO D O M I P E R F I L

filosofandoenlacueva.blogspot.com/2009/02/sobre-conductas-desviadas-
Categorías Históricas de Conducta desviada y su Relación con los Modelos Societales
que las sustentan: Crítica de su Actualidad.

The historical categories of astray behavior and its relations with social patterns that
sustain it: Review of it present.

El concepto de Conducta Desviada ha nacido en su utilización por las Ciencias Sociales,


asociado a los modelos consensuados o integrados de sociedad.
Esto es de lógica deducción, toda vez que algo puede ser considerado desviado respecto de
algo que no lo es, o porque es normal, o es la referencia a un parámetro más o menos estandarizado.
Desde los clásicos, como Durkehim y su concepto de anomia, pasando por los
contemporáneos funcionalistas, que recuperaron ese concepto, asociándolo a lo disfuncional; desde
el concepto de crimen de Durkehim hasta los nuevos aportes de la criminología crítica, se
desarrollaron escuelas, que aún cuando criticaban y adaptaban las categorías en sus marcos teóricos
cada vez más críticos respecto del contexto social, como productores y reproductores de las
desviaciones, a persistido un modelo societal, que en última instancia funcionaría como un todo,
donde los sectores sociales eran inclusivos.
Se trata de analizar si estas categorías de conductas desviadas pueden mantener actualidad,
a la luz de los cambios estructurales de los modelos societales de la posmodernidad y la
globalización, que generan dispernsión de los elementos paramétricos clásicos, y están produciendo
situaciones de exclusión que hacen dudar del modelo societal unívoco.

CARRILLO, Juan Carlos


jcarril@uolsinectis.com.ar
Facultad de Derecho-Univ. Nac. de Cuyo
teórico coincidente entre los estudiosos: la conducta es desviada cuando se aleja de las norma
sociedad impone y cuando viola los códigos jurídicos establecidos.

BIBLIOGRAFIA

1. Carrillo de la Peña, María Teresa. Conducta antisocial juvenil y perspectiva de futuro: un aná
influencia de la institucionalización. En Anuario de Psicología (La Habana) 62: 6-12, 1995.

2. Cooper Mayer, Doris. Delincuencia común en Chile. Santiago: Editora Ltda.,


1994. 260 p

3. Dalmau Gavilanes, Francisco. El Joven delincuente en Guayaquil: estudio Psiquiátrico. Ecuad


Científica, 1989. 250p.

4. Marcial, Rogelio. La Banda Rifa, vida cotidiana de grupos juveniles en esquina en Zamora, M
México: Michoacán: Editorial El Colegio de Michoacán, 1997. 298 p.

5. Vasallo Barrueta, Norma. La Conducta desviada: un enfoque psicosocial para su estudio. La


Editorial Félix Varela, 2001. 231p.
www.ciencias.holguin.cu/2005/septiembre/articulos/ARTI7.htm - 52k -

CUADERNOS DE CRIMINOLOGIA (II)

Salvador F. Ruiz Ortíz - Criminologo

EL DELITO - EL DELINCUENTE

EL DELITO.

El objeto de estudio de la Criminología ha sufrido un proceso de ampliación al tomar interés una serie de
aspectos que hasta entonces no se habían tenido en cuenta, como son la víctima y el control social.

El delito, como objeto de estudio, es definido de forma distinta desde el Derecho Penal y la Criminología,
aunque tienen ciertos puntos de conexión. Cada uno ve el delito desde su propio enfoque, el criminólogo
con la utilización de su método y el análisis de los factores, el penalista con la utilización de la norma y
aspectos concretos.

La definición legal o concepto jurídico positivo de delito lo encontramos en el art. 10 del Código Penal, que
establece: “son delitos o faltas las acciones u omisiones dolosas o imprudentes penadas por la Ley”.

Se ha pretendido buscar un concepto universalmente válido de delito. Garofalo señalaba que la motivación
del delito está basada en dos sentimientos, la piedad y la probidad en las personas no delincuentes, la
piedad sería el sentimiento de compasión que nos hace evitar hacer daño a los otros, la probidad estaría
relacionada con los valores del daño material y el respeto por la propiedad ajena. En el delincuente
fallarían uno o los dos.

Si falta la piedad existiría una predisposición a la comisión de delitos contra las personas, si faltaba la
probidad a delitos contra la propiedad.

Este concepto de delito no resultó válido por no ser generalizable.

La sociología aporta el concepto de conducta desviada, aunque tampoco puede ser empleado como un
concepto universal de delito, la conducta desviada es más amplia ya que todo delito es una conducta
desviada pero no al contrario.

Por tanto estos conceptos no definen exactamente el delito, por lo que continúa la búsqueda de un
concepto material y neutro, teniendo además en cuenta que estamos ante una realidad cambiante.

Para la Criminología el delito es un problema social que debe tener como respuesta del Estado una sanción
penal. Dentro de la investigación en Criminología no se puede prescindir del todo del Derecho Penal,
diferenciando en cada caso el concepto de delito que se va a utilizar, va a depender de lo que se persigue
analizar para utilizar el concepto jurídico formal o el concepto material cuando la investigación se oriente a
la descriminalización o a la neocriminalización.

Esta perspectiva social del concepto de delito se contrapone al enfoque legal, en el que sólo se dispone una
definición circular que no aclara lo que es delito o no lo es, únicamente hace referencia a conductas
tipificadas o no.

Sólo serán delictivas aquellas acciones u omisiones expresamente tipificadas en la legislación penal, pero
¿cuál es el mecanismo que convierte a una conducta en infracción penal?. Para responder a esta cuestión
se ha de realizar un análisis de la repercusión que esa conducta genera en la concreta sociedad, en un
concreto momento histórico y, lo más importante, cómo es interpretada por los ciudadanos y por los
Poderes Públicos.

Por ejemplo, el art. 147.1 C.P. establece que el que por cualquier medio o procedimiento causare a otro
una lesión que menoscabe su integridad corporal o su salud física o mental, será castigado como reo de
delito de lesiones con la pena de……

Ahora pensemos en varios ejemplos: un boxeador ha de golpear contundentemente a su oponente, es


consciente de que va a causarle un daño físico y tiene voluntad para ello. Un cirujano realiza una incisión
en el tórax de un paciente, le extrae el corazón, lo coloca sobre una mesa, opera y vuelve a clocarlo en su
sitio.

En el primer caso el boxeador está amparado por la aceptación social, se asume que es un deporte de
contacto y el contrincante acepta las reglas. Si la misma agresión se produjese fuera del ring entraríamos
en la esfera penal.

En el caso del cirujano, la finalidad terapéutica ejercida por quien posee conocimiento y capacidad
convierte la conducta en atípica, además aquí juega un papel importante el consentimiento del paciente.

El delito es una realidad cambiante, su contenido varía en función de factores externos, sólo pueden ser
etiquetadas como delictivos los actos que supongan los mayores ataques hacia
bienes jurídicos, únicamente las conductas más graves entrarán en la definición legal
(Principio de legalidad y de intervención mínima).

El mecanismo de construcción del delito parte de una conducta que, en un


determinado momento, pasa a ser considerada como tal a través de un proceso de
criminalización. Así, la conducción de vehículos a motor a una excesiva velocidad es
hoy una simple infracción administrativa, pero la alarma social que causan los
accidentes de tráfico está provocando una movilización social que aboga por tipificar
penalmente estas conductas.

El legislador es quien tiene la potestad de determinar lo que es delito y lo que no lo es, pero son los
ciudadanos quienes deciden, a través del sufragio, quienes son legisladores, por tanto éstos últimos han de
tener muy presentes cuáles son las inquietudes sociales, es el denominado “populismo punitivo”. En este
proceso de autorregulación intervienen de manera activa otros actores, con fuerza de grupos de presión,
que tratarán de imponer sus argumentos en el Parlamento, el resultado de esta lucha de presiones no
siempre resulta respetuoso con los principios informadores del Derecho Penal.

Vicente Garrido clasifica los delitos en función de la reacción social que provocan en:

1.-Comportamientos penalizados y castigados en (casi) cualquier sociedad moderna. Son los delitos más
graves (contra las personas, libertad sexual, patrimonio,…).
2.-Comportamientos penalizados pero sobre los que la ley se aplica con escasa frecuencia. Conductas que
aun estando penadas se realizan con frecuencia y relativa impunidad (conducción bajo influencia de
bebidas alcohólicas, tráfico de drogas a pequeña escala, contra la Hacienda Pública,…).

3.-Comportamientos en vías de penalización o despenalización. Son conductas sobre las que existen
posturas contrapuestas, dependiendo de la concreta sociedad, cultura y momento histórico. Infracciones
que pasan a ser delictivas y otras que dejan de serlo.

Gottfredson y Hirschi (1990) lo definen como “la utilización del engaño o la fuerza para conseguir un
objetivo”. No pueden incluirse todas las infracciones penales en este concepto, únicamente aquellas más
graves.

Desde la perspectiva criminológica, el concepto de delito es tan amplio y puede abarcar tantas
concepciones que resulta más útil acudir a otros términos.

Así el contenido de “desviación” es más amplio, abarca mucho más que la simple actividad delictiva. Becker
(1971) ofrece una visión de este término e varias perspectivas: alejamiento excesivo de promedio
estadístico común, desviación como enfermedad y visión funcionalista. Todas ellas están basadas en la
visión de la sociedad como un organismo estructurado, las conductas que sirvan para su desarrollo serán
prosociales, las que se alejen de la media, sean patológicas o amenacen la estabilidad serán desviadas.
Pese a que desviación es más amplio que delito, chocamos de nuevo con la interpretación de los valores
(prosociales o desviados según el colectivo que los interprete), además retomamos el intervencionismo
político en la definición.

Profundizando aun más, el interaccionismo simbólico no concibe una definición social de la infracción a la
norma de forma clara, no siempre se estiman como delictivos ciertos comportamientos, se justifican hasta
que las circunstancias lo desaconsejan. La denuncia pública puede hacernos recapacitar sobre hechos a los
que asistimos cotidianamente y no relacionamos (simbolismo) con comportamientos desviados, son
“normales” hasta que la comunidad deja de percibirlos como tales. Ejemplos de ello podemos tenerlos en
situaciones cercanas: parece que nadie sabía lo que estaba sucediendo en el Ayuntamiento de Marbella
hasta la denuncia y posterior investigación, lo cierto es que muchos lo conocían pero lo asumían como algo
“normal”. Ciertas formas de acceso a la Función Pública (oposiciones, concursos,..) suelen verse envueltos
en aureolas de sospecha, en general son aceptadas hasta cierto punto, pero en muchas ocasiones
traspasan el límite, sin denuncia pública nadie se lo plantearía como delictivo.

Esta teoría no considera al delito como hecho aislado sino como una interacción entre actores, objetos y
situaciones.

EL DELINCUENTE.

En relación con el delincuente, se ha producido un fenómeno de problematización que afecta a conceptos


de los que se ha ocupado la Criminología tradicional, actualmente se cuestiona su contenido.

El Positivismo criminológico, que introduce el concepto de delincuente nato y otros prototipos como los la
Escuela Clásica, el Correccionalismo o el Marxismo, son ejemplos de las distintas concepciones en relación
con la figura del delincuente.

La Escuela Clásica entendía que no existe un individuo predispuesto a delinquir desde que nace, sino que
estos respondían al libre albedrío. Toda persona nace libre y es responsable de sus actos, haciendo un mal
uso de su libertad comete el delito. No existe una diferencia cualitativa entre el delincuente y el que no lo
es.
Para los positivistas el delincuente desde que nace está predispuesto a delinquir, no tiene esa libertad de
actuación, responde a un determinismo biológico.

El Correccionalismo y el Marxismo lo entienden desde la perspectiva del entorno.

En el correccionalismo aparece el delincuente como una víctima de las circunstancias que le rodean,
haciendo especial hincapié en que el responsable de los delitos es la propia sociedad y poniendo énfasis en
que el Estado debe centrarse más hacia una respuesta correctora y de protección con una visión alternativa
a la pena.

El Marxismo parte de un argumento parecido, el delincuente es víctima de una sociedad desigual que
fomenta las desigualdades que favorecen la delincuencia. La diferencia es que para éste prototipo se
propugnan una serie de cambios de estructuras a todos los niveles. De existir otro tipo de estructura social
no existiría el delito.

Actualmente la Criminología comienza a ampliar el concepto de delincuente, no se trata de un ser anormal,


enfermo mental o atávico, no es distinto a los demás pero sí tiene matices.

El Principio de Normalidad:

Este principio dispone que no necesariamente el delincuente es un


ser distinto, aunque no responda a los principios de normalidad.

Para poder considerar que un delincuente es normal, que es


imputable, debe reunir una serie de cualidades que, en el momento
de cometer el hecho delictivo, le hagan comprender la ilicitud del
acto y actúe conforme a esa comprensión, debe actuar conociendo
la ilicitud del mismo. En esas condiciones nos encontramos con una
persona capaz de responder personalmente, es decir, imputable.

La realidad nos demuestra que no todos los delincuentes se adaptan


a esta definición, además no existe una barrera que separe la
normalidad de la anormalidad, es cuestión de grado que habrá que
matizar.

El Derecho Penal, para responder a estas situaciones prevé tres


posibles graduaciones:

-Los imputables: con plena capacidad de querer y entender.

-Los inimputables: los que tienen profundamente alteradas sus


capacidades de querer y entender. Responden a las eximentes
completas del art. 20.1, 2 y 3 C.P. Anomalía o alteración psíquica por
la que no puedan comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a esa comprensión; estado de
intoxicación plena por consumo de alcohol, drogas tóxicas, estupefacientes, psicotrópicos o sustancias
análogas o se halle bajo el síndrome de abstinencia; alteración de la percepción desde el nacimiento o la
infancia que altere gravemente la conciencia de la realidad.

-Los semi-inimputables: los que tienen la imputabilidad disminuida. Responden a las eximentes
incompletas del art. 21 C.P. Las causas expresadas en el artículo anterior, cuando no concurran todos los
requisitos necesarios para eximir de responsabilidad criminal; actuar a causa de su grave adicción a las
sustancias antes mencionadas; obrar por causas o estímulos tan poderosos que hayan producido arrebato,
obcecación u otro estado pasional de entidad semejante.

Partiendo de estas premisas, al delincuente “normal”, es decir, al imputable se le puede imponer una pena.

Para los inimputables están previstas las medidas de seguridad, para su aplicación será necesario que se
halla cometido un delito y exista probabilidad de que se puedan cometer otros en el futuro, con los
problemas que eso conlleva. Al margen del Derecho Penal, sólo queda como solución el Derecho Civil, que
contempla la posibilidad de incapacitar a una persona cuando no pueda gobernarse por sí misma,
ofreciendo como otras posibilidades el internamiento en centro psiquiátrico de carácter civil sujeto a control
judicial. Si el internamiento es por razones de urgencia, se comunicará al Juez en 24 horas, si no es
urgente necesitará autorización judicial.

La culpabilidad y la peligrosidad:

La culpabilidad es un juicio de valor sobre el hecho ya cometido, mientras que la peligrosidad supone un
pronóstico de futuro orientado hacia la posibilidad de que se cometan nuevos delitos.

Para que la peligrosidad de lugar a la aplicación de medidas de seguridad ha de tratarse de peligrosidad


criminal.

El art. 6.1 C.P. dispone que las medidas de seguridad se fundamentan en la peligrosidad criminal del sujeto
al que se impongan, exteriorizada en la comisión de un hecho previsto como delito.

La peligrosidad criminal es por tanto un concepto objetivo, el art. 95 C.P. recoge dos presupuestos:

1.-Que el sujeto haya cometido un hecho previsto como delito.

2.-Que del hecho y de las circunstancias personales del sujeto pueda deducirse un pronóstico de
comportamiento futuro que revele la probabilidad de comisión de nuevos delitos.

Reincidencia:

El art. 22.8 C.P. señala la reincidencia como circunstancia agravante de la responsabilidad criminal.

Para que exista reincidencia se exige que el sujeto haya sido condenado por un delito del mismo Título y de
la misma naturaleza, estando la naturaleza en relación a la igualdad de bienes jurídicos protegidos.

La agravante de reincidencia valora al autor y no al hecho.

La solución ofrecida por el Derecho Penal cuando se materializa la peligrosidad es la aplicación de la


reincidencia.

Frente al concepto de reincidencia aparece el concepto de delincuente habitual, el art. 94 C.P. señala como
delincuentes habituales los que hayan cometido tres o más delitos comprendidos en el mismo Capítulo, en
un plazo no superior a cinco años y hayan sido condenados por ello.

Factores de riesgo:

Son aquellos que permiten predecir que una persona es más vulnerable hacia el delito. Factores
predoctores de un comportamiento antisocial o delictivo pueden ser: personales (infancia, inteligencia,
temperamento, habilidades sociales, locus de control,…), sociales (paro, marginación, desectructuración
familiar,…).

El adecuado funcionamiento de estos factores ayuda a continuar adecuadamente en la vida, aunque es


preciso adquirir conocimientos de carácter educativo y otras habilidades de intervención con los demás así
el grado de integración en la familia, el apoyo emocional del entorno, el grado de comunicación con los
demás, la medida en que se logra adoptar unos valores sociales y los modelos de referencia en el ámbito
social son de gran importancia. La ausencia de tales factores constituye un gran riesgo para cometer actos
ilícitos.

El Código Penal, en cumplimiento del art. 25 de la Constitución Española, dispone penas, especialmente las
privativas de libertad, para recuperar al individuo y reinsertarlo en la sociedad.

Los programas de reinserción se basan en intervenciones a todos los niveles:

-Educativo: con la finalidad de adquirir conocimientos.

-Terapias no conductuales: aplicar los conocimientos teóricos del psicoanálisis para indagar en los traumas
del sujeto.

-Aprendizaje operante: asociando a un comportamiento adecuado una respuesta gratificante, así como una
respuesta negativa ante las conductas inadecuadas.

-Terapias cognitivo-conductuales: persiguen la adquisición de habilidades sociales, valores morales y


sociales así como técnicas de control emocional.

-Comunidades terapéuticas: pretenden evitar el internamiento carcelario sustituyéndolo por centros


terapéuticos.

-Otros programas alternativos: enfocados a evitar el internamiento como única vía de cumplimiento de la
pena.

La Criminología y el delincuente:

Las penas tienen como finalidad la resocialización, intervenciones sobre el delincuente tras delinquir. Pero
la Criminología se interesa además por la prevención a través de la predicción.

Conocer los factores de riesgo y las etiologías delictivas produce una serie de datos de gran interés para las
políticas de prevención.

Los diseños de investigación pueden ser:

-Transversales: estudios referidos a un momento concreto, su objeto de estudio es un determinado grupo


de sujetos y estudia las variables que intervienen en ese grupo.

·Estudio de grupos con caracteres extremos: análisis de contraste entre delincuentes primarios y
reincidentes, en función de las variables que los distinguen.

·Estudio de grupos de delincuentes en atención a las variables que inciden en su proceso criminal, para
identificar los factores que les llevan al delito.

-Longitudinales: son estudios que se realizan a lo largo del tiempo, se mide la evolución para determinar
tendencias y poner en marcha programas directamente dirigidos hacia ellas.

Los resultados de los estudios predictivos pueden resultar:

-Válido positivo: existe la predicción de que van a cometer delitos y los cometen. El pronóstico se cumple.

-Válido negativo: se predice que no van a cometer delitos y no los cometen. El pronóstico también se
cumple.

-Falso positivo: predicción de que cometerán delitos y no los cometen. No se cumple el pronóstico.

-Falso negativo: se predice que no van a cometer delitos y sí los cometen. Tampoco se cumple el
pronóstico.

Es importante determinar qué factores llevaron a la existencia de falsos positivos y falsos negativos. Para
ello hay que acudir a los factores protectores, que hacen al sujeto más resistente al delito, entre ellos:

-A nivel personal: inteligencia, habilidades sociales, empatía, locus de control interno,…

-A nivel familiar: situación en relación con la familia.

-A nivel social: modelos de referencia adecuados.

Ciertos factores influyen en la consolidación de las carreras delictivas:

-Volumen de delitos en el tiempo.

-Escenarios múltiples.

-Variedad de los problemas de conducta: a mayor complejidad de trastornos, mayor probabilidad de que se
prolonguen en el tiempo.-Comienzo temprano en la actividad delictiva.

CONCEPTOS DE INTERÉS:

Factores de riesgo: aquellos que permiten predecir que una persona es más vulnerable hacia el delito.
Factores predictores de un comportamiento antisocial o delictivo pueden ser: personales (infancia,
inteligencia, temperamento, habilidades sociales, locus de control,…), sociales (paro, marginación,
desectructuración familiar,…).

Delincuente de carrera: es quien hace del delito un modo de vida, hasta el punto de llegar a cometer
delitos graves si es necesario.

Carrera delictiva: es la secuencia longitudinal de los delitos que un mismo delincuente va cometiendo en el
transcurso del tiempo. Exige tomar un cierto periodo temporal para conocer los delitos que ha cometido.

BIBLIOGRAFÍA

-Garrido, V. Stangeland, P. Redondo, S. (2001). Principios de Criminología. 2ª Edición. Valencia: Tirant Lo


Blanch.
-García-Pablos de Molina, A. (1996). Criminología: una introducción a sus fundamentos teóricos para
juristas. 3ª Edición. Valencia: Tirant Lo Blanch.

-Cobo del Rosal, M. Vives Antón T.S. (1999). Derecho Penal Parte General. 5ª Edición. Valencia: Tirant Lo
Blanch.

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BORRADOR

PODER JUDICIAL, POLÍTICAS JUDICIALES Y CORRUPCIÓN

Juan Enrique Vargas Viancos*

1.¿Jueces corruptos o sistemas judiciales mal diseñados?

Tradicionalmente los frecuentes problemas de corrupción que padecen los Poderes


Judiciales en el Continente Latinoamericano han sido atribuidos a conductas desviadas de
sus integrantes. La idea constante es que tenemos Poderes Judiciales corruptos
fundamentalmente porque tenemos jueces corruptos. Muchas son las causas que se barajan
para explicar esta situación: deficiencias en la educación legal, bajos sueldos,
imperfecciones de los sistemas de designación, etc. Lo interesante es que cualquiera o
todas ellas llevan necesariamente a concluir que con "buenos" jueces nuestros sistemas
judiciales funcionarían bien.

Tal predicamento explica que una de las herramientas utilizadas para "extirpar" el fenómeno
de la corrupción en varios de los sistemas judiciales de este Continente haya sido el
acometer purgas, cada vez más frecuentes por lo demás, con el fin de reemplazar
"funcionarios corruptos" por otros idóneos. Los casos paradigmáticos en tal sentido han sido
los de Perú, repetidos en esta década, Honduras y, más recientemente, el de Venezuela.
Ciertamente, se han intentado herramientas más sofisticadas de intervención para superar
los problemas de corrupción, las que, al estar animadas por igual óptica, también se han
centrado en el tema del personal del Poder Judicial. Conforme a ellas se han introducido
modificaciones a la carrera de los funcionarios, especialmente en cuanto a sus mecanismos
de ingreso y promoción, así como al control disciplinario, o se han generado instancias
especializadas de capacitación judicial: las llamadas "Escuelas Judiciales".

Pero, ¿qué ha sucedido con estas medidas? La experiencia indica que sin necesidad de
esperar mucho tiempo los nuevos jueces, que reemplazaron a los "corruptos", se convierten
en tan corruptos e ineficientes como los anteriores, por lo que deben ser nuevamente
reemplazados. Y los jueces "capacitados" o escogidos bajo los nuevos mecanismos de
selección, tampoco presentan grandes diferencias con sus antecesores. La contundencia de
la evidencia en tal sentido, sin embargo, no ha llevado a ningún replanteamiento serio y
profundo de las estrategias de reforma que les dieron inicio. Todo indica que tales
estrategias, por más de la utilidad puntual que en algunos casos puedan presentar, no
constituyen una solución real al problema de fondo que se desea enfrentar, al menos si son
concebidas como estrategia única o principal.

A nuestro juicio, los problemas son bastante más profundos que simplemente haber tenido la
mala suerte de no poseer buenos jueces, o de adolecer de deficiencias en ciertos aspectos
muy puntuales del diseño de nuestros sistemas judiciales. Al contrario, nos parece que el
problema radica en aspectos centrales de la estructura y funcionamiento de los sistemas
judiciales en nuestro continente, lo que genera un entorno de incentivos negativos para las
personas que se desempeñan en ellos. Tales incentivos distan mucho de fortalecer y premiar
las conductas socialmente beneficiosas de los funcionarios judiciales sino, muchas veces,
hacen exactamente lo contrario.

Tras lo afirmado está la idea de que cualquier sistema para la obtención de sus metas -y no
se divisa razón alguna para que el Poder Judicial sea una excepción- no puede descansar
exclusivamente en que sus integrantes sean excepcionales, sino debe ser estructurado para
conducir a personas con habilidades y valores normales de forma tal que maximicen sus
potencialidades. Los jueces no son dioses –ni podemos pretender que lo sean-, ellos
reaccionan, como cualquier otro profesional, al contexto en el que se desempeñan. No por
recaer en ellos la función de resolver los conflictos entre las personas, ni menos por serles
encomendado aquella vaga misión de aplicar o "administrar" la justicia, puede pretenderse
que escapen a tal contexto, siendo, por ejemplo, probos en un entorno que no los conduce
necesariamente hacia ello, ni premia especialmente tal actitud.

Los jueces no son más que abogados que optan, dentro de un conjunto de alternativas
profesionales, por la de la judicatura. No cuentan, en la generalidad de los casos, ni con una
escala de valores distinta a la del promedio de los abogados, ni con una formación diferente,
ni con otros intereses o expectativas.

Los problemas de corrupción en los Poderes Judiciales del Continente, entonces, no deben
ser vistos como problemas puntuales, circunscritos a malos funcionarios, sino como lo que
realmente son: problemas generalizados, enraizados en la lógica misma en que ellos
funcionan. La mejor prueba de ello es que los propios jueces no conciben como corruptas
aquellas conductas que desde fuera juzgamos como tales o, al menos, como inapropiadas.
Recibir en audiencia a una sola de las partes, realizar la ceremonia del "besa manos" para
solicitarle un ascenso a un superior, son conductas que al interior del Poder Judicial no se
estiman incorrectas, sino del todo adecuadas. La primera le permite al Juez –según ellos
mismos- aumentar su información sobre el caso antes de fallarlo y la segunda a los
superiores conocer mejor a sus subordinados antes de tomar una decisión que los afecta. En
términos más amplios, es posible sostener que se produce en este caso un conflicto entre
dos culturas sobre lo que es o no admisible, el que está inmerso en un proceso de cambios
-del que han estado excluidos los sistemas judiciales- que lleva a cuestionar muchas de las
prácticas anteriores.

Ciertamente –como en otras áreas- existen personas excepcionales que pueden escapar a
este entorno negativo, sobreponiéndose a las trabas que les impone el medio, para actuar
con transparencia y limpieza, ya sea por una especial vocación o por particulares
características personales. Pero estas situaciones excepcionales –por cierto destacables y
de gran utilidad- no pueden llevar a construir toda una política en la esperanza de que se
logre generalizarlas. Cualquier política institucional -e, insistimos, no se divisa razón alguna
para que el Poder Judicial constituya una excepción- debe ejecutarse en función de las
características y potencialidades de personas normales y no necesariamente excepcionales.

Desprenderse de una visión que "idealiza" la profesión judicial y que nada se condice con la
realidad de nuestros Poderes Judiciales, es requisito esencial para elaborar políticas
efectivas para su desarrollo. No es un hálito misterioso que impregna los sistemas judiciales
el que explica que los jueces por generaciones y generaciones terminen siempre
pareciéndose. Son los incentivos los que marcan en lo fundamental la cultura de una
organización y por ende a quienes la integran. No reparar en ello resulta un error costoso, en
el que se incurre constantemente en nuestro continente.

Así que poco podemos esperar de los esfuerzos destinados a "encontrar" a los incorruptibles
o a preparar a personas para que sean inmunes al virus de la corrupción. Más allá de los
éxitos puntuales que tales medidas puedan tener, no es posible hacer descansar una política
pública en tales débiles y cambiantes presupuestos. Una de las características básicas de
las políticas públicas es que ella debe asegurar que los sistemas funcionen en forma
socialmente correcta, cualquiera sea la persona que esté a cargo de ellos.

2.¿Independencia de los Poderes Judiciales o de los jueces?

Para entender los que hemos llamado problemas estructurales de los Poderes Judiciales
Latinoamericanos debemos remontarnos, aunque someramente, a los orígenes de éstos.
Como se sabe, la España colonial no legó una estructura judicial consolidada en este
Continente. Las funciones judiciales se confundían en buena medida con las legislativas y
las instancias superiores permanecieron en Europa. Por su parte, la cobertura de los
servicios judiciales era mínima. La construcción de los Poderes Judiciales en América Latina
es una auténtica obra republicana, la que, sin embargo, en poco siguió al ideario
republicano. Los Poderes Judiciales fueron construido a partir de una estructura burocrática
y jerarquizada que poco tiene que ver con la función que los jueces deben desempeñar en
una democracia.

Es más, la propia noción de Poder Judicial, al menos como aquí se la ha entendido, denota
ya una visión equivocada de la función judicial. La idea de un Poder Judicial apunta a que los
jueces –y su aparato administrativo de apoyo- deben estar reunidos en una estructura
institucional autónoma y verticalizada, al interior de la cual ellos puedan "hacer carrera",
ingresando jóvenes en los puestos de menor jerarquía para ir subiendo junto a su
antigüedad poco a poco a las instancias más altas, en el mismo orden en que lo hacen los
procesos judiciales. Se trata entonces de que el juez que conoce de una apelación sea el
"superior jerárquico" de quien dictó la resolución impugnada, sucediendo otro tanto en el
nivel superior de la Corte Suprema. En tal esquema se superponen y confunden las
jerarquías administrativas con las procesales.

Esta visión institucional del rol judicial ha llevado a trastocar principios claves. Se ha
colocado a la independencia del Poder Judicial como el valor esencial y no a la
independencia de los jueces, que es lo que realmente importa. Perfectamente se puede
pensar en un Poder Judicial completamente independientemente, con jueces sin
independencia. Es más, ello lamentablemente ocurre con bastante frecuencia desde el
momento que la independencia judicial no sólo puede verse lesionada por acciones
externas, provenientes de fuera del mundo judicial, sino por acciones internas, provenientes
precisamente de los superiores jerárquicos.

Por otra parte, perseguir la independencia del Poder Judicial, con el fin de pararlo en un pié
de igualdad con los restantes poderes del Estado, ha llevado a demandar para él espacios
absolutos de autonomía y autarquía. Se pide –y se obtiene cada vez con mayor frecuencia-
independencia económica para el Poder Judicial, a través de mínimos presupuestarios
constitucionalmente garantizados o fuentes de ingresos impositivos afectados directamente
a solventar sus gastos.

¿Resulta adecuada esta estructura para impedir el fenómeno de la corrupción? Alguien


podría sostener que un sistema jerarquizado permite con mayor facilidad disciplinar y
controlar a todos sus integrantes que uno en el cual el poder se encuentra diluido. La
experiencia, eso sí, dice algo muy diferente.

Quien hace cabeza de esta institución llamada Poder Judicial, son las Cortes Supremas.
Éstas tienen dentro de nuestros sistemas institucionales funciones distintas, como las de
control constitucional y de casación, con un carácter marcadamente más político que las de
los restantes tribunales. Estas funciones llevan a que los integrantes de las Cortes Supremas
deban poseer un grado de legitimidad popular mayor que los otros jueces, lo que se traduce
en mayor injerencia del poder político en su designación, control y remoción. Concentrar
todo el poder del Poder Judicial en las Cortes Supremas significa, entonces, supeditar todo
el sistema al órgano más permeable a los criterios políticos. En definitiva, tal esquema
institucional ha llevado a que controlándose al órgano que es más sencillo controlar dentro
del sistema judicial, las Cortes Supremas, se pueda fácilmente controlar a todo el sistema
judicial.

Por otra parte, alentar este tipo de estructura institucional en los Poderes Judiciales, ha
llevado a generar en ellos, sobretodo en los más consolidados, fuertes sentimientos
corporativos en su interior. Los Poderes Judiciales se convierten en autoreferentes, toda la
realidad es percibida y analizada a partir de los códigos que se generan en su interior, a
partir de si es o no conveniente con la "lógica" institucional, que muchas veces es del todo
diferente a lo socialmente aceptado. De allí se deriva que cualquier cuestionamiento a
alguno de sus integrantes pase a ser un cuestionamiento a la institución la que se ve
impelida a reaccionar como cuerpo en defensa del afectado. En este contexto, muchas
veces parece racionalmente más útil para la institución ocultar la conducta desviada de uno
de sus miembros que reaccionar contra ella. Con cuanta frecuencia escuchamos que los
cuestionamientos a la labor de ciertos jueces constituyen un "ataque al Poder Judicial", a los
que se les atribuyen inmediatamente "nocivas consecuencias para la estabilidad institucional
del país".

La concentración del poder en los Poderes Judiciales se ha demostrado poco funcional para
combatir las manifestaciones de corrupción que se generan en su interior (¿qué Poder
Judicial Latinoamericano tiene una eficaz agencia de control interno?) y, al mismo tiempo, se
muestra poco eficaz para que ese mismo Poder Judicial pueda ser un contralor eficaz de los
fenómenos de corrupción que se generan en otros niveles de la sociedad.
En general todos los procesos de reforma destinados a formalizar la carrera funcionaria de
los jueces han conducido a darle un mayor protagonismo en la misma a los superiores
jerárquicos y, en especial, a las Cortes Supremas. Los sistemas de evaluación de
desempeño de los jueces se convierten así en un nuevo y peligroso mecanismo de sumisión
de éstos a sus superiores. A través de ellos se van imponiendo los valores y lógicas
corporativas y se disciplina a quienes pretendan separarse de ellos.

Tales lógicas corporativas, por naturaleza refractarias a los cambios y a las críticas, se ven
fortalecidas desde el momento en que los Poderes Judiciales adquieren plena autonomía
presupuestaria. Esta medida refuerza la idea de que los jueces no deben darle cuenta a
nadie de lo que hacen y que es bueno que ello sea así. Fortalece la idea de que el control
popular, indispensable sobre todo quien ejerce soberanía, no es aplicable y, es más, es
inconveniente en el caso de los jueces. Por otra parte, la plena autonomía administrativa de
los Poderes Judiciales, que pasa, en la generalidad de los casos, por entregarle a las Cortes
Supremas o a los Consejos de la Judicatura la tuición sobre estos aspectos, les confiere, en
los hechos, una nueva herramienta para hacer más férreo el control sobre sus subordinados.

La autonomía del Poder Judicial se ha convertido en uno de los principales enemigos de la


autonomía de los jueces. Ella no ha permitido superar los problemas de injerencia política
externa y ha aumentado los problemas de injerencia interna.

Todo indica que debiéramos retomar el ideario plasmado en nuestras constituciones aunque
nunca hecho realidad, donde el Poder Judicial le es entregado a los jueces, individualmente
considerados y no a una institución. Cada uno de ellos encarna al Poder Judicial, lo que
justifica los mecanismos sofisticados que se han ideado para su nombramiento y control. En
tal esquema el poder de los jueces no es un poder delegado desde sus superiores. La lógica
aquí es diametralmente opuesta a la existente en una empresa u otra repartición pública,
donde el jefe o el gerente posee el poder, de forma que así como lo delega lo puede retomar.
Sin embargo, insistimos, ello se ha trastocado en nuestros sistemas judiciales. Vemos
comúnmente a las Cortes Supremas interviniendo directamente en causas que se
encuentran a nivel de primera instancia y a jueces de diversos niveles influyendo, por vías
formales u oficiosas, en lo que debe resolver un inferior.

Sólo una concepción atomizada del Poder Judicial puede garantizar adecuadamente la
independencia judicial y configurar, a la par, una barrera sólida contra los riesgos de
corrupción que asolan al sistema. Si el poder se vuelve a radicar en los jueces se podrá
lograr de mejor manera introducir mecanismos de control público sobre su accionar,
impidiéndose que se escuden detrás de la institución judicial para no tener que justificar ni
sus fallos ni sus actos. Obviamente, esta alternativa no implica terminar con los problemas
de corrupción pero al menos permite circunscribirlos y facilitar su descubrimiento y sanción.

Ciertamente el problema del corporativismo y de que el poder en los sistemas judiciales se


concentre en la institución (y en su cabeza) más que en los jueces, presenta una incidencia
distinta en los diversos países de América Latina. Existen algunos con Poderes Judiciales
institucionalmente sólidos y estables, donde la lógica corporativa interna es sumamente
fuerte, situación en la que se encuentran países como Chile, Costa Rica y Uruguay. Los hay
con una evolución institucional mucho más débil, como Ecuador, Nicaragua, Paraguay, Perú
o Venezuela. Pero en todos ellos basta con controlar –y a veces cambiar- a los integrantes
de sus Cortes Supremas para obtener un control, por lo general, completo del sistema
judicial.

3.Ante funciones mal definidas: ¿qué es corrupto?

Prevenir o impedir el fenómeno de la corrupción pasa, entre otras cosas, por delimitar en
forma clara el marco de competencias de una autoridad pública. Allí donde está claro lo que
ésta debe y puede hacer, también lo está lo que no puede ni debe. Competencias de límites
imprecisos y, más aún, que exceden la definición más evidente de lo que debe ser la misión
de una institución, favorecen conductas arbitrarias y, en definitiva, corruptas.

Tratándose de los Poderes Judiciales al parecer carecemos de una definición mínima de su


ámbito de competencias naturales. Sostener livianamente que ellos se dedican a resolver
conflictos de relevancia jurídica, implica desconocer que parte importante de su labor hoy en
día se traduce en servir de agencias administrativas para la tramitación de asuntos que no
tienen nada de litigiosos. Pero aún prescindiendo de ello, ¿cuáles son los conflictos de
relevancia jurídica que deben ser resueltos por el Poder Judicial?, porque también es
evidente que no en todos ellos intervienen hoy los Poderes Judiciales y que tampoco sería
bueno que lo hicieran. La respuesta a esta pregunta puede cambiar de país en país pero, en
cualquier caso, debiera pasar por precisar las hipótesis en que el servicio de resolución de
conflictos constituye en auténtico bien público.

Como se sabe, frente a los bienes públicos el marcado deja de ser un eficiente asignador de
recursos, justificándose la intervención del Estado en la provisión del bien pues de otra forma
éste no se produciría o, de hacerse, se lo haría en un nivel subóptimo. Ello porque los bienes
públicos no se consumen junto a su uso y es muy difícil, sino imposible, excluir de su goce a
eventuales consumidores. Se genera el problema conocido como "del polizón", conforme al
cual los sujetos eluden manifestar su disposición a pagar por estos bienes, esperando que
otros lo hagan para así aprovecharse gratis del bien solventado por otro.

No hay dudas que la defensa nacional, por ejemplo, constituye un bien público. No sería
posible excluir a alguien de verse protegido una vez creado un ejército nacional. Se ha
asumido en forma natural que la justicia reviste también tal característica. Sin embargo, al
menos en el caso de la justicia civil y comercial, todo indica que la justicia se comporta como
un bien privado, lo que implica que cada nuevo consumidor de este servicio excluye a uno
potencial. El tema no es para nada trivial. Si la justicia es un bien privado quiere decir que el
Estado, en su caso, está subsidiando a personas que pueden y deben pagar por tal bien,
con lo que el gasto en la materia pasa a ser claramente regresivo.

La justicia debe entonces enfrentar dos fenómenos claramente problemáticos de importancia


para la corrupción. En primer lugar, siendo la justicia un bien privado, existen fuertes
incentivos por parte de los privados para extender el ámbito de su competencia, pues de
este modo reciben del Estado un servicio gratuito por el que, normalmente, debieran pagar.
En segundo, pero derivado de lo anterior, los clientes del sistema se concentran fuertemente
en las personas de mayores recursos, con una fuerte capacidad de presión sobre todo el
sistema.

No debe extrañar entonces que los tribunales en nuestros países se hayan convertido, en
buena medida, en agencias cobradoras de deudas de las grandes empresas e instituciones
financieras, para las cuales trabajan casi como una dependencia más, salvo por la sencilla
razón de que no cobran por sus servicios. Clientes tan poderosos y monopsónicos alientan
relaciones poco transparentes.

La gratuidad de los servicios judiciales, al no alcanzar todos los costos directos (abogados) y
nunca a los indirectos (tiempo) que importa recurrir a la justicia termina beneficiando
exclusivamente a quienes tienen capacidad de pago para solventar esos otros costos
directos e indirectos. Es más, el que no se cobre por los servicios judiciales lleva al colapso
del servicio (se demanda más de lo socialmente óptimo), ello alienta la existencia de pagos
informales por "apurar" la causa o por sortear el secreto que las envuelve. Tales pagos,
obviamente, están en mejor condición de hacerlos quienes más recursos tienen, con lo que
se acrecienta la regresividad del gasto en justicia, constituyendo, de paso, otra causa
importante de corrupción en el sistema.

Pero no sólo respecto a los asuntos que conoce el sistema las definiciones son imprecisas o
derechamente erróneas. También lo son respecto a las labores específicas que en la
resolución de tales asuntos les corresponde asumir a los jueces. Esto es particularmente
claro en los procesos penales de corte inquisitivo, donde los jueces deben asumir el rol de
investigadores y, a la par, el de juzgadores, es decir, el de controladores de tal investigación.
Esta confusión genera problemas a diversos niveles. Por lo pronto, las habilidades que, en
principio, debe reunir un juez, son muy distintas a las que requiere un investigador. Las
características que hacen a un buen juez son la serenidad, la ponderación, la capacidad de
reflexionar y de no actuar precipitadamente, en fin, lo que más vagamente llamamos ser
justo. Pero las características que pedimos a un buen investigador son bastante distintas:
debe ser una persona ágil, dinámica, con mucha capacidad de trabajo en equipo, para
adoptar resoluciones rápidas y actuar en escenarios diversos.

Más allá de las ineficiencias que genera esta situación, el mayor problema que causa es la
ausencia de control en una actividad de tanta trascendencia como es el ejercicio de la
potestad punitiva estatal. El poder que da el manejo del instrumento penal sobre las
personas es tal que conferido sin mayores restricciones constituye un incentivo demasiado
poderoso para acciones corruptas. El control que sobre los jueces inquisidores puede ejercer
una Corte no parece ser suficiente.

En las otras materias el rol específico de los jueces tampoco se encuentra claramente
definido. Más allá de lo que digan las leyes, que les imponen a los jueces la realización
personal y directa de todas las diligencias jurisdiccionales que integran el proceso, por lo
general los jueces sólo se limitan, como mucho, a revisar el trabajo que realizan sus
subordinados, dejándose en forma exclusiva para sí solamente la dictación de los fallos, e
incluso en esto es posible encontrar excepciones.

El fenómeno de la delegación de funciones es otra de las causas serias de corrupción en los


sistemas judiciales. Ello nuevamente obedece a razones estructurales y no a una supuesta
desidia de los jueces para asumir sus responsabilidades. La delegación de funciones es
consustancial a sistemas judiciales colapsados y basados en procedimientos escritos.

No hay probablemente ningún otro sector estatal más reglamentado que el judicial, como
tampoco haya otro que se conduzca más en la ilegalidad, por ello es común encontrar que
varía en forma drástica de tribunal en tribunal qué es lo que exactamente hacen los jueces y
demás funcionarios judiciales. El problema no está en reglamentar este sector, sino en
hacerlo correctamente. Incluso es posible pensar en que menos reglamentación sería mejor
por dos razones: para dar flexibilidad en la resolución de problemas muy concretos que la ley
no puede proveer y para evitar que se dejen de justificar las resoluciones a través del
expediente de apelar en forma genérica a lo dispuesto en la ley, aunque tal resolución nada
tenga que ver con ella.

4.Justicia y servicio público

En general, los servicios que se prestan a la comunidad son evaluados en función del grado
de satisfacción que generan en quienes los utilizan y, en términos agregados, por cálculos
de corte utilitarista, es decir, si ellos aumentan o disminuyen, en términos globales, el
bienestar social. Choca esta idea con el rol contramayoritario que se le atribuye a la justicia.
Es decir, con la noción de que la justicia tiene por finalidad reafirmar ciertos derechos,
especialmente los esenciales de la persona humana, y que, en tal función, resulta indiferente
si se aumenta o disminuye el bienestar social. Es más, el sistema judicial se justificaría,
precisamente, para impedir que la mayoría lesionara los derechos de la minoría.

Pero ¿es realmente a eso a lo que se dedican nuestros sistemas judiciales? Una primera
constatación, solamente empírica, demuestra que sólo en un pequeño número de asuntos
que ella conoce –ciertos casos constitucionales y criminales- se generan decisiones que
podríamos llamar auténticamente contramayoritarias, donde están en juego derechos
morales fuertes en palabras de Dworkin. En los restantes, los tribunales se limitan a
intervenir en la resolución de conflictos que sólo interesan a las partes que concurren a ellos.
Se trata de derechos que están en el mercado, que pueden fluir libremente entre las
personas a través de las transacciones que éstas realizan. En la generalidad de los casos
ellas acuden a los tribunales para que les resuelvan un problema acaecido con ocasión de
esas transacciones o por actos que afectan tales derechos, no habiendo, en principio, ningún
obstáculo para evaluar el servicio que entregan los tribunales en función de si fueron o no
capaces de resolver, en forma oportuna y eficiente, tal conflicto.

Con los tribunales sucede en la actualidad aquello que la medicina superó a principios de
siglo. Antes del trascendental giro iniciado por Freud, se decía que los médicos se dedicaban
a curar enfermedades y no pacientes. Otro tanto se puede decir hoy en día de los jueces, los
cuales -al menos en el discurso- se dedican a "hacer justicia" y no a de resolver conflictos.

Más allá de las críticas que merezca el paradigma filosófico en el que apoya esta visión de la
justicia y del rol de jueces y abogados, lo cierto es que este discurso se transforma en un
eficaz mecanismo para evitar cualquier evaluación contingente del accionar de éstos. En los
hechos, esta aproximación a la función judicial, que trasciende a las personas, se convierte
en el mejor instrumento de defensa para evitar que esas personas puedan eregirse en
controladores de esa misma función.

Un sentido parecido juegan la complejidad, las más de las veces del todo injustificada, de los
procedimientos judiciales y el lenguaje técnico altamente enrevesado que en ellos se
emplean, así como la prohibición de comparecer en juicio sin asistencia letrada. Con ellos se
persigue, realmente, tanto dificultar el escrutinio público de la labor judicial como evitar que
otros –no iniciados- puedan intervenir en este sector, generando un poder monopólico en él
para abogados. En términos económicos se trata de una conducta estrictamente racional por
parte de los abogados, pero de muy nocivas consecuencias sociales. No hay nada más
funcional a la corrupción que la falta de control. La idea de que sobre la justicia sólo pueden
opinar y en ella sólo pueden actuar los abogados inhibe o, al menos, dificulta tal control.

Existen así poderosos incentivos para mantener este statu quo. Quienes son docentes en las
Universidades y tienen la misión de formar a los futuros abogados son, a su vez, abogados.
Ellos se abstienen de criticar en las aulas a los jueces ya que, por lo general, también
ejercen la profesión y no les es funcional enemistarse con el medio judicial. Por otra parte, el
control ético de la profesión legal recae ya sea en el mismo gremio de los abogados o en los
tribunales, ambos no se muestran muy interesados en perjudicar a sus "colegas".

La noción de la justicia como encarnación de un fin trascendente se ha convertido también


en uno de los principales obstáculos para la incorporación de criterios de gestión modernos
al interior de los Poderes Judiciales. La propia estructura administrativa de los tribunales, tal
como ya lo hemos mencionado, anticuada, caótica y poco profesional, facilita y alienta
conductas desviadas. Ideas tan básicas, sobre las cuales deben estructurarse los
procedimientos administrativos, aquí pasan a ser combatidas. Por ejemplo, en el mundo
judicial no se acepta conferirles a las partes el carácter de clientes a los cuales hay que
satisfacer. Un denunciante, por ejemplo, sólo es considerado como un insumo para el
sistema, como una fuente de información, mas no como el destinatario de un servicio.
Igualmente, una errada concepción del acceso a la justicia ha impedido establecer sistemas
que racionalicen el flujo de ingresos a los tribunales permitiendo, por ejemplo, desechar
asuntos por irrelevantes, con lo que éste podría concentrarse en los realmente importantes o
en aquellos donde haya más y mejores posibilidades de éxito.

Finalmente, y en lo más significativo para este trabajo, se ha minusvalorado, sino


derechamente evitado, la generación de información útil y fiable sobre el funcionamiento del
sistema, la que es vital para diseñar y ejecutar políticas sobre él, como también para
controlar a sus integrantes en el desempeño de sus funciones. Ciertamente no es sencillo
establecer indicadores de gestión sobre una actividad tan imprecisamente definida como la
judicial (¿cuándo un juez es productivo? ¿Cuándo una sentencia es de calidad?), pero estas
dificultades no son mayores que las existen al definir los mismos indicadores para otras
profesiones que ejercer funciones complejas y poco estandarizadas, como la de los médicos,
lo que en ningún caso es argumento suficiente para desalentar la tarea de iniciar su
elaboración, sobretodo si se asume que este tipo de desafíos hay que asumirlos por
aproximaciones sucesivas, aceptando que se va a cometer errores pero estando dispuesto a
aprender de ellos.

No puede olvidarse en esta enumeración de condiciones negativas para la eficiencia y el


control de la labor judicial, a la más paradigmática: el secreto. En general, los actos más
trascendentales que integran la justicia no se hacen de cara a las partes, ni menos al público
en general. El secreto desde luego alienta todo tipo de prácticas indebidas tendientes a
superarlo. Desde contactos informales con los jueces y funcionarios, hasta derechamente la
"compra" del acceso a la información (la famosa industria de las fotocopias en nuestros
tribunales). Impide, adicionalmente, que la gente entienda la labor judicial, lo que lleva al
público a formarse una imagen negativa de los servicios judiciales (todas las encuestas lo
atestiguan) en buena medida producto del desconocimiento.

1. Los precedentes y el control de la arbitrariedad judicial

El sistema legal de nuestros países, con su raigambre en el derecho continental europeo


define con gran desconfianza la función de los jueces. La demostración más palmaria de ello
reside en el efecto relativo que se le asigna a sus sentencias. Al circunscribirse los alcances
de ellas sólo al caso concreto en que se dictan, hace perder a los jueces el sentido general
que tiene su función, que excede al conflicto concreto que la pone en movimiento. La
existencia misma de jueces con carácter de funcionarios públicos sólo se puede justificar en
la medida en que sean capaces de generar información de carácter global, útil para todos los
ciudadanos. Las sentencias, si son predecibles, benefician no sólo a las partes que están
litigando, sino a toda la comunidad ya que por medio de ellas pueden saber con certeza el
sentido y alcance de las normas jurídicas que las rigen, para así poder ajustar su conducta a
él.

La inexistencia de precedentes desvaloriza al rol judicial. Los jueces pasan a entender su


función como referida exclusivamente a cada uno de los casos particulares de que conocen,
haciendo abstracción de las consecuencias sociales que debieran tener sus sentencias. Lo
más significativo de ello, para los efectos de este trabajo, es que permite a los jueces
cambiar sus fallos de caso en caso -aunque éstos sean similares-, sin quedar ligados por lo
anteriormente resuelto. Si a esto se una la común ausencia de fundamentos en las
sentencias judiciales, tenemos que en los hechos los jueces pueden fallar los asuntos sin
mayores restricciones según sea su parecer en cada caso concreto. Ello, obviamente, se
transforma en fuente de grandes arbitrariedades.

1. Las políticas de reforma judicial y el fenómeno de la corrupción

En un período de tiempo que para estos efectos resulta extremadamente breve, los
Poderes Judiciales del Continente han pasado del más absoluto abandono a
convertirse en uno de los sectores estatales que mayor atención concentran. Es
recién a mediados de la década pasada cuando se ponen en marcha, tímidamente
en un principio, los primeros programas de reforma que integran esta nueva oleada.
En la actualidad, todos los países Latinoamericanos, sin excepción, están
experimentando cambios relevantes en sus sistemas judiciales. Las razones para
estar viviendo este extraño fenómeno son variadas y se han presentado con
diferentes modalidades e intensidades en los distintos países. Los procesos de
transición a la democracia y las nuevas demandas que ellos generan sobre los
sistemas institucionales, el aumento de la inseguridad pública, el crecimiento
económico y la incorporación de nuevos actores económicos que éste apareja, son
sólo algunos factores detonantes de estas reformas. Pero más allá de las
particularidades que presente el fenómeno reformista en los distintos países, hay un
factor que se presenta como una constante en todos ellos: la presencia de agencias
internacionales, multilaterales o de gobiernos extranjeros que intervienen en la
elaboración de diagnósticos, preparación de propuestas y ejecución de programas
en todos estos países, participación que se ve alentada por los recursos que aportan
y que hacen posible tales reformas.

En un comienzo la presencia dominante fue la de la Agencia de los Estados Unidos


para el Desarrollo Internacional, sumándose luego agencias de otros países
europeos -con mucha fuerza España en el último tiempo- y del Canadá, así como la
propia Unión Europea. Pero quizás el salto cualitativo más relevante, dada la
envergadura de los recursos involucrados, y que éstos dejan de ser donaciones para
pasar a revestir la modalidad de préstamos, se da a partir de que el Banco Mundial y
el BID comienzan a financiar programas de reforma a la justicia. En lo que sigue nos
referiremos preferentemente a estos programas para evaluar su correspondencia
con el objetivo de atacar el problema de la corrupción en los Poderes Judiciales
Latinoamericanos.

Si bien el fenómeno de la corrupción ha sido un tema generalmente presente


durante el diseño de los programas de reformas judiciales en nuestro Continente, no
tenemos información de que éste aparezca en ninguno de ellos como un objetivo
explícito de los mismos. Cuando más, se lo analiza como un elemento del
diagnóstico que da lugar a las propuestas concretas de reforma. Pero esta falta de
explicitación no sería tan grave si, en los hechos, los programas contuvieran
medidas -reformas- derechamente orientadas a combatir el fenómeno. Por lo demás
bien podría sostenerse que no aludir al tema de la corrupción puede obedecer a una
consideración estratégica necesaria para impulsar los cambios. Sin embargo, a
nuestro parecer ello tampoco sucede, pues las propuestas no se encuentran
orientadas hacia superar los problemas estructurales que hemos afirmado
constituyen la raíz del fenómeno de la corrupción judicial. Es más, muchos de los
cambios, propuestos, como pasaremos a ver, vienen precisamente a fortalecer
algunas de las características de nuestros sistemas judiciales que hemos calificado
como disfuncionales.

7.1Las reformas administrativas

La reforma judicial que está siendo impulsada por los Bancos se centra fuertemente
en los cambios administrativos, al punto que han llegado a hacerse sinónimos los
conceptos de modernización de la justicia y de reforma a la gestión judicial. Estos
cambios comprenden la profesionalización de las labores administrativas en los
tribunales; la estandarización de los procedimientos que se utilizan en su interior; el
aprovechamiento de economías de escala centralizando funciones que se
encuentran disgregadas entre los distintos tribunales; la introducción de sistemas
informáticos en el manejo de los casos, y la incorporación de indicadores de gestión.

Tras estos cambios está la idea de que el Poder Judicial no es distinto a cualquier
otra institución que provee servicios y que, por lo tanto, puede ser organizada más
eficientemente si se le incorporan las técnicas que la gestión moderna ha definido
para este tipo de instituciones. Se trata, como se sabe, de nociones extraídas desde
la empresa privada, las que han sido adaptadas, en alguna medida, a las
particularidades de lo público. Esta adaptación es posible y fructífera pues si bien las
instituciones públicas se diferencian de las privadas en que carecen de un dueño y
en que no poseen un indicador de éxito tan preciso y severo como lo es el mercado,
lo cierto es que comparten con ellas el ser organizaciones jerarquizadas destinadas
a la producción de un bien y servicio. Ser una institución verticalizada, según hemos
dicho, no debiera ser una característica del Poder Judicial, razón por la cual se
requeriría en este caso proceso adicional de adaptación de los criterios de gestión
que, creemos, no se ha hecho.
No hacerlo entraña el riesgo de que la modernización administrativa de los tribunales
no implique otra cosa que fortalecer el poder de control que detentan principalmente
las Cortes Supremas y, en menor medida, las Cortes de Apelaciones, por sobre los
restantes jueces. Que se reafirme así la errónea idea de que los jueces actúan por
delegación de sus superiores. Ello producto que los cambios antes reseñado se han
materializado, en buena medida, a través de la creación de instancias que
centralizan las labores y poderes administrativos bajo la directa tuición de las Cortes.
Se ha ido imponiendo un modelo de gestión en que los jueces no sólo pierden
funciones administrativas -lo cual es correcto-, sino que también pierden, en favor de
sus superiores, el control sobre estas funciones y sobre las definiciones estratégicas
que las animan, -lo cual es incorrecto-.

Así no es de extrañar que a consecuencia de estas reformas se creen instancias


dependientes directamente de las Cortes Supremas parta que asuman
competencias administrativas que antes se encontraban desperdigadas en el Poder
Judicial -como es el caso de la Corporación Administrativa del Poder Judicial en
Chile-. O que tales competencias en los nuevos circuitos judiciales centralizados
recaigan directamente en las Cortes de Apelaciones -como es el caso de Venezuela-
quedando marginados de ellas los jueces.

Pero no es sólo el contenido de los cambios el que fortalece una estructura


verticalizada de los Poderes Judiciales, sino en forma quizás aún más importante lo
es la estrategia con la que éstos son impulsados. Animados por la correcta intención
de hacer las reformas con los jueces y no contra los jueces, se ha colocado a los
propios Poderes Judiciales como actores privilegiados de las reformas. Sin embargo,
ello se ha traducido, en la práctica, en otorgar a las Cortes Supremas o a los
Consejos de la Judicatura la calidad de únicos interlocutores válidos sobre el
contenido, alcance y tiempos involucrados en los cambios, asumiendo que ellos son
los representantes de la institución completa. Cuando más, se han realizado
reuniones informativas y talleres con el resto de los funcionarios judiciales, pero sin
atribuirles a éstos un rol realmente importante en las decisiones.

Tras lo anterior está la visión de que el cambio organizacional, para ser efectivo,
debe, antes que nada, comprometer a los líderes de la organización. Sin líderes
jugados por los cambios, dispuestos a asumir los costos que ellos involucran, es
difícil, sino imposible, que éstos tengan éxito. Como se ve al Poder Judicial como
una sola gran institución, a la que se juzga con los mismo parámetros que le serían
aplicables a cualquier otra organización, parece como natural concluir que hay que
negociar con los jefes de ella, quienes serían precisamente los ministros que
integran las Cortes Supremas.

Tal estrategia ha llevado a desaprovechar oportunidades de cambio circunscritas a


niveles inferiores a las Cortes en sectores más proclives a los mismos, entrando en
una compleja trama de negociaciones con las Cortes Supremas que no sólo
mediatizan las reformas, sino que también muchas veces les restan sus alcances
más prometedores. Se refuerza así, una vez más, la idea de que el "poder" dentro
del Poder Judicial corresponde a los ministros de las Cortes Supremas,
entregándoseles el control de muchas decisiones que anteriormente se tomaban
-aunque fuera mal- en forma descentralizada.

Incluso siguiendo los criterios de gestión más modernos vigentes hoy en el mundo
privado, donde se tiende a la configuración de instituciones más aplanadas, este
excesivo centralismo parece inconveniente. Pero, insistimos, ello es aún más grave
tratándose del sistema judicial, cuya horizontalidad es clave para el correcto
cumplimiento de sus objetivos.
Las reformas administrativas tienen, por lo general, otra consecuencia directa e
importante sobre el fenómeno de la corrupción. Ellas, por lo general demandan
fuertes inversiones de recursos, inversiones cuyo control queda en manos de las
más altas autoridades de la institución. Hemos dicho que los Poderes Judiciales no
se caracterizan por administrar correctamente sus dineros. No existen pautas ni
procedimientos adecuados para manejar siquiera sus exiguos presupuestos
actuales. La llegada de grandes sumas para inversiones cae entonces en un terreno
poco apto para su manejo profesional y correcto. Resulta corriente ver, por ejemplo,
que las asesorías y nuevos contratos que se generan en estos períodos terminan
favoreciendo a parientes o personas cercanas a la cúpula del Poder Judicial. Aún en
los casos en que no se producen irregularidades graves, es común que los
tribunales, por su inexperiencia, queden casados con contratistas inescrupulosos,
dilapidando fuertes sumas de dinero. En el área informática existe una larga lista de
ejemplos de lo que venimos diciendo.

7.2Reformas orgánicas a los tribunales

Por reformas orgánicas nos referimos a aquellas que afectan la estructura de los
tribunales, su gobierno y su sistema de personal. Las más relevantes de las
primeras son aquellas generadas con ocasión de los cambios administrativos a los
que ya nos hemos referido, razón por la cual no nos extenderemos en ellas.

La reforma paradigmática en los últimos años sobre el gobierno del Poder Judicial,
es la que ha generado Consejos de la Judicatura a la cabeza de los mismos con la
finalidad de abrir al Poder Judicial a otras visiones sobre su accionar, tratando, por
una parte, de quebrar el corporativismo existente en su interior y, por la otra, de
generar un impulso externo potente hacia los cambios que requiere el sistema
judicial.

En principio, la idea de los Consejos pudiera parecer funcional al objetivo de reducir


a las Cortes Supremas a su rol jurisdiccional, estableciendo otro órgano encargado
de adoptar las políticas más importantes sobre el sistema. Sin embargo, este efecto
escasamente se ha logrado. Los Consejos presentan el problema de transformarse
en implantes de ingeniería constitucional difíciles de asimilar dentro de la cultura de
nuestros sistemas políticos y judiciales. Su funcionamiento correcto exige diseños
institucionales sofisticados, que raramente se obtienen, en donde se equilibren
debidamente los distintos actores interesados en ejercer su poder en él. El problema
con estos Consejos, aún no resuelto, es que si se los pone demasiado cerca de las
Cortes Supremas -por su composición o funcionamiento- rápidamente pueden
quedar sometidos a ellas y a las lógicas judiciales. Si se opta, al revés, de separarlos
más drásticamente, generalmente se generan pugnas de poderes entre éstos y las
mismas Cortes Supremas que paralizan su accionar, a la par que se convierten los
Consejos en entidades con un alto grado de politización.

Tampoco los Consejos se han convertido en motores importantes de las reformas,


las que por su propia naturaleza requieren un soporte político que son otros los
llamados, dentro de nuestra institucionalidad, a otorgar. En general, las reformas
judiciales más promisorias son aquellas que han tenido su impulso en los Poderes
Ejecutivos y, en menor medida, en los Parlamentos. Los Consejos, por su estructura
colegiada similar a las Cortes Supremas, son instituciones estructuralmente poco
aptas para asumir los costos que importa hacer una reforma.

Las nuevas normas sobre personal que se han dictado al alero de las reformas, que
se refieren a los mecanismos de selección, promoción, evaluación o control,
invariablemente se han traducido nuevamente en otorgarles mayores facultades a
los superiores por sobre los restantes funcionarios judiciales.
Hay dos aspectos especialmente sensibles en esta área que quisiéramos relevar. El
primero de ellos es la tendencia a excluir en el proceso de selección o promoción a
actores ajenos al mismo Poder Judicial con lo que, supuestamente, se terminaría
con el tráfico de influencias que ello genera y con la necesidad por parte de los
jueces de contar con "padrinos" políticos, con los cuales se queda eternamente
endeudado. Sin embargo, el sólo cambio de la persona encargada de hacer los
nombramientos nada cambia al respecto, sólo traslada de una autoridad a otra los
mismos compromisos y situaciones indebidas. La estrategia correcta para
profesionalizar los sistemas de selección y promoción pasa ya no por cambiar a
quien designa, sino por hacer verdaderamente transparentes y competitivos los
mecanismos de designación, de forma tal que queden patentes los criterios
meritocráticos asumidos en ellas.

El segundo tema sensible es la evaluación de desempeño. Uno de los componentes


indispensables para poder hacer gestión dentro de un sistema es poder medir y
comparar resultados. Ello permite a la par que definir políticas y corregir errores,
incentivar a los más capaces y motivados. Introducir sistemas de evaluación de
desempeño dentro de los Poderes Judiciales ha demostrado ser uno de los cambios
más complejos. Por una parte, por lo mal definidos y vagos que son los objetivos del
sistema, lo que impide apreciar con claridad cuando se está o no cumpliendo con
ellos. Pero hay otros problemas adicionales que dicen directa relación con el objetivo
de esta presentación.

Tratándose de los empleados judiciales uno de los mayores problemas es si se debe


evaluar el trabajo que efectivamente hacen o aquél que la ley señala que deben
hacer. El caos en la organización del personal, generalizado en los Poderes
Judiciales del Continente, impide realmente evaluar. Es común que funcionarios de
menor jerarquía y sueldo hagan trabajos de mayor complejidad y responsabilidad
que el que efectúan los que supuestamente son sus superiores. La propia
descripción de cargos es sumamente general y arbitraria, cuando existe. Es común
incluso que labores dentro de los servicios judiciales son asumidas por personas que
no están contratadas por el Poder Judicial, las que cobran directamente por sus
servicios a las partes. En fin, el extendido fenómeno de la delegación de funciones,
al que ya nos hemos referido, lleva a los empleados a realizar muchas labores cuyo
carácter jurisdiccional es imposible de poner en duda. Mientras no se corrijan todas
estas anomalías, insistimos, es difícil, sino imposible, establecer un sistema de
evaluación de desempeño que tenga realmente sentido y que no se constituya, en
sí, en una arbitrariedad.

En lo que dice relación con los jueces, también se presenta el problema de


funciones mal definidas o de una disociación entre lo que se dice que deben hacer y
aquello que realmente hacen. Pero hay un problema adicional que ha llevado a
sostener la inconveniencia de calificar a los jueces. La crítica se remite nuevamente
al tema tantas veces mencionado por nosotros. El carácter de poder independiente
del Estado que invisten cada uno de los jueces impediría que fueran calificados sin
que por ello no se viera lesionada su independencia. Se dice que las calificaciones
no tienen otro fin que alinear a los funcionarios dentro de la cultura de una
organización: premiar a quienes se identifican con ella y reconducir a quienes se
apartan de la misma. Las calificaciones son señales que se le emiten al funcionario
respecto de lo que se espera de él, por lo que quien califica queda entonces en
posición de definir lo que el Poder Judicial es y debiera ser. Ello se opondría al grado
de libertad con que debe gozar cada magistrado en su accionar y con la estructura
no piramidal de la organización judicial que ello demanda.

La evaluación de desempeño, tal como hoy en día está siendo concebida, constituye
también una herramienta que más que favorecer la existencia de un Poder Judicial
transparente y limpio, potencia la verticalidad del mismo y la mantención de
conductas indebidas. Se comprueba esto último al apreciar que, en la generalidad
de los casos, los mecanismos de calificaciones no operan como eficaces sistemas
para premiar a los mejores funcionarios, sino como una forma para sancionar a los
que se apartan de la norma, sin tener que recurrir para ello a los complejos
mecanismos disciplinarios, ni tener que fundamentar tal juicio de demérito.

7.3Creación de Escuelas Judiciales

La capacitación es una de las herramientas que integran cualquier una política de


personal. Como tal lo correcto sería haberla tratado junto a las reformas estudiadas
anteriormente. Sin embargo, respecto a la justicia se depositó en un momento una
esperanza desmedida en el perfeccionamiento de los jueces, pasando a
considerarse a la creación de Escuelas Judiciales como una de las estrategias más
importantes y promisorias sobre el Poder Judicial en su conjunto. Hoy, fruto de esos
esfuerzos, casi todos los países del Continente poseen instancias de capacitación
judicial con algún grado de consolidación. Los resultados que ellas han arrojado
distan mucho, eso sí, de justificar todas esas esperanzas.

Dos razones explican estos magros resultados. Por una parte, lo ya dicho. Las
deficiencias en el trabajo judicial no se deben, en buena medida a que éstos sean
ignorantes y no sepan cómo hacerlo bien, sino a las condiciones estructurales en las
que se desenvuelve su función. Tratar de trasmitirles, por la vía de la capacitación,
una forma distinta de hacer las cosas que aquella que les impone el medio sólo
conduce a que se produzca una disociación entre los que se enseña en los cursos y
talleres y la cruda realidad que deben enfrentar los asistentes a esas actividades
cuando deben volver a sus despachos. Se produce una verdadera esquizofrenia
entre lo que enseñan las Escuelas y lo que sucede en los Tribunales. De qué le sirve
a un juez escuchar, por ejemplo, que debe terminarse con la delegación de
funciones, si al volver a su tribunal está imposibilitado en la práctica de asumir todas
las funciones jurisdiccionales que le corresponden. Claro, otra alternativa, seguida
por algunas Escuelas, ha sido asumir esta realidad y capacitar, por ejemplo, a
empleados judiciales para que realicen bien las labores de contenido jurisdiccional
que en los hechos están asumiendo. Como se entenderá, tal alternativa no sirve eso
sí para solucionar los problemas del Poder Judicial, sólo es útil para consolidar las
situaciones que deseamos superar.

Una segunda razón recae en las limitaciones existentes para fijar contenidos y,
sobretodo, metodologías adecuadas de capacitación. Las Escuelas han tendido a
transformarse en organismos rígidos, en donde se transmite una enseñanza
bastante tradicional y formal que sigue los parámetros de la educación que se
imparte en las Facultades de Derecho. Incluso en su operatoria y en los criterios que
sustentan las Escuelas se han convertido en otro eficaz mecanismo con que cuenta
el propio Poder Judicial para introducir a sus integrantes a sus propias lógicas
corporativas.

Por otra parte, no existen tampoco mediciones precisas sobre el impacto que tienen
las actividades de capacitación en el funcionamiento general del sistema. Ello se
debe en buena parte a una cultura institucional que no otorga importancia a ese tipo
de mediciones, pero también a la ausencia de modelos afinados que permitan
hacerlas, e incluso a la carencia de la información mínima para enfrentar ese
desafío.

En frente al problema específico de las cuestiones éticas involucradas en la función


judicial, las respuestas directas que pueden dar las Escuelas tampoco son del todo
satisfactorias. Talleres específicamente dedicados a los temas éticos parecen tener
sólo un efecto circunstancial, sin lograr penetrar realmente en la cultura de los
funcionarios. Los temas éticos, más que ser una disciplina, deben constituir un
conjunto de directrices transversales, presentes al momento de resolver cualquier
problema que deban enfrentar los jueces. Sobretodo, resulta claro que la ética no se
enseña con discursos ni con prédicas, sino que con el ejemplo y con la
administración de un adecuado sistema de premios y castigos. Es raro realmente
que alguien caiga en conductas corruptas simplemente por desconocimiento
-especialmente tratándose de abogados- aunque es cierto que ciertas habilidades
para zafarse de situaciones comprometidas pueden ser enseñadas y aprehendidas.

Si bien sostenemos que la capacitación no ha tenido un efecto demasiado


importante hasta ahora en cambiar a los Poderes Judiciales -y controlar por ende el
fenómeno de la corrupción en su interior-, no implica tal afirmación desconocer que
ella constituye una herramienta esencial para acompañar y viabilizar cualquier
cambio que se quiera introducir en este sector. La idea es que pura capacitación, sin
cambios sustantivos, tiene efectos restringidos; pero que cambios sustantivos, sin
capacitación, son imposibles de llevar a cabo.

7.4Desjudicialización y solución alternativa de conflictos

Una de las estrategias más promisorias de cambio en los sistemas judiciales es


aquella tendiente a la desjudicialización y a la creación de instancias alternativas de
resolución de conflictos. Las iniciativas al respecto, impulsadas fuertemente por los
Bancos Multilaterales y otras agencias, han sido sin dudas un acierto.

Una de las causas importantes de la corrupción, como ya dijimos, es la presencia


monopólica al interior de los sistemas judiciales de los abogados. Los mecanismos
alternativos cuestionan fuertemente el rol hasta ahora privativo de los abogados,
permitiendo que otros profesionales intervengan activamente en la resolución de los
litigios. Pero el efecto antimonopolio de estos sistemas es de alcances aún más
bastos. En general los Poderes Judiciales sí son en nuestros países servicios
monopólicos ya que muchos de los conflictos, sino la gran mayoría, sólo pueden ser
solucionados recurriendo a ellos. Ello sucede así ya sea porque hay normas legales
que les confían tal monopolio en determinados tipos de asuntos, como porque en los
restantes, en los hechos, no existen a disposición de las partes otras vías donde
acudir para su solución.

En definitiva, los mecanismos alternos vienen a crear competencia por la provisión


del bien justicia, lo que permite hacer una suerte de bench marking entre ambos
sistemas para poder comparar y saber cuál es más eficiente. Con ello se puede
resolver el fuerte problema de agencia que aqueja a los Poderes Judiciales. Como
se sabe, este problema se genera cuando la persona que encarga una tarea,
llamado principal (en este caso la ciudadanía toda), no puede monitorear
adecuadamente al que la debe realizar (en este caso, los jueces), con lo que ellos
pueden desviarse inadvertidamente de los objetivos del principal en pos de los suyos
propios. Aquí este problema se genera principalmente porque se trata de un servicio
con contornos imprecisos, otorgado por funcionarios públicos que gozan de amplia
independencia en su accionar. Ambos elementos dificultan enormemente el
monitoreo de la conducta de estos funcionarios para saber si se enmarcan o apartan
del objetivo de su mandato. Comparar lo que hace el sistema público de justicia, con
los resultados del privado permite, al menos en parte, superar estas dificultades, a la
par que evidenciar las conductas desviadas que eventualmente se generan en el
primero.

Obviamente, la masificación de los sistemas alternos apareja nuevos problemas,


algunos íntimamente vinculados a los éticos, como ser los relativos a la regulación
de las calidades de los mediadores, de su código de conducta y del control de sus
acciones.
Los procesos de desjudicialización propiamente tales persiguen, por su parte, la
exclusión de la competencia de los tribunales de asuntos en que no hay envuelto un
conflicto entre partes y su desviación hacia una agencia administrativa distinta o
derechamente hacia mecanismos de mercado de solución. Ellos favorecen una
mejor conceptualización del rol del Poder Judicial, lo que también las posibilidades
de ejercer un control efectivo sobre su quehacer.

7.5Reformas procesales

Hay dos tipos de reformas procesales, aquellas que implican un simple


mejoramiento de los procesos, ya sea para su perfeccionamiento técnico o para su
simplificación y aquéllas que implica una redefinición profunda del sentido y rol de la
función judicial. Quizás en el caso de estas últimas llamarlas reformas procesales,
por mucho que afecten a los respectivos códigos, les resta importancia y
trascendencia. Sobre las primeras poco tenemos que decir, ya que tal como hemos
señalado no significan cambios realmente importantes a los factores estructurales
que hemos revelado como claves para entender el fenómeno de la corrupción en los
Poderes Judiciales.

Las segundas, en cambio, apuntan derechamente a releer el rol constitucional y


social de los jueces en función de criterios muy diferentes a los que tradicionalmente
se han considerado. La reforma por antonomasia a que nos estamos refiriendo es la
reforma procesal penal que casi todos los países Latinoamericanos, imbuidos dentro
de un asfixiante sistema inquisitivo, han puesto en marcha, aunque con diferentes
énfasis e intensidades.

Tales reformas buscan instaurar en nuestros países juicios acusatorios, orales y


públicos, medidas todas que apuntan precisamente a solucionar las deficiencias
institucionales de los Poderes Judiciales que hemos puesto como causas de la
corrupción en su interior. Primeramente porque estas reformas horizontalizan o
aplanan a los Poderes Judiciales. El sistema inquisitivo, al reunir las funciones de
investigación y de control de esa investigación en un mismo juez, como asimismo al
designar para el juzgamiento a un juez unipersonal, debe recurrir en forma reiterada
a la revisión por parte de los tribunales superiores de lo obrado por esos
magistrados de forma tal de controlar, aunque sea mínimamente, el amplio margen
de arbitrio que poseen. Esta necesidad de atenúa drásticamente en el sistema
acusatorio al separarse las funciones de investigación y control de tal investigación
y, principalmente, al establecerse que el juicio se debe realizar ante un tribunal
colegiado o de jurado. Tal situación permite eliminar las revisiones obligadas de los
fallos que en muchos países existen, aunque ninguna de las partes haya reclamado
del fallo, e incluso permite eliminar el recurso de apelación sobre la sentencia
definitiva dejando subsistente sólo el de casación, donde se conocen solamente los
aspectos legales involucrados, con el fin de estandarizar criterios jurisprudenciales.

La misma separación en las funciones de investigación y control de la investigación,


en manos de dos órganos distintos y, en alguna medida, competitivos, permite un
control efectivo de la etapa más sensible a acciones indebidas dentro del proceso
penal. Se deja a los jueces en su rol propio, el de resolver los conflictos que afecten
o puedan afectar derechos de las personas y a otra entidad distinta sostener el
interés punitivo del Estado y realizar las diligencias que ella demanda.

La oralidad en estos sistemas permite terminar con el extendido y nocivo fenómeno


de la delegación de funciones, así como hacer posible realmente la publicidad de las
actuaciones, que es otro de los principios que orientan todo el nuevo proceso. La
existencia de juicios orales y públicos es clave en un sistema que no sólo valoriza
sino que busca el control popular de las actuaciones judiciales.
Lamentablemente los Bancos se han quedado en las primeras reformas, los meros
cambios adjetivos en los códigos de procedimiento y han sido renuentes a entrar de
lleno en la segunda, fundamentalmente por las reticencias que manifiestan con todo
aquello relacionado con el ámbito de lo penal.

2. Políticas para afrontar la corrupción

Según hemos venido diciendo, la única forma eficaz de superar los problemas endémicos de
corrupción en nuestros poderes judiciales es superar la visión episódica y casi anecdótica
que tenemos del tema, pasando a reconocer y a afrontar derechamente las profundas
disfunciones que éstos manifiestan y que constituyen las reales causas de los serios
problemas de corrupción que los aquejan. Ello exige replantearse de raíz las funciones que
están llamados a desempeñar los jueces en una democracia y construir, a partir de ellas, la
mejor organización para que puedan cumplir con tales cometidos. En estas materias,
lamentablemente, tendemos a alterar el orden natural de las cosas: primero definimos las
instituciones y su composición, para luego precisar qué es lo que deben hacer sus
integrantes.

Tal replanteamiento debe dar origen a cambios sustantivos, en torno a los cuales deben
construirse los sistemas de apoyo adecuados para su materialización. Así, por ejemplo, las
reformas administrativas urgentes e indispensables en los Poderes Judiciales sólo tienen
sentido en la medida que hemos precisado adecuadamente qué es lo que se debe
administrar. De otra forma se corre el riesgo no sólo de malgastar las ingentes cantidades de
dinero que éstas demandan, sino, y esto es mucho más grave, de causar con ellas nuevas y
más complejas disfunciones, tal como señalamos anteriormente.

Sólo la definición acertada de los roles judiciales permitirá una correcta definición del papel
que, a su vez, le corresponde jugar a los empleados judiciales, evitando las indefiniciones y
contradicciones que hoy en día existen.

Tales definiciones, creemos, deben necesariamente llevar a construir una institución en que
el poder se encuentra diluido entre los distintos jueces y que la jerarquía sólo guarde relación
con las etapas de revisión que necesariamente puede sufrir un caso antes de estar
concluido, pero sin que ellas aparejen una situación de superioridad de unos jueces frente a
otros.

Es perfectamente posible construir un sistema judicial con tales características, sin renunciar
a la modernización del mismo, por lo que no debe tildarse de utópica nuestra sugerencia.
Nada impide, por ejemplo, la creación de tribunales de instancia compuestos por una
pluralidad de jueces cuyas dimensiones posibiliten radicar en ellos las decisiones de gestión
más importantes: contratación y manejo del recurso humanos, planificación y
presupuestación, adquisiciones, mantenimiento, etc. En tal esquema pueden ser los propios
jueces en instancias de gestión que ellos gobiernen los que fijen sus objetivos estratégicos.
Ciertamente este trabajo podría fortalecerse a través de instancias de coordinación con los
restantes tribunales, pero sin que ello implique una concentración de funciones en la cúpula
del servicio. Tampoco habría problema para que determinadas materias sí se asumieran
centralizadamente, por razones de economía de escala, como podrían ser las inversiones,
claro que en ellas es indiferente –en lo que a independencia judicial se refiere- si actúa una
Corte Suprema o simplemente una autoridad administrativa.

Esto es lo que se está haciendo en Costa Rica, donde el modelo de circuito judicial, a
diferencia del común, persigue como objetivo aplanar la organización judicial, situando a
nivel del mismo circuito y en forma participativa las decisiones claves de la organización. El
Segundo Circuito Judicial de San José, Costa Rica, según la propuesta de su creación,
consulta como su máximo órgano ejecutivo a una entidad integrada por los Coordinadores
de los Consejos de Gestión existentes en los diversos niveles de tribunales que engloba el
Circuito (Jueces de Segunda Instancia, de Primera Instancia, Alcaldías, Defensa Pública,
Ministerio Público) y representantes del Consejo de Gestión del Ámbito Administrativo, de los
empleados judiciales, de los usuarios y el Administrador General del Circuito. Este Consejo
cuenta, además, con un ente consultivo, denominado Asamblea General, que reúne a todos
los funcionarios del Circuito.

Otro tanto es lo que se está haciendo con los profundos cambios administrativos que
acompañan a la reforma procesal penal chilena próxima a entrar en vigencia. En ella buena
parte de las decisiones administrativas, como las de gastos y personal, que antes competían
a la Corte Suprema, son descentralizadas ahora en los nuevos y grandes tribunales que se
crean, bajo la directa tuición de los profesionales encargados de su administración.

Tribunales de mayores dimensiones a los actuales, permitirían establecer instancias de


evaluación inter pares de los jueces que los integran, lográndose así compatibilizar el
necesario control que este sector demanda, con la independencia interna que debemos
garantizar a los jueces.

Tales medidas debieran ir acompañadas con otras tales como dotar de transparencia todos
los procesos judiciales, cobrar por los servicios judiciales, subsidiando solamente a aquellas
personas que realmente carecen de recursos, con lo que se evitarían muchos de los cobros
indebidos; vincular a los jueces estrechamente con lo que resuelven de forma tal que deban
justificar adecuadamente las veces que cambien de criterio para resolver casos similares;
establecer sistemas eficientes de recolección y procesamiento de denuncias de actos de
corrupción, así como en general de la información sobre el funcionamiento del sistema, y,
finalmente, poner en operaciones sistemas que premien y castiguen a los funcionarios
conforme sea su comportamiento en el servicio.

Sólo en tal contexto cobran sentido y podrán tener realmente efectos cambios en la
composición de los Poderes Judiciales y modificaciones en los sistemas de selección y
capacitación de los jueces y demás funcionarios.

Muchas veces se olvida, al tratar los problemas de corrupción en el Poder Judicial, que éste
no escapa a la ecuación básica enunciada por Klitgaard, conforme a la cual el fenómeno
puede formalizarse de la siguiente manera:

Corrupción = poder monopólico + arbitrio - responsabilidad

Nos encontramos precisamente en este caso con una institución que ejerce un poder
monopólico en su función propia, que lo ejerce con altas dosis de arbitrio y, además, con
escasas cuotas de responsabilidad.

Siendo así, nada debería extrañarnos encontrarnos con los niveles de corrupción existentes
hoy en día en los poderes judiciales de Latinoamérica. Cualquier política seria, entonces,
que quiera enfrentar el fenómeno, deberá hacerse cargo de cada uno de los términos de
dicha ecuación de la forma como venimos indicando, mas ello sólo se podrá lograr en la
medida que devolvamos el Poder Judicial a los jueces y que renunciemos a convertir a este
sistema en una institución jerárquica y burocratizada.

Referencias Bibliográficas

Correa, Jorge y Barros, Luis Ed., 1993 Justicia y Marginalidad. Percepción de los Pobres
Corporación de Promoción Universitaria: Santiago.

Correa, Jorge; Peña, Carlos y Vargas, Juan Enrique, 1999 Poder Judicial y Mercado.
Informes de Investigación Nº 2, del Centro de Investigaciones de la Facultad de Derecho de
la Universidad Diego Portales: Santiago.
Hammergren, Linn, 1999 "Quince Años de Reforma Judicial en América Latina: dónde
estamos y por qué no hemos progresado más. En Reforma Judicial en América Latina: Una
Tarea Inconclusa. Corporación Excelencia de la Justicia: Santa Fe de Bogotá.

Klitgaard, Robert, 1992, Controlando la Corrupción. Ed. Quipus: La Paz.

Poder Judicial. República de Costa Rica, 1996, Propuesta Sobre el Modelo a Desarrollar en
el Segundo Circuito Judicial de San José. Documento sin pié de imprenta.

PROVEA, 1996, El Banco Mundial y la Reforma Judicial en Venezuela. Estudio de caso.


Provea: Caracas.

Vargas, Juan Enrique, 1999 "Políticas de Modernización del Sistema de Personal del Poder
Judicial Chileno", En Reforma Judicial en América Latina: Una Tarea Inconclusa.
Corporación Excelencia de la Justicia: Santa Fe de Bogotá.
Revista Trimestral Año XII, No. 3, Mes Septiembre 2006 ISSN 1027

TITULO: Marginalidad y Conducta Social


TITLE: Marginality and Social Behaviour
AUTORES: MSc. Raquel Cruz Betancourt. Profesora Asistente *
e-mail:raquel@fe.uho.edu.cu

Asesora de Proyectos Comunitarios del Departamento de Extensión Universitaria.


Universidad “Oscar Lucero Moya”. Avenida XX Aniversario. Piedra Blanca. Holguín.
RESUMEN: Aborda criterios sobre conducta y marginalidad. Describe el término según estudio
investigador mexicano Rogelio Marcial; comenta sobre comportamientos tanto progresistas com
reaccionarios de grupos juveniles en el mundo contemporáneo, así como elementos culturales
que brindan los barrios marginales.

PALABRAS CLAVES: MARGINALIDAD, TERCER MUNDO, POBREZA, CONDUCTA

ABSTRACT: The present article deals with behavior and marginality. It describes the term acco
the studies by the Mexican investigator Rogelio Marcial. It comments on progressist as well as
behavior of youth groups in our contemporary world and at the same time, on the positive cult
elements offered by marginal neighborhoods.

KEY WORDS: MARGINALITY, THIRD WOLD, POVERTY, BEHEAVIOUR

INTRODUCCION

En el contexto tercermundista, las posibilidades de instrucción y de formación integral del hom


inmersas en un sistema de explotación cuyas desigualdades son profundas y la pobreza materi
espiritual se hace patente en grandes grupos humanos.

Las llamadas malas conductas, desviaciones y/o actos delictivos en jóvenes de estas naciones
analizadas desde varias perspectivas. En la generalidad de los estudios sobre conducta antisoci
enuncian causas similares: la pobreza, la falta de instrucción, falta de empleo y la insalubridad
los barrios marginales. Sin embargo, la población marginal también expande elementos positiv
culturas regionales, cuestión poco reconocida por los investigadores.

MATERIAL Y METODOS

Se utilizó la metodología cualitativa con el uso de diversas técnicas y procedimientos que perm
reflexionar respecto a la relación que existe entre marginalidad y conducta social. El análisis de
documentos y de los diversos paradigmas usados para estudios de marginalidad y conducta fue
directa de este trabajo, esencialmente algunas teorías aportadas por investigadores latinoamer
la última década del siglo pasado. (Marcial, Cooper, entre otros).

RESULTADOS DEL TRABAJO


Resumiendo múltiples estudios realizados sobre las causas de la
criminalidad, Kliksberg identifica tres factores generales que
aumentan la incidencia criminal en América Latina:

- La ociosidad por desocupación de la gente joven.

- El deterioro y descomposición familiar.

-La falta de deserción escolar, de más de un 50% de los


estudiantes, en escuela primaria. Todos estos factores fueron
identificados por Adler desde inicios del siglo XX en sus estudios
sobre las causas de la criminalidad y el neuroticismo como factores
predisposicionales negativos. Familia, trabajo y escuela son todos
elementos importantes a trabajar si queremos prevenir un sentido
de comunidad deficitiario.

En su libro, El sentido de la vida (1935), Adler identificó algunas


características específicas de la personalidad criminal, sugiriendo8
una tipología de la conducta desviada:

- Muestran dificultades de tener amistades con todo el mundo


limitándose a buscar solo a sus iguales.

- Tienen un sentimiento de superioridad distorsionado que les lleva


a pensarse como superiores a sus víctimas.

- Distorsionan y exageran su criminalidad jactándose de cometer


más crímenes de los que realmente han cometido.

- Sienten que, en su superioridad, no serán atrapados en sus


fechorías.

- Usualmente dan muestra de sus tendencias desde temprana edad.

- Muestran carácter hostil.

- Se muestran desapegados.

- Sucumben fácilmente a la tentación.

- Crece en medio de necesidades y escaseces, en una actitud, por


así decirlo, de protesta contra la existencia, viendo a diario la
buena vida que se dan no pocos de los que le rodean, y sin que
nadie intente estimular su sentimiento de comunidad 5;

- Pueden caer en la seducción de las adicciones o toxicomanías, a


las que Adler llama, el vicio insuperable

- En sus infancias han sufrido múltiples formas de abandono.

- Muestran timidez o propensión al aislamiento.

- Muestran hipersensibilidad que les causa impaciencia, irritabilidad


y síntomas nerviosos como angustia o depresión.

- Muestran un fuerte deseo de dominar.


- Pueden mostrarse con indecisión y desaliento.
- Buscan aliviar o evadir sus responsabilidades.
- Por ende, y quizás su conclusión más importante, tienen un débil,
deficiente o alterado sentido de comunidad.

Para Adler, de nuevo coincidiendo con la visión del ser humano nato
bueno que encuentran los teóricos humanistas, no existe el criminal
innato sino que es totalmente producto de sus deficiencias en el
desarrollo de ese sentido de comunidad. O sea, la criminalidad es
producto de la deficiencia social. En palabras de los mexicanos
Laura Suarez y López Guazo8, esta deficiencia puede conducir al
fracaso que motiva a los niños difíciles, neuróticos, psicópatas,
suicidas y criminales; a las prostitutas, alcohólicos, pervertidos
sexuales y demás componentes del lumpen proletariat, soslayando
estos factores existentes también entre la burguesía, quienes
requieren, para él [Adler], del interés social para su solución. 9
¡Cuán interesante resulta este planteamiento donde la causa de la
conducta desviada se establece como una de etiología social
aunque el sufrimiento se encarna en la persona individual...y sobre
todo, cuantas veces se deja de lado este esquema continuando con
prácticas y actitudes de culpabilizar a la víctima, olvidando integrar
el entorno o las concomitantes socio-históricas de la persona en sus
decisiones!

En síntesis, la causa de la criminalidad en Adler responde a tres


postulados centrales de su teoría de la Psicología Individual: el
sentimiento de inferioridad mal manejado, la necesidad de poder
mal encausada, y al fallido o débil sentido de comunidad. El fracaso
es una experiencia psicológica y social nefasta que produce estilos
de vida nada saludables. Es inútil seguir trabajando con la persona
aislada a su contexto sin ejecutar modelos de transformación social.

CONCEPCIÓN SOCIOLOGICA
El periodo primitivo ( hasta la aparición de las primeras sociedades
esrtucturadas y organziadas ) se caracteriza por la ausencia de control social previo a
las primeras culturas dotadas de un poder civil capaz de ejercer un control sobre las
conductas criminales.

En este periodo aparecen claramente diferenciadas las sociedades y culturas


que fundamentan los poderes políticos y sociales en una concepción teocrática
( periodo divino ), con una asociación de delito y pecado, y las que establecen el
“ arreglo de cuentas “, entre los protagonistas del hecho, y que es conocido como
perido de venganza privada.
Ya en la época griega y romana se denota un cierto desmarque ( aunque no del
todo ) del carácter estrictamente teocrático, dando entrada a factores sociales, que ya
fueron apuntados en el código hindú creador de castas.

Durante el periodo primitivo el control delito se materializaba en el castigo


físico ( llegando frecuentemente a la muerte ), sin una vocación reparadora o social de
la conducta delictiva.

En ese sentido, Roma aporta dos novedades diferenciadoras, por una parte el
efecto ejemplarizante de la pena impuesta ( individual como expiación e intimidatoria
para el resto ), y por otra la retribución social del daño causado, lo cual se seguiría
haciendo durante la edad media bajo un marcado condicionamiento religioso y
dogmático que sigue asociando delito y pecado.

A partir del Siglo XV con el florecimiento científico renacentista, aparecen las


primeras corrientes sociológicas científicas en las que cabe reseñar la aparición de los
primeros estudios estadísticos, lo cual y por sí solo supone una novedad, y que en el S
XIX en las Escuelas Eclécticas se verá incrementada la proyección sociológica, con
la novedad diferenciadora de la concepción del delito como fenómeno de masas
( Escuela Cartográfia, materializada en las Leyes térmicas de Quetelet S XIX ),
Aplicando métodos cuantitativos.

A diferencia de ésta, la Escuela de Marburgo o escuela sociológica alemana,


abunda en el análisis global de la sociedad, a partir de lo cual ya en la escuela de
defensa social se preocupa de buscar la conjunción de mecanismos que permitan a la
sociedad ejercer un mejor control del crimen.

Mención aparte y claramente diferenciada en cuanto a postulados, la escuela


socialista representada por Marx y Engels a finales del S XIX, restringe y limita a
cuestiones estrictamente económicas y de relaciones de desigualdad social y
explotación de la clase trabajdora ( proletariado ) el fenómeno de la delincuencia,
cuya solución sólo pasaría por el vencimiento de las mencionadas desigualdades.

A finales del S XIX, las corrientes sociológicas sitúan el delito como una
estructura normal que convive que otras, como parte integrante de una sociedad sana.

Ya en el S XX cobra fuerza el análisis del delito como fenómeno social


analizado y condicionado desde múltiples factores que interaccionan y desencadenan
la conducta desviada, y en este sentido descatcan por encima de todas las teorías
subculturales o de aprendizaje social y la anomia ( término acuñado por DurKheim en
Francia y posteriormente por Merton en EEUU ) y que pone de manifiesto la amplia
franja entre objetivos, propuestas y necesidades que cumplir por los individuos o
grupos en la sociedad, y los medios que cada uno de ellos de que disponen para poder
cumplirlos, generando anomia cuando se recurre a cualquier medio ( en este caso el
delito ), para satisfacer aquellas ofertas sociales que no pueden ser satisfechas por
medios lícitos.

Como ya se refirió, 1.876 es la fecha crucial en el campo de la criminología al


publicarse en tratado antropológico del hombre delincuente de Lombroso, que supuso
el punto de inflexión referente en el estudio de la ciencia criminológica y el
nacimiento de las corrientes antagonistas, y ante todo supuso la gran virtud de dotar
de rigor científico a algo que hasta el momento le era vedado al tratamiento de la
criminalidad en todas sus facetas

Constitución de la conducta
desviada.
Maravall elabora un modelo de constitución de
la conducta desviada partiendo de la noción de Carrera.
La conducta desviada es una meta, el final. Esa idea la
extrae de Howard Becker de la escuela de Chicago, quien
propuso la teoría del "etiquetamiento".

Cuando de dice que tales conductas son formas


patológicas de comportamiento, se está olvidando que
ellas responden a condiciones estructurales que las
hacen posibles. Y esta patología estructural es violencia
estructural.
Se pueden distinguir 3 niveles de violencia.

1- Condiciones estructurales patológicas o violentas


2- Una respuesta patológica o violenta a tales
condiciones, que constituirá la desviación social activa
3- Una violencia consistente en la sanción o en la
represión tales respuestas

Es importante destacar que un nivel no conduce


inmediatamente al otro. En el paso del nivel 1 al 2, la
conducta desviada no es una respuesta mecánica. O sea,
las condiciones estructurales patológicas son condiciones
necesarias para la conducta desviada o violenta, pero no
son condiciones suficientes.
Para que la desviación activa, o la conducta delincuente
puedan tener lugar, deberían darse ciertas condiciones
"precipitantes", estudiadas por Sutherland entre otros.

En el paso del 2 al 3, la conducta desviada no origina


necesariamente la sanción o la represión. Es necesario
también que ciertas condiciones accesorias se
produzcan.

Las condiciones estructurales patológicas o


condiciones "necesarias"

Merton, siguiendo la teoría de la anomia d Durkheim, dice


que la conducta desviada, la violencia, la delincuencia, se
originarían a partir de condiciones patológicas radicadas
en el sistema y en la estructura social; o como
afirma..."en tensiones socialmente estructurales"...
Estas tensiones explicarían porque la frecuencia de la
conducta desviada varía en diferentes estructuras
sociales, porque las conductas desviadas adoptan formas
distintas en diferentes estructuras sociales.

¿En qué consiste esa presión hacia la desviación social


activa, hacia la violencia o hacia la delincuencia?

Merton dice que en las culturas de las sociedades hay 2


elementos:
El 1º son objetivos o fines definidos culturalmente (metas)
que son considerados legítimos
En 2º lugar, hay modos de alcanzar tales objetivos, o sea
"medios" institucionalizados y legítimos.
Sucede que el acceso a estos medios, está
diferencialmente distribuido entre diversas personas y
grupos sociales. Por lo tanto, dice Merton, la respuesta
desviada es una reacción normal a una situación de
tensión. Que surge cuando un sistema de valores exalta
ciertas metas de éxito comunes para la población en
general. La desigualdad material sería la fuente principal
de la conducta desviada.
Sin embargo, el 2º nivel patológico (la respuesta violenta
o delincuente), no surge automática y directamente de 1º
nivel patológico (las tensiones estructurales), sino que
hace falta que se den las condiciones "precipitantes" de
tal respuesta.

Las condiciones precipitantes

1ª la conducta desviada como resultado colectivo: dicho


resultado es algo acumulativo y colectivo que se dá a
través de la interacción de los individuos.
El actor se hallaría en 3 situaciones
a- expresar y satisfacer sus disposiciones de necesidades
b- proteger su relación con las demás personas
c- sujetarse a las obligaciones y expectativas de la
interacción (necesidad de adecuación)

Cuando el actor encuentra posibles "compañeros de


delito" que se unen con él, se constituye un grupo
desviado, en una banda delictiva. Entre todos refuerzan
mutuamente sus disposiciones de necesidad alienatívas,
se legitiman recíprocamente y resulta más difícil que se
debiliten sus motivaciones para la desviación. Se crea
así, la subcultura desviada, a partir de tensiones
objetivas, de la experiencia común de privación y a partir
de una interacción común reforzada de la tendencia
delictiva.

2ª la conducta desviada como resultado de cierto tipo de


asociaciones
Esta perspectiva, enfoca la conducta desviada, como
aprendizaje a lo largo de procesos de comunicación en
grupos pequeños. Esta transición y su adquisición serán
entonces el resultado de las "asociaciones diferenciales"
que mantenga el actor. La desviación derivaría de unos
contactos particularmente intensos y frecuentes con
pautas de conductas delincuenciales.

3ª la conducta desviada como resultado del acceso a


medios ilegítimos
La delincuencia no se explicaría solamente como
resultado de presiones sociales, ni de una motivación a la
desviación adquirida a lo largo de los procesos de
interacción, ni tampoco de la asociación con pautas
desviadas.
La conducta delincuente seria el resultado de ambos
factores (accesibilidad a medios ilegítimos, por un lado e
inaccesibilidad a medios ilegítimos por otro lado) y no de
su suma

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Estado, Derecho e Ideología


De acuerdo a la teoría marxista el Derecho, el
Estado y las ideologías son conceptos relacionados
como facetas o aspectos de una misma realidad,
en un mutuo refuerzo; la realidad no es otra que el
concepto de clase dominante y la imposición de
sus intereses, pues de derecho, estado e
ideologías son medios de creación y uso de esta
clase en un esfuerzo por imponer y controlar a las
demás clases sociales.
El Estado de acuerdo a Marx es el instrumento
institucional coactivo de idéntica finalidad
protectora que el Derecho. Marx se refiere al
Estado destacando varias facetas. En principio el
Estado es un reflejo y variable dependiente de la
sociedad civil, y no la sociedad civil una variable
dependiente del Estado. En segundo lugar, el
Estado es una estructura al servicio de los
intereses sociales dominantes: “El Estado no es
más que la forma de organización que se da
necesariamente los burgueses, tanto en lo interior
como lo exterior, para la mutua garantía de sus
propiedades e intereses, el Estado es la forma bajo
la que los hombres de una clase dominante hacen
valer sus intereses comunes. (Karl Marx. La
ideología alemana, trad. de W. Roces, Ed. Grijalbo,
Barcelona, España, pág. 72)
El Derecho es la cobertura formal que garantiza los
intereses de las clases dominantes. El Derecho no
es la regla racional y emancipadora que termina
con los privilegios de clase, sino que él mismo es
una nueva clase de privilegio; el antiguo privilegio
ha sido reemplazado por el privilegio que se
denomina Derecho.
Marx ha sido uno de los grandes pensadores que
históricamente han recibido peor interpretación
dentro del contexto de las ciencias sociales; y uno
de los mejores aprovechados en términos de
política práctica. También es uno de los autores al
que se le han achacado grandes errores históricos.
Resulta claro que Marx se equivocó en su opinión
sobre el desarrollo del capitalismo y de la lucha de
clases. La revolución no tuvo lugar en Inglaterra,
sino en Rusia, pero independientemente de este
equívoco, Marx permanecerá en la historia de las
ideas por su método de análisis histórico, cuya
virtualidad ha sido valorada por numerosos
tratadistas, inclusive sus adversarios, y la mejor
prueba respecto a la validez de su método, es que
después de él, muchos pensadores han fracasado
en la búsqueda de una alternativa metodológica a
la comprensión marxista de la historia; han
matizado y relativizado la obra marxista, pero no
han podido presentar una alternativa.
4.3.2 Herbert Spencer
Este autor tuvo la suerte de contar con importantes
precedentes: en el orden de las ciencias sociales
las obras de Saint-Simon y de Comte; en el de las
ciencias naturales las aportaciones de científicos
con planteamientos próximos al evolucionismo,
llegando al descubrimiento de la ley de la selección
de las especies por la misma época que Darwin. Y
la de poseer una buena formación científica, que le
valió para trazar una relación entre el mundo
biológico y el mundo social, pensamiento que
plasmó en su obra (Principios de Sociología), en la
cual estableció analogías entre la sociedad y un
organismo, al afirmar que la sociedad está
integrada por un conjunto de órganos con
funciones específicas, coordinadas por una
dirección única.

Spencer a diferencia de otros autores situaba la


evolución en un ámbito concreto de la realidad,
concibiendo una teoría evolucionista integral y
ontológica. Todo evoluciona siguiendo unas reglas:
el mundo físico, los seres vivos y la sociedad. Esta
evolución es progresiva, manteniéndose y
sobreviviendo el organismo en un proceso interno
de división funcional, y en otro externo de lucha y
dominio del medio ambiente.
El criterio sobre la evolución de acuerdo a Spencer,
es aplicable al mundo inorgánico, al de los seres
vivos y a la sociedad, a cuyo efecto Spencer estuvo
siempre atento y ávido de encontrar respuestas
evolucionistas en los trabajos de los científicos
dedicados a la biología, la geología y la
astronomía. También a la sociedad es aplicable la
ley general de la evolución, en la que en palabras
del propio Spencer tiene lugar un progreso de los
pequeños agregados sociales incoherentes a los
grandes agregados coherentes, que mientras se
integran pasan de la uniformidad a la
multiformidad, y al mismo tiempo un progreso de lo
indefinido a lo definido en la organización política.*
(Herbert Spencer, Principios de Sociología, citado
por Ramón Soriano en Sociología del Derecho Ed.
Ariel, pág. 86) Por lo tanto la sociedad sigue la
evolución general, de la que es una parte. Esta
evolución supone un aumento de la dimensión, la
coherencia, la multiformidad y la determinación.
Spencer estableció una analogía entre la sociedad
y un organismo: como el organismo de un ser vivo,
la sociedad es un conjunto de órganos, con
funciones específicas, coordinados por una
dirección única. Estableció una equivalencia entre
la evolución biológica y la evolución social,
llevándole a defender algunas tesis desacertadas
con la idea de mantener esta analogía, además de
impedirle un pensamiento más libre.
Spencer afirmaba que así como la naturaleza, las
leyes debían transcurrir libres de toda injerencia,
siguiendo los imperativos de la selección natural;
posición que contrastaba con las concepciones
socialistas, que solicitaban con urgencia la
intervención del Estado para entender las
necesidades sociales, sobre todo de aquellos
grupos menos favorecidos.
Spencer era partidario de una filosofía política
radicalmente liberal y favorable al libre mercado, en
la que se escondía una última y no disimulada
defensa del statu quo histórico, de los pueblos y los
hombres, sometidos como todos los estratos
ontológicos, a la ley de la selección en un proceso
evolutivo que hacía perecer a los débiles y
prevalecer a los fuertes y capaces. El Estado no
debía intervenir en este proceso de selección
natural que afectaba a todas las esferas del ser; y
por ello se opuso Spencer a las llamadas poor laws
(leyes de pobres) de un estado todavía
escasamente asistencial, y comentaba que los
legisladores no respetaban la historia natural de los
pueblos, aumentando con sus leyes
intervencionistas las miserias de las personas.*
(Ramón Soriano, Sociología del Derecho, Ed. Ariel,
Barcelona, España, 2000, pág. 88)
Debido a la época en que Spencer hace pública su
obra, la misma fue desacreditada debido sobre
todo a la inverificabilidad de algunas de sus tesis,
las que se fundaban en pruebas no consolidadas y
expresadas normalmente en forma radical y en la
linealidad del proceso social ya que Spencer lo
consideraba como inalterable en su avance; no
obstante que el análisis histórico muestra que el
cambio social resulta más irregular que lineal.
Teorías sobre la desviación social
Se han formulado diversas explicaciones acerca de
las causas que ocasiona la conducta desviada.
Algunas personas se consideran desviadas por su
incapacidad de conformarse a las normas. Los
enfermos o deficientes mentales, en ocasiones no
entienden el contenido de las normas, y por lo tanto
no se apegan a ellas. Puede haber otros casos, sin
embargo, en que haya personas con pleno uso de
sus facultades que son incapaces de conformarse
a las reglas de la vida en grupo. Por ejemplo, un
alumno quizá no disponga de suficiente capacidad
económica para adquirir los textos y demás
material escolar; por este hecho quizá deje de
llevar a clase los elementos necesarios, entrando
en pugna con las autoridades de la escuela que
fatalmente lo llevarán al ausentismo y a la violación
de las normas de la institución educativa.
Desorganización social
Dentro de las explicaciones que los teóricos han
vertido respecto a la desviación social, se
encuentra la denominada “Teoría de la
desorganización social”, la cual fue considerada
por los sociólogos como un ejemplo de desviación.
La principal premisa de esta teoría es que la
desorganización de una economía en la que se
contempla el trabajo alienante, el desempleo y la
pobreza, puede dar pie a la delincuencia, a la
drogadicción, al suicidio. Ejemplo bien conocido de
lo anterior es la racha de suicidios por la que
actualmente atraviesa nuestra sociedad.
Asimismo un acelerado cambio social contribuye a
que aparezca una alta tasa de conducta desviada.
En algunos casos, la tasa de desorganización es
tan grande que resulta difícil que la persona logre
distinguir cuáles son las normas apropiadas que
deben guiar su conducta en una situación dada.
Además, en una sociedad compleja hay muchas
subculturas que brindan a la gente diversos
conjuntos de normas como guía de conducta. Por
lo tanto, el comportamiento puede ser de que
experimentan los adolescentes que han de pasar
por la cuerda floja seguidas por sus compañeros.
No hay duda de que la delincuencia y la
drogadicción, por ejemplo, conducen a la gente a la
pobreza y al desempleo. En ese sentido, la
desviación es a la vez fuente o síntoma de
desorganización social. En lo que se refiere a
desorganización social, a la fecha no hay forma de
explicar por qué hay personas que reaccionan con
patrones de conducta desviados ante
circunstancias anómalas, mientras que otras no
proceden así.
Asociación diferencial
La asociación diferencial es otra de las teorías que
se refieren a las conductas desviadas, y su
contenido hace énfasis en el sentido de que el
comportamiento desviado, se aprende mediante el
trato social con personas desviadas en pequeños
grupos íntimos. Si una persona frecuenta
constantemente a personas desviadas en su vida
diaria, es probable que adopte patrones de
conducta desviados, el hombre acepta normas que
le son fijadas por los grupos desviados, en vez de
las fijadas por la sociedad, puesto que con ésta
carece de contacto íntimo, resultando más
gratificante lo aprendido con los grupos de
personas que se consideran como desviados
sociales.
Anomia
La teoría de la anomia con relación a la conducta
desviada, es la explicación que nos da Robert
Merton. La teoría anterior propone que la
discrepancia entre las metas prescritas
culturalmente y los medios legítimos de obtenerlas,
produce la conducta desviada. En la sociedad
occidental es una meta importante el éxito, a la vez
que las posesiones materiales son símbolos de ese
éxito. Por ejemplo, se socializa a los jóvenes hacia
la posesión del automóvil, se enseña a las mujeres
a preferir objetos de vestir sumamente onerosos.
Esas metas materiales se convierten en un
momento determinado en símbolos de la propia
valía y del éxito y por lo tanto son muy estimados.
Sin embargo no todos los miembros de la sociedad
tienen acceso a los medios culturalmente
aprobados para lograr ese éxito. Por lo tanto, esos
a quienes se les niega el acceso, tienen más
probabilidad de acudir a medios ilegítimos para
alcanzar las metas sociales propuestas; por
ejemplo, los miembros de la clase media baja o
baja que no pueden comprarse un vehículo, quizá
lo roben.
Teoría de la clasificación
Finalmente existe otra teoría que hace referencia a
la desviación social y sostiene que son los grupos
sociales quienes crean en su seno a los desviados,
ya que al imponer reglas segrega a quienes no las
cumplen estigmatizándolos como extraños.
Premisa básica de esta teoría es que los grupos de
mayor poder son quienes implantan las reglas, y
por otra parte, quienes carecen de ese poder se
ven obligados a aceptarlas. Respecto de esta
teoría se ha sostenido que la causa de la
desviación no se debe buscar en la conducta del
hombre que quebranta las reglas, sino en aquellas
personas que las imponen y luego sancionan las
conductas por la violación a las normas
establecidas.
5.5.2 Funciones positivas de la desviación social
La desviación social contra lo esperado, puede en
su momento constituirse como un medio de
introducción de la nueva normatividad social, que
permite a un grupo determinado, continuar siendo
razonablemente integrado y eficaz en relación a
las funciones señaladas por el grupo para lograr un
proceso de cambio.
Se consideran como funciones positivas de la
desviación, aquellas consecuencias favorables que
tienen los actos desviados sobre una sociedad o
grupo. Esas funciones positivas de la desviación
son importantes para los grupos o sociedades,
aunque la mayoría piense que toda desviación sólo
creará problemas.
La desviación puede fomentar el cambio social, si
los patrones de conducta que en otro tiempo se
consideraron desviados ahora los acepta la
mayoría. Un ejemplo de lo anterior es la
organización de sindicatos, que en otros tiempos
se consideraba ilícita o desviada y ahora constituye
una parte establecida y aceptada en cualquier
economía.
La desviación normalmente puede servir, para
acrecentar la cohesión del grupo así, el delincuente
puede representar al enemigo público de ese
grupo social, reforzando las normas y valores de la
mayoría de sus miembros. Los delincuentes sirven
normalmente de ejemplos negativos que recuerdan
a los demás en qué consiste el comportamiento
social aceptado.
La desviación social puede fomentar el ajuste al
cambio social. Por ejemplo, el hecho de que
algunos jóvenes vivan en comunas, si bien a veces
se considera como un estilo de vida desviado,
puede facilitar a esas personas el enfrentamiento a
la impersonalidad de la vida urbana y sus
consecuencias en el grupo, propiciando con ello un
ajuste paulatino hacia el cambio social.

Sociología de la desviación
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El incumplimiento de las normas es uno de los principales ámbitos de estudio de la


sociologia de la desviación.
La sociología de la desviación es la rama de la sociología que se encarga del estudio
del consenso sobre las normas sociales, los actos y comportamientos que se desvían
de éstas y el sistema de control social construido para evitar tales desviaciones.1

La desviación es un tema fundamental en sociología y desde el nacimiento de esta


disciplina ha sido una de sus principales preocupaciones.1 En este sentido las
principales corrientes sociológicas han dado su interpretación sobre el cómo y el
porqué del incumplimiento de las normas sociales.

La desviación ha sido analizada desde distintas disciplinas, como la filosofía, el


derecho, la biología o la medicina. Además, en los últimos años se han desarrollado
estudios en criminología, disciplina con la que la sociología de la desviación esta
íntimamente ligada. Si bien la primera se centra más en la relación entre la víctima, el
victimario y las leyes, la sociología de la desviación analiza también las conductas
que - sin estar prescritas como delitos- son catalogadas como anormales y reciben
algún tipo de sanción social.2

Contenido
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• 1 Concepto de desviación desde una perspectiva sociológica


• 2 Las normas
• 3 Teorías presociológicas de la desviación
o 3.1 Teoría clásica
o 3.2 Enfoque Biológico
• 4 Teorías macrosociológicas de la desviación
o 4.1 Teoría Funcionalista
o 4.2 Teoría Marxista
o 4.3 Teoría de la subcultura
• 5 Teorías microsociológicas de la desviación
o 5.1 Teoría del Etiquetamiento
o 5.2 Teoría de la Elección racional
• 6 El control social
o 6.1 El castigo
• 7 Problemas metodológicos en el estudio de la desviación
• 8 Notas
• 9 Véase también

• 10 Enlaces externos

Concepto de desviación desde una perspectiva sociológica


[editar]

En sociología se considera una desviación cualquier acto o comportamiento, aunque


sea simplemente verbal, de una persona o un grupo que viole las normas de una
colectividad, y consecuentemente conlleve algún tipo de sanción.3 Sin embargo, ésta
no es una característica intrínseca de ciertos actos, sino que depende de la respuesta y
la definición que los miembros de una colectividad le atribuyan. En palabras de uno
de los fundadores de la sociología:

No lo reprobamos porque es un crimen, sino que es un crimen porque lo reprobamos.


Émile Durkheim, 18934

Es por ello que un acto sólo puede ser juzgado como desviado en relación a:

• Un contexto histórico: ya que la concepción de desviación varía en el


tiempo, por ejemplo ser zurdo ha sido considerado en muchas sociedades
históricas como una forma de desviación.5
• Una sociedad concreta: como es notorio, las diferentes sociedades que
comparten un momento histórico pueden tener diferentes concepciones de la
desviación. Un ejemplo actual sería la poligamia, que en algunas sociedades
es una muestra de prestigio y en otras un delito.
• Un contexto situacional: Muchas actividades son permitidas, e incluso bien
vistas, dentro una situación, y juzgadas como desviadas en otra. Por ejemplo,
a ninguna sociedad se le ha ocurrido prohibir las relaciones sexuales, pero casi
todas limitan su práctica, prohibiendo realizarlas en público, fuera del
matrimonio, etc.

Esta aproximación relativista a la desviación, que caracteriza a la Sociología, ya había


sido anticipada por algunos pensadores. Cabe destacar al filósofo francés Pascal que
ya en el siglo XVII declaraba:

No hay nada justo o injusto que no cambia de cualidad con el cambiar del clima, tres grados
de latitud subvierten toda la legislación[...] En pocos años las leyes fundamentales cambian,
el robo, el incesto, el asesinato de padres e hijos, todo ha encontrado un lugar entre las
acciones virtuosas.
Blaise Pascal, 18936

Ya en el siglo XX los estudios de Antropología comparada han puesto de manifiesto


que realmente existen muy pocas formas de desviación que puedan considerarse
universales. Sin embargo, y contradiciendo a Pascal, existe un Consenso científico
sobre que el incesto entre padre e hija ha resultado tabú en todas sociedades durante
toda la historia, llegando Claude Lévi-Strauss a considerar su prohibición como el
origen de la vida cultural y del resto de las instituciones sociales.7

Las normas [editar]


Artículo principal: Norma social
Diferentes tipos de normas y tipo de desviación que implica su incumplimiento.

El concepto de desviación está íntimamente ligado al concepto de norma, ya que es


de la norma de lo que un comportamiento se desvía. Por ello se afirma que donde no
existe norma no puede existir desviación.1

Las normas sociales se definen como proposiciones que prescriben a individuos o


grupos el comportamiento adecuado en determinadas situaciones, o bien las acciones
a evitar.8 Pueden ser clasificadas según diversos criterios, pero el más habitual dentro
de la sociología de la desviación, es agruparlas dentro de sistemas normativos según
el grado de la sanción que se aplica al infractor. Con este sistema obtenemos una
clasificación de los comportamientos desviados según su gravedad:

• Normas penales: Son las recogidas en el código penal, que representa el


núcleo duro de cualquier sistema social. Recoge las normas que tutelan los
bienes fundamentales del grupo social (la vida, la propiedad, las instituciones,
etc). El incumplimiento de éstas es un delito, y convierte al autor en
delincuente. Conlleva el tipo de sanción más grave: la pena.
• Normas jurídicas: Son las normas contenidas en reglamentos u
ordenamientos, su violación es un acto ilícito y conlleva sanciones de tipo
pecuniario o administrativo.
• Normas sociales: Es un amplio grupo de normas socialmente reconocidas,
como la moda, la tradición, los usos y costumbres, etc. Su incumplimiento no
implica una sanción institucionalizada, aunque sí algún tipo de recriminación
o reproche social. En las últimas décadas existe la tendencia a
reconceptualizar estos comportamientos de desviados en diversos
• Moral individual: Son las normas autoimpuestas, del tipo no comeré nunca
en un McDonald's. Incumplirlas tiene escasa relevancia social, pero puede ser
calificado como hipocresía.

En el diagrama puede observarse cómo los distintos sistemas normativos se agrupan


unos dentro de otros. Esto se hace para reflejar cómo, por ejemplo, no todas las
normas sociales están en el código penal, pero todas las normas del código penal son
normas sociales. En realidad este modelo es una simplificación de cómo se
interrelacionan los sistemas normativos, ya que existen multitud de excepciones: es
habitual que alguna de las normas sociales existentes no sea aceptada por la moral
individual de algunas personas, lo que da lugar a la aparición de las subculturas;
también sucede a menudo que algunas normas del sistema jurídico o penal no lleguen
a integrarse dentro de las normas sociales. Esto sucede, sobre todo, en los sistemas no
democráticos, aunque también ocurre en las democracias. Un ejemplo actual es la
contradicción de muchas legislaciones con la aceptación social de las descargas por
internet. Cuando existen fuertes contradicciones entre los sistemas normativos puede
producirse una crisis que los modifique. Por este motivo autores como Durkheim
consideran la desviación como un motor del cambio social.4

En los últimos años algunos autores han identificado la existencia de situaciones en


las que se califica de desviado, no a quien incumple la norma sino a quien la cumple
con demasiado celo. Glenna Huls ejemplifica este fenómeno con la concepción social
del empollón o de quien paga religiosamente sus impuestos en la sociedad
norteamericana.5

Teorías presociológicas de la desviación [editar]

El estudio de la desviación es anterior a la aparición de la sociología. Ya en la


Antigüedad clásica se desarrollaron las primeras teorías sobre la delincuencia y el
castigo, filósofos como Sócrates, Pitágoras, Platón o Aristóteles escribieron sobre
ello, atribuyendo los delitos a la herencia o a deficiencias físicas o mentales. En la
Edad Media se realizaron algunos estudios médicos para investigar crímenes aislados
y Tomás de Aquino en su obra Escolástica, intentó sentar las bases de una Filosofía
del Derecho. En los siglos XVIII y XIX ,con la llegada de la ilustración y el
positivismo, aparecieron teorías y enfoques cuya influencia ha llegado hasta nuestros
días. Dos ejemplos destacados de ello son:

Teoría clásica [editar]

Se denomina Teoría Clásica de la desviación a los esfuerzos teóricos del iluminismo


por dar una definición objetiva del delito y de la pena que sustituyese la concepción
relativista y arbitraria característica del Antiguo Régimen. Esta objetivización del
delito era imprescindible para construir el Estado de derecho- base del Estado liberal-
ya que es un prerrequisito necesario del Principio de legalidad, la seguridad jurídica o
la Igualdad ante la ley.

El autor más representativo fue Cesare Beccaria, que desarrolló sus ideas en un libro
que se ha convertido en un clásico del Derecho: De los delitos y las penas, en el que,
en palabras del propio autor, se incluyen

Los presupuestos para una teoría jurídica del delito y de la pena [...] en el cuadro de una
concepción liberal del Estado de derecho, basada sobre el principio utilitarístico de la
máxima felicidad para el mayor número de personas y sobre la idea del contrato social.
Cesare Becaria.9

De acuerdo con estos principios del utilitarismo y el contractualismo, para Beccaria el


hombre nace libre, pero establece un contrato con el estado por el que renuncia a
parte de su libertad a cambio de seguridad. El delincuente sería alguien que incumple
ese contrato, por lo que debe ser sancionado, pero la sanción no tiene un objetivo de
venganza sino de prevenir nuevos daños y servir de ejemplo disuasivo al resto de los
ciudadanos.

La Teoría Clásica tiene los evidentes límites de que se centra en el delito -sin analizar
el resto de desviaciones sociales- y que no investiga sobre las causas de éste, lo que es
el objeto principal de las teorías posteriores. Esta teoría tendría una gran influencia
sobre la Teoría de la Elección racional, llegando al punto de que algunos autores
denominan a esta última como Teoría Neoclásica.

Enfoque Biológico [editar]

Uno de los primeros intentos para entender de manera científica el fenómeno de la


desviación se hicieron desde el ámbito de la Biología. Durante el siglo XIX se
desarrollaron diversos estudios para intentar descubrir cuáles eran las características
físicas que convertían a las personas en desviadas. La idea de poder explicar la
conducta delictiva en base a rasgos biológicos tiene interesantes precedentes en
algunas legislaciones medievales, en las que se recomendaba a los jueces que dudasen
entre dos sospechosos eligiesen a los más feos y deformes.10 En 1876 el medico
penitenciario Cesare Lambroso elaboró una detallada teoría sobre las características
físicas que provocaban la delincuencia. Los rasgos físicos descritos eran básicamente
simiescos: vello abundante, brazos largos, frente estrecha, mandíbula prominente, etc.
Aunque los estudios de Lambroso alcanzaron una gran notoriedad en su época, el
determinismo biológico, tras las sucesivas criticas, fue cayendo en desuso hasta
mediados del siglo XX, cuando Willians Sheldon realiza un estudio con cientos de
jóvenes en el que llega a conclusiones similares. Para Sheldon existen tres tipos
básicos de constitución física -Endomorfo, Mesomorfo y Ectomorfo- a los que
corresponden tres personalidades diversas, siendo los mesomorfos -con constitución
musculosa y atlética- los más predispuestos a delinquir. Los datos de Sheldon fueron
reanalizados por Eleonor Glueck llegando a la conclusión de que no puede afirmarse
que la constitución atlética sea un buen predictor de la delincuencia, y muchos menos
su causa.11

Desde los años 80 se está dando una revitalización del enfoque biológico, basada en
los avances de la genética. En este ámbito se han hecho particularmente populares los
estudios sobre el Síndrome del XYY- una anomalía cromosómica por la que el varón
recibe un cromosoma Y extra- que algunos autores relacionan con una tendencia a la
violencia, aunque numerosos estudios han confirmado que esto no se observa con
frecuencia.12 13 14 15 16
Teorías macrosociológicas de la desviación [editar]
Teoría Funcionalista [editar]

Emile Durkheim, padre del funcionalismo.

Los teóricos funcionalistas se vieron ante la tarea de hallar respuesta a la necesidad,


por parte de algunos individuos, de no cumplir las reglas. El primero en describir
algunas de las funciones sociales que cumplía la desviación fue Émile Durkheim.
Aunque parezca contradictorio, para Durkheim la desviación contribuye a consolidar
los valores y las normas culturales, ya que es parte indispensable en el proceso de
creación y mantenimiento del consenso sobre las mismas. La base de esta idea es que
sin el delito no hay justicia ni es posible por tanto el consenso sobre las ideas del bien
y el mal. En este sentido la desviación contribuiría a definir los límites morales.
Definiendo a algunos como desviados el resto de la sociedad puede observar
claramente el límite entre el bien y el mal. Otra función de la desviación sería el
fomento de la unidad social, ya que la respuesta unitaria frente a las acciones
extremas de desviación -asesinato, atentados- fortalece el lazo social. Por otro lado la
desviación también contribuiría al cambio social, ya que el transgredir una norma
invita a reflexionar sobre la necesidad o la conveniencia de ésta, y representa un
modelo de conducta alternativo que puede llegar a convertirse en mayoritario, ya que
lo que hoy es una conducta desviada puede no serlo en el futuro.4

Teoría Marxista [editar]

Aunque ya desde sus inicios el marxismo había tratado temas relacionados con las
desviación, es en los años 70 cuando aparecen obras sistemáticas sobre ésta desde una
perspectiva marxista. Autores destacados en esta sistematización fueron Iain Taylor,
Paul Walton y Jock Young, que argumentaron que las teorías existentes obviaban
ciertos factores estructurales -como la desigual distribución del poder y la riqueza-
que eran fundamentales para entender las conductas desviadas.17
Este argumento fue posteriormente desarrollado por Steven Spitzer, que ejemplificó
ampliamente cómo las personas que son etiquetadas como desviadas suelen ser
sujetos que obstaculizan el desarrollo del Capitalismo. Spitzer analizó cómo los
sujetos que amenazan la propiedad privada -base del Capitalismo- son siempre
calificados como desviados, sin embargo los actos de las clases privilegiadas contra
los intereses de las subordinadas -como una gran subida del precio de la vivienda-
lejos de considerarse desviadas, son asumidas como una legítima defensa de sus
intereses. También analiza cómo -al ser la explotación del trabajo otro de los
fundamentos del capitalismo- quien no trabaja, sea por imposibilidad -minusválidos,
parados involuntarios-, sea por voluntad, tiene muchas posibilidades de ser etiquetado
como desviado. Ejemplos de esto los encontramos en la legislación contra vagos y
maleantes.18

Teoría de la subcultura [editar]

Esta teoría se basa en el principio de que la conducta desviada -al igual que el resto de
conductas- se aprende en el ambiente en que se vive. Los actos desviados serían por
lo tanto una consecuencia de la socialización en ambientes con valores y normas
distintos a los de la sociedad en general. La teoría fue elaborada por Clifford Shaw y
Henry Mckay y tiene su origen en los estudios etnográficos realizados por la Escuela
de Chicago durante los años veinte. Los investigadores dividieron la ciudad de
Chicago en cinco zonas, realizando círculos concéntricos y comparando la tasa de
delincuencia y la relación entre el número de delincuentes y el total de la población
de cada zona. Los datos evidenciaron que el valor de la tasa disminuía conforme se
alejaba del centro, y lo que es más interesante, que entre 1900 y 1920 la relación entre
las tasas de delincuencia de cada zona permaneció invariable, a pesar de que en este
periodo hubo grandes movimientos de población que cambiaron la composición
étnica de cada zona. Estos hechos hicieron llegar a los investigadores a la conclusión
de que la subcultura desviada formaba parte de la idiosincrasia de algunos barrios,
por lo que era trasmitida a los nuevos habitantes.

Numerosos investigadores han desarrollado la teoría, comprobando que es común que


los individuos con comportamientos desviados pertenezcan a grupos en las que estas
conductas son permitidas- o incluso prescritas- por lo que tal conducta solo podría
juzgarse como desviada respecto a las normas y valores de la sociedad, pero no
respecto a las de su grupo de referencia. Respecto a esto el criminólogo Edwin
Sutherland escribiría que

La cultura criminal es tan real como la legal, y mucho más difundida de lo que se piensa
habitualmente.
Edwin Sutherland3

Walter Miller estudió cómo se crean las subculturas de la desviación, llegando a la


conclusión de que éstas suelen aparecer entre los jóvenes de clase baja, ya que son los
que tienen menos posibilidades de cumplir sus aspiraciones por medios legítimos.
Miller además individuó las características de estas subculturas, cuyos principales
rasgos serían: La rutinización del conflicto, la dureza, la sagacidad y la autonomía.19
Teorías microsociológicas de la desviación [editar]
Teoría del Etiquetamiento [editar]

En los años 1960 se empieza a estudiar la desviación desde la perspectiva del


Interaccionismo simbólico. Estos autores centran sus estudios no tanto en las posibles
causas de la conducta desviada, sino en las formas de control e interacción social por
las que se definen a ciertos individuos como desviados. La principal aportación
teórica de esta escuela es la Teoría del Etiquetaje, que podría sintetizarse así:

Los grupos sociales crean la desviación estableciendo reglas cuya infracción constituye una
desviación, y aplicando estas reglas a personas particulares, que etiquetan como outsiders [...]
La desviación no es una cualidad de la acción cometida sino la consecuencia de la aplicación-
por parte de otros- de reglas y sanciones. El desviado es alguien al que la etiqueta le ha sido
puesta con éxito; el comportamiento desviado es el comportamiento etiquetado así por la
gente.
Howard Becker.20

Una de las aportaciones fundamentales de esta teoría es la distinción entre desviación


primaria y secundaria realizada por Edwin Lemert. Dentro de la primaria se
encuadrarían los incumplimientos de las normas que no hacen sentirse desviado a
quien lo comete, ni es visto así por los demás. Dentro de la secundaria estarían por el
contrario los incumplimientos que hacen cambiar la concepción que los demás tienen
del autor, etiquetándolo como desviado. Este etiquetamiento provocará que el autor
reorganice la percepción de sí mismo asumiendo la nueva definición que los demás
dan de él.21 La base de esta distinción está en el hecho de que, en realidad,
prácticamente todo el mundo ha cometido actos desviados. Es difícil encontrar a
alguien que no haya mentido, cometido algún pequeño robo o consumido alguna
droga ilegal, pero pocas de estas personas son catalogadas -o autocatalogadas- como
mentirosos, ladrones o drogadictos.3

La desviación secundaria está muy relacionada con el concepto de estigma


desarrollado por Erving Goffman, definido como una marca social negativa usada
para definir a una persona. El estigma se convierte en un rol dominante del individuo
y todos los actos pasados empiezan a reinterpretarse bajo la perspectiva del nuevo
estigma, en un proceso de distorsión biográfica conocido como etiquetaje
retrospectivo. Goffman desarrolló la posibilidad de que al estigmatizar a alguien -con
mayor o menor motivo- se activasen una serie de mecanismos, como el rechazo
social, que le impulsaran a buscar compañía entre quienes no le censuran -otros
estigmatizados- reforzando así la identidad desviada e impulsándolo a continuar su
carrera delictiva. De este modo la desviación podría ser una de esas profecías
autorealizadas que Robert K. Merton elaboró basándose en el Teorema de Thomas.

Teoría de la Elección racional [editar]

Los teóricos de la elección racional -también llamados neoclásicos- enmarcaron la


desviación dentro de su modelo general de conducta, según el cual las acciones de las
personas están guiadas por un frío racionalismo cuyo objetivo es calculado para
obtener placer y evitar dolor. Aunque posteriormente fue asumida por algunos
sociólogos esta teoría fue desarrollada en sus inicios por economistas, como Gary
Becker que elaboró el modelo económico del crimen que describe una conducta
desviada guiada por el cálculo de utilidad relativa en la que se ponen en una balanza
los costes y los beneficios que puede tener tal conducta. Estudios posteriores han
intentado localizar cuáles son los costes y beneficios concretos de las conductas
desviadas, llegando a la conclusión de que los beneficios serían los comunes a todas
las acciones -lucro, prestigio, poder, placer- mientras que los costes pueden dividirse
en tres: las sanciones formales impuestas por el Estado, las sanciones sociales de su
entorno y las autosanciones que el desviado se imponga -como vergüenza o
sentimiento de culpa- debido a la interiorización de las normas.

La Teoría de la Elección racional también ha realizado varios estudios sobre la


eficacia de las sanciones. Según el modelo teórico, una forma de reducir el delito
sería aumentar los costes de su realización, por ello desde esta teoría se propuso
aumentar la severidad de las penas. Estudios posteriores desde esta perspectiva han
puesto de manifiesto que la severidad de la sanción tiene repercusiones irrelevantes,
mientras que por el contrario, la certeza de la pena-la convicción de que existirá una
sanción- puede influir en la reducción de la delincuencia.22

El control social [editar]


Artículo principal: Control social

Al ser uno de sus instrumentos más evidentes, las cámaras de vigiliancia han sido
usadas con frecuencia como símbolo del control social.

Además de las normas y su incumplimiento, el control social es el otro gran campo de


estudio de la Sociología de la desviación. Bajo este concepto se integran el conjunto
de mecanismos e instancias a partir de los cuales toda sociedad, de una u otra
forma, induce a sus miembros a comportarse acorde con las normas, valores y
pautas culturales predominantes.23 Por ello el control social es mucho más amplio
que las instituciones más visibles a las que generalmente se asocia -policía, cárceles,
juzgados...- e incluye a otras como los manicomios, los trabajadores sociales o el
sistema educativo, siendo el rol de este último de especial importancia.24 Además de
por estos agentes institucionalizados, el control social es ejercido en gran medida por
mecanismos informales y difusos. Sociólogos como Talcott Parsons destacan, por
ejemplo, el papel que juega la familia en el proceso.25
La importancia de la familia y del sistema educativo viene dada sobre todo por su
función en el proceso de interiorización de las normas, en el cual las normas sociales
son transformadas en normas morales, siendo así asumidas como propias por los
individuos. Este proceso permite que no se incumplan las normas aun cuando ningún
factor externo lo impida, y lo que es más importante, nos convierte a todos en agentes
de control social, ya que mantendremos una actitud reprobatoria ante quien las
incumpla.26

En este sentido, la Psicología social ha estudiado de forma experimental distintos


mecanismos interiorizados del control social. El experimento de Milgram demostró
los actos que se pueden llegar a hacer si éstos son ordenados por una figura de
autoridad; el experimento de la cárcel de Stanford, la obediencia que se puede obtener
con ideología legitimidora; el experimento de Robber's Cave, cómo a través de la
construcción del enemigo externo se logra la unidad interna; los experimentos de
Sherif y Asch, cómo se cambia la propia opinión para que ésta se adapte a la de la
mayoría. Estos experimentos, hoy ya convertidos en clásicos, muestran con qué
naturalidad nuestros comportamientos se adaptan a las exigencias de la norma, la
normalidad y la autoridad.

El castigo [editar]

El castigo es una forma clave del control social, con la explícita función de corregir el
comportamiento de los individuos.

Debido a su función explícita de corrector de actos o comportamientos, el castigo es


una de las formas de control social más investigada. Desde la sociología de la
desviación se han estudiado las distintas funciones que ha poseído el castigo y la
efectividad que los distintos castigos poseen para reducir el comportamiento
desviado.

John Macionis identifica cuatro funciones que, en distintas sociedades o épocas, han
justificado la existencia del castigo. La primera, y más antigua, sería el desquite, que
se basa en la idea de recuperar el orden interrumpido, por lo que se aplica al infractor
un daño proporcional al daño cometido. Está contenida en la Ley del talión y el
principio bíblico de ojo por ojo, diente por diente. La segunda, la disuasión, es la idea
de que el castigo desincentiva el incumplimiento normativo. Se formaliza
teóricamente en el siglo XVIII, con la concepción del ser humano como un ser
racional, movido por cálculos de coste y beneficio. La tercera es la rehabilitación, por
la que se pretenden modificar las pautas de conductas desviadas del individuo. Toma
auge en el siglo XIX con la aparición de las Ciencias sociales y los estudios
científicos sobre la conducta humana. Por último estaría la función de protección de
la sociedad por la que se separa al desviado del resto del cuerpo social, ya sea
encerrándolo, desterrándolo o ejecutándolo. El hecho de que, más allá de que en un
momento histórico determinado se ponga el acento en una u otra, el que las cuatro
ideas sobre la función del castigo puedan darse contemporáneamente es contingente.

Por otro lado, la cuestión de la eficacia de los castigos ha supuesto grandes debates
entre los estudiosos, siendo la prisión - que desde su aparición en el siglo XVIII se ha
convertido en la forma generalizada del castigo penal- uno de los centros del debate.
Su eficacia ha sido puesta en duda por diversos autores, avalados por una gran
cantidad de estudios en diversos países que muestran el alto porcentaje de personas
que retornan a la cárcel tras haber cumplido condena. La reincidencia en los tres
primeros años de la excarcelación es de un 40 a un 60%,27 en Estados Unidos el
porcentaje de reincidencia estaría en torno al 60%5 y en España entorno al 40%.28
Estas cifras han llevado a algunos autores a concluir que la prisión no es una
institución eficiente en su función de modificar los comportamientos y conductas
delictivas.29 Se señala también que la prisión puede tener aspectos que incluso
fomentarían el delito ya que los largos periodos de reclusión destruirían los lazos
sociales, y el contacto casi exclusivo con delincuentes fomentaría la creación y
reproducción de la subcultura criminal. Las críticas han provocado que las
instituciones penitenciarias realicen pruebas experimentales sobre soluciones
alternativas a la simple privación de libertad, generalmente centradas en terapias de
desintoxicación, que han dado resultados notables.30 27 Otros autores continúan
defendiendo como innegable el efecto disuasorio de las prisiones.31

Pena de muerte en el mundo (06/2005): Suprimida para todos los crímenes Suprimida para los crímenes
no cometidos en circunstancias excepcionales (como los cometidos en tiempo de guerra) Contemplada como sanción penal, pero
suprimida en la práctica Contemplada como sanción penal, aún aplicada

Otro castigo que provoca grandes debates sobre su eficacia es la pena de muerte, un
castigo que ha sido practicado desde la antigüedad en prácticamente todas las
sociedades. En el siglo XIX se inicia una tendencia hacia su abolición -o limitación a
casos extraordinarios- en un creciente número de países. Por ello, en los países donde
todavía se practica, como Estados Unidos, existe un debate político sobre la
conveniencia de abolirla, que ha provocado que se realicen numerosos estudios sobre
su eficacia en la prevención del crimen, ya que éste es el principal argumento para su
mantenimiento. Los diversos estudios realizados hacen concluir a la mayoría de los
autores que las evidencias empíricas disponibles muestran que la pena capital apenas
tendría efecto disuasorio.32 33 34

La tendencia a abolir la pena de muerte, la aparición de las cárceles y la


humanización de la pena en general, han sido analizadas por Michel Foucault, en su
clásico Vigilar y castigar. El autor analiza el gran cambio sufrido por los castigos
entre los siglos XVIII y XIX, en el que se pasa de la espectacularidad de las torturas y
ejecuciones públicas medievales a los castigos dentro de la institución burocrática y
aséptica de la prisión. La perspectiva foucoliana- que ya es un hito dentro del análisis
del control social- sobre este proceso es que, lejos de producirse por motivos éticos o
morales, su causa es el aumento de la eficacia de la pena.

Problemas metodológicos en el estudio de la desviación


[editar]

La desviación es uno de los fenómenos sociales más complejos de analizar


científicamente, ya que aquellos que los cometen tienden a ocultarlos. Por ello el
debate metodológico se remonta a los orígenes de la disciplina, cuando Emilie
Durkhaim escribe El suicidio. Esta obra consiste en un estudio cuantitativo sobre el
fenómeno del suicidio en distintos países europeos - utilizando las fuentes oficiales de
cada estado- con el fin de comprobar la distinta influencia que tenía en cada país.
Estudios posteriores comprobaron que las estadísticas oficiales infravaloran casi
siempre el fenómeno, existiendo además variaciones según la definición de suicidio
de las distintas legislaciones. En este sentido se ha comprobado la correlación entre la
posibilidad de que una muerte sea registrada como suicidio - en vez de como
accidente u homicidio- y la valoración social sobre del fenómeno: cuanto peor visto
sea el suicidio en una sociedad, tanto menores serán las posibilidades de que este se
registre como tal.3

Los estudios sobre la incidencia de la delincuencia se han encontrado con problemas


aun mayores. Los sociólogos han utilizado a menudo como fuente las estadísticas
policiales sobre denuncias, o las judiciales sobre condenas, pero se ha comprobado
que se cometen muchos más delitos que los registrados. Investigaciones llevadas a
cabo en Inglaterra en los años noventa llegaron a la conclusión de que el porcentaje
de delitos que se notifica es del 47%, el que se denuncia el 27% y el que llega a
condenarse en un tribunal tan solo un 3%.35 Las causas de este bajo índice de
denuncias son múltiples: temor a represalias (como en el caso de la mafia), cercanía
al que lo comete (violencia de género), tolerancia (maltrato a animales), voluntad de
olvidarlo (violaciones), desconfianza en la utilidad de la denuncia (hurtos), ignorancia
sobre si constituye un delito (delitos de índole económica), etc. En este sentido se ha
comprobado cómo los distintos tipos de delitos tienen un porcentaje de denuncias
muy desigual, hay delitos que se denuncian prácticamente en su totalidad, como el
robo de coches o las muertes violentas, y otros que su inmensa mayoría no son
denunciados, como el intento de violación o los pequeños hurtos.36
Estas limitaciones en las fuentes oficiales han obligado a desarrollar métodos
alternativos para la cuantificación de la delincuencia. Actualmente se utiliza tanto La
autodenuncia, en el que se realiza una encuesta a una muestra de población
preguntándoles si han cometido algún delito y si este ha sido denunciado, como la
victimización, que es un método similar pero en el que se pregunta si se ha sido
víctima de algún delito.

Notas [editar]

1. ↑ a b c Bertelli, Bruno (2002). Devianza e vittimizzazione, teorie eziologiche


del controllo sociale,. Trento: Artimedia. ISBN 88-87980-05-5.
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ignorado, en Economia, Sociedad y Territorio, vol III, numero 11, 2002.
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7. ↑ Levi-Strauss, Claude (1971). The Elementary Structures of Kinship. Beacon
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8. ↑ Gallino, Luciano (2006). Dizionario di sociologia. Turín: Universidad de
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10. ↑ Wilson, James Q. y Richard J. Herrnstein (1985). Crimen and Human
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20. ↑ Cohen, Stan (1992). Devianza. Roma: Istituto della enciclopedia italiana,
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21. ↑ Lemert, Edwin (1972). Human Deviance, Social Problems, and Social
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22. ↑ Tittle, Charles R. (1980). Sanctions and Social Deviance: The Question of
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23. ↑ Austin, Tomas El control social y la desviación. consultado el 23 de mayo
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24. ↑ De la Villa ,María Poder disciplinario y educación: aproximación
foucaultiana desde la Psicología Social. Consultado el 24 de mayo de 2008
25. ↑ Austin, Tomas, Fundamentos sociales y culturales de la educación
Consultado el 28 de mayo de 2008
26. ↑ Pino, P.F. Solle, G y Tau M. L. Control Social: subjetividad, ley, género y
familia consultado el 28 de mayo de 2008
27. ↑ a b Caixal López, G. y Roca Tutusaus, X. El tratamiento de la conducta
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muestra. Consultado el 25 de mayo de 2008
28. ↑ Serrano J. C. y Velasco F. Casi la mitad de los presos reinciden. Consultado
el 28 de mayo de 2008
29. ↑ Carlson, Norman (1995). «Corrections in the Unted State today: a balance
has been struck». The American Criminal Law Review 13 (4). 615-647.
30. ↑ Margara, Castro, La pena certa e il collaso delle regole civili.. Publicado en
el periodico italiano Il manifesto el 25 de mayo de 2008
31. ↑ Wright, Richard (1994). In defense of prisons. Westport:Greenwood Press.
ISBN 0-313-27926-8.
32. ↑ Sellin, Thorsten (1980). The Penalty of Death. Berly Hills:Sage
Publications. ISBN 0-8039-1453-9.
33. ↑ Lester, David (2002). The Death penalty: issues and answers.
Springfield:C.C. Thomas. ISBN 0-398-06823-2.
34. ↑ Bailey, Willians (1989). «Murder and a capital punishment». American
Sociological Review 54 (5). 722-743.
35. ↑ Morgan, R. y Newburn, T. (1997). The Future of Policing. :Oxford
University Press,. ISBN 0-19-876441-3.
36. ↑ Bandini, T. y otros. (2004). Criminologia : il contributo della ricerca alla
conoscenza del crimine e della reazione sociale. Milan:Giuffrè. ISBN 88-14-
10863-3.
Véase también [editar]

• Criminología
• Filosofía del Derecho

Enlaces externos [editar]

• Recopilación de textos sobre la Sociología de la desviación (en inglés)

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Con ese estado de cosas, las organizaciones dedicadas a la persecución del delito
no han sido ajenas al progreso evolutivo del Derecho Penal y de las aportaciones de las
diferentes ramas del saber al entramado delito-delincuente-víctima-control social, y la
evolución de las distintas técnicas en la investigación del crimen ha discurrido paralela
a la evolución criminológica en los ámbitos del conocimiento anteriormente
mencionados.

Sería materialmente imposible ahondar en todas las técnicas de investigación, en


un trabajo como el presente que solo pretende resumir la evolución hacia una sitemática
científica en la investigación del delito y que señala un poco la pauta de los contenidos
que poco a poco se irán desgranando en otros capítulos de esta publiación y en futuros
tabajos más espeíficos.

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