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que ya lo he vivido antes; se me olvidan las cosas, algunas, casi todas; ¿hay mucho
siempre; debe haber llegado ya, ahí, cerca del faro, seguro; espero que mi cabeza
no me confunda otra vez; ¡y qué mayor la veré, seguro!, yo que tanta vida he
vivido, que tanto he visto y lo único que deseo es dejar este barco mugriento y
pisar tierra firme; yo, con lo lobo de mar que soy, ¡ah! He recorrido por tierra, mar
y aire miles y miles de millas hasta perder la cuenta; he batallado contra fieros
bares, ruinas y azoteas, jardines y cuevas; he comido insectos vivos, una vez mis
propias heces, faisán y cochinillo, trufas y liebre, mondas de patata, fruta verde y
extraños brebajes que hacen que todo sea más pequeño, semillas que hacen que
todo sea más grande, cortezas trituradas para viajar sin esfuerzo, vinos espesos
infectas; y todo esto, ¿para qué? He dejado a mi hija bajo el cuidado de un mono
chiflado y de un caballo con soriasis; no sé de quién coño es el antojo de que yo
vaya y vuelva haciendo más viajes que una cuchara vieja, pero ahí estamos, sin
parar, y sin quererlo ni beberlo me veré embarcado otra vez sin haber tenido
porque se toma la vida muy a la ligera; qué raro que mi hija no me pregunte por
qué me voy dejándola sola con ese pequeño zoo, ¿acaso no siente curiosidad? ¿No
quiere saber por qué su padre la deja tanto tiempo a merced de cualquiera?; claro
que ella sólo piensa en jugar, o no, no estoy completamente seguro; siempre fue
una chica responsable; “no soy una cría, papi”, me decía no hace mucho tiempo,
pero yo creo que sí es pequeña porque si fuera mayor querría saber dónde paso el
tiempo que no estoy con ella; tendría que contarme tantas cosas que exigiría saber
dónde vivo, qué hago, con quién voy y vengo; pero nada de esto me pregunta, tan
sólo me despide “adiós papi, tráeme un tesoro cuando vuelvas, y abrígate del frío”,
y sigue jugando. Luego, cuando estoy a muchas millas, no tengo forma de saber de
ella; alguna vez utilicé palomas mensajeras, pero su alcance no cubre todos mis
desplazamientos, y luego esos malditos piratas de mala madre con sus halcones,
cosas, aunque reconozco que sólo las recuerdo con claridad cuando se las relato a
ella, mis cosas, digo, al volver, o ella me las recuerda como si las conociera de
antemano; el resto del tiempo que ando lejos se queda en compañía de esa pareja
de extraños hermanos de los que desconfío; ¡si no fuera por esta cabeza mía! Es
tal vez vuelvo cuando ella sabe que vuelvo y no antes, y cuando lo hago ella está
en el puerto y con sus zapatos hace crujir la madera del embarcadero, y bajo yo con
mi camiseta a rayas, siempre la misma, y junto a ella el caballo, ¡si por poco se
ahoga el mono una vez!, el mono siempre viaja con ella, y juntos, mi pequeña y yo,
de la mano caminamos dejando que todos nos miren y nos sonrían y nos saluden.
entiendo; me avisará señalando al cielo que las estrellas vienen; son, cómo
explicarlo, puntos lejanos que nos acercan; sé que las he visto allá lejos, de donde
vengo; también están, por todos lados; lo sé ahora porque después lo olvidaré; ¡qué
difícil cuando todo lo sabido se olvida!, ¡qué desperdicio!, menos mal que tengo
manchas nos ilumina ahora que se ve poco; ¡sujeta al mono, hija! Y caminando
cerca de la taberna nos reiremos escuchando los gritos de los haraganes, el sonar de
los borceguíes en el piso, las ventanas dejando entrar algo de aire limpio entre los
humos, el mecanismo trucado de la ruleta del fondo, el crujir de las bolas de marfil
en la mesa de billar sin revestir, “¡ocho esquina!”, lo que nos dará mucha risa, o
eso creo; esta cabeza que tengo sobre los hombros…; y un vaso por el aire antes de
alguien; pero de lo que más nos reiremos juntos de la mano es de las letras del
loco, palabras y palabras sin orden, señalando a uno y otro, vaya que sí; esto no ha
cambiado mucho, vaya que no. Y más allá debemos estar cerca; no recordaré este
paisaje; ella señalará cosas y yo creeré los nombre que me diga, aunque algunos
me hagan reír; ¡cuidado con el loro este, que no habla ni nada!, no hay manera de
color de eso de ahí detrás de lo otro de más allá; “a ver si aligeramos el paso”, le
diré, “sin descanso, sigue, podemos, porque necesito sentarme en el porche”; creo
“pero vamos, que suelte el petate; mejor no parar, que nos enfriamos, hija”, le diré.
¡Ah!, esta cabeza mía; pero, en fin, llegamos; no sabré qué hacer con los animales;
supongo que vivirán con nosotros, pero no estoy muy seguro; algo habrá que hacer
habrá preparado, como si lo viera; supongo que tendrán tanta hambre como yo, las
pedirle que me refresque la memoria; ¡ay!, el porche; debe de estarse bien, sentado
al fresco con la panza llena; qué pena que tenga que irme; ¿os he hablado ya de mi
cosas importantes; ¡dice una y otra vez lo mismo, vaya!; bobadas. No recuerdo
quién me lo dio o de dónde lo saqué, tal vez en una apuesta, ¿para qué querría yo
un loro?, sólo dice lo que le interesa; y allí está mi pequeña de coletas, siempre
igual, no cambia, siempre pequeñaja y pecosa; una vez, en una taberna… no; no,
aquella vez los canallas del ojo tuerto apostaron a que…, no, no soy capaz de
acordarme de más, tendrá que recordármelo ella; total, no es más que un loro,
aunque compañía sí que hace, para que nos vamos a engañar, ¿y quién lo amaestró