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Desde los nueve años hasta el día antes de su muerte a los cuarenta y dos, José Martí (1853-1895) escribió en su breve e intensa vida unas mil quinientas cartas, además de toda esa enorme y rica obra tan conocida e influyente. Pero si del poeta, el político, el periodista, el docente y hombre múltiple se busca una manera de sintetizar su personalidad e ideario, acaso no exista mejor instrumento que la lectura de su correspondencia. En ella se funden vida, actuación e ideales, expuestos en toda su intimidad y con la característica decidora prosa del escritor cubano. “Tengo la vida a un lado de la mesa, y la muerte a otro, y mi pueblo a espaldas y ve cuantas páginas te escribo”, dice Martí en una de las cartas que se recogen en esta apretada como útil antología que privilegia fundamentalmente la correspondencia de índole amistosa, familia y de relación íntima.
Desde los nueve años hasta el día antes de su muerte a los cuarenta y dos, José Martí (1853-1895) escribió en su breve e intensa vida unas mil quinientas cartas, además de toda esa enorme y rica obra tan conocida e influyente. Pero si del poeta, el político, el periodista, el docente y hombre múltiple se busca una manera de sintetizar su personalidad e ideario, acaso no exista mejor instrumento que la lectura de su correspondencia. En ella se funden vida, actuación e ideales, expuestos en toda su intimidad y con la característica decidora prosa del escritor cubano. “Tengo la vida a un lado de la mesa, y la muerte a otro, y mi pueblo a espaldas y ve cuantas páginas te escribo”, dice Martí en una de las cartas que se recogen en esta apretada como útil antología que privilegia fundamentalmente la correspondencia de índole amistosa, familia y de relación íntima.
Desde los nueve años hasta el día antes de su muerte a los cuarenta y dos, José Martí (1853-1895) escribió en su breve e intensa vida unas mil quinientas cartas, además de toda esa enorme y rica obra tan conocida e influyente. Pero si del poeta, el político, el periodista, el docente y hombre múltiple se busca una manera de sintetizar su personalidad e ideario, acaso no exista mejor instrumento que la lectura de su correspondencia. En ella se funden vida, actuación e ideales, expuestos en toda su intimidad y con la característica decidora prosa del escritor cubano. “Tengo la vida a un lado de la mesa, y la muerte a otro, y mi pueblo a espaldas y ve cuantas páginas te escribo”, dice Martí en una de las cartas que se recogen en esta apretada como útil antología que privilegia fundamentalmente la correspondencia de índole amistosa, familia y de relación íntima.
cy AncaPRESENTACION
EN EL CONJUNTO de su obra fragmentaria, dispersa y en parte
perdida, las casi mil quinientas cartas que se conservan del
cubano José Maré? (1853-1895) representan el instrumento
mds flexible, variado y rico de su personalidad multifor-
me, capaz de revelar su intimidad tanto como su accionar
y pensamiento. Esto pese a los grandes buecos que ofrece
sit correspondencia (por destruccién voluntaria e incuria
de corresponsales, albaceas y herederos; ocultamiento que
atin persiste en algunos casos; azar), oscureciendo zonas
tan preciosas como las que tienen que ver con sus padres,
sit esposa, su hijo, su amante. El género epistolar no es sélo
el que practicd por mayor tiempo, en casi estricto parale-
Joa su existencia conciente (el arco va del 23/10/1862, en
carta a su made escrita a los mueve anos de edad que es su
primer texto conocido, hasta la misiva a Mercado del 18/
5/1895, un dia antes de su muerte) sino el que parece adap-
arse mejor a la escritura tan suntuosa como nerviasa, lan
febril como meditada, tan inmediata como honda, que ca-
racteriza al mejor Marti.
Su relacién con el género fue declaradamtente con-
tradictoria. A veces le critica su escaso poder de comuni-
cacién (“me arde la lengua por contarle lo més intimo mio,
y saber lo de Ud.; pero en cartas todas esas cosas Hegan
frias. Y escribir parece ficcion, Sélo el hablar es natural”;
4 Mercado, 20/10/1887). Otras, por el contrario, su peli-
grosa capacidad reveladora (“No me culpe por no baberle
escrito: mi memoria no tiene la pereca aparente de mi
mano. Es que vivo muy solo, y las cartas que escribo me
dan miedo, porque me recuerdan cémo vivo”; a Agustin
Aveledo, 23/5/1882). Con la mayor frecuencia, se queja
de no poder escribir mds, iquien se supone fue autor de
cuatro, cinco o seis mil cartas! (“Nunca me regane porque
le escriba poco. Llevo en mi un ledn preso que me hace
pedazos las plumas”; a Enrique Estrdzulas, junio o julio
de 1888). Fijemos, pues, una imagen verosimil, la de Martidirigiéndose a su bija Marta, a Maricusa, en reclamo de
arior, de memoria iy de cartas!: “Tengo la vida a un lado
de la mesa, y la muerte a otro, y mi pueblo a las espaldas:
~y ve cudntas pdginas te escribo” (19/4/1895).
En 1878, con 25 atios de edad, Marti resumia de esta
manera su vida al general Maximo Gomez; “de la escuela fut
a la cdtcel y a un presidio, y a un destierro y a otro. —Aquié
vivo, muerto de vergiienza porque no peleo. —-Enfermo
seriamente y fuertemente atado, pienso, veo y escribo”. No
exagera en absoluto. En 1869, con apenas 16 anos y por
un mensaje que las autoridades espariolas de la Isla consi-
deraw delictivo, es condenado a seis aftos de presidio poli-
tico. Las condiciones del encierro —cadenas y grillos— y
sobre todo el trabajo forzado en las canteras lo enferman
de tal modo que es indultado a los seis meses. Deportado
a Espana en 1871, pasa a Parts, a México, vuelve breve-
mente —con otra nombre— a La Habana en 1877, se tras-
lada a Guatemala -con un saito a México pata casatse con
Carmen Zayas Bazan-y, aprovechando una amnistia, re-
gresa a Cuba durante un ario (1878-1879), naciendo alli
su hijo José, para ser otra vez encarcelado y deportado @
la peninsula, Tras una nueva prision inicial, escapa a Pa-
ris, va a Nueva York en 1880, viene a Venezuela —por cin-
co meses—en 1881 y se instala durante los tiltimos quince
arios de su vida en la Nueva York que odia. Sélo a comien-
z0s de los noventa, y por motivos casi siempre politicos
(ha puesto en pie de guerra a la emigracion, creado el Par-
tido Revolucionario Cubano y el periddico Patria), se di-
rige a otras ciudades norteamericanas (Tampa, Cayo Hue-
50, Filadelfia), a México, Jamaica, América Central, Santo
Domingo y Haiti, en una serie de agotadores viajes reldm-
pago, hasta que ingresa a Cuba como combatiente, el 11
de abril de 1895, y sacia al fin ese “apetito desordenado
de la muerte” (a Rafael Serra, marzo de 1891) al que con-
tribuian la situacién de su pats, el destierro, la precaria
salud, la incomprensién de sus familiares, la lejanta de la
mujer y el hijo radicados en Cuba, la somtbra imperialista
que veia proyectarse sobre América Latina, las desavenen-