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LA PROSA DE CESAR. me VALLEJO. NTRODUCGION, i ANTOLOGIA Y SELECCION DE TEXTOS POR CARLOS EDUARDO NEES Junto al escritor valioso que es Zavaleta, existe también un Zavaleta critico y gran difusor de las letras peruanas. En cuanto a nuestra literatura, Zavaleta busca su desarrollo y consolidacién. Con tal objetivo se dedica a sefialar logros 0 alcances Obtenidos por el camino de la perfeccidn artistica por los escritores peruanos. Para él, la literatura es la lucha por la configuraci6n artistica del lenguaje y de la estructura... Zavaleta cultiva la idea de una continuidad en el aprendizaje colecti- ‘vo, en la que lo alcanzado por unos sirve de sustento alos que vienen. Es asi como se construye una historia de la literatura narrativa contemporanea del Perd, alre~ dedor del progresivo dominio de la competencia artistica. Eduardo Hopkins Rodriguez Zavaleta no sdlo ha introducido en el Peru las técnicas literarias de Joyce y Faulkner, no sélo se dedicd tempranamente a estudiar a Huxley y Lawrence, incluso a traducir a Joyce, Eliot, Pound y Tennesee Williams, sino que sabe mirar fa narrativa peruana por dentro; y asi, considera que uno de su inspiradores internos es justamente el gran poeta César Vallejo. Por eso le dedica a él este libro y por eso ha dictado cursos eruditos en San Marcos dedicados a Valdelomar, Lopez Albujar, Clemente Palma, Martin Adan, Diez Canseco, Alegria y Arguedas. Asimis- ‘mo, ley6 ante la Academia su discurso magistral “La novela poética peruana en el siglo XX”. José Luis Mejia Huaman & | | Editorial San Marcos Ay. Garcilaso de la Vega 974 Lima telfs.: 331-1535 / 331-0968 / 332-3664 ;ntas @editorialsanmarcos.com Carlos Eduardo Zavaleta (n. Ancash, 1928), empezo su aplaudida carrera en 1948, cuando dejé lo estudios médi- cos porlas letras y gand con su novela E/ cinico el premio en los juegos florales universita- rios de entonces. Luego, en un metedrico ascen- $0, gané el Premio del IV Cen- tenario de la Universidad Na- cional Mayor de San Marcos (1951), y por dos veces el Pre- mio Nacional Ricardo Palma en 1952 (por su novela corta Los Ingar) y en 1961 (por el libro de cuentos Vestido de luto). Mientras tanto, sus otros volu- menes de cuentos, La batalla (1954) y El Cristo Villéhas (1955), contribuyeron a sellar su calidad dentro de la narra- cidn breve. ' Con el tiempo, publicé un total de once libros de cuentos, re- unidos en tres volimenes de Cuentos completos (1997 y 2004), y sus ocho novelas cre- cieron hasta culminar en Los aprendices (1974), Retratos tur- bios (1982), y lamas recordada, Palido pero sereno (1997), toda una epopeya dramatica y artis- tica que nuestra editorial acaba de lanzar en su segunda edi- cion (2005). En los afios mas recientes, Zavaleta dio a cono- cer Viaje hacia una flor (que gané en el 2000 el Premio Na- cional de Novela Federico Vi- llarreal) y el nuevo volumen de Novelas cortas, Invisible carne herida (2002). Con estos trabajos y con sus nuevas técnicas literarias que 61 aprendié de sus lecturas de Joyce y Faulkner desde 1948, Zavaleta no sdlo ha cosechado frutos propios, sino ha contri- buido como nadie a la moder- nizaci6n de la narrativa perua- Na contempordnea. Sus ensa- yos medulares han aparecido en los dos tomos de E/ gozo de las letras (1997 y 2002) y en sus Estudios sobre Joyce y Faulkner (1993). Respecto a la prosa de Vallejo, ha publicado numerosos ensayos previos. LA PROSA DE CESAR VALLEJO INTRODUCCION, ANTOLOGIA Y SELECCION DE TEXTOS POR Carlos EDUARDO ZAVALETA Presentado al y aprobado por el Instituto de Investigaciones Humanisticas de la Facultad de Letras y CC.HH. de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos Fi. LA PROSA DE CESAR VALLEJO Primera edicién: 2006 © Carlos Eduardo Zavaleta © Anfbal Paredes Galvan, editor Editorial San Marcos Jr, Davalos Lisson 135, Lima. ‘Teléfono: 331-1522 E-mail: informes @ editorialsanmarcos.com Hecho el depésito legal en la Biblioteca Nacional del Peri Reg. n." 2006-5808 ISBN 9972-34-692-7 En cardtula: Fotograffa de un rincén de Santiago de Chuco Prohibida la reproducci6n total o parcial de esta obra, sin previa autorizacién escrita del autor y el editor. Impreso en Perti / Printed in Peru Pedid Ay. Garcilaso de la Vega 974 Lima Teléfonos: 331-1535 / 331-0968 / 332-3664 E-mail: ventas @ editorialsanmarcos.com Composicién, diagramacién y montaje: Editorial San Marcos RUC 10090984344. ... tornaba yo una tarde a Cayna, aldea que, por lo solitaria y lejana era como una isla allende las montafias solas. Viejo pue- blo de humildes agricultores, separado de los grandes focos civili- zados del pais por inmensas y casi inaccesibles cordilleras, vivia a menudo largos periodos de olvido y de absoluta incomunicaci6n con las demas ciudades del Peru. De “Los Caynas” Si. Su vientre, més atrevido que la frente misma; mds palpi- tante que el corazén, corazon él mismo. Cetreria de halconados futuros de aquilinos parpadeos sobre la sombra del misterio. iQuién mds que él! Adorado criadero de eternidad, tubulado de todas las corrientes historiadas y venideras del pensamiento y del amor. Vientre portado sobre el arco vaginal de toda felicidad, y en el intercolumpio mismo de las dos piernas, de Ia vida y la muerte, de la noche y el dia, del ser y no ser. Oh vientre de la mujer, donde Dios tiene su tinico hipogeo inescrutable, su sola tienda terrenal en que se abriga cuando baja, cuando sube al pats del dolor, del placer y de las légrimas. iA Dios sélo se le puede hallar en el vientre de la mujer! De “Mirtho” INDICE Esta edicion Introducci6n Antologia ... 1. Textos del autor Estampas - Muro noroeste . - Muro este..... - Muro dobleancho - Muro occidental... Cuentos - Masalla de la vida y la muerte - Mirtho.....e aa - Cera (primera versién, 1923) - Cera (segunda versién, 1994) - Elvencedor ..... - Elniio del carrizo Novelas - Fabla salvaje (fragmento) .. - El tungsteno (fragmento) .. Contra el secreto profesional - Explicacién de la historia — Individuo y sociedad.. - Negaciones de negaciones 103 105 107 CARLOS EDUARDO ZAVALETA - Teoria de la reputacion ..... - Ruido de pasos de un gran criminal - Conflicto entre los ojos y la mirada . - Magistral demostracién de salud publica - La&nguidamente su licor Poemas en prosa - Lavviolencia de !as horas - Las ventanas se han estremecido. - Voya hablar de la esperanza - Existe un mutilado... . Textos criticos ~ Las contradicciones ldgicas en el lenguaje de «Contra el secreto profesional», por Maria Elena Bardales Caceres - El juego, el azar y el destino. Vinculos entre El jugador, de Dostoieuski, y «Cera», de Vallejo, por Gabriela Falconi - éAntiimperialismo o critica social?, por Pedro J. Llosa . - Solidaridad y eee Politico en El tungsteno, por Maria Teresa Grillo .. oo - Vallejo y «El doble» en su tiltima narrativa, por Christian Wiener Fresco 113 116 117 118 121 123 124 127 128 131 141 157 173 193 EsTA EDICION Como se vera facilmente, esta edicién contiene tres partes: una introduccién general al tema de los textos quizé mas emblematicos en la prosa de Vallejo (estampas, cuentos, novelas y reflexiones breves. y poemas en prosa), excluyendo por ahora articulos, ensayos y reporta- jes periodisticos; luego, una pequefia antologia de textos de Vallejo en aquellos géneros; y una breve seleccién de ensayos criticos redactados por algunos egresados sanmarquinos de la Maestria (dentro del Semi- nario de Literatura Peruana, 2003), a quienes dicté el curso especifico que sefiala el titulo de este libro. El corpus vallejiano proviene mayormente de las primeras edicio- nes de Escalas (1923), Fabla salvaje (1923), El tungsteno (1931), Poe- mas humanos (1939) y Contra el secreto profesional (1973). Del llama- do “Manuscrito Couffon” (1994) hemos tomado la segunda versién del cuento “Cera”. Para los Poemas en prosa hemos seguido el tiltimo texto de Ricardo Silva Santisteban (Poesia completa, tomo III, 1997). Tales ediciones han sido cotejadas con las Novelas y cuentos completos (1998), ed. Ricardo Gonzalez Vigil, y con la Narrativa completa (1999), ed. Ricardo Silva Santisteban. Los cuentos “El vencedor” y “El nifio del carrizo”, que no apare- cieron originalmente en libro, se han tomado de la edicién Novelas y cuentos completos (1967). Como se ve, este libro es distinto del otro inédito, también mio, titulado La prosa artistica de César Vallejo (2003), de 211 paginas, pues 10 CARLOS EDUARDO ZAVALETA, el de ahora no subraya de antemano para el lector una “intencionalidad” determinada, sino que estudia la prosa en general, desde Escalas hasta Poemas en prosa, y en el futuro, englobaré los articulos, ensayos y re- portajes periodisticos. Esta vez, repito, los distingos comprenden una breve introduccién, una antologia de textos del autor -que antes no existia—, y una seleccién de nuevos ensayos criticos. C.E.Z. INTRODUCCION En la obra en prosa de César Vallejo —incluso ahora, con las fuentes bibliogrdficas domésticas, mayores que nunca-, quizd lo primero que veamos sea el continuo contrapunto entre Ia linea argumental del relato (asi fuese en la quietud de la estampa), y el “comentario poético”, que le place urdir o enfatizar a menudo, no sdlo en torno de simples anéc- dotas, sino de cualquier concepto intelectual o cultural que saliese al paso en la narraci6n. Todo tiende a llevarse al riquisimo plano sonoro, a la metdfora, a las sutilezas del léxico, o a las maestrias verbales retorci- das u objetivas, en fin, a la resonancia perdurable, aunque también al profundo significado de la intimidad del artista o a los fondos penumbrosos de la vida o Ia época del autor. Ese contrapunto es consecuencia directa de su ingreso a la nueva forma, siendo ya un poeta de logros y renombre, desde 1922. Si Vallejo es un poeta que “invade” la prosa a voluntad, o si aprendio en el cami- no a sujetarse con alguna medida y aceptar la linea argumental, es cosa de juzgar. Eso si, entr6 como un viento extrafio y tumultuoso por las primeras pdginas de Escalas, donde hizo su aprendizaje. Al comienzo se llevd de calle a la “historia”, a las anécdotas que él mismo habia propuesto, al ficticio orden de redaccién, pero prefirié siempre un dngu- lo, una luz marginal, desde donde coger el pez dificil y hacer con él su primera voluntad: mezclarlo con ideas y metdforas, coger y perder frag- mentos, alisar lo hecho o dejdrselo todo al hermoso, violento o arisco desorden. Hay veces en que dejé coja la historia (“Muro noroeste”), o la repitié dos o tres veces, o reemplaz6 toda Ia narracién por un solo 12 CARLOS EDUARDO ZAVALETA, verso (“Muro occidental”). Tuvo libertad para todo, y cuando concluyd Escalas, ahi, en el fondo, quedaron impresiones y reflexiones que ya tenia desde 1920, inclusive desde su niriez en Santiago, hasta los re- cuerdos de su madre muerta en 1918, y desde su asombrosa y absurda prisibn de meses, incluyendo sus sedientos viajes a Trujillo y a Lima, descritos en oscuros versos o en “nocturnas” reflexiones de sus prime- ras cartas a su amigo y poeta Oscar Imaria. Para él, Ia literatura, verso, prosa y reflexiones, era un doloroso cajén de sastre, del que extrafa vida y muerte, ademas de sucesivos misterios en que, justamente, consiste el arte de escribir. Era ya un poeta maestro cuando decidié aprender el nuevo oficio; asi, en grados sucesivos, fue aprendiz de estampas, de cuentos, de novelas, de ensayos y articulos, y luego de obras teatrales. Si cada vez abria su volcan propio, inicial, en cada salida crea ya un ejemplo al remover la fragua. En el nuevo camino de la prosa, vemos siempre aquel contrapunto, aquel vaivén entre lo dicho y su poderoso eco, entre la resonancia que magnetiza y transforma la frase, y ésta, que a veces queda desnuda y solitaria. Ese vaivér es el ritmo de su arte y de su estilo. Invasor e innovador Vallejo, poeta con dos juveniles e importantisimos libros a cuestas, llega en 1923 a Ia prosa como aprendiz, pero a la vez como “invasor”, 0 mejor diré, como profundo innovador de esa mezcla de romantigismo y modernismo que, con tardanzas, se vivid en el Pert a principios de aquel siglo. Por supuesto que la tradicién poética, dentro y fuera de la literatura castellana, era mds cercana y ubicua en él que Ia narrativa, si bien sabemos de sus gustos por Maeterlinck, por Horacio Quiroga, por Poe, por Dostoievsky, por Palma y Valdelomar. Sus hdbitos de poeta, refundidos en los numerosos y logrados experimentos del plano sono- ro, de la aventura {éxica, de la grandilocuencia del discurso ptiblico, del estilete dramatico intimo y de sus vinculos con un fondo mistico, oscuro y barroco, hacian improbable que Vallejo se transformara facilmente en un contador de cuentos y novelas. No, sino que, con sus principales armas de Ia frase encendida y sus multiples ecos, tenia que subrayar una especie de comentario poético permanente, sin importarle que se desligara o no de la linea argumental. De hecho, no hay una sola de las LA PROSA DE CESAR VALLEJO 13 seis primeras estampas en que la “historia” guiara al “narrador”, sino que el autor.continuaria observando y opinando “al modo poético”, con metéforas y simbolos, y con su voz principal. Sus temas eran pro- fundos, como las estrofas de un verso ya escrito, que de pronto se ana- liza ahora con quietud narrativa, con cierta inmovilidad, pues eso es justamente la “estampa”, un rapto de contemplacién del cual brota una metdfora o una idea sustancial. Los temas de la cdrcel, del sexo, de la importancia de la mujer como hermana, madre, esposa y aun virgen, no se explayan o exponen, sino sirven de crispacion, de arremolinamiento, de brote igneo, fosforescente, y luego Ia chispa se agota o no en Ia rutina, pues incluso ya no le importa dejar la narraci6én coja, como en Ia primera estampa (“Muro noroeste”) o alejarse (en “Muro occidental”) del todo de la narracién, como sucede en Ia ultima (“Muro occidental”), reemplazada con un solo verso. Hacer esto ultimo, es de- cir, que verso y prosa son formas pares, iguales, pero trasladar al perso- naje sus emociones de prisionero, de hijo, de hermano, sumergirse en- tre delincuentes y creer que la sociedad nunca fue “justa”, son concep- tos que solamente aqui, en esta prosa de aprendiz, alcanzan su voz quemante y desesperada. Y hacer del fragmento que constituye “Muro dobleancho” un pequefio collage de escenas, pinturas y emociones, es una real hazaria del cuento-ensayo, curioso género que Vallejo practicd en verdad desde 1923. Y ‘Alféizar” no tiene desperdicio en el plano “musical” de la sensibilidad de un preso que cree atravesar asombrado su propio fusilamiento. Breves antecedentes ¢De donde provienen los antecedentes reales de esta inmersién de Vallejo en la nueva prosa? Sobre todo, de las cinco cartas a su colega y poeta Oscar Imaria, enviadas desde Lima a Trujillo, entre enero de 1918 y julio de 1922'. Son misivas que buscan vinculos no sélo por detalles y noticias coeténeos, sino por afinidades de sentimientos; sea por la ju- ventud o por la vida en el pais, casi todas revelan una confesién del 1 Chi. César Vallejo, Correspondencia completa, ed., estudio preliminar y notas de Jestis Cabel. Lima, Fondo Edit. Univ, Catélica, 2002, p. 14-45. Entre tales paginas hay cinco cartas dir das por C.V. a su amigo Oscar Imafia, en medio de otras, enviadas a amigos, a autoridades de Trujillo y a parientes en Santiago de Chuco. 14 CARLOS EDUARDO ZAVALETA, estudiante solitario en Lima, algo perdido espiritualmente en ella, y aun preocupado por desdichas familiares que, curiosamente, sucederan pron- to, a partir de la muerte de la madre en agosto de 1918, por encima de la alegre o inquieta vida bohemia, de los recuerdos de amigos trujillanos, y de los rumores y chascarillos. Incluso Vallejo invita a mafia a describir penas cada vez mds personales. “éQué me cuentas de tu estado de alma? Tus amores, tus crisis nerviosas, tus torturas metafisicas, tus cuidados pequefios, tus sensacio- nes urbanas, y de tantos imbéciles que hay en Ia vida...? No te quedes en silencio, no te calles. Que tus confidencias, tus emociones, tus latidos de corazén siempre fueron los mios”, le dice Vallejo y tampoco olvida preguntar por las muchachas del grupo, y aun por la enferma, por “la pobre Maria. Pobrecita éno?” éSeria Maria Sandoval, la que muri6 asi- mismo pronto? En fin, le envia este “desafio literario”. Semanas des- pués, dirige toda una larga carta “A sus amigos de Trujillo”, en febrero de 1918; abraza simbélicamente al grupo y recuerda detalles bohemios, pero ninguna misiva es todavia tan profunda, ni cdlida, ni deja de ser una carta simple, para convertirse en una descripcién casi onirica de situaciones inconscientes, como la misiva escrita el 2 de agosto de 1918, que es un primor’. 2 Op. cit. Primera carta, de 29 de enero de 1918. 3 Op. cit. Segunda carta, de 2 de agosto de 1918, que podemos considerar la més wliterarigade todas, entre las dirigidas a Imafia, por su intencionalidad formal y artistica. El texto completo es el siguiente: Lima, agosto 2 de 1918. Oscar querido: Son las 2 de la manana y te escribo. éSabras cémo estoy en este momento? éAdivinaras qué pasa en mi alma? Ahi veremos. Si adivinas Estoy solito. En un escritorio que tti no conociste nunca. Con una luz que tampoco viste. Todo desconocido. Todo para que tii lo adivines. Tengo frente a mi raros muebles que esperan no sé a quiénes. Una mosca vulgar ronda en voz gruesa y aquardientosa, perezosa y nauseabunda Pelea con otra en el aire. Producen un sonido como de celuloide que se quema. Veo después varios sobres con ajenas direcciones. Luego, varios sombreros de invierno colgados en corro atisbador. Me restrego la pantonrilla derecha en la parte superior: algiin insecto nocturno y vivaracho y fugitivo. Canta un gallo en tiempos matematicamente iguales, de nuevo pasa la mosca sobre mi peluca desgreiada y sucia. Te explicas. Suspiro. Me canso. Un ronquido vecino me trae gordos resuellos de siesta porcina. El hombre esta lejos de mi. Un alerta vozarrén. Es un auto que pasa predicando que en los caminos uno debe ir muy advertido... Dos golpes de mi «corazén delator», suenan en la casa. LA PROSA DE CESAR VALLEJO 15 Sin duda, he aqui un tipo de carta que busca ser también una me- ditacién poética, con elementos rutinarios de la vida, donde el tono y la v6z dolida ya es ganada. La despedida quizé nos recuerde el final de Idilio muerto: “Hay una cuerda tendida. Tendida hacia la noche de manana. Y vibra intensamente. Adiés, César”*. Y por fin, la cuarta carta a Imania, escrita ya por Vallejo desde la cGrcel de Trujillo, es todavia mas dramdtica, menos especulativa. Es el primer y gran sufrimiento del preso, vertido dos anos antes de la prosa de Escalas: “En mi celda leo de cuando en cuando; muy de breve en breve cavilo y me muerdo los codos de rabia, no precisamente por aque- Ilo del honor, sino por la privacién material, completamente material de mi libertad animal. Es cosa fea ésta, Oscar”. He ahi una observacién fundamental sobre su propia existencia. Como vemos, algunos pasajes de estas cartas fundan su propio es- tilo, producto de hechos cdusticos y de comentarios poéticos libres, in- cluso claroscuros. Carta publica Un tercer tema, el oficial, el institucional, que corresponde a un ciudadano preso, queda revelado en otra carta de Vallejo a Lima, al periodista Gaston Roger (seudénimo de Ezequiel Balarezo Pinillos), quejandose de su “enjuiciamiento calumnioso”, de la “maledicencia Estoy constipado, y a veces mis narices se ven en apuros sonoros y angustiosos. Pasa el liltimo, sin novedad. Otro suspiro, Leve. minutesca pausa, que apenas me da tiempo para enumerarla. Pasa. No tengo cigarrillos. Voy a fumar mi pucho reincidente. No tiene mayor culpa este humilde cachaquito, que el haberse pasado la noche en guardia misteriosa cle sabe Dios qué orden menudo ¢ invisible de fuerzas subhumanas. Pobre amigo mio. Y nada le salva. Al hecho (....) Ya lo estoy festinando. Y para més cacha, ha sido el tiltimo fésforo también. Suefios familiares, conocidos hay en la casa. Pobres. Que duerman. Hombres y mujeres. O que hagan lo que se les venga en gana. En la vida despierta, se sufre mucho. Pobres. Y se me acabé el pucho. Contemplo una figura de almanaque. Un hombre fornido que clava un pufal a otro que se retuerce y se queja a sus pies. Este asesinato dura 24 horas. Es raro. Alguien se ha tetirado en antes de mi presencia. Se fue preocupado, después de suplicarme. Yo le dije que no, que se recoja, que no se preocupe. Ahora yo le recuerdo conmovido, y ruego a Dios por esa persona. Que duerma sin sobresalto, apaciblemente. Hay una cuerda tendida. Tendida hacia la noche de mafana. Y vibra intensamente. Adids. César. 4 Op. Cit. | 16 CARLOS EDUARDO ZAVALETA, lugarena” (de Santiago de Chuco), y donde ariade, perfilando su futuro estilo: “Soy victima ahora de una de esas tantas infamias gratuitas o brutalmente caramboleadas que abundan, apestando a murciélago, en cada montén de cosas distritales”®. Asi como el regionalismo y la vida serrana podian ser gratos, asimismo podian estar Ilenos de intrigas y alimarias. Pues bien, Gastén Roger aproveché esta carta, para, primero, escribir una introduccién favorable; luego, cederle el paso a otra carta especifica de Haya de Ia Torre, lider estudiantil en Trujillo, y por fin cobijar a un ilustrado articulo del joven estudiante sanmarquino Cosme D’Arrigo, quien record6 que no pudo protestar contra la prisién de Oscar Mir6é Quesada, por estar enfermo, mas ahora si lo hacia gustoso por la de Vallejo. Sabemos que esta denuncia periodistica y la secuela estu- diantil que provocé en casi todo el pais, favorecieron pronto al vate y lo dejaron libre en las calles, con un renombre muy digno. Era casi un hombre puiblico, y lo que importa en las letras es que todos estos temas de justicia y nocturnidades, y venganzas, los aplicaré punto por punto Vallejo en sus dos primeros libros en prosa, sumando a ellos su volun- tad de estilo barroco. Lo dicho vale, pues, para ambos libros, pero vale también para exhibir esa notable disciplina del joven aprendiz que primero dominé las estampas inmouiles, y sdlo después del éxito de textos como “Muro noreste”, “Muro occidental” y “Muro dobleancho”, el autor se dedicé a los cuentos, el primero de ‘ellos, “Mas alld de la vida y la muerte”, + publi- cado en 1921 y premiado por la sociedad “Entre Nous”. Extremos opuestos Por Ia nitidez del profundo e irresuelto contraste entre la vida y la muerte, por el claro antecedente del poema “Estdis muertos” (1922)°, el repetido oximoron de casi toda su obra preside facilmente el titulo 5 Carta a Gastén Roger, publicada en La Prensa, de Lima, el 29 de diciembre de 1920. Repro- ducida por la Correspondencia completa, ed. Cabel, p. 37-38. Reproducida y afiadida por los otros documentos aqui aludides en Ricardo Silva Santisteban, C.V., Poes‘a completa, tomo Il, Seccién “Documentos”, p. 152-157. Asimismo, los primeros articulos y entrevistas periodisti- cos, publicados por Vallejo, por ejemplo “Abraham Valdelomar ha muerto” (1919), muestran su dedicacién a la prosa. Ver Articulos y crénicas completos, ed. Jorge Puccinelli, 2002, p. 20, Tomo | © Trilce, poema LXXV. Ver también poemas LXI y LXV. LA PROSA DE CESAR VALLEJO 17 “Mas alld de la vida y la muerte”, el primer desarrollo del tema del hijo herido por la muerte de la madre lejana, y por el otro deseo de visitarla como fuese, sin condiciones. El texto es también la primera incursi6n en la sierra, desde Lima, y por ello hay descripciones agrestes, duras, Ppaisajes de piedra y misterio, pues a la enormidad del mundo ciclépeo se suma la enormidad de la desdicha filial. El hijo hard lo imposible para reunirse de nuevo con su madre. Por ello, inclusive es util el introi- to de sombras, dudas, y aun fantasmas (el hermano parece desde el comienzo un fantasma), que no explican todavia el suceso principal, pero el misterio y algo asi como el vacio del mundo se nos acercan. ¢éCémo seré el encuentro inconcebible, cudl el didlogo? Pues madre e hijo son vibrantes, escandalosos, desaforados, y dan gritos descabella- dos, La madre insiste, casi al borde de Ia locura (faltaria un cotejo con algunos personajes de Shakespeare, en especial de “Hamlet”); aqui el hijo, segtin la madre, ha resucitado, pues estuvo muerto. Y ahora, de subito, frente a ese peligro maytsculo de su vida joven y segada con anuencia materna, el juvenil protagonista se rebela como jamas lo ha- bré hecho ningtin personaje vallejiano. Este queda primero petrificado, aunque luego se echa a Ilorar como ella; y en fin, viene la segunda reaccién del joven, del poeta, de su vida entera, en una palabra. La escena es de veras trdgica: Retiréme algunos pasos atras e hice entonces comparecer ioh Dios mio! a esa maternidad a la que no queria recibir en mi corazon y la desconocia y Ia tenia miedo; la hice comparecer ante no sé cudnto sacratisimo, desconocido para mi hasta ese momento, y la di un grito mudo y de dos filos en toda su presencia, con el mismo com- pds de martillo que se acerca y se aleja del yunque, con que lanza el hijo su primer quejido, al ser arrancado del vientre de la madre, y con el que parece indicarla que ahi va vivo por el mundo y darla al mismo tiempo una guia, una sefial para reconocerse entrambos por los siglos de los siglos...” Asi, curiosamente, culmina la escena inversa a Ia prevista, el hijo impone el nuevo dominio al mundo, y es capaz de gritarle a su madre que ya no estd viva, y para siempre. 7 “Mas allé de la vida y la muerte”, p. 31, ed. Moncloa, p. 63, ed. Gonzalez Vigil 18 CARLOS EDUARDO ZAVALETA -“iNunca! iNunca! Mi madre muri6 hace tiempo. No puede ser” ~dice. De modo objetivo, pues, luego de la primera obsesion por la madre amada y muerta, y aun viva e inmortal, el narrador reconoce que no hay otra salida para el joven, quien debe seguir su propio camino. La estructura original cambié, para ser mds sélida y simbédlica, y en el pa- rrafo final, cuando madre e hijo abandonan el didlogo polémico y vuel- ven a las ternuras de la infancia, cuando ella pregunta, muy inocente. é“Tti eres mi hijo muerto y al que yo misma vi en su atatid”?, escena que sabemos no sucedié, entonces el hijo victorioso no sdlo la niega otra vez, sino hasta llega a burlarse increible y quizd cinicamente de ella. Y asf acaba riéndose de su propia madre “tonta”, por una necesi- dad artistica objetiva. Asi de justiciero es el autor. La estructura original de “Los Caynas”, en cambio, no varié en su desarrollo, pues el asombro y el absurdo de la regresién de la especie humana -segtin supuestos darwinianos, que alguna vez apoyé Vallejo— a una condicién “animal”, llega a ser mds repudiable cuando el padre se exhibe como un loco o un monstruo, y el hijo protagonista debe superar ese nuevo escollo de la existencia ideolégica o corporal, debe luchar contra la deformidad en nombre de un sistema donde impere la razon y la norma. El contraste cubre la barbarie y Ia civilizacion, y se resuelve de mgdo espectacular, teatral, pero no demoledor para la especie. Sin embargo, uno debe leer con cuidado algunos espléndidos p4- rrafos de este cuento, consagrados al peligro de la soledad, el abando- no, el desamparo oficial en los innumerables pueblos de la sierra, que parecen vegetar antes que vivir; asf, el peligro real no estaria tanto en perder los “tornillos” de la especie, sino en retrasar, rezagar, impedir el desarrollo de nuestra serrania actual. éHacia dénde van esos pueblos casi perdidos? “Debo llamar la atencién hacia las circunstancias asaz inquietantes de no haber tenido noticias de mi familia, en los seis tlti- mos afios de mi ausencia”, cuenta el narrador, como la cosa mds grave enel pais. Y sdlo antes habia escrito: “... tornaba yo una tarde a Cayna, aldea que por lo solitaria y lejana era como una isla allende las monta- fias solas. Viejo pueblo de humildes agricultores, separado de los gran- des focos civilizados del pais por inmensas y casi inaccesibles cordille- LA PROSA DE CESAR VALLEJO 19 ras, vivia a menudo largos periodos de olvido y de absoluta incomuni- cacién con las demds ciudades del Perit”*. Si algo ha cambiado ahora, ochenta arios mds tarde, es poco. Todavia, con otros dos plausibles cuentos, “Mirtho” y “El unigénito”, Vallejo sale de sus casillas fiinebres y nos envuelve en un regocijo pleno, dichoso, burlén y muy imaginativo. Ya asimismo en Trilce habia publi- cado el poema LXXVI, donde una figura burlesca “sacando lenguas” a las muchachas equis, habia sido nombrada como “esa pura que sabia mirar hasta ser 2”. Esta dichosa explosién necesita por supuesto de asidero, y no sdlo Vallejo la pintd bien en verso. (“iRemates, esposados sin naturaleza, de dos dias que no se juntan, que no se alcanzan ja- mas!”), sino que en el cuento saltarin y poético hay un desafio intenso para viajar de ida y vuelta por el absurdo, hablar con Ia libertad del joven pleno, senalar cambios en el cuerpo, mente y ojos de la mucha- cha, y luego, con ayuda de esa ingeniosa, y de la creacién de sus ami- gos, postular varias ideas fosforescentes a la vez: que la mujer es siem- pre 2, que puede serlo a voluntad, incluso cambiarse a una tercera acti- tud, mientras que el joven, es decir, la hombria, dichosamente provoca- da por el amor o Ia alegria, sabe que no es 2, pero que si cambia delante mismo de ella, mientras que a Mirtho le disgustaba que el novio la confundiera con 2, lo que le parecié antes que él queria. En fin, un enredo de comediante (el teatro clasico hubiera enviado a escena a dos cémicos para deleite de espectadores), e inclusive un engendro digno de vanguardistas en 1923, donde el lenguaje fingido del principio es adoptado por el texto al final, como para confirmar que el cuento-ensa- yo o el cuento-divertimento fue escrito por Vallejo muy temprano en los arios 20, lo cual aumenta su mérito. El cuerpo mérbido y asombroso de Mirtho, creado desde su nom- bre por el poeta, es todo un mundo de euritmia y metalla caliente, que pone en apuros el celo del autor: Adorado criadero de eternidad, tubulado de todas las corrientes historiadas y venideras del pensamiento y del amor. Vientre porta- do sobre el arco vaginal de toda felicidad, y en el intercolumpio & “Los caynas”, p. 84, op. cit. Como se dijo, el texto de los cuentos ha sido cotejado con los de Novelas y cuentos completos, por C.V (1998) ed. Ricardo Gonzélez Vigil, y con la Narrativa completa, por C.V. (1999) ed. Ricardo Silva Santisteban, ver Bibliografia. 20 CARLOS EDUARDO ZAVALETA, mismo de las dos piernas, de Ia vida y la muerte, de la noche y el dia, del ser y el no ser. Oh vientre de la mujer, donde Dios tiene su unico hipogeo inescrutable, su sola tienda terrenal en que se abriga cuando baja, cuando sube al pais del dolor, del placer y de las lagri- mas. iA Dios sdlo se le puede hallar en el vientre de la mujer!? Por su lado, “El unigénito” es también una burla, pero pesada, “ale- mana, zapatonuda”, al estilo de las burlas de Martin Adan en La casa de carton. El breve texto postula la idea de una paternidad subita, platonica y grata, y asi los amantes podrian concebir con solo mirarse. Este absurdo infantil se desarrolla tanto en broma como en serio, y has- ta se hacen coincidir los bordes de ambas posibilidades. Y entonces viene la maestria del didlogo final, en que la sorpresa del supuesto pa- dre platénico es inmensa y deleitosa. Lo importante es que tanto en “Mirtho” como en “El unigénito”, la estructura se ha organizado en base al absurdo y se la cultivé hasta el firial. Adernas, la mosca chaplinesca que viene a posarse en la frente del serior Wolcot es la perfecta serial del cornudo. Sino he seguido el orden de los textos vallejianos, lo he hecho por otras afinidades entre ellos. Asi, nos hemos quedado con el cuento final y el mejor, “Cera”, texto en que el lector raépidamente concluye que se halla ante duros elementos realistas (el juego de azar apasionado puede ser el mds real de los espectdculos), fruto de una minuciosa observacig¢n de hechos que luego se van hilvanando, cada vez mds sutiles. Facilmen- te, desde el principio, se adivina unas partidas de péker con dados mar- cados por el cinico jugador chino, quien por extrema y sabia sutileza se gana Ia voluntad del narrador de la misma, y éste ha de permitir que el otro invisible, observe todo, pero haga como que engania al protagonis- ta, pues no le deja saber sino lo medido. Asi, hay una valiosisima_y secreta unién entre narrador y personaje, con la ventaja del narrador, quien sabe mds que su criatura, Luego, vienen los sucesivos y variados lances del juego de azar, donde lo importante, lo tinico importante es ascender, crecer en pasiones y en expectacién, y preparar el extranio terreno de la jugada final y al parecer desventajosa para el protagonista 2 Op.cit . “Mirtho”, p. 91-96. LA PROSA DE CESAR VALLEJO 21 chino, escultor de sus propios dados falsos. Asi, la magnifica impresién final es que hay dos destinos, uno previsto por el personaje y hasta quizd por el “fisgon” narrador, pero que hay otro, guiado por un stibito dominador de mundos, cuyo excesivo poder es inmisericorde y que aplasta todo lo ajeno. Un cuento realista asi, de fuerzas absolutas, des- emboca en lo opuesto, en la sombra y lo sobrenatural, que rehacen la nueva e inesperada situaci6n. En cuanto a “Liberaci6n’”, reiterativo del tema de quién es el verda- dero delincuente, y dificil de desenmaranar entre narradores cambian- tes y aun superpuestos, no nos deja el mejor recuerdo. Los otros cuentos De los llamados “otros cuentos”, publicados entre 1951 y 1967, destacan, sin duda, “Paco Yunque” y “El vencedor”. A medida que pasa el tiempo, el primero se afirma cada vez més por la fuerza del tema, arrancado del mundo social, de la propia calle eterna de las dis- criminaciones, hacia el foco del multiforme salon de clases, el supuesto escenario inocente donde se moldea el cardcter de nirios y jévenes. Se moldea, sf, pero de otro modo, muy distinto del conformista, y ademas, oscuro, hostil, injusto y cruel. Hasta ahora, siguiendo Ia estela de los ultimos siglos, el universo del nifio mezclado al mundo familiar y social ha alcanzado la pluma de numerosos maestros, en especial rusos, ingle- ses y norteamericanos. “Paco Yunque” se mantiene firme, enhiesto; Vallejo fue muy sutil al trasladar la calle, la verdad, al sal6n, y convertir a éste en el primer campo de batalla de Ia vida. Esa especie de “repro- duccién” del hogar injusto y pobre trasladado al salén, y del propio mand6n chiquito y malévolo, es un gran acierto. La injusticia esta en el hogar y la casa, pero se resuelve en ambos del mismo modo brutal y salvaje que afuera. El maestro, incluso, forma parte de la rueda de la injusticia. Y la técnica de descripcion y de sucesivos avances en el calor de las emociones esta asimismo bien dado por los didlogos. He ahi un ejemplo de cémo, en castellano, se escribia muy bien el didlogo antes de Hemingway. Pero el final puede ser un desenlace propiamente regional, porque el niio mestizo, peruano, latinoamericano, es pensado asi, dulce y bue- 22 CARLOS EDUARDO ZAVALETA no, y sabe perdonar a su ofensor. Vallejo lo pensd también asi, pero creo que enseguida ideé Ia otra variante, la vengativa, pues las dos se presentan en esos casos. Y por ello, puesto que “Paco Yunque” se publi- ca tan a menudo, yo aqui subrayo la segunda variedad del abuso infan- til, la venganza, el contraataque, con la segunda y enorme sutileza de que “El vencedor”, de tan puro y bueno, llora en nombre del vencido y se dignifica como nadie. “El vencedor” debe publicarse muchas veces, y ojala junto con “Paco Yunque”. Lo merece, como el reverso de la medalla. Aqui, entre otros cuentos, hemos escogido “EI vencedor”, por las razones dichas (“Paco Yunque” es también demasiado extenso para nuestro libro), y asimismo “El nifio del carrizo”, hasta ahora poco estu- diado; si bien éste repite de algtin modo Ia vinculacién entre hombre y animal, que hacia temer en “Los Caynas” por una regresién humana; ahora el nifio del carrizo es elogiado por su consustanciacién con la naturaleza, con la selva de carriazales que define su personalidad, y con la extraria experiencia de vivir en un “nuevo cuerpo” eldstico, de belleza animal. Por lo demds, el tiltimo de los textos criticos aqui pu- blicados, el de Christian Wiener, se refiere especificamente a este bre- ve cuento. ‘ Las dos novelas completas Una vez perfilada desde lejos —desde su poesia-, la obra de Vallejo, al momento de usar la prosa narrativa, lo hizo con el conocimiento cabal de que asi se acercaba mds a su entorno, a Ia realidad social, al escenario peruano y a la idiosincrasia de sus personajes. Lo hizo a sabiendas, porque le faltaba esa vena literaria, que parecia mas sencilla y comprensible para los lectores. Pero, no, Vallejo fue implacable con su propio arte, y en vez de hacer concesiones con Ia prosa, la convirtié en slo una de las vertientes de su estilo, pues por encima siguié usando la ret6rica sonante, él verbo arcaico o vanguardista, seguin fuese, y en todo caso un encrespamiento y una fosforescencia verbales que no se distin- guia casi en nada de su gran masa poética, tan elogiada y bien recibida ya (si vamos a contar con Ia real reacci6n de sus lectores), desde 1922 y LA PROSA DE CESAR VALLEJO 23 1923, y en los anos inmediatos, segun estudios claros de Jorge Kishimoto, por ejemplo”. Por ello, las dos novelas que Ilegé a concluir no son vias faciles por acceder a la realidad peruana, al pais que tanto amaba, sino otras vias igualmente simbolicas y metaféricas, que valen por su dimensién propia. Merced a la preparacién seria, minuciosa y paulatina del poeta, al momento de sumergirse en la novela, imaginemos que Vallejo puso ante si, en la mesa, el admirable escenario serrano que representaban, sin duda, Santiago de Chuco y parte de La Libertad. Pues bien, con la pintura instantdnea y subita de los actos de Balta frente al espejo trizado, Vallejo, muy moderno, directo, no tuvo tiempo de pintar descripciones, sino cuadros breves, didlogos, retratos e incluso supersticiones, creen- cias que, tarde o temprano, subsistirian en la sierra peruana. Asi, sdlo en Ia tercera pagina de Fabla salvaje nos pinta el retrato, por turno, de la pareja que forman Balta y Adelaida: Esposos felices hasta entonces, muchacho aun, él adoraba tierna- mente a su mujercita. Pdlido, anguloso, de sana mirada agraria, diriase vegetal, y lapidea expresion en el continente alto, fuerte y alegre siempre. Balta pasé su luna de miel lleno de delicias, rebo- sante de ilusién y muy confiado en los afios futuros del hogar. Era agricultor, era un buen campesino mas, la mitad oscuro aldeano de las campirias. Adelaida era una dulce chola riente, lloradora, dicho- sa en su reciente curva de esposa, pura y amorosa para su caro varén. Adelaida, ademds, era una verdadera mujer de su casa. Con el cantar del gallo se levantaba casi siempre sin que Ia sintiera el ma- rido: con suma cautela, callada persigndbase, rezaba en voz baja su oracién matinal, y a la htimeda luz de la aurora que a cuchilladas penetraba por las rendijas de las ventanas, atravesaba de puntillas con sus zapatos Ilanos el largo dormitorio y salia. A la hora en que 10 En la “Introduccién’” a la breve antologia Narrativa peruana de vanguardia, Serie “Documen- tos de literatura’, 2/3, Lima, abril-diciembre 1993, Jorge Kishimoto demuestra no sélo que la poesia de Vallejo era muy conocida en los medios intelectuales limefios (al revés de lo que suponta Vallejo), y a su debido tiempo, sino que inclusive se ventilaban en la prensa, con nimo polémico y vibrante, sus juicios sobre la vanguardia. 24 CARLOS EDUARDO ZAVALETA Balta abandonaba el lecho, ya Adelaida habia ido a acarrear agua del chorro de la esquina, en sus dos grandes céntaros, el tiznado y el vidriado, que cabian por uno y medio de los corrientes. éCudn- tos arios tenfa Adelaida aquellos cdntaros?!!. En este preciso momento, en que el retrato de Adelaida va supe- rando en interés y en detalles al de Balta, y el lector espera otros signos de su cardcter diferente, se produce, de hecho, un profundo desequili- brio, muy desventajoso para el marido, en que ella, por cuadros breves y sucesivos, va convirtiéndose de veras (aunque poéticamente también) en una especie de dueria, o madrina, o hada total no sdlo del escenario terrenal, merced a sus cdntaros algo milagrosos, sino amplia su presen- cia sobre cosas y animales, entre ellos el perro e inclusive el caballo Picaflor. Ella se revela como la encantadora diosa del lugar, y dulcifica y domina a todos por igual. Y eso sélo en el primer capitulo. Al iniciar el segundo, vuelve otro retrato benéfico de la diosa lugarenia, que prosi- gue sus labores domésticas, de nuevo incluyendo no sélo al caballo, sino a saurios, moscardones y toda clase de animales, insuflandoles vida, a veces tinicamente con su voz. Frente a este hada poderosa y casi fantasmal, équé se dice de Balta, indeciso, mortificado por el espejo roto? Curiosamente, mientras Adeilada llora al entender el peligro de varias supersticiones (espejo, gallina, perro, caballo), él se burla: “No juegues Adelaida -le dijo-. Liq rando porque canta una gallina. iVaya... no seas chiquilla!”!” Frase de Balta que justamente ha de perderlo, pues él, luego de temblar ante esos pequenos fantasmas, cree en los cuentos de un amigo suyo y pusilénime de la ciudad. En el capitulo IV se da por ultima vez un breve ariadido al retrato fisico, admirable y simbélico del mestizo Balta, Pero casi enseguida, él acaba su vida responsable y consciente. Queda perdido como protagonista, cae en la confusién de imagenes vanguardistas, descubre el suefo y no la luz, y sdlo se vincula con su casa mediante el maligno simbolo del alcanfor del patio, mientras persi- gue, como otro celoso imaginario, a una sombra. Es un Otelo sin Yago, nadie ni nada alimenta su error. (Hasta podria decirse que, al tener una 41 Cfr, Fabla salvaje, en Gonzélez Vigil, op. cit. p. 115. 2 Op. cit. p. 119. LA PROSA DE CESAR VALLEJO 25 personalidad enfermiza, el otro no existe, y no hay rival, y Balta es destruido por su propio alter ego). Un critico agudo, refirigéndose a la caida del antiguo y magnifico Otelo, ahora convertido en algo asi como un buque atascado en el fango, dirfa que sdlo quedan hilachas del anti- guo héroe’’, Desde el capitulo VI en adelante, Vallejo prefiere ocuparse de la “reaccién’” favorable y vital de Adelaida, y ensombrece la mezqui- na escena en que un enfermo como Balta declara, en vida, muerta a su mujer y la obliga a llevar luto. Luego, el suicidio o el empujon de la sombra a Balta hacia el abismo, es el fracaso ante el nacimiento del hijo en Adelaida. Es muy posible que la vieja seduccién de Vallejo por los personajes femeninos (la madre, las amantes, la hermana, Ia virgen), haya preferido pintar, en medio de “la saluajez de la sierra peruana” a una virgen madre y mestiza, en vez de un simbolo masculino. O quizé si hubo, como dice Gisela Joerger, la intencién de enaltecer la pareja andina, bella y poderosa, pero que se quebr6 enseguida, por fragilidad de Balta’*. — » El tungsteno, su novela més larga, y juzgada a toda hora como sindicalista y obrera, estd, mds bien, organizada como un alegato a fa- vor de Ia justicia del campesino, y de la clase media, y contra la explota- cién minera, sea nativa o a distancia imperial. También, como Fabla salvaje, es una nauela de ideas, Por supvesto que su estructura se resiente porque el tono descripti- vo y ordenado del comienzo se enfrasca en temas de esclavitud primiti- va y en la confusién del agrimensor ~el protagonista-, quien, cuando Iicido, es un seguidor de la linea inmoral y perversa de los hermanos Marino y de su maléfico bazar (una especie de “Cueva de Montesinos”, salida de algtin modo del Quijote), y cuando de pronto enferma y se afiebra, es tan maleable que hasta sueria con Cristo y casi habla con él. Mas tarde, olvidado a medias el incidente, viene el poderoso capitulo del reclutamiento de jévenes, de cuyo viento brotan protestas populares y aun manifestaciones, y luego viene lo esperado, es decir, el surgir del héroe Servando Huanca, quien hablard como un joven maestro de la 13 fr. John Wain, El mundo vivo de Shakespeare, Madrid, Alianza Edit. 1964, p. 143. Gisela Joerger Weirauch, “Fabla salvaje”, en César Vallejo, Lima, Univ. Ricardo Palma, 1994, p. 101-122, 26 CARLOS EDUARDO ZAVALETA revolucién, de una especial y auténtica, en que incluso los intelectuales estarian sometidos a los obreros. ¢Pero, qué pasa al final? éHuanca aspira a una lucha seria en una novela de 1931, o sdlo sueria de lejos con la sombra de una revolucién? éNo sera éste el mismo modelo del final de Todas las sangres, de Arguedas (1964), en que también una figura semejante, Willka, preve, O presiente, o convoca a una revolucién todavia dormida en el futuro lejano? Nota sobre el estilo y la estructura Como pocos, Vallejo fue un devoto del estilo. Si desde sus primeros libros empleé un léxico castizo y mestizo espectacular, él lo desenvolvid por doquiera, inc&paz de frenar su poderosa mania de buscar la reso- nancia y la metdfora, mds allé de cualquier momento del lenguaje habi- fuel A medida que avanzaba en poemas y prosas, el rio fluvial de su retérica, que siempre envuelve un rezago campestre, tierno, ingenuo, se hizo notorio e irreductible, cada vez mds modernista y vanguardista, y todo texto -incluso en prosa, articulo, cuento o ensayo- se le volvia un motivo de creacién sonora, semdntica y visual, pero como producto cincelado con trabajo y tesén, como si las frases salieran de una peque- fia batalla. Leer sus estampas no comprueba que es un escritor habitual, cuyo, oficio es facil, o elegante, o versado. No, hay un desgarramiento en cada frase o pdrrafo, una dificultad que muchas veces vence, pero no siempre, y tampoco de modo convincente. Si, por ejemplo, no hubiésemos leido nada de su prosa y nos diése- mos con “Muro noroeste”, veriamos como en un registro telegrdfico, una siembra de frases como “penumbra”, “el tinico companero de cel- da que me queda”, “se sienta a yantar ante Ia ventana lateral del cala- bozo”, mientras arriba, sobre la puerta, “se refugia y florece la angustia anaranjada de Ia tarde”, metédfora principal, llamativa o teatral, y los verbos refugia y florece nos lanzan justamente a la “angustia anaranja- da” de una excelente preparacion del lector para con los nuevos textos de Vallejo, ¢éQué pasa en ese “muro”? Pues un didlogo vago, del cual, sin em- bargo, se esclarece que el preso de perfil de toro no es el protagonista, LA PROSA DE CESAR VALLEJO 27 sino la débil y misteriosa araria elegida por sus ojos; y luego de esta segunda sorpresa, el autor teje una confusion entre el andar de los dos seres y la posible -por ahora, sdlo posible- deglucion de la araria por el preso. Nuevos pliegues de un escenario ya complicado y tan rico como en el teatro, y sdlo en la primera pagina. Luego, viene el inocente gozne de la puerta, tocada por el preso, y cuya minima accién provoca, en inmenso rebote, la muerte de “la po- bre vagabunda, trizada y convertida en dispersos filamentos”. Nuevo cambio de la anécdota efectista y contundente. Un hombre de perfil de toro y la araria sdlo se cruzan y hay no solo una muerte, no solo un asesinato, sino, ademas, el desprecio por los residuos de comida que “escupe” el hombre-animal. He ahi toda la anécdota, de la cual, de un instante a otro, el narra- dor se vale para gritar iLa justicia! (pudo ser i El asesinato!) y discutir en publico, o declamar, o perorar, esto es, subrayar lo maximo en el plano sonoro, a fin de sentar una polémica entre burlona y filosofica, curiosa- mente mezclada con las matematicas y hasta con una sombra eclesids- tica (cada cual es una ciencia), para acabar gritando y protestando, y llamando a voces, como desde cualquier esquina del vecindario, contra “los tintéreos espejuelos de los jueces”. Y de pronto, cuando el lector supone que vamos a volver a Ia na- rracion, no es asi, el discurso publico queda hirviendo en la calle, sien- do éste quizd el primer antecedente de los después llamados discursos publicos de los Poemas de Paris, donde hay tantos dedicados a los “desgraciados” y a quienes han “perdido el dia”, o “el brazo”, y la esperanza. Un texto como éste, firmado como el primero de un aprendiz de prosista, es en verdad espléndido, y refleja en sf, por un lado, la concen- tracién de impresiones sumarias, esquematicas, para luego producir un efecto que sale incluso de las letras y se va por Ia ciencia y por el miste- rio de Ia justicia. En esta narracién no hay btisqueda ni persecucién de un argumen- to, y ni siquiera de una anécdota completa; hay sdlo una brillante y efectista referencia al asesinato minimo (el de una araria), para, con este débil motivo, lanzar un debate resonante, legendario e inacabable so- bre la justicia humana. 28 CARLOS EDUARDO ZAVALETA, Escribir prosa asi, tan bien, y siendo apenas un aprendiz, significa una seleccién magnifica de efectos no solo estilfsticos sino teatrales, in- cluyendo la farsa, la burla, la ironia, el ingenio, el misterio, incluso el sofisma. Este uso del estilo, como se ve, desborda la estilistica, Estamos en el \ camino de Ia transformacién y transfiguracidn paralela de las artes. Curiosamente, la narracién queda coja, no vuelve al comienzo. Pero puede decirse que el tema queda ligado a la eternidad, y de algtin modo explicable sélo por extremos imposibles. éPodriamos concebir los vericuetos de la mente del personaje Balta Espinar, en Fabla salvaje, sin los trazos pictricos o diserios vanguardistas que propone Vallejo por doquiera? éQué relacién hay entre la mosca real, la queresa, y el alcanfor que funda el solar desde el patio? ¢Existi- rian, si no hubiese un cabrilleo y una persecucién tragica y final entre ellos? La proximidad de la muerte los une sin remedio, constituyen un destino, e incluso Vallejo, en ese libro, menciona varias veces la tragedia (en el sentido griego, claro) como si ésta fuese un ser fisico, un vecino mas que se desplazara entre los miembros del solar. ¢éQuién organiza la narracién? Pues el “narrador”, casi en general omnisciente y omnimodo. Este narrador, en intima convivencia y aun connivencia con el autor, es capaz de olvidar a voluntad Ia line: argumental y de retomarla cuando desee, pero en el desarrollo temati- co, o espacial, o temporal, ese autor se inmiscuye y “corrige” muchas veces su propia ficcidn, empleando su “voz” directa de poeta, creando comentarios resonantes, muchas veces bellos, valiosos por sf mismos, se conecten o no con Ia narracién. Y luego, ese autor omnisciente, en efecto, no tiene limites. En “Mas alld de la vida y la muerte” hace hablar a su protagonista con los muer- tos (la madre e incluso el hermano Angel, quien parece un fantasma), o desliza comentarios directos sobre el pais del autor (en “Los Caynas”), o finge obedecer estilos creados por algun personaje (“Mirtho”), y con ese estilo mixto se reparte la tarea de contar. En “Liberacién” hay varios narradores, cuya sucesi6n y alternancia quita fluidez al texto. En “El unigénito”, el narrador sigue contando después de Ia muerte de los protagonists, pues le interesa esa “ausencia” para dedicarse al supues- to hijo de un amor platénico, escena cémica con la cual cambia el tono LA PROSA DE CESAR VALLEJO 29 mds o menos tradicional del relato. En la primera versién de “Cera” (1923), hay una extrafa pero excelente cercania entre el narrador y el personaje-testigo, y asi el lector palpita con las emociones de las sucesi- vas partidas de dados; pero el autor corrigid esa versién y el nuevo texto (1994, segtin Couffon) esté ya limpio de vaguedades y penum- bras, ha cambiado el estilo barroco inicial por el coloquial, directo, muy efectivo para la interrelacidn de personajes. Un ambiente enigmatico inicial se cambia por una osada mezcla de realidad dentro de lo sobre- natural. Quizé las ideas extremas no hayan cambiado, pese a las apa- riencias, y quizd justamente en ello resida el mérito de este buen expe- rimento estilistico del autor. Esa pulsacién de lo sobrenatural facilita la creacién de una pareja andina fugazmente “feliz” (en Fabla salvaje), pero la interrelacién de los personajes y esposos Adelaida y Balta se resiente, por la fragilidad del cardcter de Balta, quien no sabe y no puede explicar qué pasa con él. El autor y el narrador coexisten y se reparten la tarea de “explicar” la enfermedad de Balta, mediante sintomas vagos y didlogos mutilados. Por fin, en El tungsteno, el narrador es mds bien un “coro de voces” que cambia de tono y perspectiva segtin avanza la novela; el autor crea algunos personajes (las mujeres y los Marinos) para relegarlos, para “castigarlos” moralmente, sin cuidarse del equilibrio tematico, y luego, cuando Ia novela esté muy adelantada, crea de stibito al personaje “sal- vador” (Servando Huanca) de las desdichas contadas. Y lo crea me- diante didlogos y discursos, més o menos ptiblicos, si bien no hay forma de que el lector compruebe las esperanzadoras promesas, pues dicho final emotivo, lanzado hacia el mariana, es la mejor vdluula de escape para una enorme sucesién de humillaciones y vejamenes que el grupo social ha recibido como dolorosas “peripecias”, de las que ya senialaba Aristételes en las tragedias. En resumen, en la estructura de estampas, cuentos 0 novelas, no sdlo se refunden el tema, el lenguaje y su desarrollo, sino las varias posibilidades de que las cosas no sean ast, pero que finalmente acaban en sorpresas mds 0 menos imprevistas. La estructura, que es esencial, parece una sutil armadura hecha quién sabe por las ararias, o los arquitectos, o los muisicos, en un con- cierto de voces para representar el devenir del hombre y de sus temas, 30 CARLOS EDUARDO ZAVALETA ideas o misterios, cuyos hilos secretos s6lo muy pocas veces ignora el autor. Porque incluso el dificil destino de Chale, en “Cera”, se nos da como en estadios o capas sucesivas de significados y acercamientos a la Sombra. Desde hace algtin tiempo creo que en los textos en prosa de Vallejo, hay mayormente dos estilos que conviven y aun entrechocan: uno, de tendencia castiza, con derivaciones extremas, inclusive recargadas y que resaltan nitidas, pues el afan retorico se engolosina en si mismo, mere- ciendo el calificativo de barroco, conceptista o mds atin expresionista (Nuriez: 1938, Paoli: 1994)"; y otro, directo, de tendencia coloquial, que engloba el modelo del habla materna. Sdlo en algunas partes de Fabla salvaje o en El tungsteno, el segundo estilo, el directo, participa de modo importante en el texto. El primero, en cambio, es casi omnimodo en la mayoria de casos. Como ejemplos faciles de uno y otro, sefiale- mos dos cuentos, “Mirtho”, como cincelado en el estilo barroco, ensor- tijado, expresionista, por revelar incluso el laborioso conflicto interno de la creacién idiomatica; y “Cera”, en el estilo directo que, segun Couffon, el autor habria usado en Ia revisién y que sdlo conocemos desde 1994. Por lo demas, el primer estilo se conecta con el mundo extralégico del absurdo, y asi tenemos su culminacién tanto en Contra el secreto profesional como en los Poemas en prosa; y sobre ello anadi- remos que el estilo barroco se alimenta muy bien por el caudaloso léx co, arcaizante o no, afiadiendo a su vez al plano sonoro una especie de didlogo entre el “pasado” y el “presente” de nuestro idioma, si cabe decirlo asi. Contra el secreto profesional Si bien los textos mds “literarios” de este libro pueden ser los siete u ocho senalados por los criticos Gonzalez Vigil y Ricardo Silva- Santisteban en sus respectivas compilaciones de 1998 y 1999, sdlo po- demos entender el libro cabal si miramos justamente otros fragmentos como “De Feuerbach a Marx”, “Explicacion de la historia”, “La cabeza 18 Estuardo Nuiiez y Roberto Paoli, uno en 1938, y otro en 1994, coinciden en llamar expresio- nista y/o conceptista a Vallejo. Ver respectivamente Panorama actual de la poesia peruana, Lima, 1938, y “éPor qué Vallejo? Un revolucionario del idioma”, en César Vallejo. Vide y Obra, ed. Roland Forgues, Lima, 1994. LA PROSA DE CESAR VALLEJO. 3 y los pies de la dialéctica” y “El movimiento consustancial de la mate- ria”, donde las reflexiones sobre ideologia y sus derivaciones légicas explican por qué Vallejo emplea modos extralégicos de escritura y pen- samiento, a fin de ubicar, en medio de dificultades, a su lector. Se trata, de modo sintético, de “otro” punto de vista, lejos de la ley de causalidad y de Ia Idgica aristotélica. Estamos fuera de ellas. para satisfaccion del autor, quien nos guiard por en medio de contrastes y oposiciones (es decir, de lo ya visto en estampas, cuentos y novelas), en un terreno mds especulativo e intelectual que antes. Para el singular Vallejo de este breviario, debemos preferir “la actualidad historica” a la “historia pasada”, es decir, que para él “la historia no se narra ni se mira ni se escucha ni se toca. La historia se vive y se siente vivir”. Llevados por esta presencia de Ia historia, en la nueva dialéctica, un fésil antiqui- simo, un megaterio se nos dibuja de pie, con “las patas traseras sobre la cabeza de Hegel y las delanteras sobre la cabeza de Marx”. En el mun- do nuevo esta la antigtiedad. Por ello, “no hay nada que temer. No hay nada que esperar. Siempre se esta mds o menos vivo. Siempre se esta mds 0 menos muerto”®, Si esto es asi, y si las cosas ocurren sucesivamente en el tiempo, sila vida es una sucesi6n y no una simultaneidad, entonces ya estamos listos para aceptar otro mundo con paraddjicos vinculos entre individuo y sociedad: A tal punto es solidaria la conciencia individual... A tal punto el individuo es libre e independiente de la sociedad'’. Asi, en este nuevo universo, un juez se parece demasiado al acusa- do, al extremo de que puede ser su “doble”, y cuando el asesino es condenado y encarcelado, el doble (éel juez?) “siguid viviendo normal- mente, a la vista general”’’. Por este camino de paradojas, ya es facil entrar en las reflexiones sutilmente llamadas “Negaciones de negaciones”, a fin de dar el salto 18 CV. Contra el secreto profesional, Lima, Mosca Azul, 1973. Ver «La muerte de la muertes. p. 21-22. 17 Op. cit. ulndividuo y sociedad», p. 27-29. 18 Op. cit. p. 29. 32 CARLOS EDUARDO ZAVALETA, dialéctico hacia Ia sintesis, pero a la vez convivir con el absurdo, que, artisticamente juzgado, es un pozo inacabable, no sdlo de las risuefias “greguerias” al estilo de Gomez de la Serna, sino de meditaciones pro- fundas, donde la vida y la muerte, la presencia y la ausencia, la culpa y la gracia se tocan 0 quizd sean lo mismo. Con este espiritu deslumbrado por los “hallazgos” de la vida, y con la sonrisa y el humor abiertos, leer las prosas de Contra el secreto pro- fesional es un deleite, sobre todo si respetamos su primera condicién de “libro de pensamientos”. Los temas pueden ser ya conocidos, como el del “doble”, donde ahora los personajes son André Breton o el propio Vallejo, o la misma estructura de “letanias”, usada para describir el durisimo invierno de Paris, cuando estan helados inclusive “los trescientos estados de mujer de la Tour Eiffel”, estructura que veremos luego en el poema en prosa “La violencia de las horas”, pero aqui con dnimo burlén y aun tragico. En esta misma serie de “negaciones”, el narrador dice: “Quiero perder- me por falta de caminos... Odio las calles y los senderos, que no permi- ten perderse”. Y hay también imdgenes abismales, paralizantes, dignas del mejor de sus poemas: Conozco a un hombre que dormia con sus brazos. Un dia se los amputaron y quedo despierto para siempre.!? ‘ Hay en verdad algunos textos que se elevan a la categoria de cuen- tos: “Teoria de la reputacion’, “Ruido de pasos de un gran criminal”, “Laénguidamente su licor”; asimismo, estampas logradas como “Con- flicto entre los ojos y la mirada”, y “Vocacién de la muerte”. Por ejem- plo, pocas veces una prosa criptica y vanguardista, habré subrayado el mundo inanimado tanto como en “Ruido de pasos de un gran cri- minal”. Y hay asimismo toda una propuesta tedrica para escribir cuentos sdlo cuando nuestro léxico supere las lenguas individuales, incapaces de expresién, como Vallejo propone en “Magistral demostracion de sa- lud publica”, donde el autor, el teérico de la escritura, pide una lengua universal para describir un viaje a Niza. 19 Op. cit. “Negaciones de negociaciones”, p. 39. LA PROSA DE CESAR VALLEJO 33 Hay, de veras, mucho que elogiar en este pequefio libro, donde cada subtitulo es una coartada y cada definicién un vacio creado por una sorprendente imaginacién, de brazo con la nueva dialéctica elegida por Vallejo. También el libro es la confirmacién de que el autor logré una es- tructura mitad narrativa y mitad ensayistica, soldando el cuento-ensayo como variedad practicada por él. Esa “intromision” del ensayo se ve desde Escalas (en la secci6n “Cuneiformes”) en proporciones todavia heterogéneas, pero, por ejemplo, en “Mirtho”, “El Unigénito”, “Los Caynas” y “Liberacién” para citarlos gradualmente-, ofrecen ya un soporte de ideas en ascenso. Si en las primeras estampas de “Cuneiformes” Ia irrupcién de ideas descomponia Ia estructura, poco a poco Vallejo llegé a dosificarlas e incluirlas dentro de la narracién sin desajustes. Y el final de esa conjuncidn se ve muy logrado en Contra el secreto profesional. Aqut, casi todos los textos giran en torno a ideas, a hipdtesis, a juegos entre lo posible, lo real y lo imaginario, urdiendo ya sean “paradojas” o fuentes de “debates” ideoldgicos. El mds explicito cuento-ensayo seria “Magistral demostracion de salud ptiblica” por la invitacidn a inventar una lengua nueva, a partir de las existentes. Es una tesis en fermento, sobre todo en épocas del pretendido lenguaje universal “esperanto”. Y lo mismo sucede en “Explicacion de Ia historia”. En cuanto a cuentos-ensayos logrados, tenemos “Teoria de la repu- tacién’, “Ruido de pasos de un gran criminal”, “Languidamente su li- cor” e “Individuo y sociedad”. Por otro lado, como cuento a secas, esta de nuevo el ejemplo de “Ruido de pasos...” Por el manejo de esa estructura bimembre es facil recordar los nu- merosos cuentos-ensayos de Jorge Luis Borges, digo, esos textos es- pléndidos que culminaron a partir de Historia universal de la infamia. Vallejo se destaca a ese mismo alto nivel. Inclusive, podriamos estudiar en el futuro varios de sus crénicas y articulos, y descubrir asimismo, esa estructura de cuento y ensayo a la vez. Por ejemplo, “La fiesta de las novias en Paris” (Tomo I, pp. 367-370), “El hombre moderno” (Tomo I, pp. 173-174), “El asesino de Barrés” (Tomo I, pp. 239-243), “La revan- cha de los monos” (Tomo I, pp. 307-312) y “Los animales en la socie- dad moderna” (Tomo II, pp. 798-801)°. 2 C. V,, Articulos y crénicas completos, ed. Jorge Puccinelli, Lima, Univ, Catélica, passim 34 CARLOS EDUARDO ZAVALETA En fin, otro punto por destacar es el humor, la ironia, la mordaci- dad, o la sorna, en niveles diversos, que manan de estos textos, siempre fragmentarios, basados en contrastes o cotejos de ideas e imagenes, dentro de una riqueza intelectual notable y profunda a la vez. El lector rie, sonrie, ironiza o hace muecas, leyendo por turno esos alardes de pirotecnia y versacion. Poemas en prosa Leer Poemas en prosa, primera seccién del libro Poemas humanos (1939), es culminar un largo y sorprendente camino, y comprobar que Vallejo, como pocos autores latinoamericanos, con la excepcién quizd de Borges, domin6 y brillé por igual en las formas de poesia y prosa. En buena parte de los once textos hay un tema predominante, que incluso puede parecer miiltiple: la muerte que devora a pueblos o per- sonas, tanto a un pequefio “burgo”, como a la gran ciudad de Paris, o que reina en una casa del dolor u hospital, con el dolor omnipresente y omnipotente. Es el descubrimiento de la vida a través de la muerte; los seres muertos contintian en las casas donde vivieron; y la gran culpable de las muertes, la guerra, ha producido como simbolo un mutilado, quien posee “un rostro muerto sobre el tronco vivo”. Los demds textos que no giran en torno a este tema central, pp hacen alrededor de vivencias de la madre muerta, o del momento mas cercano a la muerte (“el momento mds grave de mi vida”), o en fin, son una letania o sucesién de didlogos sobre un desfile de cosas imposibles, incumplidas, por causa de fuerzas misteriosas pero dominantes. Por ejem- plo, en “Némina de huesos”: Se pedia a grandes voces: —Que muestre las dos manos a Ia vez. Y esto no fue posible. —Que, mientras llora, le tomen la medida de sus pasos. Y esto no fue posible. —Que piense un pensamiento idéntico, en el tiempo en que un cero permanece inutil. Y esto no fue posible. LA PROSA DE CESAR VALLEJO 35 —Que haga una locura, Y esto no fue posible. ~Que entre él y otro hombre semejante a él, se interponga una muchedumbre de hombres como él. Y esto no fue posible. —Que le comparen consigo mismo. Y esto no fue posible. —Que le Ilamen, en fin, por su nombre. Y esto no fue posible.?! En general, aqui se concentran, como en una apretada sintesis, los “momentos” de dolor simbdlico mds recordables en el balance de una vida en peligro de sucumbir. El segundo rasgo general es la tendencia “narrativa” en algunos textos; en ellos se “cuentan” casos sorpresivos, singulares, de los cuales emerge una leccién sutil, compleja, a cuya naturaleza profunda se llega por una extrema sensibilidad. dustamente, esos textos han perfeccionado Ia voluntad del autor, de escribir cuentos, con estructura de tales, pero sometidos al rigor de la economia verbal y de una maxima tensién draméatica. Asi, “La violencia de las horas” y “No vive ya nadie” son dos aproximaciones al antiguo pueblo u hogar abandonado; ambos textos, ademas, se complementan y subrayan un simbolismo paralelo, asi como también “Voy a hablar de la esperanza” y “Hallazgo de la vida” son complementarios entre si, pues las oposiciones dolor-esperanza y vida-muerte son similares de algtin modo. Dentro de esos textos “narrativos” surge la tendencia al discurso publico (en “Hallazgo de la vida”) que ya habiamos visto desde las es- tampas de 1923, “Muro noroeste” (sobre la justicia) y “Muro antdrtico” (sobre la mujer, oh soberana), variante que se explica por la facilidad con que el narrador usa “la voz” en distintos niveles, ya sean intimos, 2. C.V., Poesia completa, tomo Ill (Lima: Univ. Catélica, 1997) p. 33. 36 CARLOS EDUARDO ZAVALETA. casi secretos, o revelados progresivamente hasta llegar a un dmbito pu- blico, politico, o multitudinario. En cuanto al desarrollo intelectual de los temas del dolor, la vida y la muerte, el texto “Las ventanas se han estremecido” es de veras admi- rable, La familia, el enfermo, el cirujano, el biombo, la muerte, y el huracdn que desencadena las desgracias, representan un “lamento” amplisimo, colectivo, quizd universal. Y ese lamento se inscribe clara- mente en una época histérica, y se ahonda, si cabe decirlo, en “Existe un mutilado”: el hombre herido e incompleto que es un simbolo de la primera guerra mundial (pero también de la “guerra” en sf, y de la vida despedazada en general); es una deformacién subsanada poéticamente por la inteligencia, que supera los obstdculos materiales. Sin embargo, el lamento y el hombre “mutilado” pueden avanzar mds alld, quizd has- ta dibujar el nuevo sfmbolo del hombre de entreguerras del siglo XX, y al mismo tiempo agobiado por la pobreza. En suma, en Poemas en prosa los temas se profundizan en raices mds hondas que nunca, y el deseo de “contar” se equilibra con la pre- sentacion de simbolos (el “burgo” desolado, Paris bajo el huracan, la esperanza definida por su contrario la angustia, la vida por la muerte, la Iégica por lo imposible). Esos ejemplos de “posiciones” significan los limites que s6lo pueden ser vencidos por Ia creacion literaria. Si fuésemos a escoger dos de estos textos, a fin de cotejarlos en belleza y profundidad intelectual con los mejores versos de Poemas humanos, los subtitulados “Las ventanas se han estremecido” y “Existe un mutilado” resistirian el cotejo. C.EZ. Antologia 1. Textos del autor Estampas Cuneiformes MURO NOROESTE Penumbra. El unico compajiero de celda que me queda ya ahora, se sienta a yantar ante el hueco de la ventana lateral de nuestro calabozo, donde, lo mismo que en la ventanilla enrejada que hay en la mitad superior de la puerta de entrada, se refugia y florece la angustia anaranjada de la tarde. Me vuelvo hacia él: — ¢Ya? — Ya. Esta usted servido -me responde sonriente. Al mirarle el perfil de toro, destacado sobre la plegada hoja lacre de la ventana abierta, tropiezo la mirada con una arajfia casi aérea, como trabajaba en humazo, que emerge en absoluta inmovilidad en la made- ra, a medio metro de altura del testuz del hombre. El poniente lanza un largo destello bayo sobre la tranquila tejedora, como enfocandola. Ella ha sentido, sin duda, el tibio aliento solar, estira algunas de sus extremi- dades con dormida perezosa lentitud, y, luego, rompe a caminar a inter- mitentes pasos hacia abajo, hasta detenerse al nivel de la barba del individuo, de modo tal, que, mientras éste mastica, parece que se traga a la bestezuela. Por fin termina el yantar, y, al propio tiempo, el animal flanquea corriendo hacia los goznes del mismo brazo de puerta, en el preciso 40 CARLOS EDUARDO ZAVALETA, momento en que ésta es entornada de golpe por el preso. Algo ha ocu- rrido. Me acerco, vuelvo a abrir la puerta, examino en todo el largo de las bisagras y doyme con el cuerpo de la pobre vagabunda, trizado y convertido en dispersos filamentos. -Ha matado usted una arafia ~digole con aparente entusiasmo al hechor. ~ ¢Si? -me pregunta con indiferencia-. Esté muy bien: hay aqui un jardin zoolégico terrible. Y se pone a pasear, como si nada, a lo largo de la celda, extrayéndose de entre los dientes, residuos de comida que escupe en abundancia. La justicia! Vuelve esta idea a mi mente. Yo sé que este hombre acaba de victimar a un ser andénimo, pero existente, real. Es el caso del otro, que, sin darse cuenta, puso al inocen- te camarada de presa del filo homicida. éNo merecen, pues, ambos ser juzgados por estos hechos? 40 no es del humano espfritu semejante resorte de justicia? ¢Cudndo es entonces el hombre juez del hombre? El hombre que ignora a qué temperatura, con qué suficiencia aca- ba un algo y empieza otro algo; que ignora desde qué matiz el blanco ya es blanco y hasta dénde; que no sabe ni sabra jamas qué hora em- pezamos a vivir, qué hora empezamos a morir, cuando lloramos, cuan- do reimos, dénde el sonido limita con la forma en los labios que dicené yo... no alcanzara, no puede alcanzar a saber hasta qué grado de ver- dad un hecho calificado de criminal ES criminal. El hombre que ignora a qué hora el 1 acaba de ser 1 y empieza a ser 2, que hasta dentro de la exactitud matematica carece de la inconquistable plenitud de la sabidu- ria écé6mo podra nunca alcanzar a fijar el sustantivo momento delin- cuente de un hecho, a través de una urdimbre de motives de destino, dentro del gran engranaje de fuerzas que mueven a seres y cosas en- frente de cosas y seres? La justicia no es funcién humana. No puede serlo. La justicia opera tdcitamente, mas adentro de todos los adentros, de los tribunales y de las prisiones. La justicia iofdlo bien, hombres de todas las latitudes! se ejerce en subterrdnea armonia, al otro lado de los sentidos, de los co- lumpios cerebrales y de los mercados. iAguzad mejor el corazén! La justicia pasa por debajo de toda superficie y detras de todas las espal- das. Prestad mas sutiles ofdos a su fatal redoble, y percibiréis un platillo LA PROSA DE CESAR VALLEJO 4l vigoroso y tinico que, a poderio de amor, se plasma en dos; su platillo vago e incierto, como es incierto y vago el paso del delito mismo o de lo que se llama delito por los hombres. La justicia sdlo asi es infalible: cuando no ve a través de los tintéreos espejuelos de los jueces; cuando no esta escrita en los cédigos, cuando no ha menester de carceles ni guardias. La justicia, pues, no se ejerce, no puede ejercerse por los hombres, nia los ojos de los hombres. Nadie es delincuente nunca. O todos somos delincuentes siempre. 42 CARLOS EDUARDO ZAVALETA MURO ESTE Esperaos. No atino ahora cémo empezar. Esperaos. Ya. Apuntad aquf, donde apoyo la yema del dedo mas largo de mi zurda. No retrocedais, no tengais miedo. Apuntad no mas. iYa! Brrrum.... Muy bien. Se bajfia ahora el proyectil en las aguas de las cuatro bombas que acaban de estallar dentro de mi pecho. E! rebufo me que- ma. De pronto la sed aciagamente ensahara mi garganta y me devora las entrafias... Mas he aqui que tres sonidos solos, bombardean a plena sobera- nia, los dos puertos con muelles de tres huesecillos que estan siempre en un pelo iay! de naufragar. Percibo esos sonidos tragicos y treses, bien distintamente, casi uno por uno. El primero viene desde una rota y errante hebra del vello que de- crece en la lengua de la noche. El segundo sonido es un boton; esta siempre revelandose, siempre en anunciaci6n. Es un heraldo. Circula constantemente por una suave cadera de évoe, como de la mano de una cascara de huevo. Tal siem- pre esta asomado, y no puede trasponer el tiltimo viento nunca. Pues es est empezando en todo tiempo. Es un sonido de entera humanidad. Y el ultimo. El ultimo vigila a toda precisién, altopado al remate de todos los vasos comunicantes. En este ultimo golpe de armonia, la sed desaparece (ciérrase una de las ventanillas del acecho), cambia de va- lor en la sensacién, es lo que no era, hasta alcanzar la llave contraria. Y el proyectil que en la sangre de mi corazén destrozado cantaba y hacia palmas, en vano ha forcejeado por darme la muerte. -tY bien? —Con ésta son dos veces que firmo, sefior escribano. ¢Es por dupli- cado? LA PROSA DE CESAR VALLEJO 4B MURO DOBLEANCHO Uno de mis companeros de celda, en esta noche calurosa, me cuenta la leyenda de su causa. Termina la abstrusa narraci6n, se tiende sobre su sérdida tarima y tararea un yaravi. Yo poseo ya la verdad de su conducta. Este hombre es delincuente. A través de su mascara de inocencia, el criminal hase denunciado. Durante su jerigonza, mi alma le ha se- guido, paso a paso, en la maniobra prohibida. Hemos entrambos festinado dias y noches de holgazaneria, enjaezada de arrogantes alco- holes, dentaduras carcajeantes, cordajes dolientes de guitarra, navajas en guardia, crapulas hasta el sudor y el hastio. Hemos disputado con la inerme companera que llora para que ya no beba el marido y para que trabaje y gane los centavos para los pequejios, que para ella Dios vera... Y luego, con las entrafias resecas y avidas de alcohol, dimos cada ma- drugada el salto brutal a la calle, cerrando la puerta sobre los belfos mismos de la prole gemebunda. Yo he sufrido con él también los fugaces llamados a la dignidad y la regeneracién; he confrontado las dos caras de la medalla, he dudado y hasta he sentido crujir el talon que insinuaba la media vuelta. Alguna mafiana tuvo pena el tabernario, pensé en ser formal y honrado, salié a buscar trabajo, luego tropezé con el amigo y de nuevo la bilis fue corta- da. Al fin la necesidad le hizo robar. Y ahora, por lo que arroja ya su instrucci6n penal, no tardaré la condena. Este hombre es ladrén. Pero es también asesino. Una de aquellas noches de mas crepitante embriaguez, ambulé a solas por cruentas encrucijadas del arrabal, y he aqui que sdlele al paso, de modo casual, un viejo camarada obrero que a la sazén torna hones- tamente de su labor, rumbo al descanso del hogar. Le toma por el bra- 20, le invita, le obliga a compartir de su aventura a lo que el probo accede a su pesar. Vadeando hasta diez codos de tierra, de madrugada vuelven a lo largo de negros callejones. El varén sin tacha le arresta al bebedor 44 CARLOS EDUARDO ZAVALETA diptongos de alerta; le endereza por la cintura, le equilibra, le increpa sus heces vergonzantes: —Anda! Esto te gusta. Td ya no tienes remedio. Y de siibito estalla flamigera sentencia que emerge de la sombra: —Aguantatel... Un asalto de anénimos cuchillos. Y errado el blanco del ataque, no va la hoja a rajar la carne de borracho, y al buen trabajador le toca por equivoco la pufalada mortal. Este hombre es, pues, también un asesino. Pero los Tribunales, na- turalmente, no sospechan, ni sospecharan jams esta tercera mano del ladron. En tanto, él sigue ahora de pechos sobre su mosqueada tarima, tarareando su triste yaravi. LA PROSA DE CESAR VALLEJO MURO OCCIDENTAL Aquella barba al nivel de la tercera moldura de plomo. 45 CUENTOS Coro de vientos MAS ALLA DE LA VIDA Y LA MUERTE darales estadizos de julio; viento amarrado a cada peciolo manco del mucho grano que en él gravita. Lujuria muerta sobre lomas onfaldideas de la sierra estival. Espera. No ha de ser. Otra vez cante- mos. iOh qué dulce suefo! Por allf mi caballo avanzaba. A los once afios de ausencia, acercabame por fin aquel dia a Santiago, mi aldea natal. El pobre irra- cional avanzaba, y yo, desde lo mas entero de mi ser hasta mis dedos trabajados, pasando quiza por las mismas riendas asidas, por las orejas atentas del cuadriipedo y volviendo por el golpeteo de los cascos que fingian danzar en el mismo sitio, en misterioso escarceo tanteador de la ruta y lo desconocido, lloraba por mi madre que, muerta dos afios an- tes, ya no habria de aguardar ahora el retorno del hijo descarriado y andariego. La comarca toda, el tiempo bueno, el color de cosechas de la tarde lim6n, y también alguna masada que por aqui reconocia mi alma, todo comenzaba a agitarme en nostalgicos éxtasis filiales, y casi podian ajarseme los labios para hozar el pezén eviterno, siempre lacteo de la madre; si, siempre lacteo, hasta mas alla de la muerte. Con ella habfa pasado seguramente por allf de nirio. Si. En efecto. Pero no. No fue conmigo que ella viajé por esos campos. Yo era enton- ces muy pequeiio. Fue con mi padre, icuantos afios harfa de ello! Ufff... También fue en julio, cerca de la fiesta de Santiago. Padre y madre iban 48 CARLOS EDUARDO ZAVALETA en sus cabalgaduras; él adelante. El camino real. De repente mi padre que acababa de esquivar un choque con repentino maguey de un mean- dro: —Sefiora... Cuidado... Y mi pobre madre ya no tuvo tiempo, y fue lanzada iay! del arzén a las piedras del sendero. Tornaronla en camilla al pueblo. Yo lloraba mucho por mi madre, y no me decian qué la habia pasado. Sand. La noche del alba de la fiesta, ella estaba ya alegre y refa. No estaba ya en cama, y todo era muy bonito. Yo tampoco lloraba ya por mi madre. Pero ahora lloraba mas, recordandola asi, enferma, postrada, cuan- do me queria mds y me hacfa mas caritio y también me daba mas bizcochos de bajo de sus almohadones y del cajén del velador. Ahora lloraba mas, acercandome a Santiago, donde ya sélo la hallaria muer- ta, sepulta bajo las mostazas maduras y rumorosas de un pobre cemen- terio. Mi madre habia fallecido hacfa dos afios a la sazén. La primera noticia de su muerte recibila en Lima, donde supe también que papa y mis hermanos habian emprendido viaje a una hacienda lejana de pro- piedad de un tio nuestro, a efecto de atenuar en lo posible el dolor por tan horrible pérdida. El fundo se hallaba en remotisima regién de la montajia, al otro lado del rio Marafién. De Santiago pasaria yo hacia alla, devorando inacabables senderos de escarpadas punas y de selvag ardientes y desconocidas. Mi animal resoplé de pronto. Cabillo molido vino en abundancia sobre ligero vientecillo, cegandome casi. Una parva de cebada. Y des- pués perspectivése Santiago, en su escabrosa meseta, con sus tejados retintos al so! ya horizontal. Y todavia, hacia el lado de oriente, sobre la linde de un promontorio amarillo brasil, se vefa el panteén retallado a esa hora por la sexta tintura postmeridiana; y yo ya no podia mas, y atroz congoja arreciéme sin consuelo. A la aldea llegué con la noche. Doble la tltima esquina, y, al entrar ala calle en que estaba mi casa, alcancé a ver a una persona sentada a solas en el poyo de la puerta. Estaba sola. Muy sola. Tanto, que, aho- gando el duelo mistico de mi alma, me dio miedo. También seria por la paz casi inerte con que, engomada por la media fuerza de la penumbra, adosdbase su silueta al encalado paramento del muro. Particular revue- lo de nervios secé mis lagrimales. Avancé. Salté del poyo mi hermano LA PROSA DE CESAR VALLEJO. 49 mayor, Angel, y recibiéme desvalido entre sus brazos. Pocos dias hacia que habia venido de la hacienda, por causa de negocios. Aquella noche, luego de una mesa frugal, hicimos vela hasta el alba. Visité las habitaciones, corredores y cuadras de la casa; y Angel, aun cuando hacia visibles esfuerzos para desviar este afan m{fo por re- correr el amado y viejo caser6n, parecia también gustar de semejante suplicio de quien va por los dominios alucinantes del pasado mas mero de la vida. Por sus pocos dias de transito en Santiago, Angel habitaba ahora solo en casa, donde, segtin él, todo yacfa tal como quedara a la muerte de mama. Referiame también cémo fueron los dias de salud que prece- dieron a la mortal dolencia, y como su agonia. iCuantas veces entonces el abyazo fraterno escarbé nuestras entrafias y removid nuevas gotas de ternura congelada y de lloro! —iAh, esta despensa, donde le pedia pan a mam, lloriqueando de enganos! -Y abri una pequefia puerta de sencillos paneles desvencija- dos. Como en todas las riisticas construcciones de la sierra peruana, en las que a cada puerta tinese casi siempre un poyo, cabe el umbral de la que acababa yo de franquear, hallabase recostado uno, el mismo in- memorial de mi nifez, sin duda, rellenado y enlucido incontables ve- ces. Abierta la humilde portezuela, en él nos sentamos, y allf también pusimos la linterna ogjitriste que portabamos. La lumbre de ésta fue a golpear, de lleno, el rostro de Angel, que extenudbase de momento en momento, conforme trascurria la noche y reverdeciamos mas la herida, hasta parecerme a veces casi transparente. Al advertirle asf en tal ins- tante, le acaricié y colmé de ésculos sus barbadas y severas mejillas que volvieron a empaparse de lagrimas. Una centella, de esas que vienen de lejos, ya sin trueno, en época de verano en la sierra, le vacié las entrafas a la noche. Volvi res- tregandome los parpados a Angel. Y ni él ni la linterna, ni el poyo, ni nada estaba alli. Tampoco of ya nada. Sentime como ausente de todos los sentidos y reducido tan sdlo a pensamiento. Sentime como en una tumba... Después volvi a ver a mi hermano, la linterna, el poyo. Pero cref notarle ahora a Angel el semblante como refrescado, apacible y —quizds

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