Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
El espíritu Santo se nos regala a través del don de la FORTALEZA para que podamos,
impulsados por la gracia, actuar con VALOR en todo lo que Dios nos pide, en las
exigencias de la vida cristiana. Con este don es más fácil ser fuerte ante las
adversidades que pueden sobrevenir por vivir la fe con integridad. Podremos
enfrentar con más vigor todo aquello que se presente como tentación o conflicto con
nuestra vida de creyentes.
Los dones del Espíritu Santo actúan siempre en todas las situaciones de nuestra
vida, pero sobre todo en los momentos en que, por razones internas o externas, nos
vemos impulsados a actuar de modo contrario a nuestras convicciones.
Así, este don sobrenatural moviliza a nuestro espíritu para que sea fuerte ante el
miedo o temor natural, le lleva a ser tenaz y constante en el desempeño de una
obligación o tarea propuesta. En situaciones de miedo, suscita valor. En situaciones
de inconstancia o cansancio en la tarea, motiva perseverancia. Jesús ya lo decía: “El
que persevere hasta el fin, ese se salvará” (Mateo 24, 13).
A veces en nuestro ambiente de vida (sea laboral o familiar) hay situaciones que nos
pueden mover a la timidez o, por el contrario, a la agresividad. En estos momentos
el Espíritu Santo nos impulsa con el don de la FORTALEZA a superar esa timidez, o
miedo, o inacción; o por el contrario, a moderarnos y dejar de ser agresivos o
invasivos con los demás. De hecho, ante cualquier situación que nos desborde de
nuestro cauce natural, con fuerza (de FORTALEZA) podremos volver a la actitud más
adecuada para ese momento.
Exactamente. Estos dos tipos de comportamientos tienen que ver con las situaciones
de la vida que enfrentamos. Algunas son ordinarias, a veces llamadas cotidianas.
Otras son las extraordinarias, o también pueden llamarse situaciones límite. De
hecho, en general, nuestra vida abunda de situaciones cotidianas u ordinarias. Sólo
en algunos casos bien definidos esa situación límite o extraordinaria se hace
presente. El comportamiento, la manera de actuar, que tengamos va a definir el
resultado inmediato o mediato que provoque esa situación.
Podríamos decir que siempre es necesario ser fuerte en la vida, pero sobre todo lo
será en los momentos donde sufrimos grandes tentaciones de abandonar la tarea
que realizamos y que sabemos que es necesario hacerla. La tentación, en sus
múltiples formas nos puede querer llevar a dejar de lado nuestras convicciones,
nuestros esfuerzos continuados para hacer de modo excelente nuestra tarea, hasta
nos puede invitar a alejarnos o relajarnos en nuestro modo de vida.
La función principal del don de fortaleza se dirige al espíritu, desterrando todos los
temores humanos y poniendo en la voluntad y en el instinto una divina firmeza que
hace al alma valerosa. Jesús es el más vivo ejemplo de cómo el Espíritu Santo le
llenó de fortaleza en el huerto de Getsemaní, al momento extremo de reafirmar su
decisión de entregar su vida en martirio por todos los seres humanos. Dijo en Señor,
en Marcos 14, 42: “¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar”. Su
fortaleza es tal que quiere ir al encuentro de sus futuros asesinos, quiere hacer la
voluntad del Padre. Ya l había expresado con anterioridad en el versículo 39: “Padre
mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino
la tuya”. Esta expresión de Jesús es la muestra más acabada de cómo el don de la
fortaleza actúa en el ser humano en momentos en que la tentación, el miedo, la
cobardía, nos llevan a huir, a evadirnos del camino que nos corresponde seguir.
Los mártires están en primera fila entre las figuras del Cristianismo, porque la fuerza
se demuestra más en el sufrimiento, que en la acción. En la acción, la naturaleza
encuentra alivio y es como la dueña; en el sufrimiento todo es contrario a la
naturaleza. Por lo tanto, el sufrimiento es mucho más heroico y difícil que la acción.
A los santos mártires debe la Iglesia su propagación por toda la tierra. Se les pone la
palma en la mano como señal de su fortaleza y de su victoria.
Nada es tan perjudicial para la vida del espíritu como el temor que impone el
“respeto humano”, que es preciso resistir con valentía. No es posible decir todo el
mal que hace el respeto humano. A algunos le gustaría hablar de cosas espirituales,
guardar silencio en el templo, o ir a misa… pero sin embargo, si se encuentran con
este o con el otro, no tienen valor para llevar a la práctica su buena resolución,
aunque sepan que después tendrán pena de no haberla cumplido. Aquí tenemos de,
un lado nuestra convicción y los intereses de Dios, y del otro la consideración de otra
persona y el temor de desagradarla. Puestas en la balanza estas dos
consideraciones, nos quedamos con la ultima, ¡Qué infidelidad y qué dejadez! Y esto
es lo que hacemos todos los días.
Mil temores nos detienen en todo momento y nos impiden avanzar en los caminos de
Dios, quitándonos la oportunidad de hacer todo el bien que podríamos si tuviésemos
todo el valor que nos da el don de fortaleza; pero tenemos demasiados miramientos
humano, y todo nos da miedo. Tememos que una tarea que la Iglesia nos quiere dar,
no nos resulte bien, y este temor hace que la rehusemos. Por aprensión de gastar
nuestra salud, nos limitamos a una pequeña y cómoda tarea, sin que se puedan
vencer esas vanas aprensiones ni el celo ni la obediencia. Somos cobardes para los
esfuerzos espirituales y esta cobardía hace, que nos alejemos de ellos.
En nuestro tiempo muchos ensalzan la fuerza física, llegando incluso a aprobar las
manifestaciones extremas de la violencia. En realidad, el hombre cada día
experimenta la propia debilidad, especialmente en el campo espiritual y moral,
cediendo a los impulsos de las pasiones internas y a las presiones que sobre él
ejerce el ambiente circundante.
Esta virtud encuentra poco espacio en una sociedad en la que está difundida la
práctica tanto del ceder y del acomodarse como la del atropello y la dureza en las
relaciones económicas, sociales y políticas. La timidez y la agresividad son dos
formas de falta de fortaleza que, a menudo, se encuentran en el comportamiento
humano, con la consiguiente repetición del entristecedor espectáculo de quien es
débil y vil con los poderosos, petulante y prepotente con los indefensos.
Quizá nunca como hoy, la virtud moral de la fortaleza tiene necesidad de ser
sostenida por el homónimo don del Espíritu Santo. El don de la fortaleza es un
impulso sobrenatural, que da vigor al alma no solo en momentos dramáticos como el
del martirio, sino también en las habituales condiciones de dificultad: en la lucha por
permanecer coherentes con los propios principios; en el soportar ofensas y ataques
injustos; en la perseverancia valiente, incluso entre incomprensiones y hostilidades,
en el camino de la verdad y de la honradez.
Pidamos a María, a la que ahora saludamos como reina del cielo, nos obtenga el don
de la fortaleza en todas las vicisitudes de la vida y en la hora de la muerte.