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Los anos de Althusser eens 968. colocs a tes. instituciones educativas, a fos métodos de en- sefianza, a la pertinencia de lo que se enseflaba —y a sus con- tenidos—, a ta orientacion de tas inves- tigaciones —y a la investigacion mis- ma—, en la mira de la critica; pero, sobre’ todo, puso en ctisis las formas de legtimacién de las relaciones dianas, lo que posteriormente se tema- tizaria'en torno al ejercicio del poder. Desde la guerra de Vieinam hasta tas relsciones familiares; desde las for- ‘mas burocriticas y autoritarias del Es- tado, hasta los usos estrictamente indi- viduales del cverpo, todas las formas de actividad y sus contenidos fueron cuestionados: el Ché Guevara, John Lennon y Herbert Marcuse eran algu- ‘nos de los personajes més visitles de fsias revueltas que no dejaban ningin aspecto de la vida sin ser atacado. Fueron tiempos en los que todo era inminente, en los que todo era para et ia siguiente: en América Latina se anunciata la revoluciGn socialista_y con lla et hombre nuevo, la segunda decia- racién de la Habana enunciaba el cre- do que se convirtié en la raz6n sltima de nuestro quchacer: “era la hora de tos hornas y no se debfa de ver més que la luz” Genaro Vézquez, Camilo Torres y 4os ‘Tupamaros constitufan otros tantos elementos de una mitologia que veinti- inca afios después, es el nicieo de ‘Nuestra nostalgia. Nostalgia de la espe- Tanza: hace veinticnco afics todo era Santiago Ramirer: Departamento de Mate- Iiticas, Facultad de Ciencias, UNAM. th inminente y sobre todo, todo era po- sible. En ese panorama optimista, en esa vision prometedora del mundo, en ¢sa referencia a Jo que entonces era futuro Y que hoy no es mds que una lista de frastraciones y desencantos, ya apare- fan bechos inquietantes que incidion cen algunas de las certezas en que sus- tentabamos nuestra misiGn ist6rica, nuestro popel en ia historia y nuestra confianza en el porvenir luminoso de ta humanidad. Las divergencias chinoso- viticas, el informe de Sruschow, Iai vvasion a Checostovaquia, la expulsion de Claudin del re espatiol y el muro de Berlin, no podfan ser atribuidos sola- mente a las malévolas maniobras de los ‘enemigos agazapados en ta infinidad de agencias y corporaciones que, desde la CIA hasta el Opus Dei, se empefaban en oponerse ala gran marcha de la hu- manidad. Pero por otra parte contabamos en ‘nuestro haber con la irrefutable, fa in- dudable, Ia incontrovertible fuerza de Is cientificidad de! materiatsmo histori- 0 y dialéctico, ‘Cuando ta préctica potiica necesité de Ia teorfa, para extender 1a confron- 65 tacién mas alld de tas barricedas o mas alld de las asambleas, la cientificidad el marxsmo provela de las razones y las ocasiones para hacer de los discur- 50s vigentes de legitimacion, simples ar- tifcios iusorios 0 fantéstices, que fue- ron agrupados iamediatamente bajo el ubro omniabarcante y peyoratwo de ‘idcologfa”. 1 papel que Althusser jugaba en ‘ese maniquefsmo te6rico, desde donde s+ justficaba el conjunto esponténeo de nuestras intuiciones y de nuestras préc- tices, era insoslayable. En efecto, Althusser nos permitia eslindar con una claidad que hoy re- sulla sospechos, no solamente doe bandos en la tucha politica, sino dos Pankdos cristainameate delimitados en la lucha tedrica: por ua lado quienes, como Marx, ya habfan denunciado, so- Jamente interpretaban al mundo y, por €l otro, tos que to habrfan de transfor- mar: era la recoafortante e irreconcil be distincién entre la ieoiogia y la ciencia, ia tarea era particularmente simple cen los “imbitos te6rieos del discurso fi loséfico 0 de las ciencias “humanas y sociales". En el quehacer propiamente cientifico, en el de las ciencias “exactse Yy naturales”, la distin entre un dis- ‘uno cientfico al servicio det proleta- Tiado y un discurso cientifico, sometide 8 las inhumanas necesidades de una burguesla malvada, resultaba dite de establecer. Ciertameate 10s usos bélicos det co- rnocimiento cientiico 0 la ideotogfa de los sujelos de ta ciencia, formaban par- te de las posibilidades de la critica mar- xista a fa produeciGn cientfica; sin em- 66 bbargo, Ja cientificidad misma impedta ‘una erica radical a la forma en que el conocimiento se estructurabe. La lectura de Althusser nos permiti6 ir mas allé de la erftica romantica inocente que se oponta a los usos “do- minantes” del conocimiento cientfico: si bien era cierto que m0 podtamos ig- rnorar ¢l horror de Hiroshima, Althus- set nos permitfa ir més alla de ta critica del uso que se deba a los descubri- mientos cientfficos: nos. permitfare- construir la historia de la ciencia. Fue gracias a Althusser que conoci- ‘mos a Bachelard y, también gracias a a20.010 199 Althusser, conocimos a Koyré. Fue en- tonces que nos percatamos de que la ciencia no era uns. Fue también en- tonces, cuando nos pereatamos que la cicncia experimentaba grandes salios, ‘grandes revolusiones 0, como les lama” ‘ba Bachelard, rupturas episiemoldgicas. En medio det optimismo, Marx era el amuncio de una eciosiéa que nos. harfa participes de una nueva conflagracisn, Ja que transformaria a la cencia en el momento te6rico de la revoluciin que se anunciaba, ‘Asf como €n otros dmbitos se diluei- aban los momentos precisos de ruptu- ra entre el joven Marx y el Marx de los ‘marxisias, nosotros intentébamos dis- emir, para provocarlos, los momentos fen que se habrfan producido las. gran- des revoluciones te6ricas. Mas modes- tamente, intentdbamos, por lo menos, ‘iagnosticar en donde yacian los obsta- ‘culos “epistemol6gicos” que impedian ‘que esta ruptura se levara a cabo. ‘Ast llcgames al concepto de “pro- blematica”. Es decir, apoyados sobre lo {que se concebfa como “el método cien- \lfico correcto", el método de lo con- creto a Jo abstracto para recuperar “el concepto de miliples determinacio- nes", criticdbamos el _modo de cons- ttuccidn del aparato tedrico de la cien- ‘ia, no desde el punto de vista de sus rocedimientas, sino desde el punto de vista de los problemas y de las pregun- tas que las cientfficos se proponian; es- to nos permitfa “denunciar” Jos wos esirictamente te6ricos de un método icatifico, el que, siguiendo a Althus- set, considerdbamos infalile Un texto —hoy famoso— de Domi- nique Lecourt, nos permitié montar un primer aparato te6rico, desde donde podiamos incidir en el desarrollo futuro de la ciencia. Fue en el texto de Domi: nique Lecourt en donde por primera vez. encontramos a Canguilbem y 3 Foucault Canguilhem nos. permitié. transitar del probiema al concepto y del concep- to a fa teorfs: desarmando conceptual. mente la teorfa, crefamos poder encon- {rar la problematica que la habia gesta do y, con ell, el earscter de clase que s€ daba al método cientfico. Foucault fue répidamente descalifi- cado, porque no tenfa “confianza en el ‘materialismo hist6rico”.* Pero en Canguilhem habta mas. Ha- ‘bla la monstruosidad tedrica de las Na 20L10 1991 “ideologias cientifcas”, Es decir, la po- sibiidad de transformacién de ‘contra- ios congruente con el punto de vista de las inolvidables “tres leyes de la di ‘Ketica”. En otras palabras, Ia historia hhacia posible ta transformacién de la ciencia en ideologia y de la idedlogis fen ciencia. La segunda posiblidad era inconcebible. La primera era préctica- mente demostrable. EI punto conflicti- vo era, sin embargo, a sustrato, ta transformacién de 108 contrarios y, con ella, el aparato te6rico del “materialis- mo disléetico”. De manera més gene- ral, la cvestion consistfa en dilucidar la relacién entre ciencia y filosofia. I primer elemento que althusseria- namente debfa introducirse —despues de fa famosa autocritica—, era la politi ca: la relacion entre ciencia y filosoffa siempre estaba, siempre estuvo, media- da por ia politica, ésta se concebia co- mo el quehacer discursivo en tomo al ejercicio del poder. Puestas en el campo de a polttca, no cabfe la duda, Nuestro punto de vis- ta era irreductibiemente el del proleta- riado: la ciencia se convertia asf en la Victima inocente a le que sorprendtan, fen abierta compiicidad, las necesidades del ejercicio “burgués” del poder y el discurso tedrico de la filosofia bur- gues, La arftice a esta forma de articuls- ‘in enire ciencia y filosofia, nos con- ‘dujo a proponer un nuevo discurso filo- sifico acerca de la ciencia que, suponfamos, habria de transformar a la propia ciencia en un elemento de sub version de Jos modes de ejercicio del poder. Sin embargo, la forma misma de articulaci6n, todavia no se ponta en du- 67 CENCIAS da, Ademés, este nuevo discurso filos6- fico, ya no podta ser el del materi diakéetico, porque el materialismo dia- \éctico reproduca una racionalidad “burguesa” como estructura sustantiva de Ia cientificidad. A fin de cuentae, to- do racionalismo era burgués y un dis- curso proletario acerca de ia ciencia debla ser crftico de ta racionalidad. En ‘otros contextos se intenté mostrar que el dscurso flosdfico al que debtamos ‘oponernos, era el humanista. Sin em- bargo, esta vertiente no era utilizable para la erftica protetaria de la ciencia y de este modo descubrimes a Foucault (Y a través de Foucault a Nietzsche) y ‘nos adherimos.entusiasmadamente al 68 iditio entre Althusser y Lacan, reedi- ‘ign de la ansiada y largamente espere- da reconciliacién entre Freud y Mare. EI penorama no podfa ser mds hala- sgador, las fuentes de antifundamentali ‘mo radical eran innagotables: desde la desesperacién pescaliana hasta la locu- ra de Artaud, toda manifestacion inco- herente era una erftica de la racionali- dad y, por lo tanto, de la ciencia, Durguesa. La racionalidad burguesa estaba ce- racterizada como aquel discurso que se fesiructuraba en torno de los reque mientos de coherencia, exadtitud, of- den, sistematicidad, inteligiilidad sentido. Nuestra No. B00 1991 ‘mostrar que ninguno de estos requisi- tos era necesario ya que s6lo aparecfan ‘como imposiciones externas, en fancién de las necesidades de legitimacisn de tun poder que, a estas alturas, ya no era solamente el de la burguesta sino todo poder posible, todo Poder con P ma- yyascula, EI filo conductor de esta erftica era la historia. El estateto te6rico de esta hisoria estaba dado desde la nica ciencia posible, la cencia del materia- lismo hist6rico. Esta era el anc que todavia nos daba identidad, que todavia ‘nos indicaba la posibilidad de nuestra propia racionalidad: ta ciemtficidad del ‘materialismo hist6rico fue el sitimo re- sidao de nuestro Giltimo pecedo. En al- on sitio debfamos preservar 10 que nos atara al mundo. La otra alternativa era la esquizofrenia pura. Ea cierto modo, ‘nos encontrabemos atrapados. entre ‘nuestra historia individual, nuestro in- consciente y la historia, En esta misma trampa estaba atra- ado Aithusser. Este callej6n, esta paradoja, esta im- posibilidad tedrica y préetica, este pro- ceso de autocritica despiadada, sin mi- sericordia y sin compasion, fue el proceso en torno al cual Althusser nos io las mas grandes lecciones; primero fue el fin det idiio con Lacan, despues la crisis del marxismo. Por ditimo el “suicidio” de Louis Althusser, deplaza- doa un incidente que la justicia france 2, con una sabidurfa misteriosa, decla- 16 como un “no lugar": la muerte de Elena Althusser, En diciembre de 1980, hace diez ‘afes, hubo una extrafia ¢' inquictante coincidencia entre la muerte de John Lennon, el juicio @ la Banda de tos Cuatro en la China post-maoista y la muerte de la esposa de Lous Al- thusser. Paul Henry, discipulo de Althusser cescribfa das después, “Althusser ha si- do de los. primeros en encontrarse arrinconado entre el inconsciente y la historia, Toda una generacién de inte- lecivales se encuentra hoy atrapada en ‘€6e mismo sitio. Como no se dediquen ‘cultivar coles 0 a cuidar borregos en los Pirineos, tendrén que vet con esto, para bien © para mal... Entre quienes vieron en Althusser un pretexto para enviar todo al diablo, como si se tratara de un delirio 0 de un fantasma y quie- nes no quieren, © no pueden, oft nada CENCIAS sobre fo que ha sucedio, hay que to- mar en eventa el vinculo entre to que ‘condujo a tales hechos y lo que permi {iS 9 Althusser desarrollar sus posicio- nes tedricas..” Diez. afios después, aquel_ mundo gue hace veimicinco sfios. nos ofrecta todas las posiilidades, aque! mundo que cebfamos transformar armados de alcgrfa, se ha derrumbado de manera Gsirepitose. Aquel mundo cuyos ci- rmientos estébames construyendo, aque! {que nos dio la oportunidad de creer en los actos de fundacin, €s hoy un con- janto de ruinas, de recuerdos y de 0s- talgia. De 1970 a 1980 fuimos conduci- os por Althusser, desde una vision en fa que todo era posible a otra en la ‘que ya nada era posible. De 198) a 1990, ef silencio de Althusser fue el testimonio elocuente, con el que dimos fe de que todo aquel universo en el Na 2201001991 ue sustentamos nucsira razén de ser estaba, corrofdo por la fragilidad de lo fantéstico, de lo iusorio, de lo mitico. Con Althusser call ‘para siempre y cay6 para siempre el porvenir de una iusion. Pero Althusser no es solamente ta Wetima-testigo de tas transformaciones el mundo de este ditimo cuarto de si- 0. Nos hizo pensar, volver a pensar y empezar a pensar, en tomo de todo agueto que constitufan nuestras certe- as, nuestros hébitos reconfortantes, nuestros. puntos de apoyo, nuesiros dogmas, nuestras razones para ser y pa- rw hacer. Con su muerte, Althusser ya ‘no nos conduce simplemente @ pensar €n otras cosas, La muerte de Althusser. con la que alegéricamente hacemos re- feremcia 2 ta del Ché Guevara, a la de John Lennon, a ta de Michel Foucault, @ la de Michel Pecheux y a la de Car- los Pereyra, pero también ¢ la de Fran- co y la de Cacucescu, suscita volver a penser, sin més. A voWver a pensar to- do. Si Althusser inevitablemente evoca nuestra autobiografia y nuestra mitolo ‘fa personal, su muerte nos obliga a uestionar nuestra historia y nuestro propio ser: nuevamente, Bibiogratia 1. Lecourt, Domingue, Pour une critique de Fepisterotoge. p11. 69

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