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HILAIRE BELLOC: DEFENSOR DE LA FE Por FREDERICK D. WILHELMSEN (+) (*) Si durante los thtimos cincuenta afios hubiésemos contado con diez Hilaire Bellocs en el mundo catélico de habla inglesa podrfamos haber convertido a hijos y descendientes y evitado el gran Ifo en que nos encontramos hoy en dia. Hilaire Belloc ~siempre asociado en nuestra memoria a su gran amigo G. K. Chesterton quiso que la defensa de la Fe fuera su principal misién en esta vida. ¥ empusié una espada poderosa. Habiendo arrancado con semejante declaracién, a lo mejor harfa bien en comenzar con una de las historias que se cuentan de él era un hombre alre- dedor del cual se tejfan innumerables leyendas y no tengo cémo saber si ésta es verdadera. Parece ser que cuando, ya bastante anciano, se lo honré con una condecoracién papal, Belloc se negé a suministrar el dinero necesario para adquirir la medalla refunfufiando: «:Qué dirfan en el Vaticano si cambiara de parecer?, Hilaire Belloc no habia sido hecho para caber en hechura de hombre. Si bien frecuentemente carraspeaba contra su edad, no me refiero a sus afios (le 80 se quejaba siempre!) sino a la época que le tocé vivir, habria que decir que en cualquier otto tiempo Belloc habria sido un personaje imposible, Criéndose como lo fue durante el crepisculo del reinado de la Reina Victoria, parpa- deando brillantemente en versos absurdos y pollticas radicalcs en tiempos de Eduardo VIL, era un nifio prodigio que su tfa daba en llamar «Viejo Trueno», Hilaire Belloc descansaba sobre una amplia franja de la sociedad més aco- modada de la sociedad inglesa que lo lefa, primero con adoracién, més ade- lane soportindolo buenamente y finalmente reduciéndolo a un completo ais- lamicnto, «Hubo un tiempo en que resultaba bienvenido allf, comenté. con nostalgia cuando cl automévil que lo conducfa pasé por delante de una man- sién de un hombre extremadamente rico. Al principio su intransigente defen- (Universidad de Dallas, 101 sa de todo lo catélico divirtié a los cultivados y bésicamente escépticos caba- Heros de la mejor sociedad, siempre a la caza de novelerfas; mas luego se ofen- dieron y finalmente decidieron que era intolerable. En su biografia sobre Belloc, A. N. Wilson escribi6: «Si tuviese la facundia para crear un personaje como Hilaire Belloc para una novela, mis lectores lo considerarfan completamente inverosimils. Belloc era una paradoja: un poeta Iirico que jamds ley6 poesfa contempordnea; un maestro de la rima cuyas alti- sonantes denuncias adin encantan a los nifios; un artillero en un vivac de ‘Toul que olfa la Reyolucién mientras «Francia pasabas; un yetusto mondrquico que saboreaba la iltima carga del Rey Carlos I en Ja batalla de Naseby; el mds ver- sfcil y ciertamente el mds fino prosista de la lengua inglesa de este y posible- mente de cualquier otro siglo, quien recomendaba malhumoradamente desde la libertad de su vieja y zamarreada barcaza, el «Nonav: «Estimado lector, lea menos y navegue més», mientras al mismo tiempo sofiaba con una audiencia tun poco mds extendida que le pagara un poco més; el perpetuo errante que caminé por toda Europa afiorando febrilmente grandes aventuras a la par que cantaba alabanzas al enraizado campesinado con sus fuegos de hogar encendi- dos, sumergidos en las venerables tradiciones que «detenfan la crueldad del tiempon; el enemigo de los ricos y de la avaricia capitalista que una ver pidid tun balde de plata como regalo de cumpleafios; el apasionado abogado de la Verdad quien sin embargo una vez se quejé de que «la verdad siempre»; el cam- boril de los catélicos ingleses que, gracias a 4, un dia llegaron a enorgullecer- se de serlo. La dilkima vez que saqué la cuenta, descubr que Hilaire Belloc escribié 153 libros, Este asunto tiene que ver con su vigor, un sdlido gusto por la vida y una perfecta conformidad con tener que equivocarse si no habia més remedio. A Belloc Je importaba un bledo lo que cualquiera pudiera pensar sobre él. Escribié la vida del Rey Jacobo Ii en un hotel al borde del Sahara en diez dias corridos: «std Ileno de altisonantes declamaciones y es el fruto de la libertad». De joven caminé hasta Roma llegando al final de su viaje sentado sobre la par- te casera de un carro que una mula arrastraba por la via Apia ~pero con los pies arrastrindose por el camino, no fuera que sus votos resultaran incum- plidos. : Su vigor era cosa de leyenda, y ya he mencionado sus enotmes ganas de vivir, Belloc -y he aqui una de las claves para comprender su papel como apo- logista catélico- era un hombre que se sentia en el mundo como en su case, aunque sabia que eso no podia ser més que una ilusién. En él no habla traza alguna de manique(smo y le dio por designar al puritanismo (en su biografia sobre Luis XIV) como «un maligno veneno procedente de los abismosr, refi- 102 tigndose al infiemo. Un gran montafista, era todavia més un gran matino. Su libro Hills and the Sea y The Cruise of the Nona son clisicos. Si The Path 10 Rome es el trabajo de un joven genio, retozando y revolcindose en el camino que atravesaba montafias y valles hacia la Ciudad Eterna, por el contratio The Four Men ~calificado por su autor como «un firragor~ fue escrito en plena neblina de soledad y melancolia. El Oso Gris, el Poeta y el Marinero son todas extensiones de Mf mismo, y Yo mismo soy Belloc. Sélo cuando la vida se vive cerca de los sentidos, sdlo cuando la inteligencia se ve comprometida inme- diatamente con aquello que se le dispensa al hombre a través del cuerpo, s6lo entonces caemos en la cuenta de lo que significa aquella paradoja ~cuya urdim- bre es la tristeza de la belleza de lo creado, recién entonces captamos toda su. delicadeza, toda su inexorabilidad. Pégina tras pégina de los escritos de Belloc estén trenzadas de una profunda y perturbada gravedad, puesta de relieve por su comunién con las cosas de este mundo: las posadas inglesas; revestimientos ‘con paneles de antiguo y resistente roble; sabrosos vinos de la Borgofia y otros vinos; aquel «Oporto de ellos» que saborea en el pub «George» junto al fuego mientras comienza otro libro; el mar y los barcos que navegan, pero por favor, nunca la abominacién de un motor a explosién; el olor de las mareas. Estos, sus amores, lucen en sus ensayos, temas recurrentes que dan conmovedor tes- timonio de una visién poética en su clésica sencillez. Sus ojos estén fijos en las cosas primotdiales que siempre nutrieron el espiritu del hombre, las cosas més a mano. Ast escribié: Cada placer que conozco procede de una unién {ntima entre mi cuerpo y mi muy humana mente, la que recibe, confirma, resucita y que puede revivir lo que experiments mi cuerpo. ‘Sin embargo, sobre los placeres en que el cuerpo no tiene parte, no sé nada. Este mismo hombre, enraizado en este mundo y no en el otro, estaba des- tinado a convertirse en el primer defensor de la Iglesia Catélica en Inglaterra. Se encuentra una clave para su inteligencia sobre las cosas espirituales en su vivida percepcién de que todas las cosas buenas de este mundo son transito- rias, estén lamadas a pasar, que la vida esté lena de eso que Allan Tate dio en llamar «los rumores de la mortalidad>. En un ensayo intitulado Harbour in the North, Belloc conduce su pequefia embarcacién bajo una tormenta y se encuentra con otro velero igualmente en apuros. El desconcido piloto declara que va a rumbear hacia el Norte buscando un refugio permanente pues expli- ‘ca que allf hay un puerto cuya fama ha legado a sus ofdos. «En aquel higar descubriré de nuevo aquellos momentos de’plenitud que me ha tocado en suerte vivis, y esta ver los preservaré sin falta». El desconocido piloto cs, des- de luego, el Marino en Belloc; y Belloc mismo contesta desde su propio cas- ‘canueces ~el Bote de la Mortalidad- «No llegaris nunca hasta ese puerto....No es de este mundo», 103 Un realismo casi salvaje mezclado con su sensibilidad y sus meditaciones sobre la muerte estin entre las més notables de la literatura inglesa. Lean su descripcién de la ejecucién de Danton, escrito en los fervores de su juventuds © acerca del asesinato del Rey Carlos I; 0 sobre la conversi6n en el lecho de muerte del Rey Carlos Il; y finalmente en su Elizabethan Commentary, uno de sus dltimos libros en torno a la Reina Isabel I, Belloc se revela a s{ mismo: Sintié que dejaba de ser ella misma y eso es probablemente lo que la mayoria, cde nosotros sentiré cuando llegue el momento de responder al lamado de Azrael. Su escepticismo (en el orden de los sentimientos) se nota més que en otros lugares en un ensayo intitulado Cornetto of the Targuins que sc encuentra en su libro Towns of Destiny alli, hablando a propésito de aquellas tumbas que s¢ supone son el origen de todos nosotros, nos refiere que tuvo algo as{ como una visién subtecrinea de la muerte, el erepisculo de la religién que se impuso en Roma y que todos heredamos ali, mientras miraba hacia el oeste desde el muro, consideraba eémo el hombre bien podela decir sobre la vida de toda muestra raza, tanto como de la propia vida, que no sabemos de dénde viene, ni adénde va Confesando sencillamente que era de inclinacién naturalmente escéptica, en tuna famosa carta a Chesterton en ocasién de su conversién al catolicismo, el escepticismo de Belloc fue vencido por su fe, pero la tentacién de desesperar lo acompafiarfa hasta el fin de sus dias. Para mi esto siempre ha sido un mise terio ya que el angst heideggeriano y el temor ante el espectro de la Nada pare cen ser la peculiar y frecuentemente horrible tentacién de aquellos con incli- naciones metafisicas y Belloc no tenfa nada de eso. En The Cruise of the Nona escribié «acerca del metafisico... ;quién lo ve y quién le puede entrar? Es ind- til, no sirve de nada», Completamente desprovisto de preocupaciones filos6fi- cas, sin embargo se vela asediado por la tentacién de creer que al final no hay respuesta al enigma de la existencia del hombre. Su victoria sobre seme- jante aberracién hacka que su fe fuera sélida, clara como cf agua, sin compro- ‘iso ninguno. Respecto de las demés religiones que no fueran la Catélica, sen- tfa_un olimpico desprecio y ante ellas se impacientaba de tal modo que dificilmente lo podia disimular. No le habria ido bien en los dfas que corren, ‘estos de ecuménicas vé-canastas y con la asi llamada «Nueva Iglesiay no habria sabido qué hacerse. Muchas veces Belloc se esforaé en apuntar que la toleran- ia resulta siempre el mal menor cuando no puede ser vencida actualmente- pero que vencida debiera ser. gDe dénde entonces su catolicismo lirico por el que sactficé la fama, la posibilidad misma de ganar dinero? (Belloc murié pobre). ;Por qué renuncié a Jas amplias avenidas del porvenir mundano y se dedicé en cambio a una carte- 104 ra piblica y politica? Nacido y bautizado en a Iglesia, catblico desde su més tier- na nifiez, su amor y apreciacién de la Fe es gosa que aparecié en su vida desde muy temprano, bien que se fue imponiendo en su espiritu lentamente. De sit vida interior nos dice bien poco. Francés por el lado de su padre, Belloc, debe recordarse, hizo su servicio militar en la Artillerfa Francesa, demorando ast st ingreso 2 Oxford donde finalmente resolvié que después de todo permanecerfa inglés. Su acento cuando hablaba francés sonaba como el de un suboficial de artlleia. La cultura latina y europea fueron la atmésfera de su juventud ala que volveria una y otra vex cada vez. que podia, incluso cruzando en su precaria bar- caza el Canal de la Mancha con el fin de reponer sus reservas de vino, Si tuviese que elegir un pasaje de las Escrituras para resumir su visién de la Fe, serfa «Por sus frutos los conoceréis» (Mt. VI, 30). Aqui, con la ayuda de su poderosa imaginacién que tanto se nota en sus numerosas historias militares, Belloc podia ver la obra de la Iglesia a través de los siglos, y adoraba lo que veia: la Iglesia hizo Europa y al construidla reparé y profundizé el viejo Orden Romano, descuajeringado pero no muerto, por obra de las tribus germénicas del norte. Todas nuestras tipicas instituciones occidentales fueron creadas er nibile por los catdlicos o heredadas del mundo clisico y luego fermentadas por la levadura de la Cristiandad. Aunque el vocablo «encamacién» no era de uso corriente en tiempos de Belloc, él es un ejemplo arquetipico de quien entiende las verdades religiosas encarnadas. Belloc buscaba bendiciones en todas partes y para él la Cristiandad no era més que una fabulosa red de gracias actuales, Haciendo suya la insistencia tomista en que la gracia perfecciona la natura- leza, sostuvo siempre que la herencia del mundo clésico habfa sido preservada y tansfigurada en los fuegos de la Fe. En nuestro mundo ~al menos tal como Belloc lo vela, en toda su creciente crepuscularidad— algunos hombres habfan logrado un campesinado libre que habria de ser la nota distintiva de Europa durante muchos siglos. En aquel ordo orbis floreci la justicia y abundaron los hombres libres que, al descubrir su libertad, la ejercieron durante dos milenios creando una cultura que Belloc lamé alguna vex ela gracia estable de este mundo». Alli todos experimentamos no sélo lo que significa ser un ciudadano libre, sino también el valor sagrado del matrimonio, la dignidad de los hom- bres, la caballerosidad, la feroz repulsa de toda irresponsabilidad maniquea y de coda negacién pantefsta, alli descubrimos el valor sacramental del universo. Se hallaba todo esto en la Europa Catélica y en toda regién donde habia estampado su genio, y su fundamento se encuentra en doctrinas corporativas de inmensa actualidad que no se hallarén en otro rincén de la tierra. Belloc entendia que una vida enraizads, en contacto con la naturaleza, era humanamente superior a la masificacién que destila la civilizacién moderna. Denle al hombre una chacra, un pequefio tales, un yunque de artesano, un 105 bote para navegar, vino para tomar, Ilenadlo todo con el amor a Cristo; cen- trad la vida del hombre alrededor de ritmos litirgicos; y comprobarén que ese hombre (por lo menos el promedio) es més feliz que su contraparve industrial. Una cultura verdaderamente catdlica tiende -y recurro al verbo tender en su sentido més operative hacia ese tipo de vida. Templando la concupiscencia y fa avaricia, el hombre es ms parecido a sf mismo. Como nota A. N. Wilson en su introduccién a The Four Men, Belloc sabla que su ideal estaba conde- nado de antemano, y su énico consuelo era la desfachatada carcajada con que acompafiaba su pregén, la noticia de que el mundo entero se estaba yendo al infierno: «Os lo dijes. Desparramando sus variados y numerosos talentos e increfble energfa en sus ensayos, un considerable cuerpo de muy buenos versos, historia militar, nove- las absurdas, biografias y libros de viaje, cstudios sobre la marcha, articulos politicos de encendida polémica, teorfa econémica, Belloc concentraba toda su produccién en torno a una sola concentrada perspectiva: el apostolado de la historia. Todos recitamos el Credo in unam, sanctam, catholicam et apostolicam cecclesiam, pero Belloc se tomaba en serio lo de «apostélicar. No quiero decir ccon esto que Belloc se mostrara particularmente interesado en la cuestién de Ja sucesién apostélica. El vela eso como una controversia resuelta: Roma locu- ta, causa finita. Mas bien me refiero aqui a que se vela a si mismo como un hombre llamado al apostolado. En su panegirico cuando el entierro de Belloc, Ronald Knox lo Ilamé més bien profeta, antes que apéstol. Pero posiblemen- te Knox y yo tengamos los dos raz6n puesto que Hilaire Belloc fue un misio- nero en ia Inglaterra protestante y su principal arma fue la historia. No creo que haya sido una decisién consciente de su parte, un acto libre deliberada- mente resuelto en algiin momento de su vida. No, por temperamento y talen- to, Belloc era un historiador. A poco de desilusionarse con la politica parla- mentaria (fue diputado durante dos perfodos, uno como liberal y otro como independiente), pronto concluy6 que el mundo de habla inglesa habia sido engafado acerca de su pasado y de su presente y que tal mentira estaba indi- solublemente ligada al establishment protestante que oficialmente data desde 1689 pero que, de hecho, se consolida en fecha muy anterior. De conformidad con Cobbett (al que raramente cité y quien aparentemen- te tuvo poca influencia sobre él a pesar de que ambos convergen en sus pun- tos de vista en cuestiones de historia) Belloc vela la Reforma protestante como ‘tuna sublevacién de los ricos contra los pobres» y puso en evidencia una tras ‘otra, las sucesivas capas de mentiras de la historia oficial hasta que quedé al descubierto su fundamento tiltimo: la Gran Mentira. En realidad lo que habfa ocurrido es que el celo religioso de un pufiado de herejes fue puesto al servi- cio de la viejas clases terratenientes y mercantiles de Inglaterra, que, con la ayu- da de la lujuria de Enrique VIII, se empefiaron en abolir el viejo orden caté- lico, Si Belloc tuvo alguna vez. enemigos en setio, estos eran los «Whigs», los 106 del Partido Liberal. Sobre el Marqués de Shaftesbury escribié que «probable- mente esté en al inficrno». A Guillermo de Orange lo llamé eel pequefio per- verso» y, claro esté, jel hombre cra exactamente eso! Aungue Belloc nunca cité el famoro difrat de Samuel Johnson, «El diablo fue el primer Whigp, el peso entero de sus escritos histéricos conducen a esa conclusién, Y aunque Belloc odiaba a los Whigs tenfa poco en comtin con los Tories. Catélico populista y radical, un audaz republicano cuando promediaba su vida, pero luego obliga do realista, habria salido a pelear en Escocia con el Principe Carlos Eduardo en el 45 (1), No tengo espacio aqut para elaborar en detale la cosa, pero lo cierto es que Belloc revolucioné los estudios histéricos en Inglaterra, Baste con sefilar —y digo esto formalmente, mido mis palabras y no hay en la aseveracién retrica alguna~ que un solo hombre, Hilaire Belloc, un solo revisionista, obligé a ree- xaminar por completo la Historia de Inglaterra. En efecto, a partir de Belloc, nadie puede salirse con la suya diciendo que la Reforma fuc obra de almas generosas y bienintencionadas que sélo pretendian libertad y democtacia, almas nobles que liberaron a Inglaterra de las tenebrosas supersticiones catélicas y el ‘oscurantismo medieval. Otros glosaron la obra de Belloc y se aprovecharon de su visién. E hicieron bien, pero la visién era de l, tanto como la conspiracién del silencio que se tejié en torno suyo y que acompafé toda su obra. Si por los frutos los conoceremos, entonces los frutos de la Revuelta con- tra Roma han sido suficientemente documentados; més atin, conocer estos hechos tan sélidamente acreditados produce un intimo dolor que nos ha con- vertidos en rebeldes contra la Rebelidn. Los hombres fueron rebajados en su dignidad. Los justificados eran unos pocos que sojtizgaban a la mayorla pos- twada calvinisticamente ante un Dios implacable y cruel que los condenaba al infierno por toda la etemidad. La majestad y belleca, incluso la languidez. del antiguo orden de cosas cedié frente a nuevos modos y estos severos y vétri- cos que ahogaban la natural respuesta del hombre ante [2 belleza de la Creacién. Mas para Belloc eso era inaceptable y cxhibié el fraude, Detrds de los fantéticos salmistas teposa el peso de aquello que llamé cl Poder del Dinero, el nuevo Capitalismo y ef Sistema Bancario que en su avaricia escla- viz6 a Europa. Belloc detallé minuciosamente el proceso libro tras libro hacia el final de sus dfas se repetia 2 sf mismo-. Si su prosa nunca aburtié, sus argumentos frecuentemente s{. El mundo moderno, construido sobre el dinero y la herejfa tuvo y tiene como principal enemigo a la Iglesia Catdlica y (1) Aut refiee al Principe conocido como «Bonnie Prince Chases (Carlos Eduardo Estuardo) al catlico sJoven Pretendientes,nieto de Jaccbo VIL de Escocia (Jacobo Il de Inglaterra) quien habla sido exiiado por Guillermo de Orange. En 1745 el Principe Charles, con la ayuda de lo franceaes intenté rescaurar en Escocia 2 los Escuardos. Se conoce el episodio como «La Rebelién de los Jacobitas y pese al dxitoinical serminé en la sangrienta derota de Culloden (1746). El Principe ‘scapé y murié en el exo, esultando enter ef la Basilica de San Pedro en Roma. (N. del L.] 107 al Orden que cred. Claramente, al Sr. Belloc, como se lo conocta cuando vie- jo, no le gustaba el mundo moderno -gris, anénimo, desprovisto de belleza, uuna construccién innoble, un mundo indigno-. Y sin embargo, como ya he notedo, probablemente la Inglaterra de su tiempo fuera el tinico lugar del mundo en que él podria haber florecido como lo hizo. Ya viejo, cuando las bombas azoraban a Londres, Winston Churchill le oftecié en nombre del Rey un cieulo de alta dignidad. Belloc cortésmente decliné el oftecimiento. Hace poco tiempo el Cardenal Ratainger escribié en un ensayo acerca de la lieurgia que la nica apologética con que cuenta la Iglesia consiste en su arte ¥y sus santos. En los amplios espacios por los que pas6 el hombre en sus aven- turas a través del tiempo ninguno de los dos se encuentra con tanta prot como en las dominios del catolicismo. Belloc, creo, en parte, habria coin: do con el Cardenal. ;Cudntas veces nuestro autor no se detuvo delante de torres ¢ iglesias, la natural gracia de aquellos pueblitos de Francia ¢ Inglaterra atin no manchadas por el industrialismo que se le aparectan a la luz de incon- tables madrugadas como una visién realzada por el marco de sietras y bosques a su alrededor? ¢Cudntas veces no sefialé a la Catedral de Sevilla como la pri- mera maravilla del arte occidental y esto de parte de un hombre de estética francesa y no espafiola? ;Y acaso no escribié el més distinguido panegitico de Santa Juana de Arco ~no hay uno mejor y eso en un refinado inglés a la altu- ra del formidable francés que se hablaba en su tiempo? No: sila Fe no es la respuesta al corazén del hombre, no hay nada. Pero probablemente Belloc hhabria agregado algo a los santos y el arte que Ratainger indicd, la ama del ‘orden social entero que ciertos hombres crearon en la conviccién de que si Cristo no esté en la feria y los mercados, no estd entonces en ningiin lado. Y ‘esto, me apresuro en aclatar, de parte de un hombre que sostenia que el cen- tro de la existencia era el taberndculo sobre el altar. Aquellos que lo conocie- ron de cerca han atestiguado sobre su. creciente devocién eucarlstica a medida que los afios lo iban venciendo. En verdad, Belloc insistié con vehemencia en que el odio y el ataque contra el dogma de la transubstanciacidn ¢ra el cora- zn del amargo resentimiento que movia a los Reformadores ingleses del siglo XVI. Lean a Belloc sobre Cranmer. Dieron vuelta todos los altares y los trans- formaron en mesas y asf inicialmente oscurecieron para finalmente negar aque- llo que le daba vida a las iglesias catélicas convirtiendo a los templos reforma- dos en espectros reminiscentes de tumbas. El hombre debe pelear por obtener la Fe y una ver obtenida ~y eso siem- pte precariamente- debe ser atesorada y regada, mas nunca aguada (2). (@) Aqui un juego de palabras: eFith [.] must be cherished and watered, but not watered downs. ON. del T] 108 Ast también respecto a la criviizacién concebida y realizada para nosotros por la Fe: debe ser amada y defendida. Todos harfamos bien en leer la meditacién de Belloc The Wall of she City: detrés del muro de la ciudad dl trifico de gente decente ocupada en sus negocios y labores corsientes y que adora a Dios que desfila por las calles en una Custodia, y afuera jel ene- migo! Belloc legé a definir con toda exactitud quién era el enemigo en su tiem- po. El enemigo es el bétbaro, mas siempre utilizé la palabra andlogamente; y para Belloc el antiguo bérbaro frente a las murallas de la ciudad sale mejor parado que su contraparte moderna, «El Bérbaro» por dentro cs aquel que se rie de las convicciones permanentes que constituyen nuestro legado. Es el hombre con labios que exhiben una perpetua mucca despreciativa. Cree estar por encima de todo: enjuicia al pobre creyente en la calle o en la iglesia, a aquella vieja encogida frence a una imagen de Nuestra Sefiora mientras reza el rosario, y la enjuicia severamente. Ya es suficientemente duro aleanzar la Fe y vivir en ella, pero arrojarla de s{ por un chiste barato es despreciable. Ast los Barbaros. El Barbaro tiene esperanza, y esa ¢s su marca, la de creer que puede comer- se la torca y conservarla al mismo ticmpo. Consumié lo que la civilizacién ha pro- ducido morosamente después de generaciones de seleccién y esfuerzo, mas no se tomaré el trabajo de reemplazar tales bienes, ni tampoco tendré comprensién algu- na de aquello que los trajo 2 la existencia. Le parece irracional la disiplina razén por lo que siempre estaré asombrado ante una civilizacién que se ha atrevido 2 ofenderlo con sacerdotes y soldados... En una palabra, cl Bésbaro es ficl de detec- tar all{ donde se encuentra por su caraceristica mas sefialada: que no puede cons- sruir. puede envolver en neblina y destruir pero no puede sostener nada; y de cada Barbaro en medio de la declinacién o peligro de cada civilizacién lo mismo puede docise, Belloc estd desetibiendo pricticamente a todos los que conocimos anoche en el céctel o en un mitin de la facultad. Los Bérbaros estin en todas partes. ‘Oigamos a Belloc nuevamente cuando con palabras renzadas de soledad y escritas al borde del desierto del Sahara reflexionaba sobre las ruinas de Timgad: Nos sentamos 2 la vera del camino y contemplamos al Barbaro: lo toleramos: durante los largos periodos de paz no le tenemos miedo. Nos irita un poco su irr werencia, pero su absurd inversi6n de muestas vejas certezas y convicciones nos hace tft. Pero mientras nos reimos nos miran grandes y terribles rostros que nos vigilan desde el mds allé: y en esos rostros no hay sonrisa alguna, 109 De aquellos hombres, agregé Belloc -y esto también, escrito en el de- sierto: Su Fe se convirtié en leyenda, ¥ por fin ingresan al templo que Dios abando- 16 y cuyo {dolo es perfectamente ciogo. Cuando Nuestro Sefior abandona los templos de Occidente, se callan los tambores y los hombres adoran abstracciones tal como hacen hoy en dia nuevos {dolos. Mas detris de ellos hay un poder terrorifico, y no es de este mundo. Dotado con una mente sumamente pottica’ y profética, Belloc posefa una afilada inteligencia. Fl Exzado Servil constituye isn prolongado silogismo y no se hallaré una sola metéfora en todo el libro. Su tesis, que desarrollé en 1909, de que el Occidente no se dirigia ni al socialismo puro ni al capitalismo puro es hoy en dia doctrina comtin, Sucedié. Podemos condolermos 0 celebrar nues- tra sociedad de consumo. Y yo tengo la impresién de que Belloc hizo un poco de cada cosa. Como fuere, su «sociedad distributista» excede el marco de este articulo. Su libro Sobrevivientes y recién llegados estd més cerca de mi tema. EL Islam, predijo, volveria, porque el Islam constituye una permanente amenaza a aauestra Fe. Y ef Islam ha vuelto. El cristianismo biblico o Ja Bibliolatrfa po- drian tal vez retomar, pero probablemente no lo hicieran: aqui Belloc se equivo- 6. El Fundamentalismo ha vuelto con fuerza aqu{ en los Estados Unidos: vul- as, como Belloc sostuvo, siempre fue; de pensamiento primitivo como Belloc apunté; sofisticado en el uso que hace de la tecnologia electrdnica, cosa que Belloc nunca podria haber pronosticado. El Artianismo, cuyo nombre actual cs Modernism, ha vuelto con sed de venganza en el seno de la Iglesia. También Belloc anticipé esto. Todas sus profecias en este interesante libro fueron fun- dadas razonadamente bien que tales argumentos, él mismo lo admieia, serfan frecuentemente confundidos por el misterio del fururo. Su talento razonador se puso en evidencia en oportunidad de varias controversias: una con Coupon acerca del catolicismo medieval donde Coupon lleva las de ganar respecto de los hechos pero invirtiendo el cuadro; una con H. G. Wells sobre los orfgenes del hombre, oportunidad en la que Belloc se quejé en privado de que la Iglesia Je habfa entorpecido su argumentacién por haberse tragado «odo aquel folklore hebteo»; y finalmente, una con Dean Inge, en la que estoqueé al ene- migo definitivamente. Después de contestar punto por punto a las objeciones de Dean Inge con- tra el catolicismo algunas eran infantles: ningtin inglés podia ser patriota y catélico a la ver; otras eran viciosas: ela Iglesia era una sociedad sangrienta y traicioneray ¢ simpostorar~ Belloc concluyé su carta abierta con la siguiente perorara. Os suplico que la ledis tal como fue escrita. 110 Se os escapa entcramente el cardcter de la Iglesia Catdlica.. Sois como uno exa- rminando los vitrales de la Catedral de Chartres desde dentro y a la luz de la vela ‘pese a que el sol los ilumina radiantemence... Pues zqué cosa es la Iglesia Carica? Es la que contest, la que coordina, la que establece. Es la que conticne el recto forden de las cosas; afuera solo quedan puerildades y las desesperaciones. Consticuye la posesién de una perspectiva al observar al mundo... Agut solo hay promesa, aqui sélo hay fundamento. Aquellos de nosotros que nos enorgullecemos de participar de una herencia tan sélida y extable, no por eso reckmamos alguna clase de paz personal; pues no alcanza s6lo con evo. Mas pertenecemos a una compafia tan glo- riosa que tecibimos aiento, y comulgamos con ellos. También la Madre de Dios es ‘nuestra, Nucstros muertos nos pertenecen. Aun en medio de las miserias verrestres ‘oimos en todo tiempo una misica distante y eterna y llegamos a percibir un exé- reo aroma doméstico. Se nos ha puesto delante un estandarte al que respondemos con toda nuestra existencia, que es el de haber heredado una vida eterna, plena, en ruestro propio pals. Bien puede decir Ud. que «todo eso es retéricas. Mas estaria ‘equivocado pues mis bien se wata de una vsién, un reconocimiento y un testi- ‘monio. Pero si lo desea, t6melo como retérica. zAcaso dispone de alguna semejan- ‘te? Sapongamos que sea mera ret6rica, ;cuil es la fuente de donde emana seme- jante rfo? ZY de dénde procede la reserva de tesoros que Henan aun aun hombre ‘como yo con tanto fuego? zAcaso sus pareceres (0 dudas o dialéctica) pueden hacer lo mismo? ;Sefior, lo dudo mucho! Una cosa en este mundo es distinta de codas las

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