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RAINER MARIA RILKE

(1875 1926)
EL HUERTO DE LOS OLIVOS
El suba bajo el follaje gris,
todo gris y confundido con el olivar,
y meti su frente llena de polvo
muy dentro de lo polvoriento de sus manos calientes.
Despus de todo, esto. Y esto era el final.
Ahora debo irme, mientras pierdo la vista,
y por qu quieres que tenga que decir
que existes, si yo mismo ya no Te encuentro.
Ya no Te encuentro. No, en m, no.
Ni en los otros. Ni en esta piedra.
Ya no te encuentro. Estoy solo.
Estoy solo con la pena de todos los hombres,
que yo intent aliviar a travs de Ti,
que no existes. Oh vergenza sin nombre.
Ms tarde se contaba: vino un ngel..
Por qu un ngel? Ay, vino la noche
y hojeaba indiferente en los rboles.
Los apstoles se movieron en sueos.
Por qu un ngel? Ay, vino la noche.
La noche que vino no era extraordinaria;
as pasan cientos de ellas.
En ellas duermen perros, en ellas yacen piedras.
Ay, una triste, ay, una cualquiera,
que espera hasta que vuelva a amanecer.
Pues los ngeles no vienen a tales rezadores
y en torno a ellos las noches no se agrandan.
A los que se pierden a s mismos todo les abandona,
y estn abandonados por los padres
y excluidos del regazo de las madres.

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