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La globalización—es decir, la integración de las economías y las sociedades a

medida que caen las barreras para la circulación de ideas, personas, servicios
y capitales—a menudo se considera como una fuerza irreversible impuesta
sobre el mundo por algunos países e instituciones como el FMI y el Banco
Mundial. No obstante, esto no es así: la globalización representa una decisión
política a favor de la integración económica internacional, que en la mayoría de
los casos ha estado acompañada de una consolidación de la democracia.
Precisamente porque se trata de una decisión, puede cuestionarse e incluso
modificarse radicalmente, pero con un gran costo para la humanidad. El FMI
considera que la globalización podría contribuir en gran medida al crecimiento,
que es esencial para lograr una reducción sostenida de la pobreza mundial.

La globalización, o mundialización, no es un fenómeno nuevo. El período


transcurrido hasta fines del siglo XIX también se caracterizó por un crecimiento
económico y una integración mundial sin precedentes. No obstante, una ola de
nacionalismo y proteccionismo encarnizados, que propiciaron la depresión y la
guerra mundial, puso freno a la globalización en la primera mitad del siglo
pasado. La integración política y económica internacional dio marcha atrás, lo
que tuvo graves consecuencias.

Desde 1945, un número cada vez mayor de países, incluidos, desde 1989, la
mayoría de los antiguos países comunistas, han adoptado la democracia y el
capitalismo. El resultado está a la vista: a lo largo de los últimos 50 años la
libertad económica y política ha florecido a la par de la prosperidad. El ingreso
per cápita mundial ha aumentado a más del triple, y la esperanza de vida ha
mejorado enormemente en la mayoría de los países.

Muchos países en desarrollo ya han aprovechado las oportunidades que ha


puesto a su alcance la economía mundial. Los países que se adaptaron más
rápidamente a la globalización, como Brasil, China, Costa Rica, Filipinas y
México, lograron duplicar su participación en el comercio internacional e
incrementar el ingreso per cápita en dos terceras partes entre 1980 y 1997. Su
experiencia demuestra que la integración a la economía mundial puede ofrecer
grandes ventajas a los países en desarrollo.
Sin embargo, otros países no han obtenido resultados tan favorables. Una gran
parte de la población mundial, especialmente en África al sur del Sahara, ha
quedado a la zaga y no se ha beneficiado del progreso económico. Por lo tanto,
la disparidad entre los países más ricos y los más pobres es mayor que nunca,
siendo la pobreza cada vez más profunda dentro de los países. La pobreza no
es sólo inaceptable desde el punto de vista moral, sino que además constituye
un caldo de cultivo para la guerra y el terrorismo. Por lo tanto, la pobreza es la
mayor amenaza a la paz y la estabilidad en el siglo XXI.

El problema de la pobreza no se resolverá tratando de dar marcha atrás al


proceso de globalización, y así lo demostraron los hechos observados en el
siglo XX. En cambio, el mundo necesita formular un nuevo enfoque de la
globalización que aproveche el enorme potencial que ésta ofrece para
contribuir al bienestar de la humanidad. A fin de seguir avanzando en dicho
proceso y obtener el respaldo necesario para lograr una globalización más
integral, es preciso establecer un entendimiento político común que permita
aprovechar al máximo los beneficios y reducir al mismo tiempo los riesgos.

Muchos países aún se encuentran en las primeras etapas de la integración en


la economía mundial. Aun así, a estos países les corresponde asumir la
principal responsabilidad de aprovechar las ventajas que ofrece la
globalización. Un país que se abre a la economía mundial debe tener la
capacidad institucional interna que le permita aplicar las reformas estructurales
necesarias (como la liberalización del comercio y la cuenta de capital) y, por
regla general, mantener un régimen cambiario flexible.

La lucha contra la pobreza mundial debe basarse en el principio de la "ayuda


para la autoayuda". Los países pobres deben esforzarse por lograr la paz, el
régimen de derecho y una buena gestión de gobierno interno, así como por
aplicar medidas económicas que alienten la iniciativa privada y la integración
en la economía mundial. Los países ricos, por su parte, deben intensificar su
respaldo financiero en forma de inversión, asistencia oficial para el desarrollo y
alivio de la deuda. Y lo que es más importante, deben abrir los mercados en los
ámbitos en que los países en desarrollo tienen una ventaja comparativa.
Para el caso mexicano, la globalización trajo beneficios y costos. Entre los
beneficios destacan una mayor estabilidad sistémica, una mayor rentabilidad y
eficiencia en los bancos
y posiblemente mejores prácticas de autorización y cobro de créditos. Entre los
costos encontramos la
concentración de los bancos y la disminución del crédito privado para la
vivienda y el comercio.
Finalmente sugerimos como el sistema bancario mexicano pudiera evolucionar
en el corto plazo y
señalamos algunos retos que deberá afrontar en la globalización financiera.

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