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LA VIDA INÚTIL DE PITO PÉREZ

JOSÉ RUBÉN ROMERO


Fragmento

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"Una vez, al calor de las copas, que era el clima más propicio para Pito Pérez, se
organizó una timba, y Pito, por no dejar de beber de gorra, quedóse en ella como
un simple mirón de la partida. Pero algún chivato dio el soplo a la policía, que
se presentó de improviso y cargó con todos y con todo, como suele suceder,
inclusive con Pito Pérez, a quien importábale un remoquete igual al suyo el ir a
la cárcel.

Al llegar su turno, el Prefecto interrogó a Pito Pérez:

- Diga usted la verdad. ¿En aquel garito jugaban con naipes marcados?

- No sé que estarían jugando los otros: yo jugaba a las escondidas.

- ¿Y de quién se escondía usted, señor Pérez?

- De usted, señor Prefecto, a quien no tenía el gusto de conocer, porque no me


place la amistad con las autoridades, ni del ramo civil ni del eclesiástico. Todos
ofrecen castigarme en esta y en la otra vida y ninguna me brinda un pedazo de pan.

- No diga chirigotas. Usted y sus socios jugaban con barajas marcadas. Confiese, y
pronto...

- ¡Pero si aún no llega la Cuaresma!

El Prefecto, iracundo, olvidándose -por un momento nada más- de que las leyes
prohiben en nuestro país las torturas corporales, ordenó a uno de los gendarmes
que aplicara a Pito Pérez media docena de palos, pero al primero que recibió en la
espalda, levantó una mano pidiendo tregua, y dijo al Prefecto:

- Un momento yo no soy burro para que me hagan caminar a palos. Estoy dispuesto a
decir lo que he visto y todo lo que sé, pero confidencialmente. Que me perdone
Dios si cometo una felonía con mis compañeros y si al descubrir su grave secreto
les hago un gran perjuicio.

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- Señor Prefecto, usted sabe cómo son de misteriosos los tahures. Misteriosos y...
lo demás, como los ratones, pero yo, por respeto a la autoridad, no lo digo.

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- Eran cinco alrededor de la mesa. Yo lo conté y ví cómo se miraban las manos y


cómo ninguno perdía de vista al que barajaba. Y todo en el más absoluto silencio.
El que tenía la baraja la fue repartiendo con los dibujos bocabajo. Fíjese usted
en el detalle. Cada quien recogía sus cartas, las juntaba, las apretaba y les
miraba las puntitas, los filos nada más, como si temieran que las figuras se
escaparan. Yo, detrás de ellos, por más atención que ponía, no alcanzaba a ver
nada. Pero, espere usted que recuerde, señor Prefecto. Sí ¡ya está! Cuando se
descuidaban, yo veía unas cabezas con corona que decían que eran reyes, y los
cascos de unos animales que aseguraban que eran caballos. Los jugadores
pronunciaban una palabra cabalística, incomprensible para mí, que yo creo que era
la seña a que usted se refiere. Decían: paso, paso, y tiraban las barajas en medio
de la mesa. Después, volvían a comenzar, porque los amigos de Birján son muy
misteriosos, como los ratones...

- Llévense de aquí a este imbécil -gritó el Prefecto sin poder contenerse.

- Gracias, señor -exclamó Pito Pérez, haciendo zalemas-. Usted me ha comprendido,


y usted, además, me quiere. Estoy seguro de ello, porque mi familia también me
llama imbécil y afirma que me quiere mucho. Espero que mis informaciones le hayan
sido útiles, pero, por sus hijos, no diga a mis compañeros, que los he
traicionado.

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