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CAPITULO IX

EDAD MEDIA
Periodo de la historia europea que transcurrió desde la desintegración del Imperio romano de
Occidente, en el siglo V, hasta el siglo XV. No obstante, las fechas anteriores no han de ser
tomadas como referencias fijas: nunca ha existido una brusca ruptura en el desarrollo cultural
del continente. Parece que el término lo empleó por vez primera el historiador Flavio Biondo
de Forli, en su obra Historiarum ab inclinatione romanorun imperii decades (Décadas de
historia desde la decadencia del Imperio romano), publicada en 1438 aunque fue escrita
treinta años antes. El término implicó en su origen una parálisis del progreso, considerando
que la edad media fue un periodo de estancamiento cultural, ubicado cronológicamente entre
la gloria de la antigüedad clásica y el renacimiento. La investigación actual tiende, no
obstante, a reconocer este periodo como uno más de los que constituyen la evolución
histórica europea, con sus propios procesos críticos y de desarrollo. Se divide generalmente la
edad media en tres épocas.

Inicios de la edad media

Ningún evento concreto determina el fin de la antigüedad y el inicio de la edad media: ni el


saqueo de Roma por los godos dirigidos por Alarico I en el 410, ni el derrocamiento de
Rómulo Augústulo (último emperador romano de Occidente) fueron sucesos que sus
contemporáneos consideraran iniciadores de una nueva época.

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La culminación a finales del siglo V de una serie de procesos de larga duración, entre ellos la
grave dislocación económica y las invasiones y asentamiento de los pueblos germanos en el
Imperio romano, hizo cambiar la faz de Europa. Durante los siguientes 300 años Europa
occidental mantuvo una cultura primitiva aunque instalada sobre la compleja y elaborada
cultura del Imperio romano, que nunca llegó a perderse u olvidarse por completo.

Fragmentación de la autoridad

Durante este periodo no existió realmente una maquinaria de gobierno unitaria en las
distintas entidades políticas, aunque la poco sólida confederación de tribus permitió la
formación de reinos. El desarrollo político y económico era fundamentalmente local y el
comercio regular desapareció casi por completo, aunque la economía monetaria nunca dejó
de existir de forma absoluta. En la culminación de un proceso iniciado durante el Imperio
romano, los campesinos comenzaron a ligarse a la tierra (siervo de la gleba) y a depender de
los grandes propietarios para obtener su protección y una rudimentaria administración de
justicia, en lo que constituyó el germen del régimen señorial. Los principales vínculos entre la
aristocracia guerrera fueron los lazos de parentesco aunque también empezaron a surgir las
relaciones feudales. Se ha considerado que estos vínculos (que relacionaron la tierra con
prestaciones militares y otros servicios) tienen su origen en la antigua relación romana entre
patrón y cliente o en la institución germánica denominada comitatus (grupo de compañeros
guerreros). Todos estos sistemas de relación impidieron que se produjera una consolidación
política efectiva.

El nuevo panorama político

El gobierno y los tribunales romanos desaparecieron junto con su cultura, conformando el


nuevo gobierno bandas de tribus guerreras. Así, un líder poderoso se rodeaba de guerreros
leales a los que pagaba con el botín de las invasiones. La ley tribal, fundamentada en el
combate o en el juramento, reemplazó a la ley romana. Surgieron gradualmente pequeños
reinos basados en pactos tribales. Pero gobernar no resultaba fácil debido a la carencia de
funcionarios letrados, a la pobreza de las comunicaciones, al estancamiento del comercio y a
la escasez de dinero en circulación. La gente sobrevivía gracias a una agricultura de
subsistencia. La vida era dura, breve y brutal. La media de esperanza de vida era de 30 años,
sesgada por una alta tasa de mortalidad en la población infantil y femenina, esta última
debida a las dificultades de los partos.

Al comienzo de la Edad Oscura, la lista de potencias europeas se distribuía del siguiente


modo:

• Francos: ocupaban la mayor parte de la actual Francia y partes de Alemania a lo largo


del Rin

• Ostrogodos: el norte de Italia, Suiza y los Balcanes

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• Visigodos: España y Portugal.

• Vándalos: noroeste de África, Sicilia y el sur de Italia

• Distintas tribus germanas entre ellas los sajones y lombardos

• Anglosajones: Inglaterra.

• Celtas: Gales, Irlanda, Escocia, Britania y Galicia.

• Magiares: Hungría.

• Eslavos: Polonia y el oeste de Rusia.

• Bizantinos: Turquía, Palestina, Egipto, Siria y gran parte de los Balcanes, incluida
Grecia

Durante los siglos posteriores, la lista sufrió las siguientes modificaciones:

• Vándalos: derrotados y sustituidos por los bizantinos.

• Visigodos: derrotados y sustituidos por los francos en Francia y por los musulmanes en
España y Portugal.

• Ostrogodos: atacados y finalmente absorbidos por los lombardos (Italia) y bizantinos


(los Balcanes).

Se considera que los Años Oscuros cubren el periodo comprendido entre el 500 y el 1000.
Tres fueron las principales fuerzas que conformaron este periodo y que hicieron que la
relativa oscuridad diera a su fin: la expansión de nuevas religiones, el auge del Imperio
Franco, y las depredaciones de los vikingos.

La Iglesia

La única institución europea con carácter universal fue la Iglesia, pero incluso en ella se había
producido una fragmentación de la autoridad. Todo el poder en el seno de la jerarquía
eclesiástica estaba en las manos de los obispos de cada región. El papa tenía una cierta
preeminencia basada en el hecho de ser sucesor de san Pedro, primer obispo de Roma, a
quien Cristo le había otorgado la máxima autoridad eclesiástica. No obstante, la elaborada
maquinaria del gobierno eclesiástico y la idea de una Iglesia encabezada por el papa no se
desarrollarían hasta pasados 500 años. La Iglesia se veía a sí misma como una comunidad
espiritual de creyentes cristianos, exiliados del reino de Dios, que aguardaba en un mundo
hostil el día de la salvación. Los miembros más destacados de esta comunidad se hallaban en
los monasterios, diseminados por toda Europa y alejados de la jerarquía eclesiástica.

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En el seno de la Iglesia hubo tendencias que aspiraban a unificar los rituales, el calendario y
las reglas monásticas, opuestas a la desintegración y al desarrollo local. Al lado de estas
medidas administrativas se conservaba la tradición cultural del Imperio romano. En el siglo
IX, la llegada al poder de la dinastía Carolingia supuso el inicio de una nueva unidad europea
basada en el legado romano, puesto que el poder político del emperador Carlomagno
dependió de reformas administrativas en las que utilizó materiales, métodos y objetivos del
extinto mundo romano.

Vida cultural

La actividad cultural durante los inicios de la edad media consistió principalmente en la


conservación y sistematización del conocimiento del pasado y se copiaron y comentaron las
obras de autores clásicos. Se escribieron obras enciclopédicas, como las Etimologías (623) de
san Isidoro de Sevilla, en las que su autor pretendía compilar todo el conocimiento de la
humanidad. En el centro de cualquier actividad docta estaba la Biblia: todo aprendizaje
secular llegó a ser considerado como una mera preparación para la comprensión del Libro
Sagrado.

Esta primera etapa de la edad media se cierra en el siglo X con las segundas migraciones
germánicas e invasiones protagonizadas por los vikingos procedentes del norte y por los
magiares de las estepas asiáticas, y la debilidad de todas las fuerzas integradoras y de
expansión europeas al desintegrarse el Imperio Carolingio. La violencia y dislocamiento que
sufrió Europa motivaron que las tierras se quedaran sin cultivar, la población disminuyera y
los monasterios se convirtieran en los únicos baluartes de la civilización.

La alta edad media

Hacia mediados del siglo XI Europa se encontraba en un periodo de evolución desconocido


hasta ese momento. La época de las grandes invasiones había llegado a su fin y el continente
europeo experimentaba el crecimiento dinámico de una población ya asentada. Renacieron la
vida urbana y el comercio regular a gran escala y se desarrolló una sociedad y cultura que
fueron complejas, dinámicas e innovadoras. Este periodo se ha convertido en centro de
atención de la moderna investigación y se le ha dado en llamar el renacimiento del siglo XII.

El poder papal

Durante la alta edad media la Iglesia católica, organizada en torno a una estructurada
jerarquía con el Papa como indiscutida cúspide, constituyó la más sofisticada institución de
gobierno en Europa occidental. El Papado no sólo ejerció un control directo sobre el dominio
de las tierras del centro y norte de Italia sino que además lo tuvo sobre toda Europa gracias a
la diplomacia y a la administración de justicia (en este caso mediante el extenso sistema de
tribunales eclesiásticos). Además las órdenes monásticas crecieron y prosperaron
participando de lleno en la vida secular. Los antiguos monasterios benedictinos se imbricaron

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en la red de alianzas feudales. Los miembros de las nuevas órdenes monásticas, como los
cistercienses, desecaron zonas pantanosas y limpiaron bosques; otras, como los franciscanos,
entregados voluntariamente a la pobreza, pronto empezaron a participar en la renacida vida
urbana. La Iglesia ya no se vería más como una ciudad espiritual en el exilio terrenal, sino
como el centro de la existencia. La espiritualidad alto medieval adoptó un carácter individual,
centrada ritualmente en el sacramento de la eucaristía y en la identificación subjetiva y
emocional del creyente con el sufrimiento humano de Cristo. La creciente importancia del
culto a la Virgen María, actitud desconocida en la Iglesia hasta este momento, tenia el mismo
carácter emotivo.

La Iglesia ocupó un lugar destacado en las instituciones de la Edad Media. Fue la guía
espiritual de la época. A pesar de su importancia, no pudo mantenerse al margen del sistema
vigente: ella también se “feudalizó”, proceso que le originó diversos dificultades. Sus altas
jerarquías recibían feudos de manos de los señores nobles o del emperador. Esto implicaba
que debían rendir juramento de fidelidad y convertirse en vasallos de personas ajenas a la
Iglesia. Era corriente entonces que el emperador o los señores feudales nombraran obispos y
párrocos, y les otorgaran los bienes temporales tanto como los espirituales. Esto originó una
descentralización eclesiástica.

A estos problemas internos se sumó una serie de conflictos y controversias con el alto clero
de Bizancio. La Iglesia de Oriente tomó el nombre de Ortodoxa y desconoció fa autoridad del
Papa. Estos hechos sellaron la ruptura, es decir el Cisma de Oriente, la separación definitiva
de la Iglesia de Bizancio y la Iglesia romana.

Del seno de la Iglesia Católica surgió entonces un movimiento reformador que tuvo como
objetivos principales poner fin a la intromisión del poder laico en los asuntos religiosos y
mejorar el clima espiritual del momento. Las reformas fueron impulsadas por el Papado y por
el clero regular.

Aspectos intelectuales

Dentro del ámbito cultural, hubo un resurgimiento intelectual al prosperar nuevas


instituciones educativas como las escuelas catedralicias y monásticas. Se fundaron las
primeras universidades, se ofertaron graduaciones superiores en medicina, derecho y
teología, ámbitos en los que fue intensa la investigación: se recuperaron y tradujeron escritos
médicos de la antigüedad, muchos de los cuales habían sobrevivido gracias a los eruditos
árabes y se sistematizó, comentó e investigó la evolución tanto del Derecho canónico como
del civil, especialmente en la famosa Universidad de Bolonia. Esta labor tuvo gran influencia
en el desarrollo de nuevas metodologías que fructificarían en todos los campos de estudio. El
escolasticismo se popularizó, se estudiaron los escritos de la Iglesia, se analizaron las
doctrinas teológicas y las prácticas religiosas y se discutieron las cuestiones problemáticas de

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la tradición cristiana. El siglo XII, por tanto, dio paso a una época dorada de la filosofía en
Occidente.

Innovaciones artísticas

También se produjeron innovaciones en el campo de las artes creativas. La escritura dejó de


ser una actividad exclusiva del clero y el resultado fue el florecimiento de una nueva
literatura, tanto en latín como, por primera vez, en lenguas vernáculas. Estos nuevos textos
estaban destinadas a un público letrado que poseía educación y tiempo libre para leer. La
lírica amorosa, el romance cortesano y la nueva modalidad de textos históricos expresaban la
nueva complejidad de la vida y el compromiso con el mundo secular. En el campo de la
pintura se prestó una atención sin precedentes a la representación de emociones extremas, a
la vida cotidiana y al mundo de la naturaleza. En la arquitectura, el románico alcanzó su
perfección con la edificación de incontables catedrales a lo largo de rutas de peregrinación en
el sur de Francia y en España, especialmente el Camino de Santiago, incluso cuando ya
comenzaba a abrirse paso el estilo gótico que en los siguientes siglos se convertiría en el
estilo artístico predominante.

La nueva unidad europea

Durante el siglo XIII se sintetizaron los logros del siglo anterior. La Iglesia se convirtió en la
gran institución europea, las relaciones comerciales integraron a Europa gracias
especialmente a las actividades de los banqueros y comerciantes italianos, que extendieron
sus actividades por Francia, Inglaterra, Países Bajos y el norte de África, así como por las
tierras imperiales germanas. Los viajes, bien por razones de estudio o por motivo de una
peregrinación fueron más habituales y cómodos. También fue el siglo de las Cruzadas; estas
guerras, iniciadas a finales del siglo XI, fueron predicadas por el Papado para liberar los
Santos Lugares cristianos en el Oriente Próximo que estaban en manos de los musulmanes.
Concebidas según el Derecho canónico como peregrinaciones militares, los llamamientos no
establecían distinciones sociales ni profesionales. Estas expediciones internacionales fueron
un ejemplo más de la unidad europea centrada en la Iglesia, aunque también influyó el
interés de dominar las rutas comerciales de Oriente. La alta edad media culminó con los
grandes logros de la arquitectura gótica, los escritos filosóficos de santo Tomás de Aquino y la
visión imaginativa de la totalidad de la vida humana, recogida en la Divina comedia de Dante
Alighieri.

La baja edad media

Si la alta edad media estuvo caracterizada por la consecución de la unidad institucional y una
síntesis intelectual, la baja edad media estuvo marcada por los conflictos y la disolución de
dicha unidad. Fue entonces cuando empezó a surgir el Estado moderno —aún cuando éste en
ocasiones no era más que un incipiente sentimiento nacional— y la lucha por la hegemonía

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entre la Iglesia y el Estado se convirtió en un rasgo permanente de la historia de Europa
durante algunos siglos posteriores. Pueblos y ciudades continuaron creciendo en tamaño y
prosperidad y comenzaron la lucha por la autonomía política. Este conflicto urbano se
convirtió además en una lucha interna en la que los diversos grupos sociales quisieron
imponer sus respectivos intereses.

Inicios de la ciencia política

Una de las consecuencias de esta pugna, particularmente en las corporaciones señoriales de


las ciudades italianas, fue la intensificación del pensamiento político y social que se centró en
el Estado secular como tal, independiente de la Iglesia.

La independencia del análisis político es sólo uno de los aspectos de una gran corriente del
pensamiento bajo medieval y surgió como consecuencia del fracaso del gran proyecto de la
filosofía alto medieval que pretendía alcanzar una síntesis de todo el conocimiento y
experiencia tanto humano como divino.

La nueva espiritualidad

Aunque este desarrollo filosófico fue importante, la espiritualidad de la baja edad media fue el
auténtico indicador de la turbulencia social y cultural de la época. Esta espiritualidad estuvo
caracterizada por una intensa búsqueda de la experiencia directa con Dios, bien a través del
éxtasis personal de la iluminación mística, o bien mediante el examen personal de la palabra
de Dios en la Biblia. En ambos casos, la Iglesia orgánica —tanto en su tradicional función de
intérprete de la doctrina como en su papel institucional de guardián de los sacramentos— no
estuvo en disposición de combatir ni de prescindir de este fenómeno.

Toda la población, laicos o clérigos, hombres o mujeres, letrados o analfabetos, podían


disfrutar potencialmente una experiencia mística. Concebida ésta como un don divino de
carácter personal, resultaba totalmente independiente del rango social o del nivel de
educación pues era indescriptible, irracional y privada. Por otro lado, la lectura devocional de
la Biblia produjo una percepción de la Iglesia como institución marcadamente diferente a la de
anteriores épocas en las que se la consideraba como algo omnipresente y ligado a los asuntos
terrenales. Cristo y los apóstoles representaban una imagen de radical sencillez y al tomar la
vida de Cristo como modelo de imitación, hubo personas que comenzaron a organizarse en
comunidades apostólicas. En ocasiones se esforzaron por reformar la Iglesia desde su interior
para conducirla a la pureza y sencillez apostólica, mientras que en otras ocasiones se
desentendieron simplemente de todas las instituciones existentes.

En muchos casos estos movimientos adoptaron una postura apocalíptica o mesiánica, en


particular entre los sectores más desprotegidos de las ciudades bajomedievales, que vivían en
una situación muy difícil. Tras la aparición catastrófica de la peste negra, en la década de
1340, que acabó con la vida de una cuarta parte de la población europea, bandas de

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penitentes, flagelantes y de seguidores de nuevos Mesías recorrieron toda Europa,
preparándose para la llegada de la nueva época apostólica.

Esta situación de agitación e innovación espiritual desembocaría en la Reforma protestante;


las nuevas identidades políticas conducirían al triunfo del Estado nacional moderno y la
continua expansión económica y mercantil puso las bases para la transformación
revolucionaria de la economía europea. De este modo las raíces de la edad moderna pueden
localizarse en medio de la disolución del mundo medieval, en medio de su crisis social y
cultural.

En el siglo II d. de C. el imperio romano había llegado a su apogeo, tan poderoso y vasto


como era posible imaginarse, para conservar el dominio de sus territorios necesitaba
mantener grandes ejércitos distribuidos por todas sus fronteras. La ambición de poder por
parte de los generales de estos ejércitos provocó grandes y sangrientas luchas por el poder.
Cada general pretendía ser emperador. Además los soldados ya no eran fuertes, patriotas y
disciplinados como lo eran antes y sumado a esto nos encontramos con un pueblo pobre y
totalmente desmoralizado.

En el año 400 el imperio había disminuido drásticamente, no se conocen las causas. Pero
podría ser por plagas y por el consumo de agua que circulaba por conductos de plomo y que
podía producir intoxicaciones masivas.

El imperio debía recaudar lo impuestos para poder mantener sus ejércitos, cosa que cada día
se les hacía más difícil. La producción agrícola consecuentemente también decaía y Roma se
vio obligada a depender de otras provincias, como las del norte de África, para subsistir. El
ejército romano debió contratar hombres para sus ejércitos, casi todos ellos llamados:
Bárbaros, que significa extranjeros (que no hablan la misma lengua).Había una elevada
proporción de hombres extranjeros, sin arraigos patrióticos, en los ejércitos de Roma. Los
esclavos, que representaban un alto porcentaje de la población, también eran bárbaros, es
decir, el imperio estaba "barbarizado". Ya en el año 375, Teodosio, fue el último emperador
de todo el imperio, y que antes de morir lo dividió en el imperio de oriente y occidente.

La capital del imperio de oriente fue la ciudad llamó Constantinopla (Bizancio), fundada por
Constantino, (actual Estambul), con la intención de asegurar la estabilidad del imperio. Roma
fue la capital de occidente. En el 375 los pueblos bárbaros comenzaron a invadir más
seguidamente a Roma, ya que la veían disminuida y su vez, ellos debían huir de otro pueblo
muy fuerte y guerrero que bajaba desde Asia y era comandado por su rey Atila: los hunos.
En el 395 Teodosio dividió el imperio entre sus dos hijos y a Arcadio le asignó el de oriente,
con capital Constantinopla.

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Además la antigua religión sufrió severos cambios y análisis. ya que hubo una amplia difusión
del Cristianismo, hasta el punto que Constantino, la declaró como religión oficial del imperio
en el 330.El imperio de occidente día a día se vio más débil y consecuentemente más
amenazada por los bárbaros. hasta que por último un jefe de los hérulos, llamado Odoacro,
en el año 476 pone fin al imperio, tomando todo el poder terminando con este hecho la
Historia Antigua.

Para su estudio se la divide en tres etapas:

Temprana Edad Media (s. V al VIII d. c.)

Alta Edad Media (s. IX al XI d. c.)

Baja Edad Media (s. XI al XIV d. c.)

A partir de este último hecho, comienza una nueva etapa en la Historia, que se la conoce
como la Edad Media. Esta etapa que extiende por un período de diez siglos, y se caracteriza
por:

* Las invasiones y conquistas de los bárbaros, sobre las diversas provincias del imperio
romano.

* El establecimiento del Imperio de Carlomagno, guerrero franco que intentó reconstruir el


antiguo imperio de Roma.

* El nacimiento, en Arabia, de una nueva religión, llamada musulmana o islamismo,


predicada por Mahoma.

* La invasión a España de los musulmanes, los cuales fueron definitivamente expulsados por
los Reyes Católicos Isabel de Castilla y Fernando de Aragon.

* La implantación de un nuevo sistema de "gobierno". el feudalismo, sistema por el cual unos


pocos terratenientes se adueñaron de la tierras de casi todo Europa y de sus habitantes, a
quienes les permitían explotar sus tierras a cambio de un impuesto.

* Las Cruzadas, fueron expediciones religiosas y militares, para recuperar el sepulcro de


Cristo.

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* La desigualdad social y el predominio de la Iglesia fueron otras de las características de
esta época.

Quebrada la unidad política, social y cultural del Imperio Romano, con el correr de los siglos
entre IV y VIII, el mapa del Mediterráneo se fue transformando, quedando tres grandes
civilizaciones: la romano-germánica en Occidente, la bizantina en Oriente y la
islámica en el norte de África y España.

La gran mayoría de los bárbaros hablaban lenguas germánicas, de ahí que se los conoce con
el nombre de germanos. Al llegar a las fronteras imperiales, algunos trataron de penetrar
violentamente, por lo que generaron permanente luchas contra los guardias romanos. Otros
se asentaron de manera pacífica y establecieron pactos con Roma inclusive muchísimos
llegaron a formar parte de los ejércitos del imperio. En el siglo IV, esto pueblos germanos se
vieron atacados y perseguidos por los hunos, comandados por Atila, por lo tanto debieron
penetrar en el territorio romano. Las defensas de Roma fueron derribadas. Se pueden decir
que a través del tiempo, debido a convivencia entre diferentes culturas, los bárbaros fueron
romanizados y los romanos fueron barbarizados. Por lo tanto no puede verse como una
invasión de un día para otro, en donde los bárbaros remplazaron a los romanos y ocuparon
sus territorios. El proceso fue mucho más complejo.

Mientras tanto el imperio Bizantino quedó al margen de este proceso de cambios, ya que los
invasores germánicos fueron rechazados, conservando su unidad política hasta el siglo 8 las
antiguas provincias romanas se fueron poblando cada vez más con la llegada de los pueblos
germanos, que estaban formados por los francos que conquistaron las Galias, los anglos y
sajones que ocuparon Inglaterra, los lombardos que llegaron a Italia y los visigodos que
entraron en España, obligados por la presión de los francos en la Galia.

Todo esto dio lugar a la formación de nuevas unidades políticas (países) que se llamaron los
reinos germánicos, que fueron desplazando a las antiguas instituciones romanas para
constituir monarquías hereditarias. Los jefes germanos se apoderaron de las propiedades de
los terratenientes romanos, formándose una aristocracia germana de grandes propietarios.
Los campesinos pobres y hambrientos se unieron en aldeas y trataron de producir sólo para
su subsistencia. Los más pobres fueron despoblando las ciudades para retirarse al campo.

No todos los reinos germánicos tuvieron la misma importancia histórica, ni subsistieron el


mismo tiempo, algunos de ellos desaparecieron rápidamente, mientras que otros perduraron
durante siglos. Uno de ellos fue el imperio Carolingio ubicado entre los ríos Loira y Rin,

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fundado por Clodoveo en el siglo V, y que se fue consolidando durante los siguientes 200
años bajo la dinastía de los merovingios.

Este pueblo, pagano, se convirtió al catolicismo, primer paso rumbo a la civilización. Unos de
los principales emperadores de este pueblo fue: Carlomagno, que en la navidad del año 800,
León III lo corona. (de paso era defendido de quienes querían arrebatarle los estados
pontificios) Su reinado fue muy largo, estuvo 43 años (771 - 814) a cargo de este pueblo, y
llevó exitosas empresas, con intenciones de reconstruir el Imperio Romano de Occidente. Las
empresas de este emperador tuvieron dos fines principales:

• Conquistar territorios

• Difundir el cristianismo.

Después de organizar su país, emprendió campañas conquistadoras, consiguiendo el dominio


de Italia, expulsó a los árabes al otro lado de los Pirineos, y tras una guerra de 30 años pudo
vencer a los sajones. La extensión de su imperio fue mayor a la del Imperio Romano de
Occidente.

No sólo fue un importante conquistador, sino también es considerado como un hábil político,
gran administrador, respetuoso de la libertad, de la justicia y del orden. Organizó la milicia y
la iglesia. Protegió las ciencias y la instrucción, fundando varias escuelas. Fundó ciudades
protegió la agricultura, la industria, el comercio, construyó obras de beneficio público, como
carreteras, puentes y canales. Con la finalidad de organizar sólidamente sus territorios, los
subdividió en marcas y condados, el emperador designaba condes y marqueses, como los
gobernadores de esas zonas y enviada funcionarios especiales para supervisar que se
cumplieran las órdenes. Esta división del poder hizo, que los marqueses y condes tomaran
poder, que inclusive llegó a superar al propio rey, porque poseían grandes territorios y tenían
el control sobre numerosos hombres, entonces comenzaron luchas por el poder mismo, que
consecuentemente produjo la desintegración del imperio.

A su muerte, le sucede su hijo Luis El Piadoso, con muy poca habilidad para gobernar, lo que
sumado a la invasión de los normandos (navegantes y piratas de Dinamarca, Suecia y
Noruega), provocó la caída del imperio de Carlomagno, el cual se repartió al poco tiempo
entre sus tres nietos, formándose los reinos de: Francia. Germania y Italia. Luego Germania
(actual Alemania), lucha contra Francia, por el dominio de Italia. Gana ese territorio incluido
los estados pontificios. Nace así el Sacro Imperio Romano

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EL IMPERIO DE CARLOMAGNO

El reino de los francos fue el más estable y duradero de los fundados por los pueblos
germánicos en Europa. A partir del siglo VIII, una nueva dinastía de reyes, descendientes de
la familia de los Heristal, le dio su mayor esplendor, y extendió su poder a todos los países de
Occidente, en la misma época en que los árabes consolidaban su dominio en la península
ibérica. Carlos Martel que, como vimos, detuvo a los árabes en su avance sobre Europa en la
memorable batalla de Poitiers (732), tuvo dos hijos: Carlomán, que profesó como monje, y
Pipino, apodado el Breve por su baja estatura, que depuso a Childerico III y se apoderó del
trono en el año 751 y reinó hasta el 768, inaugurando la dinastía de los carolingios. A su
muerte, sus dos hijos, Carlomán y Carlos, fueron elegidos reyes de los francos, pero, como
era de prever, no lograron coordinar sus acciones y se enfrentaron entre sí.

La solución de esta difícil situación se vio facilitada por el fallecimiento de Carlomán en el año
771, con lo que quedó Carlos en posesión total de los dominios de su familia, pues los hijos
de Carlomán lo eligieron como jefe.

CARLOMAGNO

Carlos ya era conocido por sus condiciones personales como El Grande (Magno), por lo cual
fue llamado Carlomagno. Una vez en ejercicio del poder, Carlomagno se dirigió a combatir a
los lombardos en Italia, para proteger al papa Adriano IV. En el año 774 venció a Desiderio,
rey de los lombardos, y dos años después deshizo por completo su reino. Desde entonces
Italia quedó repartida, entre tres soberanos: el papa, Carlomagno y el emperador bizantino.

Carlomagno se proclamó rey de los longobardos y ciñó la corona de hierro, así llamada
porque su aro interior había sido hecho con un clavo utilizado en la crucifixión de Jesucristo.

Poco tiempo más tarde, fue llamado a España (778) por un jefe árabe sublevado contra el
emir de Córdoba. En consecuencia, atravesó los Pirineos y venció a los moros, obligándolos a
retroceder en el territorio conquistado hasta la línea del río Ebro. A su regreso la retaguardia
de su ejército fue sorprendida por los vascos o gascones y derrotada en el paso de
Roncesvalles, donde murió su sobrino Rolando o Roldán, episodio que dio lugar a una famosa
composición en verso.

Con posterioridad, los francos organizaron seis expediciones, con resultado de las cuales
Carlomagno fundó dos marcas o provincias fronterizas, la de Barcelona y la de Gascuña.

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Carlomagno culminó luego una larga guerra (772-785) contra los sajones, eficazmente
conducidos por Widukindo, los que, a pesar de una enconada resistencia, fueron finalmente
vencidos y sometidos, convirtiéndose al cristianismo.

Estos triunfos le permitieron extender sus dominios hasta el río Oder. Los bávaros fueron
también vencidos y la misma suerte corrieron los ávaros, descendiente de los hunos (788-
796), establecidos sobre las costas del Danubio. Finalizada esta campaña, Carlomagno creó
la marca del Este (Ostereich), que más tarde constituyó el reino de Austria.

EL IMPERIO

Una vez Finalizadas estas campañas, las posesiones de Carlomagno comprendían la Galia,
Italia, Germania y una parte de España, con lo cual quedó restablecido el antiguo Imperio
romano de Occidente.

Fue en estas circunstancias que el 25 de diciembre del año 800, mientras Carlomagno oraba
en la basílica de los apóstoles San Pedro y San Pablo, en Roma, el papa León III ciñó su
cabeza con la corona imperial, a semejanza de lo que ocurría con los emperadores de
Bizancio. De esta manera se consolidó la unión de la Iglesia y el estado.

Para mejorar la administración de su vasto imperio, Carlomagno acrecentó el número de


duques y condes, cuyos subalternos fueron los vicarios y los centenarios. La labor de éstos se
complementaba con la de otros funcionarios de confianza llamados missi dominici (enviados
del señor), que recorrían el territorio en cada estación, de dos en dos un conde y un obispo—,
para verificar el buen desempeño de sus súbditos.

Dos veces al año se celebraban las asambleas nacionales en las que participaban solamente
los obispos, los duques y los condes. Durante su transcurso Carlomagno publicaba sus
ordenanzas conocidas con el nombre de capitulares, por estar enunciadas en capítulos, que
no siempre tenían el carácter de leyes. En ocasiones se trataba de normas o preceptos
morales. Carlomagno prestó principal atención a la organización militar, a cuyo efecto las
provincias fronterizas, llamadas marcas, estuvieron a cargo de jefes que recibieron el nombre
de Margraves en Alemania y marqueses en los países latinos. El ejército se componía de
hombres libres, que debían aportar sus elementos de combate, cuya cantidad y calidad
variaba de acuerdo con el patrimonio de cada combatiente. También tuvo especial
preocupación por la organización eclesiástica, de la cual se sentía responsable. Con tal objeto
creó nuevos obispados y obligó al pago del diezmo, que consistía en el aporte de la décima
parte de las cosechas, para el mantenimiento de la Iglesia. Durante el reinado de Carlomagno

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se llevaron a cabo numerosas obras públicas, entre las que sobresalieron los puentes de
madera levantados sobre el Rin y el Danubio; el comienzo de la construcción de un canal
entre ambos ríos y la edificación de palacios.

El Renacimiento Carolingio

En materia cultural, Carlomagno procuro estimular el desarrollo de las letras y de las ciencias,
decaídas por efecto de las luchas, a través de su propio ejemplo. A tal efecto, aprendió el latín
y estudió la lengua germánica. Fundó escuelas y se rodeó de sabios, entre los cuales
sobresalieron el teólogo Alcuino, nacido en Inglaterra, el lombardo Diácono y el germano
Eginardo.

Carlomagno asistió a la escuela que funcionó en su propio palacio de Aquisgrán, que mas bien
tenía el carácter de una academia, donde se trataban y discutían temas de carácter científico
y literario, basados en el estudio de las denominadas artes liberales, que comprendían el
trivium (gramática, retórica y dialéctica) y el quadrivium (geometría, aritmética, astrología y
música), según el método de lectura y comentario de textos. Paralelamente funcionaba una
escuela para niños, que visitaba con frecuencia.

Hasta entonces eran pocos los que tenían una cultura clásica. Entre ellos sobresalían los
monjes benedictinos, quienes fueron los más celosos custodios de esa valiosa herencia. Este
resurgimiento cultural ha sido llamado el renacimiento carolingio.

División del imperio:

Rodeado del cariño de su pueblo y de la admiración de los extranjeros, Carlomagno falleció en


su palacio de Aquisgrán (Aix-la-Chapelle), el 28 de enero de 814. A su muerte, los pueblos
sometidos trataron de recobrar su independencia y la estructura del imperio se resquebrajó
hasta partirse.

Su hijo Luis el Benigno o Ludovico Pío, que le sucedió en el trono, dividió el imperio en el año
817 entre sus tres hijos: Lotario, Pipino y Luis. Disconforme con este reparto, su sobrino
Bernardo, que era el rey de Italia, se sublevó, pero fue vencido.

Posteriormente, Ludovico se casó en segundas nupcias con una hija del rey de Baviera (819)
con la que tuvo otro hijo, Carlos, a quien quiso hacer partícipe del reparto y entregarle un
reino, pero sus otros hijos se sublevaron y Ludovico fue depuesto, aunque más tarde fue
restablecido en el trono por la asamblea de Nimega (830).

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Esta resolución dio lugar a que sus hijos se sublevaran nuevamente en el año 833.
Abandonado por su ejército, fue degradado públicamente, pero poco después fue restaurado
por segunda vez en el trono (834).

Tiempo más tarde, su hijo menor, Luis el Germánico, quitó sus dominios a los hijos de Pipino,
rey de Aquitania, que murió en el año 838 y además, convenció a su hermano Lotario que le
cediera sus posesiones; con lo cual unificó las fuerzas para luchar contra su padre, que
falleció en 840, cuando se dirigía a enfrentar al vástago rebelde.

Con la muerte de Ludovico Pío, sus dos hijos menores, Luis y Carlos, se unieron contra
Lotario, que reclamé la 3ucesión de su padre y el título de emperador. El entredicho derivé en
un enfrentamiento militar, que tuvo lugar en Fontenoy, el 25 de junio de 841. La batalla se
prolongó durante todo un día, hasta que el ejército de Lotario se retiro del campo, sin estar
definitivamente derrotado. En esas circunstancias, Luis y Carlos ratificaron su unión con el
famoso juramento de Estrasburgo, prestado en presencia de los dos ejércitos (842).

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Tratado de Verdún

Al año siguiente (843), Lotario se avino a firmar un tratado en Verdún, por el cual se llevó a
cabo otro reparto, de tal manera que Carlos, apodado el Calvo, se quedó con la Galia, aunque
con una superficie más reducida, comprendida por los ríos Escalda, Mosa, Saona, los montes
Cévennes y la desembocadura del Ródano.

A este territorio se lo llamó Francia. Luis el Germánico obtuvo la extensión situada al Este del
Rin, que se llamó Germania (Alemania). Por último, Lotario recibió Italia y una franja de
territorio separada de la Galia. que comprendía parte de Suiza, la Borgoña, Provenza y
Austrasia (Alsacia y Lorena). Todo el conjunto recibió el nombre de Lotaringia.

Con esta división, desapareció el imperio de Carlomagno y surgieron tres incipientes estados
que, con algunas variantes en su integración territorial, perduraran hasta nuestros días.

No obstante, la desmembración no se contuvo con esta división, sino que cada una de las tres
partes continué fraccionándose en pequeños estados.

En Francia, Carlos el Calvo no pudo mantener su autoridad sobre los duques, marqueses y
condes, que fueron emancipándose gradualmente. Estas divisiones fueron favorecidas por el
famoso edicto de Mersen (847), del propio Carlos el Calvo, por el cual se establecía que los
hombres libres debían reunirse en tomo de un señor, y luego por el edicto de Krersy del Oise
(877), que admitió que el título de conde fuera hereditario.

EL SACRO IMPERIO ROMANO GERMANICO

A partir del imperio de Carlomagno, Alemania quedó anarquizada y dividida en numerosos


Estados independientes: entre ellos se destacaban los grandes Ducados de SAJONIA,
TURINGIA, FRANCONIA, SUAVIA, BAVIERA y LORENA, además de las importantes provincias
fronterizas o Marcas del Este (AUSTRIA), de BOHEMIA y del BRANDEBURGO.

Sabemos también cómo los Señores feudales, a la muerte de Luis EL Niño, último
descendiente de Carlomagno, se pusieron de acuerdo y en el año 910 eligieron como rey a
CONRADO, DUQUE DE FRANCONIA, comenzando así a gobernar el país reyes alemanes.

Y ya desde un comienzo, tanto este monarca como su sucesor, ENRIQUE, DUQUE de


SAJONIA, llamado el “Pajarero” por su afición a la caza de aves, estuvieron en perpetua lucha

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contra los Señores. Sólo el siguiente monarca pudo cimentar verdaderamente la grandeza de
Alemania.

El Sacro Imperio fue una institución única en la historia mundial y es por ello que la forma
más sencilla de entenderlo sea quizás mostrando sus diferencias respecto a otras entidades
más comunes:

• Nunca tuvo vocación de convertirse en Estado nación, a pesar del carácter germánico
de la mayor parte de sus gobernantes y habitantes. Desde sus inicios, el Sacro Imperio
estuvo constituido por diversos pueblos, y una parte sustancial de su nobleza y cargos electos
procedía de fuera de la comunidad germano-hablante. En su apogeo, el Imperio englobaba la
mayor parte de las actuales Alemania, Austria, Suiza, Liechtenstein, Bélgica, Países Bajos,
Luxemburgo, República Checa y Eslovenia, así como el este de Francia, norte de Italia y oeste
de Polonia. Y con ellos sus idiomas, que comprendían multitud de dialectos y variantes de lo
que formarían el alemán, el italiano y el francés, además de las lenguas eslavas. Por otro
lado, su división en numerosos territorios gobernados por príncipes seculares y eclesiásticos,
obispos, condes, caballeros imperiales y ciudades libres hacían de él, al menos en la época
moderna, un territorio mucho menos cohesionado que los emergentes Estados modernos que
tenía a su alrededor.
• A diferencia de las confederaciones, el concepto de Imperio no sólo implicaba el
gobierno de un territorio específico, sino que tenía fuertes connotaciones religiosas (de ahí el
prefijo sacro), y durante mucho tiempo mantuvo un fuerte ascendiente sobre otros

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gobernantes del orbe cristiano. Hasta 1508, los reyes alemanes no eran considerados como
emperadores hasta que el Papa los hubiese coronado formalmente como tales

Desde la Alta Edad Media, el Sacro Imperio se caracterizó por una peculiar coexistencia entre
emperador y poderes locales. A diferencia de los gobernantes de la Francia Occidentalis, que
más tarde se convertiría en Francia, el emperador nunca obtuvo el control directo sobre los
Estados que oficialmente regentaba. De hecho, desde sus inicios se vio obligado a ceder más
y más poderes a los duques y sus territorios. Dicho proceso empezaría en el siglo XII,
concluyendo en gran medida con la paz de Westfalia (1648).

Estructura e Instituciones:

Oficialmente, el Imperio o Reich se componía del rey, que había de ser coronado emperador
por el Papa (hasta 1508), y los Reichsstände (Estados imperiales).

Rey de los pueblos germánicos

Corona del Sacro Imperio (2ª mitad del siglo X), conservada actualmente en la
Schatzkammer de Viena.La coronación papal de Carlomagno como emperador de los romanos
en 800 constituyó el ejemplo que siguieron los posteriores reyes, y fue la actuación de
Carlomagno defendiendo al Papa frente a la rebelión de los habitantes de Roma, lo que inició
la noción del emperador como protector de la iglesia.

Convertirse en emperador requería acceder previamente al título de rey de los alemanes


(Deutscher König). Desde tiempos inmemoriales, los reyes alemanes habían sido designados
por elección. En el siglo IX era elegido entre los líderes de las cinco tribus más importantes
(francos, sajones, bávaros, suabos y turingios), posteriormente entre los duques laicos y
religiosos del reino, reduciéndose finalmente a los llamados Kurfürsten (príncipes electores).
Finalmente, el colegio de electores quedó establecido mediante la Bula de Oro (1356).
Inicialmente había siete electores, pero su número fue variando ligeramente a través de los
siglos.

Hasta 1508, los recién elegidos reyes debían trasladarse a Roma para ser coronados
emperadores por el Papa. No obstante, el proceso solía demorarse hasta la resolución de
algunos conflictos "crónicos": imponerse en el inestable norte de Italia, resolver disputas
pendientes con el patriarca romano, etc.

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Las tareas habituales de un soberano, como decretar normas o gobernar autónomamente el
territorio, fueron siempre, en el caso del emperador, sumamente complejas. Su poder estaba
fuertemente restringido por los diversos líderes locales. Desde finales del siglo XV, el
Reichstag (la Dieta) se estableció como órgano legislativo del Imperio: una complicada
asamblea que se reunía a petición del emperador, sin una periodicidad establecida y en cada
ocasión en una nueva sede. En 1663, el Reichstag se transformó en una asamblea
permanente.

Estados Imperiales:

Los príncipes electores del Sacro Imperio. De Bildatlas der Deutschen Geschichte, por Dr
Paul Knötel (1895).Una entidad era considerada como un Reichsstand (Estado imperial) si,
conforme a las leyes feudales, no tenía más autoridad por encima que la del emperador del
Sacro Imperio. Entre dichos Estados se contaban:

Territorios gobernados por un príncipe o duque, y en algunos casos reyes. (A los


gobernadores del Sacro Imperio, con la excepción de la corona de Bohemia, no se les
permitía ser reyes de territorios dentro del Imperio, pero algunos gobernaron reinos fuera del
mismo, como ocurrió durante algún tiempo con el reino de la Gran Bretaña, cuyo rey era
también Príncipe elector de Hanóver.)

Territorios eclesiásticos dirigidos por un obispo o príncipe-obispo. En el primer caso, el


territorio era con frecuencia idéntico al de la diócesis, recayendo en el obispo tanto los
poderes mundanos como los eclesiásticos. Un ejemplo, entre muchos otros, podría ser el de
Osnabrück. Por su parte, un príncipe-obispo de notable importancia en el Sacro Imperio fue el
obispo de Maguncia, cuya sede episcopal se encontraba en la catedral de esa ciudad.

Ciudades imperiales libres: El número de territorios era increíblemente grande, llegando a


varios centenares en tiempos de la Paz de Westfalia, no sobrepasando la extensión de
muchos de ellos unos pocos kilómetros cuadrados. El Imperio en una definición afortunada
era descrito como una "alfombra hecha de retales" (Flickenteppich).

Reichstag: El Reichstag o Dieta era el órgano legislativo del Sacro Imperio Romano
Germánico. Se dividía a fines del s. XVIII (1777-1797) en tres tipos o clases:

El Consejo de los electores, que incluía a los 8 electores del Sacro Imperio Romano
Germánico.

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El Consejo de los príncipes, que incluía tanto a laicos como a eclesiásticos.

El brazo laico o secular: 91 Príncipes (con título de Príncipe, Gran Duque, Duque, Conde
Palatino, Margrave o Landgrave) tenían derecho a voto; algunos tenían varios votos al poseer
el gobierno de más de un territorio con derecho a voto. Asimismo, el Consejo incluía cuatro
colegios que agrupaban a unos 100 Condes (Grafen) y Señores (Herren): Renania, Suabia,
Franconia y Westfalia. Cada colegio podía emitir un voto conjunto.

El brazo eclesiástico: Arzobispos, algunos abades y los dos grandes maestres de la orden
de los Caballeros Teutones y de los Caballeros Hospitalarios (Orden de San Juan) tenían cada
uno de ellos un voto (33 a fines del s. XVIII). Varios abades y prelados más (unos 40)
estaban agrupados en dos colegios: Suabia y Renania. Cada colegio tenía un voto colectivo.

El Consejo de las 51 ciudades imperiales, que incluía representantes de las ciudades


imperiales agrupados en dos colegios: Suabia y Renania, teniendo cada uno un voto colectivo.
El Consejo de las ciudades imperiales, no obstante, no era totalmente igual al resto, ya que
no tenía derecho de voto en diversas materias, como el de la admisión de nuevos territorios.

Cortes imperiales: El Imperio también contaba con dos cortes: el Reichshofrat (también
conocido como Consejo Áulico) en la corte del rey/emperador (con posterioridad asentada en
Viena), y la Reichskammergericht, establecida mediante la Reforma imperial de 1495.

OTON EL GRANDE: Este príncipe, tan notable como Carlomagno, llegó al trono en el año
940, y resuelto a lograr la unidad del país, pasó los primeros años sometiendo a diversos
príncipes, logrando finalmente que todos reconocieran su dependencia al reino.

Luego hizo frente a varias amenazas exteriores: contuvo con gran energía varias incursiones
de los normandos y de los eslavos, e incluso salvó a Europa de los húngaros, destrozándolos
en la batalla de Lech.

Más tarde tuvo que intervenir en Italia. Este país, desde la muerte de Carlomagno se hallaba
en el mayor desorden, dividido en innumerables principados enemistados entre sí, y,
además, devastado por los árabes, húngaros y normandos que lo saqueaban a su gusto.

Otón llegó a la península en el año 960 llamado por ADELÁIDA, reina de la Lombardía, que
había sido destronada por varios príncipes sublevados: la repuso en el trono y luego se casó
con ella, convirtiéndose así en soberano del norte de Italia.

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EL NUEVO IMPERIO: Poco después, Otón volvió nuevamente a Italia. Los príncipes feudales
se habían alzado contra el Papa JUAN XII y éste de inmediato solicitó su ayuda. El rey entró
en Roma en el 962, repuso al Pontífice en sus funciones y luego en una solemne ceremonia
fue coronado como Emperador de Occidente

Así, por segunda vez, la Iglesia restauraba el Imperio, con- el fin de conseguir la unidad del
Continente.

El Emperador y el Papa serían las dos columnas de la nueva Europa Cristiana y se apoyarían
mutuamente para imponer el orden en esos tiempos tan calamitosos. Ambos se juraban
fidelidad: el Emperador sería el protector de la Cristiandad, y el Papa, por su parte, sólo podía
ser elegido contando con su aprobación.

Lamentablemente estas buenas intenciones no se cumplieron, por el contrario, comenzó


desde entonces una lucha que duró más de 200 años para dilucidar la superioridad del Papa o
del Emperador: finalmente concluyó con el aniquilamiento político de ambos.

Ya desde los primeros momentos hubo complicaciones: durante los cien primeros años
ocuparon el trono imperial varios excelentes monarcas, pero que tuvieron la constante
pretensión de intervenir en los asuntos internos de la Iglesia, creyéndose los dueños de la
Cristiandad, en vez de sus defensores.

LA REFORMA ECLESIÁSTICA

Nicolás II: Por ese mismo tiempo, la Sede Pontificia Romana se hallaba gravemente
comprometida. Hasta Carlomagno, los Papas habían sido elegidos por el pueblo de Roma;
luego, con el feudalismo, cayeron bajo la influencia de los señores; y ahora, bajo el Imperio,
debían contar con la aprobación de los Soberanos. De esta manera se originaron los graves
problemas, algunos tratados en este sitio.

Evidentemente so necesitaba una doble reforma: independizar la Iglesia de la influencia de


los emperadores, y renovar la disciplina interna. Ambas cosas se consiguieron en muy poco
tiempo.

En el año 1059 fue elegido Papa Nicolás II, quien de inmediato y sorpresivamente reglamentó
la elección de los futuros Pontífices: en adelante los elegirían los cardenales, sin necesidad de
la aprobación del Emperador. La medida fue muy alabada, pero parecía constituir un desafío
al poder Imperial.

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De acuerdo al nuevo sistema aprobado, en el año 1073 fue elegido Papa el monje cluniacense
HILDEBRANDO, quien tomó el nombre de Gregorio VII: fue el personaje destinado a ser el
gran reformador y una de las figuras cumbres de la Iglesia.

Hombre culto y muy piadoso aunque sumamente enérgico, Gregorio desde el comienzo de su
gobierno se sintió llamado no sólo a purificar la Iglesia de todas sus fallas, sino además a
imponer la Supremacía Pontificia sobre todos los reyes y príncipes cristianos.

De inmediato Convocó un Concilio que aprobó sus famosas reformas: bajo pena de
excomunión se prohibió a los civiles entrometerse en los asuntos internos de la Iglesia y
Conceder cargos eclesiásticos. Igualmente se penaba a los clérigos que los aceptaban o que-
vivían casados.

Al mismo tiempo, numerosos Legados Pontificios se desplazaron por toda Europa controlando
el cumplimiento de estas directivas y deponiendo a los transgresores. Entonces fue cuando
intervino en la lucha el Emperador.

Ocupaba el trono imperial Enrique IV, príncipe prepotente y ambicioso, poco dispuesto a
perder sus privilegios. En un principio desconoció las órdenes pontificias y siguió confiriendo
dignidades eclesiásticas como si nada hubiera pasado. El Papa Gregorio le envió amistosos
avisos y luego protestas más enérgicas. Finalmente, se vio en la necesidad de excomulgarlo,
y —cosa nunca vista— lo destituyó de emperador. El resultado fue tremendo: los príncipes
alemanes se reunieron en Tribur y apoyaron al Papa desligándose del soberano.

Entonces Enrique, viéndose perdido, se dirigió a Canosa, en el norte de Italia, en donde se


encontraba el Papa, para pedirle el levantamiento del castigo. Gregorio, luego de tres días de
espera, le concedió el perdón y lo restituyó en el trono. 5u triunfo había sido completo. Con
todo, la lucha aun prosiguió unos años hasta que con el "Concordato de Worms” se llegó a un
acuerdo: el Papa y el Emperador reconocían su mutua independencia en sus respectivas
esferas.

Juicios de Dios en la Edad Media Europea:

Se llaman «ordalías» o «juicios de Dios» a aquellas pruebas que, especialmente en la Edad


Media occidental, se hacían a los acusados para probar su inocencia. El origen de las ordalías
se pierde en la noche de los tiempos, y era corriente en los pueblos primitivos, pero fue en la
Edad Media cuando tomó importancia en nuestra civilización.

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En el lento camino de la sociedad hacia una justicia ideal la ordalía representa el balbuceo
jurídico de hombres que se esfuerzan por regular sus conflictos mediante otro camino que no
sea el recurso de la fuerza bruta, y en la historia del derecho es un importante paso hacia
adelante.

Hasta entonces lo que imperaba era la ley del más fuerte, y si bien con la ordalía la prueba de
la fuerza continúa, se coloca bajo el signo de potencias superiores a los hombres.

Varios eran los sistemas que se usaban en las ordalías. En Occidente se preferían las pruebas
a base del combate y del duelo, en los que cada parte elegía un campeón que, con la fuerza,
debía hacer triunfar su buen derecho. La ley germánica precisaba que esta forma de combate
era consentida si la disputa se refería a campos, viñas o dinero, estaba prohibido insultarse y
era necesario nombrar dos personas encargadas de decidir la causa con un duelo.

La ordalía por medio del veneno era poco conocida en Europa, probablemente por la falta de
un buen tóxico adecuado a este tipo de justicia, pero se utilizaba a veces la curiosa prueba
del pan y el queso, que ya se practicaba en el siglo II en algunos lugares del Imperio romano.
El acusado, ante el altar, debía comer cierta cantidad de pan y de queso, y los jueces retenían
que, si el acusado era culpable, Dios enviaría a uno de sus ángeles para apretarle el gaznate
de modo que no pudiese tragar aquello que comía.

La prueba del hierro candente, en cambio, era muy practicada. El acusado debía coger con las
manos un hierro al rojo por cierto tiempo. En algunas ordalías se prescribía que se debía
llevar en la mano este hierro el tiempo necesario para cumplir siete pasos y luego se
examinaban las manos para descubrir si en ellas había signos de quemaduras que acusaban
al culpable.

El hierro candente era muchas veces sustituido por agua o aceite hirviendo, o incluso por
plomo fundido. En el primer caso la ordalía consistía en coger con la mano un objeto pesado
que se encontraba en el fondo de una olla de agua hirviendo; en el caso de que la mano
quedara indemne, el acusado era considerado inocente.

En 1215, en Estrasburgo, numerosas personas sospechosas de herejía fueron condenadas a


ser quemadas después de una ordalía con hierro candente de la que habían resultado
culpables. Mientras iban siendo conducidas al lugar del suplicio, en compañía de un sacerdote
que les exhortaba a convertirse, la mano de un condenado curó de improviso, y como los
restos de la quemadura hubiesen desaparecido completamente en el momento en que el

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cortejo llegaba al lugar del suplicio, el hombre curado fue liberado inmediatamente porque,
sin ninguna duda posible, Dios había hablado en su favor.

En algunos sitios se hacía pasar al acusado caminando con los pies descalzos sobre rejas de
arado generalmente en número impar. Fue el suplicio impuesto a la madre del rey de
Inglaterra Eduardo el Confesor, que superó la prueba.

La ordalía por el agua era muy practicada en Europa para absolver o condenar a los acusados.
El procedimiento era muy simple: bastaba con atar al imputado de modo que no pudiese
mover ni brazos ni piernas y después se le echaba al agua de un río, un estanque o el mar.
Se consideraba que si flotaba era culpable, y si, por el contrario, se hundía, era inocente,
porque se pensaba que el agua siempre estaba dispuesta a acoger en su seno a un inocente
mientras rechazaba al culpable. Claro que existía el peligro de que el inocente se ahogase,
pero esto no preocupaba a los jueces. Por ello, en el siglo IX Hincmaro de Reims, arzobispo
de la ciudad, recomendó mitigar la prueba atando con una cuerda a cada uno de los que
fuesen sometidos a esta ordalía para evitar, si se hundían, que «bebiesen durante demasiado
tiempo». Esta prueba se usó mucho en Europa con las personas acusadas de brujería.

En todas las civilizaciones, las ordalías que tuvieron un origen mágico estaban encargadas a
los sacerdotes, como comunicadores escogidos entre el hombre y la divinidad, y cuando la
Iglesia asumió junto a su poder espiritual parcelas del poder temporal, tuvo que pechar con la
responsabilidad de una costumbre que era difícil de hacer desaparecer rápidamente, y no
pudiendo prohibiría bruscamente se esforzó en modificar progresivamente su uso para hacerle
perder el aspecto mágico que la Iglesia consideraba demasiado vecino a la brujería.

La ordalía fue, pues, practicada como una apelación a la divina providencia para que ésta
pesase sobre los combates o las pruebas en general, y los obispos se esforzaron en
humanizar todo lo que en ella había de cruel y arbitrario.

Durante la segunda mitad del siglo XII el papa Alejandro III prohibió los juicios del agua
hirviendo, del hierro candente e incluso los «duelos de Dios», y el cuarto concilio Luterano,
bajo el pontificado de Inocencio III, prohibió toda forma de ordalía a excepción de los
combates: "Nadie puede bendecir, consagrar una prueba con agua hirviente o fría o con el
hierro candente.» Pero, no obstante estas prohibiciones, la ordalía continuó practicándose
durante la Edad Media, por lo que doce años después, durante un concilio en Tréveris, tuvo
que renovarse la prohibición.

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Los defensores de la ordalía basaban su actividad en ciertos versículos del Ahtiguo
Testamento, en los que algunos sospechosos de culpabilidad eran sometidos a una prueba
consistente en beber una pócima preparada por los sacerdotes y de cuyo resultado se
dictaminaba si el acusado era culpable o no.

Las ordalías a base de ingerir sustancias venenosas eran poco usadas en Europa debido a la
dificultad de encontrar pócimas adecuadas debido a la escasez de sustancias venenosas, pero
en pueblos de Asia o África, especialmente en este último continente, se usaron con profusión
hasta nuestros días. Muchas veces las autoridades coloniales tuvieron que intervenir
prohibiendo este tipo de actuaciones, pero sin gran resultado. Ignoro si hoy, con la
independencia de las antiguas colonias y la subsiguiente de los tribunales coloniales,
continúan practicándose ordalías con el veneno, tan frecuentes en otro tiempo.

En 1073 es elevado a la sede pontificia Gregorio VII. La primera medida que tomó ese mismo
año fue dirigida a la prescripción del celibato eclesiástico mediante la prohibición del
matrimonio de los sacerdotes (nicolaísmo).

Numerosísimos obispos, abades y eclesiásticos en general prestaban vasallaje a sus señores


civiles en razón de los feudos adquiridos de ellos. Aunque un clérigo podía ser receptor de un
reducto feudal en condiciones paritarias a las de cualquier laico, existían determinados feudos
eclesiásticos concebidos para ser regentados por un poseedor de las órdenes sagradas.
Siendo territorios de dominio señorial que llevaban aparejados derechos y beneficios feudales,
su concesión era realizada por los soberanos seculares mediante el oportuno acto de
investidura. El conflicto surgía de la disociación de funciones y atributos que entrañaba tal
investidura. Por su propia naturaleza de feudo eclesiástico, el beneficiario debía ser un
clérigo; de no serlo, cosa que sucedía de ordinario, el aspirante quedaba investido
eclesiásticamente de modo automático por el acto formal de su concesión, de tal manera que
el investido recibía simultáneamente los derechos netamente feudales y la consagración
religiosa. Según la doctrina de la Iglesia un laico no podía consagrar clérigos, o lo que se tenía
por equivalente; no estaba capacitado para otorgar la investidura de un feudo eclesiástico,
prerrogativa que se atribuía en exclusiva para sí o para sus legados el sumo pontífice.

Para reyes y emperadores los feudos eclesiásticos antes que eclesiásticos eran feudos. Los
clérigos feudatarios, sin perjuicio de su condición clerical, eran tan vasallos como los demás,
obligados en la misma medida para con su señor, comprometidos a subvenirle económica y
militarmente en caso de necesidad. Los monarcas no podían permitir que la discrecionalidad
legislativa del papa, operativa en todo caso en asuntos puramente religiosos, les despojara de
la facultad de investir a los destinatarios de aquellos feudos y de obtener a cambio el

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provecho inherente a la concesión feudal. Se daba además la circunstancia de que en los
dominios del emperador la clerecía feudal era muy numerosa y constituía un grupo ostentador
de cargos de confianza en la administración y fundamental para la buena marcha del gobierno
de la nación. Privar al emperador de su facultad de investir a los titulares de los feudos
eclesiásticos era tanto como hurtarle el derecho de nombrar a sus colaboradores y
funcionarios y sustraerle buena parte de sus vasallos, los más leales, sus valedores
financieros, los que le sustentaban militarmente. Además, los propios obispos, los abades y
los simples clérigos se opusieron al cambio de su situación por el riesgo de pérdida de las
condiciones y prerrogativas de que disfrutaban en sus posesiones feudales.

LA QUERELLA DE LAS INVESTIDURAS

La querella: Al decreto de 1073 sobre el celibato siguieron otros cuatro decretos dictados en
1074 sobre la simonía y las investiduras. Visiblemente las miras de Gregorio VII eran políticas
e iban encaminadas a minar la autoridad imperial, pues las disposiciones no se promulgaron
en Inglaterra, ni en Francia ni en España. La reacción por parte de las autoridades civiles y de
los mismos clérigos afectados fue virulenta, corriendo peligro en muchos casos la integridad
personal de los legados vaticanos enviados para publicar y hacer cumplir los edictos del papa.
Pero éste no suavizó sus métodos ni rebajó el tono de las amenazas. Muy al contrario, dictó
nuevos decretos en 1075 (veintisiete normas compendiadas en los Dictatus papae) que
repetían las prohibiciones de los decretos anteriores con mayor severidad en las penas, que
alcanzaban a la excomunión para quienes, siendo laicos, entregasen una iglesia o para
quienes la recibiesen de aquéllos, aun no mediando pago. Los veintisiete axiomas de los
Dictatus papae se resumen en tres conceptos básicos:

El papa está por encima no sólo de los fieles, clérigos y obispos, sino de todas la Iglesias
locales, regionales y nacionales, y por encima también de todos los concilios.

Los príncipes, incluido el emperador están sometidos al papa.


La Iglesia romana no ha errado en el pasado ni errará en el futuro.

Estas pretensiones papales le llevarán a un enfrentamiento con el emperador alemán en la


llamada Disputa de las Investiduras, que en el fondo no es más que un enfrentamiento entre
el poder civil y el eclesiástico sobre la cuestión de a quién compete el dominio del clero.

En efecto, Enrique IV no parecía dispuesto a admitir la menor merma en su autoridad imperial


y se comportó con desdeñosa indiferencia hacia las prescripciones pontificias. Siguió
invistiendo a obispos para cubrir las sedes vacantes en Alemania y, lo que fue más hiriente

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para la sensibilidad vaticana: nombró al arzobispo de Milán, cuya población había rechazado
al designado por el papa. Gregorio VII recriminó al emperador su insolente actitud, le dirigió
un nuevo llamamiento a la obediencia y le amenazó con la excomunión y la deposición. Por
respuesta, Enrique IV convocó en Worms, en el año 1076, un sínodo de prelados alemanes
que no se cohibieron en manifestaciones de vesánico odio hacia el pontífice de Roma y de
abierta oposición a sus planes reformadores.

Con el respaldo clerical expresado formalmente en el documento que recogía las conclusiones
de la asamblea, en el que se dejaba constancia de desobediencia declarada al papa y se le
negaba el reconocimiento como sumo pontífice, el emperador le conminó por escrito a que
abandonara su cargo y se dedicara a hacer penitencia por sus pecados, a la vez que le daba
traslado del acta del sínodo episcopal. La indignación en Roma superó cualquier límite. El
concilio que se estaba celebrando en esas mismas fechas en la ciudad santa dictó orden de
excomunión para Enrique IV y todos los intervinientes en el sínodo alemán, a lo que el papa
añadió una resolución de dispensa a los súbditos del emperador del juramento de fidelidad
prestado, lo declaraba depuesto de su trono imperial hasta que pidiese perdón, y prohibía a
cualquiera reconocerlo como rey.

La humillación de Canossa:

Con motivo de la publicación de la bula de excomunión contra el emperador, la nobleza


opositora logró convocar en Tribur la Dieta imperial con la manifiesta intención de deponer al
monarca, aprovechando además que los rebeldes sajones estaban de nuevo en pie de guerra.
Enrique IV se vio en situación comprometida. Ante el peligro de que el papa aprovechara esta
reunión para imponer sus exigencias, y amenazado además de deposición por los príncipes si
no era absuelto de la excomunión, Enrique IV decide ir al encuentro del papa y obtener de él
la absolución.

A principios de 1077 fue advertido el papa de que el emperador estaba en camino hacia Italia.
No cuestionó las hostiles intenciones de éste y buscó refugio seguro en el inexpugnable
castillo de Canossa, cerca de Parma. Pero Enrique no venía encabezando ningún ejército, sino
como penitente arrepentido que imploraba el perdón del santo padre y que deseaba retornar
al seno de la iglesia mediante el levantamiento de la excomunión. Llegó a Canossa el 25 de
enero de aquel gélido invierno pidiendo ser recibido por su Santidad. Se cuenta que el papa
demoró la entrevista por término de tres días, durante los cuales permaneció el humilde
emperador descalzo y arropado con una simple capa a las puertas de la fortaleza. El papa,
sorprendido por la inesperada actitud de su enemigo, vacilaba sobre la mejor forma de
actuar: el sumo sacerdote no podía negar la absolución de sus faltas a un peregrino que se

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presentaba de aquella guisa dando muestra de humildad y contrición; pero, de hacerlo,
Enrique IV se vería de nuevo reintegrado en la comunidad cristiana, confirmado en su trono
con pleno derecho de ceñir la triple corona, y exento de cualquier tara que sirviera de
argumento a sus enemigos para exigir su abdicación. No tuvo otra opción que perdonar y
absolver, ennoblecido moralmente y derrotado políticamente.

Reactivación de la querella:

Al regreso de Enrique a Alemania, los partidarios de su cuñado Rodolfo de Suabia, reunidos


en Forchheim, proclamaron nuevo emperador a Rodolfo. Enrique IV quiso poner a prueba al
papa y le exigió en tono altanero que excomulgara a Rodolfo de Suabia. Las relaciones se
agriaron y el emperador volvió a proceder como ya lo había hecho en ocasión anterior:
convocó un concilio de prelados alemanes en Brixen que declaró desposeído de su dignidad
pontificia a Gregorio VII y nombró en su lugar al arzobispo de Rávena, investido como
Clemente III. La reacción del papa no se hizo esperar, e inmediatamente, en ese año de
1080, por un concilio celebrado en Roma depuso de su cargo imperial a Enrique IV, le fulminó
con la excomunión y reconoció como legítimo rey a su cuñado Rodolfo.

Enrique IV se puso al frente de un poderoso ejército y marchó sobre Roma. Instalado en la


ciudad santa, reunió en ella un concilio al que fue convocado Gregorio VII, mas éste no
acudió, sabedor de que iba a ser juzgado y condenado. Su inasistencia no evitó su
excomunión y destronamiento. En su lugar se colocó a Clemente III que se apresuró a
coronar a Enrique IV y a su esposa Berta el 31 de marzo de 1084. Gregorio solicitó la ayuda
del normando siciliano Roberto Guiscardo, quien puso en marcha sus huestes de aventureros,
en su mayoría musulmanes, y las lanzó contra Roma. Enrique abandonó cautamente la ciudad
que quedó a merced de aquellas hordas incontroladas. Se produjo un verdadero saqueo,
intolerable para el pueblo romano que se sublevó contra los valedores de la autoridad
gregoriana. Fue la excusa para una salvaje represión sangrienta en la que sucumbieron
millares de ciudadanos y la urbe quedó arruinada. Bajo la protección de semejante vasallo y
escoltado por sus milicias musulmanas, Gregorio VII huyó de la Roma devastada y aceptó el
asilo que Guiscardo le dispensó en Salerno, donde murió al año siguiente.

Tras un fugaz paso por la sede pontificia de Víctor III, fue designado papa en 1088 Urbano II.
En Roma, no obstante, seguía instalado el antipapa Clemente III con sus partidarios. Urbano
se propuso desalojar de la ciudad santa a su oponente, para lo que confió en sus vasallos
sicilianos. En efecto, con el apoyo del ejército normando pudo abrirse paso hasta Roma en
noviembre de 1088, donde hubieron de librarse cruentas batallas entre las tropas del
antipapa y las del papa para que éste pudiera por fin acceder a su legítimo trono. Instalado

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en él buscó la manera de derribar al emperador aglutinando en la poderosa Liga Lombarda las
ciudades de Milán, Lodi, Piacenza y Cremona. Urbano II murió en 1099, sin haber podido
doblegar a su personal enemigo Enrique IV.

Su sucesor Pascual II (Rainero Raineri di Bleda (o Bieda)) ensayó sin resultado similares
procedimientos que los empleados por sus antecesores en su pugna con Enrique IV. Éste
moría en 1106 dejando en el trono imperial a su hijo Enrique V. La aparente dócil disposición
del nuevo emperador hizo creer por un momento Pascual II que tenía al alcance de su mano
la ansiada solución a los vetustos problemas que padecía la cristiandad. Pero la quimérica
ilusión se desvaneció bien pronto. Enrique V no tardó en clarificar su posición: en el mismo
momento en que se vio alzado al trono imperial envió emisarios a Roma para recordar al papa
la ancestral prerrogativa del rey germánico de confirmar la elección de los obispos, tomarles
juramento de fidelidad y entregarles las credenciales de su autoridad secular, o, dicho de otro
modo, su facultad de investir a los prelados en sus feudos eclesiásticos. La lucha volvía a
empezar y, como siempre, la excomunión del emperador fue la primera medida tomada en el
concilio de Guastalla ese mismo año de 1106.

Cambio de actitud

No obstante, Pascual II, en un acercamiento a la realidad, comenzó a percibir lo desorbitado


de las pretensiones de Gregorio VII y lo difícil de mantener aquellas exigencias, por lo que se
fue mostrando receptivo a determinadas iniciativas que proponían la renuncia de los clérigos
a la posesión de cualesquiera bienes materiales de concesión real, en el entendimiento de que
habría de bastarles para su sustento con los diezmos y las limosnas de los fieles. A Enrique V
no podía ofertársele una mejor solución, pues ella suponía la apropiación de todo el
patrimonio de la iglesia germánica, por cuyo precio estaba dispuesto a renunciar a su
privilegio de sancionar la elección de los cargos eclesiásticos que, en lo sucesivo, no
ostentarían ningún poder territorial. Con intención de acelerar un final satisfactorio para sus
intereses, Enrique penetró en Italia en 1110 al frente de un ejército intimidador. Sus enviados
a parlamentar con el papa y sentar las bases de la coronación imperial, firmaron con éste el
concordato de Sutri, por el que se pactaba el abandono por parte del emperador de sus
supuestos derechos de investidura a cambio de la entrega por parte del clero de sus bienes
territoriales. Una vez en Roma, se dispuso todo para que Enrique V recibiese de manos del
pontífice la corona del Sacro Imperio el día 12 de febrero de 1111. Llegado el momento,
estando para iniciarse la solemne ceremonia en la basílica de San Pedro, se hizo público el
contenido del tratado suscrito entre el papa y el emperador. Cuando los prelados, abades y
demás dignatarios eclesiásticos conocieron que la paz se compraba con sus bienes se desató
la cólera de los afectados de forma tan tumultuosamente amenazadora que Pascual II no

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pudo proseguir con la lectura del documento ni proceder a la coronación del emperador. Éste,
por su parte, estaba resuelto a forzar el cumplimiento de lo pactado y, a tal fin, hizo que las
tropas desalojasen el templo y redujo a prisión a los cardenales. Cautivo de Enrique, Pascual
II no tuvo otra opción que doblegarse a los imperativos de aquél y, cediendo a sus presiones,
le coronó pomposamente, no sin antes haber firmado un nuevo documento por el que se
reconocía al emperador el derecho de investidura «por el báculo y el anillo», esto es, en toda
su plenitud, con la sola limitación de que no mediara contraprestación simoniaca. Recobrada
la libertad, y ante los apremios, esta vez, de los burlados cardenales, el Papa denunció el
tratado suscrito bajo coacción y violencia y excomulgó al emperador. La querella de las
investiduras, que por un fugaz momento pareció llegar a su fin, se intensificó si cabe. Pascual
II murió en 1118 sin haber avanzado en el camino de la solución.

El fin de la querella:

En 1119 se sitúa al frente de la iglesia Calixto II, papa de origen francés a quien hay que
atribuir el éxito en la anhelada conclusión de la querella de las investiduras. El inicio de su
pontificado no presagiaba aquel buen final, pues una de sus primeras medidas consistió en
revocar la facultad de investidura arrancada coactivamente por Enrique V a Pascual II, lo que
dio lugar a renovadas tensiones. No obstante, porque cundiese en ambas partes la fatiga por
tan prolongada lucha, o porque finalmente se impusiera la razón, el 23 de septiembre de
1122 se firmó el Concordato de Worms, ratificado un año después por el concilio ecuménico
de Letrán. Por aquel protocolo se establecía un acuerdo entre la santa sede y el imperio,
según el cual correspondería al poder eclesiástico la investidura clerical mediante la entrega
del anillo y el báculo y la consagración con las órdenes religiosas, mientras que al estamento
civil se le reservaba la investidura feudal con otorgamiento de los derechos de regalía y
demás atributos temporales. Los así investidos se debían al papa en lo religioso y al soberano
laico en lo civil. Al emperador se le reconocía además la potestad de asistir a la elección de
los cargos eclesiásticos y de utilizar su voto de calidad cuando no hubiese acuerdo entre los
electores. Como las presiones que se ejercían sobre los capítulos de las catedrales y abadías
eran muy fuertes en orden a la elección de un determinado candidato, lo que dificultaba la
obtención del quórum necesario, al final acabó siendo con harta frecuencia el emperador
quien impuso su arbitraje.

LOS ARABES

Arabia es una gran península asiática de tres millones de kilómetros cuadrados, limitada por
el Mediterráneo, el Mar Rojo y el Golfo Pérsico. Las civilizaciones, que se desarrollaron en
Egipto y en Oriente, en su expansión chocaron siempre con el enorme desierto arábigo,

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inmenso obstáculo natural. Sus costas rocosas dificultan la navegación. Arabia es: "Djesirat el
Arab", la isla de los árabes. El desierto se extiende por las nueve décimas partes del país. De
esta tierra reseca y recalentada levántanse nubes de polvo que llegan a oscurecer el Sol. No
existen corrientes de agua y sólo a temporadas algún que otro miserable riachuelo cruza el
país. Según una antigua tradición, los pobladores de Arabia son descendientes de Ismael, hijo
de Abraham y de su esclava Agar.

En el siglo VI se hallaban claramente diferenciadas dos clases de población: la nómada y la


sedentaria. A la primera pertenecían los árabes trashumantes -beduinos- que llevaban una
vida ruda y llena de peligros. Practicaban el robo, el pillaje y el asesinato sin remordimiento
alguno. Odiaban a los árabes sedentarios, a quienes, con frecuencia, hacían objeto de sus
depredaciones. La institución sagrada era la tribu; el matrimonio tenía por único fin conseguir
el aumento de la población.

El beduino que más hijos tenía era el más considerado. Las tribus vivían en un constante
estado de enemistad y de guerra, pues no concebían las ventajas de la unidad. Eran poco
religiosos, adoraban a numerosas divinidades y a bloques de piedra que transportaban en su
incesante deambular por el desierto. Algunas tribus se habían convertido al judaísmo y a la
religión cristiana, por lo que, durante el siglo VI existió un movimiento religioso que tendía al
monoteísmo.

Sin embargo, entre estas tribus existía un lazo de unión formidable: la lengua. El árabe se
enorgullecía de la riqueza de su vocabulario y procuraba sostener su pureza. Las faltas
cometidas al hablar eran castigadas a bastonazos y los poetas eran considerados como seres
privilegiados y mágicos. Los beduinos escuchaban embelesados sus narraciones.

La ciudad más famosa de Arabia era La Meca. Allí se hallaba la Kaaba, el santuario de los
árabes. De los puntos más lejanos acudían beduinos para besar la piedra negra y redimir sus
pecados. Todas las caravanas del desierto confluían en aquel lugar y la ciudad fue creciendo y
prosperando. Opulentos mercaderes organizaron en ella una especie de república. En sus
mercados se compraban y vendían mujeres, esclavos y camellos.

LA EXPANSION ARABE

A la muerte de Mahoma los árabes poseían una misma religión, se habían acostumbrado a
obedecer a un soberano y se hallaban en condiciones de iniciar la conquista de un imperio.
Ellos fueron los intermediarios entre el mundo asiático y la Europa occidental. Se lanzaban al
combate con empuje irresistible y, a pesar de carecer de bases militares, líneas de

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comunicación, provisiones y equipos, sus victorias fueron tan rápidas y decisivas que a los
quince años de la muerte del Profeta, el estandarte de la Media Luna ondeaba en Damasco,
Antioquía, Jerusalén, Trípoli, Egipto y gran parte del Norte de África.

Conquistaron toda la Persia, el Turquestán y los territorios situados en las orillas de los mares
Negro y Caspio. En el año 711 cruzaron el estrecho de Gibraltar, y tras derrotar a los
visigodos españoles en las márgenes del Guadalete, se desparramaron como un ciclón por
toda la Península Ibérica. Desde la frontera de Francia empezaron a planear la conquista de
Europa y la destrucción del Cristianismo; franquearon los Pirineos y amenazaron la Galia,
pero fueron detenidos en Poitiers por los francos. En aquella memorable batalla ocurrida el
732 murió el emir Abderramán el-Gafekí, caudillo árabe, vencido por el famoso Carlos Martel.

En el año 750 tuvo lugar una profunda revolución en el mundo musulmán; la dinastía de los
Omeyas fue derrotada por Abul- Abbas, fundador de la dinastía de los Abbasidas, que
estableció su capital en Bagdad. Un solo omeya, Abderramán I o Abdal-Ratimán escapó de las
matanzas y, vagando de cabila en cabila y de aduar en aduar, llegó a España, erigiendo el
Emirato independiente de Córdoba. Harum-al-Raschid (786-809) fue el más conocido de los
soberanos de esta época; era piadoso y activo, y logró dar cohesión al gran imperio, aunque
concediendo cierta autonomía a las provincias. Era en verdad empresa difícil en aquellos
tiempos mantener en una sola mano pueblos tan distantes entre sí como la India y España;
por ello los distintos pueblos entraron en lucha muy pronto y el gran imperio se fue
desmembrando. Los califas de Bagdad, encerrados en suntuosos palacios, renunciaban con
facilidad a sus derechos sobre lejanas provincias.

España se separó en el año 755, y Egipto lo hizo en el 868. Los turcos, encargados de
defender al califa, constituían la base del Ejército y, poco a poco, su influencia fue en
aumento, hasta llegar al extremo de que si bien el califa era el titular del poder espiritual, los
turcos acabaron por ser los amos absolutos del Estado.

El califato de Bagdad llevó una vida muy floreciente desde finales del siglo VIII hasta los
comienzos del IX. El vasto imperio que se hallaba dividido en 28 provincias, abarcaba los
territorios comprendidos en el rectángulo formado por el Indo, el Sahara, el Atlántico y el
Cáucaso.

El califa era el representante del Profeta y ejercía un poder absoluto. Vivía en un magnífico
palacio rodeado de servidores, en el que se celebraban fiestas maravillosas. Los califas
delegaron las funciones propias del gobierno en funcionarios llamados "visires", mientras que
las cuestiones judiciales eran encomendadas a los "cadíes". El "walí" era el encargado de

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aplicar el Derecho Penal. El inspector del comercio y del mercado recibía el nombre de
"almotacén".

El "berid" era el jefe del servicio de postas, que se hallaba muy bien organizado y para el cual
se utilizaban palomas mensajeras; tenía por misión informar al poder central de todo cuanto
ocurría. Los impuestos se pagaban en especie o en moneda y pasaban a engrosar el tesoro de
los califas.

El Ejército del califa de Bagdad llevó a contar con 50.000 hombres, que disfrutaban del
reparto del botín o de un sueldo fijo; pero como eran muy indisciplinados los califas se
decidieron a reclutar mercenarios turcos. En Córdoba no tardó en proclamarse el Califato
independiente, con lo cual el mundo árabe quedó escindido.

El Califato de Bagdad cayó en poder de los mongoles el año 1258. La influencia de Egipto fue
muy grande entonces, y mientras en España al esplendor del Califato de Córdoba siguió la
decadencia de los múltiples reinos de Taifas, en Oriente los turcos incrementaron su poder
hasta que en el siglo XV lograron la conquista de Constantinopla, pero entonces el Imperio
Arabe había muerto para sucederle el Imperio Turco.

LA CIVILIZACION ARABE.

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Durante 500 años se enfrentaron dos modos de pensar, dos religiones y dos concepciones de
la vida: Mahoma y Cristo. Desde el punto de vista moral y humano la civilización cristiana era
más perfecta en todos sentidos: por su especial consideración a la mujer y a los débiles, por
su exaltación de la virtud, por su sentido trascendente de justicia, etc. Sin embargo, es
preciso reconocer que los árabes desarrollaron una civilización en la que ocupaba lugar muy
preferente el cultivo de las Ciencias, y que su sentido de la belleza era extraordinario como lo
demuestran los monumentos que de su plenitud se han conservado hasta nuestros días.

Los árabes pudieron conocer gran parte del saber acumulado en Alejandría durante el período
llamado "helenístico". Gracias a ellos, y a través del camino de España nos llegaron obras
literarias como Calila y Dimna, el Sendebar y los relatos de Las Mil y una Noche, entre otras.
La Escuela de Traductores de Toledo, fundada por el obispo Raimundo, fue una de las que
más contribuyeron a salvar la cultura clásica y oriental que nos llegaba a través de los
musulmanes. Entre los nombres que destacan en ella merecen recordarse Domingo
Guinsalvo, Juan Hispalense y Gerardo de Cremona.

El cálculo algebraico y las cifras que usamos actualmente y que se llaman arábigas las
debemos a los musulmanes. La dedicación de este pueblo a las Matemáticas fue notable. Las
ecuaciones de segundo grado, e incluso las de grado superior, fueron bien conocidas por
ellos, así como la Trigonometría. Consecuencia de este perfeccionamiento del cálculo fueron
los notables progresos conseguidos en Astronomía, pues llegaron a determinar la inclinación
del eje de la Tierra sobre la eclíptica. Conocieron la brújula, seguramente importada de Asia
central o de China, y fueron extraordinariamente hábiles en el trabajo de los metales, en la
fabricación de telas, curtidos, armas y papel. En Fez existían 400 molinos para la fabricación
de pasta de papel, y Játiva fue la primera población de España donde se instalaron fábricas de
papel de arroz. Los molinos de viento son una realización árabe. Su dedicación a la Alquimia
les llevó a descubrir el alcohol, el alcanfor, el mercurio y el ruibarbo. Además, en Europa
fueron los primeros en utilizar la pólvora, conocida por los chinos.

La agricultura llegó a perfeccionarse con un sistema de riegos que en la huerta valenciana


viene aplicándose casi igual que en tiempo de la dominación árabe.

Los musulmanes sentían una especial fascinación por el agua, que utilizaban como adorno en
sus jardines. Por ejemplo, es de admirar el empleo del líquido elemento en los del Generalife
de Granada, en los del Alcázar de Sevilla y en tantas construcciones como nos quedan de
aquella época de España. Las palabras "acequia", "algibe", "noria" y tantas otras, son árabes
y demuestran claramente las innovaciones que este pueblo aportó en la agricultura de la

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península. A ellos se debe también la aclimatación en Occidente de la palmera, el algodón, el
arroz, el naranjo, la caña de azúcar, el granado, la morera e innumerables plantas de jardín.
La cirugía árabe no fue muy importante porque sentían gran pudor y respeto por el cuerpo
humano desnudo, pero sí la Medicina. Abenmasawih escribió un tratado de Oftalmología;
Abubéquer fue un químico notable y un médico excelente, autor de una enciclopedia de
Medicina; Abenalcházar escribió un tratado sobre la viruela y el sarampión, y Abulcásim una
obra en la que trata temas de Obstetricia, Cirugía y lo que hoy llamamos Otorrinolaringología.
Entre los astrónomos famosos cabe recordar a Mohamet el Fazari, Mohamet Alfargani y, sobre
todos, Chábir Albattani, que vivió en el siglo X y fue considerado un precursor de las doctrinas
astronómicas que tuvieron su desarrollo durante el Renacimiento.

EL ARTE ARABE

En la expresión artística del pueblo árabe juegan dos factores importantes. Uno, la prohibición
por parte de su credo de representar la figura humana, y por otra su temperamento amante
del color, de las formas exuberantes y de la vida en sus manifestaciones más cálidas. Por
estas razones el arte árabe se vuelca en la decoración y en los "arabescos", juegos de formas,
de color y de luz, utilizando incluso el agua como un elemento arquitectónico más. En todas
las construcciones abundan los adornos geométricos o inspirados en motivos vegetales para
suplir la limitación que implicaba la imposibilidad de pintar o esculpir formas humanas.

El templo musulmán era la mezquita, generalmente de planta cuadrada. Antes de entrar en


ella el creyente se encontraba con un patio rodeado de pórticos, en el centro del cual había
una fuente donde podía realizar las abluciones del ritual. Una torre o "alminar" permitía al
"muezín" llamar a los fieles a la hora de la oración. En el interior del templo se hallaba el
"mihrab", o lugar sagrado emplazado en dirección a Oriente, sin ninguna clase de imágenes
pero adornado con profusión de arabescos, tapices, etc. Ante él se hallaba la "maxura" olugar
que ocupaba el califa o el rey.

El arco de herradura fue usado con profusión, y en el siglo X se complicó originando el arco
lobulado, en el cual el primitivo dibujo de la arcada se subdivide en numerosos arcos
menores. El número de lóbulos fue siempre impar a fin de que uno correspondiera al centro o
clave del arco. Las columnas eran muy finas y se solían agrupar; los capiteles, sencillos, pero
trabajados en arabescos, así como las paredes, especialmente las de los palacios o alcázares.

Más tarde los arcos se entrecruzaron y se convirtieron en un auténtico tejido arquitectónico,


como puede admirarse en las obras maestras de la arquitectura musulmana en España. No
existe mezquita tan hermosa como la de Córdoba, iniciada en el siglo VIII y que no se

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terminó hasta el XI. En ella se pueden contar hasta un millar de columnas que sostienen
arcos dobles, el superior de medio punto y el inferior de herradura. El ladrillo rojo y la piedra
blanca alternan y contribuyen a aumentar la sensación de luz y color. Sus medidas -180 por
130 m- hacen de ella la mayor del mundo islámico.

Fernando III, al conquistar Córdoba la transformó en catedral cristiana. La Alhambra de


Granada corresponde ya a un estilo posterior, que se inicia en el siglo XIII y cuyo máximo
esplendor se encuentra en el siglo XIV. Los arcos se convierten en un puro encaje de yesería,
así como las paredes. En esta joya del arte arábigo-español se ven preciosas muestras de
alicatado, o sea de mosaicos vidriados. Este palacio, construido para vivienda de los reyes
moros, consta de una serie de salas y estancias, algunas de ellas con ventanales orientados
hacia la Sierra Nevada; otras con surtidores o patios en los que el agua juega con motivos
arquitectónicos y decorativos.

Es notable el "Patio de los Leones", donde puede verse una rarísima muestra de la escultura
árabe, los leones que sostienen la fuente central. El Generalife es un palacete situado en una
colina próxima a la Alhambra, donde los jardineros árabes dieron una muestra de lo que
puede conseguirse combinando la vegetación y el agua. Son notables también otros alcázares
o palacios-fortaleza, como el de Sevilla, que posteriormente amplió el emperador Carlos I.
Todo el Mediterráneo español es rico en vestigios del arte árabe. También destacaron los
árabes en el trabajo del cuero, en la cerámica, los azulejos, la orfebrería, el cincelado de la
plata, la talla del marfil y, de un modo especial, en la técnica y el arte del tejido.

EL PENSAMIENTO Y LAS LETRAS

Los árabes eran muy aficionados a los estudios filosóficos y se dedicaron a la propia
especulación, pero también a la traducción de los pensadores griegos. Aristóteles les fue
familiar, de modo que existió un aristotelismo musulmán paralelo al aristotelismo cristiano
que informó la Escolástica. En el siglo XI vivió Avicena, que intentó una síntesis del
pensamiento griego con el mahometanismo. En España la cultura árabe alcanzó un gran
esplendor debido a la protección de los califas cordobeses. Se cuenta que Alhaquem II tenía
destacados en distintos lugares del mundo musulmán enviados suyos para que adquiriesen
los libros que aparecieran y resultaran de mayor interés con destino a su biblioteca de
Córdoba.

Ibn Masarra fue un filósofo cordobés del siglo X. También son dignos de citarse Abentofail,
autor de una novela filosófica, El Filósofo-autodidacta, y Averroes, que vivió en el siglo XIII.
Éste sostenía que la verdad filosófica puede ser distinta de la religiosa, defendiendo, por

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tanto, la independencia y la libertad de especulación. El "averroísmo" tuvo gran importancia
en el pensamiento medieval. Entre los historiadores figura El Wagidi, que narró la vida de
Mahoma y los primeros califas, Abucháfar al Tavarí y, en España, Ibn el Faradí. En literatura
los árabes sintieron gran predilección por la narrativa, como se demuestra en Las Mil y una
Noches, Ali Baba y los 40 ladrones, Simbad el Marino, La Lámpara de Aladino, etc. En muchos
casos acompañaban sus relatos con la música del "rabel", que fue invento suyo. La música
popular andaluza, incluso la jota española, tienen una raíz musulmana indiscutible que se
pone de manifiesto al comparar el canto moro actual con el cante jondo y el flamenco
andaluz.

Mahoma nació a fines del siglo VI en la ciudad de la Meca, en Arabia. Era hijo de una familia
pastores, muy humilde. Su primera ocupación, desde muy joven, fue como conductor de
caravanas. Durante sus viajes. Mahoma se relacionó con judíos y cristianos, y ese trato le
generó la idea de reformar la religión de su pueblo. Cuenta la tradición musulmana, que a
Mahoma se le apareció en arcángel San Gabriel, y le dijo: Predica y Mahoma, creyéndose
profeta empezó a predicar a los árabes la idea de un único Dios. y la condenación de los
ídolos que adoraban. La síntesis de su pensamiento puede concretarse en: No hay más Dios
que Alah, y Mahoma es su profeta. Así nació el islamismo. que quiere decir sometimiento, a
quines mueren por Alá, se le promete un paraíso de bienes materiales. Es una doctrina,
mezcla de cristianismo y judaísmo. A causa de su predicación, los árabes lo amenazaron de
muerte y debió huir a la ciudad de Medina en el año 622. acto que se conoce con el nombre
de La Hégira, y es el comienzo de la era musulmana. Vencidos sus opositores, Mahoma,
puede volvería a La Meca y desde entonces fue el profeta de toda Arabia. Era en
extraordinario orador, exponía su doctrina con un lenguaje hermoso y claro. De porte noble y
varonil, los árabes lo comparaban como un sol naciente. Los discípulos tomaban nota de
todas las prédicas y luego las condensaron, después de su muerte en un sólo libro llamado: El
Corán, que significa la lectura. Este libro contiene 114 capítulos, y todos comienzan con la
misma oración: En el nombre de Dios, clemente y misericordioso.

Los musulmanes de acuerdo con El Corán deben:

Orar cinco veces al día, y a determinadas horas.


Observar ciertos principios de higiene
Practicar abluciones (purificarse por medio del lavado con agua)
Ayunar durante un mes.
Brindar abundante limosna a los pobres.
Ordena llevar la guerra santa, a todo pueblo que no sea musulmán (infieles)

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La doctrina religiosa del profeta es muy sencilla y se halla contenida en el Corán, libro
sagrado de los musulmanes. El Corán propugna el perdón de las injurias y ensalza la práctica
de las obras de misericordia, prohibe el adulterio, el homicidio y el robo, así como el consumo
del vino, la carne de cerdo y la práctica de los juegos de azar.

Esta doctrina ha influido decisivamente en la vida de los árabes, a tal punto que el fanatismo
a hecho que cualquier problema en su vida cotidiana es porque estaba escrito, es porque Alá,
así lo quiere. Los sucesores de Mahoma, se llamaron Califas o Comendatos de los creyentes, y
cumplieron con la guerra santa, llevando sus ejércitos por todos los pueblos que no lo
profesaban. Esta guerra, no era más ni menos, que guerra de pillaje y exterminio,
conquistando pueblos de Asia Menor, Egipto, Persia, India, Túnez, Argelia, Marruecos. y casi
toda España. Con todos estos países se formó el imperio árabe, o imperio de los Califas. (que
cuando es conquistado por los turcos, los califas son reemplazados por los Sultanes)

ORIGENES Y EVOLUCION DEL FEUDALISMO

Fue un sistema contractual de relaciones políticas y militares entre los miembros de la


nobleza de Europa occidental durante la alta edad media. El feudalismo se caracterizó por la
concesión de feudos (casi siempre en forma de tierras y trabajo) a cambio de una prestación
política y militar, contrato sellado por un juramento de homenaje y fidelidad. Pero tanto el
señor como el vasallo eran hombres libres, por lo que no debe ser confundido con el régimen
señorial, sistema contemporáneo de aquél, que regulaba las relaciones entre los señores y
sus campesinos. El feudalismo unía la prestación política y militar a la posesión de tierras con
el propósito de preservar a la Europa medieval de su desintegración en innumerables señoríos
independientes tras el hundimiento del Imperio Carolingio.

ORÍGENES

Cuando los pueblos germanos conquistaron en el siglo V el Imperio romano de Occidente


pusieron también fin al ejército profesional romano y lo sustituyeron por los suyos propios,
formados con guerreros que servían a sus caudillos por razones de honor y obtención de un
botín. Vivían de la tierra y combatían a pie ya que, como luchaban cuerpo a cuerpo, no
necesitaban emplear la caballería. Pero cuando los musulmanes, vikingos y magiares
invadieron Europa en los siglos VIII, IX y X, los germanos se vieron incapaces de enfrentarse
con unos ejércitos que se desplazaban con suma rapidez. Primero Carlos Martel en la Galia,
después el rey Alfredo el Grande en Inglaterra y por último Enrique el Pajarero de Germania,
cedieron caballos a algunos de sus soldados para repeler las incursiones sobre sus tierras. No
parece que estas tropas combatieran a caballo; más bien tenían la posibilidad de perseguir a

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sus enemigos con mayor rapidez que a pie. No obstante, es probable que se produjeran
acciones de caballería en este mismo periodo, al introducirse el uso de los estribos. Con total
seguridad esto ocurrió en el siglo XI. Véase Orden de caballería.

Origen del sistema:

Los caballos de guerra eran costosos y su adiestramiento para emplearlos militarmente exigía
años de práctica. Carlos Martel, con el fin de ayudar a su tropa de caballería, le otorgó fincas
(explotadas por braceros) que tomó de las posesiones de la Iglesia. Estas tierras,
denominadas 'beneficios', eran cedidas mientras durara la prestación de los soldados. Éstos, a
su vez, fueron llamados 'vasallos' (término derivado de una palabra gaélica que significaba
sirviente).

Sin embargo, los vasallos, soldados selectos de los que los gobernantes Carolingios se
rodeaban, se convirtieron en modelos para aquellos nobles que seguían a la corte. Con la
desintegración del Imperio Carolingio en el siglo IX muchos personajes poderosos se
esforzaron por constituir sus propios grupos de vasallos dotados de montura, a los que
ofrecían beneficios a cambio de su servicio. Algunos de los hacendados más pobres se vieron
obligados a aceptar el vasallaje y ceder sus tierras al señorío de los más poderosos,
recibiendo a cambio los beneficios feudales. Se esperaba que los grandes señores protegieran
a los vasallos de la misma forma que se esperaba que los vasallos sirvieran a sus señores.

Feudalismo clásico

Esta relación de carácter militar que se estableció en los siglos VIII y IX a veces es
denominada feudalismo Carolingio, pero carecía aún de uno de los rasgos esenciales del
feudalismo clásico desarrollado plenamente desde el siglo X. Fue sólo hacia el año 1000
cuando el término 'feudo' comenzó a emplearse en sustitución de 'beneficio' este cambio de
términos refleja una evolución en la institución.

A partir de este momento se aceptaba de forma unánime que las tierras entregadas al vasallo
eran hereditarias, con tal de que el heredero que las recibiera fuera grato al señor y pagara
un impuesto de herencia llamado 'socorro'. El vasallo no sólo prestaba el obligado juramento
de fidelidad a su señor, sino también un juramento especial de homenaje al señor feudal, el
cual, a su vez, le investía con un feudo. De este modo, el feudalismo se convirtió en una
institución tanto política como militar, basada en una relación contractual entre dos personas
individuales, las cuales mantenían sus respectivos derechos sobre el feudo.

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Causas de la aparición del sistema feudal

La guerra fue endémica durante toda la época feudal, pero el feudalismo no provocó esta
situación; al contrario, la guerra originó el feudalismo. Tampoco el feudalismo fue responsable
del colapso del Imperio Carolingio, más bien el fracaso de éste hizo necesaria la existencia del
régimen feudal.

El Imperio Carolingio se hundió porque estaba basado en la autoridad de una sola persona y
no estaba dotado de instituciones lo suficientemente desarrolladas. La desaparición del
Imperio amenazó con sumir a Europa en una situación de anarquía: cientos de señores
individuales gobernaban a sus pueblos con completa independencia respecto de cualquier
autoridad soberana.

Los vínculos feudales devolvieron cierta unidad, dentro de la cual los señores renunciaban a
parte de su libertad, lo que era necesario para lograr una cooperación eficaz. Bajo la dirección
de sus señores feudales, los vasallos pudieron defenderse de sus enemigos, y más tarde crear
principados feudales de cierta importancia y complejidad. Una vez que el feudalismo
demostró su utilidad local reyes y emperadores lo adoptaron para fortalecer sus monarquías.

PLENITUD

El feudalismo alcanzó su madurez en el siglo XI y tuvo su máximo apogeo en los siglos XII y
XIII. Su cuna fue la región comprendida entre los ríos Rin y Loira, dominada por el ducado de
Normandía. Al conquistar sus soberanos, a fines del siglo XI, el sur de Italia, Sicilia e
Inglaterra y ocupar Tierra Santa en la primera Cruzada, establecieron en todas estas zonas
las instituciones feudales. España también adoptó un cierto tipo de feudalismo en el siglo XII,
al igual que el sur de Francia, el norte de Italia y los territorios alemanes. Incluso Europa
central y oriental conoció el sistema feudal durante un cierto tiempo y en grado limitado,
sobre todo cuando el Imperio bizantino se feudalizó tras la cuarta Cruzada. Los llamados
feudalismos del antiguo Egipto y de Persia, o de China y Japón, no guardan relación alguna
con el feudalismo europeo, y sólo son superficialmente similares. Quizá fueran los samurais
japoneses los que más se asemejaron a los caballeros medievales, en particular los sogunes
de la familia Ashikaga; pero las relaciones entre señores y vasallos en Japón eran diferentes a
las del feudalismo de Europa occidental.

Características: En su forma más clásica, el feudalismo occidental asumía que casi toda la
tierra pertenecía al príncipe soberano -bien el rey, el duque, el marqués o el conde- que la
recibía "de nadie sino de Dios". El príncipe cedía los feudos a sus barones, los cuales le

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rendían el obligado juramento de homenaje y fidelidad por el que prestaban su ayuda política
y militar, según los términos de la cesión. Los nobles podían ceder parte de sus feudos a
caballeros que le rindieran, a su vez, homenaje y fidelidad y les sirvieran de acuerdo a la
extensión de las tierras concedidas. De este modo si un monarca otorgaba un feudo de doce
señoríos a un noble y a cambio exigía el servicio de diez caballeros, el noble podía ceder a su
vez diez de los señoríos recibidos a otros tantos caballeros, con lo que podía cumplir la
prestación requerida por el rey. Un noble podía conservar la totalidad de sus feudos bajo su
dominio personal y mantener a sus caballeros en su señorío, alimentados y armados, todo
ello a costa de sufragar las prestaciones debidas a su señor a partir de su propio patrimonio y
sin establecer relaciones feudales con inferiores, pero esto era raro que sucediera ya que los
caballeros deseaban tener sus propios señoríos. Los caballeros podían adquirir dos o más
feudos y eran proclives a ceder, a su vez, parte de esas posesiones en la medida necesaria
para obtener el servicio al que estaban obligados con su superior. Mediante este
subenfeudamiento se creó una pirámide feudal, con el monarca en la cúspide, unos señores
intermedios por debajo y un grupo de caballeros feudales para servir a la convocatoria real.

Los problemas surgían cuando un caballero aceptaba feudos de más de un señor, para lo cual
se creó la institución del homenaje feudatario, que permitía al caballero proclamar a uno de
sus señores como su señor feudal, al que serviría personalmente, en tanto que enviaría a sus
vasallos a servir a sus otros señores. Esto quedaba reflejado en la máxima francesa de que
"el señor de mi señor no es mi señor" de ahí que no se considerara rebelde al subvasallo que
combatía contra el señor de su señor. Sin embargo, en Inglaterra, Guillermo I el Conquistador
y sus sucesores exigieron a los vasallos de sus vasallos que les prestaran juramento de
fidelidad.

Obligaciones del vasallo: La prestación militar era fundamental en el feudalismo, pero


estaba lejos de ser la única obligación del vasallo para con su señor. Cuando el señor era
propietario de un castillo, podía exigir a sus vasallos que lo guarnecieran, en una prestación
denominada 'custodia del castillo'. El señor también esperaba de sus vasallos que le
atendieran en su corte, con objeto de aconsejarle y de participar en juicios que afectaban a
otros vasallos. Si el señor necesitaba dinero, podía esperar que sus vasallos le ofrecieran
ayuda financiera. A lo largo de los siglos XII y XIII estallaron muchos conflictos entre los
señores y sus vasallos por los servicios que estos últimos debían prestar. En Inglaterra, la
Carta Magna definió las obligaciones de los vasallos del rey; por ejemplo, no era obligatorio
procurar ayuda económica al monarca salvo en tres ocasiones: en el matrimonio de su hija
mayor, en el nombramiento como caballero de su primogénito y para el pago del rescate del
propio rey. En Francia fue frecuente un cuarto motivo para este tipo de ayuda extraordinaria:
la financiación de una Cruzada organizada por el monarca. El hecho de actuar como

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consejeros condujo a los vasallos a exigir que se obtuviera su beneplácito en las decisiones
del señor que les afectaran en cuestiones militares, alianzas matrimoniales, creación de
impuestos o juicios legales.

Herencia y tutela: Otro aspecto del feudalismo que requirió una regulación fue la sucesión
de los feudos. Cuando éstos se hicieron hereditarios, el señor estableció un impuesto de
herencia llamado 'socorro'. Su cuantía fue en ocasiones motivo de conflictos. La Carta Magna
estableció el socorro en 100 libras por barón y 5 libras por caballero; en todo caso, la tasa
varió según el feudo. Los señores se reservaron el derecho de asegurarse que el propietario
del feudo fuese leal y cumplidor de sus obligaciones. Si un vasallo moría y dejaba a un
heredero mayor de edad y buen caballero, el señor no tenía por qué objetar su sucesión. Sin
embargo, si el hijo era menor de edad o si el heredero era mujer, el señor podía asumir el
control del feudo hasta que el heredero alcanzara la mayoría de edad o la heredera se casara
con un hombre que tuviera su aprobación. De este modo surgió el derecho señorial de tutela
de los herederos menores de edad o de las herederas y el derecho de vigilar sobre el
matrimonio de éstas, lo que en ciertos casos supuso que el señor se eligiera a sí mismo como
marido. La viuda de un vasallo tenía derecho a una pensión de por vida sobre el feudo de su
marido (por lo general un tercio de su valor) lo que también llevaba a provocar el interés del
señor por que la viuda contrajera nuevas nupcias. En algunos feudos el señor tenía pleno
derecho para controlar estas segundas nupcias. En el caso de muerte de un vasallo sin
sucesores directos, la relación de los herederos con el señor variaban: los hermanos fueron
normalmente aceptados como herederos, no así los primos. Si los herederos no eran
aceptados por el señor, la propiedad del feudo revertía en éste, que así recuperaba el pleno
control sobre el feudo; entonces podía quedárselo para su dominio directo o cederlo a
cualquier caballero en un nuevo vasallaje.

Ruptura del contrato: Dado el carácter contractual de las relaciones feudales cualquier
acción irregular cometida por las partes podía originar la ruptura del contrato. Cuando el
vasallo no llevaba a cabo las prestaciones exigidas, el señor podía acusarle, en su corte, ante
sus otros vasallos y si éstos encontraban culpable a su par, entonces el señor tenía la facultad
de confiscar su feudo, que pasaba de nuevo a su control directo. Si el vasallo intentaba
defender su tierra, el señor podía declararle la guerra para recuperar el control del feudo
confiscado. El hecho de que los pares del vasallo le declararan culpable implicaba que moral y
legalmente estaban obligados a cumplir su juramento y pocos vasallos podían mantener una
guerra contra su señor y todos sus pares. En el caso contrario, si el vasallo consideraba que
su señor no cumplía con sus obligaciones, podía desafiarle -esto es, romper formalmente su
confianza- y declarar que no le consideraría por más tiempo como su señor, si bien podía
seguir conservando el feudo como dominio propio o convertirse en vasallo de otro señor.

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Puesto que en ocasiones el señor consideraba el desafío como una rebelión, los vasallos
desafiantes debían contar con fuertes apoyos o estar preparados para una guerra que podían
perder.

Autoridad real: Los monarcas, durante toda la época feudal, tenían otras fuentes de
autoridad además de su señorío feudal. El renacimiento del saber clásico supuso el
resurgimiento del Derecho romano, con su tradición de poderosos gobernantes y de la
administración territorial. La Iglesia consideraba que los gobernantes lo eran por la gracia de
Dios y estaban revestidos de un derecho sagrado.

El florecimiento del comercio y de la industria dio lugar al desarrollo de las ciudades y a la


aparición de una incipiente burguesía, la cual exigió a los príncipes que mantuvieran la
libertad y el orden necesarios para el desarrollo de la actividad comercial. Esa población
urbana también demandó un papel en el gobierno de las ciudades para mantener su riqueza.
En Italia se organizaron comunidades que arrebataron el control del país a la nobleza feudal
que incluso fue forzada a residir en algunas de las urbes. Las ciudades situadas al norte de los
Alpes enviaron representantes a los consejos reales y desarrollaron instituciones
parlamentarias para conseguir voz en las cuestiones de gobierno, al igual que la nobleza
feudal. Con los impuestos que obtuvieron de las ciudades, los príncipes pudieron contratar
sirvientes civiles y soldados profesionales. De este modo pudieron imponer su voluntad sobre
el feudo y hacerse más independientes del servicio de sus vasallos.

LAS PARTES DEL CONTRATO FEUDAL

Los Señores:

En la Edad Media existía una clase social muy alta, formada por un grupo privilegiado de
guerreros y religiosos, estos últimos, miembros destacados de la Iglesia. La nobleza guerrera
vivía en los castillos y sus principales ocupaciones eran la guerra y los torneos de combate
entre caballeros. Sus ingresos procedían de los tributos que les pagaban sus siervos por el
usufructo de sus tierras. Los caballeros eran de una clase social un poco menor que los
terratenientes militares y religiosos, y se podía llegar a ella, gracias a algún mérito durante
una guerra o combate. Los sacerdotes, abades y obispos pertenecían al mismo grupo social
que la nobleza guerrera, y eran los responsables de la dirección de una de las instituciones
más importantes de la Edad Media: la Iglesia.

La importancia de la Iglesia, se había consolidado tiempo atrás, cuando el imperio romano le


había donado grandes extensiones de territorios en diferentes lugares de Europa. Este poder

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hizo que la vida de los obispos y abades se deformara alejándose de los principios básicos del
catolicismo: pobreza, obediencia y castidad. Llevaban una vida de riquezas, vasallos que le
rendían homenajes y tributos y siervos que le trabajaban la tierra.

Para justificar esta forma cómoda de vida, los teólogos afanaban que para mantener la
sociedad en armonía debían existir estar tres clase sociales, interdependintes: los que
guerreaban, los que oraban y los que trabajaban. Otras de las funciones importantes de la
iglesia, fue que muchos monasterios e iglesias se dedicaron a traducir, interpretar y archivar
todos los libros de la época, lo que hizo que se transformaran en verdaderos centros de
cultura. El idioma utilizado era el latín, considerado como lengua culta y universal. También
allí se formaban a los sacerdotes.

Los Campesinos:

Los campesinos eran la clase social más baja de esta época, y se dedicaban a la cría de
animales y a la agricultura. Estas actividades las venían desarrollando desde varios siglos
atrás, cuando comenzó la decadencia del imperio romano. Cada familia funcionaba como una
unidad de producción y producían lo necesarios para vivir. Con el tiempo éstos debieron
también producir para mantener a la nobleza guerrera y religiosa. Los campesinos también se
unieron formando aldeas, ubicadas en el medio de grandes extensiones de campos. Eran muy
pobres, formadas por casas de adobe y paja.

En estas comunidades había también otras personas que realizaban otro tipo de actividad
eran los artesanos, ellos trabajaban la madera, los metales, el barro, el cuero, etc. Sus
trabajos eran usados en la producción agrícola y en la vida cotidiana. Los campesino no eran
propietarios, en realidad los verdaderos dueños eran los de la nobleza antes mencionados.

El Contrato Feudal:

En el régimen feudal se emplean algunas palabras que requieren una explicación especial. El
feudo era el beneficio o tierra concedida por un señor en premio de servicios prestados y con
la obligación de prestar otros nuevos.

El vasallo podía enfeudar una parte de su feudo a vasallos de inferior categoría; así que un
mismo individuo podía ser señor y vasallo a la vez.

El Alodio era una propiedad completa. Los propietarios de alodios eran aquellos que habían
recibido de sus antepasados una herencia libre de toda obligación v de todo tributo. A

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menudo estos propietarios se presentaban a algún jefe poderoso, y le recomendaban su
alodio, a fin de que lo defendiese.

Así se estableció, poco a poco, una jerarquía de propietarios, dependientes unos de otros.
Llamábase homenaje la ceremonia que se efectuaba cuando uno se hacía vasallo.

El que iba a recibir la tierra se presentaba ante el señor feudal con las dos manos juntas, en
señal de humildad, se arrodillaba, y poniendo sus manos en las del señor, le decía: «Señor,
vengo a vuestro homenaje, en vuestra fe. y me convierto en vuestro hombre de boca y de
manos prometiendo y jurándose fe y lealtad respecto de todos y contra todos, y guardar
vuestro derecho en mi poder.»

Luego venía la ceremonia de la fe o juramento, y en seguida el señor le concedía la


investidura, entregándole un terrón con yerba o una rama de árbol; cuando se trataba de un
gran feudo se entregaba una espada o un estandarte.

Las obligaciones del vasallo eran de dos clases: morales y materiales.

Entre las morales figuraban la de guardar los secretos del señor, descubrirle las tramas de sus
enemigos, defenderle, de darle el caballo en las batallas si perdía el suyo, ocupar su puesto
en el cautiverio si caía prisionero, respetar y hacer respetar su honra.

Las obligaciones materiales eran:

1ro.) el servicio militar, con un numero de hombres y una duración variables; según la
importancia del feudo.

2do.) La fianza u obligación de ayudar al señor a administrar justicia y prestar su brazo para
hacer cumplir la sentencia pronunciada.

3ro.) los subsidios, que el vasallo debía principalmente cuando el señor tenía que pagar
rescate para salir de cautiverio o casaba su hija.

A estas obligaciones se añadían otras particulares, como la de servirse del molino, de la


prensa y del horno del señor, mediante el pago de una cantidad determinada; darle parte de
los frutos o prestarle un número dado de jornales.

CAMBIOS EN LA SOCIEDAD FEUDAL

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Hacia mediados del siglo XI, en Europa Occidental comenzó un proceso de crecimiento y
expansión de la economía feudal, y consecuentemente un conjuntos de transformaciones
sociales. Esta etapa se la conoce como la Baja Edad Media, y se caracteriza por el
movimiento. Día a día mas personas debían viajar para comerciar, peregrinar o estudiar. Por
las rutas de Europa transitaban caballeros, estudiantes, vagabundos, comerciantes, clérigos.
Esta expansión fue debido a un crecimiento demográfico de alrededor de un 30%.Esto hizo
que " haya mas bocas para alimentar, mas cuerpos para vestir, mas familias para alojar y
más almas para salvar".

Los campesinos fueron los primeros en tratar de sembrar más cantidad, utilizando nuevas
técnicas y elementos agrícolas. Además buscaron nuevas tierras, que por ser menos fértiles
eran dejadas de lado. A su vez al retirarse a otras tierras desoladas y sin dueños conseguían
cierta libertad, que no tenían en los señoríos (zona de tierras privadas que poseían todos los
elementos y personas necesarios para su abastecimiento).

Esta expansión hizo que se reactivara el comercio y que se poblasen ciudades ex-romanas
abandonadas y que se abran nuevas vías de comunicación. Las cruzadas también colaboraron
en este sentido. Aparecieron las primeras ferias, que eran diversos grupos de comerciantes
que se agrupaban en los puertos, ciudades, cruces de caminos y que se dedicaban al
intercambio de productos, y distintas transacciones comerciales. Aquí aparecen las letras de
cambio o simplemente los pagaré actuales. También se comenzaron a emitir monedas de oro
y de plata,

El crecimiento de la producción agrícola, el aumento de población, sobre todo la rural, hizo


que sea necesario centros de distribución de la producción artesanal de géneros, vestidos y
objetos de labranzas que los artesanos de los señoríos no ofrecían. Es decir se establecía una
relación entre la ciudad y el campo.

El campo proveía materia prima y alimentos Y la ciudad ofrecía al campo su producción


artesanal. A esta nuevas ciudades se las llamo burgos y consecuentemente a sus habitantes
burgueses, y eran casi todos comerciantes y artesanos. En estas ciudades los artesanos se
agruparon en gremios, y tenían como finalidad el control de la calidad de los productos
elaborados, como ser el tipo de material utilizado y las técnicas de elaboración. Los
comerciantes se reunieron en guildas y ellos verificaban los precios de los productos y
evitaban la competencia. Los maestros artesanos eran los dueños de los talleres,
herramientas y materia prima con que se elaboraban los productos. Los oficiales trabajaban
en relación de dependencia a cambio de un salario, en estos talleres y podían llegar a ser

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maestros si conseguía juntar el dinero adecuado. También estaban los aprendices, que vivían
con los maestros y se le suministraba comida, techo y vestido a cambio de su trabajo.

Hasta el siglo XI la educación estaba a cargo de la Iglesia y se enseñaba Teología, pero los
burgueses comenzaron a reclamar estudios mas prácticos como medicina y leyes Así
surgieron las primeras Universidades donde acudían alumnos de diversos países. Esta
diversificación de culturas, generó un intercambio de ideas, lográndose una visión del mundo
mucho más abierta y práctica, muy en oposición a la difundida por la autoridad de la Iglesia.

Se comenzó a tratar de interpretar la naturaleza y sus secretos a través de la razón, la


observación y la experiencia, ya no era necesario invocar en todo lo desconocido al " poder de
Dios".

Decadencia de la sociedad feudal

Alrededor del 1300, comenzaron a manifestarse signo de agotamiento. La expansión de la


producción y el comercio se hizo cada vez mas lenta y finalmente se detuvo, la sociedad
feudal había llegado a su límite. Esto significaba que la agricultura, el comercio, las artesanía,
el conocimiento y la cultura, no producían nuevos resultados.

Este estancamiento se debió a que la tierras se fueron desgastando debido a su continua


producción, además se sumo un desmejoramiento general en el clima en los primeros años
del siglo XIV, esto originando grandes pérdidas en las cosechas. Al no existir una gran
producción y gran demanda, hubo un alza en los precios que provocó carestía de alimentos Y
consecuentemente el hambre se hizo sentir en gran parte de Europa. Debido a las malas
condiciones higiénicas, que sumada a una mala alimentación, una enfermedad trasmitida por
la pulga de la ratas roedores, fomento a partir de 1357, la expansión de la "peste negra" o
"muerte negra" que azotó a toda Europa, llevose la tercera parte de su población, en pocos
años. Esta peste produjo la desorganización de los señoríos, es decir, los campesinos se
fugaban de sus puestos, tratando se escapar de la peste. Se fueron reuniendo en ciudades o
en el bosque, que juntos comenzaron a asaltar en los caminos, ya que no trabajaban.

Esta situación planteo un problema entre los señores, ya que no disponían de sus siervos para
su subsistencia, y se vieron obligados a reconocer que su vida dependía de la mano de obra
de otros en sus tierras, por lo tanto debieron comprar nueva mano de obra, contratando
trabajadores a cambio de un salario. También debieron arrendar sus tierra a un precio cada
vez más bajo. Esta transformación fue el primer gran debilitamiento de la sociedad feudal. El
hambre continuaba de todas maneras, las cosechas no alcanzaban para satisfacer

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mínimamente a la población, los campesinos comenzaron a rebelarse generando graves
conflictos sociales durante los dos siglos siguientes. Los campesinos reunidos en grupos de
hasta 6000 personas armados con sus instrumentos de trabajo diario y con un gran odio
interior atacaban los castillos de los señores y destrozaban todo lo que se le cruzase por
delante, hasta colgar la familia completa. Las importantes y famosas revueltas de campesinos
en la Baja Edad Media fueron las de Inglaterra (1381) y Francia (1354).

Los castillos
Los castillos se empezaron a construir en el siglo X. Se construyeron para impresionar, era la
casa de un poderoso señor de la guerra y desde él se gobernaba la tierra circundante. Los
primeros castillos sustituyeron a fuertes de madera y evolucionaron haciéndose más sólidos a
medida que cambiaban los métodos de guerra.

Para su construcción era necesario el Permiso para Almenar. Este era un permiso de
concesión real y se llamaba así porque las almenas hacían del castillo un edificio diferente.
Los castillos adulterados (casas fortificadas ilegalmente) podían ser tomados por el rey. Era
un documento oficial cuando llevaba el sello del rey fijado (con una cinta al pergamino).

Los señores feudales vivían en estos castillos fortificados, que se levantaban a orillas de los
ríos o en las cumbres de las colinas, y dominaban todos los caminos importantes.

Estaban admirablemente dispuestos para la defensa; en ellos se acumulaba cuanto era


necesario para la vida y la tierra. Para entrar en el castillo era preciso primero atravesar el
foso que lo rodeaba, por un puente movible y luego debía pasarse bajo la reja que protegía la
puerta y que levantaban en tiempos de paz.

Esta puerta se hallaba encajonada entre dos torres. A veces había murallas que encerraban
en el castillo campos cultivados; de modo que los señores tenían allí, y al mismo tiempo, su
palacio y su campamento, todo un dominio provisto de las cosas más necesarias. Inmensos
subterráneos servían de almacenes, prisión y asilo, según las circunstancias.

El auge de los caballeros

En tiempos de Carlomagno, los guerreros a caballo se habían convertido en la élite de las


unidades militares francas y esta novedad se extendió por Europa. Luchar desde un caballo
reportaba mayor gloria en la batalla porque los jinetes podían moverse velozmente y pisotear
al enemigo de menor rango que luchaba a pie. Cuando las caballerías de dos ejércitos se
enfrentaban entre sí, la velocidad de la carga y el violento choque que se producía resultaban

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estimulantes. La caballería gozaba de mayor prestigio por el alto coste de los caballos, las
armas y las armaduras. Sólo los individuos adinerados o los siervos de los ricos podían
permitirse luchar como jinetes.

Los reyes de la Edad Oscura tenían poco dinero para poder pagar grandes contingentes de
costosa caballería. Los guerreros eran hechos vasallos a cambio de feudos de tierra. El
beneficio obtenido de esas tierras debía usarse para pagar caballos y equipamiento. En la
mayoría de los casos, los vasallos mantenían también a grupos de soldados profesionales. En
un tiempo en que la autoridad central era débil y las comunicaciones pobres, los vasallos,
ayudados por sus siervos, eran los responsables de la ley y el orden dentro de su feudo. A
cambio de este feudo, los vasallos accedían a proporcionar apoyo militar a su señor. De esta
manera, los nobles y los reyes podían disponer de un ejército cuando lo deseaban. Los
vasallos a caballo eran la élite de estos ejércitos.

Al avanzar la Edad Media, esta élite de guerreros a caballo de Europa Occidental empezó a ser
conocida como caballeros. Se desarrolló un código de conducta, llamado de caballería, que
detallaba cómo debían comportarse. Estaban obsesionados con el honor, tanto en tiempos de
paz como de guerra, aunque por lo general esto se limitase al trato con sus iguales, no con
los plebeyos y campesinos que constituían la mayor parte de la población. Los caballeros se
convirtieron en la clase dominante al controlar la tierra, de la que se derivaba toda la riqueza.
Al principio, los aristócratas eran nobles debido a su prestigio de guerreros superiores en un
mundo de violencia. Más tarde, su situación y prestigio se convirtieron principalmente en
hereditarios, en detrimento de su importancia como guerreros.

La caballería

El término "caballería" empezó a utilizarse refiriéndose a la equitación. Los guerreros de élite


de la Edad Media se distinguían del campesinado y el clero, así como entre ellos, por su
habilidad para montar y su valor como guerreros. El símbolo de alto nivel de la época era
poseer caballos rápidos y fuertes, armas atractivas y eficaces, y una armadura bien
confeccionada.

Hacia el siglo XII, la caballería se había convertido en una forma de vida. Las reglas básicas
del código de caballería eran las siguientes:

• La protección a las mujeres y a los débiles.


• El triunfo de la justicia frente a la injusticia y el mal.
• El amor a la tierra natal.

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• La defensa de la Iglesia, incluso a riesgo de perder la vida.

En la práctica, los caballeros y aristócratas ignoraban este código cuando les convenía. Las
disputas entre nobles y los enfrentamientos por la tierra tenían preferencia ante cualquier
otro código. La costumbre de las tribus germánicas que establecía que las tierras debían
repartirse entre los hijos de un señor, en vez de pasar en su totalidad al primogénito, a
menudo daba lugar a guerras entre hermanos por el botín. Un ejemplo de esto fue el conflicto
entre los nietos de Carlomagno. La Edad Media está plagada de este tipo de guerras civiles,
en las cuales los que más perdían solían ser los campesinos.

A finales de la Edad Media, los reyes crearon las órdenes de caballería. Eran organizaciones
exclusivas para caballeros de alto rango que juraban obediencia mutua y a su rey. Ser
miembro de una orden de caballería era extremadamente prestigioso y distinguía a un
hombre como uno de los más importantes del reino. En 1347, durante la Guerra de los Cien
Años, Eduardo III de Inglaterra fundó la Orden de Garter, que ha perdurado hasta nuestros
días. Esta orden estaba formada por los 25 caballeros de mayor rango de Inglaterra, y se
fundó para asegurar su lealtad al rey y su dedicación a lograr la victoria durante la guerra.

La Orden del Vellocino de Oro fue creada por Felipe el Bueno de Borgoña en 1430 y se
convirtió en la más rica y poderosa de toda Europa. Luis XI de Francia creó la Orden de San
Miguel para controlar a sus principales nobles. Las Órdenes de Calatrava, Santiago y
Alcántara se crearon para expulsar a los moros de España. Fueron unificadas bajo el reinado
de Fernando de Aragón, cuyo matrimonio con Isabel de Castilla sentó las bases de un solo
reino español. Se convertiría en gran maestre de las tres órdenes, que mantendrían sin
embargo su independencia.

La ordenación de los caballeros

A la edad de siete u ocho años, los niños de la clase noble eran enviados para servir de pajes
en la casa de un gran señor. Las mujeres les enseñaban los conocimientos sociales básicos, y
empezaban un entrenamiento elemental del uso de las armas y la equitación. Alrededor de
los 14 años, los jóvenes se convertían en escuderos, es decir en aprendices de caballero.
Cada escudero se asignaba a un caballero, que debía continuar la educación del joven. Los
escuderos eran compañeros habituales y sirvientes de los caballeros. Los deberes de los
escuderos incluían limpiar la armadura y las armas (propensas a oxidarse), ayudar al
caballero a vestirse y desvestirse, cuidar de sus pertenencias, e incluso dormir a su puerta
como guardián.

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En los torneos y batallas, los escuderos asistían al caballero en todas sus necesidades. Traían
armas y caballos de reemplazo, curaban sus heridas, retiraban a los heridos del campo de
batalla y, llegado el caso, se encargaban de que recibiera un entierro digno. En muchas
ocasiones, los escuderos iban a la guerra con el caballero y luchaban a su lado. Los guerreros
evitaban combatir contra los escuderos del bando enemigo y preferían buscar un caballero de
su rango, o superior. Los escuderos, por su parte, deseaban enfrentarse a caballeros para
obtener prestigio matando o capturando a un enemigo noble.

Además del entrenamiento marcial, los escuderos se fortalecían mediante juegos, aprendían a
leer y, generalmente, también a escribir, y estudiaban música, baile y canto.

A la edad de 21 años, un escudero podía ser designado caballero. Los candidatos que lo
merecían, recibían ese honor de manos de un señor o de otro caballero de alto rango. En un
principio, la ceremonia de ordenación era simple; consistía normalmente en ser tocado con
una espada en el hombro y después ceñirse el cinto de un espada. Posteriormente la
ceremonia se complicó, sumándose al rito la Iglesia. Los candidatos se bañaban, se cortaban
el pelo y pasaban la noche en vela, orando. Por la mañana recibían su espada y las espuelas
de caballero.

Normalmente sólo podían llegar a ser caballeros aquellos que poseían tierras o ingresos
suficientes para hacer frente a las responsabilidades de su rango. Sin embargo, los señores y
obispos importantes podían mantener un contingente de tropas numeroso, y muchos fueron
elegidos por estas circunstancias. Los escuderos que se distinguían en la batalla durante la
guerra podían ganarse el reconocimiento de un gran señor y ser ordenados caballero en el
mismo campo de batalla

Los torneos

Los torneos, batallas preparadas entre caballeros, surgieron en el siglo X y contaron desde su
comienzo con la condena del Papa, en el segundo Concilio de Letrán, bajo el papa Inocencio
II, y los reyes de Europa, que no aprobaban las heridas y las muertes producidas entre sus
caballeros por lo que ellos consideraban una actividad frívola. Sin embargo los torneos se
extendieron, convirtiéndose en parte importante de la vida de un caballero.

Los torneos empezaron a realizarse como encuentros individuales entre caballeros, y fueron
complicándose con el paso del tiempo. Se convirtieron en acontecimientos sociales
importantes, que atraían a patrocinadores y participantes desde lugares lejanos. Se
construyeron recintos especialmente destinados a los torneos, con pabellones para los

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combatientes y gradas para los espectadores. Los caballeros seguían batiéndose
individualmente, pero ahora lo hacían también en equipos. Se retaban utilizando diversas
armas y llevaban a cabo simulacros de batalla con cuadrillas. Las justas o lizas, un
enfrentamiento de dos caballeros con lanza, se convirtieron en el acontecimiento más
celebrado. Los caballeros competían como los atletas de nuestros tiempos para obtener
premios, prestigio y la mirada de las damas que llenaban las gradas.

En el siglo XIII, murieron tantos hombres durante los torneos que los gobernantes de Europa,
incluyendo el Papa, comenzaron a alarmarse. En 1240, por ejemplo, murieron sesenta
caballeros en un torneo realizado en Colonia. El Papa quería disponer del mayor número
posible de caballeros para luchar en Tierra Santa, y no aprobaba que se mataran entre sí en
los torneos. Se despuntaron las armas y se dictaron reglas encaminadas a reducir la
incidencia de lesiones relevantes, pero seguían produciéndose heridas graves y fatales.
Enrique II de Francia, por ejemplo, fue herido de muerte en una justa que se llevó a cabo
para celebrar la boda de su hija.

Los retos normalmente se planteaban de forma amistosa, pero si existían rencores entre
combatientes, estos podían resolverse en un combate a muerte. Los perdedores eran
capturados y debían pagar un rescate en caballos, armas y armaduras, a los vencedores para
su liberación. Los heraldos llevaban un control de los resultados del torneo, como los
marcadores actuales en el béisbol. Un caballero de bajo rango podía amasar una fortuna
gracias a los premios obtenidos y atraer a alguna dama adinerada.

LAS CRUZADAS:

La expansión del Islam provocó numerosos conflictos en el Occidente cristiano. La principal


disputa surgió porque los árabes habían ocupado los Santos Lugares, en Palestina, el lugar
origen de la religión cristiana. A la guerra santa, que sirvió de argumento a los árabes para
sus conquistas, el occidente le opuso el deseo de recuperar sus terrenos sagrados. El Papa y
algunos nobles organizaron expediciones militares llamada cruzada. Y, por la cruz que era el
distintivo de los soldados. Desde 1099 se realizaron 8 cruzadas. La competencia entre los
señores feudales, las órdenes religiosas y las ricas ciudades italianas que financiaron gran
parte de las campañas contribuyeron al definitivo fracaso militar en el año 1291, y Palestina
quedó en poder de los musulmanes.

Además de interés religioso, debe tenerse en cuenta el sentido económico de estas cruzadas,
ya que el dominio de Mediterráneo por parte de los musulmanes dificultaba el comercio entre
Oriente y Occidente. Las campañas de las cruzadas permitieron recuperar parte de esas rutas

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comerciales. Desde el punto de vista social estas campanas sirvieron para que muchos
caballeros deseosos de acumular u obtener riquezas, tomaran parte de ellas. Estas
expediciones debilitaron un poco el feudalismo, porque muchos nobles debieron vender
grandes territorios para subvencionar parte de las mismas.

Las Cruzadas Se designan con este nombre las expediciones que, bajo el patrocinio de la
Iglesia emprendieron los cristianos contra el Islam con el fin de rescatar el Santo Sepulcro y
para defender luego el reino cristiano de Jerusalén. La palabra "Cruzada" fue la "guerra a los
infieles o herejes, hecha con asentimiento o en defensa de la Iglesia". Aunque durante la
Edad Media las guerras de esta naturaleza fueron frecuentes y numerosas, sólo han
conservado la denominación de "Cruzada" las que se emprendieron desde 1095 a 1270.
Según Molinier, las Cruzadas fueron ocho.

Cuatro a Palestina, dos a Egipto, una a Constantinopla y otra a África del Norte. Las causas de
las Cruzadas deben buscarse, no sólo en el fervor religioso de la época, sino también en la
hostilidad creciente del Islamismo, en el deseo de los pontífices de extender la supremacía de
la Iglesia católica sobre los dominios del Imperio Bizantino, en las vejaciones que sufrían los
peregrinos que iban a Tierra Santa para visitar los Santos Lugares, y en el espíritu aventurero
de la sociedad feudal. Cuando los turcos selúcidas se establecieron en Asia Menor (1055)
destruyendo el Imperio Árabe de Bagdad, el acceso al Santo Sepulcro se hizo totalmente
imposible para los peregrinos cristianos.

Un gran clamor se levantó por toda Europa, y tanto los grandes señores como los siervos
acudieron al llamamiento del papa Urbano II. Los caballeros aspiraban a combatir para salvar
su alma y ganar algún principado, los menestrales soñaban hacer fortuna en el Oriente, país
de las riquezas, los siervos deseaban adquirir tierras y libertad. En el concilio de Clermont,
ciudad situada en el centro de Francia, el papa Urbano II predicó la Primera Cruzada,
prometiendo el perdón de los pecados y la eterna bienaventuranza a todos cuantos
participasen en la campaña. "Vosotros, los que habéis cometido fratricidio -decía el Santo
Padre-, vosotros, los que habéis tomado las armas contra vuestros propios padres, vosotros,
los que habéis matado por paga y habéis robado la propiedad ajena, vosotros, los que habéis
arruinado viudas y huérfanos, buscad ahora la salvación en Jerusalén.

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Si es que queréis a vuestras propias almas, libraos de la culpa de vuestros pecados, que así lo
quiere Dios..." "¡Dios lo quiere! ¡Dios lo quiere!" -gritaron a una voz millares de hombres de
todas las clases sociales, reuniéndose en torno del Papa, para recibir cruces de paño rojo que
luego fijaban en su hombro izquierdo como señal de que tomaban parte en la campaña.

Pedro el Ermitaño recorrió los burgos y campos de Italia y Francia predicando la Cruzada a los
humildes. Era un hombre de pequeña talla, de faz enjuta, larga barba y ojos negros llenos de
pasión; su sencilla túnica de lana y las sandalias le daban un aspecto de auténtico asceta. Las
multitudes le veneraban como si fuera un santo y se consideraban felices si podían besar o
tocar sus vestidos. Reunió una abigarrada muchedumbre de 100.000 personas, entre
hombres, mujeres y niños.

La mayoría carecía de armas, otros se habían llevado las herramientas, enseres de la casa y
ganados, como si se tratara de un corto viaje. Atravesaron Alemania, Hungría y los Balcanes,
creyendo siempre que la ciudad próxima sería ya Jerusalén. Llegaron a Constantinopla, donde
el emperador griego Alejo les facilitó buques para el paso del Bósforo.

En Nicea fueron destrozados por los turcos selúcidas. Pedro el Ermitaño y un reducido número
de supervivientes regresaron a Constantinopla, donde esperaron la llegada de los caballeros
cruzados.

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LA TOMA DE JERUSALÉN

A estas masas indisciplinadas sucedió después la marcha de los ejércitos. Calculaban los
historiadores que se movilizaron 100.000 caballeros y 600.000 infantes. Emprendieron la
marcha formando cuatro grupos o ejércitos, constituidos por los nobles de Europa entera,
acompañados de sus vasallos. Entre ellos descollaban el normando Bohemundo y su primo
Tancredo, el guerrero más brillante de aquella expedición; el conde Raimundo de Tolosa, los
condes de Flandes, Blois y Valois; el duque de Normandía y Godofredo de Bouillón, a quien
acompañaban sus hermanos Eustaquio de Bolonia y el intrépido conde Balduino. Al frente iba
el legado del Papa, Ademar de Monteril, obispo de Puy, que ostentaba la dirección espiritual
de la Cruzada.

Los cruzados se dieron cita frente a los muros de Constantinopla. Alejo I era en aquella época
el emperador de Bizancio y temeroso de aquellas bandas de "bárbaros" los transportó a la
ribera asiática, comprometiéndose a facilitarles provisiones a cambio del juramento de
fidelidad, es decir, que les investiría de las tierras que ganasen a los turcos. Éstos se hallaban
muy divididos, por lo que Nicea pronto sucumbió a los ataques de los cristianos.
Seguidamente conquistaron Dorylea y Antioquía, siendo luego sitiados en esta localidad por
200.000 turcos al mando de Kerboga, general del califa de Bagdad. La ruina del ejército
cruzado parecía inminente; Godofredo, impelido por el hambre, había sacrificado sus últimos
caballos. El descubrimiento de la Santa Lanza en la ciudad dio ánimos a los sitiados; las
huestes cristianas salieron al encuentro de Kerboga llevando al frente la lanza con la que
había sido herido el costado de Cristo y deshicieron aquel poderoso ejército.

Tras estas luchas sobrevino una epidemia que redujo el ejército cruzado a sólo 50.000
hombres. Avanzaron hacia Siria, continuaron por el Líbano y penetraron en Palestina. Al llegar
a las proximidades de Jerusalén, los cruzados se arrodillaron para besar la tierra mientras
exclamaban: "¡Jerusalén, Jerusalén!... ¡Dios lo quiere, Dios lo quiere!..." Los cruzados sitiaron
la ciudad, construyendo grandes torres con ruedas para acercarse a las murallas; a pesar de
la falta de agua prosiguieron las operaciones con entusiasmo; después de celebrar una
solemne procesión alrededor de la ciudad y por el monte de los Olivos, comenzó el asalto
dirigido por Tancredo y Godofredo de Bouillón, el día 15 de julio de 1099. La matanza de
musulmanes fue horrible y duró una semana entera.

Los Santos Lugares habían sido rescatados y se constituyó un Estado cristiano. La corona fue
ofrecida a Godofredo de Bouillón (1058-1100) quien adoptó solamente el título de "barón del
Santo Sepulcro", puesto que no era propio llevar corona de oro en el lugar donde Cristo fue
coronado de espinas. La caída de Jerusalén causó una alegría grande en Occidente por

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considerar el hecho como la victoria definitiva sobre el Islam. Desde entonces, el reino de
Jerusalén fue el amparador de los peregrinos cristianos y las Cruzadas posteriores fueron
suscitadas para defenderlo de los ataques turcos. Eran feudatarios del reino de Jerusalén los
condados de Edesa y Trípoli, así como el principado de Antioquía. Para el mantenimiento de
este reino era preciso dominar las ciudades de la costa mediterránea y los puertos de Siria.
Las ciudades marítimas del Mediterráneo; Pisa, Génova, Marsella, Barcelona y Venecia,
facilitaron naves y mantuvieron un activo comercio gracias a las facilidades que recibieron por
parte de los cristianos de Tierra Santa, quienes concedieron acuartelamientos, almacenes en
los puertos, privilegios aduaneros y exenciones de impuestos.

De este modo, en las sucesivas Cruzadas, el interés comercial pesó tanto como el religioso.
Cuando en 1144 Edesa cayó en poder de los turcos y el sultán Nuredín amenazó el reino de
Jerusalén, una nueva oleada de emoción cundió por Europa. San Bernardo predicó la Segunda
Cruzada que fue dirigida por Conrado III, emperador de Alemania, y Luis VII rey de Francia.
El Ejército se componía de unos 150.000 hombres, pese a lo cual los resultados que
obtuvieron fueron mezquinos. Conrado III estuvo a punto de perecer con sus tropas en Asia
Menor, llegaron a Palestina diezmados y el emperador, enfermo, tuvo que regresar a
Constantinopla. Los franceses fracasaron en su intento de atacar Damasco y se disolvieron.

LAS ÓRDENES MILITARES.

La custodia y defensa de los territorios conquistados en Tierra Santa fueron confinados a


milicias especiales de carácter mitad religioso mitad militar, que recibieron el nombre de
Ordenes Militares. Todos sus componentes estaban sujetos al triple voto de obediencia,
castidad y pobreza. Al frente de la Orden se hallaba un Gran Maestre que residía en Tierra
Santa. Los fieles o miembros se dividían en tres grupos: caballeros, religiosos y hermanos.

Los primeros tenían por misión acompañar y proteger a los peregrinos que visitaban los
Santos Lugares, y luchar contra los infieles. El servicio divino de los castillos estaba
encomendado a los religiosos. Los hermanos atendían los quehaceres domésticos, cuidaban
de los pobres y de los enfermos.

De todas las órdenes militares, la más famosa fue la de los Templarios, creada en 1118 por
Hugo de Payens y nueve caballeros borgoñeses, con la misión de proteger a los peregrinos y
limpiar los caminos de salteadores infieles. Su Gran Maestre residía en el mismo lugar donde
se había levantado el templo de Salomón, de aquí el nombre de "templarios". La mayor parte
de ellos eran franceses y vestían un manto blanco con una cruz roja colocada sobre la
armadura. Su bandera era blanca y negra. Gracias a las herencias y donativos los caballeros

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templarios llegaron a reunir gran número de castillos y territorios en Europa y Oriente, pero
esta prosperidad suscitó envidias y dio pie a toda clase de calumnias.

Felipe IV de Francia les acusó ante el papa Bonifacio VIII de herejía, impiedad, prácticas
idolátricas, etc., hasta conseguir el encarcelamiento de sus miembros, que fueron juzgados
por tribunales de la Inquisición. Las acusaciones se apoyaron en declaraciones obtenidas por
el tormento, la amenaza de la hoguera o la promesa del perdón, por lo que acabaron
confesando todo cuanto sus jueces quisieron.

El Papa suprimió la Orden, cuyos bienes fueron cedidos a otras órdenes o al poder civil, sobre
todo en provecho del rey de Francia. La tragedia de los Templarios fue debida a la falta de
escrúpulos de Felipe el Hermoso, quien de esta forma vio saldada a su favor la suma de
quinientas mil libras que adeudaba a los caballeros del Temple. En los reinos cristianos de
España que, a la sazón, se hallaba empeñada en la Cruzada contra los musulmanes, también
surgieron instituciones parecidas: las Órdenes de Santiago, Calatrava y Alcántara.

La Orden de los Caballeros de San Juan de Jerusalén, o Caballeros Hospitalarios, fue creada
por varios nobles franceses para atender a los peregrinos enfermos y necesitados que
visitaban el Santo sepulcro. Al poco tiempo se convirtió en una orden militar. Sus miembros
vestían una capa roja con una cruz blanca y también tomaban los votos benedictinos. Los
Hospitalarios se impusieron normas muy rígidas y no permitían la riqueza ni la indolencia
entre sus miembros. Tras la caída de su gran castillo, el Krak de los Caballeros, fueron
expulsados de Tierra Santa y se retiraron a la isla de Rodas, defendiéndola durante varios
años. Tras su expulsión de Rodas por parte de los turcos, se establecieron en Malta.

La tercera gran orden militar era la de los Caballeros de la Orden Teutónica, fundada en 1190
para proteger a los peregrinos alemanes que viajaban a Tierra Santa. Antes del final de las
Cruzadas, habían centrado sus esfuerzos en convertir a los paganos de Prusia y los estados
bálticos.

La heráldica

Para poder distinguir a los caballeros en el campo de batalla, se creó un sistema de insignias
o blasones llamado heráldica. Se diseñaba un blasón para que cada noble lo estampara en su
escudo, abrigo, banderas y sello. El vestido o capa decorado con la insignia de un caballero
recibió el nombre de abrigo de armas, y este término pasó a denominar a la insignia en sí.
Una organización independiente llamada Colegio de Heraldos diseñaba las insignias

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individuales, asegurándose de que cada una de ellas fuese única en su especie. Los heraldos
grababan las insignias en libros especiales que quedaban bajo su cuidado.

Los abrigos de armas se pasaban de generación en generación, modificándose con los enlaces
matrimoniales. Algunos diseños se reservaban para la realeza de distintos países. A finales de
la Edad Media, las ciudades, los gremios y los ciudadanos importantes, aunque no
pertenecieran a la nobleza, tenían sus propias insignias.

En el campo de batalla los combatientes utilizaban los abrigos de armas para distinguir a los
amigos de los enemigos y para elegir a contrincantes valiosos en una refriega. Los heraldos
realizaban listas de los caballeros que iban a entrar en batalla basándose en sus blasones. Los
heraldos eran considerados neutrales y actuaban como intermediarios entre dos ejércitos. De
ese modo, podían pasar mensajes entre los defensores de un castillo o de una ciudad y sus
sitiadores.

SALADINO

A partir del año 1174 nuevas amenazas se cernieron sobre los cristianos de Tierra Santa, ya
que Saladino (1137- 1193) un musulmán con talento y audacia reorganizó el ejército y
conquistó Egipto, Siria y Jerusalén.

El rey de esta última ciudad, Guy de Lusignan, fue hecho prisionero por los musulmanes tras
la batalla de Tiberíades. Saladino en persona arrancó la Cruz del Templo, mandó fundir las
campanas y destruir las iglesias cristianas y purificar las mezquitas. La Iglesia entonces
predicó con fervor la Tercera Cruzada, acudiendo al llamamiento tres soberanos famosos en la
Historia: Federico I Barbarroja, emperador alemán; Felipe II, de Francia, y el rey inglés,
Ricardo Corazón de León. Todos ellos eran monarcas valientes, poderosos y aguerridos; sin
embargo, cometieron el error de no aunar sus fuerzas y presentar combates por separado.

Barbarroja murió al vadear el río Salef; Felipe II y Ricardo Corazón de León, lucharon entre sí
con gran escándalo de la Cristiandad. El rey inglés, que era muy altivo, al ver un día la
bandera del Duque de Austria, Leopoldo, izada en un torreón de San Juan de Acre, la arrancó
echándola luego al foso de la fortaleza.

El duque reclamó satisfacciones y su mensajero fue despedido por el rey con un fuerte
puntapié. Si bien Ricardo conquistó Chipre y derrotó a Saladino en Arsuf, no pudo recuperar
Jerusalén, teniéndose que conformar con la estipulación de un tratado que permitía a los
cristianos visitar el Santo Sepulcro, siempre que fueran desarmados y en pequeños grupos.

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Ricardo Corazón de León emprendió el regreso a Inglaterra disfrazado de peregrino, con sayal
y largas barbas.

Cuenta la leyenda que al atravesar el territorio del duque de Austria fue descubierto y
reducido a prisión en venganza del ultraje inferido a la bandera de Leopoldo, en los muros de
San Juan de Acre. Blondel, trovador de Arras, cumpliendo el juramento que había hecho de
encontrar a su señor, recorría los castillos de Europa cantando una canción conocida por el
rey Ricardo. En una ocasión su canto fue coreado tras la ventana de un muro, descubriendo
así el paradero de Ricardo Corazón de León, que poco después era rescatado por sus vasallos.

La Cuarta Cruzada estuvo llena de intrigas, intereses políticos y mercantiles, escapando su


dirección de manos del Papa, que tuvo que excomulgar a los venecianos por haber desviado
la finalidad religiosa de la empresa. Éstos pusieron su Marina a disposición de los cruzados, a
condición de que ganaran Constantinopla y estableciesen allí un imperio latino, como así
sucedió.

ULTIMAS CRUZADAS.

La quinta, iniciada por el papa Inocencio III y continuada por Honorio III, fue secundada por
Juan de Brienne, rey de Jerusalén en el exilio, el duque Leopoldo VI, de Austria, y el rey de
Hungría, Andrés II. El único resultado práctico fue la conquista de Damieta, después de un
asedio memorable, sin que ello tuviese consecuencias para la Cristiandad. La importancia de
las Cruzadas va disminuyendo a medida que nos acercamos a las últimas. La sexta fue
dirigida por Federico II, de Alemania, a pesar de la oposición del papa Gregorio IX, que no
quería ver convertido en caudillo de los cruzados a un rey como Federico que se hallaba
excomulgado. Llegadas las fuerzas alemanas a Tierra Santa, su emperador siguió una política
complicada y realista, usando más de la diplomacia que de las armas, concertando en 1229
una tregua de diez años con el sultán de el Cairo, Malek-el-Kumel, durante la cual los
cruzados conservarían Jerusalén, Nazaret, Belén y otras localidades estratégicas. Jerusalén se
declaraba ciudad santa para los cristianos, aunque se permitió la continuación del culto
musulmán en las mezquitas.

La Séptima Cruzada fue propuesta en el Concilio de Lyon (1245) por el papa Inocencio IV,
con el fin de recobrar la ciudad de Jerusalén, que había sido conquistada por los turcos. El
llamamiento del pontífice tuvo un eco muy débil en Europa. Sólo fue escuchado por Luis IX,
rey de Francia, quien movilizó un gran ejército y marchó hacia Damieta que fue tomada.
Después de algunos fracasos y epidemias que descorazonaron a los cruzados, Luis IX cayó
prisionero y pudo recobrar su libertad mediante el pago de un millón de escudos y la

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evacuación de Damieta. El fracaso había sido completo. Una vez en Francia, el rey francés
organizó la Octava Cruzada, esta vez dirigida contra Túnez.

A los pocos días de desembarcar, San Luis fue atacado por la peste y murió ante los muros de
la ciudad. Las Cruzadas, consideradas desde el punto de vista militar, fueron un verdadero
fracaso toda vez que los Santos Lugares que se querían conquistar para la Cristiandad,
continuaron en poder de los musulmanes.

Sin embargo, las consecuencias indirectas de ellas fueron importantísimas en todos los
órdenes de la vida y contribuyeron a transformar la sociedad y el pensamiento europeos. En
el orden social y político ayudaron a la decadencia del Feudalismo; millares de señores
murieron en las expediciones y los que consiguieron regresar quedaron empobrecidos, en
incremento del poder real, que adquirió desde entonces una gran preponderancia sobre los
nobles.

En el orden religioso contribuyeron a atenuar al fanatismo propio de la época y a crear cierta


tolerancia, ya que los cruzados comprobaron que el infiel no era un hombre salvaje sino que
en muchos aspectos vivía mejor que los europeos.

En efecto, los orientales eran más civilizados en el orden científico y comercial que los
cristianos, y éstos llevaron a sus tierras muchos conocimientos que fueron altamente
beneficiosos: los damascos, telas brochadas, el terciopelo, los espejos, los vidrios artísticos, el
papel, el azúcar de caña, el alcohol, etc., que en Europa sólo se conocían a través de los
árabes españoles.

Las cruzadas dieron origen a distintas órdenes militares, una de ellas fue la Orden Teutónica,
que cuando terminaron su misión en Tierra Santa, el emperador Federico el Grande los
mandó a evangelizar Prusia y el Báltico, trabajo que se tomaron muy a pecho y fueron muy
rudos.

Transformaciones de los Siglos XV y XVI:

La necesidad de solucionar estos problemas, originaron muchos de los cambios ocurridos


entre los siglos XV y XVI Los factores que tendieron a mejorar la calidad de vida de la gente y
fundamentalmente a generar verdaderos cambios sociales, políticos y económico fueron:

a) La creciente expansión comercial de la burguesía

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b) El poder económico que la burguesía fue adquiriendo debido a su actividad comercial

c) La revuelta de los campesinos que se rebelaban contra una sociedad injusta y muy dura.

Del conflicto entre la nobleza, que no quería perder su privilegios feudales y de estás dos
clases sociales que deseaban cambiar esta sociedad, fue surgiendo el mundo moderno,
aunque modificar una estructura social tan rígida no fue una tarea fácil.

A lo largo del siglo XV surgieron las siguientes mejoras:

a) La Peste Negra desapareció casi totalmente.

b) Los productos rurales fueron una novedad comercial para la burguesía, que vieron una
nueva manera de seguir enriqueciéndose.

c) Se comenzó a resembrar tierras que habían sido abandonas, en las época de la peste.

d) Se recuperaron tierras no cultivables (zona de bosques)

e) Se crearon nuevas técnicas de sembrado.

f) Se inventaron nuevos elementos de labranzas.

g) Hubo un aumento de los productos agropecuarios.

h) Se realizaron inversiones en nuevas zonas campestres.

Debido a que era necesario lograr cada día mayor productividad, la economía rural no se
orientó sólo a la subsistencia familiar, sino que comenzó a organizarse hacia una forma
comercial .De todas maneras, la clase social más baja, los campesinos, seguían ganando
poco, y su vida era tan triste como siempre. En cambio la burguesía y los señores
continuaban generando ganancias. Estas transformaciones comenzaron en los campos
ingleses.

En las ciudades la mayor parte de la industria artesanal siguió controlada por los gremios, con
su rígida estructura de maestros, oficiales y aprendices. Los gremios fijaban la calidad y
precios de los productos elaborados.

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La ciudades se vieron incrementadas de mano de obra, debido a que algunos campesino sin
trabajo rural, emigraban a ellas para dedicarse a otra actividad.

A través del crecimiento económico, que las diversas actividades comerciales le produjo a la
burguesía, floreció y se afianzó una nueva clase social: a burguesía comercial. Esta nueva
clase, comenzó a inducir una expansión ultramarina, en busca de nuevos mercados,
gestándose así una época de grandes viajes terrestres y marinos, que en poco tiempo daría el
descubrimiento de un nuevo continente: América.

La tecnología

A finales de la Edad Media, la ciencia en Europa no sólo había alcanzado el nivel de la


antigüedad, sino que lo había sobrepasado. Los hombres de esta época se interesaban por
una tecnología práctica, no teórica. Buscaban formas distintas de hacer las cosas para facilitar
la vida y desarrollar los negocios. Se interesaban por el mundo natural e intentaban
entenderlo porque tenían cada vez más tiempo libre para dedicarse a su observación

Cuando los cristianos recuperaron las tierras de la Península Ibérica y Sicilia, adquirieron de
los musulmanes las bases de las matemáticas y las ciencias. Desde principios de la Edad
Media, los musulmanes habían estudiado activamente las ideas antiguas y nuevas
provenientes de Asia. Los musulmanes nos dejaron como herencia el sistema numérico
arábigo, utilizado hoy en día, y el concepto del cero, inventado en la India.

La investigación práctica empezó a retar a la lógica en una búsqueda para entender las leyes
de la naturaleza. Se reconoció el valor de la observación, la experimentación y la evidencia
empírica (contable) como bases y métodos de prueba de teorías. Esto dio lugar al método
científico que sería característico del Renacimiento y del que parte la investigación científica
moderna. Los griegos de la antigüedad ya habían sugerido el método científico, pero
finalmente éste había sido desechado y olvidado.

Algunos Datos Sobre la Edad Media:

Los monasterios representaban la forma superior de la vida religiosa. Vivían bajo estrictas
reglas. Se comía a ciertas horas, se oraba y se trabajaba, de acuerdo a normas muy claras.
Allí se estudiaba, se hacían traducciones de libros clásicos, se fabricaba cerveza y vinos,
comidas, y también se hacían remedios. Eran los centros culturales y espirituales por
excelencia de esa etapa. También a veces funcionaron como hospitales.

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En algunas ciudades se fundaron las más importantes Universidades, como la de París,
Oxford, Cambridge, Padua y Praga. Se estudiaba las siete artes liberales: gramática, retórica
y lógica (conocidas como trivium) y aritmética, geometría, astronomía y música, llamada
cuatrivium.

Científicamente predominaban las teorías de Aristóteles, como por ejemplo la Tierra era
inmóvil y rodeada por otros planetas y el Sol que giraban en unas esferas cristalinas y
transparentes, que producían música. También se suponía que los cuerpos más pesados caían
antes que los mas livianos. El vacío no existía.

La Tierra se compone de cuatro elementos fundamentales: fuego, aire, agua y tierra.

El hombre está hecho de esos cuatro mismos elementos que se corresponden con los cuatro
humores corporales: bilis amarilla (colérico), bilis negra (melancólico), sangre (alegre) y
flema (flemático). Si existe equilibrio entre los cuatro humores el hombre mantiene un
carácter armonioso. Muchas veces predomina un humor sobre otro, marcando una
personalidad.

Cuando llega la peste bubónica, la Iglesia encontró culpable a las mujeres, porque practicaba
brujerías, y hacían el amor con el diablo. Tomaban pociones mágicas y se transformaban en
animales. Ellas habían provocado al Señor. Eran consideradas herejes y por lo tanto debían
ser combatidas hasta la muerte. Lo mismo para los judíos que había matado a Cristo al
negarlo frente a Poncio Pilatos. Ellos son usureros, matan a niños, niegan a Cristo, y hablan
con Satanás. Muchos monjes se encargan de perseguirlos y aniquilarlos (especie de Adolf
Hitler). En un solo pueblo murieron más de 16.000 judíos.

La peste se mantuvo durante 3 años llevándose la tercera parte de la población europea.


Durante los siguientes 50 años fueron apareciendo brotes de la misma en distintas partes de
Europa. Fue el comienzo de la primera crisis de la sociedad feudal.

Estaban los flagelantes que caminaban en grupos orando y se auto castigaban pidiendo
perdón por sus pecados, pues pensaban que eran los culpables de la ira de Dios.

No había leyes escritas, y cada pueblo tenía sus leyes propias que eran memorizadas por
expertos locales. El robo era castigado muy duramente, hasta llegar a la pena de muerte.
Robar miel, un animal o elemento de trabajo, era muy grave. La muerte por asesinato era
más suave y a veces con solo pagar una multa eran absueltos. Matar a una mujer embaraza
era más duro que matar a una mujer menopáusica. Se trataba de cuidar la natalidad. Si

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alguien provocaba un aborto era muy castigado. Los hombres “costaban” más que las
mujeres.

Si se robaba un perro, o animal doméstico, el ladrón debía abrazarlo por atrás en público. Si
un esclavo robaba algo (lo que sea) era castrado. Había castigos como latigazos, torturas,
golpes. La violación de una mujer libre era castigado con la muerte. Algunas leyes permitían
al marido de una mujer adultera matarla pero sólo de “un golpe”. Algunas permitían
estrangularla o arrojarlas a la ciénaga.

A los que provocaban un incendio eran castigados con la muerte. Un bosque era muy
importante para la gente, ya que allí cazaban, pescaban, se defendían de los intrusos, se
escondían, tenían leña para el fuego, etc.

La Iglesia ofrecía asilo, y si un culpable entraba allí, no podía ser castigado.

Para evitar penas de muerte, era muy común las ordalías o juicios de Dios, donde se ataba
una persona a una silla y se la tiraba al río, si salí era porque Dios lo había perdonado. A
veces se los hacía caminar sobre brazas ardientes o filos de arados al rojo vivo, si las heridas
se le curaban, estaban perdonados.

Las casas eran de adobe, paja y piedras, de 2 ó 3 metros por 6, aproximadamente. El piso de
tierra y se dormía con algún animal adentro para protegerse del frío. Tenían una huerta al
lado para su subsistencia. Las comidas eran a base de verduras, como cebollas, ajos, nabos,
rábano, patatas. Se hacía una especie de sopa. Comían carne de cerdo o de animales que
cazaban. Como bebidas se usaba cerveza y vino. Eran muy calóricas y algunos monjes
llegaban a consumir entre 6000 y 8000 calorías diarias.

LA GUERRA DE LOS CIEN AÑOS

Se produjo a fines de la Edad Media, entre los años 1337 y 1453, exactamente, 116 años,
entre Francia e Inglaterra.

Los normandos que se habían establecido en Inglaterra, habían coronado a su descendencia


como monarcas ingleses, quienes poseían en Francia grandes extensiones de tierra.

Además Francia, pretendió adquirir bajo su dominio a la provincia de Flandes, por razones de
vasallaje.

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Eduardo, como venganza, acogió en su Corte a un pariente de Felipe, Roberto de Artois, que
se había rebelado contra su autoridad. Ante esta situación Felipe invadió y se apoderó de
Gascuña, propiedad francesa.

El ejército francés estaba integrado por nobles, el inglés por todas las categorías sociales. En
la batalla naval de Sluys y en Crécy y Poitiers, los franceses sufrieron la derrota. Solamente
París resistió a los años de miseria y opresión. Al extinguirse en Francia la dinastía de los
Capetos, nombraron sucesor, al rey Felipe de Valois.

El rey Eduardo III de Inglaterra, pretendía el trono de Francia, alegando ser descendiente de
los Capeto por línea materna, ya que su madre, Isabel, sería hermana de Luis, Felipe y
Carlos, hijos de Felipe el Hermoso, y se sintió traicionado con la asunción de Felipe de Valois,
quien asumió como Felipe VI. Los franceses habían alegado la imposibilidad de coronar a
Eduardo III, fundados en la ley Sálica, que impedía la sucesión real por vía femenina.

El rey Juan de Francia fue hecho prisionero junto a su Corte, y esto obligó a negociar el
Tratado de Brétigny-Calais, firmado en el año 1360, por el cual Eduardo III recuperaba todas
sus posesiones originales, con excepción de Normandía. Los ingleses obtuvieron a
perpetuidad Guines, Marck y Calais.

Unos años de paz sobrevinieron al Tratado de Calais, y al reanudarse el conflicto, Francia


recuperó algunos territorios, gracias a la acción de Bertrand du Guesclin.
La batalla de Agincourt significó una nueva derrota para Francia, y expuso a ese estado a la
posibilidad de contar con un rey inglés: Enrique V.

Destacada fue la actuación de Juana de Arco, otorgando a las fuerzas francesas gran valor
espiritual. Era una joven analfabeta, convencida de que una fuerza divina la impulsaría a
liberar a su país de los ingleses. Consiguió liberar a Orleáns en 1429, obteniendo luego
victorias en Troyes, Chálons y Reims, donde logró la coronación de Carlos VII.

Luego de varias derrotas fue capturada por el duque Felipe de Borgoña, en 1430, donde fue
acusada por hechicería ante los tribunales de la Inquisición y condenada a muerte en la
hoguera, en 1431.

En Francia, coexistían dos reyes: Carlos VII, que había sido coronado en Reims y Enrique VI,
impuesto por Inglaterra, y, particularmente, por Felipe de Borgoña. Por la Paz de Arrás,
firmada en 1435, un año más tarde Borgoña se reconcilió con Francia.

El triunfo definitivo de Francia se produjo en el año 1453, donde recuperaron todos sus
territorios, con excepción de la ciudad de Calais.

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Luego de esta guerra, Inglaterra se vió sacudida por una guerra civil, La Guerra de las Dos
Rosas, por las disputas que se originaron en torno a la sucesión al trono que dividieron al
Estado en dos fracciones. Finalmente la dinastía Tudor representada por Enrique VII asumió
al trono

Último gran conflicto medieval y precedente de las grandes guerras modernas, el


enfrentamiento bélico de Francia e Inglaterra durante 138 años tuvo enormes consecuencias
para la evolución histórica de todo el Occidente europeo. Además de innumerables efectos
negativos -dispendios económicos, destrucción de recursos, sangría demográfica, etc.-, la
Guerra de los Cien Años actuó también como dinamizador de procesos históricos de gran
trascendencia. Francia e Inglaterra se constituyeron como Estados modernos al calor del
conflicto. La primera alcanzó unas dimensiones y una cohesión interna que nunca había
tenido. La segunda perdió su vocación continental esencialmente medieval para iniciar una
evolución histórica más puramente británica e insular. En ambos casos, la monarquía
aprovechó las reformas y procesos experimentados para imponerse como fuerza política
hegemónica y autoritaria frente a una nobleza caballeresca humillada en los campos de
batalla, unas burguesías desangradas en las luchas por el poder y un campesinado arruinado
y agotado por los desastres de la guerra.

El resto de Occidente experimentó procesos similares. La brillante Borgoña, emergida durante


las luchas anglo-francesas, alcanzó un efímero cénit histórico para acabar dividida entre
Francia y el Imperio. Castilla, dirigida por una nueva dinastía fruto en buena medida del
enfrentamiento entre ingleses y franceses, se alzó como potencia peninsular hegemónica y
gran fuerza marítima en el Atlántico hasta finales del siglo XVI. La Corona de Aragón, lastrada
por la crisis de su motor catalán y por problemas internos, no pudo recuperar su potencial
político-económico de principios del siglo XIV, pero logró a duras penas proseguir su avance
en el Mediterráneo occidental. La pequeña Navarra sobrevivió a la Guerra de los Cien Años,
pero no lo haría ante las poderosas monarquías autoritarias del siglo XVI. Finalmente,
Portugal consolidó una personalidad política propia desde la entronización de la dinastía de
Avis en otro capitulo del gran conflicto anglo-francés.

El proceso de edificación estatal explica en buena medida el por qué del desenlace de la
Guerra de los Cien Años. "Para nosotros esta claro -afirma R.B. Strayer- que los reyes
ingleses jamás tuvieron los recursos necesarios para retener y gobernar zonas extensas de
Francia, pero ello no resultaba tan obvio para los contemporáneos. Durante un siglo y medio
la monarquía francesa se vio obligada a concentrar buena parte de su energía en la defensa
de tierras y derechos que ya había adquirido en 1300". Según este autor, "la complejidad del
sistema administrativo francés -especialmente perjudicial en una época de comunicaciones
lentas- se tradujo en la permanente impotencia del gobierno central para hacer un uso

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efectivo de sus recursos materiales y humanos. Inglaterra, con menos de 1/5 de la población,
y probablemente mucho menos de un cuarto de la riqueza de Francia, solía equipararse a esta
última en periodos de conflicto". Desde el momento en que el fortalecimiento del aparato
estatal permitió a los reyes franceses disponer de unas energías en gran medida
desperdiciadas, Inglaterra tuvo muy pocas oportunidades de lograr la victoria final en la
guerra.

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