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HIPERIN 1.

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Pero t brillas todava, sol del cielo! T verdeas an, sagrada tierra! Todava van los ros a dar en la mar y los rboles umbrosos susurran al medioda. El placentero canto de la primavera acuna mis mortales pensamientos. La plenitud del mundo infinitamente vivo nutre y sacia con embriaguez mi indigente ser. Feliz naturaleza! No s lo que me pasa cuando alzo los ojos ante tu belleza, pero en las lgrimas que lloro ante ti, la bienamada de las bienamadas, hay toda la alegra del cielo. Todo mi ser calla y escucha cuando las dulces ondas del aire juegan en torno de mi pecho. Perdido en el inmenso azul, levanto a menudo los ojos al ter y los inclino hacia el sagrado mar, y es como si un espritu familiar me abriera los brazos, como si se disolviera el dolor de la soledad en la vida de la divinidad. Ser uno con todo, sa es la vida de la divinidad, se es el cielo del hombre. Ser uno con todo lo viviente, volver, en un feliz olvido de s mismo, al todo de la naturaleza, sta es la cima de los pensamientos y alegras, sta es la sagrada cumbre de la montaa, el lugar del reposo eterno donde el medioda pierde su calor sofocante y el trueno su voz, y el hirviente mar se asemeja a los trigales ondulantes. Ser uno con todo lo viviente! Con esta consigna, la virtud abandona su airada armadura y el espritu del hombre su cetro, y todos los pensamientos desaparecen ante la imagen del mundo eternamente uno, como las reglas del artista esforzado ante su Urania, y el frreo destino abdica de su soberana, y la muerte desaparece de la alianza de los seres, y lo imposible de la separacin y la juventud eterna dan felicidad y embellecen al mundo.

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