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La palabra de la Reforma en la República de las Letras: Una antología general
La palabra de la Reforma en la República de las Letras: Una antología general
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Ebook773 pages31 hours

La palabra de la Reforma en la República de las Letras: Una antología general

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About this ebook

Ignacio Ramírez, el Nigromante, fue crítico, político, orador, periodista, parlamentario, abogado, maestro, escritor y juez, entre muchas otras cosas, pero ¿cómo podía un solo hombre reunir tantas vocaciones, tantas actividades, tantas preocupaciones? En este volumen, parte de la colección Viajes al Siglo XIX, se muestra buena parte de este carácter plural e inagotable de su obra que, además, se refleja en los valiosos ensayos críticos de especialistas que se incluyen.
LanguageEspañol
Release dateDec 13, 2016
ISBN9786071644237
La palabra de la Reforma en la República de las Letras: Una antología general

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    La palabra de la Reforma en la República de las Letras - Ignacio Ramírez

    BIBLIOTECA AMERICANA

    Proyectada por Pedro Henríquez Ureña

    y publicada en memoria suya

    Serie

    VIAJES AL SIGLO XIX

    Asesoría

    JOSÉ EMILIO PACHECO

    VICENTE QUIRARTE

    Coordinación académica

    EDITH NEGRÍN

    LA PALABRA DE LA REFORMA EN LA REPÚBLICA DE LAS LETRAS

    IGNACIO RAMÍREZ

    LA PALABRA DE LA REFORMA EN LA REPÚBLICA DE LAS LETRAS

    Una antología general

    Selección y estudio preliminar

    Liliana Weinberg

    Ensayos críticos

    Miguel Ángel Castro

    Leonardo Martínez Carrizales

    John Skirius

    Cronología

    Liliana Weinberg, Laura Martínez-Álvarez

    y Cuauhtémoc Padilla Guzmán

    FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

    FUNDACIÓN PARA LAS LETRAS MEXICANAS

    UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

    Primera edición FCE/FLM/UNAM, 2009

    Primera edición electrónica, 2016

    Enlace editorial: Eduardo Langagne

    Diseño de portada: Luis Rodríguez / Mayanín Ángeles

    D. R. © 2009, Fundación para las Letras Mexicanas, A. C.

    Liverpool, 16; 06606 Ciudad de México

    D. R. © 2009, Universidad Nacional Autónoma de México

    Ciudad Universitaria; 04510 Ciudad de México

    Coordinación de Humanidades

    Instituto de Investigaciones Filológicas

    Coordinación de Difusión Cultural

    Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial

    D. R. © 2009, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-4423-7 (ePub-FCE)

    ISBN 978-607-02-8401-4 (ePub-UNAM)

    Hecho en México - Made in Mexico

    ÍNDICE

    Dedicatoria

    Estudio Preliminar

    La palabra de la Reforma en la República de las Letras / Liliana Weinberg

    Advertencia editorial

    Artículos periodísticos

    A los viejos

    La opinión pública

    A los indios

    Aurora boreal

    Plan de estudios

    ¡Reforma!

    Los estudios metafísicos

    La Constitución

    La lengua mexicana

    La desespañolización

    Antigalicanismo

    El verdugo

    Mahomet

    Diálogos

    Cartas del Diablo al Nigromante

    Un reformador y Don Simplicio

    ¿Cómo se hace al pueblo soberano? ¿Cómo se hacen los incrédulos?

    Cómo baja el Espíritu Santo, según La Voz de México

    La verdad y el lenguaje

    ¡Alianza!

    Santa Teresa

    Explicaciones

    Estampas

    El alacenero

    La coqueta

    El abogado

    El jugador de ajedrez

    La estanquillera

    Ensayos y estudios

    Ensayo sobre las sensaciones dedicado a la juventud mexicana

    Dos lecciones inéditas sobre literatura

    Lectura de historia política de México. La época colonial

    La historia

    La belleza literaria

    Estudios sobre literatura

    Discursos

    Discurso cívico

    Sexto aniversario de la promulgación de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos

    En la solemnidad de la Independencia de México

    En el aniversario de la Constitución de 1857

    Discurso cívico

    En la festividad del centenario del barón de Humboldt

    La lluvia de azogue

    En honor de don José Joaquín Fernández de Lizardi

    El paso de Venus

    Cartas

    [Carta primera] A Fidel [Guillermo Prieto]

    [Carta segunda] A Fidel [Guillermo Prieto]

    Poesías

    La representación nacional

    Carta al diablo

    La resurrección de Don Simplicio

    Exorcismos del Nigromante

    Reforma Constitucional

    El instinto. Sátira sobre una traducción escrita en el Museo Mexicano

    El rapto

    Después de los asesinatos de Tacubaya

    A...

    El hombre-Dios

    Mis estudios clásicos

    Apólogo (Imitación de Santacilia). El rey y el mono

    Por los desgraciados. Tercer banquete fraternal de la Sociedad Gregoriana

    Por los gregorianos muertos. Banquete fraternal de la Sociedad Gregoriana

    A...

    Luz

    Fragmento

    A Sol (Fragmento)

    A Sol

    A Sol

    El año nuevo

    A Rosario

    A Rosario (En su cumpleaños)

    A mi musa

    Enfermedades de amor

    El mito cristiano

    Soneto

    Soneto

    El hado y la cruz

    A un alter ego. Traducción libre de Marcial (Epigrama 14, Libro 10)

    A...

    Querella

    Fábula

    A propósito

    El cuarto desocupado (desalquilado)

    El alcalde

    Don Marcos

    A una beata

    A la disposición de usted

    El dependiente primero

    El escondite

    Los azotes

    Al amor

    Soneto

    A Ezequiel Montes (Enviándole un libro de fray Luis de León)

    Mi retrato (En el álbum de Rosario)

    Tipos provinciales. Fragmentos de un poema

    Fragmento

    Por los ausentes. Banquete fraternal de la Sociedad Gregoriana

    Fragmento

    Ensayos críticos

    Ignacio Ramírez, lecturas pendientes / Miguel Ángel Castro

    Ignacio Ramírez, teórico de la literatura / Leonardo Martínez Carrizales

    Pensamiento cultural y educativo de Ignacio Ramírez / John Skirius

    Cronología

    Índice de nombres

    A Boris Rosen Jélomer y David Maciel,

    redescubridores de las obras de Ignacio Ramírez

    ESTUDIO PRELIMINAR

    LA PALABRA DE LA REFORMA EN LA REPÚBLICA DE LAS LETRAS

    LILIANA WEINBERG

    ¡La República existe!, y si no existiese, la inventaríamos unos pocos, como hemos inventado la Independencia y la Reforma...¹

    IGNACIO RAMÍREZ

    EL ARTE DE LA NIGROMANCIA A LA LUZ DE LA RAZÓN

    Un muy joven Ignacio Ramírez irrumpe en la vida cultural de México con dos gestos radicales y paradójicos: en 1837 solicita su ingreso a la Academia de San Juan de Letrán y presenta un discurso a la vez genial y escandaloso, cuyas primeras palabras son: No hay Dios; los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos; en 1845 adopta un seudónimo de resabios oscurantistas, El Nigromante, con el que firma sus tan luminosas como racionales colaboraciones para el periódico Don Simplicio y con el que se lo suele identificar hasta nuestros días. Así se hace presente por primera vez:

    … Y un oscuro Nigromante

    que hará por artes del diablo

    que coman en un establo

    Sancho, Rucio y Rocinante

    con el Caballero andante...²

    Posiblemente inspirado en su lectura del Quijote —es decir, en uno de los escasos textos de la tradición literaria española que las nuevas generaciones antihispanistas americanas habrían de hacer suyos—,³ no deja de resultar sorprendente la elección de un seudónimo que evoca a un personaje oscuro y diabólico por parte de un defensor de las luces de la razón y de la ciencia, así como un crítico del viejo orden.⁴ Nada más contrastante que esta evocación jocoseria de la nigromancia, puesta en relación con la que habría de ser una de las más extremas defensas del programa liberal y reformista.⁵

    Se esboza así una cierta contradicción entre el significado hermético, mágico y oscuro del término y la permanente prédica luminosa en favor de la razón y la experiencia, el liberalismo y el progreso que llevó a cabo Ramírez. La nigromancia apunta a un ámbito cerrado, atemporal, irreductible a lo racional y apartado de lo social, mientras que la práctica poética, política y ciudadana de nuestro autor conducen a un ámbito abierto, público, histórico, apoyado en la confianza en una razón multiplicadora e inserto en el corazón mismo de lo social.

    El panorama se vuelve aún más complejo si vinculamos su fama de ateo y volteriano con su defensa del espíritu científico.⁶ Carlos Monsiváis nos brinda lúcidas observaciones al respecto. En cuanto al seudónimo, éste respondería sobre todo a las reacciones de enojo y terror que habrían de provocar las ideas de avanzada de Ramírez en la sociedad de su época. En cuanto a su declaración de ateísmo, lo confirma como un espíritu moderno que reúne cualidades intelectuales heredadas de la Ilustración: lucidez, ironía, escepticismo y curiosidad intelectual que se combinan con la intensidad apasionada y la sensibilidad enaltecida de los románticos, su rebelión y su sentido del experimento técnico, su conciencia de vivir en una época trágica.⁷

    Otras muchas observaciones de interés harán los diversos estudiosos de la obra de Ramírez, y en especial los prologuistas de los distintos tomos de sus Obras completas, que nos muestran desde una mirada contemporánea cómo con su postura irónica y su crítica satírica Ramírez nos habría legado un permanente antídoto a cualquier tentación de cristalizar su pensamiento.⁸ El escritor y crítico de las costumbres ocupa así un lugar inquietante, demoníaco, disruptor, en una sociedad atrasada y conservadora que se somete a crítica y que se espera reformar.

    Esta tensión entre opus nigrum y obra luminosa sólo puede resolverse a partir del examen de las ideas que nutren y acompañan a Ramírez a lo largo de su vida, así como al complejo de representaciones de procedencia racionalista, empirista, revolucionaria y prerromántica que alimentan sus años de formación: el escritor como crítico de las costumbres ligado al iluminismo, el poeta como profeta de un nuevo tiempo y como impulsor de un nuevo orden social. Este componente inicial, que se consolida mientras consulta afiebradamente los más diversos títulos de las bibliotecas, habrá de quedar como base y acompañamiento de su evolución posterior hacia una verdadera epopeya de la República y la Reforma: un largo proceso de ciudadanización de la práctica del hombre de letras.

    Otro antecedente notable de esta actitud disruptora es el constituido por los textos de José Joaquín Fernández de Lizardi, uno de los grandes maestros y modelos escriturales y críticos que elegirá Ramírez. Si atendemos a algunas de las obras de El Pensador Mexicano como su Alacena de Frioleras, su vasta folletería y sus muchos diálogos, descubriremos una estrategia discursiva semejante: se narra el modo en que la verdad y el conocimiento se abren paso entre la general corrupción de las costumbres.⁹ Y es que la literatura ofrecía a un lector empedernido como el joven Ramírez uno de los más tempranos, acertados y ácidos retratos y diagnósticos de los males de la sociedad y las costumbres que habría de combatir. Tal es el caso de todos aquellos autores españoles, maestros de su maestro Lizardi, a quienes con seguridad él mismo leyó directamente.¹⁰

    De este modo, si bien en su origen el concepto de nigromancia tiene una connotación negativa como arte adivinatoria abominable y peligrosa ligada a la invocación de los muertos y al pacto con el diablo, la lectura de la obra de Cervantes, Quevedo, Vélez de Guevara o Torres Villarroel nos conduce a otra trayectoria posible en la tradición literaria: la nigromancia tomada de manera jocosa como arte del desengaño que permite descubrir el lado oculto de las cosas, y de allí, por extensión, el lado secreto de las costumbres reprobables que sólo un desencantador de genio puede descubrir. Se genera así un tema literario que, vinculado a su vez con el de la proliferación de diablos y espíritus maliciosos y revestido en el origen de una carga negativa, oscura y grave, a lo largo de los siglos XVII y XVIII se desatanizará hasta llegar a adquirir, a través del juego desestabilizador de la sátira y la caricatura, un valor positivo, luminoso y mordaz, de tono goyesco, ligado a la agudeza y el ingenio en la pintura de las costumbres.

    Así lo confirma además el ambiente en el cual se nutren y en el cual se insertan a su vez las ideas de Ramírez, cuya posición no resulta, a la luz de aquél, de ningún modo excéntrica y singular: la apelación al mundo de las tinieblas y los actos demoniacos es una estrategia satírica y crítica característica de la época, que se extenderá a lo largo del siglo XIX sobre todo en el campo del periodismo, y está sumergida en pleno clima ilustrado, aunque ya prerromántico y liberal. Así, por ejemplo, nada más alejado del oscurantismo que La sombra; periódico jocoserio, ultraliberal y reformista escrito en los antros de la tierra por una legión de espíritus que dirigen Mefistófeles y Asmodeo, publicado entre 1865 y 1866, y cuyos colaboradores, ocultos tras esos y otros seudónimos como Un Espíritu o El Diablo Cojuelo, escriben en una prosa eléctrica a favor de la revolución liberal y progresista e invocan los nombres de Voltaire, D’Alembert y Rousseau.¹¹

    Pero si algunas de las claves se encuentran en los juegos satíricos del publicista, no debemos tampoco desatender al no menos complejo papel que toca en esos años al poeta, considerado como iniciado en los secretos del lenguaje originario y la voz verdadera del hombre.¹² De este modo, la tensión entre nigromancia disruptora y prédica pública integradora se enlaza también con la tensión que viven los artistas y escritores de la primera mitad del siglo XIX: el poeta como vate o iluminado por el destino para propiciar el enlace entre una verdad sólo accesible a los elegidos y el pueblo llano. Los largos y accidentados años de la trayectoria de Ramírez, su interés por alimentar el ideario cívico de la Independencia, por dotar a México de un sentido de patria, reforzado a su vez por un nuevo calendario laico en que la ciudadanía republicana —siempre inspirada y movilizada por la voz del escritor patriota— se celebre a sí misma,¹³ son la parte visible de una compleja y conmocionada percepción que se desencadena en el prerromanticismo respecto del papel del poeta como profeta laico y como descubridor de los secretos del lenguaje.¹⁴

    Ramírez habría de transitar a lo largo de su vida de la risa caricaturesca del Nigromante al discurso patriótico del Tirabeque o a la crítica mordaz del Chile Verde, es decir, de la burla mordaz a la arenga patriótica, y de ésta al gesto adusto del maestro y del orador: ese monitor republicano que actúa como tutor y multiplicador en la formación cívica de sus compatriotas.¹⁵ Hacia el final de sus días, habría de hacer frente también al sutil desplazamiento de la imagen del hombre de letras como vocero de la verdad a la del escritor como representante de los intereses de un Estado naciente y un gobierno administrador, que asigna incluso una función subalterna a los propios artistas: este equilibrio inestable entre una y otra posiciones se hará aún más fuerte cuando entre en juego el nuevo orden porfiriano.

    Para emprender una relectura de la obra de Ramírez debemos por lo tanto tener en cuenta varios elementos. En primer lugar, subrayemos que su estilo jocoserio dista mucho de ser superficial o coyuntural, ya que apunta tanto a una crítica desengañadora como a una reforma profunda de la sociedad, y constituye de este modo el puente que vincula la ilustración moralizante de Lizardi y las críticas de fray Servando con las ideas procedentes de la Revolución francesa, el prerromanticismo, el romanticismo propiamente dicho y el liberalismo. En segundo lugar, no resulta tampoco sorprendente la no menos permeable frontera entre el escritor y el político, en cuanto que —como se verá más adelante— estamos en un periodo previo al movimiento de diferenciación y especialización en los distintos campos del hacer y del saber. En tercer término, recordemos que la voz y la letra impresa mantenían en el panorama latinoamericano del XIX fronteras lábiles, una y otra vez transitadas, como lo muestra la aparición de una muy amplia gama de textos en prosa (artículos periodísticos, panfletos, proclamas, cartas, diálogos, discursos, obras teatrales, etcétera) en una sociedad con alto grado de analfabetismo, donde la lectura y el comentario en voz alta se seguían dando en distintas esferas públicas y privadas, desde el café hasta la academia, donde la publicación y la circulación de libros era costosa y difícil, y donde comenzaba apenas a insinuarse una nueva y muy tímida forma de mecenazgo basada en la suscripción popular. Una sociedad, en suma, donde tener lectores y publicar libros revestía todavía caracteres de excepción: si era posible pensar ya en una República de las Letras resultaba en cambio casi imposible postular todavía una ciudadanía de lectores. Por fin, para alcanzar una mayor comprensión de la obra de Ramírez es preciso reconstruir tan minuciosamente como sea posible las redes ideológicas de la época, para así, en lugar de contemplarlo estrictamente como un individuo de excepción, poder verlo como un genio, sí, pero inmerso en una atmósfera efervescente de diálogo, polémica y tomas de posición, algunas de las cuales lo llevaron más de una vez a la prisión y el exilio, y aun al riesgo de perder la vida.

    DEL CRÍTICO DE LAS COSTUMBRES

    AL CONSTRUCTOR DE UNA NACIÓN

    Crítico de las costumbres, escritor, abogado, político, orador, periodista, parlamentario, polemista, reformador, maestro, conferencista, académico, juez, ciudadano distinguido de la República de las Letras, observador de espíritu científico, naturalista, geógrafo, historiador e indagador de las antigüedades mexicanas, filólogo, poeta, dramaturgo, ensayista: todo ello fue Ignacio Ramírez, a más de liberal puro y militante pleno de la Reforma. ¿Cómo podía un solo hombre reunir tantas vocaciones, tantas actividades, tantas preocupaciones? La respuesta es que esto sólo se hizo posible gracias a la asunción de todas ellas como parte de un destino de fundador de una nación moderna, crítico del viejo orden conservador y tradicionalista, renovador de la vida social, creyente en la capacidad movilizadora de la razón, la ciencia y la educación para cambiar los destinos de una patria: un Prometeo inquieto y genial, un miembro del Parnaso mexicano que arrebata al orden conservador los viejos saberes que es necesario refuncionalizar a la luz de las nuevas ideas del siglo. Y como Prometeo lo encontramos, ya visitante libre de todos los mundos, apoderándose de los conocimientos todavía encerrados en las viejas instituciones escolares y acervos culturales, ya encadenado y castigado por su atrevido afán de servir a los hombres en la fundación de un nuevo orden.¹⁶

    Primeros años

    Juan Ignacio Paulino Ramírez Calzada nació en San Miguel el Grande (hoy San Miguel de Allende), Guanajuato, el 22 de junio de 1818, y murió en la ciudad de México el 15 de julio de 1879. Según la mayoría de sus biógrafos, su padre, Lino Ramírez, era de ascendencia tarasca, y su madre, Sinforosa Calzada, de origen azteca. Su padre era por entonces un importante miembro del Partido Liberal Federalista que apoyó la Constitución de 1824, y más tarde fue vicegobernador de Querétaro —sitio donde su hijo comienza los estudios— y ejecutor de las Leyes de Reforma de 1833.

    En 1835 la familia se traslada a la ciudad de México, y el hijo sigue el curso de artes en el Colegio de San Gregorio, para luego ingresar, en 1841, al Colegio de Abogados de la Universidad Pontificia Nacional, donde se gradúa en 1845. Ya como colegial se muestra un apasionado estudioso de los más diversos temas, asiduo visitante de bibliotecas como la del Convento de San Francisco, y se forma como autodidacta, interesado en temas que van de las ciencias naturales a la literatura. Guillermo Prieto lo recuerda como un joven que, encerrado en librerías, adquirió desde entonces asombrosa erudición.¹⁷ Y Altamirano, su primer biógrafo, anota que Ramírez, después de haber entrado a esas bibliotecas erguido y esbelto, salió de ellas ligeramente encorvado y enfermo, pero erudito y sabio.¹⁸

    En 1837 ingresa a la Academia de San Juan de Letrán, en la que logra ser aceptado muy joven aún como miembro con un discurso de postura materialista inspirado en la obra de Lucrecio y en el clima filosófico empirista y sensualista. A pesar de que este acto de afirmación resultó escandaloso para muchos y le valió la fama de ateo, se reconoció su talento y erudición y se lo admitió como miembro activo de esa entidad pionera para la fundación de una literatura mexicana, en la cual alternaban voces conservadoras con otras muchas, progresistas y en buena medida liberales, y que se planteó como tarea mexicanizar la literatura, emancipándola de toda otra y dándole carácter peculiar.¹⁹

    Algunos años después, anotará Ramírez que las esperanzas de la patria se encuentran puestas en algunos jóvenes que se están formando solos: ¿No los veis tronar en la tribuna, triunfar en los combates, brillar inesperados?²⁰ No podría haber mejor descripción de su propia posición y la de sus pares.

    Otro elemento más lo confirmará como representativo de toda una generación: su estrecho vínculo con el periodismo y la oratoria, dos formas de incidir en la vida social en una época en la cual no sólo era enorme el número de analfabetos y la palabra circulaba de viva voz, sino que también era tan alto el costo de producir libros que muchos de estos grandes escritores sólo lograron publicar unos pocos títulos.

    Ésta es una buena muestra de que, además de su formación por las vías tradicionales, el joven Ramírez empieza a frecuentar ese naciente espacio público integrado por jóvenes renovadores, muchos de ellos también abogados recién titulados y de escasos ingresos, a los que unen varios rasgos: son liberales; se adhieren a los valores revolucionarios; son antitradicionalistas y amigos de las novedades; confían en la perfectibilidad de la naturaleza humana; son propulsores de las causas modernas: igualdad, laicismo, progreso.²¹ Defienden la democracia representativa, el federalismo y la separación de poderes, la pacificación del país y la vigorización del orden social; afirman la necesidad de fijar la independencia de Iglesia y Estado y, más aún, la subordinación de los intereses de la primera a los del segundo; luchan por la defensa de las libertades individuales en todos los ámbitos: desde el laboral y comercial hasta el educativo y periodístico (libertad de asociación, de prensa, etcétera), así como defienden el progreso de la ciencia y de la sociedad a través de instituciones como el municipio y la escuela.²²

    Este joven y brillante abogado habría de constituirse pronto en el hombre representativo del momento de la consolidación de la República y del ideario de la Reforma, preocupado por dotar al idealismo liberal puro de contenidos provenientes de la realidad mexicana.²³

    Los comienzos de una carrera brillante

    En 1845 el joven abogado comienza a dedicarse también a la política, el periodismo y la vida literaria. Funda con otros miembros de su generación como Guillermo Prieto y Manuel Payno el periódico Don Simplicio. Una vez más, la elección del título apunta tanto al Quijote como a un personaje del Don Catrín de Lizardi, y con él se pretende emprender una crítica de las costumbres, contribuir a la regeneración moral de la sociedad mexicana, así como examinar la posición de los distintos sectores políticos y defender rabiosamente un modelo republicano y popular de gobierno.²⁴

    En el primer número de este periódico, encabezado por una caricatura (signo también de la época), aparece un editorial, A los viejos, donde Ramírez abunda sobre la necesidad de alejar lo viejo para propiciar la renovación de la sociedad y plantea por primera vez un programa de reforma política, económica y religiosa de su país. Estas ideas, expuestas por él más tarde en el Club Popular, fueron, según Francisco Sosa, las mismas que quedaron consignadas en la Constitución y en las Leyes de Reforma. En las distintas épocas de Don Simplicio la pluma de Ramírez aporta artículos de corte político y crítica de las costumbres, así como cuadros y diálogos entre personajes imaginarios siempre cargados de un fuerte contenido satírico, en un estilo que evoca en buena medida el de su admirado Lizardi: a pesar de que algunos rasgos de su desempeño y de su obra lo acerquen al clima romántico de la época, el propio Ramírez trazará en más de una ocasión su vínculo con las ideas de El Pensador Mexicano, a quien años después, y en pleno auge de la reflexión sobre las bases de la literatura nacional, llegará a considerar abiertamente como el padre fundador de la tradición literaria mexicana moderna.²⁵ En abril de 1846 se clausura el periódico y Ramírez, junto con otros colaboradores, es encarcelado.

    Ese mismo año nuestro autor se afilia al Club Popular y es clave su participación en la gesta de una nueva constitución de cuño liberal apoyada en el ideario reformista. Francisco de Olaguíbel, gobernador del Estado de México, lo designa secretario de Guerra y Hacienda. Ramírez tiene así la oportunidad de instrumentar las primeras reformas de signo liberal, como la ley por la que se declara la autonomía del municipio y el fomento de nuevos planes educativos.²⁶

    También en Toluca, y por esta misma época, se casa Ramírez con Soledad Mateos, la Sol a quien están dedicados varios de sus poemas y su compañera de toda la vida, con quien tendrá cinco hijos.

    Tras la intervención norteamericana, Ramírez se alista como soldado para luchar contra la invasión y participa en la batalla de Padierna. En 1848 se traslada a Tlaxcala como jefe superior político de dicho territorio, pero al disolverse los poderes cesa su desempeño como funcionario y pasa a la ciudad de México. A pesar de las tormentas políticas encuentra tiempo para avanzar en uno de sus más anhelados y no menos urgentes proyectos: la renovación de las ideas, y escribe su Ensayo sobre las sensaciones, dedicado a la juventud mexicana (1848).

    A fines de ese año lo encontramos en Toluca, donde ejerce su tarea de abogado y colabora en la fundación del Instituto Científico y Literario de Toluca, en el que imparte de manera gratuita las cátedras de derecho y literatura y trabaja en la puesta en marcha de un programa de becas para apoyar a estudiantes pobres y de ascendencia indígena, y donde logrará generar un grupo de jóvenes seguidores alentados por sus ideas liberales y reformistas. Uno de los beneficiarios de ese programa será nada menos que Ignacio Manuel Altamirano, su discípulo, amigo y correligionario de tantos años, y su primer biógrafo.

    En 1849 funda el periódico Temis y Deucalión, y en él adopta un nuevo seudónimo: Tirabeque (tirador). Allí se publica su artículo A los indios (1850), que también provoca una fuerte reacción: se lo acusa por escándalo y difamación y se le hacen cargos por delitos de imprenta y su texto se califica como sedicioso, infamatorio e incitador a la desobediencia. Tras una notable autodefensa, el jurado absuelve a Ramírez, pero los sectores conservadores del estado lo obligan a retirarse de su cátedra por corrupción de las mentes juveniles, al tiempo que organizan una quema de libros al grito de ¡Mueran las ciencias y las artes!²⁷

    El sinuoso camino hacia la Reforma

    Hacia 1850 México atraviesa un momento enormemente difícil, con la pérdida de buena parte de su territorio, la guerra civil, la pobreza, la precariedad y el desorden en la cosa pública. Los principales representantes de los sectores pensantes comienzan a reagruparse en torno de programas de acción en la línea liberal y en la línea conservadora. Por estos años empieza a manifestarse la efervescencia oratoria de Ramírez, quien traducirá simbólicamente a través de sus discursos este proceso y alimentará con sus propuestas el ideario de los puros.

    Difícil e infructuoso resultaría, tanto en el caso de nuestro autor como en el de muchos otros, intentar hacer un claro deslinde entre el hombre de acción y el hombre de letras propiamente dicho, en una época en la que todavía no se ha comenzado a generar un espacio social autónomo para la literatura y el escritor atraviesa una y otra órbitas de la sociedad, aun cuando lo haga precisamente en su carácter de profeta o iluminado por la vocación literaria para contribuir a la mejora de la vida social.²⁸

    En 1852 Ramírez es designado secretario de gobierno de Sinaloa. Pone entonces en práctica y experimenta en ese nuevo laboratorio regional las mejoras políticas y sociales que proyecta llevar a cabo en todo México. Durante la Revolución de Ayutla (uno de cuyos objetivos era la destitución de Santa Anna), se le designa secretario del general Comonfort. En 1853 regresa a México, donde ocupa la cátedra de literatura en el Colegio Políglota de Toluca, pero su prédica resulta amenazante para Santa Anna, quien lo manda encarcelar, incomunicado y con grilletes, en Tlatelolco. Con la destitución del dictador se lo pondrá nuevamente en libertad. La distancia ideológica con la posición moderada de Comonfort, así como su cercanía con el sector más radical del liberalismo, lo decidirá a pasar nuevamente a Sinaloa, donde se desempeñará como juez.

    No obstante la agitación de esos años, Ramírez no deja de escribir. Entre enero y mayo de 1854 elabora los cuadros de costumbres que formarán parte de la obra colectiva Los mexicanos pintados por sí mismos. Tipos y costumbres nacionales, publicado un año después por la Sociedad de Literatos. En 1855 prepara tres artículos y un poema para El Monitor Republicano, donde volverá a emplear el seudónimo de Tirabeque: El programa de la revolución es un nudo gordiano, que quiere Tirabeque cortar, mientras otros lo desatan.²⁹ Además de sus textos de fuerte carácter político, prepara Dos lecciones inéditas sobre literatura, vinculadas a los cursos dictados en Toluca. La publicación de las lecciones reúne dos de los grandes intereses de su generación: el fomento y la renovación de los contenidos educativos, todavía marcados por lastres tradicionalistas y retrógrados, y el despunte del futuro programa del nacionalismo literario, que piensa la relación fuerte entre literatura y vida nacional.

    En 1856 Ramírez es nombrado representante de Sinaloa ante el Congreso General Extraordinario que habría de elaborar una nueva constitución. Es así como entre 1856 y 1857 participa como diputado en el Congreso Constituyente, en el cual, a pesar de la presencia de los puros (citemos los nombres de Ponciano Arriaga, Santos Degollado, Melchor Ocampo, Francisco Zarco y el propio Ramírez), terminó por predominar una posición moderada. Las intervenciones de nuestro autor despiertan siempre enormes expectativas. Pronuncia una serie de prominentes discursos de crítica a las instituciones tradicionales a la vez que reflexiona sobre los fundamentos de un nuevo orden para la nación. Entre sus numerosas intervenciones en los debates parlamentarios, que confirman su excepcional talla de orador, evocamos las dedicadas a la desamortización de los bienes de las corporaciones civiles y religiosas, la defensa del federalismo, la protesta en favor de los derechos ciudadanos, la situación del campesino y el obrero, así como pormenorizados comentarios sobre muchos artículos constitucionales. Reflexionemos sobre el sentido profundo de esta época de oro que fue la militancia parlamentaria de Ramírez: dar un orden constitucional era no sólo dar un marco legal, sino en rigor —como la palabra misma lo indica— constituir una nueva nación, libre de los lastres del pasado y abierta, a partir del presente, a las posibilidades que el futuro habría de expandir. Esta prominente actuación constitucionalista de Ramírez y su esfuerzo por repensar a la nación desde sus bases mismas será una de las facetas más evocadas por los historiadores.

    En 1857 funda El Clamor Progresista, periódico independiente y liberal, en el que apoya la candidatura presidencial de Miguel Lerdo de Tejada a la vez que se opone a las pretensiones de Comonfort, quien en su opinión se había alejado de los principios liberales. Escribe un virulento texto crítico bajo un nuevo seudónimo, O. (alias) Chile Verde, dirigido a dicho personaje, quien lo manda perseguir y encarcelar. Ramírez logra escapar disfrazado y se dirige hacia Sinaloa, pero es apresado en el camino por las fuerzas del conservador Tomás Mejía, quien lo remite a la prisión de Querétaro y, tras la amenaza de fusilarlo, la tropa termina por hacer escarnio de él, obligado a desfilar a lomo de un asno mientras los soldados lo insultan y apedrean. Finalmente se suspende la orden y se lo vuelve a enviar a la cárcel, de donde sale a fines de 1858.

    Ramírez viaja a Veracruz, donde se une al grupo de Benito Juárez y participa en la redacción de las Leyes de Reforma. En 1859, mientras siguen las luchas entre liberales y conservadores, y a pesar de ese primer momento de cercanía con Juárez, Ramírez decide alejarse e instalarse en San Luis Potosí, dada su oposición a la Ley Lerdo, que representaba según él la ruina de la propiedad comunal de los indígenas.

    Los avatares políticos no lo hacen desatender su afán de conocimientos y su permanente curiosidad científica: así escribe Aurora boreal, artículo que publica en La Sombra de Robespierre, San Luis Potosí, el 22 de agosto de 1859. Al mismo tiempo, y como respuesta a una brutal masacre ligada al martirologio liberal, Ramírez escribe uno de sus mejores poemas, Después de los asesinatos de Tacubaya (1859).

    En 1861, con el regreso del gobierno liberal a la ciudad de México, es designado ministro de Justicia e Instrucción Pública y queda interinamente a cargo de las carteras de Fomento, Colonización e Industria.

    Trabaja entonces activamente para instaurar por fin en el ámbito nacional el proyecto liberal por tanto tiempo acariciado y se dedica a promover la marcha de la Reforma en el interior de México (San Luis Potosí, Guanajuato, Jalisco, Sinaloa), con medidas como la desamortización de los bienes de manos muertas o la reforma de la enseñanza e innovación en los planes de estudio (que hasta el momento seguían siendo los de la Colonia). Así, dicta la Ley de instrucción pública en el Distrito Federal y territorios, para la reforma de la instrucción primaria, secundaria, escuelas de artesanos, escuelas especiales y de niñas, así como atiende a bases generales de exámenes, designación de catedráticos y fondos de instrucción pública.

    Otras medidas de no menor interés serán por esos mismos años el cierre de la Universidad y el Colegio de Abogados, considerados lugares donde se perpetúa el orden conservador, así como la fundación de nuevas instituciones: la Biblioteca Nacional, la primera pinacoteca integrada por obras de artistas mexicanos o la Escuela de Minas. Otra preocupación de los liberales es la modernización del sistema de transportes y comunicaciones, que habría de permitir, en palabras de Francisco Zarco, comunicar material y espiritualmente el país, generando una nueva dinámica de integración regional. Es así como, también gracias a la gestión de Ramírez, se agiliza la construcción del ferrocarril de México a Veracruz.

    Como bien anotan los especialistas, el cierre de la universidad tradicional y la apertura de academias y gabinetes de lectura y de ciencias constituyen un movimiento estratégico para la reforma educativa y el fomento del conocimiento, que se verá complementado con otras muchas disposiciones no menos relevantes. El periodismo, la creación artística y literaria, la participación a través de discursos, son otras tantas formas de intervención que buscan renovar la sociedad y refundar el país a través de la consolidación de un nuevo orden no tradicionalista. De este modo, ni aun en las épocas de mayor actividad política abandona Ramírez su participación en la prensa. Escribe con Guillermo Prieto siete artículos en El Monitor Republicano dedicado a las Leyes de Reforma y colabora también en el periódico El Siglo XIX. Tampoco deja la oratoria patriótica: el 16 de septiembre de 1861 pronuncia un encendido discurso en homenaje a la Independencia.

    Por esa misma época en Europa se está gestando un nuevo proyecto de intervención armada para obtener el pago de la deuda externa contraída por el gobierno liberal mexicano. Ya bajo la amenaza de la invasión extranjera, Ramírez redacta, con Guillermo Prieto y otros autores, La Chinaca (1862), periódico dedicado a la propaganda patriótica. Así, en un nuevo vuelco del panorama político, poco tiempo después de haber sido electo diputado al Tercer Congreso Constituyente se verá obligado a partir para convertirse en defensor y difusor de la causa republicana. El 5 de febrero de 1863, Ramírez pronuncia un discurso sobre el sexto aniversario de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos y el 16 de septiembre en el Puerto de Mazatlán da otro discurso: En la solemnidad de la Independencia de México. Desde Sinaloa mantiene también una valiosa correspondencia con Guillermo Prieto (Fidel), en un intercambio epistolar que se extenderá hasta 1877, y donde no deja de hacer observaciones científicas y tomar notas de la vida cultural de la región. Se conservan muchas de las cartas que envía desde San Francisco de California, Mazatlán y el Golfo de California. El 5 de febrero de 1864 da otro discurso desde el Puerto de Mazatlán, En el aniversario de la Constitución de 1857 y más tarde, el 5 de mayo otro texto no menos soberbio, En el aniversario de la batalla de Puebla. Participa en La Opinión de Sinaloa. En Sonora publicará La Insurrección, periódico opuesto a la intervención extranjera, y en el cual mantendrá además una apasionante polémica con Emilio Castelar en torno a la desespañolización política e intelectual de los mexicanos, tras la cual, como se sabe, el propio Castelar se declara vencido por la elocuencia y el talento de nuestro autor. En otro periódico sonorense, La Estrella de Occidente, aparecerán más tarde muchos de sus más encendidos textos de arenga patriótica, como Patriotismo o La tempestad (1865).

    En 1866 regresará a la patria para contribuir a su defensa, y poco antes del fusilamiento de Maximiliano será nuevamente encarcelado en San Juan de Ulúa y más tarde en Yucatán, donde resultará víctima de la fiebre amarilla. De esta etapa proceden composiciones como El hombre dios³⁰ y posiblemente sus Décimas. Pasa luego a la ciudad de México, donde seguirá viviendo bajo vigilancia policial y escribirá de manera afiebrada muchos de sus mejores textos, algunos de ellos de carácter dramático, dada su cercanía con la actividad teatral de la época.

    Pero es sobre todo la etapa de El Correo de México, fundado por Altamirano, una de las más ricas en su producción, en la que participa como redactor junto con Prieto, García Pérez, Chavero, Cuéllar o Manuel Peredo, y publica textos como su recordado ensayo sobre La Constitución y artículos como Héroes y traidores, La apelación al pueblo, El clero, La convención progresista, Los estudios metafísicos, y textos programáticos como Instrucción primaria, Colonización, La unión americana o La lengua mexicana, y encuentra en ese proyecto periodístico independiente un espacio para sus reflexiones políticas de la hora, hasta que en 1867 se produzca el triunfo de la República y con ello la posibilidad de volver a la acción.

    El 15 de septiembre, a pocas semanas de la entrada de Benito Juárez en la capital mexicana, Ramírez será el encargado por la Junta Patriótica para pronunciar en el Teatro Nacional uno de sus textos más recordados: el Discurso cívico.

    Tras la llegada de esta nueva época de libertad nuestro autor escribirá textos de capital importancia como El Congreso, Los ayuntamientos, ¿Dónde está la República? y ¡Reforma!, publicados entre noviembre y diciembre de 1867. Estos artículos muestran que, una vez más, Ramírez no se había dejado ganar por las cuestiones de corto plazo, sino que había continuado reflexionando en torno de temas de capital importancia tales como el de la representación política, la soberanía popular, el espíritu de asociación, a la vez que madurando todo un programa político de avanzada.

    Ramírez y la República Restaurada (1867-1876)

    El regreso de Juárez y el triunfo del grupo liberal sobre el conservador, que supusieron el retorno de los más altos representantes de la inteligencia republicana, no trajeron sin embargo la paz en la vida de Ramírez, quien a través de El Correo de México continuará profundizando la crítica a la política juarista y con ello propiciando un mayor alejamiento con el presidente. Ramírez participará también en juntas y asociaciones que darán lugar poco después al surgimiento del Partido Liberal Constitucional. Como otros representantes de esa corriente, Ramírez da su apoyo a Porfirio Díaz, en quien ve a un defensor de la Constitución de 1857 y un firme luchador contra los intereses de sectores conservadores.

    A lo largo de esta década fundamental para la consolidación del programa liberal Ramírez se desempeñará en un nuevo cargo de responsabilidad: en 1868, y ya francamente distanciado de Juárez, el Congreso lo designa magistrado de la Suprema Corte de Justicia, cargo en el que se desempeñará de manera casi ininterrumpida hasta el fin de sus días y desde el cual luchará particularmente en favor de la ley de amparo. El autor continuará además activo en el debate de ideas y en la intervención en diversos asuntos de la vida social, como lo prueban sus últimos discursos y escritos. De este modo, y paradójicamente, ni aun como miembro de la Suprema Corte se mantuvo Ramírez al margen del compromiso, las tormentas políticas y la intervención en los más diversos ámbitos de la vida cultural.

    Como escribe Luis González y González al referirse a los dieciocho letrados que, sumados a doce militares, conformarán el grupo de los treinta que encabezará la puesta en práctica del programa liberal, "los cultos de la República Restaurada ejercieron la oratoria en la tribuna y en la cátedra, y la literatura en el periódico y el libro. Casi nadie se escapó de hacer crítica, reportajes y comentarios de índole política, social, económica y cultural en los mayores y mejores periódicos del ala liberal: El Siglo XIX y El Monitor Republicano".³¹

    Ramírez coincidirá en buena medida con las posturas de los otros miembros de la elite que aspira a la puesta en práctica del proyecto liberal de 1857, y que además del anticlericalismo tiene como programa la pacificación del país, el fortalecimiento de la hacienda pública, el estímulo a la inmigración, la defensa de las libertades de asociación y trabajo, la promoción de la agricultura, la construcción de puentes, caminos y ferrocarriles, la defensa de las libertades de credo y prensa, el cultivo de la educación libre, gratuita, obligatoria, laica, la difusión de la ciencia positiva, el fomento del nacionalismo a través de las letras y las artes, etcétera.³² Sin embargo, manifestará a la vez ciertas tomas de posición originales: mientras que algunos de sus correligionarios se muestran más conciliadores en el ámbito de lo religioso, Ramírez se seguirá afirmando como intransigente al respecto y luchará por la desamortización de los bienes de la Iglesia sin dar lugar a negociación; mientras que algunos liberales piensan en la necesidad de exterminio de lo indígena, Ramírez emprende su más valiente defensa de las culturas autóctonas con un muy avanzado esfuerzo de recuperación arqueológica y lingüística e insiste en ver las raíces de la historia nacional en el mundo prehispánico; si otros sólo veían en la inmigración extranjera la base del crecimiento, Ramírez propondrá interesantes medidas de colonización interna; mientras que la base de la organización familiar se apoyaba para muchos en un modelo centrado en el individuo masculino, cabeza de familia, propietario y pagador de impuestos, Ramírez se preocupa por la mujer y ve su potencial para el desarrollo social de México;³³ por fin, mientras otros liberales atendían sólo a la circunstancia mexicana, Ramírez está atento a las experiencias y a las ideas provenientes de otras partes de América Latina: así, por ejemplo, se muestra conocedor de las ideas de Sarmiento.³⁴ Carlos Monsiváis dice certeramente lo siguiente:

    Ramírez pertenece a la vez que se exceptúa de esta Sociedad de los elegidos. Allí están sus amigos, sus compañeros, sus discípulos, pero también allí se mueven quienes lo consideran el elegido de Satanás, el enviado del demonio. Su radicalismo ideológico y político lo aísla, lo señala públicamente como al más intransigente de entre los puros, le crea un marco de hostilidad y miedo.³⁵

    A la hora de interpretar y diagnosticar la realidad social, la sensibilidad de ese gran lector, observador y retratista de las costumbres mexicanas que ha sido siempre Ramírez viene en auxilio del político y el científico. De allí que la gestión pública no le impida participar en nuevos y fundamentales proyectos periodísticos, como es el caso de El Semanario Ilustrado, concebido como revista científico-literaria y enciclopedia de conocimientos útiles. Ramírez contribuye en él con una serie de textos sobre educación, historia e industria. Se dedica allí a asuntos relacionados con los ferrocarriles o las obras públicas, pero también a temas sociales y culturales de más largo alcance, como El Apóstol Santo Tomás en América, Asociación periodística, Asociación de la prensa o Principios sociales y principios administrativos. En cuanto a este último, se trata de un ensayo clave para comprender el deslinde entre el ideario liberal que muchos quieren acallar y el nuevo programa que tiene por palabra de pase un término, administración, que irá imponiéndose aceleradamente entre distintos sectores de la sociedad (colegiales, abogados, médicos, ingenieros, periodistas, filarmónicos y artesanos). Ramírez insistirá en la necesidad de distinguir entre los principios administrativos y los sociales, en un artículo que complementará con otros textos como Espíritu de asociación entre los mexicanos, Los pueblos de indígenas o Los campesinos. En uno de los ensayos arriba mencionados escribirá:

    El desarrollo de la asociación es espontáneo; la forma administrativa es caprichosa.

    La asociación exige la igualdad; la administración se conserva por la jerarquía.

    La sociabilidad significa nacimiento y cambios de forma, y muerte y reproducción; todo sistema gubernativo tiende a perpetuarse, aun contra la voluntad, aun con el sacrificio de los mismos interesados.

    Asociación es bienestar; administración es obediencia.³⁶

    He aquí una muestra de su profunda defensa de las ideas de asociación y sociabilidad como bases de una auténtica vida democrática, contra las nociones de administración y obediencia, que resultan en su opinión escandalosamente contrarias a las leyes de la historia y el progreso social, e intentan imponerse a pesar de la imprenta, del vapor y de la tribuna:

    Difícil es probar la bondad y la necesidad de los gobiernos; pero a nadie se oculta que ese sistema de entregar los negocios comunales o forzosos apoderados, engendra la corrupción y la tiranía [...].

    Las autoridades, sea cual fuere su procedencia, no trabajan sino para sí; el espíritu de corporación que las anima, no se encuentra seguro, sino levantando su trono entre una iglesia y una cárcel; la prisión para el alma y para el cuerpo. Natural era que la vil multitud acabase por buscar lejos del sistema administrativo el aseguramiento de todos sus intereses, la encarnación de sus deseos, el ejercicio de la soberanía que se le ha usurpado por los mismos que se la han reconocido [...], ¡el pueblo tiene razón!³⁷

    Los grandes ideales liberales y republicanos de Ramírez, inspirados en las revoluciones francesa y norteamericana, siguen en pie y lo alimentan hasta la última hora: Exista el gobierno, pero exista aislado; asociación, libertad, igualdad, fraternidad ven con odio lo que se llama ley, pero nacen del contrato: ¡la lucha es entre la ley y el contrato!³⁸

    Hasta el fin de sus días lo acompañará también su obstinada defensa de la educación y de la ciencia como los motores del desarrollo social. De allí su interés en la publicación, también en 1868, de sus estudios pedagógicos, dedicados a la instrucción pública: Instrucción primaria, Educación indígena, Educación de la mujer, Los libros de texto y La educación en los municipios.

    Escribe también un ensayo sobre las Antigüedades mexicanas, donde se refiere a la urgente necesidad de contar con un establecimiento dedicado a la recopilación, análisis y difusión de los hallazgos de vestigios de la cultura indígena sobre los cuales habrá de erigirse el conocimiento de la nación.³⁹

    No se trata sólo de un texto aislado: si a él sumamos los que publicará un año después, como sus Estudios sobre literatura, sus Lecturas de historia política de México y su participación en los primeros números de El Renacimiento, descubriremos que su obra forma parte de un vasto programa y de un vasto movimiento de fundación de una historia y una literatura nacionales, cuyo conductor habría de ser su más grande discípulo, Ignacio Manuel Altamirano. Se trata de una tarea de dimensiones titánicas: refundar México a partir de una nueva tradición, un nuevo pasado, una nueva forma de leer la literatura.

    Compone además en esos años algunos de sus mejores poemas: A la patria y Por los desgraciados y pronuncia algunos de sus más célebres discursos, como el que dedicará a Humboldt en sesión solemne de la Sociedad de Geografía y Estadística.

    En 1870 escribe Lecturas de historia política de México, obra dedicada a Emilio Castelar, en la que pasa revista a las dos primeras grandes etapas de la vida nacional: Las naciones primitivas y La época colonial. Entre 1871 y 1872 continúa colaborando con artículos sobre historia y educación en El Monitor Republicano, El Federalista,

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