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INTRODUCCIÓN
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Sitios Internet
BIBLIOGRAFÍA AMPLIADA
NOTAS
INTRODUCCIÓN
La condición para que una ciudad tenga legitimidad es que sus habitantes se
sientan bien, seguros y felices. La muerte de una ciudad pasa invariablemente
por su abandono progresivo y su deserción. Y las responsables de esa huida son
la criminalidad, la violencia y la inseguridad (Bruneau, 1998).
Así entonces se busca identificar factores "predisponentes" que tienen que ver
con carencias vitales, educativas, alimenticias y habitacionales considerando en
éstas últimas no solo los aspectos de la vivienda sino también lo referido al
espacio público. Este es un panorama a la vez complejo y rico, que va más allá
de las causas eficientes o determinantes a modo de única causa y, adopta la
forma de una serie de circunstancias que al estar presentes o no en un
determinado momento, favorecen la aparición de conductas delictivas.
Pero intervenir en este campo siempre tiene costos y las experiencias no pueden
“transportarse” sin sopesar efectos positivos y negativos, riesgos y beneficios,
condiciones y alternativas, es por eso que se dedican unas líneas a una mirada
crítica que invita al lector a no dejar de considerar las lecciones aprendidas de
experiencias aplicadas.
Distintos estudios sobre el perfil del victimario han llegado a la misma conclusión:
el delito es una actividad que involucra mayoritariamente a hombres jóvenes,
quienes constituyen el principal grupo de riesgo o vulnerable. Es por ello que
incrementos en l a proporción de hombres jóvenes sobre el total de la población
coinciden con periodos en donde se observa un incremento en la tasa de delitos.
Así mismo, dado que la familia constituye el primer ámbito de socialización de un
individuo, donde se forjan hábitos y se internalizan valores a lo largo de los años
más importantes para la inserción social del individuo, diferentes estudios han
marcado la estrecha relación entre el incremento de la delincuencia –juvenil,
principalmente- y la desintegración de la familia –medida Vg. por el porcentaje
de hogares monoparentales-.
En los países del Sur, a partir de los años 80, la criminalidad común ha crecido y
tiende a aumentar hoy en día, mientras, la violencia de los jóvenes crece de
manera exponencial. Fenómenos como los niños de la calle, el abandono escolar
y el analfabetismo, la exclusión social masiva, el impacto de las guerras civiles y
el comercio ilegal de armas ligeras han acentuado este proceso.
Como refiere Rosa del Olmo [5], estamos ante una de las manifestaciones más
importantes del deterioro de la calidad de vida de los habitantes de las ciudades
contemporáneas. La citada autora realiza en su escrito una interesante
aproximación tanto a la violencia urbana como a la inseguridad ciudadana. Con
referencia a lo que se entiende por “violencia urbana” parte de considerar que si
bien se ha intentado demostrar el inmenso abanico de posibles definiciones y
significaciones del término, lo cierto es que en el momento actual la violencia se
asocia casi exclusivamente con el fenómeno de la criminalidad en su dimensión
individual. Así es frecuente que se defina de la manera siguiente: "El uso o
amenaza de uso de la fuerza física con la intención de afectar el patrimonio,
lesionar o matar a otro o a uno mismo" (Briceño-León, 1997). Pero además es
común que se ubique en un escenario urbano. En el caso de América Latina, esta
precisión es muy pertinente ya que una de las características ha sido la
urbanización acelerada, dando lugar a que la mayor parte de la población se
concentre en las ciudades (De Roux).
Todo lo dicho explica que sea común hoy en día la referencia a la llamada
violencia urbana, a pesar de ser también un tema nada sencillo de precisar, salvo
que se desarrolla dentro del marco de la ciudad. Más allá de los índices de
homicidios destacados por la OPS, una serie de especialistas han señalado la
velocidad sin precedentes con que vienen extendiéndose en el ámbito urbano las
violencias de carácter social y delincuencial (De Roux; Carrión; Camacho
Guizado/Guzmán Barney, 1990), especialmente a partir de la década de los 80. A
su vez, su crecimiento y transformación ha hecho de este fenómeno uno de los
más actuales e importantes de la ciudad contemporánea, convirtiéndose en el
principal problema y en la primera causa de muerte. No hay que olvidar que las
ciudades son escenarios de relaciones múltiples y variadas donde los conflictos
inherentes a la vida social pueden expresarse en forma abierta e incluso
convertirse en actos de violencia cuando no se logran resolver pacíficamente (De
Roux).
En este sentido el escrito de Del Olmo realiza un aporte interesante, la autora nos
menciona como en estrecha relación con la preocupación por la violencia urbana,
y de manera particular con la criminalidad violenta, se observa en los años 90 el
surgimiento del debate sobre la (in)seguridad de los habitantes de las ciudades
de América Latina. La palabra "seguridad" en sí misma es problemática por las
diversas interpretaciones que se han hecho de ella, más aun cuando se le han
añadido los más diversos adjetivos como por ejemplo "personal", "individual",
"pública", "urbana", "ciudadana", "humana", etc., sin olvidar la importancia que
tuvo en los años 80 la llamada "seguridad nacional" y en la actualidad la
vinculación de la seguridad ciudadana con la democracia como forma de gobierno
(González Placencia; Comisión Andina de Juristas, 1999; Del Granado; Bernales
Ballesteros; etc.).
Así las cosas, se explica que uno de los problemas más sentidos por la población
sea el de la inseguridad y concretamente el del miedo a la delincuencia, tal como
lo revelan las encuestas de opinión que se realizan periódicamente en diversas
ciudades. Esta percepción se ha convertido en un problema en sí mismo no solo
por la posibilidad de constituirse en un fuerte obstáculo para la convivencia
pacífica y la solidaridad ciudadana, sino por su capacidad de generar una espiral
de violencia, ya que el temor hace que la población pida mayor represión y
justifique los excesos e ignore la importancia del respeto a los derechos humanos
y a la gobernabilidad democrática. En otras palabras, la construcción del peligro
social inminente puede ser utilizada por gobiernos autoritarios para justificar, en
determinados momentos, mayores restricciones a los derechos individuales de los
habitantes de las ciudades.
A todo este cuadro se añade el papel que pueden jugar las fuentes de
información en la construcción de la dimensión subjetiva de la inseguridad
ciudadana. Existe por una parte la más directa como es la experiencia personal, y
por lo tanto la más marcada por el fenómeno de la subjetividad. A su vez el
relato y los comentarios de terceras personas pueden dar lugar al fenómeno del
rumor con sus consecuencias negativas en la opinión pública por la falta de
precisión en la información. Pero la fuente de máximo alcance la constituyen los
medios de comunicación, cuya responsabilidad es capital en la creación del
pánico urbano y en el incremento de los miedos e inseguridades presentes en el
imaginario colectivo. En este sentido, el concepto de "alarma social" llega a guiar
las decisiones que en un momento determinado pueda tomar un Estado en
materia de política criminal, por lo cual se ha llegado a incorporar a los medios de
comunicación como parte integrante del sistema penal contemporáneo (Issa El
Khoury, 1998).
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III. 1. Las medidas represivas. Estrategia “deseada” por los ciudadanos dada la
inmediatez de sus acciones y lo concreto de sus resultados.
Hacia los años setenta, un nuevo intento que alcanzó gran difusión entre los
diversos especialistas interesados en las dimensiones físico-espaciales de la
delincuencia urbana estuvo constituido por la propuesta de Newman. Este autor
argumenta que las "definiciones territoriales" constituyen fenómenos observables
en toda la historia de asentamientos humanos, traduciendo a nivel social las
analogías animales de Ardrey (1966), si bien evita toda alusión directa a ellas
(Canter y Stringer, 1978). Basándose en dicho concepto Newman construye su
“Teoría del espacio defendible”. Esta propuesta apunta a reducir o eliminar las
oportunidades para cometer delitos, a través de la modificación de los factores
del entorno que podrían dar lugar a la comisión de crímenes. La teoría del
espacio defendible consiste en una orientación en materia de construcción de
complejos habitacionales que promueve la vigilancia de los lugares comunes,
gracias a una adecuada distribución de los mismos, al uso de monitores de
vigilancia y a una buena iluminación.
Por otra parte, autores como Hillier, consideran que el diagnostico efectuado por
Newman es acertado, aun cuando sus propuestas de diseño no hayan obtenido
los resultados esperados, al estar concebidas basándose en una escala
inadecuada que toma como base lo local, en vez de concentrarse en la trama del
espacio público global, en orden a evitar la desintegración de la malla urbana
(Greene, 1994)
Las investigaciones orientadas por este modelo en diversos países han mostrado
que los factores que ejercen influencia sobre las predisposiciones a la
delincuencia serían especialmente: a) los problemas que afligen a la familia de
los hijos adolescentes tales como abandono, maltrato e indiferencia de los
padres; b) el ausentismo, la mala conducta y el abandono escolar; c) la
pertenencia a pandillas o bandas delincuentes; d) el consumo excesivo de alcohol
y otras drogas; e) la prevalencia de problemas de personalidad tales como falta
de autoestima, de autocontrol, egocentrismo, baja tolernacia a la frustración,
deseo de obtener gratificaciones materiales inmediatas; y f) la persistencia de
necesidades urgentes que pueden ser satisfechas rápida y fácilmente por medios
ilegítimos (Ibid.).
Bajo esta lógica surgió una gran diversidad de medidas de prevención que
buscaban identificar potenciales infractores, especialmente entre grupos de
jóvenes de menores ingresos, bandas de adolescentes marginales, estudiantes
pobres con problemas de deserción escolar e hijos de familias irregulares de alto
riesgo social. De esa forma una vez definidos los grupos objetivo, se propone
iniciar programas de incorporación escolar y laboral, desarticulación de pandillas,
así como también aplicar diversas formas de prevención del maltrato infantil,
talleres recreativos o bien estrategias de nivelación educativa, sistemas de becas
y reforzamiento en escuelas y centros de formación técnica, entre muchas otras.
En este modelo el manejo del entorno urbano adquiere particular interés. Desde
el enfoque de la prevención situacional se acepta generalmente que la conducta
delictiva debe ser entendida como la combinación de la persona y de la situación
en que ésta se encuentra. El enfoque de prevención situacional se basa en una
reflexión teórica sobre las oportunidades para el delito, considerando el papel que
desempeña la situación "precriminal" y las motivaciones del delincuente en éste
proceso. Es importante reconocer que este enfoque a pesar de ser bastante
amplio se encuentra limitado para abordar determinadas conductas delictivas, ha
demostrado su utilidad más que todo en el abordaje de delitos con objetivos
blanco materiales (personas o cosas) referidos a infracciones intencionales
(agresiones, robos, fraudes).
Varias de las medidas que propone el enfoque situacional, implican costos que
sólo una parte de la población puede asumir. Se corre así el riesgo de aumentar
la fragmentación social, estableciendo diferencias entre quienes pueden
proveerse de seguridad por cuenta propia y quienes carecen de esa posibilidad.
En consecuencia, se produciría un desplazamiento del accionar criminal hacia los
sectores menos favorecidos (aunque cabe indicar que hay medidas que pueden
ser abordadas en forma comunitaria o con el auxilio de las autoridades locales).
Los críticos de este enfoque sostienen que muchas medidas situacionales
incrementan la sensación de inseguridad, al brindar evidencia de una ciudad o
barrio prevenido, reforzado, sitiado; además de aumentar las distancias sociales
y promover el aislamiento y la segregación social. [^ SUBIR]
Más allá de las diferencias entre las diversas manifestaciones del modelo, el
elemento común es la centralidad que adquiere la denominada "Policía
Comunitaria". Dicha estrategia se ha aplicado con énfasis heterogéneos que
pueden implicar diversos niveles de compromiso e interrelación con la sociedad
civil, dependiendo del contexto sociocultural en el cual se implementan
(Trojanowicz y Moore, 1988).
Tratar este tipo de enfoque en un documento que intente recoger el "estado del
arte" de las discusiones o acciones en Seguridad Urbana es imprescindible ya que
no es solo uno de los modelos más novedosos de intervención en seguridad
urbana con un carácter eminentemente preventivo, sino también por que se está
constituyendo en una forma de acción de política pública que están asumiendo
muchas de las grandes ciudades del mundo. Desde los años 80, muchas ciudades
han desarrollado experiencias de prevención comunal que han sido puestas en
evidencia en varios eventos internacionales. En particular las conferencias
organizadas por las asociaciones de alcaldes en Barcelona (1987), Montreal
(1989), París (1991) y más recientemente Johannesburgo (1998) han señalado la
necesidad de descentralizar la responsabilidad de la lucha contra la violencia
urbana a nivel de las ciudades. En 1995 ECOSOC publicó las líneas directrices de
una intervención municipal a partir de las recomendaciones de las Naciones
Unidas.
Asociaciones como el Foro Europeo para la Seguridad Urbana han sido creadas
para intercambiar experiencias, difundirlas, mejorar y sintetizar sus resultados.
Desde los años 90 varias experiencias, se han desarrollado en América latina y en
África. La conferencia de Johannesburgo (1998) constituyó un momento de
cristalización de estas experiencias en el tercer mundo, en particular en África.
En segundo lugar, tal como ha observado William Whyte acerca del intercambio
social en Nueva York, 'el miedo se confirma a sí mismo' [fear proves itself]. La
percepción social de la amenaza se convierte en función de la propia movilización
a favor de la seguridad, y no del número de crímenes. Donde verdaderamente
existe un incremento de la violencia en la calle, como en South Central Los
Angeles o Downtown Washington DC, la mayor parte de los conflictos se
mantiene al interior de ciertas fronteras étnicas y de clase. A pesar de esto, la
imaginación de la clase media blanca, lejos de cualquier conocimiento de primera
mano de las condiciones en la ciudad interior, magnifica lac amenaza percibida
mediante una lupa satanizadora.
Una estrategia antiterrorista de una gran ciudad incluye un análisis de una serie
de aspectos claves. Es imprescindible una estimación de las amenazas
confrontadas que contemple tanto tendencias de la violencia sufridas
tradicionalmente por la ciudad como su previsible evolución a la luz de las
tendencias internacionales en este ámbito. Además, resulta básico abordar una
evaluación de las capacidades a disposición de las fuerzas de seguridad y de los
servicios de emergencias civiles para hacer frente a las mencionadas amenazas.
También se hace necesario la revisión de los planes y procedimientos para
abordar la prevención y gestión de las crisis de naturaleza terrorista. Por otro
lado, es básico contemplar los mecanismos de coordinación existentes entre las
distintas fuerzas de seguridad y los servicios de emergencia así como considerar
los canales mando y control entre este entramado de organizaciones y las
autoridades de la ciudad. Por último, no se puede dejar de analizar los
mecanismos existentes para la gestión de la comunicación pública en un entorno
marcado por una elevada amenaza terrorista.
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Sitios Internet:
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BIBLIOGRAFÍA AMPLIADA
Con el ánimo de facilitar una consulta más detallada sobre Seguridad Urbana, a
continuación se facilita al lector un listado de bibliografía ampliada, el cual fue
construido con base en la bibliografía citada por los distintos autores consultados
para la elaboración del presente escrito.
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[^ SUBIR] NOTAS
[2] El análisis se vale de los desarrollos expuestos por Diego Gorgal en su texto
"Modelos eficientes de seguridad urbana", documento presentado al concurso
"Soluciones de Políticas Públicas" organizado por la Fundación Atlas para una
Sociedad Libre, Buenos Aires, Argentina. Junio de 2002, complementado con el
abordaje que sobre la problemática en cuestión se realiza en el “Documento de
Referencia” del programa Ciudades más seguras (HABITAT), por Franz
Vanderschueren, Coordinator.
[5] Para la revisión de los conceptos básicos se parte del análisis presentado por
Rosa Del Olmo, en su escrito "Ciudades duras y violencia urbana". En Revista
Nueva Sociedad nº 167 mayo-junio 2000. Caracas: Centro Gumilla.
(http://www.nuevasoc.org.ve/167/r2858.htm).
[9] Las reflexiones aquí expuestas hacen parte del documento “ Enfoque Socio-
espacial de la Seguridad Residencial”, extractado del libro "Seguridad Residencial
y Comunal" (Sepúlveda, De la puente, Torres y Tapia, 1999).
[^ SUBIR]
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Esta distinción que hace Merton es útil también para ver la diferencia entre:
conflicto social y desviación social. Esta diferenciación se podrá sustentar
sobre las siguientes bases:
4 es el modo
3,2 es el promedio->Esto, el promedio, es lo que se llama en estadística
desviación o dispersión, y nada tiene que ver con el concepto de conducta
desviada que venimos analizando.
2,5 es la media
Aquí cabe una pregunta ¿La conducta desviada siempre provoca una
desviación social? No Marx ha señalado que en ciertas ocasiones las
conductas desviada, o la delincuencia, en vez de contribuir a la
desorganización, refuerzan la organización.
Mead sostuvo que la conducta desviada puede constituir una defensa para
una estructura social.
Esto se dá, porque la desviación estimula la solidaridad del grupo, y
contribuye a la cohesión social. Desarrolla los sentimientos de participación
ciudadana, inhibe tendencias aberrantes, margina a los desviados, etc.
Además la desviación puede funcionar como señal de alarma de
determinados defectos organizacionales, o como reafirmación de las reglas
vigentes, o como factor que unifica al grupo frente a ella. A éstas últimas
Mead las denomina consecuencias funcionales de la desviación social.
Por tanto, la criminología estudia al hombre, aquel cuya conducta desviada, y que
debido a esa conducta causa daño o menoscabo de los bienes, jurídicos tutelados por
un estado jurídicamente establecido
es.wikipedia.org/wiki/Criminología - 38k –
Incluye un tema
La vida social humana está gobernada por normas o reglas. Nuestras actividades desembocarían en
un caos si no nos atuviésemos a reglas que definen ciertos tipos de comportamientos como
apropiados en determinados contextos, y otros como inapropiados, por ejemplo, la conducción en una
autopista sería un caos si no se respetaran las normas de tráfico, no todo el mundo se ajusta a las
expectativas sociales de cumplimiento de las normas, poniendo incluso en peligro las vidas de los
demás, por tanto, las personas, en ocasiones, se desvían de las reglas que se suponen deben
respetar. El estudio de la desviación es una compleja área de análisis porque existen tantos tipos de
violación de las reglas como normas y valores sociales. Considerando que las normas varían de una
cultura a otra, así como entre las diferentes subculturas de una misma sociedad, lo que se considera
normal en un contexto dado se concibe como desviado en otro. Fumar marihuana es una desviación
en la cultura británica, mientras que beber alcohol no lo es, al contrario justo que en las sociedades
de Oriente Próximo.
Por tanto, se entiende por desviación la no conformidad a una norma o a una serie de normas dadas
que son aceptadas por un número significativo de personas de una comunidad o sociedad. Todos
transgredimos en alguna circunstancia normas de comportamiento generalmente aceptadas. Se
diferencia del delito en que este consiste en la transgresión de las leyes.
Normalmente respetamos las reglas o normas sociales porque, como resultado de la socialización, se
han convertido en algo habitual, por ejemplo, utilizar el lenguaje, significa conocer unas reglas de
gramática y sintaxis. La mayoría de las veces las utilizamos sin pensar que las estamos utilizando,
mantener una actitud de atención cortés hacia los extraños, emplear el tacto en nuestras
conversaciones con amigos, todo esto lo hacemos sin siquiera darnos cuenta de que incluyen reglas
concretas de actuación. Respetamos otros tipos de normas en la creencia consciente de que el
comportamiento que implican está justificado, por ejemplo, las normas de tráfico, conducir por la
derecha, respetar los semáforos, todo esto se acepta porque si la mayoría no se atuviera a dichas
reglas, la conducción sería mucho mas peligrosa de lo que es en la actualidad.
Este ejemplo nos sirve para estudiar los conceptos de conformidad y desviación: Todas las normas
sociales van acompañadas de sanciones que protegen contra la no conformidad. Una sanción es
cualquier tipo de reacción de otros ante el comportamiento de un individuo o grupo y cuyo objetivo es
asegurar que se cumple una norma concreta. Las sanciones pueden ser positivas (ofrecer
recompensas por la conformidad) o negativas (castigos por un comportamiento no conformista).
Pueden ser también formales o informales.
Los principales tipos de sanciones en las sociedades modernas son las impuestas por el sistema de
sanciones representado por los tribunales y las prisiones. La policía, sin duda, es la agencia encargada
de llevar a los transgresores a juicio y a un posible encarcelamiento. Las multas, el encarcelamiento y
la ejecución son todas ellas ejemplos de sanciones negativas formales. No existen sanciones
positivas formales para recompensar el comportamiento.
Las sanciones informales positivas o negativas son un rasgo común de todos los contextos de la
actividad social, las de tipo positivo incluyen desde decirle a alguien “bien hecho” o sonreírle. Por el
contrario, las sanciones informales negativas incluyen el insulto, el regañar o la agresión física.
Aunque las sanciones formales son normalmente mas visibles que las informales, éstas tienen una
importancia decisiva para asegurar la conformidad a las normas.
Desviación: es lo que la gente entiende o define como tal a la vista de que alguien está violando o
transgrediendo una norma cultural. Las normas guían prácticamente todo el rango de actividades
humanas, de manera que el concepto de desviación cubre un espectro igualmente amplio. Por su
parte, el control social es una forma de presión social, informal y difusa, que tiene como objetivo
evitar la conducta desviada, aquí interviene lo que se denomina el sistema jurídico y penal, que es
el conjunto de instituciones policiales y judiciales y penitenciarias que se pone en funcionamiento
cuando se produce una violación de la ley. Se puede observar desde tres perspectivas:
• Análisis funcionalista: En todas las sociedades existen formas de desviación, aunque lo que
se define como tal varía de sociedad a sociedad. La desviación y la respuesta social que
provoca contribuyen a consolidar el sustrato moral de la sociedad. La desviación puede
también conducir al cambio social.
• Análisis interaccionista: No existe ningún comportamiento o actitud que sea desviado por
definición. La desviación siempre viene definida por la reacción de los demás, y esas
reacciones varían mucho de unas sociedades a otras. La etiqueta o estigma que se imputa al
que presenta una conducta desviada puede empujar a la reiteración de este tipo de
conducta.
• Análisis del conflicto: Las leyes y las normas sociales reflejan los intereses de las clases mas
favorecidas de la sociedad. Por lo general, son personas que amenazan el orden social las
que suelen ser clasificadas como desviadas. La probabilidad de que se considere como
delitos los daños que los mas privilegiados producen es menor que si el daño es ocasionado
por los menos privilegiados.
La anomía: Durkheim utilizó el término anomía para referirse a la tesis de que en las sociedades
modernas, las normas y los valores tradicionales se ven socavados sin ser reemplazados por otros.
Existe anomía cuando no hay unos estándares dados que guíen el comportamiento en un área
concreta de la vida social, en éstas circunstancias, la gente se encuentra desorientada y ansiosa, la
anomía es, por tanto, uno de los factores sociales que influyen en la disposición al suicidio.
Merton modifico el concepto de anomía para referirse a la tensión a la que se ven expuestos los
individuos cuando las normas aceptadas entran en conflicto con la realidad social (mirar al futuro,
éxito material, ganar dinero etc...). Los medios para conseguirlo se supone que son la autodisciplina y
el trabajo duro, pero eso no es así, pues la mayor parte de los que se encuentran en situaciones de
desventaja tienen oportunidades muy limitadas de progresar. Los que no consiguen triunfar se sienten
condenados por su falta de capacidad. En ésta situación existe una enorme presión por “salir
adelante” por los medios que sean legítimos o ilegítimos. Merton identifica cinco posibles reacciones a
las tensiones entre los valores socialmente aceptados y los medios limitados de alcanzarlos:
• Los conformistas: aceptan tanto los valores generalmente aceptados como los medios
convencionales de lograrlos, independientemente de que triunfen o no.
• Los innovadores: que son aquellos que, aceptando los valores socialmente compartidos,
utilizan medios ilegítimos o ilegales para tratar de lograrlos. Los delincuentes que tratan de
hacerse ricos con actividades ilegales ejemplifican este tipo de respuestas.
• El ritualismo: caracteriza a aquellos que actúan de un modo acorde con los estándares
socialmente aceptados, pero que han perdido de vista los valores que originariamente
impulsaron s actividad. Un ritualista sería el que realiza un trabajo aburrido, aunque carezca
de perspectivas profesionales y le reporte un beneficio.
• Los retraídos: que son personas que han abandonado el enfoque competitivo por completo,
rechazando con ello, tanto los valores dominantes, como los medios para conseguirlos (un
miembro de una comuna autosuficiente)
• La rebelión: es la reacción de los individuos que rechazan tanto los valores existentes como
los medios normativos y desean sustituirlos por otros nuevos y reconstruir el sistema social,
por ejemplo, los miembros de grupos políticos activos.
Anomía y Subcultura: Las bandas de jóvenes delincuentes. Merton argumentaba que las bandas
surgen en comunidades subculturales en las que las oportunidades de triunfar de un modo legítimo
son escasas -como las comunidades de las minorías étnicas pobres-. Los miembros de las bandas
aceptan algunos aspectos de la deseabilidad del triunfo material, pero estos valores se ven filtrados a
través de las subculturas comunitarias locales. En barrios donde existen redes de delincuencia
organizada, la subcultura de las bandas lleva a los individuos a pasar de los pequeños actos de robo a
una vida adulta de delincuencia, aquellos que no encuentran su lugar ni en el orden social legítimo ni
en la subcultura de las bandas, tienden a resguardarse en la categoría de refugiados o en la adición a
las drogas.
Walter Miller piensa que las culturas de la desviación tienen mas probabilidades de desarrollarse enre
los jóvenes de clase baja, que son quienes menos oportunidades tienen de satisfacer sus aspiraciones
por medios legítimos. Según Miller, en las culturas de los jóvenes se presentan las siguientes
características:
Según Cohen, La cultura de las bandas en Estados Unidos se ha convertido en un modo de vida, los
miembros de las bandas, mas que estar interesados en los logros materiales, tienden a robar por las
mismas razones que les llevan a meterse en una pelea o realizar actos de vandalismo, todos estos
actos reflejan un rechazo de la sociedad “respetable”. Al reconocer su posición de privación dentro del
orden social, las bandas crean sus propios valores de oposición.
Lo que se entiende como conducta desviada varía según cuáles sean las normas sociales
de la sociedad en la que vivimos. Esto es, la desviación se define en relación a algo que tomar
como parámetro, y este algo son pautas culturales especificas que son distintas en sociedades
distintas.
Solo cuando los demás la definen así, la conducta de uno es una conducta desviada. Todos
nosotros nos saltamos muchas normas culturales con regularidad, en ocasiones hasta el punto de
quebrantar la ley. El que terminemos catalogados como unos locos o unos ladrones no depende de
nosotros, sino de cómo otras personas entienden y definen esas conductas.
La capacidad de elaborar reglas, así como de quebrantarlas, no está igualmente distribuida entre la
población: Para Marx, la ley es poco menos que una estrategia con la que los poderosos protegen sus
intereses. Los ejemplos son infinitos, un vagabundo que se ponga en una esquina a criticar al
ayuntamiento, puede ser arrestado por escándalo público, pero un político que haga lo mismo, seguro
que no.
Emile Durkheim: las funciones de la desviación: Durkheim, llegó a la conclusión de que no existe
nada anormal en la desviación. La desviación cumple cuatro funciones esenciales en la sociedad.:
Contribuye a consolidar los valores y normas culturales: La cultura implica un consenso
acerca de lo que está bien y lo que está mal, a menos que queramos que nuestras vidas se disuelvan
en el caos, tenemos que respetar este consenso. Esto es, existe el bien porque está en oposición al
mal, solo existe el bien porque existe el mal. Del mismo modo que no puede existir justicia sin delito.
Por tanto, la desviación es indispensable en el proceso de generación de las normas morales.
La desviación fomenta el cambio social: los actos que transgreden las normas sociales invitan
a reflexionar sobre la naturaleza de esas normas y sobre la conveniencia de seguir manteniéndolas.
Las conductas desviadas nos presentas alternativas al orden vigente que pueden empujar en la
dirección de un cambio de la normas. Lo que hoy es una conducta desviada, mañana puede no serlo
(la cultura del rock and roll era hace cuarenta años una amenaza contra las buenas costumbres, hoy
ya no lo es).
Teoría de Merton: Según Merton, los periodos recurrentes de desviación se deben a coyunturas
sociales específicas. En particular el grado y el carácter de la desviación dependen del grado en que
los miembros de una sociedad pueden lograr los objetivos culturales y vigentes en esa sociedad
(como el éxito económico, por ejemplo), a través de mecanismos institucionalizados (los que ofrecen
las políticas de igualdad de oportunidades). Según Merton, existe conformidad cuando se busca
satisfacer unas metas u objetivos lícitos a través de mecanismos que también son legítimos y están
aceptados socialmente.
Albert Cohen afirma que la incidencia de conductas delictivas es mayor entre los jóvenes de las
clases mas desfavorecidas porque son ellos los que tienen menos oportunidades de alcanzar el éxito a
través de mecanismos convencionales.
Walter Miller también piensa que las culturas de la desviación tienen mas posibilidades de
desarrollarse en jóvenes de clase baja, al tener menos oportunidades para satisfacer sus aspiraciones.
Su teoría es igual a la de Merton.
Uno de los enfoques más importantes para comprender la delincuencia ha recibido el nombre de
teoría del etiquetaje -aunque este término es un rótulo para un conjunto de ideas relacionadas
entre sí, más que un enfoque unificado. Los teóricos del etiquetaje interpretan la desviación no como
una serie de características de individuos o grupos, sino como un proceso de interacción entre los
desviados y los no desviados. Desde esta perspectiva, hay que saber por qué a algunos se les cuelga
la etiqueta de desviados para poder comprender la naturaleza de la desviación. Los que representan a
las fuerzas de la ley y el orden o, lo que es lo mismo, los que pueden imponer definiciones de la
moralidad convencional a otros, constituyen la principal fuente de etiquetaje.
Las etiquetas utilizadas para crear categorías de desviación expresan, por tanto, la estructura de
poder de la sociedad. Por lo general, las reglas en cuyos términos se define la desviación y los
contextos en los que se aplican están diseñados por los ricos para los pobres, por los hombres para
las mujeres, por los mayores para los jóvenes y por las mayorías étnicas para las minorías. Por
ejemplo, muchos niños realizan actividades como saltar a los jardines ajenos, romper ventanas, robar
fruta o hacer novillos. En los barrios acomodados, los padres, los profesores y la policía pueden
considerar esto como un aspecto inocente del proceso de crecimiento. Por el contrario, en las áreas
pobres puede considerarse como evidencia de las tendencias a la delincuencia juvenil.
Una vez que un niño es etiquetado como delincuente, él o ella está estigmatizado como criminal y es
probable que se le considere (y sea tratado como) indigno de confianza por los profesores y sus
futuros jefes. El individuo reincide entonces en su conducta delictiva, ensanchando así la distancia con
respecto a las convenciones sociales ortodoxas. Edwin Lemer (1972) llama al acto inicial de
transgresión desviación primaria, esto es; muchos episodios de transgresión (por ejemplo el abuso
de alcohol etc..)apenas provocan reacción por parte de los demás y tampoco afectan negativamente
en la concepción que si mismo tiene el que ha cometido esa transgresión. Pero que ocurre si otras
personas toman nota de los actos del transgresor y empiezan a actuar en consecuencia? Por ejemplo,
se empieza a clasificar al que se ha sorprendido bebiendo como borracho y se le excluye de los
círculos sociales habituales, puede ocurrir que esa persona, para evitar la censura de los demás,
busque la compañía de otras personas que no sean tan severas con la costumbre de beber. De este
modo, la respuesta del individuo que ha cometido una transgresión puede dar lugar a una desviación
secundaria, esto es, buscando la compañía de los que no censuran sus actos, e insistiendo en esas
pautas de conducta, uno puede terminar adquiriendo la identidad social que en un principio de le dio
(o sea, puede terminar siendo un marginal, pues no hace falta mas que ver con qué gente se junta)
Pensemos, por ejemplo, en un chico qué destroza un escapare una noche que ha salido con sus
amigos. El acto tal vez sea definido como el resultado de una conducta eufórica excesiva, una
característica excusable en un joven. El joven podrá marcharse después de recibir una reprimenda y
una pequeña multa. Si tiene unos antecedentes «respetables» éste es el resultado más probable. El
destrozo de un escaparate permanece al nivel de desviación primaria si se considera que es una
persona con «buen carácter» que actuó en esta ocasión con demasiado alboroto. Si, por el contrario, la
policía y el tribunal tienen una reacción más punitiva, como pronunciar una sentencia de suspensión y
hacer que el muchacho se presente ante un trabajador social, entonces el incidente podría convertirse
en el primer paso de un proceso de desviación secundaria. El proceso de «aprender a ser desviado»
suele verse acentuado por la propia organización que supuestamente se encarga de corregir la
conducta desviada: reformatorios, cárceles e internados.
La teoría del etiquetaje es importante porque parte del presupuesto de que ningún acto es
intrínsecamente delictivo. Las definiciones de criminalidad las instituyen los poderosos mediante la
formulación de leyes y de sus interpretaciones por la policía, los tribunales y las instituciones
correctoras. Los críticos de la teoría del etiquetaje han argumentado que existe de-hecho, un cierto
número de actos total y absolutamente prohibidos en todas, o prácticamente todas, las culturas, como
el asesinato. En tiempos de guerra, matar al enemigo está indudablemente' aceptado, y hasta hace
poco tiempo las leyes británicas no consideraban violación que un marido forzase sexualmente a su
esposa.
Se puede criticar la teoría del etiquetaje de un modo más convincente desde tres posturas:
Primero, al enfatizar el proceso activo del etiquetaje, los procesos que conducen a los actos
concebidos como desviados se pasan por alto (Fine, 1977). El etiquetaje es claramente un acto no del
todo arbitrario: las diferencias en la socialización, las actitudes y las oportunidades influyen en el
grado de implicación de las personas en un comportamiento particularmente susceptible de ser
etiquetado como desviado.
Segundo: No está claro que el etiquetaje tenga realmente el efecto de fomentar la conducta
desviada. El comportamiento delictivo tiende a aumentar la condena futura, pero ¿es el resultado del
etiquetaje? Es muy difícil juzgar, ya que otros muchos factores como la creciente interacción con otros
delincuentes o la aparición de nuevas oportunidades para delinquir pueden estar relacionadas.
Tercero: Se debería investigar el desarrollo global de los modernos sistemas legales, judiciales y
policiales si pretendemos entender por qué se aplican distintos tipos de etiquetas. Como destacamos
antes, tienen que existir una dimensión histórica en toda concepción de la desviación.
Las leyes son normas elaboradas por los gobiernos que deben respetar los ciudadanos, y las
sanciones formales las utilizan las autoridades contra aquellos que no se ajustan a ellas. Donde
existen leyes, existen también delitos, ya que el delito puede definirse como cualquier modo de
comportamiento que infringe una ley. La naturaleza del comportamiento considerado delictivo ha
variado a lo largo de la historia, se destacan:
Los delitos en los tiempos preindustriales: En la Europa preindustrial los delitos mas graves,
aquellos que recibían la máxima pena, eran de naturaleza religiosa o delitos contra la propiedad de los
gobernantes o de la aristocracia. Actualmente dichas transgresiones o bien no son consideradas
delitos o constituyen ofensas menores. La herejía, el sacrilegio, la blasfemia fueron durante mucho
tiempo sancionables con la muerte. Cazar o pescar, talar árboles o coger frutas en tierras de Rey o de
la aristocracia eran también ofensas capitales siempre que provinieses del vulgo.
Por el contrario, el asesinato de un plebeyo por otro, no se consideraba delito, el culpable a menudo
expiaba su culpa con el pago de una cierta cantidad de dinero a los parientes, pero existía la ley del
ojo por ojo -la venganza de sangre- , en Italia -parte del sur- ha sobrevivido ésta circunstancia hasta
nuestros días.
Cambios en los tipos de penas: Antes del siglo XIX la cárcel rara vez era utilizada para castigar
delitos. La mayoría de las ciudades -pequeñas ciudades- tenían una cárcel local, pero era muy
pequeña y no podía albergar gran cantidad de prisioneros, solo se empleaban para enfriar borrachos y
ocasionalmente se utilizaba para meter a gente en espera de juicio. En las grandes ciudades existían
grandes centros en los que los internados eran criminales condenados que esperaban su ejecución. En
estos centros, la disciplina carcelaria era inexistente, en ocasiones, los penados solo veían la luz antes
de ser ejecutados. Los principales tipos de penas para el delito consistían en atar al preso a un tronco
y azotarle, marcarle con un hierro candente o colgarle. Estos castigos se hacían en público, al que
acudía mucha gente. También se ejecutaba ahorcando a los prisioneros.
Prisiones e internados: Las modernas cárceles tienen su origen, no en las prisiones y calabozos de
otras épocas, sino en las casas de trabajo (hospitales). Las casas de trabajo datan del siglo XVII en la
mayoría de los países europeos, y se establecieron durante el periodo en el que el feudalismo estaba
en decadencia y muchos agricultores no podían conseguir trabajo en el campo, por lo que se
convertían en población errante. En éstas casas de trabajo se les daba comida, pero se les obligaba a
pasar casi todo el día trabajando muy duro, sin embargo, éstas casas se convirtieron además en
lugares en los que se internaba a otros grupos que nadie estaba preparado para ciudad, los enfermos,
los ancianos y los retrasados mentales.
Durante el siglo XVIII, las prisiones, los internados y los hospitales, se fueron gradualmente
diferenciando entre sí. El asesinato fue reconocido como el crimen mas grave, pues el derecho a la
libertad individual se introdujo en el sistema político, y asesinar a alguien era atentan contra los
derechos del individuo. Se castigaba con la cárcel porque se pensaba que ahí se aprendían los buenos
hábitos de la disciplina y la conformidad, la idea de castigar a la gente en público fue desapareciendo
progresivamente (durante el siglo XX casi todos los países abolieron la pena de muerte, excepto
algunos estados de los Estados Unidos)
Las penas: medidas que se imponen a delincuentes y que se establecen en los siguientes conceptos:
La disuasión: se define como el intento de desincentivar el crimen a través del castigo. El castigo
tiene un doble efecto disuasorio, disuade al que está tentado de delinquir si termina entendiendo que
no merece la pena corres riesgos, y también incide sobre el resto de la sociedad, porque el castigo
infligido a uno sirve de ejemplo para los demás.
La rehabilitación: Es el propósito de reformar al delincuente y evitar así la repetición del delito. Esta
medida se tomó a partir del siglo XX, las condenas se llevan a cabo en cárceles y reformatorios. La
diferencia con la disuasión está en que la rehabilitación se centra en la mejora constructiva de la
conducta, y la otra en la amenaza de castigo.
Los llamados delitos sin víctimas son actividades en las que los individuos participan mas o menos
libremente sin dañar a otros directamente, pero que se definen como ilegales (como tomar narcóticos,
prostitución o diversos tipos de juegos). El término “delito sin víctimas” no es del todo preciso, porque
aquellos que, por ejemplo se convierten en drogadictos o jugadores, en cierto sentido se hacen
víctimas de un sistema del crimen organizado. Sin embargo, ya que cualquiera que sea el daño que se
produce recae sobre ellos mismos, muchos sostienen que no es tarea del gobierno intervenir en tales
actividades, y que estos hábitos deberían descriminalizarse.
Algunos autores proponen que ninguna actividad en la que los individuos satisfacen su voluntad
debería ser ilegal (siempre que coarten la libertad de otros o les dañen). La posición contraria aduce
que el gobierno debe desempeñar el papel de guardián moral de la población sometida a su
administración y que, por tanto, está justificado definir al menos algunos de estos tipos de actividad
como delictivos. Curiosamente, éste argumento lo sostienen a menudo los conservadores, quienes, en
otras cuestiones enfatizan la libertad del individuo frente a la intervención del estado. Sin duda
alguna, el tema es muy complicado.
Una mujer que cree que Jesús la acompaña en el autobús todos los días cuando va al trabajo ¿está
mentalmente enferma o está simplemente expresando su fe religiosa de una forma particularmente
gráfica? Si un hombre, para consternación de su familia, decide no ducharse nunca, ¿está loco o sólo
se comporta de forma poco convencional? Un vagabundo que no permite a la policía que le lleven a
una residencia pública en una noche de invierno, ¿es un enfermo mental o está simplemente tratando
de proteger su independencia?
El psiquiatra Thomas Szasz cree que en la vida cotidiana empleamos el término «locura» para describir
lo que no es nada más que una conducta diferente. Por tanto, según este psiquiatra, deberíamos
abandonar el concepto de «enfermedad mental» (1961, 1970, 1994, 1995). La enfermedad, de
acuerdo con Szasz, es siempre física, y afecta sólo al cuerpo. La enfermedad mental es sólo un mito.
El mundo está lleno de personas «diferentes» que, ciertamente, nos pueden irritar, pero esto no es
razón suficiente para catalogarlas como enfermas mentales. El que así lo hace, dice Szasz, no hace
más que aplicar unos criterios de clasificación que, al fin y al cabo, son los criterios que los sectores
dominantes de la sociedad consiguen imponer a los demás. Por decirlo de otra forma, loco es todo
aquel que cuestiona las costumbres o valores de una sociedad, de los que depende el bienestar de los
privilegiados.
Por supuesto, las ideas de Szasz son demasiado radicales para la mayoría de los psiquiatras que sí
opinan que al igual que hay enfermedades somáticas hay también enfermedades mentales. Aun así,
muchos psiquiatras piensan que, efectivamente, es necesario precisar dónde está la diferencia entre
la enfermedad mental y lo que no es más que una conducta diferente a fin de evitar que la psiquiatría
(como ya hizo en el pasado) se ponga al servicio de los sectores dominantes de la sociedad. Después
de todo, muchos de nosotros hemos pasado por periodos de ansiedad, estrés, irritabilidad o
inestabilidad mental en algún momento de nuestras vidas. La mayoría de estos episodios suelen ser
pasajeros, pero si los demás (o nosotros mismos con relación a terceros) empiezan a adjetivarnos y
clasificarnos, podemos empezar a bajar por la pendiente de la estigmatización, de la que no es nada
fácil salir (Scheff, 1994).
La medicalización de la desviación
La teoría del etiquetaje, y en particular las ideas de Szasz y Goffman, contribuyen a explicar los
cambios que han tenido lugar en el modo de entender la desviación. En los últimos cincuenta años, y
debido a la influencia cada mayor que está cobrando la medicina y la psiquiatría, teniendo lugar lo
que se llama la medicalización d desviación, que consiste en la interpretación de cuestiones ajenas
a la medicina (como la moral o las leyes clave médica o psiquiátrica.
Por ejemplo, hasta la mitad del siglo xx se juzga los alcohólicos corno personas
débiles y moralmente deficientes, fácilmente tentados por el placer de be Lentamente,
sin embargo, los especialistas médicos redefinido el alcoholismo, hasta tal punto que
en nuestros días la mayor parte de la gente lo considera una enfermedad. De modo
similar, otros comportamientos que solían verse en términos estrictamente morales,
como la obesidad, la adicción al juego, o la promiscuidad tienden a definirse en la
actualidad como enfermedades, de que, quizá, aquellos que exhiben estas conductas
pueden protegerse mejor contra el rechazo social y obtener a especializada.
html.rincondelvago.com/control-social-y-desviacion.html – 5
Conducta Desviada
1. Desviación
Los valores se definen como factores que, dentro de limites físicos y biológicos
afectan la elección. Como tales, son abstracciones inferidas de actos. El acto
de valoraciones es un proceso de selección y ordenamiento que tiene lugar
cuando los acontecimientos son trasmitidos por los procesos cognoscitivos de
la corteza cerebral, lo que redunda en preferencias por distintos modos de
acción. La valoración precede inmediatamente a la acción en mayor o menor
grado, en todas las sociedades, porque sus miembros individuales pocas veces
disponen de los medios para satisfacer sus valores a un costo que corresponda
a sus deseos.
Todo sistema social prescribe una serie de valores y normas rectores que
deben ser observados. Cuando esta situación no ocurre, y se violan las reglas
constitutivas, la situación se torna confusa ya que aparecen una multiplicidad
de mensajes que "entran en cortocircuito", lo cual puede conducir ya sea al
retraimiento de las personas de la interacción o a una redefinición de la
conducta inesperada, en términos de significados alternativos de lo que sería
de por sí, normal o aceptable. La interacción provisional que termina en la
aceptación reciproca de nuevas reglas constitutivas se considera como un
proceso de normalización.
Esta situación fue observada por Emile Durkheim, sociólogo francés de fines
del siglo pasado, quien consideró a este estadio de falta de normas como
"anomia". Estado que surge cuando la desintegración del orden colectivo
permite que las aspiraciones del hombre se eleven por encima de toda
posibilidad de cumplirse. La sociedad no impone disciplina; no hay normas
sociales que definan los objetivos de la acción. Las personas aspiran a metas
que o no pueden lograr o encuentran difíciles de alcanzar. Describiendo más
la sociedad actual que la de su época, Durkheim nota que las características
primordialmente económicas de una sociedad que produce aspiraciones
ilimitadas hacen que el individuo no encuentre los límites de sus posibilidades
reales y se debiliten los lazos sociales.
2. Concepto de anomia
Cuando se establece un alto grado de anomia, las reglas que solían gobernar la
conducta han perdido capacidad coactiva, quedando privadas de legitimidad,
y no abarcan un orden social en que los hombres puedan tranquilamente
cifrar su confianza, ya que no existe un sentido compartido por la mayoría
dentro del sistema social acerca de lo que legítimamente puede esperarse de
la gente en el transcurso de la interacción social.
Las respuestas anómicas no son todas del mismo orden. En una forma de
conducta desviada, los individuos se atienen a las metas ensalzadas por la
cultura mientras que abandonan los medios aprobados por ella para tratar de
lograrlos. Una sociedad así tiende a esfumar la línea demarcatoria entre los
caminos legítimos e ilegítimos, puesto que lo que cuenta mas que nada es el
resultado.
3. Adaptación
No todos aquellos que están sujetos a presiones en sus esfuerzos por alcanzar
las metas llegan a desviarse. Aquellos que se conforman a pesar de las
tensiones lo hacen porque están disponibles metas culturales alternativas que
ofrecen una base para estabilizar los sistemas social y cultural.
5) el grado de anomia
3.1. Adaptaciones
Existen 5 tipos de adaptaciones individuales para alcanzar las metas de éxito
culturalmente prescritas y abiertas a aquellos que ocupan diferentes
posiciones en la estructura social.
1. Conformismo
2. Ritualismo
3. Rebelión
4. Retraimiento
5. Innovación
3.1.1. Conformidad:
3.1.2. Ritualismo:
3.1.3. Rebelión:
3.1.4. Retraimiento
La pauta del retraimiento consiste en abandonar lo sustancial, tanto las metas
culturales antes apreciadas como las practicas institucionales enderezadas
hacia tales metas. El individuo ha internalizado plenamente las metas
culturales de éxito, pero encuentra inaccesibles los métodos
institucionalizados para lograrlos.
Los individuos que se retraen son con mayor frecuencia los que fracasan en el
uso tanto de los medios legítimos como de los ilegítimos.
3.1.5. Innovación
Conformidad + +
Innovación + -
Ritualismo - +
Retraimiento - -
Estas tríadas están alojadas muy fuertemente en las concepciones del sentido
común, por lo que para abarcar el problema de la "conducta desviada" resulta
imprescindible desprenderse de ellas.
Bibliografía Consultada
www.monografias.com/trabajos/socioenfermental/socioenfermental.shtml
8 C O M E N TA R I O S :
el opinador dijo...
Por mi parte de acuerdo en lo del diario, pero que entren a escribir
ahora que sé que algunos me leen!!
Otra cosa, Alberto un favor, ¿cómo era la frase que dijo un político
creo que alemán sobre que si no eres comunista de joven no tienes
corazoón y si después lo sigues siendo no tienes ni idea o algo así?
Recuerdo de escucharla por la radio y después la dijiste tú en clase, y
no sé por qué ayer me vino a la cabeza.
Bueno yo sobre este tema siempre he pensado lo mismo. Creo los que
alguna vez se equivocan deben pagar por ello hasta el momento en
que se sepa con seguridad que no volverán a hacerlo.
Considero las ansias de venganza como un bajo fondo del ser humano
que jamás debe aflorar. La venganza lleva al odio y en la sociedad no
es nada recomendable vivr con él.
MaVeRiCk * * * * * dijo...
Buenísima esa respuesta opinador anónimo.
* MaVeRiCk *
1 1 D E F EB R ER O D E 2 0 0 9 1 1 :2 4
1 2 D E F EB R ER O D E 2 0 0 9 4 :0 6
alberto dijo...
opinador: la frase es el tipo aforismo flipante que nadie sabe muy
bien de dónde ha salido. Yo la he visto atribuida a dos personas, por
una parte a Willy Brandt y por otra a W. Churchill. Juraría que es de
este último.
Camelas: eres una caja de sorpresas. Me alegraré de verte en otro
contexto, y si aceptar una invitación te invitaré a algo, que he estado
un año viviendo de ti. Para otra ocasión preparamos un cameo, y
haces un poco de Charlie Parker
1 3 D E F EB R ER O D E 2 0 0 9 1 1 :3 7
WKYA-Radio dijo...
Bien, todos coincidis en que se debe reformar al individuo.el
problema es ¿Cómo?
las ley... hay que obedecerla, ya sea por el bien de la sociedad, o por
el miedo al posible castigo. los primeros, kantianos, obedeceran las
leyes porque es su deber, porque es el bien. los nietzscheanos
posiblemente afirmarán que: "así es la vida", y cumpliran por miedo
al castigo...
Esto solo me plantea dudas, vaya temita! porque no estoy seguro de
que se cumpla la ecuacion ley = justicia y porque la justicia la hemos
inventado nosotros. Asique, debo interiorizar todas las normas? aun
siendo estas injustas en muchos casos? este tema me ha despertado
un cacao importante....¿Alguna respuesta?
1 3 D E F EB R ER O D E 2 0 0 9 1 6 :3 9
el opinador dijo...
Estoy de acuerdo contigo WKYA-Radio, es muy difícil determinar el
momento en que alguién está reformado. Por eso yo pienso que, ante
la duda, bajo la sombra.
Es fácil saber cuáles han sido las causas que han llevado a ladrones,
camellos o atracadores a cometer sus delitos. Suele coincidir que son
personas que no han gozado de educación, se han criado entre más
marginalidad y han optado por tirar por el camino de enmedio,
encontrando a sus problemas la solución más rápida para conseguir
dinero.
Entonces, aún después de pensar que están reinsertados, pueden
volver a tropezar con la misma piedra y haber desperdiciado todo el
esfuerzo económico de la sociedad. Por eso creo que el problema de
raíz está en las calles y no tanto en la reinserción dentro de la
cárcel. Si un ladrón vuelve a su casa y sigue sin tener donde caerse
muerto tenderá a robar de nuevo. En ese caso lo mejor para todos
sería hacer un seguimiento muy rígido y minucioso del infractor.
Podría llevar un chip para localizarlo en todo momento, revisiones
médicas constantes para ver si consume drogas, actuar también sobre
su círculo de confianza...
El dinero que valdría todo eso (aunque seguro existen medidas
mejores) sería parecido al que se ahorraría la gente que no fuera
atracada o estafada, además del disgusto que supone. También el
Estado podría desviar fondos de programas antidroga y demás a estos
fines. Creo que merecería la pena, aunque seguro que todo es más
complicado.
Por desgracia, también hay otro tipo de criminales que actúan por
otros motivos no tan "comprensibles". Esta gente (violadores,
pederastas, asesinos a sueldo, etc.) no debe mezclarse jamás con el
resto de la población. Es como aceite y agua que se repele.
Un saludo!
1 4 D E F EB R ER O D E 2 0 0 9 8 :4 6
Traducido sería algo como "la ley es dura, pero es la ley", me asquea
este tipo de pensamiento, me rebienta que la gente como aquí el
amigo opinador vea la sociedad como producir y consumir, el pseudo
capitalismo democrático funciona alimentado por gente que piensa
así, mientras haya estabilidad social y bienestar, vosotros como
ovejitas, pensais que los delincuentes son gente malvada por
naturaleza, que solo se puede reinsertar a los delincuentes que lo son
a causa de la marginalidad...por cierto isaias, te das cuenta de que
existen delincuentes, porque tú vives como un rey y ellos no tienen
nada..., ese es el resultado de un modelo económico tan cutre...
1 6 D E F EB R ER O D E 2 0 0 9 5 :1 1
el opinador dijo...
Benito no vayas de liberal guay cuando tú eres el primero que sigues
las mismas normas que el resto. Me criticas de aceptar el sistema
capitalista corrupto y malvado que genera caos, destrucción,
violencia, etc. Amigo si estás tan desencantado con el mundo en el
que vives te creas un perfil en second live y te follas a Marx pero no
me cargues amí con la culpa de TÜ problema, yo lo apoyo porque es
lo único que tengo y sí, a mi me va bien.
Has criticado mucho, pero no tengo muy claro qué propones hacer. Y
es que no has dicho nada, te has dedicado a despotricar. Yo jamás
estaré a favor de la pena de muerte, pero creo que quién firma las
penas bajas a los criminales está firmando las penas de muerte de
gente inocente como podemos ser tú o yo. ¿Lo ves más justo?
1 6 D E F EB R ER O D E 2 0 0 9 8 :3 3
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APROBAR vs APRENDER vs "JUERGA"
APRENDER vs APROBAR
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prueba 1
Datos personales
A L B E RTO
filosofandoenlacueva.blogspot.com/2009/02/sobre-conductas-desviadas-
Categorías Históricas de Conducta desviada y su Relación con los Modelos Societales
que las sustentan: Crítica de su Actualidad.
The historical categories of astray behavior and its relations with social patterns that
sustain it: Review of it present.
BIBLIOGRAFIA
1. Carrillo de la Peña, María Teresa. Conducta antisocial juvenil y perspectiva de futuro: un aná
influencia de la institucionalización. En Anuario de Psicología (La Habana) 62: 6-12, 1995.
4. Marcial, Rogelio. La Banda Rifa, vida cotidiana de grupos juveniles en esquina en Zamora, M
México: Michoacán: Editorial El Colegio de Michoacán, 1997. 298 p.
EL DELITO - EL DELINCUENTE
EL DELITO.
El objeto de estudio de la Criminología ha sufrido un proceso de ampliación al tomar interés una serie de
aspectos que hasta entonces no se habían tenido en cuenta, como son la víctima y el control social.
El delito, como objeto de estudio, es definido de forma distinta desde el Derecho Penal y la Criminología,
aunque tienen ciertos puntos de conexión. Cada uno ve el delito desde su propio enfoque, el criminólogo
con la utilización de su método y el análisis de los factores, el penalista con la utilización de la norma y
aspectos concretos.
La definición legal o concepto jurídico positivo de delito lo encontramos en el art. 10 del Código Penal, que
establece: “son delitos o faltas las acciones u omisiones dolosas o imprudentes penadas por la Ley”.
Se ha pretendido buscar un concepto universalmente válido de delito. Garofalo señalaba que la motivación
del delito está basada en dos sentimientos, la piedad y la probidad en las personas no delincuentes, la
piedad sería el sentimiento de compasión que nos hace evitar hacer daño a los otros, la probidad estaría
relacionada con los valores del daño material y el respeto por la propiedad ajena. En el delincuente
fallarían uno o los dos.
Si falta la piedad existiría una predisposición a la comisión de delitos contra las personas, si faltaba la
probidad a delitos contra la propiedad.
La sociología aporta el concepto de conducta desviada, aunque tampoco puede ser empleado como un
concepto universal de delito, la conducta desviada es más amplia ya que todo delito es una conducta
desviada pero no al contrario.
Por tanto estos conceptos no definen exactamente el delito, por lo que continúa la búsqueda de un
concepto material y neutro, teniendo además en cuenta que estamos ante una realidad cambiante.
Para la Criminología el delito es un problema social que debe tener como respuesta del Estado una sanción
penal. Dentro de la investigación en Criminología no se puede prescindir del todo del Derecho Penal,
diferenciando en cada caso el concepto de delito que se va a utilizar, va a depender de lo que se persigue
analizar para utilizar el concepto jurídico formal o el concepto material cuando la investigación se oriente a
la descriminalización o a la neocriminalización.
Esta perspectiva social del concepto de delito se contrapone al enfoque legal, en el que sólo se dispone una
definición circular que no aclara lo que es delito o no lo es, únicamente hace referencia a conductas
tipificadas o no.
Sólo serán delictivas aquellas acciones u omisiones expresamente tipificadas en la legislación penal, pero
¿cuál es el mecanismo que convierte a una conducta en infracción penal?. Para responder a esta cuestión
se ha de realizar un análisis de la repercusión que esa conducta genera en la concreta sociedad, en un
concreto momento histórico y, lo más importante, cómo es interpretada por los ciudadanos y por los
Poderes Públicos.
Por ejemplo, el art. 147.1 C.P. establece que el que por cualquier medio o procedimiento causare a otro
una lesión que menoscabe su integridad corporal o su salud física o mental, será castigado como reo de
delito de lesiones con la pena de……
En el primer caso el boxeador está amparado por la aceptación social, se asume que es un deporte de
contacto y el contrincante acepta las reglas. Si la misma agresión se produjese fuera del ring entraríamos
en la esfera penal.
En el caso del cirujano, la finalidad terapéutica ejercida por quien posee conocimiento y capacidad
convierte la conducta en atípica, además aquí juega un papel importante el consentimiento del paciente.
El delito es una realidad cambiante, su contenido varía en función de factores externos, sólo pueden ser
etiquetadas como delictivos los actos que supongan los mayores ataques hacia
bienes jurídicos, únicamente las conductas más graves entrarán en la definición legal
(Principio de legalidad y de intervención mínima).
El legislador es quien tiene la potestad de determinar lo que es delito y lo que no lo es, pero son los
ciudadanos quienes deciden, a través del sufragio, quienes son legisladores, por tanto éstos últimos han de
tener muy presentes cuáles son las inquietudes sociales, es el denominado “populismo punitivo”. En este
proceso de autorregulación intervienen de manera activa otros actores, con fuerza de grupos de presión,
que tratarán de imponer sus argumentos en el Parlamento, el resultado de esta lucha de presiones no
siempre resulta respetuoso con los principios informadores del Derecho Penal.
Vicente Garrido clasifica los delitos en función de la reacción social que provocan en:
1.-Comportamientos penalizados y castigados en (casi) cualquier sociedad moderna. Son los delitos más
graves (contra las personas, libertad sexual, patrimonio,…).
2.-Comportamientos penalizados pero sobre los que la ley se aplica con escasa frecuencia. Conductas que
aun estando penadas se realizan con frecuencia y relativa impunidad (conducción bajo influencia de
bebidas alcohólicas, tráfico de drogas a pequeña escala, contra la Hacienda Pública,…).
3.-Comportamientos en vías de penalización o despenalización. Son conductas sobre las que existen
posturas contrapuestas, dependiendo de la concreta sociedad, cultura y momento histórico. Infracciones
que pasan a ser delictivas y otras que dejan de serlo.
Gottfredson y Hirschi (1990) lo definen como “la utilización del engaño o la fuerza para conseguir un
objetivo”. No pueden incluirse todas las infracciones penales en este concepto, únicamente aquellas más
graves.
Desde la perspectiva criminológica, el concepto de delito es tan amplio y puede abarcar tantas
concepciones que resulta más útil acudir a otros términos.
Así el contenido de “desviación” es más amplio, abarca mucho más que la simple actividad delictiva. Becker
(1971) ofrece una visión de este término e varias perspectivas: alejamiento excesivo de promedio
estadístico común, desviación como enfermedad y visión funcionalista. Todas ellas están basadas en la
visión de la sociedad como un organismo estructurado, las conductas que sirvan para su desarrollo serán
prosociales, las que se alejen de la media, sean patológicas o amenacen la estabilidad serán desviadas.
Pese a que desviación es más amplio que delito, chocamos de nuevo con la interpretación de los valores
(prosociales o desviados según el colectivo que los interprete), además retomamos el intervencionismo
político en la definición.
Profundizando aun más, el interaccionismo simbólico no concibe una definición social de la infracción a la
norma de forma clara, no siempre se estiman como delictivos ciertos comportamientos, se justifican hasta
que las circunstancias lo desaconsejan. La denuncia pública puede hacernos recapacitar sobre hechos a los
que asistimos cotidianamente y no relacionamos (simbolismo) con comportamientos desviados, son
“normales” hasta que la comunidad deja de percibirlos como tales. Ejemplos de ello podemos tenerlos en
situaciones cercanas: parece que nadie sabía lo que estaba sucediendo en el Ayuntamiento de Marbella
hasta la denuncia y posterior investigación, lo cierto es que muchos lo conocían pero lo asumían como algo
“normal”. Ciertas formas de acceso a la Función Pública (oposiciones, concursos,..) suelen verse envueltos
en aureolas de sospecha, en general son aceptadas hasta cierto punto, pero en muchas ocasiones
traspasan el límite, sin denuncia pública nadie se lo plantearía como delictivo.
Esta teoría no considera al delito como hecho aislado sino como una interacción entre actores, objetos y
situaciones.
EL DELINCUENTE.
El Positivismo criminológico, que introduce el concepto de delincuente nato y otros prototipos como los la
Escuela Clásica, el Correccionalismo o el Marxismo, son ejemplos de las distintas concepciones en relación
con la figura del delincuente.
La Escuela Clásica entendía que no existe un individuo predispuesto a delinquir desde que nace, sino que
estos respondían al libre albedrío. Toda persona nace libre y es responsable de sus actos, haciendo un mal
uso de su libertad comete el delito. No existe una diferencia cualitativa entre el delincuente y el que no lo
es.
Para los positivistas el delincuente desde que nace está predispuesto a delinquir, no tiene esa libertad de
actuación, responde a un determinismo biológico.
En el correccionalismo aparece el delincuente como una víctima de las circunstancias que le rodean,
haciendo especial hincapié en que el responsable de los delitos es la propia sociedad y poniendo énfasis en
que el Estado debe centrarse más hacia una respuesta correctora y de protección con una visión alternativa
a la pena.
El Marxismo parte de un argumento parecido, el delincuente es víctima de una sociedad desigual que
fomenta las desigualdades que favorecen la delincuencia. La diferencia es que para éste prototipo se
propugnan una serie de cambios de estructuras a todos los niveles. De existir otro tipo de estructura social
no existiría el delito.
El Principio de Normalidad:
-Los semi-inimputables: los que tienen la imputabilidad disminuida. Responden a las eximentes
incompletas del art. 21 C.P. Las causas expresadas en el artículo anterior, cuando no concurran todos los
requisitos necesarios para eximir de responsabilidad criminal; actuar a causa de su grave adicción a las
sustancias antes mencionadas; obrar por causas o estímulos tan poderosos que hayan producido arrebato,
obcecación u otro estado pasional de entidad semejante.
Partiendo de estas premisas, al delincuente “normal”, es decir, al imputable se le puede imponer una pena.
Para los inimputables están previstas las medidas de seguridad, para su aplicación será necesario que se
halla cometido un delito y exista probabilidad de que se puedan cometer otros en el futuro, con los
problemas que eso conlleva. Al margen del Derecho Penal, sólo queda como solución el Derecho Civil, que
contempla la posibilidad de incapacitar a una persona cuando no pueda gobernarse por sí misma,
ofreciendo como otras posibilidades el internamiento en centro psiquiátrico de carácter civil sujeto a control
judicial. Si el internamiento es por razones de urgencia, se comunicará al Juez en 24 horas, si no es
urgente necesitará autorización judicial.
La culpabilidad y la peligrosidad:
La culpabilidad es un juicio de valor sobre el hecho ya cometido, mientras que la peligrosidad supone un
pronóstico de futuro orientado hacia la posibilidad de que se cometan nuevos delitos.
El art. 6.1 C.P. dispone que las medidas de seguridad se fundamentan en la peligrosidad criminal del sujeto
al que se impongan, exteriorizada en la comisión de un hecho previsto como delito.
La peligrosidad criminal es por tanto un concepto objetivo, el art. 95 C.P. recoge dos presupuestos:
2.-Que del hecho y de las circunstancias personales del sujeto pueda deducirse un pronóstico de
comportamiento futuro que revele la probabilidad de comisión de nuevos delitos.
Reincidencia:
El art. 22.8 C.P. señala la reincidencia como circunstancia agravante de la responsabilidad criminal.
Para que exista reincidencia se exige que el sujeto haya sido condenado por un delito del mismo Título y de
la misma naturaleza, estando la naturaleza en relación a la igualdad de bienes jurídicos protegidos.
Frente al concepto de reincidencia aparece el concepto de delincuente habitual, el art. 94 C.P. señala como
delincuentes habituales los que hayan cometido tres o más delitos comprendidos en el mismo Capítulo, en
un plazo no superior a cinco años y hayan sido condenados por ello.
Factores de riesgo:
Son aquellos que permiten predecir que una persona es más vulnerable hacia el delito. Factores
predoctores de un comportamiento antisocial o delictivo pueden ser: personales (infancia, inteligencia,
temperamento, habilidades sociales, locus de control,…), sociales (paro, marginación, desectructuración
familiar,…).
El Código Penal, en cumplimiento del art. 25 de la Constitución Española, dispone penas, especialmente las
privativas de libertad, para recuperar al individuo y reinsertarlo en la sociedad.
-Terapias no conductuales: aplicar los conocimientos teóricos del psicoanálisis para indagar en los traumas
del sujeto.
-Aprendizaje operante: asociando a un comportamiento adecuado una respuesta gratificante, así como una
respuesta negativa ante las conductas inadecuadas.
-Otros programas alternativos: enfocados a evitar el internamiento como única vía de cumplimiento de la
pena.
La Criminología y el delincuente:
Las penas tienen como finalidad la resocialización, intervenciones sobre el delincuente tras delinquir. Pero
la Criminología se interesa además por la prevención a través de la predicción.
Conocer los factores de riesgo y las etiologías delictivas produce una serie de datos de gran interés para las
políticas de prevención.
·Estudio de grupos con caracteres extremos: análisis de contraste entre delincuentes primarios y
reincidentes, en función de las variables que los distinguen.
·Estudio de grupos de delincuentes en atención a las variables que inciden en su proceso criminal, para
identificar los factores que les llevan al delito.
-Longitudinales: son estudios que se realizan a lo largo del tiempo, se mide la evolución para determinar
tendencias y poner en marcha programas directamente dirigidos hacia ellas.
-Válido positivo: existe la predicción de que van a cometer delitos y los cometen. El pronóstico se cumple.
-Válido negativo: se predice que no van a cometer delitos y no los cometen. El pronóstico también se
cumple.
-Falso positivo: predicción de que cometerán delitos y no los cometen. No se cumple el pronóstico.
-Falso negativo: se predice que no van a cometer delitos y sí los cometen. Tampoco se cumple el
pronóstico.
Es importante determinar qué factores llevaron a la existencia de falsos positivos y falsos negativos. Para
ello hay que acudir a los factores protectores, que hacen al sujeto más resistente al delito, entre ellos:
-Escenarios múltiples.
-Variedad de los problemas de conducta: a mayor complejidad de trastornos, mayor probabilidad de que se
prolonguen en el tiempo.-Comienzo temprano en la actividad delictiva.
CONCEPTOS DE INTERÉS:
Factores de riesgo: aquellos que permiten predecir que una persona es más vulnerable hacia el delito.
Factores predictores de un comportamiento antisocial o delictivo pueden ser: personales (infancia,
inteligencia, temperamento, habilidades sociales, locus de control,…), sociales (paro, marginación,
desectructuración familiar,…).
Delincuente de carrera: es quien hace del delito un modo de vida, hasta el punto de llegar a cometer
delitos graves si es necesario.
Carrera delictiva: es la secuencia longitudinal de los delitos que un mismo delincuente va cometiendo en el
transcurso del tiempo. Exige tomar un cierto periodo temporal para conocer los delitos que ha cometido.
BIBLIOGRAFÍA
-Cobo del Rosal, M. Vives Antón T.S. (1999). Derecho Penal Parte General. 5ª Edición. Valencia: Tirant Lo
Blanch.
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Tal predicamento explica que una de las herramientas utilizadas para "extirpar" el fenómeno
de la corrupción en varios de los sistemas judiciales de este Continente haya sido el
acometer purgas, cada vez más frecuentes por lo demás, con el fin de reemplazar
"funcionarios corruptos" por otros idóneos. Los casos paradigmáticos en tal sentido han sido
los de Perú, repetidos en esta década, Honduras y, más recientemente, el de Venezuela.
Ciertamente, se han intentado herramientas más sofisticadas de intervención para superar
los problemas de corrupción, las que, al estar animadas por igual óptica, también se han
centrado en el tema del personal del Poder Judicial. Conforme a ellas se han introducido
modificaciones a la carrera de los funcionarios, especialmente en cuanto a sus mecanismos
de ingreso y promoción, así como al control disciplinario, o se han generado instancias
especializadas de capacitación judicial: las llamadas "Escuelas Judiciales".
Pero, ¿qué ha sucedido con estas medidas? La experiencia indica que sin necesidad de
esperar mucho tiempo los nuevos jueces, que reemplazaron a los "corruptos", se convierten
en tan corruptos e ineficientes como los anteriores, por lo que deben ser nuevamente
reemplazados. Y los jueces "capacitados" o escogidos bajo los nuevos mecanismos de
selección, tampoco presentan grandes diferencias con sus antecesores. La contundencia de
la evidencia en tal sentido, sin embargo, no ha llevado a ningún replanteamiento serio y
profundo de las estrategias de reforma que les dieron inicio. Todo indica que tales
estrategias, por más de la utilidad puntual que en algunos casos puedan presentar, no
constituyen una solución real al problema de fondo que se desea enfrentar, al menos si son
concebidas como estrategia única o principal.
A nuestro juicio, los problemas son bastante más profundos que simplemente haber tenido la
mala suerte de no poseer buenos jueces, o de adolecer de deficiencias en ciertos aspectos
muy puntuales del diseño de nuestros sistemas judiciales. Al contrario, nos parece que el
problema radica en aspectos centrales de la estructura y funcionamiento de los sistemas
judiciales en nuestro continente, lo que genera un entorno de incentivos negativos para las
personas que se desempeñan en ellos. Tales incentivos distan mucho de fortalecer y premiar
las conductas socialmente beneficiosas de los funcionarios judiciales sino, muchas veces,
hacen exactamente lo contrario.
Tras lo afirmado está la idea de que cualquier sistema para la obtención de sus metas -y no
se divisa razón alguna para que el Poder Judicial sea una excepción- no puede descansar
exclusivamente en que sus integrantes sean excepcionales, sino debe ser estructurado para
conducir a personas con habilidades y valores normales de forma tal que maximicen sus
potencialidades. Los jueces no son dioses –ni podemos pretender que lo sean-, ellos
reaccionan, como cualquier otro profesional, al contexto en el que se desempeñan. No por
recaer en ellos la función de resolver los conflictos entre las personas, ni menos por serles
encomendado aquella vaga misión de aplicar o "administrar" la justicia, puede pretenderse
que escapen a tal contexto, siendo, por ejemplo, probos en un entorno que no los conduce
necesariamente hacia ello, ni premia especialmente tal actitud.
Los jueces no son más que abogados que optan, dentro de un conjunto de alternativas
profesionales, por la de la judicatura. No cuentan, en la generalidad de los casos, ni con una
escala de valores distinta a la del promedio de los abogados, ni con una formación diferente,
ni con otros intereses o expectativas.
Los problemas de corrupción en los Poderes Judiciales del Continente, entonces, no deben
ser vistos como problemas puntuales, circunscritos a malos funcionarios, sino como lo que
realmente son: problemas generalizados, enraizados en la lógica misma en que ellos
funcionan. La mejor prueba de ello es que los propios jueces no conciben como corruptas
aquellas conductas que desde fuera juzgamos como tales o, al menos, como inapropiadas.
Recibir en audiencia a una sola de las partes, realizar la ceremonia del "besa manos" para
solicitarle un ascenso a un superior, son conductas que al interior del Poder Judicial no se
estiman incorrectas, sino del todo adecuadas. La primera le permite al Juez –según ellos
mismos- aumentar su información sobre el caso antes de fallarlo y la segunda a los
superiores conocer mejor a sus subordinados antes de tomar una decisión que los afecta. En
términos más amplios, es posible sostener que se produce en este caso un conflicto entre
dos culturas sobre lo que es o no admisible, el que está inmerso en un proceso de cambios
-del que han estado excluidos los sistemas judiciales- que lleva a cuestionar muchas de las
prácticas anteriores.
Ciertamente –como en otras áreas- existen personas excepcionales que pueden escapar a
este entorno negativo, sobreponiéndose a las trabas que les impone el medio, para actuar
con transparencia y limpieza, ya sea por una especial vocación o por particulares
características personales. Pero estas situaciones excepcionales –por cierto destacables y
de gran utilidad- no pueden llevar a construir toda una política en la esperanza de que se
logre generalizarlas. Cualquier política institucional -e, insistimos, no se divisa razón alguna
para que el Poder Judicial constituya una excepción- debe ejecutarse en función de las
características y potencialidades de personas normales y no necesariamente excepcionales.
Desprenderse de una visión que "idealiza" la profesión judicial y que nada se condice con la
realidad de nuestros Poderes Judiciales, es requisito esencial para elaborar políticas
efectivas para su desarrollo. No es un hálito misterioso que impregna los sistemas judiciales
el que explica que los jueces por generaciones y generaciones terminen siempre
pareciéndose. Son los incentivos los que marcan en lo fundamental la cultura de una
organización y por ende a quienes la integran. No reparar en ello resulta un error costoso, en
el que se incurre constantemente en nuestro continente.
Así que poco podemos esperar de los esfuerzos destinados a "encontrar" a los incorruptibles
o a preparar a personas para que sean inmunes al virus de la corrupción. Más allá de los
éxitos puntuales que tales medidas puedan tener, no es posible hacer descansar una política
pública en tales débiles y cambiantes presupuestos. Una de las características básicas de
las políticas públicas es que ella debe asegurar que los sistemas funcionen en forma
socialmente correcta, cualquiera sea la persona que esté a cargo de ellos.
Para entender los que hemos llamado problemas estructurales de los Poderes Judiciales
Latinoamericanos debemos remontarnos, aunque someramente, a los orígenes de éstos.
Como se sabe, la España colonial no legó una estructura judicial consolidada en este
Continente. Las funciones judiciales se confundían en buena medida con las legislativas y
las instancias superiores permanecieron en Europa. Por su parte, la cobertura de los
servicios judiciales era mínima. La construcción de los Poderes Judiciales en América Latina
es una auténtica obra republicana, la que, sin embargo, en poco siguió al ideario
republicano. Los Poderes Judiciales fueron construido a partir de una estructura burocrática
y jerarquizada que poco tiene que ver con la función que los jueces deben desempeñar en
una democracia.
Es más, la propia noción de Poder Judicial, al menos como aquí se la ha entendido, denota
ya una visión equivocada de la función judicial. La idea de un Poder Judicial apunta a que los
jueces –y su aparato administrativo de apoyo- deben estar reunidos en una estructura
institucional autónoma y verticalizada, al interior de la cual ellos puedan "hacer carrera",
ingresando jóvenes en los puestos de menor jerarquía para ir subiendo junto a su
antigüedad poco a poco a las instancias más altas, en el mismo orden en que lo hacen los
procesos judiciales. Se trata entonces de que el juez que conoce de una apelación sea el
"superior jerárquico" de quien dictó la resolución impugnada, sucediendo otro tanto en el
nivel superior de la Corte Suprema. En tal esquema se superponen y confunden las
jerarquías administrativas con las procesales.
Esta visión institucional del rol judicial ha llevado a trastocar principios claves. Se ha
colocado a la independencia del Poder Judicial como el valor esencial y no a la
independencia de los jueces, que es lo que realmente importa. Perfectamente se puede
pensar en un Poder Judicial completamente independientemente, con jueces sin
independencia. Es más, ello lamentablemente ocurre con bastante frecuencia desde el
momento que la independencia judicial no sólo puede verse lesionada por acciones
externas, provenientes de fuera del mundo judicial, sino por acciones internas, provenientes
precisamente de los superiores jerárquicos.
Por otra parte, perseguir la independencia del Poder Judicial, con el fin de pararlo en un pié
de igualdad con los restantes poderes del Estado, ha llevado a demandar para él espacios
absolutos de autonomía y autarquía. Se pide –y se obtiene cada vez con mayor frecuencia-
independencia económica para el Poder Judicial, a través de mínimos presupuestarios
constitucionalmente garantizados o fuentes de ingresos impositivos afectados directamente
a solventar sus gastos.
Quien hace cabeza de esta institución llamada Poder Judicial, son las Cortes Supremas.
Éstas tienen dentro de nuestros sistemas institucionales funciones distintas, como las de
control constitucional y de casación, con un carácter marcadamente más político que las de
los restantes tribunales. Estas funciones llevan a que los integrantes de las Cortes Supremas
deban poseer un grado de legitimidad popular mayor que los otros jueces, lo que se traduce
en mayor injerencia del poder político en su designación, control y remoción. Concentrar
todo el poder del Poder Judicial en las Cortes Supremas significa, entonces, supeditar todo
el sistema al órgano más permeable a los criterios políticos. En definitiva, tal esquema
institucional ha llevado a que controlándose al órgano que es más sencillo controlar dentro
del sistema judicial, las Cortes Supremas, se pueda fácilmente controlar a todo el sistema
judicial.
Por otra parte, alentar este tipo de estructura institucional en los Poderes Judiciales, ha
llevado a generar en ellos, sobretodo en los más consolidados, fuertes sentimientos
corporativos en su interior. Los Poderes Judiciales se convierten en autoreferentes, toda la
realidad es percibida y analizada a partir de los códigos que se generan en su interior, a
partir de si es o no conveniente con la "lógica" institucional, que muchas veces es del todo
diferente a lo socialmente aceptado. De allí se deriva que cualquier cuestionamiento a
alguno de sus integrantes pase a ser un cuestionamiento a la institución la que se ve
impelida a reaccionar como cuerpo en defensa del afectado. En este contexto, muchas
veces parece racionalmente más útil para la institución ocultar la conducta desviada de uno
de sus miembros que reaccionar contra ella. Con cuanta frecuencia escuchamos que los
cuestionamientos a la labor de ciertos jueces constituyen un "ataque al Poder Judicial", a los
que se les atribuyen inmediatamente "nocivas consecuencias para la estabilidad institucional
del país".
La concentración del poder en los Poderes Judiciales se ha demostrado poco funcional para
combatir las manifestaciones de corrupción que se generan en su interior (¿qué Poder
Judicial Latinoamericano tiene una eficaz agencia de control interno?) y, al mismo tiempo, se
muestra poco eficaz para que ese mismo Poder Judicial pueda ser un contralor eficaz de los
fenómenos de corrupción que se generan en otros niveles de la sociedad.
En general todos los procesos de reforma destinados a formalizar la carrera funcionaria de
los jueces han conducido a darle un mayor protagonismo en la misma a los superiores
jerárquicos y, en especial, a las Cortes Supremas. Los sistemas de evaluación de
desempeño de los jueces se convierten así en un nuevo y peligroso mecanismo de sumisión
de éstos a sus superiores. A través de ellos se van imponiendo los valores y lógicas
corporativas y se disciplina a quienes pretendan separarse de ellos.
Tales lógicas corporativas, por naturaleza refractarias a los cambios y a las críticas, se ven
fortalecidas desde el momento en que los Poderes Judiciales adquieren plena autonomía
presupuestaria. Esta medida refuerza la idea de que los jueces no deben darle cuenta a
nadie de lo que hacen y que es bueno que ello sea así. Fortalece la idea de que el control
popular, indispensable sobre todo quien ejerce soberanía, no es aplicable y, es más, es
inconveniente en el caso de los jueces. Por otra parte, la plena autonomía administrativa de
los Poderes Judiciales, que pasa, en la generalidad de los casos, por entregarle a las Cortes
Supremas o a los Consejos de la Judicatura la tuición sobre estos aspectos, les confiere, en
los hechos, una nueva herramienta para hacer más férreo el control sobre sus subordinados.
Todo indica que debiéramos retomar el ideario plasmado en nuestras constituciones aunque
nunca hecho realidad, donde el Poder Judicial le es entregado a los jueces, individualmente
considerados y no a una institución. Cada uno de ellos encarna al Poder Judicial, lo que
justifica los mecanismos sofisticados que se han ideado para su nombramiento y control. En
tal esquema el poder de los jueces no es un poder delegado desde sus superiores. La lógica
aquí es diametralmente opuesta a la existente en una empresa u otra repartición pública,
donde el jefe o el gerente posee el poder, de forma que así como lo delega lo puede retomar.
Sin embargo, insistimos, ello se ha trastocado en nuestros sistemas judiciales. Vemos
comúnmente a las Cortes Supremas interviniendo directamente en causas que se
encuentran a nivel de primera instancia y a jueces de diversos niveles influyendo, por vías
formales u oficiosas, en lo que debe resolver un inferior.
Sólo una concepción atomizada del Poder Judicial puede garantizar adecuadamente la
independencia judicial y configurar, a la par, una barrera sólida contra los riesgos de
corrupción que asolan al sistema. Si el poder se vuelve a radicar en los jueces se podrá
lograr de mejor manera introducir mecanismos de control público sobre su accionar,
impidiéndose que se escuden detrás de la institución judicial para no tener que justificar ni
sus fallos ni sus actos. Obviamente, esta alternativa no implica terminar con los problemas
de corrupción pero al menos permite circunscribirlos y facilitar su descubrimiento y sanción.
Prevenir o impedir el fenómeno de la corrupción pasa, entre otras cosas, por delimitar en
forma clara el marco de competencias de una autoridad pública. Allí donde está claro lo que
ésta debe y puede hacer, también lo está lo que no puede ni debe. Competencias de límites
imprecisos y, más aún, que exceden la definición más evidente de lo que debe ser la misión
de una institución, favorecen conductas arbitrarias y, en definitiva, corruptas.
Como se sabe, frente a los bienes públicos el marcado deja de ser un eficiente asignador de
recursos, justificándose la intervención del Estado en la provisión del bien pues de otra forma
éste no se produciría o, de hacerse, se lo haría en un nivel subóptimo. Ello porque los bienes
públicos no se consumen junto a su uso y es muy difícil, sino imposible, excluir de su goce a
eventuales consumidores. Se genera el problema conocido como "del polizón", conforme al
cual los sujetos eluden manifestar su disposición a pagar por estos bienes, esperando que
otros lo hagan para así aprovecharse gratis del bien solventado por otro.
No hay dudas que la defensa nacional, por ejemplo, constituye un bien público. No sería
posible excluir a alguien de verse protegido una vez creado un ejército nacional. Se ha
asumido en forma natural que la justicia reviste también tal característica. Sin embargo, al
menos en el caso de la justicia civil y comercial, todo indica que la justicia se comporta como
un bien privado, lo que implica que cada nuevo consumidor de este servicio excluye a uno
potencial. El tema no es para nada trivial. Si la justicia es un bien privado quiere decir que el
Estado, en su caso, está subsidiando a personas que pueden y deben pagar por tal bien,
con lo que el gasto en la materia pasa a ser claramente regresivo.
No debe extrañar entonces que los tribunales en nuestros países se hayan convertido, en
buena medida, en agencias cobradoras de deudas de las grandes empresas e instituciones
financieras, para las cuales trabajan casi como una dependencia más, salvo por la sencilla
razón de que no cobran por sus servicios. Clientes tan poderosos y monopsónicos alientan
relaciones poco transparentes.
La gratuidad de los servicios judiciales, al no alcanzar todos los costos directos (abogados) y
nunca a los indirectos (tiempo) que importa recurrir a la justicia termina beneficiando
exclusivamente a quienes tienen capacidad de pago para solventar esos otros costos
directos e indirectos. Es más, el que no se cobre por los servicios judiciales lleva al colapso
del servicio (se demanda más de lo socialmente óptimo), ello alienta la existencia de pagos
informales por "apurar" la causa o por sortear el secreto que las envuelve. Tales pagos,
obviamente, están en mejor condición de hacerlos quienes más recursos tienen, con lo que
se acrecienta la regresividad del gasto en justicia, constituyendo, de paso, otra causa
importante de corrupción en el sistema.
Pero no sólo respecto a los asuntos que conoce el sistema las definiciones son imprecisas o
derechamente erróneas. También lo son respecto a las labores específicas que en la
resolución de tales asuntos les corresponde asumir a los jueces. Esto es particularmente
claro en los procesos penales de corte inquisitivo, donde los jueces deben asumir el rol de
investigadores y, a la par, el de juzgadores, es decir, el de controladores de tal investigación.
Esta confusión genera problemas a diversos niveles. Por lo pronto, las habilidades que, en
principio, debe reunir un juez, son muy distintas a las que requiere un investigador. Las
características que hacen a un buen juez son la serenidad, la ponderación, la capacidad de
reflexionar y de no actuar precipitadamente, en fin, lo que más vagamente llamamos ser
justo. Pero las características que pedimos a un buen investigador son bastante distintas:
debe ser una persona ágil, dinámica, con mucha capacidad de trabajo en equipo, para
adoptar resoluciones rápidas y actuar en escenarios diversos.
Más allá de las ineficiencias que genera esta situación, el mayor problema que causa es la
ausencia de control en una actividad de tanta trascendencia como es el ejercicio de la
potestad punitiva estatal. El poder que da el manejo del instrumento penal sobre las
personas es tal que conferido sin mayores restricciones constituye un incentivo demasiado
poderoso para acciones corruptas. El control que sobre los jueces inquisidores puede ejercer
una Corte no parece ser suficiente.
En las otras materias el rol específico de los jueces tampoco se encuentra claramente
definido. Más allá de lo que digan las leyes, que les imponen a los jueces la realización
personal y directa de todas las diligencias jurisdiccionales que integran el proceso, por lo
general los jueces sólo se limitan, como mucho, a revisar el trabajo que realizan sus
subordinados, dejándose en forma exclusiva para sí solamente la dictación de los fallos, e
incluso en esto es posible encontrar excepciones.
No hay probablemente ningún otro sector estatal más reglamentado que el judicial, como
tampoco haya otro que se conduzca más en la ilegalidad, por ello es común encontrar que
varía en forma drástica de tribunal en tribunal qué es lo que exactamente hacen los jueces y
demás funcionarios judiciales. El problema no está en reglamentar este sector, sino en
hacerlo correctamente. Incluso es posible pensar en que menos reglamentación sería mejor
por dos razones: para dar flexibilidad en la resolución de problemas muy concretos que la ley
no puede proveer y para evitar que se dejen de justificar las resoluciones a través del
expediente de apelar en forma genérica a lo dispuesto en la ley, aunque tal resolución nada
tenga que ver con ella.
En general, los servicios que se prestan a la comunidad son evaluados en función del grado
de satisfacción que generan en quienes los utilizan y, en términos agregados, por cálculos
de corte utilitarista, es decir, si ellos aumentan o disminuyen, en términos globales, el
bienestar social. Choca esta idea con el rol contramayoritario que se le atribuye a la justicia.
Es decir, con la noción de que la justicia tiene por finalidad reafirmar ciertos derechos,
especialmente los esenciales de la persona humana, y que, en tal función, resulta indiferente
si se aumenta o disminuye el bienestar social. Es más, el sistema judicial se justificaría,
precisamente, para impedir que la mayoría lesionara los derechos de la minoría.
Pero ¿es realmente a eso a lo que se dedican nuestros sistemas judiciales? Una primera
constatación, solamente empírica, demuestra que sólo en un pequeño número de asuntos
que ella conoce –ciertos casos constitucionales y criminales- se generan decisiones que
podríamos llamar auténticamente contramayoritarias, donde están en juego derechos
morales fuertes en palabras de Dworkin. En los restantes, los tribunales se limitan a
intervenir en la resolución de conflictos que sólo interesan a las partes que concurren a ellos.
Se trata de derechos que están en el mercado, que pueden fluir libremente entre las
personas a través de las transacciones que éstas realizan. En la generalidad de los casos
ellas acuden a los tribunales para que les resuelvan un problema acaecido con ocasión de
esas transacciones o por actos que afectan tales derechos, no habiendo, en principio, ningún
obstáculo para evaluar el servicio que entregan los tribunales en función de si fueron o no
capaces de resolver, en forma oportuna y eficiente, tal conflicto.
Con los tribunales sucede en la actualidad aquello que la medicina superó a principios de
siglo. Antes del trascendental giro iniciado por Freud, se decía que los médicos se dedicaban
a curar enfermedades y no pacientes. Otro tanto se puede decir hoy en día de los jueces, los
cuales -al menos en el discurso- se dedican a "hacer justicia" y no a de resolver conflictos.
Más allá de las críticas que merezca el paradigma filosófico en el que apoya esta visión de la
justicia y del rol de jueces y abogados, lo cierto es que este discurso se transforma en un
eficaz mecanismo para evitar cualquier evaluación contingente del accionar de éstos. En los
hechos, esta aproximación a la función judicial, que trasciende a las personas, se convierte
en el mejor instrumento de defensa para evitar que esas personas puedan eregirse en
controladores de esa misma función.
Un sentido parecido juegan la complejidad, las más de las veces del todo injustificada, de los
procedimientos judiciales y el lenguaje técnico altamente enrevesado que en ellos se
emplean, así como la prohibición de comparecer en juicio sin asistencia letrada. Con ellos se
persigue, realmente, tanto dificultar el escrutinio público de la labor judicial como evitar que
otros –no iniciados- puedan intervenir en este sector, generando un poder monopólico en él
para abogados. En términos económicos se trata de una conducta estrictamente racional por
parte de los abogados, pero de muy nocivas consecuencias sociales. No hay nada más
funcional a la corrupción que la falta de control. La idea de que sobre la justicia sólo pueden
opinar y en ella sólo pueden actuar los abogados inhibe o, al menos, dificulta tal control.
Existen así poderosos incentivos para mantener este statu quo. Quienes son docentes en las
Universidades y tienen la misión de formar a los futuros abogados son, a su vez, abogados.
Ellos se abstienen de criticar en las aulas a los jueces ya que, por lo general, también
ejercen la profesión y no les es funcional enemistarse con el medio judicial. Por otra parte, el
control ético de la profesión legal recae ya sea en el mismo gremio de los abogados o en los
tribunales, ambos no se muestran muy interesados en perjudicar a sus "colegas".
En un período de tiempo que para estos efectos resulta extremadamente breve, los
Poderes Judiciales del Continente han pasado del más absoluto abandono a
convertirse en uno de los sectores estatales que mayor atención concentran. Es
recién a mediados de la década pasada cuando se ponen en marcha, tímidamente
en un principio, los primeros programas de reforma que integran esta nueva oleada.
En la actualidad, todos los países Latinoamericanos, sin excepción, están
experimentando cambios relevantes en sus sistemas judiciales. Las razones para
estar viviendo este extraño fenómeno son variadas y se han presentado con
diferentes modalidades e intensidades en los distintos países. Los procesos de
transición a la democracia y las nuevas demandas que ellos generan sobre los
sistemas institucionales, el aumento de la inseguridad pública, el crecimiento
económico y la incorporación de nuevos actores económicos que éste apareja, son
sólo algunos factores detonantes de estas reformas. Pero más allá de las
particularidades que presente el fenómeno reformista en los distintos países, hay un
factor que se presenta como una constante en todos ellos: la presencia de agencias
internacionales, multilaterales o de gobiernos extranjeros que intervienen en la
elaboración de diagnósticos, preparación de propuestas y ejecución de programas
en todos estos países, participación que se ve alentada por los recursos que aportan
y que hacen posible tales reformas.
La reforma judicial que está siendo impulsada por los Bancos se centra fuertemente
en los cambios administrativos, al punto que han llegado a hacerse sinónimos los
conceptos de modernización de la justicia y de reforma a la gestión judicial. Estos
cambios comprenden la profesionalización de las labores administrativas en los
tribunales; la estandarización de los procedimientos que se utilizan en su interior; el
aprovechamiento de economías de escala centralizando funciones que se
encuentran disgregadas entre los distintos tribunales; la introducción de sistemas
informáticos en el manejo de los casos, y la incorporación de indicadores de gestión.
Tras estos cambios está la idea de que el Poder Judicial no es distinto a cualquier
otra institución que provee servicios y que, por lo tanto, puede ser organizada más
eficientemente si se le incorporan las técnicas que la gestión moderna ha definido
para este tipo de instituciones. Se trata, como se sabe, de nociones extraídas desde
la empresa privada, las que han sido adaptadas, en alguna medida, a las
particularidades de lo público. Esta adaptación es posible y fructífera pues si bien las
instituciones públicas se diferencian de las privadas en que carecen de un dueño y
en que no poseen un indicador de éxito tan preciso y severo como lo es el mercado,
lo cierto es que comparten con ellas el ser organizaciones jerarquizadas destinadas
a la producción de un bien y servicio. Ser una institución verticalizada, según hemos
dicho, no debiera ser una característica del Poder Judicial, razón por la cual se
requeriría en este caso proceso adicional de adaptación de los criterios de gestión
que, creemos, no se ha hecho.
No hacerlo entraña el riesgo de que la modernización administrativa de los tribunales
no implique otra cosa que fortalecer el poder de control que detentan principalmente
las Cortes Supremas y, en menor medida, las Cortes de Apelaciones, por sobre los
restantes jueces. Que se reafirme así la errónea idea de que los jueces actúan por
delegación de sus superiores. Ello producto que los cambios antes reseñado se han
materializado, en buena medida, a través de la creación de instancias que
centralizan las labores y poderes administrativos bajo la directa tuición de las Cortes.
Se ha ido imponiendo un modelo de gestión en que los jueces no sólo pierden
funciones administrativas -lo cual es correcto-, sino que también pierden, en favor de
sus superiores, el control sobre estas funciones y sobre las definiciones estratégicas
que las animan, -lo cual es incorrecto-.
Tras lo anterior está la visión de que el cambio organizacional, para ser efectivo,
debe, antes que nada, comprometer a los líderes de la organización. Sin líderes
jugados por los cambios, dispuestos a asumir los costos que ellos involucran, es
difícil, sino imposible, que éstos tengan éxito. Como se ve al Poder Judicial como
una sola gran institución, a la que se juzga con los mismo parámetros que le serían
aplicables a cualquier otra organización, parece como natural concluir que hay que
negociar con los jefes de ella, quienes serían precisamente los ministros que
integran las Cortes Supremas.
Incluso siguiendo los criterios de gestión más modernos vigentes hoy en el mundo
privado, donde se tiende a la configuración de instituciones más aplanadas, este
excesivo centralismo parece inconveniente. Pero, insistimos, ello es aún más grave
tratándose del sistema judicial, cuya horizontalidad es clave para el correcto
cumplimiento de sus objetivos.
Las reformas administrativas tienen, por lo general, otra consecuencia directa e
importante sobre el fenómeno de la corrupción. Ellas, por lo general demandan
fuertes inversiones de recursos, inversiones cuyo control queda en manos de las
más altas autoridades de la institución. Hemos dicho que los Poderes Judiciales no
se caracterizan por administrar correctamente sus dineros. No existen pautas ni
procedimientos adecuados para manejar siquiera sus exiguos presupuestos
actuales. La llegada de grandes sumas para inversiones cae entonces en un terreno
poco apto para su manejo profesional y correcto. Resulta corriente ver, por ejemplo,
que las asesorías y nuevos contratos que se generan en estos períodos terminan
favoreciendo a parientes o personas cercanas a la cúpula del Poder Judicial. Aún en
los casos en que no se producen irregularidades graves, es común que los
tribunales, por su inexperiencia, queden casados con contratistas inescrupulosos,
dilapidando fuertes sumas de dinero. En el área informática existe una larga lista de
ejemplos de lo que venimos diciendo.
Por reformas orgánicas nos referimos a aquellas que afectan la estructura de los
tribunales, su gobierno y su sistema de personal. Las más relevantes de las
primeras son aquellas generadas con ocasión de los cambios administrativos a los
que ya nos hemos referido, razón por la cual no nos extenderemos en ellas.
La reforma paradigmática en los últimos años sobre el gobierno del Poder Judicial,
es la que ha generado Consejos de la Judicatura a la cabeza de los mismos con la
finalidad de abrir al Poder Judicial a otras visiones sobre su accionar, tratando, por
una parte, de quebrar el corporativismo existente en su interior y, por la otra, de
generar un impulso externo potente hacia los cambios que requiere el sistema
judicial.
Las nuevas normas sobre personal que se han dictado al alero de las reformas, que
se refieren a los mecanismos de selección, promoción, evaluación o control,
invariablemente se han traducido nuevamente en otorgarles mayores facultades a
los superiores por sobre los restantes funcionarios judiciales.
Hay dos aspectos especialmente sensibles en esta área que quisiéramos relevar. El
primero de ellos es la tendencia a excluir en el proceso de selección o promoción a
actores ajenos al mismo Poder Judicial con lo que, supuestamente, se terminaría
con el tráfico de influencias que ello genera y con la necesidad por parte de los
jueces de contar con "padrinos" políticos, con los cuales se queda eternamente
endeudado. Sin embargo, el sólo cambio de la persona encargada de hacer los
nombramientos nada cambia al respecto, sólo traslada de una autoridad a otra los
mismos compromisos y situaciones indebidas. La estrategia correcta para
profesionalizar los sistemas de selección y promoción pasa ya no por cambiar a
quien designa, sino por hacer verdaderamente transparentes y competitivos los
mecanismos de designación, de forma tal que queden patentes los criterios
meritocráticos asumidos en ellas.
La evaluación de desempeño, tal como hoy en día está siendo concebida, constituye
también una herramienta que más que favorecer la existencia de un Poder Judicial
transparente y limpio, potencia la verticalidad del mismo y la mantención de
conductas indebidas. Se comprueba esto último al apreciar que, en la generalidad
de los casos, los mecanismos de calificaciones no operan como eficaces sistemas
para premiar a los mejores funcionarios, sino como una forma para sancionar a los
que se apartan de la norma, sin tener que recurrir para ello a los complejos
mecanismos disciplinarios, ni tener que fundamentar tal juicio de demérito.
Dos razones explican estos magros resultados. Por una parte, lo ya dicho. Las
deficiencias en el trabajo judicial no se deben, en buena medida a que éstos sean
ignorantes y no sepan cómo hacerlo bien, sino a las condiciones estructurales en las
que se desenvuelve su función. Tratar de trasmitirles, por la vía de la capacitación,
una forma distinta de hacer las cosas que aquella que les impone el medio sólo
conduce a que se produzca una disociación entre los que se enseña en los cursos y
talleres y la cruda realidad que deben enfrentar los asistentes a esas actividades
cuando deben volver a sus despachos. Se produce una verdadera esquizofrenia
entre lo que enseñan las Escuelas y lo que sucede en los Tribunales. De qué le sirve
a un juez escuchar, por ejemplo, que debe terminarse con la delegación de
funciones, si al volver a su tribunal está imposibilitado en la práctica de asumir todas
las funciones jurisdiccionales que le corresponden. Claro, otra alternativa, seguida
por algunas Escuelas, ha sido asumir esta realidad y capacitar, por ejemplo, a
empleados judiciales para que realicen bien las labores de contenido jurisdiccional
que en los hechos están asumiendo. Como se entenderá, tal alternativa no sirve eso
sí para solucionar los problemas del Poder Judicial, sólo es útil para consolidar las
situaciones que deseamos superar.
Una segunda razón recae en las limitaciones existentes para fijar contenidos y,
sobretodo, metodologías adecuadas de capacitación. Las Escuelas han tendido a
transformarse en organismos rígidos, en donde se transmite una enseñanza
bastante tradicional y formal que sigue los parámetros de la educación que se
imparte en las Facultades de Derecho. Incluso en su operatoria y en los criterios que
sustentan las Escuelas se han convertido en otro eficaz mecanismo con que cuenta
el propio Poder Judicial para introducir a sus integrantes a sus propias lógicas
corporativas.
Por otra parte, no existen tampoco mediciones precisas sobre el impacto que tienen
las actividades de capacitación en el funcionamiento general del sistema. Ello se
debe en buena parte a una cultura institucional que no otorga importancia a ese tipo
de mediciones, pero también a la ausencia de modelos afinados que permitan
hacerlas, e incluso a la carencia de la información mínima para enfrentar ese
desafío.
7.5Reformas procesales
Según hemos venido diciendo, la única forma eficaz de superar los problemas endémicos de
corrupción en nuestros poderes judiciales es superar la visión episódica y casi anecdótica
que tenemos del tema, pasando a reconocer y a afrontar derechamente las profundas
disfunciones que éstos manifiestan y que constituyen las reales causas de los serios
problemas de corrupción que los aquejan. Ello exige replantearse de raíz las funciones que
están llamados a desempeñar los jueces en una democracia y construir, a partir de ellas, la
mejor organización para que puedan cumplir con tales cometidos. En estas materias,
lamentablemente, tendemos a alterar el orden natural de las cosas: primero definimos las
instituciones y su composición, para luego precisar qué es lo que deben hacer sus
integrantes.
Tal replanteamiento debe dar origen a cambios sustantivos, en torno a los cuales deben
construirse los sistemas de apoyo adecuados para su materialización. Así, por ejemplo, las
reformas administrativas urgentes e indispensables en los Poderes Judiciales sólo tienen
sentido en la medida que hemos precisado adecuadamente qué es lo que se debe
administrar. De otra forma se corre el riesgo no sólo de malgastar las ingentes cantidades de
dinero que éstas demandan, sino, y esto es mucho más grave, de causar con ellas nuevas y
más complejas disfunciones, tal como señalamos anteriormente.
Sólo la definición acertada de los roles judiciales permitirá una correcta definición del papel
que, a su vez, le corresponde jugar a los empleados judiciales, evitando las indefiniciones y
contradicciones que hoy en día existen.
Tales definiciones, creemos, deben necesariamente llevar a construir una institución en que
el poder se encuentra diluido entre los distintos jueces y que la jerarquía sólo guarde relación
con las etapas de revisión que necesariamente puede sufrir un caso antes de estar
concluido, pero sin que ellas aparejen una situación de superioridad de unos jueces frente a
otros.
Es perfectamente posible construir un sistema judicial con tales características, sin renunciar
a la modernización del mismo, por lo que no debe tildarse de utópica nuestra sugerencia.
Nada impide, por ejemplo, la creación de tribunales de instancia compuestos por una
pluralidad de jueces cuyas dimensiones posibiliten radicar en ellos las decisiones de gestión
más importantes: contratación y manejo del recurso humanos, planificación y
presupuestación, adquisiciones, mantenimiento, etc. En tal esquema pueden ser los propios
jueces en instancias de gestión que ellos gobiernen los que fijen sus objetivos estratégicos.
Ciertamente este trabajo podría fortalecerse a través de instancias de coordinación con los
restantes tribunales, pero sin que ello implique una concentración de funciones en la cúpula
del servicio. Tampoco habría problema para que determinadas materias sí se asumieran
centralizadamente, por razones de economía de escala, como podrían ser las inversiones,
claro que en ellas es indiferente –en lo que a independencia judicial se refiere- si actúa una
Corte Suprema o simplemente una autoridad administrativa.
Esto es lo que se está haciendo en Costa Rica, donde el modelo de circuito judicial, a
diferencia del común, persigue como objetivo aplanar la organización judicial, situando a
nivel del mismo circuito y en forma participativa las decisiones claves de la organización. El
Segundo Circuito Judicial de San José, Costa Rica, según la propuesta de su creación,
consulta como su máximo órgano ejecutivo a una entidad integrada por los Coordinadores
de los Consejos de Gestión existentes en los diversos niveles de tribunales que engloba el
Circuito (Jueces de Segunda Instancia, de Primera Instancia, Alcaldías, Defensa Pública,
Ministerio Público) y representantes del Consejo de Gestión del Ámbito Administrativo, de los
empleados judiciales, de los usuarios y el Administrador General del Circuito. Este Consejo
cuenta, además, con un ente consultivo, denominado Asamblea General, que reúne a todos
los funcionarios del Circuito.
Otro tanto es lo que se está haciendo con los profundos cambios administrativos que
acompañan a la reforma procesal penal chilena próxima a entrar en vigencia. En ella buena
parte de las decisiones administrativas, como las de gastos y personal, que antes competían
a la Corte Suprema, son descentralizadas ahora en los nuevos y grandes tribunales que se
crean, bajo la directa tuición de los profesionales encargados de su administración.
Tales medidas debieran ir acompañadas con otras tales como dotar de transparencia todos
los procesos judiciales, cobrar por los servicios judiciales, subsidiando solamente a aquellas
personas que realmente carecen de recursos, con lo que se evitarían muchos de los cobros
indebidos; vincular a los jueces estrechamente con lo que resuelven de forma tal que deban
justificar adecuadamente las veces que cambien de criterio para resolver casos similares;
establecer sistemas eficientes de recolección y procesamiento de denuncias de actos de
corrupción, así como en general de la información sobre el funcionamiento del sistema, y,
finalmente, poner en operaciones sistemas que premien y castiguen a los funcionarios
conforme sea su comportamiento en el servicio.
Sólo en tal contexto cobran sentido y podrán tener realmente efectos cambios en la
composición de los Poderes Judiciales y modificaciones en los sistemas de selección y
capacitación de los jueces y demás funcionarios.
Muchas veces se olvida, al tratar los problemas de corrupción en el Poder Judicial, que éste
no escapa a la ecuación básica enunciada por Klitgaard, conforme a la cual el fenómeno
puede formalizarse de la siguiente manera:
Nos encontramos precisamente en este caso con una institución que ejerce un poder
monopólico en su función propia, que lo ejerce con altas dosis de arbitrio y, además, con
escasas cuotas de responsabilidad.
Siendo así, nada debería extrañarnos encontrarnos con los niveles de corrupción existentes
hoy en día en los poderes judiciales de Latinoamérica. Cualquier política seria, entonces,
que quiera enfrentar el fenómeno, deberá hacerse cargo de cada uno de los términos de
dicha ecuación de la forma como venimos indicando, mas ello sólo se podrá lograr en la
medida que devolvamos el Poder Judicial a los jueces y que renunciemos a convertir a este
sistema en una institución jerárquica y burocratizada.
Referencias Bibliográficas
Correa, Jorge y Barros, Luis Ed., 1993 Justicia y Marginalidad. Percepción de los Pobres
Corporación de Promoción Universitaria: Santiago.
Correa, Jorge; Peña, Carlos y Vargas, Juan Enrique, 1999 Poder Judicial y Mercado.
Informes de Investigación Nº 2, del Centro de Investigaciones de la Facultad de Derecho de
la Universidad Diego Portales: Santiago.
Hammergren, Linn, 1999 "Quince Años de Reforma Judicial en América Latina: dónde
estamos y por qué no hemos progresado más. En Reforma Judicial en América Latina: Una
Tarea Inconclusa. Corporación Excelencia de la Justicia: Santa Fe de Bogotá.
Poder Judicial. República de Costa Rica, 1996, Propuesta Sobre el Modelo a Desarrollar en
el Segundo Circuito Judicial de San José. Documento sin pié de imprenta.
Vargas, Juan Enrique, 1999 "Políticas de Modernización del Sistema de Personal del Poder
Judicial Chileno", En Reforma Judicial en América Latina: Una Tarea Inconclusa.
Corporación Excelencia de la Justicia: Santa Fe de Bogotá.
Revista Trimestral Año XII, No. 3, Mes Septiembre 2006 ISSN 1027
ABSTRACT: The present article deals with behavior and marginality. It describes the term acco
the studies by the Mexican investigator Rogelio Marcial. It comments on progressist as well as
behavior of youth groups in our contemporary world and at the same time, on the positive cult
elements offered by marginal neighborhoods.
INTRODUCCION
Las llamadas malas conductas, desviaciones y/o actos delictivos en jóvenes de estas naciones
analizadas desde varias perspectivas. En la generalidad de los estudios sobre conducta antisoci
enuncian causas similares: la pobreza, la falta de instrucción, falta de empleo y la insalubridad
los barrios marginales. Sin embargo, la población marginal también expande elementos positiv
culturas regionales, cuestión poco reconocida por los investigadores.
MATERIAL Y METODOS
Se utilizó la metodología cualitativa con el uso de diversas técnicas y procedimientos que perm
reflexionar respecto a la relación que existe entre marginalidad y conducta social. El análisis de
documentos y de los diversos paradigmas usados para estudios de marginalidad y conducta fue
directa de este trabajo, esencialmente algunas teorías aportadas por investigadores latinoamer
la última década del siglo pasado. (Marcial, Cooper, entre otros).
- Se muestran desapegados.
Para Adler, de nuevo coincidiendo con la visión del ser humano nato
bueno que encuentran los teóricos humanistas, no existe el criminal
innato sino que es totalmente producto de sus deficiencias en el
desarrollo de ese sentido de comunidad. O sea, la criminalidad es
producto de la deficiencia social. En palabras de los mexicanos
Laura Suarez y López Guazo8, esta deficiencia puede conducir al
fracaso que motiva a los niños difíciles, neuróticos, psicópatas,
suicidas y criminales; a las prostitutas, alcohólicos, pervertidos
sexuales y demás componentes del lumpen proletariat, soslayando
estos factores existentes también entre la burguesía, quienes
requieren, para él [Adler], del interés social para su solución. 9
¡Cuán interesante resulta este planteamiento donde la causa de la
conducta desviada se establece como una de etiología social
aunque el sufrimiento se encarna en la persona individual...y sobre
todo, cuantas veces se deja de lado este esquema continuando con
prácticas y actitudes de culpabilizar a la víctima, olvidando integrar
el entorno o las concomitantes socio-históricas de la persona en sus
decisiones!
CONCEPCIÓN SOCIOLOGICA
El periodo primitivo ( hasta la aparición de las primeras sociedades
esrtucturadas y organziadas ) se caracteriza por la ausencia de control social previo a
las primeras culturas dotadas de un poder civil capaz de ejercer un control sobre las
conductas criminales.
En ese sentido, Roma aporta dos novedades diferenciadoras, por una parte el
efecto ejemplarizante de la pena impuesta ( individual como expiación e intimidatoria
para el resto ), y por otra la retribución social del daño causado, lo cual se seguiría
haciendo durante la edad media bajo un marcado condicionamiento religioso y
dogmático que sigue asociando delito y pecado.
A finales del S XIX, las corrientes sociológicas sitúan el delito como una
estructura normal que convive que otras, como parte integrante de una sociedad sana.
Constitución de la conducta
desviada.
Maravall elabora un modelo de constitución de
la conducta desviada partiendo de la noción de Carrera.
La conducta desviada es una meta, el final. Esa idea la
extrae de Howard Becker de la escuela de Chicago, quien
propuso la teoría del "etiquetamiento".
www.mailxmail.com/curso/vida/sociologiajuridicaydelpoder/capitulo9.htm -
26k
Sociología de la desviación
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Es por ello que un acto sólo puede ser juzgado como desviado en relación a:
No hay nada justo o injusto que no cambia de cualidad con el cambiar del clima, tres grados
de latitud subvierten toda la legislación[...] En pocos años las leyes fundamentales cambian,
el robo, el incesto, el asesinato de padres e hijos, todo ha encontrado un lugar entre las
acciones virtuosas.
Blaise Pascal, 18936
El autor más representativo fue Cesare Beccaria, que desarrolló sus ideas en un libro
que se ha convertido en un clásico del Derecho: De los delitos y las penas, en el que,
en palabras del propio autor, se incluyen
Los presupuestos para una teoría jurídica del delito y de la pena [...] en el cuadro de una
concepción liberal del Estado de derecho, basada sobre el principio utilitarístico de la
máxima felicidad para el mayor número de personas y sobre la idea del contrato social.
Cesare Becaria.9
La Teoría Clásica tiene los evidentes límites de que se centra en el delito -sin analizar
el resto de desviaciones sociales- y que no investiga sobre las causas de éste, lo que es
el objeto principal de las teorías posteriores. Esta teoría tendría una gran influencia
sobre la Teoría de la Elección racional, llegando al punto de que algunos autores
denominan a esta última como Teoría Neoclásica.
Desde los años 80 se está dando una revitalización del enfoque biológico, basada en
los avances de la genética. En este ámbito se han hecho particularmente populares los
estudios sobre el Síndrome del XYY- una anomalía cromosómica por la que el varón
recibe un cromosoma Y extra- que algunos autores relacionan con una tendencia a la
violencia, aunque numerosos estudios han confirmado que esto no se observa con
frecuencia.12 13 14 15 16
Teorías macrosociológicas de la desviación [editar]
Teoría Funcionalista [editar]
Aunque ya desde sus inicios el marxismo había tratado temas relacionados con las
desviación, es en los años 70 cuando aparecen obras sistemáticas sobre ésta desde una
perspectiva marxista. Autores destacados en esta sistematización fueron Iain Taylor,
Paul Walton y Jock Young, que argumentaron que las teorías existentes obviaban
ciertos factores estructurales -como la desigual distribución del poder y la riqueza-
que eran fundamentales para entender las conductas desviadas.17
Este argumento fue posteriormente desarrollado por Steven Spitzer, que ejemplificó
ampliamente cómo las personas que son etiquetadas como desviadas suelen ser
sujetos que obstaculizan el desarrollo del Capitalismo. Spitzer analizó cómo los
sujetos que amenazan la propiedad privada -base del Capitalismo- son siempre
calificados como desviados, sin embargo los actos de las clases privilegiadas contra
los intereses de las subordinadas -como una gran subida del precio de la vivienda-
lejos de considerarse desviadas, son asumidas como una legítima defensa de sus
intereses. También analiza cómo -al ser la explotación del trabajo otro de los
fundamentos del capitalismo- quien no trabaja, sea por imposibilidad -minusválidos,
parados involuntarios-, sea por voluntad, tiene muchas posibilidades de ser etiquetado
como desviado. Ejemplos de esto los encontramos en la legislación contra vagos y
maleantes.18
Esta teoría se basa en el principio de que la conducta desviada -al igual que el resto de
conductas- se aprende en el ambiente en que se vive. Los actos desviados serían por
lo tanto una consecuencia de la socialización en ambientes con valores y normas
distintos a los de la sociedad en general. La teoría fue elaborada por Clifford Shaw y
Henry Mckay y tiene su origen en los estudios etnográficos realizados por la Escuela
de Chicago durante los años veinte. Los investigadores dividieron la ciudad de
Chicago en cinco zonas, realizando círculos concéntricos y comparando la tasa de
delincuencia y la relación entre el número de delincuentes y el total de la población
de cada zona. Los datos evidenciaron que el valor de la tasa disminuía conforme se
alejaba del centro, y lo que es más interesante, que entre 1900 y 1920 la relación entre
las tasas de delincuencia de cada zona permaneció invariable, a pesar de que en este
periodo hubo grandes movimientos de población que cambiaron la composición
étnica de cada zona. Estos hechos hicieron llegar a los investigadores a la conclusión
de que la subcultura desviada formaba parte de la idiosincrasia de algunos barrios,
por lo que era trasmitida a los nuevos habitantes.
La cultura criminal es tan real como la legal, y mucho más difundida de lo que se piensa
habitualmente.
Edwin Sutherland3
Los grupos sociales crean la desviación estableciendo reglas cuya infracción constituye una
desviación, y aplicando estas reglas a personas particulares, que etiquetan como outsiders [...]
La desviación no es una cualidad de la acción cometida sino la consecuencia de la aplicación-
por parte de otros- de reglas y sanciones. El desviado es alguien al que la etiqueta le ha sido
puesta con éxito; el comportamiento desviado es el comportamiento etiquetado así por la
gente.
Howard Becker.20
Al ser uno de sus instrumentos más evidentes, las cámaras de vigiliancia han sido
usadas con frecuencia como símbolo del control social.
El castigo [editar]
El castigo es una forma clave del control social, con la explícita función de corregir el
comportamiento de los individuos.
John Macionis identifica cuatro funciones que, en distintas sociedades o épocas, han
justificado la existencia del castigo. La primera, y más antigua, sería el desquite, que
se basa en la idea de recuperar el orden interrumpido, por lo que se aplica al infractor
un daño proporcional al daño cometido. Está contenida en la Ley del talión y el
principio bíblico de ojo por ojo, diente por diente. La segunda, la disuasión, es la idea
de que el castigo desincentiva el incumplimiento normativo. Se formaliza
teóricamente en el siglo XVIII, con la concepción del ser humano como un ser
racional, movido por cálculos de coste y beneficio. La tercera es la rehabilitación, por
la que se pretenden modificar las pautas de conductas desviadas del individuo. Toma
auge en el siglo XIX con la aparición de las Ciencias sociales y los estudios
científicos sobre la conducta humana. Por último estaría la función de protección de
la sociedad por la que se separa al desviado del resto del cuerpo social, ya sea
encerrándolo, desterrándolo o ejecutándolo. El hecho de que, más allá de que en un
momento histórico determinado se ponga el acento en una u otra, el que las cuatro
ideas sobre la función del castigo puedan darse contemporáneamente es contingente.
Por otro lado, la cuestión de la eficacia de los castigos ha supuesto grandes debates
entre los estudiosos, siendo la prisión - que desde su aparición en el siglo XVIII se ha
convertido en la forma generalizada del castigo penal- uno de los centros del debate.
Su eficacia ha sido puesta en duda por diversos autores, avalados por una gran
cantidad de estudios en diversos países que muestran el alto porcentaje de personas
que retornan a la cárcel tras haber cumplido condena. La reincidencia en los tres
primeros años de la excarcelación es de un 40 a un 60%,27 en Estados Unidos el
porcentaje de reincidencia estaría en torno al 60%5 y en España entorno al 40%.28
Estas cifras han llevado a algunos autores a concluir que la prisión no es una
institución eficiente en su función de modificar los comportamientos y conductas
delictivas.29 Se señala también que la prisión puede tener aspectos que incluso
fomentarían el delito ya que los largos periodos de reclusión destruirían los lazos
sociales, y el contacto casi exclusivo con delincuentes fomentaría la creación y
reproducción de la subcultura criminal. Las críticas han provocado que las
instituciones penitenciarias realicen pruebas experimentales sobre soluciones
alternativas a la simple privación de libertad, generalmente centradas en terapias de
desintoxicación, que han dado resultados notables.30 27 Otros autores continúan
defendiendo como innegable el efecto disuasorio de las prisiones.31
Pena de muerte en el mundo (06/2005): Suprimida para todos los crímenes Suprimida para los crímenes
no cometidos en circunstancias excepcionales (como los cometidos en tiempo de guerra) Contemplada como sanción penal, pero
suprimida en la práctica Contemplada como sanción penal, aún aplicada
Otro castigo que provoca grandes debates sobre su eficacia es la pena de muerte, un
castigo que ha sido practicado desde la antigüedad en prácticamente todas las
sociedades. En el siglo XIX se inicia una tendencia hacia su abolición -o limitación a
casos extraordinarios- en un creciente número de países. Por ello, en los países donde
todavía se practica, como Estados Unidos, existe un debate político sobre la
conveniencia de abolirla, que ha provocado que se realicen numerosos estudios sobre
su eficacia en la prevención del crimen, ya que éste es el principal argumento para su
mantenimiento. Los diversos estudios realizados hacen concluir a la mayoría de los
autores que las evidencias empíricas disponibles muestran que la pena capital apenas
tendría efecto disuasorio.32 33 34
Notas [editar]
• Criminología
• Filosofía del Derecho
Obtenido de
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Con ese estado de cosas, las organizaciones dedicadas a la persecución del delito
no han sido ajenas al progreso evolutivo del Derecho Penal y de las aportaciones de las
diferentes ramas del saber al entramado delito-delincuente-víctima-control social, y la
evolución de las distintas técnicas en la investigación del crimen ha discurrido paralela
a la evolución criminológica en los ámbitos del conocimiento anteriormente
mencionados.