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Pobre Martín, está triste, ¿cuál será la causa de su tristeza?, pues a simple vista lo tiene
todo: fama, dinero (mucho, muchísimo) una carrera brillante, reconocimiento
internacional.
Pero con todo, Martín está triste; Martín sufre del “síndrome de la imprevisibilidad”,
una afección de sesgo melancólico que lo hace extrañar los tiempos en que todo era
previsible:
Todo eso añora Martín, el niño prodigio, rico e insatisfecho. Hoy el país en el que le ha
tocado nacer se ha vuelto absolutamente imprevisible:
-No se puede calcular cuántos más niños argentinos accederán por día a la asignación
universal
-No se puede calcular cuántos más canales y radios comunitarias se habilitarán por día
-No se puede calcular cuántos más argentinas y argentinos accederán a sus jubilaciones
con fondos garantizados por el estado
-No se puede calcular cuánto más sólida estará la economía argentina a pesar de la
furiosa crisis desatada por los amiguitos ricos de Martín.
Que, por ejemplo, sea previsible el cálculo del precio del papel que pagarán todos los
medios gráficos, es apenas una mínima certeza que no alcanza a mitigar la aciaga
sensación que provoca el torrente de imprevisibilidad.
Entonces, retomo la pregunta inicial, ¿por qué está triste el niño Martín?. Bueno, no sé,
vislumbro que a esta altura la causa de su afección sólo será abordable
terapéuticamente, como todo síndrome.