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Reconciliación política sin consenso social

De sin sentidos y falacias:

Por Andrés Pérez Baltodano

Algunos comentaristas intentan crear la impresión de que criticar o rechazar la política de


reconciliación del FSLN es criticar o rechazar la idea de la reconciliación. Tratemos de poner
entonces los puntos sobre las íes con la esperanza de profundizar en el necesario debate
sobre la visión sandinista del orden social.

El consenso social es la base indispensable para el funcionamiento adecuado de los procesos


democráticos formales, incluyendo aquellos que se utilizan para crear alianzas o coaliciones
políticas electorales. Así lo explica el politólogo liberal Robert Dahl: “A lo que nos referimos
cuando hablamos de ‘política democrática’ es simplemente la ‘nata’. Es la manifestación de
conflictos superficiales. Antes de los procesos políticos democráticos, debajo de ellos,
alrededor de ellos, restringiendo esos procesos y condicionándolos, existe un consenso
entre una porción importante de los miembros políticamente activos de la sociedad”. El
consenso al que se refiere Dahl constituye un acuerdo sobre las reglas que deben regir las
relaciones entre el mercado, el Estado y la sociedad.

La política de reconciliación del FSLN es hueca y falaz, porque la coalición electoral “Unida,
Nicaragua Triunfa”, que lidera Daniel Ortega, no tiene como fundamento un consenso que
integre los diversos y contradictorios intereses y visiones que sus miembros supuestamente
representan.

A primera vista, las ideas del amor y la reconciliación enarboladas por el FSLN suenan
atractivas porque sugieren la posibilidad de alcanzar la estabilidad y la paz que la idea del
consenso social representa. Si reflexionamos un poco, sin embargo, descubriremos que para
ser efectivos, los consensos sociales deben reconocer las tensiones y contradicciones que
existen en una sociedad. A partir de ese reconocimiento, los procesos democráticos pueden
desarrollar la capacidad para articular una estructura de derechos y obligaciones que
responda a dos cosas: al principio de la justicia social que debe regir a cualquier sociedad
que se llame civilizada y cristiana; y al principio de la libertad que se traduce en la
necesidad de incluir en la vida política del país a todos los sectores sociales.

El consenso social que debe servir de base a cualquier política de reconciliación, entonces,
no se articula simplemente mediante la sumatoria física de actores políticos dentro de una
“alianza” o “coalición” formal. Un consenso social no puede reducirse a una foto de
publicidad y a la firma de cuatro papeles y tres banderas. Un consenso social es, sobre todo,
un esquema normativo que define una ética compartida, un balance de poder y, más
concretamente, una manera de armonizar el principio de la libertad (incluyendo la del
mercado) con el de la justicia social.

¿Cuál es el fundamento ético que hoy permite la “reconciliación” política de un Daniel


Ortega, un Jaime Morales Carazo, una María Elena Rizo y un Salvador Talavera?
Seguramente que ninguno. No debemos olvidar que Ricardo Coronel Kautz, uno de los
principales dirigentes del FSLN, escribió el 23 de septiembre de 2005 en END que la ética
“no es más que un prejuicio burgués”. En esa misma ocasión, Coronel Kautz señaló que la
ética en el “mundo real” no es más que “el juego de la demagogia, la manipulación, el
manoseo, el engaño, la venta de ilusiones, la trampa, el jueguito, la compra y venta de
voluntades, el chantaje, el cinismo, las coimas, los pactos prebendarios, el nepotismo, la
llamada corrupción, el abuso de la palabra y tráfico de influencias, la media mentira y media
verdad, y todo lo demás”.

¿Cuál es la filosofía política y la visión de la soberanía nicaragüense que unifica hoy al FSLN
--nacido del pensamiento de Augusto C. Sandino-- y al Partido Liberal Nacionalista (PLN)
fundado por Anastasio Somoza García? ¿Qué posición comparten los miembros de la alianza
que lidera el FSLN con relación al modelo económico nicaragüense?
Seguramente que para Daniel Ortega todas éstas son preguntas necias. Para Ortega, basta
pronunciar las palabras “reconciliación” y “amor”, como si se trataran de un abracadabra,
para que reine la paz y la prosperidad en Nicaragua. Así lo afirmó en un discurso
pronunciado el 18 de septiembre: “Si hay reconciliación, entendimiento y enterramos el odio
y la confrontación, lo demás vendrá por añadidura”. (END, 18/08/06)
Ortega pone la carreta adelante de los bueyes. “Lo demás” es el consenso que en política
hay que articular antes de hablar de entendimiento y reconciliación. La verdadera
reconciliación vendrá “por añadidura” cuando desarrollemos un verdadero consenso social
sobre las relaciones entre el mercado, el Estado y la sociedad en Nicaragua.

Partidos políticos
y hegemonía
Los partidos políticos desempeñan un papel fundamental en la construcción de los marcos
normativos y los consensos sociales que sirven de base a la reconciliación democrática. Los
partidos -–cuando son efectivos--
reflejan las tensiones y divisiones que surgen de una realidad social en donde coexisten
intereses económicos contradictorios.

Un partido de izquierda popular cuya filosofía defiende el principio de la igualdad social


como la variable independiente a la que tiene que subordinarse el principio de la libertad
individual, atraerá y organizará aquellas demandas y presiones sociales que favorecen, por
ejemplo, la idea del Estado como un redistribuidor de la riqueza social. Por el contrario, un
partido de derecha cuya filosofía defiende el principio de la libertad individual como el valor
central en el ordenamiento normativo de una sociedad, atraerá las demandas y presiones
de los que favorecen la idea del mercado como el principal mecanismo distributivo de la
riqueza social.

Los partidos políticos también cumplen una función social integradora a nivel nacional. A
partir del reconocimiento de los intereses que ellos representan, los partidos contribuyen a
la construcción de consensos sociales nacionales que definen el balance que debe existir
entre la libertad de mercado y la justicia social. Lo hacen mediante la articulación, defensa y
promoción de proyectos hegemónicos.

La palabra hegemonía a veces asusta porque con frecuencia es mal interpretada y mal
usada. Orlando Núñez, por ejemplo, rechaza la idea de la hegemonía por ser contradictoria
con la idea romántica de la política y la gobernabilidad que domina el pensamiento y el
discurso político del FSLN. Dice Núñez en un reciente artículo de opinión: “Una de las
particularidades de la vida política nicaragüense es que siempre se ha gobernado bajo el
hegemonismo o la fuerza de un partido político, sin parar mientes en la gran oposición que
se lo impide. El resultado es conocido: golpes de Estado, guerras civiles, revoluciones,
deterioro social e ingobernabilidad”. (END, 30/08/06)
Núñez asume que la hegemonía equivale al ejercicio absolutista de un poder partidario. La
confusión teórica y conceptual de Núñez la confirma su crítica al hegemonismo: “Gobernar
desde una perspectiva partidaria suena cómodo o consecuente, pero no suena factible. Si
alguien se propone gobernar desde su propia concepción del mundo, suena muy
consecuente, pero no menos arbitrario, autoritario, y terminaría como todos los que lo han
intentado, completamente solitario”. (END, 30/08/06)
El concepto de hegemonía no es sinónimo de autoritarismo o dictadura. La democracia
liberal, que es incongruente con el autoritarismo partidario y la dictadura, funciona dentro
de una visión hegemónica de la sociedad. Esto lo sabe muy bien Orlando, quien hasta antes
de que se pusieran de moda los temas del “poder del amor” y la “reconciliación” dentro del
FSLN, usaba correctamente el concepto de hegemonía para hacer referencia a la existencia
de un marco de valores que ha logrado institucionalizarse; es decir, que se ha llegado a
imponer como “normal” en una sociedad (ver por ejemplo END, 28/06/05).

Orlando también sabe que el neoliberalismo es un proyecto hegemónico. La hegemonía del


neoliberalismo se refleja en el peso de un sentido común que tiende a institucionalizarse y a
normalizar los valores y las justificaciones que hoy utilizan los sectores económicos
dominantes del país para tolerar la pobreza y la desi-gualdad social en Nicaragua. Lo que
llamamos sentido común, entonces, no es un sistema de valores neutros y divorciados del
poder. El sentido común es siempre la expresión de una visión hegemónica que legitima los
valores e intereses de los grupos o clases dominantes en una sociedad.

Así pues, cualquier partido o alianza política de izquierda en Nicaragua está obligada a
articular un proyecto hegemónico alternativo al neoliberal; es decir, está obligado a articular
y promover un ordenamiento económico, político e institucional que se nutre de una visión
social que no castiga a los pobres.

Puesto en otras palabras: un proyecto hegemónico de izquierda debe articular, proponer e


impulsar la institucionalización de un nuevo sentido común que rechace no solamente lo que
la ley actual tipifica como corrupción, sino cualquier práctica o valor social que nos empuje a
aceptar el hambre del prójimo como un hecho natural, o como un problema de largo plazo
que hay que resolver con la paciencia que demanda la lógica del mercado. En fin, un
proyecto hegemónico de izquierda tendría que deslegitimar el estilo de vida de quienes hoy
lideran el Frente Sandinista de Liberación Nacional, y luchar por imponer una visión social
verdaderamente sandinista, democrática y cristiana en Nicaragua.

El Nuevo Diario - Managua, Nicaragua - 21 de septiembre de 2006

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