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Escuela Santa María de Iquique:

Centenario de una espantosa masacre obrera

Abel Samir
Círculo de Estocolmo

Segunda parte: Orígenes del conflicto salitrero de 1907

El salitre
La Pampa del Tamarugal o desierto del Tamarugal es sumamente extenso y queda ubicado entre la
Cordillera de la Costa y la precordillera de los Andes. Por el norte se extiende desde Arica (valle de
Lluta) y llega hasta más allá de Quillagua que es recorrida por el semisalado río Loa. En épocas
pasadas existían en mediana cantidad los tamarugos, un árbol alto (puede alcanzar a más de quince
metros de altura), relativamente frondoso, de ramas gruesas, espinudo y de raíces profundas, lo que
lo hace apto para su existencia en esa zona donde existen napas de agua subterránea. Varios ríos
que nacen en la Cordillera de los Andes desaparecen en el desierto, en verdad una parte importante
de sus aguas siguen hacia la costa sumergidas entre las rocas y a veces reaparecen en algunos
lugares. La existencia de esos árboles en esa región fue lo que le dio el apellido a ese desierto.
Durante la explotación salitrera casi fue extinguido porque era usado como leña por las empresas y
también por los pobladores. Hoy se está recuperando gracias a proyectos financiados por los
gobiernos chilenos desde 1965 y protegido de ser talado dentro, al menos, de la Reserva Nacional
Pampa del Tamarugal

El desierto del Tamarugal es rico en salitre (una mezcla de nitrato de potasio y nitrato de sodio).
Desde antiguo se utilizó al salitre como un componte de la pólvora y también como abono. Existe
casi a ras del suelo, a veces cubierto de una capa fina de polvo (chusca) o de tierra de unos cuarenta
a setenta centímetros de espesor. Después está el caliche que es una mezcla de salitre con otros
minerales y sales. Forma una capa dura de hasta 3,5 metros de espesor, tan dura como el cemento y
trabajarla con medios rústicos es casi imposible, de allí que los pampinos (mineros) utilizaban la
dinamita. Una vez extraído el caliche había que separar el salitre de los otros componentes y eso se
hacía, una vez triturado, vertiéndolo en grandes calderas de agua hirviendo llamadas cachuchos. Los
nitratos se diluyen con mayor facilidad en el agua hirviendo y luego era más sencillo separarlos de los
otros componentes que eran retirados y con ellos se formaban verdaderas tortas llamadas retortas
por los pampinos. Muchas de ellas son ricas en yodo y todavía contienen nitratos. El lugar en donde
estaban ubicadas las oficinas salitreras se puede ver gracias a las retortas que quedaron como un
monumento al inmenso y sufrido trabajo de los mineros.

La propiedad y la gente
En 1879 la provincia de Tarapacá era todavía parte del territorio del Perú. El salitre era explotado
hasta 1875 por compañías tanto de nacionales peruanos como extranjeros (peruanos 54%, chilenos
18%, ingleses 15%, alemanes 10,5%, italianos 6,3%, españoles 2,76%, bolivianos 0,17% y franceses
el 0,15%). A partir de ese año, el presidente del Perú Manuel Pardo expropió (nacionalizó) las
salitreras y entregó a sus dueños un certificado por el cual se acreditaba su antigua pertenencia y que
tenía la función de legalizar cobro de su antigua propiedad. Y ya en 1879, cuando estalló la Guerra
del Pacífico la totalidad de las salitreras estaban nacionalizadas. Se puede ver a través de las cifras
que los capitalistas chilenos tenían mayores pertenencias e intereses en las salitreras del Perú que
los capitalistas ingleses. Este un hecho que casi nunca se destaca en los análisis de las causas de la
guerra.

Producida la guerra, y dado que la suerte no favoreció al Perú en los campos de batalla, los dueños
de los certificados se apresuraron a deshacerse de ellos para no perderlo todo, ya que se temía que
el gobierno chileno no iba a reconocer la propiedad individual y que el salitre pasaría a poder del
Estado. Rumores de esto se corrían de tanto en tanto, haciendo que el valor de los certificados se
depreciaran hasta cantidades ínfimas. Después de las derrotas de San Juan y Miraflores el valor de
ellos bajó hasta un 11% de su valor nominal. Especuladores como el inglés North (quién era un
simple mecánico y pequeño empresario) en confabulación con el Banco de Valparaíso de propiedad
de la familia chilena Edwards, aprovecharon esta situación para comprar a precio de huevos una gran
cantidad de estacas del salitre. Muchos otros extranjeros obtuvieron capitales de la sucursal del
Banco de Valparaíso establecida en Iquique. La familia Edwards compró certificados y también el
socio de ellos Eduardo Délano.

Lo que se temía no llegó a suceder. Chile ya en propiedad de la región de acuerdo al tratado


impuesto al Perú al ser derrotado en la guerra, reconoció el derecho de los propietarios de los
certificados salitreros. Como por arte de magia, individuos muy ricos lo perdieron todo o casi todo y
aventureros y especuladores como North pasaron a ser los dueños de una enorme riqueza. Esta
actitud, aparentemente correcta del gobierno chileno fue nefasta para Chile. El superávit de la venta
del nitrato pasó a manos no sólo de particulares, también, y en gran escala, a manos de extranjeros
como North que pasó a ser llamado el “Rey del Salitre”. La pérdida del superávit y su inversión en el
desarrollo de Chile se perdió para siempre. Más tarde, el presidente Balmaceda trató de nacionalizar
el salitre, al menos según muchos historiadores esas habrían sido sus intenciones, pero la influencia
de los capitalistas del salitre era tan fuerte que volvió en Congreso contra Balmaceda y la Escuadra lo
apoyó siendo el origen de la llamada por unos guerra civil y otros contrarrevolución del 91 que terminó
con el lamentable suicidio de ese presidente nacionalista.

Así como la propiedad cambió de dueños, también hubo un enorme cambio en la fuerza de trabajo,
es decir en la población minera. Muchos bolivianos desertaron del Campo de la Alianza y se
transformaron en mineros del salitre. Trabajadores de origen chino llegaron a las salitreras desde el
sur del Perú. Ya desde mediados del siglo XIX una importante cantidad de ciudadanos chinos se
embarcó con destino a toda América, especialmente hacia USA y hacia algunos países
latinoamericanos como Panamá y Perú. Llegaron motivados por la búsqueda de trabajo que era
escaso en China cuya población rural había aumentado considerablemente y la pobreza era
generalizada. La derrota de los Taiping en China (más información sobre este hecho histórico hay en
el ensayo “Crepúsculo de los Dioses en la Revolución China”, www.abelsamir.com) y la represión que
siguió contra sus seguidores en 1864, provocó una emigración en masa de esos valientes luchadores
cuyo último núcleo fue exterminado al intentar pasar el río Tatú en el noroeste de China. Llegaban al
Perú habiendo firmado un contrato de trabajo; el viaje era de su costo y aunque los dueños del
contrato lo adelantasen, esos pobres trabajadores chinos quedaban endeudados durante un mínimo
de ocho años. Después el contratista vendía el contrato y el trabajador chino pasaba a depender de
otro y después otro, y así sucesivamente, transformándose en un verdadero esclavo, en un trabajador
sin libertad que se le destinaba a cualquier lugar y a los trabajos más indeseables que sólo los
realizaban los presos. Terminada la guerra muchos de ellos escaparon hacia Tarapacá y así lograron,
al menos, la libertad del contratista y del execrable contrato.

Hubo un goteo de chilenos porque también existió la deserción en las filas del ejército. Gente que
estaba cansada de la guerra y de la mortandad. Después de la guerra la mano de obra de origen
chileno se vio aumentada considerablemente debido a la desmovilización parcial del ejército y del
cual una parte considerable se quedó a vivir en la zona. En el periódico “La Industria” de Iquique se
informaba en 1885 que: “Actualmente la Pampa del Tamarugal es recorrida en distintas direcciones
por diversas caravanas de peones chilenos, muchos de éstos, ex-soldados de la guerra última” y más
adelante decía el periódico: “los victoriosos soldados de ayer, desvalidos gañanes ahora, cruzan los
arenales cubiertos de harapos, bajo un sol abrasador, sedientos, solicitando humildemente trabajo
para no morir”. Asimismo, llegó gente de Argentina, de otras regiones de Chile, peruanos que fueron
desmovilizados y hasta europeos en busca de trabajo y de aventuras. Entre ellos muchos españoles
e italianos anarquistas. Constituyó, por cierto, una masa abigarrada que al término de la guerra se
unió por los intereses comunes de la clase trabajadora.

A pesar de toda esta mano de obra solicitando trabajo, casi siempre subsistió la falta de fuerza de
trabajo y los empresarios traían desde el norte chico y de la zona central muchos trabajadores que
buscaban otros horizontes por la falta de trabajo o por los bajos salarios. Se les engatusaba con
cuentos que no correspondía a la realidad. Se les desinformaba realmente, se les mentía acerca de
las condiciones de trabajo, de los “altos salarios”, de la posibilidad de vivienda y otros embustes para
convencerlos al enganche. Los enganchadores montaban un enorme show en los poblados y
ciudades en donde se enganchaba gente. Llegaban vestidos con mucho lujo y haciendo gala de
poseer abundantes joyas para enceguecer a la gente sencilla. Incluso este enganche se hizo antes de
la guerra y por cierto la cantidad de trabajadores chilenos tanto en Antofagasta como en Tarapacá era
alta. Después de ocurrida la gran huelga que culminó con la masacre obrera de la Santa María, los
enganchadores llevaron a la zona de Tarapacá a 5.000 enganchados procedentes del centro y hasta
del sur de Chile como también desde el Perú para reponer a los muertos y a los que desilusionados
habían regresado a los lugares de donde eran originarios. En el periódico obrero de Taltal “La Voz del
Obrero” del 28-I-1905 se puede leer el siguiente párrafo del relato de un enganchado: “¿Cuántos de
nosotros que por medio del engaño de que hemos sido víctimas no hemos abandonado hogares,
madres, esposas y todo lo más sagrado, con el fin de venir a prosperar algo con nuestros sacrificios?
Hay más, ¿cuántos pobres con familias se nos ha traído engañados como antes hemos dicho y
diremos mil veces? Ahora bien, llegamos a la Oficina donde se nos lleva, nos meten tres y cuatro
familias en un cuartucho que sólo se puede soportar el calor y las fatigas teniendo las puertas
abiertas de par en par, durmiendo unos sobre otros. Los solteros, quince y veinte en una casillita que
tiene tres piecesitas que no son más grandes que la de los casados” (El Movimiento Obrero en Chile,
Fernando Ortiz L., pagina 73).

Sin embargo, no siempre hubo en las salitreras escasez de mano de fuerza de trabajo. Hubo épocas
en que se necesitaron menos trabajadores y se paralizó periódicamente las oficinas y los trabajadores
parados tenían que abandonar las oficinas y dirigirse con sus familias a los puertos en donde vivían
de la mendicidad. Entre 1884 y 1885 hubo un gran paro en las salitreras y por las calles de Iquique se
vieron muchos pampinos que no tenían domicilio y que vivían en las afueras de la ciudad en chozas
provisorias hechas de latas y sacos. Eran miles de parados que no tenían nada para el sustento
diario. Tampoco alguna ayuda estatal. El Estado chileno se hacía a un lado ante este grave problema
y ni que decir de los empleadores, los capitalistas salitreros. Ellos nunca aportaron con algún tipo de
ayuda, ni pagaban algún tipo de desahucio. La gran crisis que se produjo el 98 fue de tal dimensión
que el gobierno tuvo que ayudar a trasladar a los chilenos cesantes al sur del país en algunos
transportes de la Armada. Pero eso se debió más que nada ante el temor de la burguesía de los
puertos del norte por la existencia de tanto obrero cesante en ellos. Temían la ira de la clase
trabajadora que no llegó a producirse porque ésta estaba alienada y domesticada por el sistema. La
clase obrera creía en las instituciones estatales y en los gobiernos y no entendía que éstos eran
meros administradores de la clase que estaba en el poder real de la sociedad chilena: la burguesía
criolla. En cuanto a los parados, desde luego, a quiénes se despedía primero era a aquellos mineros
que tenían un espíritu mayor de lucha, a aquellos que a veces demostraban su rebeldía protestando
de los abusos.

Vida y condiciones de trabajo


Primero que nada hay que situarse en el lugar. Para muchos que sólo conocen el desierto por medio
de fotos, relatos o películas, les resultará difícil comprender esa existencia humana en un medio tan
adverso. La pampa es un lugar de temperaturas extremas. Un calor insoportable durante el día y un
frío que cala los huesos en la noche. Se requiere entonces la existencia de agua para soportar el día
de trabajo y buena indumentaria. Requiere de casas que aisle el la temperatura del exterior. Nada de
eso existió ni siquiera muchos años después de esos horribles sucesos. Al principio, los mineros
vivían peor que los animales, en casuchas a medio construir de desechos y basuras. Sin agua
potable ni para la bebida. Ni que pensar en casas relativamente decentes. Por allá por los años
cincuenta viví en la oficina María Elena varios meses en casa de mi tío Sinecio Angulo y mi tía,
hermana de mi madre, Angelita Torres. Ambos eran simpatizantes del partido comunista, pero no eran
activos dentro del partido hasta donde yo conozco. Mi tío era un mecánico de la Casa de Fuerza ―la
instalación encargada de entregar electricidad a la oficina―. Por cierto, un excelente mecánico, ya
que estando pensionado y viviendo en Santiago la empresa salitrera le rogó que volviese a la oficina y
se hiciese cargo de esas enormes máquinas diessel, que parecían tener una cierta afinidad con mi
tío, por uno o dos años más. Su casa en María Elena era una construcción de latas de zinc, con piso
de tierra y ningún aislamiento. El frío penetraba en la noche calando hasta los huesos y hacía difícil
conciliar el sueño; y en el día no se podía permanecer adentro porque era como estar dentro de una
caldera. Aunque ya en esa época las casas contaban con agua corriente. ¡Imaginémonos como habrá
sido las casuchas de aquellos obreros masacrados en 1907! O sea, cuarenta años antes de mi
estadía en María Elena.
El trabajo en las calicheras empezaba apenas la luz de la madrugada empezaba a alumbrar. Durante
el mediodía el calor era tan insoportable que el rendimiento tendía a disminuir. En la Pampa ha habido
días en que la temperatura ha llegado a 45 grados centígrados o más. No todo el mundo puede
soportar ese calor. Y si pensamos que por allí no hay ningún tipo de forestación, a no ser algún
tamarugo, el medio no ofrece protección frente al esplendoroso, caluroso y brillante sol. El trabajo
continuaba hasta que desaparecía la luz, en jornadas de 12 a 14 horas. No había día de descanso, se
trabajaba de lunes a domingo inclusive. Los accidentes si bien es cierto no eran frecuentes existían y
no había algún tipo de ayuda por parte de las empresas. No existía ningún tipo de seguridad, ni
hospitales donde poder llevar los accidentados y ser atendidos. Existía un grupo de médicos (20 o
menos) que asistían a 65.000 personas que vivían en la Pampa. No eran financiados por las
compañías sino por los obreros a los que se les descontaba un peso mensual para pagar los
honorarios de esos médicos. Cada uno de ellos concurría dos veces a la semana a una oficina y
algunas horas, en donde atendían a decenas de enfermos. Los casos de urgencia sólo podían
tratarse en hospitales y eso obligaba al traslado a las ciudades en el tren calichero o en carretones
―si es que estaban en condiciones de pagar―, con la consiguiente demora y a veces la carencia de
medios se los impedía. Muchos quedaban abandonados a su propia suerte. Los peores accidentes se
producían en los cachuchos. Un mal paso y un hombre podía caer al agua hirviendo y perecer
después de horribles sufrimientos sin posibilidad de una mínima atención médica. Se hablaba mucho
de poner rejas a los cachuchos y hasta el gobierno dispuso que eso debiera hacerse, pero en esa
época no tuvo ningún efecto. Otros accidentes comunes eran los producidos por los tiros de dinamitas
que lanzaban pedruscos de caliche sobre los mineros como si se tratase de proyectiles.

La justicia de clase y las organizaciones obreras

En donde más se pudo apreciar la justicia clasista fue en la Pampa. Tanto la policía como los jueces
eran empleados de la compañía. Los obreros habían protestado en muchas ocasiones sobre este
hecho que era algo inaudito en un país que se llamase una república. Como cualesquiera pueden
comprender, los abusos de la compañía hacia los obreros eran frecuentes y con ello los malos tratos.

Como una forma de autoprotegerse los obreros se organizaron en sociedades mutualistas cuya
finalidad era la ayuda económica a los miembros en estado de necesidad. Los obreros de la época
anterior a la masacre de la Santa María no entendían de lucha de clases y pensaban que era una
obligación de ellos colaborar con el gobierno que lo veían de carácter neutral. Aún así, apenas
empezaron los obreros a cohesionarse en las mutuales esto creó el pánico entre los industriales y
también en el gobierno y fue tan sórdida y descarada la acción de estos últimos que llegó a ordenar la
disolución de la primera mutual, aun cuando ésta tenía sólo la característica de una asociación de
socorros mutuos y no de una organización política. Las mutuales tuvieron su tiempo y se demostraron
ineficaces a la hora de las grandes confrontaciones entre el capital y el trabajo.

Bajo estas condiciones es que surgen las “Sociedades de Resistencia” dirigidas por los anarquistas.
Desde luego que no eran asociaciones con un carácter puramente sindical. Iban más allá, pero eran
pequeñas y no muy conocidas hasta que ocurrieron los hechos de la Santa María. ¿De dónde
surgieron ellas? Hasta aquí en ningún libro de historia se encuentra alguna descripción acerca de su
orgánica y acerca de sus principios o estatutos. Una cuestión muy interesante que ignoramos. Sólo
consta que estas organizaciones anarquistas estaban diseminadas a lo largo de la Pampa y también
tenían cierta influencia en los gremios de los puertos: Iquique, Tocopilla y Antofagasta. En el periódico
de Taltal “La Voz del Obrero” de la edición del 18-11-1902 hay un párrafo muy interesante que dice:
“todas estas vivencias arbitrarias, fiel engendro de la soberbia capitalista, tendrán su término el día en
que nos unamos en grandes sociedades de resistencia, que son hoy por hoy los únicos baluartes
que debemos oponer a la explotación burguesa”.

Posteriormente surgieron organizaciones como las mancomunales obreras como la que existió en
Iquique. Pero aun cuando era una organización compuesta por obreros, sus objetivos eran solamente
económicos, tradeunionistas y no realmente revolucionarios como algunos escritores de marcada
tendencia reformista quieren hacer aparecer. No perseguían el socialismo, sino mejorar su situación
dentro del sistema, cuestión que no puede criticárseles ya que la lucha por el socialismo, sin la
propiedad privada de los medios de producción y con relaciones sociales de producción socialistas
estaba muy lejos debido a la alienación general y a la fuerte influencia ideológica de la burguesía y de
la iglesia sobre las masas chilenas. En el desarrollo de las mancomunales y en la búsqueda de un
partido de la clase obrera se destacó por sobre todos los líderes de la época Luis Emilio Recabarren,
que durante los sucesos de la Santa María se encontraba participando en un congreso obrero en
Argentina.

Sería un error considerar que las mancomunales no tuvieron ninguna influencia en la huelga de 1907.
Ellas se fueron organizando a lo largo de todo Chile y además se unieron en lo que se llamó “La
Combinación Mancomunal de Obreros” que llegó a contar en esa época con más de 15.000 afiliados.
No era un número bajo si consideramos que la población de Chile era pequeña comparada con la de
hoy y que el capitalismo no estaba todavía tan desarrollado. En el norte publicaban varios periódicos
que denunciaban la situación catastrófica de la clase obrera. Entre ellos cabe destacar de sur a norte:
“La Libertad Social” de Antofagasta, “El Proletario” de Tocopilla, “El Defensor” de Taltal y “EL Trabajo”
de Iquique. Se podría asegurar que las mancomunales ya claramente de la clase obrera fueron la
base inicial, el primer peldaño, que marcó el comienzo de la búsqueda y después la edificación que
culminó con los partidos socialista y comunista chilenos de tiempos de la Unidad Popular. Ahora bien,
la derrota de los obreros en Iquique trajo como consecuencia el descenso definitivo de la actividad
mancomunal para terminar desapareciendo un decenio después.

El salario
Aparentemente los pampinos recibían salarios más altos que el resto de los trabajadores de todo
Chile. Pero eso sólo era aparente. El costo de vida en las oficinas salitreras era el más alto de todo
Chile. Las empresas eran las dueñas de las pulperías en donde se vendía desde comestibles hasta
ropa. Por supuesto que los precios eran altos comparados con los precios de los negocios de Iquique.
Además la desvalorización de la moneda y el mantenimiento de los salarios al mismo nivel, tuvo como
consecuencia la pérdida del poder adquisitivo. Tampoco estaba permitida la existencia de otros
negocios o de vendedores ambulantes en las oficinas. Si se les encontraba la policía los apresaba y
eran sometidos a malos tratos y luego eran echados sin contemplaciones. Estas pulperías retiraban
en parte la ganancia neta de los trabajadores. Además estaba el abuso del pago en fichas emitidas
por la empresa en vez del dinero legal. Cada oficina tenía sus propias fichas y no eran trasferibles de
una oficina a otra. Sólo se podía adquirir mercaderías en la pulpería respectiva. Ahorrarlas tampoco
era un negocio porque al cambiarlas en la administración perdían hasta un 30% del valor como
descuento. Este tipo de fraude y abuso había sido denunciado en repetidas ocasiones y se había
dictado una ley prohibiendo su uso, pero en esta práctica criminal siguió a pesar de la ley mucho
tiempo después de la masacre. El terminar con este abuso fue una de las razones también que
impulsó a los mineros a la huelga de 1907.

Otra forma de abuso era el de la no aceptación del caliche que traían los mineros por considerarse de
baja calidad. En la práctica era como si la compañía comprase la carretada a trabajadores
particulares. En verdad, era una forma de superexplotación. A veces, los mineros tenían que tirar toda
la carreta y volver a buscar mineral. La compañía por intermedio de los capataces esperaba que
éstos desapareciesen de la vista para recoger y utilizar el caliche “de baja calidad”. También se les
retiraba del sueldo el importe por el arriendo de las herramientas utilizadas en la extracción del
caliche.

La huelga
¿Quiénes fueron los organizadores de la huelga del salitre de 1907? Es una pregunta un tanto difícil
de responder. Hay que entender que en aquella época no existía ni un solo partido que representase
verdaderamente los intereses de la clase obrera, menos la existencia de un partido revolucionario que
tuviese como objetivo la conquista del poder y transformar la sociedad desde sus mismas bases. Las
informaciones sobre el comienzo de la huelga son pocas y están diseminadas en muchos y diferentes
periódicos que escribían sobre los sucesos sin estar participando en el lugar mismo

Lo que sí podemos constatar era la existencia y la influencia de los anarquistas en no sólo la Pampa,
también en las ciudades en donde agitaban mediante publicaciones que iban dirigidas a la clase
proletaria. Uno de los agitadores anarquistas más activos era si lugar a dudas el español José L. Olea
que escribía en muchos diarios de los anarquistas y que participó en la huelga como delegado ante el
comité de huelga por parte de los obreros portuarios y panificadores de Iquique.

La mayoría de los anarquistas destacados como agitadores en la Pampa provenían de Europa y de


Argentina. También había anarquistas chilenos y peruanos que más tarde serían hombres destacados
como el joven Julio Rebosio, que fue un excelente y dinámico orador popular y que fundó junto a
otros compañeros anarquistas el periódico “Verba Roja”, destruido por las llamadas fuerzas del orden,
los servidores incondicionales del sistema capitalista.

También es importante destacar que la huelga de 1907 fue la más importante del norte, pero no la
única. Con anterioridad en ese mismo mes se habían producido las huelgas de los portuarios de
Iquique por un aumento salarial; la huelga del ferrocarril salitrero en manos de una empresa inglesa;
los lancheros y cargadores del puerto de Iquique se habían declarado en huelga unos días antes del
inicio de la huelga salitrera y la huelga de los trabajadores encargados de retirar las aguas servidas
de Iquique.

Todos estos conflictos sumados a la efervescencia de la clase obrera del salitre por todas las razones
ya expresadas y, probablemente, informados de lo que sucedía en otros gremios y en los puertos
sirvieron para afirmar la necesidad de unir las luchas y aprovecharlas para su propio beneficio. Lo
más probable es que al comienzo los mineros de algunas oficinas se adelantaron a iniciar la huelga
por su cuenta ya que antes del 13 se encontraba en huelga la oficina San Lorenzo, después se le
sumaron como 8 oficinas más, las de “Cantón Alto” y “San Antonio”. Después, el 14 de diciembre se
les sumó la oficina Santa Lucía. Lo más probable que a partir del 14 o 15 se organizara el Comité de
Huelga para elaborar un petitorio conjunto y dirigido a las empresas y con copia al gobierno.

De la nómina de delegados al Comité de Huelga se puede deducir, al menos, qué oficinas estaban ya
participando de la huelga y ellas habrían sido: San Lorenzo, Santa Lucía, San Agustín, Esmeralda,
Santa Ana, Cataluña, Argentina, Perú, San Pedro, San Enrique, Cholita, Sebastopol, San Pablo,
Cóndor, Pirineos, Pozo al Monte, Buen Retiro, Carmen Bajo, San Pedro, más otras que no tenían
representantes en el comité y que se sumaron también, entre ellas: Agua Santa, Rosario de Huara,
Puntunchara, Rosita Josefina, Progreso, y Amelia.

El Comité entregó a los salitreros sus peticiones para poner término a la huelga, las cuales no fueron
aceptadas. En el petitorio se exigía un pequeño aumento de sueldo debido a la desvalorización del
peso chileno respecto a la libra inglesa que había bajado de 16 peniques a 8 peniques; solucionar el
problema de los cachuchos; el de las fichas; y el derecho a comerciantes particulares a ingresar a las
oficinas. Las peticiones eran bastante tímidas, sin embargo no hubo ninguna intención de parte de los
empresarios que contaban con el apoyo del gobierno del presidente Pedro Montt.

El día 15 de diciembre se concentra una multitud de obreros para marchar a Iquique. Ya desde el 13
de diciembre algunos centenares de mineros se hallaban en el puerto y habían sido recibidos por la
policía y obligados a concentrarse en el hipódromo. Esta multitud marchó a pie en medio del desierto
hasta Negreiros en donde se juntaron con los huelguistas de otras oficinas para tomar el tren
calichero, pero por orden del gobierno se había inutilizado la vía férrea y se había prohibido la salida
de trenes desde Iquique para impedir que los obreros llegasen en masa al puerto en al cual de todas
maneras seguían llegando los pampinos. Es así como cerca de 5.000 huelguistas quedaron en Pozo
Almonte y hay constancia de otros grupos más o menos numerosos en ciertos lugares de
concentración que quedaron a la espera de trenes que no llegaron. Sin embargo, estas medidas del
gobierno no pudieron impedir la marcha de los trabajadores, su espíritu de lucha era más fuerte que
las medidas adoptadas por orden del presidente Montt. En algunos lugares como en las oficinas de
Lagunas los pampinos protegieron el tren y las vías y así una columna de 1.500 hombres (y mujeres)
pudieron llegar a Iquique embarcados en los trenes. También algo parecido ocurrió en San Donato, en
Caleta Buena, en Pisagua y en Agua Santa.

Como se puede apreciar había ya una dirección y organización de la huelga. El hecho de que se
hubiese fijado lugares de concentración para marchar ordenadamente lo indica. No fue entonces un
movimiento puramente espontáneo, pudo haberlo sido al comienzo, pero ya a partir del 14 la situación
era de un movimiento organizado y dirigido por el Comité de Huelga a cuya cabeza se encontraba el
obrero José Briggs.

El día 17 de diciembre el movimiento se había ampliado con la paralización de las oficinas de la parte
norte, entre ellas: Mapocho, San Donato, Santiago, Constancia Ramírez, Santa Rosa de Huara,
Puntilla y los trabajadores y operarios de ocho oficinas del Cantón de Huara.
Los que no pudieron tomar trenes marcharon a pie durante el atardecer y parte de la noche para
evitar el extremo calor del día. Había en ellos mucho coraje y decisión por el convencimiento de que
su movimiento era el resultado de la explotación, del abuso y de la injusticia por parte de los
capitalistas. Su lucha estaba respaldada no sólo por el resto de la clase trabajadora, también de
muchos intelectuales y, por sobre todo, de la propia conciencia. Hubo un cierto grado de conciencia
de clase y contribuyó a desarrollarla el contraste entre los patrones y los trabajadores. Mientras unos
vivían bien y gozaban de muchas prebendas y medios materiales, los obreros vivían una vida infeliz y
llena de privaciones y sacrificios.

¿Por qué falló la huelga? Creo que lo fundamental era la posición del gobierno de no apoyar a los
trabajadores, no importaba la justicia o la injusticia. Estaban de parte de los empresarios y nada más.
La acción armada, la represión ejercida contra los trabajadores en la Santa María si bien es cierto fue
ordenada en Iquique por el general Silva Renard, no hay duda que era la orden que el general y el
intendente recibieron del gobierno, es decir, del propio presidente Montt. Se podría decir que los
huelguistas no tenían ninguna probabilidad de triunfar, menos con los métodos pacíficos que
emplearon y con la indefensión frente a fuerzas militares numerosas y bien armadas. Es muy
probable que los organizadores de la huelga no creyesen que serían masacrados como lo fueron,
probablemente se creían a salvo por el gran número de huelguistas y porque no pudieron ver en el
gobierno su verdadera esencia: la de ser servidores de la clase capitalista de aquella época.

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