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Llevo en mi memoria el recuerdo de aquellos viajes familiares de mi infancia.

Recuerdo perfectamente el llegar a la casa de mi abuela y la posterior espera en


alguna banqueta, junto con otras veinte o treinta personas desconocidas para m y
su equipaje, del autobs: la arribada de este y la prisa de las personas por meter
sus maletas en el compartimiento del equipaje, y despus dentro del bus, a mi
abuela asignado su lugar a cada persona.
Siempre me tocaba compartir asiento con mi madre o mi abuela, pero en otras
ocasiones y quiz las ms emocionantes, fue cuando me sentaban a lado de mis
primos.
Despus de que nos dieran nuestra torta fra de carnitas (muy buena por cierto) y
las oraciones que lideraba mi abuela para que Dios nos protegiera en nuestro
camino, era cuando realmente se comenzaba a disfrutar el viaje.
Rara

vez

permanecamos

despiertos

hasta

tan

tarde

todos

juntos,

aprovechamos la noche para contar historias de terror. Contbamos ancdotas


que nunca sucedieron o que haban sido modificadas ligeramente para el
propsito, o en el mejor de los casos, mi pap o alguno de mis tos se unan a
nuestra charla y nos aterrorizaban con sus relatos ms expertos y leyendas
desconocidas para nosotros.
Nos sugestionbamos y aterrorizbamos. Pero despus, la pesadez de la noche y
el arrullo del camin terminaban por sucumbirnos, y quedbamos dormidos
chuecos sobre los asientos.
Con excepcin del chofer y quiz de mi abuela, siempre era el ltimo en dormirme.
Y lo nico que tenia para distraerme en lo que el sueo llegaba era contemplar el
paisaje ventana.

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