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F. HOLDERLIN

al sol del amanecer y extiende sus cortos brazos hacia el cielo infinito. Cuntas vueltas di por las montaas y a la orilla del mar! Cuntas veces me sent con corazn palpitante en las alturas de Tina y contempl los halcones y las grullas, y las naves frgiles y alegres cuando desaparecan hundindose en el horizonte! Por all abajo, pensaba, por all abajo peregrinars t tambin alguna vez!, y aquello era para m como cuando alguien, desfallecido, se sumerge en un bao helado y se salpica sobre la frente el agua espumosa. Entonces regresaba a mi casa suspirando; si al menos hubieran pasado ya los aos de aprendizaje!, pensaba a menudo. Qu inocente! Todava faltaba mucho para que pasaran! Qu cerca piensa el hombre en su juventud que est la meta! Esta es la ms bella de todas las ilusiones con que la naturaleza ayuda a la debilidad de nuestro ser. , Y a menudo, cuando yaca tendido entre las flores y tomaba el sol en la tierna luz de la primavera, y miraba hacia arriba, al azul sereno que envolva la tierra clida, cuando me sentaba bajo los olmos y los sauces, en el seno del monte, tras una lluvia refrescante, cuando las ramas se estremecan an de sus contactos con el cielo y sobre el bosque empapado corran nubes doradas, o cuando el lucero vespertino, lleno de espritu de paz, se alzaba junto con los antiguos adolescentes, los restantes hroes del cielo, y yo vea as cmo la vida segua agitndose en ellos en eterno orden sin esfuerzo a travs del ter, y la calma del mundo me abrazaba y alegraba de tal forma que prestaba atencin y escuchaba sin saber qu me suceda... Me amas, buen padre

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