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Viernes 30 de julio – Partida: 06:00 hs – Etapa 1 - Génova

Hasta cuarenta y ochos horas antes, todas las intenciones verbalizadas apuntaban a las cuatro de la
mañana como hora de partida. Tal vez la intención, una vez más buscaba además de amanecer antes que
el sol, cumplir con la mítica tradición de las cuatro de la mañana. El cálculo era alcanzar nuestro primer
destino, Génova, a las siete de la tarde, con una escala técnico alimentaria en Nimes poco después del
mediodía. Sea como fuere, ya la tarde del día anterior, el día del cumpleaños de Lucy, habíamos dicho que
como estaba de atareado el panorama, antes de las veinticuatro sería difícil tener todo listo para
acostarnos, y además siendo el primer día de vacaciones, partiríamos ¡cuando nos levantáramos!

A las seis nosotros habíamos dejado de roncar y le llegaba el turno a la Voyager, que se bancó
noblemente, si es que, como creo, la nobleza por carácter transitivo puede predicarse de las creaciones
humanas, los cinco mil novecientos y pico de kilómetros sin toser a pesar del calor y de la gamba del
conductor.

La escala técnica cerca de Nìmes y en general el cruce de ida por la costa de Francia, quedaron como
distantes percepciones fugaces a través de las ventanillas, como suele suceder cuando se viaja por
autopistas, que casas más, casas menos . . . uniforman bastante el tránsito en todos los sitios en que las
hay. La cosa fue así hasta Cannes donde decidimos bajar de la autopista y continuar por rutas más
próximas a la costa, lo cual resultó un espectáculo impagable. De aquí en adelante, cambiamos muchas
veces nuestro original recorrido por autopistas, para internarnos por entre los poblados. Claro está que,
aunque uno se libra de las vacunas de los peajes, se viaja a menos velocidad, lleva mucho más tiempo, se
multiplican por mil las frenadas, las curvas y los semáforos. Pero definitivamente se gana en perspectiva:
uno viaja despierto. Cada vez más me convenzo de que no me gusta ser un turista: me desagrada el
anímus turistendis que todo lo transita veloz y superficialmente, sin mayor anclaje o afincamiento en
algún sitio, que posibilite algún tipo de encuentro humano. Varias veces durante la travesía sentí que
estábamos viendo demasiadas cosas en poco tiempo.

El camino por la costa desde Cannes a Génova, fue una experiencia de asombro constante, tanto por las
magnificentes vistas de las montañas perladas de pueblitos con el mediterráneo a sus pies, a esa hora todo
subrayado por el juego de luces y sombras con que se despedía aquella tarde el sol cayente, como por los
incontables y extensos túneles y puentes que han tenido que hacer a efectos de acortar distancia,
simplificar el camino e ir nivelando la ruta.

A las diecinueve horas en punto Génova nos recibía a la


italiana: al ritmo de una canción de Domenico Modugno, que
en esos días abordaba su barcarola final, y a toda máquina y
volumen, con motos, autos, gente y barquetas en pleno
movimiento. Pero no sólo desde esa perspectiva, sino también
desde otra que fácilmente se dejará percibir. Como a posteriori
podemos decir y no podía ser de otro modo en este bendecido
viaje, a pesar de no haber tenido ni la más mínima intención
en este sentido, para alojarnos en la Cassa di Maddalena, en el
14 de la Piazza Camilo Benso Cavour, estacionábamos en
pleno puerto viejo. Teniendo como nuestra primera vista, la
que seguramente fue la última de todos los que de este mismo
puerto partieron hacia la América, que aún hoy sigue siendo
también para nosotros, de ensoñación y parto.
Aún en este momento, más de veinte días después, el nudo en
la garganta se me hace denso al enfocar en la memoria esos
ángulos que yo contemplaba buscando sintonizar aquella
experiencia de los ojos partientes de esos miles de parientes, a
través de una reminiscencia centenaria, genética y
culturalmente entrañable. Faro de Génova visto desde el mar

¿Cuántas espaldas se habrán apoyado por última vez en Italia contra los muros de esta Chiesa di San
Marco, cuyos cantos irregulares parecen hoy hacerse eco de nuestras miradas, con la solidez de sus
piedras en armoniosa concordancia con la fugacidad del tiempo ante las perpetuamente batientes aguas
del puerto de Génova? ¿Cuántos se habrán encomendado al Signore e la Donna frente a las vistas de este
puerto anclado en medio de un imponente semicírculo de montañas, que a pesar de todos los cambios de
un siglo y medio, pueden seguir siendo casi las mismas para los ojos que así lo busquen?

Si hay que sintetizar de algún modo, en una constante que unifique las impresiones y emociones brotadas
en este sitio, no puedo sino ponerle el rostro de la pregunta. Y digo rostro, porque no parece que pueda ser
un nombre lo que pueda conjugar en unidad la miríada de posible variantes, sino que en cada ocasión, ala
síntesis es un hombre: un varón o una mujer partiente, andante, peregrinos. Una pregunta cuya respuesta
no puede ser otra que la vida vivida. Una respuesta andante y a posteriori. La pregunta es común a todos,
como también lo es la respuesta. Sin embargo es para cado cual, única, irrepetible, compartible pero
materialmente intransferible: hay que vivirla. La respuesta a mi pregunta es mi vida. Paradójicamente su
respuesta, la de él y/o ella, es también de algún modo mi vida. Más no tengo a nadie que me descargue de
la responsabilidad que esto implica en lo que me toca. Tal vez nos quepa la inestimable bendición de
compartirla, de pasar la posta, de ser un eslabón en la maravillosa cadena de la existencia. Todo los
nombres y adjetivos con los que he intentado ponerle nombre a la experiencia interior que brotaba durante
las caminatas y recorridos por el puerto, se quedaban cortos. Sólo una sensación de signo de pregunta
sobre el telón de fondo de un innominable asombro. Pregunta como invitación a la respuesta. ¡Una vez
más, el increíble juego de romper el cascarón del silencio para ser retornados a él sobre las alas del
encuentro! Y la poderosísima capacidad de la imaginación para dilatarse anidando tiempos.

Como decíamos, sin quererlo y sin vueltas, fuimos dejando atrás sucesivamente, la autovía principal en la
estación de peaje, un par de avenidas, la avenida elevada que pasa a diez metros de altura frente al puerto
y salimos justo frente a Cavour 14 a metros de las aguas mediterráneas. Había que estacionar. Todo los
parcheggios y espacios a la vista estaban a tope. Avanzamos en al misma dirección de la salida, doblamos
a derecha por una calle ancha como para un auto pero que es de doble mano y por la que andan, como por
todos lados, como Pancho por su casa. Encontramos espacio a unas dos cuadras, en la parte vieja del
puerto.

La primera impresión fue, la de un lugar un tanto sporco, como así lo menciona Joaquín en su reporte.
Edificaciones antiguas, motos abandonadas, autos cubiertos de polvo, servilletas contra los cordones,
puchos en la cuenca de los árboles, los cestos rebalsando, las aceras con sus manchas negras gracias a la
manía del chicle; mejor dicho al vicio de escupir el chicle mascado en cualquier parte, mugre que
lamentablemente asola todos los caminaderos turísticos vistos y también algunos espacios escolares.
Aunque ello no salve la impresión inicial, lo primero que hay que señalar es que estábamos llegando al
terminar la jornada, a un lugar muy transitado y con características, digamos de “zona de terminal”, para
hacer referencia a algo que nos es común, pero que también se podría adjetivar a la inversa. Además del
factor hora del día, a mi parecer, lo que impresiona fuertemente en la vetustez prieta que se percibe al
inmergirse, en este caso en los alrededores del enclave del puerto, y en general de toda las zonas antiguas
de las ciudades, con muchas de sus (Vicos) callejas
oscuras de apenas un metro o menos de ancho, como
cerradas arriba por la poca luz que entra y casi siempre sin
la proyección visual a la que estamos habituados, porque
suben, bajan, tienen escalones o a poca distancia se tapan,
dobla, terminan contra un muro, etc. Es común encontrar
edificaciones que hacen de puente entre ambos lados, muy
frecuentemente ropa tendida, colgando de las ventanas o
incluso en sogas que cruzan de un lado a otro de los vicos.
La ropa colgando a la vista, pone un poco de color y
porque no, un mucho de identidad que de algún modo es
internacionalmente italiana. Por ejemplo, el barrio italiano
de Boston, salvando las distancias que el Atlántico y los
años implican, se descubre en el horizonte por las
melodías de las fisarmoicas, los panetones y tallarines en
las vidrieras, pero sobre todo por la ropa colgando del lado
de la calle y los viejos en camisetas sin mangas charlando
en las veredas.

¡No puede el chúcaro con su instinto! Se le pianta la


pluma por el lado de las acotaciones.
Retomando el hilo a la secuencia temporal, digamos que la Cassa de Maddalena . . . bueno resultó como
la de Magdalena Avena, con el hermano bornio sentado en la puerta y todo. Limpio el interior, con agua
calda y en medio de la zona que debíamos ver ¿qué más pedirle a la pródiga Providencia? La Maddalena
estaba esperándonos a esa hora porque era la convenida, y como buena vechia estaba oteando el horizonte
por una finestra del segundo piano de la casa del frente al otro lado de la avenida, donde ella habita, pero
no nos vio cuando tocamos el timbre ni cuando entramos hasta el piso siete ya que la puerta principal de
la finca estaba entreabierta. El bornio porteral no sabía y probablemente no quería saber nada, así que
volvimos a cruzar la avenida y la llamamos por teléfono.

Al momento nos encontramos en la puerta de ingreso, nos hizo pasar nos dio varias recomendaciones de
cómo hacer para no pagar el estacionamiento, con la salvedad de que no nos podía asegurar que nos
libraríamos de una multa. Conclusión sobre el particular: pagamos cama por el auto también. Es decir lo
dejamos bien estacionado y a otra cosa mariposa. El tema del estacionamiento es realmente una cuestión
a tener muy en cuenta, porque como el gasto del peaje, son erogaciones que uno tiende a subestimar, pero
como el espacio citadino es escaso, el costo es alto.

Llegó la noche. Salimos a hacer una primera caminata de reconocimiento de los alrededores, buscamos
las maletas y al rato retornamos a preparar el nido para pasar la primera noche en tierras ancestrales.
Agustín y Joaquín bajaron para aprovisionarnos de unas pizzas en lo del Pepo, que además de atenderlos
muy bien hace unas pizzas que merecen ser degustadas.

El sábado, Lucy y el suscribiente, se levantaron al alba para contemplar el amanecer sobre el puerto, y
luego de una breve caminata regresamos para poner en movimiento la tropa.

La primera observación es que la gente se pone en marcha más temprano que en España. Los negocios
están abiertos antes de las ocho y entre las seis y las siete cierran, al caer el sol la gente está en casa.

Este sábado desayunamos en un bar cerca de plaza central croissant con mermelada y capucini,
caminamos hasta quedar exhaustos viendo palazzos y parques. . . fuimos a la Catedral donde había una
misa celebrada por el Vescovo y entre cuyas lecturas estaba el himno al amor de San Pablo, visitamos una
abundante cantidad de callecitas, tomamos una barqueta para dar un paseo por el puerto y ver la ciudad
desde el mar, y después de las veinte fuimos al Galata Museo del Mare, que esa noche se inauguraba con
Ministro de Industria y todo: banda, grupo tangueros con bailarines a lo porteño, y en el cual había una
muestra sobre la inmigración, la construcción de barcos, etc. Casi gateando regresamos para atender las
paspaduras advinientes y dormirnos rápida y profundamente.

Génova queda en la Liguria, es una ciudad


grande y un puerto antiguo. Nosotros hemos
recorrido la parte antigua, ¡nada! al decir de
la Maddalena, pero se nota por las
construcciones, que es y sobre todo ha sido
un polo de considerable circulación de
recursos. En la parte nueva se ven edificio,
no tan altos, pero que nada tienen que
envidiarle a otras ciudades más modernas.

A la izquierda, una vista desde la


barqueta surcando las aguas del
puerto. Se puede ver, sobre la orilla, un
edificio administrativo que ocupa casi
toda la parte horizontal de la foto y
detrás de él, las casa y edificios
residenciales que trepan la pendiente de la montaña sobre las que están construidas.

Resulta que Génova es durante el corriente año, la Capital Europea


2004 de la Cultura, como lo fue Salamanca y otras antes. De allí el
logo GÉNOVA 04 con que aparecía embanderillada la ciudad, las
presentaciones de muestras especialmente preparadas para este tiempo, la inauguración de museos nuevos
y los palazos remozados.

Vista del puerto de


Génova, en una
fotografía tomada
directamente hacia el
frente, el sábado a la
madrugada, desde la
ventana de la Cassa
Maddalena

Desde la misma
posición de la foto
anterior, una toma
hacia la izquierda, en
la cual se puede
apreciar la salida
sureste del puerto, por
medio de la luz solar
impactando en el parte
superior de los frentes
de los edificios.

En este caso, una toma


hacia la derecha, en la
que se puede ver la
ciudad recibiendo los
primeros rayos
matinales, y como en
las otras fotos, la
calle sobreelevada
frente al puerto que se
menciona en el texto.

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