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El papá de Pipi “Calzaslargas”

Por Ellés Guerrero


al recuerdo diario de Pau
Veo la luz del faro a lo lejos; ya estoy cerca; borrones en mi cabeza, creo

que ya lo he vivido antes; se me olvidan las cosas, algunas, casi todas; ¿hay mucho

que olvidar?, ¡ah!, mi pequeña me ayudará; ya la estoy viendo, sonriendo, como

siempre; debe haber llegado ya, ahí, cerca del faro, seguro; espero que mi cabeza

no me confunda otra vez; ¡y qué mayor la veré, seguro!, yo que tanta vida he

vivido, que tanto he visto y lo único que deseo es dejar este barco mugriento y

pisar tierra firme; yo, con lo lobo de mar que soy, ¡ah! He recorrido por tierra, mar

y aire miles y miles de millas hasta perder la cuenta; he batallado contra fieros

bandoleros en vaguadas y montes, cañadas y junglas, bosques y ciudades, caminos

y puertos; he soportado el frío de los polos y páramos y el infierno de los desiertos;

he buscado oro, piedras preciosas, petróleo y pozos de agua, plantas medicinales,

aromáticas y venenosas; he visto negros y amarillos, altos y bajos, borrachos y

locos, de buen tratar e indeseables, feos y no tanto; he pedido agua y alimento,

ropa y abrigo. He pedido trabajo y escondite, transporte y purgantes; he oído

lenguas que no conoce nadie, palabras que os ofenderían; he vivido en castillos y

bares, ruinas y azoteas, jardines y cuevas; he comido insectos vivos, una vez mis

propias heces, faisán y cochinillo, trufas y liebre, mondas de patata, fruta verde y

pan rancio; he tomado setas alucinógenas y raíces con similares propiedades,

extraños brebajes que hacen que todo sea más pequeño, semillas que hacen que

todo sea más grande, cortezas trituradas para viajar sin esfuerzo, vinos espesos

como el puré y licores servidos en copas de plata, cerveza de barril y aguas

infectas; y todo esto, ¿para qué? He dejado a mi hija bajo el cuidado de un mono
chiflado y de un caballo con soriasis; no sé de quién coño es el antojo de que yo

vaya y vuelva haciendo más viajes que una cuchara vieja, pero ahí estamos, sin

parar, y sin quererlo ni beberlo me veré embarcado otra vez sin haber tenido

tiempo siquiera de darle algunas instrucciones al caballo; al mono ni molestarme,

porque se toma la vida muy a la ligera; qué raro que mi hija no me pregunte por

qué me voy dejándola sola con ese pequeño zoo, ¿acaso no siente curiosidad? ¿No

quiere saber por qué su padre la deja tanto tiempo a merced de cualquiera?; claro

que ella sólo piensa en jugar, o no, no estoy completamente seguro; siempre fue

una chica responsable; “no soy una cría, papi”, me decía no hace mucho tiempo,

pero yo creo que sí es pequeña porque si fuera mayor querría saber dónde paso el

tiempo que no estoy con ella; tendría que contarme tantas cosas que exigiría saber

dónde vivo, qué hago, con quién voy y vengo; pero nada de esto me pregunta, tan

sólo me despide “adiós papi, tráeme un tesoro cuando vuelvas, y abrígate del frío”,

y sigue jugando. Luego, cuando estoy a muchas millas, no tengo forma de saber de

ella; alguna vez utilicé palomas mensajeras, pero su alcance no cubre todos mis

desplazamientos, y luego esos malditos piratas de mala madre con sus halcones,

canallas; lo paso mal unos días, luego se me va pasando y me concentro en mis

cosas, aunque reconozco que sólo las recuerdo con claridad cuando se las relato a

ella, mis cosas, digo, al volver, o ella me las recuerda como si las conociera de

antemano; el resto del tiempo que ando lejos se queda en compañía de esa pareja

de extraños hermanos de los que desconfío; ¡si no fuera por esta cabeza mía! Es

como si un vacío ocupara mi mente y afectara a mis recuerdos; al volver no aviso,


sencillamente vuelvo, pero ella sabe cuándo, no me pregunten cómo pero lo sabe;

tal vez vuelvo cuando ella sabe que vuelvo y no antes, y cuando lo hago ella está

en el puerto y con sus zapatos hace crujir la madera del embarcadero, y bajo yo con

mi camiseta a rayas, siempre la misma, y junto a ella el caballo, ¡si por poco se

ahoga el mono una vez!, el mono siempre viaja con ella, y juntos, mi pequeña y yo,

de la mano caminamos dejando que todos nos miren y nos sonrían y nos saluden.

Ella no ha cambiado; es siempre la misma, claro, aunque no lo sea, yo me

entiendo; me avisará señalando al cielo que las estrellas vienen; son, cómo

explicarlo, puntos lejanos que nos acercan; sé que las he visto allá lejos, de donde

vengo; también están, por todos lados; lo sé ahora porque después lo olvidaré; ¡qué

difícil cuando todo lo sabido se olvida!, ¡qué desperdicio!, menos mal que tengo

quien me lo recuerde todo, ¡oh!, mi pequeña se ocupa, y el caballo blanco a

manchas nos ilumina ahora que se ve poco; ¡sujeta al mono, hija! Y caminando

cerca de la taberna nos reiremos escuchando los gritos de los haraganes, el sonar de

los borceguíes en el piso, las ventanas dejando entrar algo de aire limpio entre los

humos, el mecanismo trucado de la ruleta del fondo, el crujir de las bolas de marfil

en la mesa de billar sin revestir, “¡ocho esquina!”, lo que nos dará mucha risa, o

eso creo; esta cabeza que tengo sobre los hombros…; y un vaso por el aire antes de

estropearse contra la esquina de mármol de la barra, y una señora llamando a

alguien; pero de lo que más nos reiremos juntos de la mano es de las letras del

loco, palabras y palabras sin orden, señalando a uno y otro, vaya que sí; esto no ha

cambiado mucho, vaya que no. Y más allá debemos estar cerca; no recordaré este
paisaje; ella señalará cosas y yo creeré los nombre que me diga, aunque algunos

me hagan reír; ¡cuidado con el loro este, que no habla ni nada!, no hay manera de

hacerlo callar; y señalará esto y aquello; el nombre de aquello me hará gracia, y el

color de eso de ahí detrás de lo otro de más allá; “a ver si aligeramos el paso”, le

diré, “sin descanso, sigue, podemos, porque necesito sentarme en el porche”; creo

que es mío, nuestro, el porche y lo demás, pero no estoy seguro, se lo preguntaré;

“pero vamos, que suelte el petate; mejor no parar, que nos enfriamos, hija”, le diré.

¡Ah!, esta cabeza mía; pero, en fin, llegamos; no sabré qué hacer con los animales;

supongo que vivirán con nosotros, pero no estoy muy seguro; algo habrá que hacer

con ellos; se me soltará de la mano y saldrá corriendo hacia el interior, algo me

habrá preparado, como si lo viera; supongo que tendrán tanta hambre como yo, las

bestias, digo, pero yo no sé cocinar, o no recuerdo cómo se hace; tendré que

pedirle que me refresque la memoria; ¡ay!, el porche; debe de estarse bien, sentado

al fresco con la panza llena; qué pena que tenga que irme; ¿os he hablado ya de mi

loro?, no sé bien si es un loro o qué; será; si al menos me hablara para recordarme

cosas importantes; ¡dice una y otra vez lo mismo, vaya!; bobadas. No recuerdo

quién me lo dio o de dónde lo saqué, tal vez en una apuesta, ¿para qué querría yo

un loro?, sólo dice lo que le interesa; y allí está mi pequeña de coletas, siempre

igual, no cambia, siempre pequeñaja y pecosa; una vez, en una taberna… no; no,

no; estaba dándole vueltas al melón buscando el momento en que me

encasquetaron al dichoso pajarraco, pero no hay manera; ¿en la taberna?, cuando

aquella vez los canallas del ojo tuerto apostaron a que…, no, no soy capaz de
acordarme de más, tendrá que recordármelo ella; total, no es más que un loro,

aunque compañía sí que hace, para que nos vamos a engañar, ¿y quién lo amaestró

para que no eche a volar?

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