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La herencia decimonónica

No se puede hacer un análisis de la historiografía en el siglo XX, sin recordar a


los historiadores decimonónicos y sus logros, fundamentalmente por dos
razones. La primera, la larga tradición que sus fundamentos teóricos y sus
prácticas tuvieron hasta bien entrado el siglo. La segunda, la existencia de
fuertes críticas a estos fundamentos por las escuelas dominantes desde los
años 50.
Durante el siglo XIX, se realizó la fundamentación de la disciplina histórica en
su estado actual, lo que supuso un hecho trascendental: el abandono de la
concepción de la historia como una crónica de los hechos del pasado,
conocidos mediante los testimonios transmitidos a través de generaciones y el
inicio de la actividad investigadora basado en un conjunto de prácticas
metodológicas.
De la crónica se pasaba al significado prístino de historia: investigación, se
realizaba además aplicando una metodología que tenía la explícita voluntad de
ligar la práctica historiográfica a la ciencia.
Más allá de las profundas diferencias entre la historiografía positivista y del
historicismo alemán, lo más significativo fue el hecho de que todos
desaprobaron los esfuerzos para historiar el pasado reciente, por no decir nada
de buscar una interpretación historiográfica a su coetáneo presente. Si bien
alguno escribió sobre temas contemporáneos, lo cierto es que la práctica
conllevó la costumbre de que los historiadores hablaran como tales, sobre la
historia del pasado y como ensayistas – publicistas de los hechos presentes.
La historia devenida en ciencia, pasó a ser estudiada por profesionales, que a
su vez se fueron reuniendo en universidades y centros de investigación. Una
de las consecuencias de esta profesionalización fue su creciente
ideologización.
Fueron estas transformaciones las que ejercieron mayor influencia en la
disciplina histórica a lo largo del siglo XX, conformando el activo más
destacado de la herencia decimonónica.
Corrientes de las ideas en el siglo XX.
Durante la primera mitad del siglo XIX, la moda se centraba en el espiritualismo
y en elidealismo. En la segunda mitad, al espiritualismo sucedío el
materialismo, o al menos el determinismo, y a la metafísica el método positivo.

En el siglo XX se produce un retorno a la metafísica, a la afirmacion de una


libertad creadora para el espiritu. En Francia, este retorno está vinculado al
nombre de Henri Bergson (1859-1941). Algunos de sus libros fueron: Ensayo
sobre los datos inmediatos de la conciencia, La evolucion creadora. Estas
tenian ideas filosoficas. Estas no podian dejar de ejercer una influencia sobre
los historiadores.

1.- El determinismo geográfico de Lucien Febvre


A este respecto, el resultado esencial de la revolución bergsonia ha consistido
en separar el determinismo de las condiciones geográficas e históricas y en
devolver al espiritu la libertad plena de acción, la capacidad, ante las
condiciones goegráficas e históricas que se presenten ante él, de utilizar las
que convienen y dejar de lado las demás. Esta manera de ver aparece en el
libro que Lucien Febvre ha escrito sobre La tierra y la evolucion humana en la
colección “La evolucion de la humanidad”, dirigida por Henri Berr. La idea sobre
la que ha insistido rapidamente es, precisamente, que las consiciones
geograficas no son determinantes; que son unicamente posibilidades, entre las
cuales el hombre elige. Ya con anterioridad a el, Vidal de la Blache habia
abogado a favor de la causa del “posibilismo”.

Anteriormente a Febvre y Vidal, los geógrafos tenían la costumbre demasiado


frecuente de hacernos ver que los hombres fijaban su habitat allí donde hay
agua; la presencia del agua les parecia determinante. Pues no lo es, dice L.
Febvre. Los hombre pueden perfectamente apartarse del agua si hay otra
consideración que interviene: por ejemplo, irán a instalarse lejos de un río, para
evitar sus desbordamientos; o en una meseta, por que allí tienen sus campos y
quieren estar cerca de ellos. En este caso cavarán pozos profundos para
encontrar agua a costa de un trabajo extraordinario, en tanto que abajo, en el
valle, no tendrían más que recogerla; o bien se instalarán en lugares elevados
por que las circunstancias hist´ricas harán que los prefieran con el objeto o con
el fin de defenderse con más facilidad. A mi juicio, de todas estas
consideraciones no se puede sacar ninguna conclusión metafísica a favor o en
contra del libre arbitrio. Ellas no nos apartan del método positivo. Pero a mí me
parecen atinadas en la medida en que, con una gran oportunidad, han dirigido
la atención de los historiadores, o de los sociologos, o de los goegrafos sobre
el hecho de que los motivos que se presentan al espíritu humano son
complejos. Razón de más para estar en guardia contra las generalizaciones
precipitadas.

2. La mente humana no es un simple aparato


registrador.
Otra preocupación que quizá provenga también, en cierta medida, de la
revolución bergsoniana, es la que Marc Bloch ha definido siempre y que
consiste en lo siguiente: las fuerzas a las que acabo de referirme nunca actuán
en la historia si no es por mediación de la mente de los hombres. Cuando se
lee a Tiane, por ejemplo, o a los psicólogos, sensualistas del siglo XVIII, se
tiene la impresión de que las fuerzas geógraficas e históricas actúan sobre la
historia por sí mismas, y que la mente humana no es más que una especie de
aparato que permite al orden de la naturaleza transferirse automáticamente a la
historia. Por supuesto, ¡no sucede así en absoluto! Lo he dicho y lo repito: la
mente humana es una fuerza y ejerce en el mundo una acción que le es propia.
Los deterministas de la segunda mitad del siglo reprochado por Marx el haber
hecho de la mente humana un simple aparato registrador.

Cuando se produce un suceso histórico, se convierte en causa a través de la


propia forma en que los hombres se lo imaginan. Por consiguiente, si es
importante para el historiador saber cómo se han producido efectivamente las
cosas, no lo es menos el saber cómo se han imaginado esos hechos los
hombres que vivian en esa época o un pocoo un poco más tarde; y sucede a
menudo que nos los habían representado de una forma que coincide con la
que nos parece ser la verdadera. Ahora bien, frecuentemente los historiadores
se han asignado la primera finalidad descuidando la segunda, o si se han fijado
en ella ha sido unicamente para extasiarse por lo absurdo de la concepción que
habián tenido de un acontecimiento sus contemporaneos. Sin embargo, si los
hombres han reacciondo, ha sido según esa concepción, y, por consiguiente,
ella ha sido la causa de los acontecimientos que la han sucedido. Para
comprender éstos, interesa conocer todas las razones que les han hecho
seguir.

3. La ciencia en movimiento.
Hay otro hecho que ha ejercido una influencia en el mismo sentido: la
transformación de las ideas científicas propiamente dichas. Ya a finales del
siglo XIX, el gran matemático Henri Poincaré (1854-1912) escribió un libro, la
ciencia y la hipótesis, en lo que indicaba que en lo que se denominan leyes
científicas son, en realidad de un valor relativo, y que no podemos atribuirles,
como hacia Descartes, un valor absoluto; que, por ejemplo, las geometrías no
euclidianas –basadas en el postulado de que por un mismo punto pueden
pasar varias paralelas a una recta dada, y no solo una –son tan validas como la
geometría euclidiana: y que, si hemos adoptado esta ultima, es por que
proporciona resultados mas satisfactorios o mas cómodos a escala de las
magnitudes entre las que se mueve el hombre.

De ellos resulta que incluso las verdades matematicas, toman el aspecto de


verdades relativas.

4. El prestigio de Benedetto Croce.


En Italia, la repulsa hacia el conocimiento exclusivamente positivo, junto con el
retorno a la metafísica, están vinculados al hombre prestigioso de Benedetto
Cruce, a la vez filosofo, critico literario y critico de arte. Como historiador
tenemos de él por ejemplo, investigaciones críticas sobre la revolución
napolitana de 1799 y una historia de Italia 1871 a 1915, donde se manifiesta a
la vez como un erudito y como un brillante historiador de síntesis.

B. Croce experimentó primeramente la influencia del marxismo, introducido en


Italia por Labriola, pero no tardo en alejarse de él para pasar al idealismo
filosófico y, por mucho que niegue ser hegeliano, la influencia de la filosofía
alemana es en él muy visible. En Croce, liberal y democrata, el retorno a la
metafísica no hace sino expresar eñ deseo imperioso del espiritu por confirmar
racionalmente la esperanza en el provenir del hombre y la eficacia de la acción.
“Si la historia es racionalidad, evidantemente la guía una providencia, pero una
providencia que se realiza en los individuos y actúa no sobre la historia, sino en
la historia (Croce quiere decir, por lo tanto, que dios no es transcendente, sino
inmanente). Esta afirmación de la providencia es tambien a su vez, no
conjetura o fe, si no evidencia de razoon.

Aunque Croce hable de evidencia, admite que ésta no es completa: “La obra
del espíritu no ha terminadoy no terminara jamas… Lo que sera la realidad
futura, nosotros no podemos conocerlo… El misterio es precisamente esta
infinitud de la evolucion”. A partir de este momento, su conviccion metafísica no
es, en el fondo, más que una esperanza, la esperanza que una parte de la
humanidad atribiye irritablemente, desde el siglo XVIII, al poder, a la dignidad
de la razon.

5. En alemania, ninguna novedad.


La mayoría de los alemanes no tuvieron que volver a la metafísica, puesto que
el positivismo no había tenido nunca entre ellos el mismo éxito que más al
oeste. En el siglo XX la pusieron al servicio del pangermanismo y la
combinaron con nociones extraídas de la biología, con la idea de raza,
caracterizada, no solamente por signos externos –el color, las dimensiones del
cráneo-, sino por la estructura interna del cuerpo, principalmente la
combinación de la sangre, y, en consecuencia, por capacidades propias de
vista intelectual y moral. De ahí la conclusión de que hay razas inferiores a las
demás, y que la raza alemana, cuya existencia estaba aun por demostrar, al
ser destinada por Dios a dominar el mundo, es la raza superior. Los nazis se
esforzaron para que estas ideas penetrasen en la literatura histórica, pero lo
único que consiguieron fue crear así un fárrago de propaganda sin interés para
el historiador.

La Escuela de Annales
La escuela de los Annales se formó en Francia a partir de la publicación de la
revista «Annales de Historia Económica y Social» en 1929. Su modelo histórico
supone un giro copernicano en la Historiografía. Los fundadores de la revista
fueron Marc Bloch (1886-1944) y Lucien Febvre (1878-1956). La escuela de los
Annales ataca los fundamentos de la escuela positiva, y tiene un claro
compromiso social. No es una escuela marxista, aunque sí utiliza el
materialismo histórico. Con el tiempo, esta influencia es hace más débil. En
1946 la revista se llamará «Annales. Economías. Sociedades. Civilizaciones».
Todo en plural, porque todos los hechos se enlazan y forman las civilizaciones,
que no son las de Toynbee. Pero, además, la escuela de los Annales tiene
claras influencias de la Geografía y la Sociología.
La Sociología será, siguiendo a Durkheim, una realidad histórica autónoma que
trascendía a los individuos, poseía sus propias leyes y que había que estudiar
a través de los hechos positivos. Fue Hendir Berr quien propuso la
incorporación de la sociología en el estudio de la historia.
La Geografía, sobre todo la geografía humana de Vidal de la Blache, es otra de
las grandes influencias. El marco natural se vuelve relevante, ya que en él
están impresos los cambios que las sociedades han hecho en el medio. El
paisaje es una creación histórica del hombre.
También utilizaron los métodos estadísticos, económicos y de cualquier otra
ciencia, que les sirviese. La economía y la sociedad pasaron a ser el objeto de
estudio de la Historia, por encima del Estado, las instituciones, los personajes y
las guerras. Estas cosas pasan a tener un lugar secundario, ya que sólo
explican la coyuntura. La escuela tiene un marcado espíritu crítico del
capitalismo dominante, y lucha contra la historia política como la única válida.
Se cambia el objeto de estudio, que pasa a ser el ser humano que vive en
sociedad. Todas las manifestaciones históricas deben ser tratadas como una
unidad, que sólo existe en la realidad social, en el tiempo y en el espacio. Las
barreras cronológicas y espaciales se vuelven artificiosas. El estudio histórico
debe centrarse en sociedades concretas, delimitadas en el espacio y en el
tiempo.
La escuela de los Annales tratará de convertir la Historia en una ciencia,
para lo cual Bloch formulará un nuevo concepto de hecho histórico. Frente al
hecho histórico se muestra partidario de la opción de hecho, de la historia como
problema, de formular hipótesis y plantear problemas. Los hechos
fundamentales de la Historia pueden cambiar debido a la complejidad de la
misma.
La escuela negará el documento escrito como fuente indiscutible y máxima
de conocimiento histórico. Toda realización que parta de la actividad humana
será una fuente.
La escuela de los Annales supone un nuevo rumbo en la historiografía
moderna que no se puede evitar. En ella trabajaron historiadores tan
importantes como Frenand Braudel, que dirigiría la revista y fijaría su atención
sobre los ritmos de evolución temporal: el corto plazo para los acontecimientos,
el medio plazo para las coyunturas, y el largo plazo para las estructuras. Otros
historiadores relevantes fueron: Emanuel Le Roy Ladurie, Pierre Chaunu o
Marc Ferro.
Historia marxista. (Materialismo historico)

El materialismo histórico es la ciencia marxista de la historia, y supone la


afirmación del hombre como protagonista de la Historia. Consiste en la
afirmación de dos ideas: Las relaciones que el hombre establece con la
naturaleza y con los demás hombres son relaciones materiales; es decir, los
hombres " arrancan " a la naturaleza sus bienes (del fondo de la mina, el hierro;
de los campos, el trigo, etc.) Y luego, los hombres producen e intercambian
bienes materiales para poder satisfacer sus necesidades materiales (comer,
beber, vivienda, etc.) A esto le llama Marx la producción social de la vida. Estas
relaciones son las que dan origen, en última instancia a la ideología y a la
estructura jurídico-política del Estado. Por lo tanto, se trata de un materialismo
dialéctico e histórico. El materialismo marxista consiste en la afirmación de que
la producción, distribución, intercambio y consumo de bienes, son la raíz de
que los hombres tengan y desarrollen esta o aquella mentalidad, y elaboren
estas o aquellas leyes, y se dé este o aquel modo de gobernar la sociedad. El
materialismo histórico marxista es: Una interpretación de la historia a través de
la materia: la materia a través de un proceso dialéctico, va haciendo la historia.
Esa " materia " es " el sistema de producción de los bienes materiales "; o " las
relaciones económicas de producción". Materialismo histórico, por tanto,
significa que lo que condiciona la historia humana son las relaciones
económicas de producción, ya que el modo de producción de la vida material
condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual. El materialismo es
una teoría científica sobre la formación y desarrollo de la sociedad: todo el
desarrollo de la sociedad se explica desde lo económico, desde la producción
de los bienes materiales. La base de todo orden social es la producción, y
desde esta se explica toda la historia: Producción es la actividad por la que se
crean bienes materiales para poder vivir.

Es necesario señalar la lenta entrada del marxismo en los círculos académicos


y en especial en el campo historiográfico. No fue hasta los años 30 cuando
comenzaran a adaptarse las enseñanzas marxistas en la interpretación
histórica. Su influencia no se haría notar a nivel internacional hasta la segunda
postguerra, pero el marxismo tuvo un radio de influencia y participación
mundial. Si bien el corpus teórico y epistemológico basado en los principios
marxistas fue común en todos los países, también son perceptibles rasgos
propios en cada uno de los casos.
En los países del antiguo bloque del Este, el poderoso apoyo estatal contribuyó
a hacer hegemónica la historiografía marxista. Cabe destacar la copiosa
producción de la historia soviética hasta comienzos de los años noventa, los
casos de la República Democrática Alemana y Polonia. En Europa Occidental,
destacaron cuatro países en los que la historiografía marxista tuvo una amplia
e influyente aceptación: Gran Bretaña, Italia, Francia y España.
Las aportaciones más importantes de la “escuela” soviética escapan del ámbito
contemporáneo. La piedra de toque de la interpretación de la
contemporaneidad la dio la publicación de la “Historia del Partido Comunista de
la URSS” (1.938) abriendo un camino que desembocó en la mera
argumentación doctrinaria, legitimista y propagandista.
A partir de 1.970, comenzó a publicar la Academia de las Ciencias de la URSS
la revista Ciencias Sociales, al tiempo que la Editorial Progreso realizaba una
extraordinaria labor de difusión de las investigaciones sociales soviéticas.
La historiografía marxista francesa, no presentó un quehacer grupal y
homogéneo. Una de sus características es la focalización temática de su
producción. La historia del movimiento obrero y la investigación sobre las
revoluciones y en especial la Revolución Francesa, son los temas con una
bibliografía más abundante.
Destacan la importancia de los estudios sobre la naturaleza histórica y las
reflexiones sobre los aspectos sociales de la práctica del historiador; los dos
historiadores marxistas franceses más significados, no investigaron los temas
más recurridos: Ernest Labrousse centró su trabajo en los aspectos
económicos generales del período revolucionario y Pierre Vilar, (de mucha más
influencia en España) se especializó en algunos aspectos de la historia
española, además de desarrollar una extraordinaria labor teórica y disciplinar
sobre historiografía.
Uno de los grupos de historiadores marxistas occidentales más cohesionado y
original fue el británico, el único al que puede adjudicársele la denominación de
“escuela”, dada la entidad de sus aportaciones, y su actuación grupal
públicamente reconocible.
Hay dos aspectos de suma trascendencia: los planteamientos marxistas de la
escuela británica fueron siempre de una ortodoxia laxa; además en realidad
fueron varios los grupos que integraron esta corriente, teniendo como motivo
común su afinidad ideológica. La entrada del marxismo en la historiografía
británica contribuyó extraordinariamente a la renovación de la práctica
tradicional liberal.
Esta renovación se produjo tanto en temáticas como en metodología, pero
sobre todo cabe destacar que la gran aportación de este grupo fue su
trascendental fundamentación conceptual.
Una primera generación de historiadores marxistas británicos se aglutinó desde
1.952 en la revista Past and Present. En ningún momento perdieron de vista el
peso del Estado aunque la historia social que practicaban poseía, al igual que
el movimiento de Annales, una ambición totalizadora que pretendía hacer de la
Historia el eje central para la comprensión de la política y de la sociedad
modernas.
Las últimas tendencias de la historiografía marxista británica se agrupan en
torno al History Workshop Journal. El enfoque principal de sus investigaciones
ha sido el estudio de las relaciones entre sociedad y política.
La “caída del Muro” y la “desintegración” de la URSS, no hicieron más que
materializar lo que desde fin de los años 70 ya se denominaba “crisis general”
del marxismo. Pero mientras los regímenes de “socialismo real se mostraban
incapaces de asumir cualquier tipo de evolución sin hacer peligrar el sistema, la
historiografía marxista sí pudo realizar un trabajo de autocrítica, redefinición y
renovación.
Los historiadores, si bien dejaron de contemplar el marxismo como clave
interpretativa, lo continuaron utilizando como instrumento de análisis. Sin
embargo, ni el marxismo ni los historiadores marxistas de los años 80 y sobre
todo 90 tienen la coherencia interna y la centralidad de fundamentos del medio
siglo anterior.
Tal vez una de las escasas ocasiones de coincidencia se produce en la
contradicción a los ensayos anunciadores del “definitivo triunfo” del liberalismo,
lo cual evidencia definitivamente el cambio sufrido en lo que fue la historiografía
marxista.
Cuantitativismo.
Cuantitativismo, cliometría y social history: El cuantitativismo se constituyó en
el tercer gran paradigma historiográfico de la segunda mitad del siglo XX: una
metodología cuantitativista ha sido utilizada por la historiografía y por otras
ciencias sociales de un modo muy abundante, pero no toda su producción
puede decirse que participa de tal paradigma.
La utilización de series estadísticas evidencia una “historia cuantificada”, pero
se entiende por historiografía cuantitativista aquella que se constituye sobre un
modelo explicativo cuya lectura es esencialmente matemática y toma un rango
epistemológico de explicación.
Comenzó a aplicarse al menos desde los años treinta en Francia, por Ernest
Labrousse y en Estados Unidos por Simón Kuznets, que con su concepto de
“ciclos largos” y sus análisis del crecimiento económico contribuyó como nadie
al desarrollo de esta corriente.
La denominación “historia cuantitativa” se generalizó en Europa desde su
utilización en 1961 por Jean Marczewski, si bien en Estados Unidos el término
más utilizado fue el de cliometría.
Ha tenido tan amplia influencia en el conjunto de la historiografía, que Le Roy
Ladurie llegó a afirmar que “la historia que no es cuantificable no puede ser
histórica”. Esa fue una de las características teóricas de esta corriente; la
creencia de que la cientificidad sólo puede darse en el conocimiento cuya
naturaleza se manifiesta sobre lo cuantificable. Se afirmó que el cuantitativismo
era la “única” historiografía científica. Sus seguidores practicaban una historia
econométrica utilizando únicamente variables cuantificables, y despreciaban el
talante humanista de la historia anterior, sus cuestiones de estilo y su
“emparentamiento” con la literatura.
En el conjunto del movimiento cuantitativista, la cliometría ocupa el lugar más
extremo, consecuencia de la aplicación en la historiografía de las pretensiones
“cientificistas” que imperaron en el conjunto de las ciencias sociales en Estados
Unidos durante los años 50.
La cliometría surgió al aplicar la teoría económica neoclásica a la perspectiva
histórica, llegando a conformar modelos formalizados matemáticamente que
explicaban el proceso investigado. Lo que resultó totalmente novedoso en el
desarrollo de la cliometría fue la utilización intensiva de esos modelos
matemáticos.
De ese modo, la cliometría se conformaba como el proyecto basado en la
matematización de modelos de procesos temporales, cuyo objetivo era
construir por sí mismo una explicación de esos procesos de largo plazo.
El cuantitativismo presenta al menos otros dos grandes grupos. Se caracterizan
por mantener una rigurosa y amplia utilización de la cuantificación, focalizando
su interés en las estructuras económicas. El punto de ruptura con la cliometría
es la continuidad entre la metodología cuantificadora y las explicaciones.
Estos grupos unieron el cuantitativismo y el estructuralismo,, diseñando una
metodología basada en: El diseño del procedimiento para la reunión de datos
históricos numéricos; el tratamiento de los datos en un proyecto de
investigación específica; la determinación de modelos estructurales; la
reconstrucción de los hechos históricos en forma de series temporales de
unidades homogéneas y comparables.
Los distintos grupos que pueden identificarse pertenecientes a este
cuantitativismo estructuralista, se reúnen en dos áreas determinadas; en
Francia, la segunda y tercera generación de Annales, y en Estados Unidos la
Social History, que ya en los años 80 y tras mesurar las pretensiones
cuantitativistas, pasó a llamarse Social Science History, donde imperaba un
estructuralismo social.
Las nuevas direcciones de la historiografía en las
últimas décadas.
Durante los años setenta se evidenciaron signos de estancamiento, cuando no
de agotamiento de los tres grandes paradigmas historiográficos que habían
imperado desde el final de la segunda guerra mundial. Esto fue resaltado por la
aparición de las primeras críticas sistemáticas a las teorías y metodologías
aplicadas en las últimas décadas.
Estas críticas acabaron poniendo de relieve las profundas contradicciones de
los grandes modelos de la nueva historia y además el proceso de
desintegración de cada uno de ellos, debido a la fragmentación interna.
También evidenciaban dos ideas principales: Primero, los grandes modelos
historiográficos habían producido un progreso cuantitativo y cualitativo sin
precedentes y era impensable un retorno hacia el pasado. En segundo lugar,
se remarca la ausencia de un nuevo paradigma que contraponer a los
criticados o dados por fenecidos. De ahí se desprenden las dos principales
características de la historiografía de los años ochenta y noventa: un conjunto
inorgánico de corrientes, metodologías y temáticas que evidencian una crisis
de paradigmas y a los que transciende una búsqueda de nuevos modelos de
investigación y, sobre todo de comunicación expositivo – demostrativa.
La ausencia de un tratamiento detenido y fructífero de la temática política y la
explícita voluntad de un tratamiento más cuidadoso de la expresión fueron los
dos formidables arietes que inicialmente incursionaron contra la fortaleza de la
nueva historia.
La crisis de los grandes paradigmas fue evidenciada desde fuera de las
corrientes, pero también desde su interior. El estancamiento de las grandes
escuelas, fue patente desde los años setenta. En realidad, esta década fue el
momento del fraccionamiento de la escuela de Annales, la historia
econométrica se fue estancando desde el comienzo de la siguiente década y la
historiografía marxista, caía en el escolastismo dogmático.
Desde entonces, la historia meramente institucional del movimiento obrero, dio
paso a un desplazamiento del interés por los líderes y la política obreras, al
estudio de la condición y cultura del obrero consciente, del campesinado y en
general de los grupos sociales.
Política y narrativa
Las dos aportaciones más importantes de los últimos tiempos han sido el
crecimiento de las temáticas políticas y el aumento del cuidado en la
construcción expresiva. Ambos fenómenos han sido reiteradamente calificados
como el retorno de la narrativa o el retorno de la política.
Una pregunta que nos podemos hacer es qué hay de nuevo en lo viejo.
Básicamente lo aportado por los grandes modelos de la segunda mitad del
siglo, incorporado a las nuevas formas historiográficas. Ni la política es
investigada ahora como en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX,
ni la importancia de la narrativa radica en una mera pretensión de escribir
buenos relatos.
La ausencia de la política de la temática de la nueva historia, tuvo
consecuencias poco gratas para el mundo académico, aunque más
trascendencia que estas consecuencias tuvo a demás el propio cansancio de
los profesionales por las frías e impersonales “estructuras de larga duración”
Incluso en la patria de la negación de la dimensión política, los historiadores de
lo “político” tomaron el relevo y se constituyeron en el grupo más influyente de
la historiografía francesa, sobre todo a partir de la publicación de la obra
colectiva Pour une histoire politique, dirigida por René Remond.
Todo ello ha producido un enorme cambio epistemológico entre los
historiadores, caracterizado por el reconocimiento del papel de los individuos
como sujetos activos de la historia.
La nueva historiografía política ha venido a recordar la gran importancia de las
acciones individuales y grupales, la fuerza transformadora de las ideas y en
definitiva de la propia voluntad humana en su interacción con las fuerzas de la
naturaleza. La recuperación del sujeto y la nueva valoración del peso del
individuo en la historia son los principales rasgos de ese giro intelectual.
Las consecuencias directas de este profundo cambio, no pueden ser más
trascendentales: la responsabilización del individuo sobre sus actos y la
reformulación de la historia con una función ejemplarizando, o al menos
referencial. Lejos de ser una “historia del individuo” es una “historia del hombre
en sociedad” con toda lo que la vida en común tiene.
La crisis de los metarelatos, de las explicaciones basadas en los grandes
paradigmas tiene como consecuencia la fragmentación de la atención
historiográfica y el desarrollo de nuevas prácticas epistemológicas.
Las estructuras metafísicas en las que se basaban aquellos paradigmas, han
sufrido una desmembración sustancial. Por esta razón, los amplios conjuntos
sociales que centraban el interés anterior pierden interés en favor de los
elementos que antes formaban parte de los mismos y ahora adquieren plena
relevancia: las ciudades, las instituciones o los “lugares de la memoria”.
La crisis más significativa quizá sea el declinar del interés por las clases
sociales aunque por el contrario, se multiplican los trabajos sobre las élites de
todo tipo, definidas por Rocher como personas o grupos que “dado el poder o
la influencia que ejercen, contribuyen a la acción histórica de una colectividad”
Dentro de esta tendencia, han emergido estudios sobre profesionales, familias
y generaciones. Esta propensión individualizadora alcanza su mayor
manifestación en el auge de la biografía que pretende, a través del análisis de
la acción individual, comprender el acontecimiento y el proceso histórico en el
que está inmerso el personaje.
La agrupación de individuos también ha generado corrientes historiográficas de
gran relevancia. Una de la más prolífica ha sido la evolución de la historia de
las mentalidades, que dentro de ella se pueden encontrar estudios centrados
en el análisis de las ideas, los sentimientos, los valores o la memoria.
Derivada también de la historia de las mentalidades, se encuentra la historia de
las costumbres, cuyo objetivo último es el conocimiento de las manifestaciones
sociales públicas o privadas y para tal fin, el historiador se interesa por la fiesta,
los viajes, el deporte...
Dentro de este grupo, pero diferenciado en cuanto a originalidad y tratamiento,
se encuentra el cuerpo como temática y entidad historiada; el cuerpo como
último reducto humano.
Junto con la recuperación de lo político y la entrada de nuevos campos
temáticos, una capacidad de producir satisfacción al lector, hizo que se
revindicara la narrativa como la forma esencial y cara característica del
quehacer histórico. Y fue rápidamente asumida por algunos de sus más
conspicuos cultivadores, en especial los integrantes de la tercera generación
de Annales. El estudio de la aldea de Montaillou por Le Roy Ladurie o el de la
batalla de Bouvines por Duby, utilizaban sin ningún tipo de prevención las
armas del discurso narrativo; entre otros objetivos plenamente logrados,
contaban una historia.
El abandono de las tendencias estructuralistas e impersonales por muchos
nuevos historiadores no supuso la vuelta a la historia tradicional, a pesar de
coincidir con ésta en su interés por el individuo y el acontecimiento.
Lawrence Stone destacó cinco diferencias fundamentales entre estos nuevos
historiadores y los tradicionales: su interés por las vidas, los sentimientos y la
conducta de la gente, la combinación de la descripción con el análisis; la
utilización de nuevas fuentes, el empleo de unos modelos narrativos alejados
dela narración clásica y el hecho de que analizan la historia de una persona,
pero la luz que puede arrojar sobre el funcionamiento interno de una cultura y
una sociedad del pasado.
Stone constataba que “cada vez son más numerosos los nuevos historiadores
que intentan descubrir lo que ocurría en la cabeza de la gente de antaño, lo
que era vivir en otros tiempos, y cuando uno se plantea esas cuestiones,
vuelve inevitablemente a la narración”
Una de las ventajas de esta nueva forma de hacer historia es su amenidad. Así
como los estudios estructurales y cuantitativos, resultan a menudo
terriblemente aburridos para cualquiera que no sea un especialista, penetrar en
los aspectos más recónditos de la mente de nuestros antepasados, a través de
historias de crimen y brujería... puede resultar tan atractivo como leer una
novela. Parecía como si los nuevos historiadores hubieran optado por competir
con la literatura.
Cabe el peligro de convertir la historia en una rama especial de la literatura, en
una recopilación de casos más o menos interesantes, a veces fascinantes,
pero a partir de los que no se podría generalizar. En definitiva, el peligro es
convertir la historia en una rama especial de la literatura, en una recopilación
de casos más o menos interesantes, a veces fascinantes, pero a partir de los
que no se puede establecer una base general.
Una de las críticas más importantes al retorno de la narrativa fue la formulada
por Eric Hobsbawm, que niega la justificación de la historia narrativa a partir del
creciente interés por los acontecimientos y los individuos pues hay todavía
muchos historiadores que consideran que estos objetos no son fines en sí
mismos, sino medios de aclarar una cuestión más general, que va mucho más
allá de la historia particular y de sus personajes. Defiende la necesidad de
seguir respondiendo a los grandes porqués de la historia, sin renunciar a la
observación microscópica.
En España, Joseph Fontana, rechazó contundentemente el retorno a la
narrativa, porque presentar la narración como la alternativa a los sistemas
teóricos, resulta una falsa solución a un problema. Y por el contrario, Morales
Moya y Tusell, se sitúan en la línea de Stone, rechazando gran parte de las
posiciones de Hobsbawm, y defendiendo, con matices, el retorno a la narrativa.
A partir de finales de los años setenta y en especial los ochenta, las escrituras
“problemáticas fueron siendo sustituidas por construcciones formales en el
mejor estilo literario. Pero esta recuperación por el gusto de contar historias, se
vio complementada por lo que acabó siendo conocido como teoría crítica o giro
lingüístico.
Las dos manifestaciones más trascendentes de este nuevo enfoque han sido el
deconstruccionismo y el nuevo historicismo, que a pesar de ser interpretados
como caras de una moneda, son en realidad dos interpretaciones o corrientes
distintas con planteamientos contrapuestos en muchos de sus más
significativos extremos.
El deconstruccionismo es esencialmente una teoría de la escritura
perteneciente a la lingüística postestructuralista; la pretensión de explicar el
mundo a través del análisis del lenguaje.
Esta teoría de la escritura, tiene como principal instrumento metodológico la
decodificación del texto lo que conlleva la centralización de la atención
exclusivamente en el discurso.
Uno de los textos más famosos de un autor del este movimiento, Jacques
Derrida, lleva por título “¿Cómo no hablar?” y el subtítulo de una de sus obras
más emblemáticas es “La retirada de la metáfora”
La práctica deconstruccionista pretende presentar nuevas visiones de la
realidad social a través de la desestructuración o descomposición de la
arquitectura conceptual de un determinado sistema o proceso histórico.
La otra gran emanación historiográfica de la “teoría crítica” ha sido el nuevo
historicismo, concepción narrativista del análisis del discurso, pero con escasas
relaciones con la deconstrucción. Es en realidad la última fase de la corriente
Social Science History, cuyos planteamientos de signo estructural han sido
mantenidos por el círculo de C.Tilly.
La historia del tiempo presente
La idea de hacer una historia del tiempo presente surge ante la necesidad o la
urgencia sentida por muchos historiadores de acercarse a una historia
estrictamente contemporánea, que estudia y analiza todos los factores que
conforman la realidad en al que está inmerso el propio historiador que
emprende esa tarea.
Para un creciente número de historiadores, cada vez resulta más inadecuado
seguir considerando la edad contemporánea como el período transcurrido
desde las revoluciones liberales, tomadas como el punto de partida de la
sociedad actual. Esta concepción de la época contemporánea es problemática,
tanto desde el punto de vista práctico como conceptual. Se trata de hacer una
historia sobre los acontecimientos y procesos históricos que han dado lugar al
mundo que hoy conocemos y en el que estamos viviendo.
En las dos últimas décadas, se han barajado distintas denominaciones:
“historia reciente”, “historia actual”... y más recientemente historia del tiempo
presente, que es la que se ha acabado imponiendo, a pesar de que en los
planes de estudio españoles, se ha optado por el nombre de historia actual.
La historia del tiempo presente ha acabado siendo la vanguardia
historiográfica, no sólo en cuanto al período de interés, si no sobre todo
atendiendo a una renovación temática, epistemológica y metodológica.
Se caracteriza fundamentalmente por la aplicación de metodologías
estrictamente historiográficas sobre fuentes parciales en el análisis de procesos
no cerrados. Tiene un predominio de la explicación narrativa y la atención a los
momentos de cambio histórico, a los fenómenos políticos y de las relaciones
internacionales. También existe una historia reciente económica, intelectual y
social. Desde un punto de vista metodológico, se caracteriza por un explícito
diálogo con las ciencias sociales.
Para Javier Tusell, la historia del tiempo presente se distingue del
memorialismo, de las ciencias sociales y del periodismo de investigación por
una serie de características propias de las disciplinas históricas. El historiador
del presente posee un sentido del tiempo, atribuye importancia a la cronología
y a la reconstrucción del contexto histórico, intenta agotar al máximo las
fuentes primarias y realiza un esfuerzo de síntesis, integrador de las
aportaciones de otras disciplinas.
La historia del tiempo presente posee una serie de ventajas e inconvenientes:
El historiador, aunque no conoce el final de los procesos históricos, cuenta con
la ventaja del recurso: el testimonio de los principales protagonistas, y con ser
él mismo partícipe de los acontecimientos. Esta disciplina está en una posición
de inmediatez con los problemas del presente, por lo que es objeto del interés
de sus coetáneos, y del consumo inmediato de sus productos.
Sin embargo, también tiene problemas. El primero es marcar y señalar el
tiempo histórico, único y continuo, que llega hasta nuestros días, teniendo su
origen en el pasado. La historia, se concibe como un proceso, sin posibilidad
de ruptura entre pasado y presente. La definición de los límites cronológicos de
la historia del tiempo presente, constituye uno de los debates más recurrentes
de esta especialidad; se usan fechas clave que supongan rupturas
significativas; las apelaciones al período de memoria; las conmemoraciones de
los acontecimientos y procesos históricos; llegando al establecimiento de
límites móviles o simplemente negando la necesidad de establecer un límite.
Otra característica de la historia del tiempo presente es el análisis de
cuestiones que la realidad histórica evidencia vivas, sujetas a procesos
abiertos. Lo cual presenta algunos problemas. Como señala con cierta ironía
Eric Hobsbawm, aunque el historiador está plenamente autorizado a abordar
procesos en curso, muy probablemente se verá tentado a hacer previsiones de
futuro con el peligro de que estas se vean rotundamente desmentidas por los
hechos.
La historia del tiempo presente choca con dos de las premisas básicas de la
disciplina historiográfica, tal y como fue concebida en el s.XIX que eran la
necesidad de cierto distanciamiento cronológico y la primacía del documento
archivístico como fuente del historiador.
Sin embargo, tanto un requisito como el otro, emanan de una concepción de la
historia ya superada, que creía en la posibilidad de acceder al conocimiento
exacto y objetivo del pasado. Hoy, nadie aspira a alcanzar una verdad absoluta
y total sobre el pasado, ni comparte ese fetichismo por el documento.
La carencia de distancia no impide un distanciamiento crítico al historiador del
tiempo presente, aunque es verdad que lo hace más difícil, pues puede estar
sujeto o más predispuesto a la subjetividad.
Lo fundamental para todo trabajo de historia es que existan fuentes, y el
problema no es la ausencia, sino más bien la sobreabundancia documental
para el tiempo presente: testimonios orales, prensa, .... También la historia del
tiempo presente tiene una estrecha relación con la memoria de los
contemporáneos, con la memoria viva, la de los protagonistas de la historia.
La memoria puede ser objeto de investigación en sí mismo y no sólo fuente; la
fuente oral, puede usarse según cuatro alternativas principales de
investigación: la del informador “estratégico”, la encuesta masiva, el relato de la
vida y la perspectiva biográfica o historia de vida.
Hay quienes afirman, además que el historiador del tiempo presente, tiene una
responsabilidad social y moral bastante mayor que la de cualquier otro
historiador: René Rémond dice que “el historiador del tiempo presente, no
puede comportarse como lo hacen con frecuencia los intelectuales, sin tener
conciencia de las consecuencias de sus actos”

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