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Dolce Inferno, por Luxuria www.dolce-inferno.blogspot.

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Esta noche había quedado con Amara en un lugar diferente, no quería alejarme
demasiado de Enoc. Las frías aguas del Mar Negro arremetían con furia contra las
afiladas rocas. El olor a sal me ayudaba a mantener mi mente despejada, aunque en
realidad aquellas aguas no eran tan saladas como las de otros mares. Esto se debía a las
numerosas corrientes fluviales que desembocaban allí. En realidad cuando fundé Enoc
aquellas aguas ni si quieran eran un mar, sino un vasto lago de agua dulce. Los grandes
diluvios habían causado el derramamiento de más de un umbral de rocas del
Mediterráneo. Aún así nunca me había rendido, por más que en el Cielo se empeñasen
en hacerme la vida imposible, siempre había logrado superar las adversidades y hacer
prosperar mi ciudad. El oscuro color de las aguas se debía a que en el fondo no había
oxígeno debido a la gran proliferación de algas y otros microorganismos. Al no haber
oxígeno se mantenían en perfectas condiciones las ruinas de las diferentes etapas
históricas por las que había pasado la ciudad. Los demonios acuáticos solían jugar entre
las paredes que con tanto esfuerzo había logrado tallar. Contemplaba satisfecho las
grandes e iluminadas torres que desde la lejanía desafiaban al Cielo con su altura. Al
haber luna azul se estarían celebrando numerosos rituales y ceremonias. Todo aquello
había sido el fruto de mi esfuerzo y dedicación. Me sentía orgulloso.

Detuve mis cavilaciones. Por fin Amara había llegado. La última vez que nos
habíamos visto yo había perdido el conocimiento, envenenado. Estaba convencido de
que se alegraría de verme. Me giré hacia ella dedicándola una blanca sonrisa.
—Me alegro que estés vivo –pronunció ella con un tímido gesto. Ni se había arrojado
a mis brazos gritando mi nombre ni me acosaba a preguntas como solía ser
característico en ella.
—Superbia logró sacarme de allí a tiempo. —Amara recordó la enorme pantera que
había vislumbrado antes de que ella también perdiese el conocimiento—. Ven, vamos a
acercarnos al agua —la dije tomándola del brazo y guiándola a la orilla. Nos pegamos a
las rocas del acantilado aprovechando un pequeño saliente de tierra y dejamos que las
olas nos salpicasen con sus espumosas crestas. Pronto la marea subiría alcanzando su
máximo y nos cubriría por completo. Quería que ella viese las ruinas marinas
iluminadas por las luces de Enoc. Su larga melena se mezclaba con la oscura brisa y yo
me esforcé en aparentar que mis cabellos también se unían en aquel remolino.
—¿Lo que se ve al fondo es Enoc? —me preguntó ella.
—Sí. El castillo que destaca sobre las demás siluetas es donde vivo yo. Es
impresionante, ¿verdad?
Las torretas del enorme castillo se enzarzaban alrededor de un invisible tronco,
desafiantes, erectas, intentando penetrar en las lujuriosas nubes.
—Estoy acostumbrada a la Rosa Dorada.
—Pero éste es mejor. ¿Te has fijado en la luna?
La gran emperatriz de la noche se alzaba frente a nosotros imponente, onírica. Una
esfera perfecta de luz que tejía finos hilos plateados sobre el mar. Parecía increíble que
algo tan grande lograse mantenerse sobre el cielo, flotando. En cualquier momento
podía estrellarse contra nosotros.
—Hoy está llena —fue lo único que apuntó. Se la veía bastante alicaída, pero yo sabía
cómo animarla.

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—Hoy hay luna azul. Cuando la luna sale llena por segunda vez en un mes se la llama
así. Suele suceder cada dos años, aproximadamente.
—Entonces yo ya he vivido muchas lunas azules.
—Pero estoy convencido de que nunca has visto una luna azul de verdad —La
muchacha se encogió de hombros. Sonreí—. Pues hoy va a ser posible porque los dos
estamos juntos. Si juntamos nuestros poderes podemos lograrlo, ya verás qué fácil es —
Junté sus delicadas manos y las acerqué más a sus labios—. Cárgalas con poder sagrado
como haces otras veces. Bien, así. Ahora sopla, esparce la energía con tu aliento como
si de polvo se tratase.
Ella obedeció y con el dulce aire de su boca esparció las partículas que resplandecieron
brillantes sobre el contraste de la noche. Las refulgentes luciérnagas azules que
surgieron volaron hacia la luna, fusionándose con ella. Entonces una ondulación en la
atmósfera recorrió como una ola la superficie lunar y la blanca luz se volvió azulada.
Los azulones rayos nos envolvían coloreando nuestra piel. Era de las cosas más
hermosas y fascinantes que había visto nunca y ella también parecía maravillada. No
pude evitar pensar en Ireth y en imaginármela a mi lado.
—Pide un deseo. Quizás se cumpla.
—¿Crees en esas cosas, Caín?
—Es tan hermosa, tan imponente que lo difícil es no creer en su magia.
Amara se concentró en pensar su deseo. Reconozco que no pude resistirme, aproveché
a leerle la mente.
<< Que no se lo tome demasiado a mal>>
¿Qué no me lo tomase a mal? ¿Qué pretendía hacer ahora esta chica?
—Oye, Amara. ¿Se puede saber qué te pasa?
—Lo siento… —Tenía la cabeza agachada, esquivándome. La marea nos cubría ya por
encima de las rodillas y los bajos del largo vestido que llevaba hoy flotaban al compás
del oleaje.
La cogí de la barbilla obligándola a mirarme directamente a la cara. —¿Qué es lo que
sientes, criatura?
—Caín… ¿No te das cuenta? Todo esto es una locura. No tiene sentido que sigamos.
—Claro que es una locura. Por eso es una buena idea. Los grandes genios estaban
locos.
—Lo siento, pero no puedo seguir adelante con esto. Sé que hicimos un trato, por eso
te pagaré hoy.
—Un momento. ¿Me estás diciendo que primero te acuestas conmigo y luego me
abandonas? ¿Te crees que soy idiota?
—Lo decía por ti, porque era el pago que acordamos…
—Eso era una excusa para no quitarte el alma —la grité, enojado.
Ella abrió los ojos de par en par sorprendida de haber escuchado esas palabras. Un
soplo de agua fría cayó sobre nosotros, empapándonos y deteniendo la hecatombe que
había estado a punto de producirse. El cabello de ella se había vuelto tornasolado y su
vestido se pegaba a su calado cuerpo. Tuve que dejar de mirarla para no pensar en esas
cosas. Sin embargo, yo no aparentaba haberme mojado aunque en realidad la sal se
filtraba entre mis cicatrices. Comencé a recordar las palabras de Aamon. “Te vas a
quedar sólo”. No, no podía estar pasando ya. Me había dicho que la primera en
abandonarme sería Ireth y ella seguía conmigo, aunque en ese estado… Escupí el retazo
de agua salada que había tragado. Me sentía roto por dentro. Te necesitaba, Amara. No
podías hacerme esto.
—Caín, te estoy muy agradecida por todo lo que me has enseñado. Haré que Metatrón
te pida perdón.

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—¿Perdón? ¿Y yo para qué quiero sus palabras? —Lo que quería era que me cubriese
con sus blancas plumas y me susurrase al oído que esos cabrones se iban a acojonar. Vi
por el rabillo del ojo como se retiraba el apelmazado pelo de su rostro.
—Bueno, pues haré que se arrodille ante ti si lo prefieres. Pero tú y yo no podemos
seguir viéndonos.
—¿A no? ¿Y por qué?
—Porque no quiero meter a nadie más en problemas. Para ti todo es mucho más fácil
porque todo te da igual, pero yo tengo seres que quiero proteger y que por mi culpa
están metidos en problemas.
—¿Te crees que yo no tengo a nadie? ¡La mujer que amo está convertida en una
estatua de oro!
—Lo siento por los dos. Yo ya te dije que si había algo que podía hacer que me lo
dijeras.
—Sí, sí que hay algo que puedes hacer: dime que te arrepientes de todo lo que has
dicho y que acatarás mis órdenes sin rechistar.
—Caín…
—“Eres lo mejor que me ha pasado” —repetí imitando su voz las palabras que una vez
ella me había dicho.
—Y tú me convenciste de que lo mejor era Nathan.
—Nathan. Es él el problema, ¿no?
—Pues sí, le he prometido que no volvería a verte, pero es que tiene razón…
Dejé de escucharla. Mi enfado me lo impedía.
—Le mato. Tenía que haberle matado. Samael tenía razón, soy demasiado compasivo
—la piel se me había crispado y mis apretados puños vibraban.
—¡No! Eso sí que no te lo permitiría.
—Los pactos con el diablo no se pueden romper. Hicimos un trato. Sabías lo que había
así que no hay vuelta atrás.
—¿Y qué vas a hacer si no vuelvo?
—<<Destruir el mundo>>, pensé, aunque lo que dije fue bastante diferente: —Matar a
ese angelucho. Y después te mataré a ti.
—Reconozco que merezco que me mates. Pero entonces matarías también a Nathan y
eso no puedo permitirlo.
—¿Y qué vas a hacer para impedirlo? ¿Matarme a mí? Eso dijiste una vez, que me
matarías.
—No puedes morir. Tienes la maldición.
—Ya te dije que se estaba debilitando. Además, la que me hizo la herida la otra vez
fue Ireth. Ella también es un elohim y casi me mata. ¿Por qué no ibas a poderme matar
tú?
—Porque si lo hago otro demonio peor te sustituirá.
—¡Oh, venga ya! Pues lo matas también a él. Si lo estás deseando, admítelo. —Rodeé
su estrecha cintura con mi cola, que era la única parte de mi cuerpo que no estaba
consumida por las llamas, y empujé su cuerpo contra el mío, aprisionándome sobre las
resbaladizas rocas. Podía sentir sus fríos recovecos clavándose en mi espalda a la vez
que sentía el calor de ella sobre mi pecho—. ¡Vamos! ¿A qué esperas?
—¿Por qué eres tan idiota?
—Si quieres romper el pacto tienes que matarme. Es la única forma.
—No voy a matarte.
—Claro que sí. Saca tu furia como hiciste con Astaroth.
Aproveché un breve instante en que ella miró mis ojos para introducirme en su mente
y hacerla ver las terribles imágenes que su corazón tanto temía. El terror de la noche se

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llamaba esta habilidad. Pareció surtir efecto porque emitió un grito ahogado y podía
sentirla temblando sobre mí. —Eso es lo que va a pasar si no me matas.
El vaho que exhalaba por su sugerente boca empañaba mi rostro y mi alma. Hacía
mucho frío y el agua casi nos cubría por completo, sobretodo a ella que era de menos
estatura. Exhalábamos jadeantes nuestro aliento entrelazado que al pasar por nuestra
garganta nos abrasaba. Ella hizo que se materializase una espada de akasha en su mano
y tras dedicarme una mirada de infinito dolor, la hundió limpiamente en mi pecho. Mi
sangre brotó, tiñendo de rosado la blanca espuma como si de un fino vino de aguja se
tratara y el akasha metálico congeló mi corazón.
—Ireth…
Las oscuras aguas de Leviatán reclamaban mi alma.

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Amara sostuvo el inerte cuerpo del diablo, que se abalanzó sin fuerzas sobre ella.
Todavía no estaba muy segura de lo que había hecho. El terror de la noche seguía
ejerciendo efecto sobre ella. Susurró a la brisa marina palabras inteligibles mientras
continuaba aferrada a su cuerpo. Sabía que tenía que soltarlo, dejar que se convirtiera en
alimento de las criaturas marinas, pero no se atrevía. Miró a su alrededor en busca de su
oscura alma, por si había alguna posibilidad de que resucitase en otro cuerpo, mas el
romper de las indómitas olas era lo único que pudo percibir. La luna azul había perdido
su color. Ahora era una luna más, sin Caín ya no brillaba igual de hermosa. No podía
brillar igual porque El Mundo sin él no era lo mismo. Una pequeña luz comenzó a
surgir ante ella. Amara oteó el horizonte y advirtió una figura que caminaba sobre la
oscuridad de las aguas aproximándose hacia ella. La silueta iba vestida de blanco
radiante, a juego con cuatro hermosas y plumíferas alas. Su larga cabellera dorada con
mechones plateados se alzaba imponente sobre los vientos marinos que la mecían. Sus
descalzos pies caminaban grácilmente sobre las oscuras aguas que se solidificaban bajo
ellos. El ángel la sonrió tristemente y clavó sus violáceos iris en la desconcertada
criatura.
—¿Vas a dejar que se vaya? —su melodiosa voz la trajo de vuelta a la realidad
tranquilizando su agitado corazón.
—¿Qué puedo hacer si no?
—El Mundo sin él sería demasiado aburrido, ¿no crees? ¿Soportarías vivir en mundo
así?
La muchacha volvió a fijarse en Caín con deseos de hundir sus dedos entre su negro
cabello, pero la ilusión había desaparecido y ahora Caín volvía a ser una flor marchita.
—No, no lo soportaría —admitió con voz trémula— ¿Pero y qué puedo hacer por él,
señor…?
—No me he presentado aún, perdóname. Soy el arcángel Samael.
El veneno de Dios. Se trataba de un Caído. Aquel que tanto odiaba Caín. Pero
misteriosamente resplandecía con la luz más pura que jamás había visto.
—¿Qué quiere de mí?
—¿Qué puede querer un padre de su hija? —Aquellas palabras no podían ser ciertas.
No podía estar hablando en sentido literal—. Que seas la criatura más feliz del
Universo. Sálvalo, pequeña.
—Tú no puedes…
El rostro de Samael se afligió.

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—No dispongo del tiempo que me gustaría. Tengo tantas cosas que contarte…pero a
su debido tiempo.
—¡No vuelvas a abandonarme! —sollozó la chica al tiempo que sus acuosos ojos se
deshacían en lágrimas. Examinó más detenidamente a pesar de que sus empañados ojos
le distorsionaban la visión. Tenía un rostro andrógino perfectamente tallado en
alabastro. Le costaba creer que Caín odiase tanto a aquel ser. Con su etérea mirada la
inspiraba una confianza que nunca había poseído.
—Todavía no es el momento, pero no sufras, hija. No permitiré que te ocurra nada
malo. Ahora apresúrate, antes de que sea demasiado tarde.
—Yo no puedo…
—Claro que puedes. Una vez utilizaste el rayo violeta de la transmutación. Utiliza
ahora el rayo verde de la vida.
—Caín me dijo que eso no lo había producido yo.
—Hay muchas cosas que Caín no sabe. Si no lo intentas nunca sabrás de lo que eres
capaz.
Amara desplegó sus alas y se llevó a Caín de allí con algo de dificultad pues las
plumas se habían mojado y se hacía más dificultoso volar. Lo llevó hasta otra zona de la
costa donde la marea no parecía haber engullido la orilla y le depositó cuidadosamente
sobre la arena. Su cuerpo comenzó a emitir una luz verde que recorría todo su ser
despertando en ella una vitalidad única. Sus alas resplandecían ahora de una manera
que parecían estar esculpidas en jade. Se acercó al diablo y colocándose sobre él
depositó un cálido beso sobre su frente a través del cual le traspasó toda esa energía
cargada de esperanza. Ocurrió el milagro. Los negros pétalos que componían su piel se
desprendieron. Su epidermis se estaba regenerando a una velocidad asombrosa y sedoso
cabello dorado y ondulado brotaba de su cuero cabelludo mezclándose con la arena. Sus
aceitunados párpados vacilaron y soltó un débil gemido como si estuviese teniendo una
pesadilla. Amara le acarició el rostro, ahora suave y terso como el terciopelo, y
finalmente sus ojos se entreabrieron. Samael sonrió satisfecho y desapareció, dejando a
la pareja tranquila.

El fuego eterno que me consumía se estaba extinguiendo. Un torrente de energía se


fusionaba con las llamaradas de oscuridad, ahogándolas. Me sentía vivo, algo
susurraba mi nombre tirando de mí hacia la luz nuevamente. Pero yo le temía a la luz.
Había pasado demasiado tiempo entre las tinieblas y éstas me habían drenado todas
mis fuerzas. Necesitaba aferrarme a algo que me ayudase a emerger pues aún me
sentía muy pesado.

Amara apoyó su frente sobre la de él de forma que sus entreabiertos labios dejaban
escurrir un débil aliento que dibujaba tentaciones sobre el rostro de ella. La materia
oscura de sus labios la atraían con un magnetismo que producía un excitante cosquilleo
en su estómago. Tenía que probarlos de nuevo y sumergirse en ellos. Ya todo resultaba
demasiado irreal. Los conceptos se fundían en aquella extraña realidad en la que debía
de encontrarse. No quería pensar en aquello en esos momentos. No quería pararse a
pensar si lo que hacía estaba bien o mal, simplemente ansiaba dejarse llevar. De esa
forma todo resultaba mucho más fácil. Lo único que existía en ese momento era el
delicioso cuerpo de Caín. Saboreó lentamente sus acaramelados labios disfrutando de
cada movimiento que hacía. El diablo seguía semiinconsciente con su lengua el ritmo
que ella le marcaba. Mientras el mar besaba sus cuerpos fue reaccionando poco a poco y
disfrutando por primera vez de dejarse llevar. El ritmo de sus besos y caricias fue
aumentando a medida que ellos iban perdiendo el control. El vestido se la había

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descolocado, pero a ella no pareció importarle. La chaqueta de cuero de él la molestaba


por lo que se la arrebató. Quería hacer que ese perfecto torso se rindiera bajo su yugo.
Danzó serpenteante sobre su cuerpo poseída por sus instintos más básicos hasta que sus
manos toparon con algo duro. Las palabras de Samael la sacudieron y al darse cuenta
que tenía sus manos dentro del pantalón las sacó avergonzada. Él la rogaba con la
mirada y los labios semi-curvados que siguiera, pero fue incapaz. Contemplar el
verdadero rostro de Caín resultaba como contemplarse a ella misma en el espejo.
—Caín… no puedo. Tú y yo…yo soy al que tanto deseas matar.
—Deja de torturarte a ti misma y a mí. Te deseo, Amara.
—Te he dicho que no puedo. Tu hermano…
—Cuando Abel murió Metatrón lo convirtió en arcángel. ¿Qué tiene que ver ahora él
con esto?
—¿Qué arcángel?
—Mikael…
—Ahora encaja todo. Por eso yo estaba en esa cueva de Zevul…
—No sé de qué estás hablando ni me importa.
—¿No lo entiendes? No soy un elohim cualquiera, sino la reencarnación de Mikael.
—¡No! No puede ser. Zadquiel no me dijo eso...
—Lo siento, Caín.
—¡No!
Amara fue a incorporarse, pero Caín la rodeó con sus brazos para impedírselo. Los
granitos de arena corretearon por su espalda al incorporarse. Amara retiró un poco de
tierra reseca que se había quedado pegada en las mejillas del diablo.
—No me dejes solo, Amara. Te necesito.
—Lo haces sólo por eso, ¿no? Porque te soy útil.
La mirada que Caín le dedicó resultó indescriptible.
—¿Eso es lo que piensas de mí? Estaba dispuesto a morir ante ti. Siempre he deseado
la muerte. Estoy cansado de tanta maldición.
—Eso no es cierto. Tienes que salvarla primero a ella.
—¿Para que me abandone como has hecho tú? Ya la salvé una vez, ¿de qué sirvió?
—¿Y todo el tiempo que habéis pasado juntos?
—Yo no puedo hacerla feliz.
—Eres un idiota, Caín.
—Pero quiero ser un idiota feliz.
—Tú lo que eres es un idiota pervertido.
—No eres consciente de la forma en que me estabas acariciando, ¿verdad?
—Formaba parte de un complicado ritual para curarte —añadió sonrojada.
—Espera que me muero otra vez entonces. —Se recostó nuevamente sobre el arenoso
suelo mientras gritaba y gesticulaba que se moría.
—Acabo de descubrir algo muy importante y tú te lo tomas a jauja.
—Es que me niego a creer algo así. Eres demasiado diferente a él.
—Quizás eso es lo que quieres creer. Tu subconsciente se empeña en vernos
diferentes…
—Mi subconsciente se empeña en vernos desnudos a la luz de la luna, con tus pechos
embadurnados de tu sudor y mi pasión, y tus ojos anhelantes brillando de gozo, y tu
jadeante voz suplicándome que no me detenga...
—Mi subconsciente le dice al tuyo que se relaje y tome un poco el aire—le cortó—.
Como visionario desde luego que no sirves.
—El problema es tu conciencia, que es una reprimida.
—El problema es que eres un inconsciente.

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—¿Me vas a explicar de dónde has sacado la idea de que eres mi hermana?
Una imagen valía más que mil palabras por lo que la chica extendió la palma de su
mano y logró crear una pequeña y temblorosa llama azul. El semblante de Caín se había
tornado serio.
—Te odio. ¿No podías haber estado calladita? ¿Por qué tenías que decírmelo? Era
mucho más fácil creer que Mikael estaba desaparecido…
—Prometí que nunca más volvería a verte, así que…
—Y a mí me hiciste una promesa también y la has roto por lo que tus palabras han
perdido toda credibilidad.
—No me creas si no quieres. Gracias por todo.
La muchacha empezó a emitir una suave luz. Caín sabía que se estaba
desmaterializando por lo que se aferró aún más a ella, aunque realmente sabía que era
inútil.
—Dentro de dos días te espero aquí, a la misma hora —volvió a insistir Caín.
La chica desapareció envuelta en un halo de luz y plumas blanquísimas dejándole por
una vez confundido a él. En cuanto el poder del ángel desapareció su condenada piel
volvió a consumirse bajo el son de las ardientes llamas y su pelo ardió cual incienso
bajo el crepitante fuego. La estuvo esperando al cabo de dos días toda la noche, pero
ella nunca regresó, ni ésa ni ninguna de las noches posteriores, aunque él en ese
momento no pensó que sería capaz de abandonarle.

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