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Miren R.

Sáenz de Zaitegui
Psicología del desarrollo

LOS VÍNCULOS DE APEGO EN NIÑOS INSTITUCIONALIZADOS

Es obvio que la supervivencia de los bebés depende de los cuidados de sus progenitores y que de la
afinidad emocional que se establece entre estos y los bebés surge el vínculo emocional del apego.
Pero, ¿qué sucede cuando los bebés son criados en instituciones?; del intento de responder a esta
cuestión nace este informe.
Esa relación de afinidad que surge entre el bebé y la persona encargada de sus cuidados ha sido
motivo de interés, desde siempre, de psicólogos y psicoanalistas.
A modo de introducción, sería interesante remontarnos al momento en el que el médico y
psicoanalista inglés Bowlby (1951) expuso su primera y poderosa teoría sobre la formación del
vínculo de apego. Bowlby tuvo la oportunidad de trabajar con niños con problemas emocionales,
vínculos familiares deteriorados o nulos, con niños institucionalizados y con niños que tuvieron que
padecer largos periodos de hospitalización. Una de las conclusiones de su intensa y dilatada
investigación puso en evidencia la dificultad para formar y mantener relaciones cercanas cuando el
vínculo de apego entre el bebé y la persona encargada de sus cuidados, era inexistente.
En este sentido no se pueden obviar, por un lado, las investigaciones de Splitz (1948), cuyos
resultados hicieron patente que unos meros cuidados básicos no garantizan un apego seguro ni una
evolución emocional adecuada y por otro lado, las investigaciones de Anna Freud que afirmaban
que el potencial de apego en los niños estaba siempre presente.

Pero volviendo a la actualidad y en busca de una explicación empírica a la pregunta lanzada en el


primer párrafo nos centraremos en la información extraída de las entrevistas realizadas a dos
profesionales que desarrollan su labor como psicólogos y educadores en centros de atención a
menores de 1ª infancia, en Madrid. Estos son: Concepción Moraleda y Oscar Olmedo.
Es importante enfatizar desde ahora que las principales figuras de apego son aquellas que
transmiten cercanía, disponibilidad y durabilidad.

Los motivos que determinan la entrada de un menor en un centro de estas características son
diversos: desde un situación de riesgo social, de desamparo o bien por la imposibilidad de los
padres de procurar la atención básica necesaria del menor por motivos laborales (padres inmigrantes
que tienen que trabajar todo el día, por ejemplo). En cualquier caso, el objetivo es que esta estancia
no rebase los 18 meses; es una solución temporal hasta encontrar otra más adecuada, bien sea la
vuelta al hogar o la entrega en adopción a una familia de acogida.
Son menores con edades comprendidas entre los 0-3 años, organizados en grupos de cinco niños por
educador; se trabaja por secciones, a las cuales se les denomina nidos, si los niños son menores de
18 meses, que a su vez se dividen en dos grupos, cada uno con un educador. La mayor parte del
tiempo la vida se desarrolla dentro del centro, si bien existen regímenes de visitas o salidas de fin de
semana.
El trabajo del educador consiste en que los menores adquieran hábitos básicos como son los de
higiene, juego, pautas de sueño… a través de una interacción lo más natural y estable posible, ya
que dicha estabilidad entre el educador y el grupo es uno de los aspectos fundamentales para
incentivar el vínculo del apego en los niños institucionalizados. Asimismo, aspectos importantes
son: el cuidado de los espacios, transmitir seguridad y cercanía mediante un contacto visual
adecuado y cercanía corporal; esto se consigue explicando al niño qué es lo que va a pasar (ahora
vamos al baño, ahora vamos a comer…). De la misma forma es importante conceder el tiempo
necesario al menor en la realización de estas actividades.
De este contacto y atenciones continuadas surge una de las dificultades del educador y es que dicha
atención sea recibida de forma equitativa por todos los niños. De aquí se infiere la inevitabilidad de
que los niños acaben mostrando preferencia por los educadores frente a los que no lo son y por un
educador en concreto frente al resto. Esta diferenciación se produce de forma progresiva.
Pero Concepción Moraleda explica que esto no es contraproducente y que incluso es deseable, ya
que corresponde a un proceso normal, aunque es primordial que esta preferencia no se convierta en
dependencia. Hay que tener en cuenta que el vínculo de apego que se produce dentro de estas
instituciones es un apego transitorio, debido a la no durabilidad de la relación educador-niño y esta
transición se produce desde el apego al educador hacia los padres (en caso de que el niño regrese a
su hogar) o bien hacia la familia que acogerá al menor (en caso de que la solución sea la adopción).
En este último caso (adopción) se incentivarán los vínculos con la nueva familia permitiendo a esta
su progresiva presencia en las actividades cotidianas del menor, como pueden ser: la merienda, salir
a pasear…así como aumentando paulatinamente la duración de dichas visitas.
En el caso de niños con necesidades educativas especiales, es decir, niños prematuros, los que han
sufrido problemas al nacer o los que han tenido una larga estancia en el centro, se duplicaría el
número de visitas.
En estos niños con necesidades educativas especiales se hace más difícil el establecimiento de los
vínculos de apego, ya que al requerir más atenciones por parte de los educadores también aumentan
las probabilidades de que se de un apego inseguro o dependencia.
Preguntamos a Oscar Olmedo acerca de otras posibles consecuencias que podría padecer un menor
tras una larga estancia en un centro de estas características.
Comenzaría a notarse en el niño la necesidad de una familia, de estabilidad. Se haría evidente la no
consecución de un apego de transición satisfactorio que se haría patente a través de problemas de
conducta y de adaptación; en los casos más extremos estas conductas se traducirían en: tensión
muscular, evitación del contacto visual con el educador o movimientos repetitivos de cabeza,
manos, pies… Esto obliga a poner en marcha una metodología específica por parte de los
educadores.
Es evidente que la primera medida es que la estancia no sobrepase los 18 meses, pero si no se ha
encontrado una solución adecuada tras ese tiempo, los educadores deberán mostrarse más sensibles
y receptivos hacia las demandas del niño, así como someter la tarea educativa a una revisión y
unificación, insistiendo en el objetivo de aumentar la calidad de una asistencia individualizada. Se
intentará, además, ajustar las características del educador con las características de las demandas de
estos niños con necesidades educativas especiales. En este sentido y como ayuda al educador se
podría reducir el número de niños de su grupo o poner a su disposición una persona de apoyo o
refuerzo.
Todas estas acciones están dirigidas a fortalecer e incentivar el establecimiento de un apego seguro
que repercutirá en gran medida en las futuras formas de relacionarse de los niños así como en la
posibilidad de establecer nuevos vínculos (si no se ha dado un apego seguro desde la niñez) o en
consolidar los vínculos establecidos desde la infancia.

Y de todo esto, y a modo de conclusión, se deriva otra reflexión que nos parece de suma
importancia. Esta se articula en torno a la importancia de los primeros vínculos de apego para el
desarrollo emocional del niño y a si estas primeras experiencias son determinantes de cara al
establecimiento y calidad de las futuras relaciones y vínculos afectivos.
El apego tiene un componente mental que es el que permite la construcción de un modelo interno
(MIT, Bowlby) que representa la relación que une a niño-adulto y que almacena el grado de
confianza y disponibilidad que el niño ha percibido en los adultos; asimismo ayuda a dar sentido a
la realidad. Si se puede afirmar que estos primeros modelos pueden ser la base para la interpretación
de futuras relaciones, se debe afirmar también que debido al dinamismo de estos modelos y su
continuo desarrollo permiten cierta flexibilidad. Lo que nos llevaría a rechazar un determinismo
rotundo pero teniendo siempre en cuenta que estos primeros modelos dejarán su impronta en las
futuras relaciones. Lo que nos llevaría a la conclusión de que, para evitar posturas rígidas sobre esta
cuestión, deberíamos acercarnos a la perspectiva de esa virtud renacentista del término medio y así
afirmar que el apego tiende a la estabilidad pero siempre con la opción de modificarse si así lo
reclaman las futuras situaciones.
Diciembre 2009

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