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Georg Lukacs,

Teoría de la novela:
Capítulo I
La filosofía en tanto que es forma de vida, como determina la forma y el contenido de la creación literaria
es el síntoma de una interrupción en el exterior y el interior, significativa de una diferencia esencial entre
el yo y el mundo, de una no adecuación entre el alma y la acción.
No hay ninguna interioridad ni exterioridad ni alteración para el alma, ya que esta parte en busca de
aventuras y las vive, ignora el resultado de la búsqueda y el peligro del descubrimiento, no sabe que
puede perderse y no sueña jamás que es necesario buscarse.
Tal es la edad de la epopeya, y si Homero narró las únicas epopeyas que siguen siendo inigualables, es
únicamente porque ha encontrado la repuesta antes que el desarrollo histórico del espíritu permitiera
formular la pregunta.
El alma se sitúa en el mundo como cualquier otro elemento de esa armonía, la frontera que le da sus
contornos no se distingue del contorno mismo de las cosas: traza líneas netas y seguras, pero no separa
sino de una manera relativa, en función de un sistema de homogeneidad y de equilibrio.
El hombre no se puede considerar como solitario, sus relaciones con los otros y las estructuras que
nacen son, como él, ricas en sus sustancias “más filosóficas”, para él hombre la obligación moral es una
pura cuestión pedagógica.
El héroe trágico sustituye al hombre viviente de Homero ya que recibe de él su antorcha a punto de
apagarse y la hace brillar con un nuevo resplandor, explica justamente a ese hombre y lo transfigura.
En cuanto al hombre nuevo de Platón, conocimiento actuante, con su visión creadora de esencias, no se
contenta con desenmascarar al héroe, pero persigue el sombrío peligro que ha vencido y es superándolo
que lo transfigura.
El sabio, es el último tipo humano, el mundo sabio la ultima estructuración ejemplar de la vida, que haya
sido acordada al espíritu griego. El mundo se ha vuelto griego en el transcurso del tiempo, pero el espíritu
cada vez es menos griego.
Vemos surgir una nueva Grecia, paradojal: la estética es nuevamente una metafísica.

Segundo capitulo: “El romanticismo de la desilusión”


Para la novela del siglo XIX, es el otro tipo de relaciones necesariamente inadecuada entre el alma y al
realidad que se han tornado más importantes, la inadaptación debida a que el alma es más amplia y más
vasta de todos los destinos que la vida puede ofrecerle. La diferencia estructural decisiva resulta que no
se trata de un a priori abstracto frente a la vida, que se realiza por una realidad interior más o menos
acabada y rica en contenidos que entran en competencia con ella desde afuera, posee una vida rica y
movida, como la única verdadera realidad, como la esencia de la misma del mundo real, y cuyo fracaso
constituye el objeto mismo del relato. Se trata de un a priori concreto, cualitativo y rico en contenido, de
un combate entre dos mundos y no de una lucha entre la realidad y el a priori en general.
La discordancia entre la interioridad y el mundo esta más marcada. Para el idealismo abstracto, la
condición de la existencia era que se transformara en conducta. La estructura psíquica del I. A 1 se
caracterizaba por un exceso de actividad, desplegado hacia el exterior y que nada podía impedir que nos
encontremos aquí con una tendencia a la pasividad, la tendencia a esquivar más que a asumir a los
conflictos y las luchas exteriores, la tendencia a acabar, en el interior de alma y por sus propias fuerzas,
con todo lo que pueda afectarla.
Según Lukacs seguramente es en este posibilidad donde reside la problemática que caracteriza a la
novela: la perdida de toda simbolización épica, la disolución de la forma en un sucesión nebulosa e
inestructurada de estados de alma, el reemplazo de la trama concreto por el análisis psicológico, y todo
esto se encuentra en realzado por el hecho de que el mundo exterior entra en contacto con esa
interioridad que está desprovista de todo sentido.
La interioridad épica es reflexiva, se realiza de modo consciente en la distanciación, en oposición al
lirismo verdadero cuyo carácter ingenuo excluye toda distancia.
Es verdad que los estados de almas y reflexión son elementos constitutivos de la construcción para la
forma novelesca, pero su significación formal se debe a que en ellos el sistema de ideas reguladoras que

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Nos referimos al Idealismo Abstracto
esta en la base de toda realidad puede revelarse y recibir forma por su mediación y por consiguiente,
hacen que mantengan una relación positiva con el mundo exterior.
“Cuando no son va para ellos sino su propio fin, su carácter no poético estalla con fuerza, disolviendo
toda fuerza”.Ese problema estético se reduce a un problema ético, para resolverlo hay que saberlo
dominar desde su nacimiento.
La relación de subordinación y de sobreordenacion entre los aspectos exteriores e interiores de la
realidad constituye el problema ético de la utopia, la cuestión de saber hasta que punto se justifica el
pensamiento de un mundo mejor.

Desde el punto de vista épico, la creación puramente artística de una realidad correspondiente a ese
mundo soñado o más adaptado a ese mundo no constituye una solución espaciosa, pues la aspiración
utópica del alma se legitima y merece devenir el centro del mundo solo si, en la situación presente del
espíritu o mente representable y figurable es imposible que encuentre ninguna sastifaccion. Si puede
descubrir un mundo capaz de llenarla, es la prueba de que su insatisfacción con respecto al presente se
debe a un parti pris artístico contra las formas exteriores del presente.

El problema estético - la transformación de los estados del alma y de la reflexión, del lirismo y de la
psicología, en medios de expresión épicos-se concentra alrededor del problema épico fundamental: el de
los actos que son necesarios y posibles. El tipo humano correspondiente a esta estructura del alma es
más bien completivo que activo, cuando queremos darle una forma épica, el problema es traducir ya que
la tarea consiste en descubrir el punto donde puede unificarse, existencia y fracaso necesario.
El carácter en mayor grado determino de fracaso constituye el otro obstáculo, objetivo este con el cual
choca la realización puramente épica.

El estado del alma romántica de la desilusión sostiene y alimenta esa especia de lirismo, una exigencia
excesiva y sobredeterminada de lo que debería ser por la relación de la vida y una compresión
desesperada en cuanto a la nostalgia, una utopia que tiene mala conciencia y que esta segura de
antemano de su derrota.
Y en esto el elemento decisivo es que ella permanece inseparable de la conciencia moral.
De esta manera, frente al héroe o como al mundo exterior, su actitud sigue siendo lírica: amor y llanto,
desolación, piedad, sarcasmo.
La importancia interior del individuo es que ha encontrado su punto culminante desde el punto de vista
histórico, han sido vividos a partir de su significación para el alma de individuo.

El romanticismo de la desilusión no sucede simplemente en la historia al I.A, es el heredero lógico de la


filosofía en la historia, significa un paso en el utopismo apriorístico. Allá, el individuo, portador de la
exigencia utópica frente a la realidad, sucumbe bajo la fuerza brutal de esta. Esa derrota es la condición
misma de la subjetividad. Allá es de la subjetividad que nace el heroísmo de una interioridad conflictiva.
Aquí, es el hombre que por su aptitud interior a una vivencia y a una estructuración de la vida
emparentada con la vivencia y a una estructuración de la vida emparentada con la poesía, puede devenir
el héroe, puede devenir el personaje central de la obra.

En el romanticismo, el carácter poético de todo a priori frente a lo real deviene enteramente consciente,
aislado de lo trascendental, el yo reconoce en si mismo la fuente de todo deber-ser y por una
consecuencia necesaria, se reconoce a el mismo como la única materia digna de realización de ese
deber-ser.
La vida se vuelve poesía, pero el hombre se vuelve aquel que forma poéticamente su vida propia y la
contempla como obra de arte. Esa dualidad es realizada de modo lírico.
La novela del sentimiento romántico de la vida es el de la poesía de la desilusión. Privada de todo medio
de obrar fuera de si misma, la interioridad se recoge en el interior de si, pero sin conseguir jamás
renunciar a lo que perdido para siempre, el aislamiento del alma, la ruptura que lo excluye de todo punto
de apoyo, de todo lazo, aumenta desmesuradamente al mismo tiempo que se ilumina con una luz
desliada la dependencia de su situación con relación, a un estado particular del mundo.
Desde este punto de vista, la composición se aspira a un máximo de continuidad. Es necesario que todo
sea negado, toda afirmación pone fin al precario equilibrio de fuerzas, y decir si sin equivoco a la
interioridad romántica, seria desembocar necesariamente en el desorden informa de un lirismo
psicológico.
Los dos principios mas relevantes que presiden la estructuración del mundo son contrarios entre si, para
aceptarlos, como seria el caso de las novelas orientándose hacia la epopeya, debe renovar y reforzar el
peligro que acecha a este tipo de novela: la disolución de la forma en un pesimismo inconsolable.
Toda forma por recibir sustancia en tanto que forma, debe ser positiva de una manera, la paradoja de la
novela revela su carácter conflictivo en e hecho de que la situación del mundo y el género de hombres
que responden mejor a esas exigencias formales y la cuales, ella es la única en condiciones de
proporcionar una repuesta adecuada.

Un punto importante es que la mas grande discordancia entre la idea y la realidad es el tiempo, el
desarrollo del tiempo como duración.
La novela es la única forma correspondiente a la andanza trascendental de la idea, es la única forma en
principios constitutivos, hace lugar al tiempo real.
El drama ignora la noción del tiempo, la epopeya parece conocer la duración: pensemos en los diez años
de La Ilìada y en los diez años de La Odisea, los héroes de la epopeya no viven el tiempo en el interior de
poema, son caracterizados sobre su transformación o sus constancias interiores, han recibido su edad
con su carácter, por Ej. Néstor es viejo como Helena es bella.
Es solamente en la novela, donde el contenido consiste en una búsqueda necesaria de la esencia y en
una importancia por encontrarla, donde el tiempo se encuentra ligado a la forma, el tiempo es la manera
en que la vida afirma su voluntad de subsistir en su propia inmanencia, perfectamente cerrada. En la
epopeya, la inmanencia de sentido de la vida es bastante fuerte para abolir el tiempo.
En el romanticismo de la desilusión, el tiempo es un principio de depravación, lo esencial.
“la novela es la forma de la virilidad madura, su canto consolador surge del claro presentimiento de que
por todas partes los gérmenes y los rasgos del sentido perdido se vuelven visibles, de que el adversario
es hijo de la misma patria perdida del campeón de la esencia que para poder ser por todas partes
igualmente presente, hace falta que el sentido pierda su inmanencia de la vida.
El tiempo deviene así portador de la alta poesía épica en la novela, posee una existencia despiadada y
nadie puede ya nadar contra la corriente de su dirección univoca”.
En el drama y en la epopeya el pasado no existe, o es enteramente actual, estos dos géneros ignora el
deslizamiento del tiempo.
El lirismo ignora todo objeto estructurado como tal, que pueda situarse ya ignora todo objeto estructurado
como tal, que puede situarse ya en el espacio sin aire de la intemporalidad, no da forma sino al proceso
de la rememoración o de olvido y el objeto no es para el sino el punto de partida de la emoción.
En las novelas como en las formas épicas mas próximas de ellas donde interviene el recuerdo creador
capaz de aprehender el objetivo mismo y transfórmalo.
El falso lirismo de los estados del alma, característico de las novelas de la desilusión se marca por la
ruptura entre el objeto y sujeto que se manifiesta en la rememoración.
El mundo de la novela revela una totalidad heterogénea, no esta regida por ideas reguladoras cuyo
sentido esta prescrito y no dado. Por eso la unidad vivida de la persona y del mundo , unidad que se
manifiesta solo en el recuerdo, es bien en su modo esencial subjetivo constituyente y objetivo reflexivo, el
mas profundo y mas autentico medio de realizar la totalidad que requiere la forma novelesca.
El carácter lírico del estado del alma es superado por estar referido al mundo exterior, a la totalidad de la
vida.
La paradoja de ese genero literario es que tienden a merecerse ser consideradas como grandes novelas
poseen todas una cierta tendencia a traspasarse a si misma hacia la epopeya.
Los precursores y los herederos del Don Quijote, epopeya caballeresca y novela de aventuras, revelan el
peligro que hace correr a ese género su trascendencia hacia la epopeya, la impotencia en que se
encuentran para dar figura a la duración, la trivialidad, la tendencia a devenir simple literatura de
diversión.
Es inevitable la problemática de ese género de novelas, del mismo modo que la otra forma novelesca, la
de la novela de la desilusión, porque es incapaz de dominar un tiempo demasiado-pesado y cuya
existencia es demasiado fuerte, arriesga sucumbir al peligro de la disolución y de la ausencia de la forma.

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