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Vicios de construcción

Elidio La Torre Lagares


Editorial Terranova, 2008, 81 págs.

Vicios de construcción recala en las inconstancias, la fragilidad, las ansiedades, las


contingencias que suelen conmover al género humano. El vicio delinea el sendero
existencial que se bifurca hacia la corporeidad y lo incorpóreo. La primera encauza
nuestras aflicciones y nuestro ánimo depredador. La segunda nos vincula con el orden
natural, con la inteligencia superior que habilita el líquido amniótico. Lo que se denomina
“alma” nos armoniza con la naturaleza que destruimos cada segundo del día. ¿Cuándo
fue la última vez que vimos una mariposa? En muchas partes del territorio nacional esta
grácil criatura habita el mundo platónico de las ideas. Dios sonríe. A cada quien lo suyo.
Vosotros también morareis en la evanescencia de la memoria. Elidio La Torre Lagares se
empeña en que no lo olvidemos. La voz de su poema inicial nos interpela con el mismo
desparpajo que exuda Hamlet. ¿Y qué me importa a mí esa quintaesencia de polvo?, se
pregunta retóricamente el malhadado príncipe. La muerte, burlona me la imagino, se
apropia de la cotidianidad del poeta adjunteño. “Para alcanzarte”, le dice, “no hacen falta
brazos”.

Perfectamente consistente, entonces, que los hijos de Pedro Páramo deambulen entre
nosotros. “[Es] improbable”, se nos dice en “sábado en el recinto sur”, que no
tropecemos con algún fantasma”. Este poemario conmina al desplazamiento
ininterrumpido entre el ser y el no ser, entre lo palpable y lo etéreo. No hay fronteras; se
desarticulan categorías formales. La impresión, la desazón, la ruptura, pueblan estas
páginas. Buscamos certezas en vano. No están. Sólo podemos inhalar los fluidos
premonitorios de nuestra decrepitud.

Esto no debe conducir a la desesperanza. Agradezcamos los quince minutos de fama a los
que, según Andy Warhol, tenemos derecho. O como nos dice una de las voces poéticas:
“…demos la cuenta por cerrada, pero sin aflicciones:/aún a las flores muertas/les
sobrevive el fantasma de su perfume”. Don Miguel de Unamuno hubiese asentido. El
filósofo podría haber hecho suyos los versos de “quiebra”: “…podríamos invertir
promesas/para solventar el desbalance de ausencias…”
De la tozudez del albedrío se trata, de circunstancias sinuosas que socavan nuestra
determinación se trata, de la desesperanza que inflige la elusividad de la utopía se trata.
Después de todo, se nos dice en “carne movediza”, que la cotidianidad nos impele sobre
“un presente puesto a tientas”. Imposible asir la brújula del tiempo. La voz de este poema
admite su derrota: “sílabas líquidas/poemas partidos/se hunden en mi mano”.

Recuerdo las palabras del aventurero británico en la inmortal novela corta de Joseph
Conrad, Heart of Darkness. El horror, el horror, susurra un moribundo Kurtz. En “hacer
las paces” se abomina de esta abstracción. La especificidad, por el contrario, decanta un
típico momento de terror de Lovecraft o de Poe. Nos ubica en tiempo y espacio, o en el
cronotopo, al decir de Bajtín. No. No es literatura. Es la vida, es la barbarie que pulsa en
nuestro ánimo de minuto a minuto. El hecho concreto desconcierta, entenebrece con una
contundencia inalcanzable por la imaginación. Son los cientos de miles de muertos en
Irak que parecen converger en dos estremecedoras líneas: “quisiera mirarte/pero me he
arrancado los ojos”.
La homogeneidad, implica Julia Kristeva, destila inercia, complacencia; la alteridad, por
el contrario causa desasosiego – una pieza social resiste el espacio asignado, contraviene
la cartografía social para trazar su propio camino, edificar su propio esquema mental.
Fragmenta la tradición para inscribir no solamente un momento de interlocución
contestataria, sino también para fundar una nueva memoria social. Y es que la resistencia
mueve las pesadas ruedas de la tradición. En “poema en grafito para Basquiat”, el sujeto
poético afirma que Basquiat “…gira los platos de Dios/en el callejón de los destinos”.

Basquiat y el poeta se tienden la mano. La trasgresión artística que les hermana devela lo
apócrifo, reclama respeto a la especificidad, revive la solidaridad, enuncia la pasión, se
apropia de un espacio en la historia, desintegra el mantra del común denominador. Que
los puntos de encuentro legítimos no sofocan la individualidad.

“La poesía es impostura” dice la voz de “loop”. “Sólo soy una vieja que apostrofa”
aduce la Matilde de René Marqués en Carnaval afuera, carnaval adentro luego de
mostrarle al poder cómo se dirige un carnaval decoroso. Estos interlocutores pecan de
modestos. Han dejado entrever el poder insospechado del gesto diferenciador.
Conocemos la verdad. Un simple artefacto nos bastará para lidiar con las irregularidades
que anegan nuestra cotidianidad. Como deja saber asertivamente el sujeto de uno de los
poemas finales: “…la niebla, sedentaria, arropa la casa: mi A vuela no está, pero me dejó
su paraguas”. Es lo único que necesitamos para conjurar los vicios de construcción.

Claridad: semana del 16 de abril de 2008.

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