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paginas de ILOSOFIA. Aig Y=" Publicchin del Deparament de Foo Facitadd HunaniSases-Uninesiad Ncional dol Comoe - Diciembre de 197 Historia Intelectual y Teoria Critica JOSE SAZBON Ms allé de su disimil evolucién y de sus variados métodos, la historia intelec- tual y la teoria eritica han frecuentado zonas de interés comiin. La reciproca perti- nencia de sus hallazgos y, en algunos casos, la complementariedad de sus enfoques, vuelve sugestivo un examen de las premisas y resultados de las perspectivas en juego. En cuanto ejemplos relevantes, entran en este marco una evaluacién de los trabajos histéricos de Walter Benjamin y, por otro lado, la apreciacién de la recep- cién suscitada entre los especialistas por la conjuncidn de investigacién historica y postulacién normativa debida a Jiirgen Habermas. José Sazbén es Profesor Titular de la Facultad de Filosofia y Letras de la UBA. (Departamentos de Historia y Filosofia) e investigador del CONICET. Sus publicacio- nes abarcan, entre otros, los siguientes campos: articulaciones de la filosofia y las cien- cias humanas; diversas problematicas concernientes a la Revolucion Francesa; y desa- rrollos de historia intelectual. 29/paginas de FILOSOFIA 30/paginas de FILOSOFIA JOSE SAz8ON Abparentemente ajenas a toda dimensi6n unificadora, la historia intelectual -cuyos de- sarrollos mas dindmicos derivan de Ia aclima- tacién del «giro lingtiistico» en las ciencias humanas [Toews 1987]- y la teoria critica -que, por su parte, opone firmes reparos de principio a la exacerbacién filoséfica de esa mutacién [Habermas 1985, cap. 7, Excurso]- se revelan, sin embargo, ante una mirada més atenta, sin- gularmente aptas para la confluencia dialégica. Pues asi como la primera ha comenzado a con- tar a la segunda entre sus recursos conceptua- les, esta iltima, a su vez, no deja de servirse de la anterior en sus operaciones de discernimien- to, Aunque en un caso resulte mas inmediata- ‘mente ostensible que en el otro, ambas orien- taciones asumen una perspectiva definidamente histérica tanto en la configuracién de sus obje- tos como en la autocomprensién del ademan configurador. Este presentismo del historiador intelectual puede incluso estar acompafiado de una elaboracién muy consciente, como en el caso de las asunciones crocianas de Hayden White, El tedrico critico, por su parte, asume en ocasiones una atormentada lucidez acerca de lo que est en juego en la recuperacién his- torica: «una imagen irrevocable del pasado - sefialaba Benjamin [1955, tr.255]- corre el ries- go de desaparecer con cada presente que no se reconozca aludido en él». Ciertamente, el pa sado no los convoca del mismo modo y éste es un punto que requiere mayor elucidacién. Lanaturaleza de las conexiones que pue- den establecerse entre la historia intelectual y la teoria critica requiere, al menos, tener en cuenta dos direcciones de investigacién: por un Jado, el modo en que se inscriben las conside- raciones historicas en las aserciones de la teo- ria critica; por otro, el puesto que ocupa esta liltima en algunas orientaciones de la historia intelectual. Cada una de estas direcciones debe ser asumida con la suficiente amplitud de cri- terio como para hospedar, en una actitud flexi- ble, las formulaciones variadas que exhibe la disciplina complementaria, sin atenerse, desde luego, al enunciado nominal que identificaria ala cortiente. Esta precaucién es necesaria, por ejemplo, enel caso de las reconstrucciones his- t6ricas que ain situdndose en el terreno que un posterior consenso identificara como propio de la intellectual history no asumen necesaria- mente esta denominacién (0 las - problematicamente afines- de «historia de las ideas», «Geistesgeschichte», etc.) Pero tam- bign «teoria critica» es una formula utilizada por los historiadores intelectuales como una perspectiva conceptual cuyo referente puede ser més vasto que el nitcleo de fildsofos y estu- diosos adscriptos a la Hamada «escuela de Frankfurt». Se disefia asi una doble vertiente del anilisis: a) la indagacién sobre el papel de la historia intelectual -y de otras variedades de Ja historia- en las argumentaciones de la teoria critica originadas en la labor de los estudiosos vinculados al Instituto de Investigacién Social de Frankfurt (ya sea en Alemania o en el exi- lio); b) la consideracién de las incorporacio- nes eventuales de 1a teoria critica «frankfurtianay al desarrollo de la historia in- telectual y -lo que resulta, quizés, mas paten- te- la evaluacién del papel adjudicado a una teorfa critica mas genérica en los programas de trabajo de los historiadores intelectuales. Es, sin duda, un hecho conocido la voca- cién historizante de los teéricos criticos, asi como la permanente articulacién que éstos es- tablecen entre los reclamos de la razén y las, condiciones y circunstancias concretas que permiten u obstaculizan tanto su ejercicio como Ja permanencia de su potencial emancipador, En realidad, ese énfasis y la remisién, que lo especifica, a una periodizacién de la historia moderna constituyen los impulsos més soste- nidos de la teoria. También es conocida la de- rivacién de esa tematica, en algunos de sus re- presentantes y en ciertos desarrollos de su obra, hacia una visién omniabarcativa que, ain sin rTeconocerse en sus propios términos como es- peculativa, fue inscripta de hecho como filo- sofia -negativa- de la historia [Cohen and Arato 1992, 242]. Lo que aqui nos interesa, en cam- bio, es la posibilidad de circunscribir determi- nadas representaciones y elaboraciones histé- ricas que, en los textos de los tebricos criticos, constituyen ejercicios de historia intelectual. Tales ejercicios, sin embargo, a diferen- cia de los especificos de la disciplina corres- pondiente, no son esbozos autocontenidos, en si mismo conclusos, sino, por regla general, momentos de un desarrollo mas dilatado, pie- zas de una estructura discursiva que funcionaliza la contribucién historiografica sin encumbrarla, Hay, sin duda, una considerable variacién en las proporciones en las que entra Ja narracién histérica en Ia organizaci6n tex- tual de los trabajos de la corriente: pensemos, por ejemplo, en los siguientes tres casos de di- versa indole: «Pequefia historia de la fotogra- fia», de Benjamin; «Egoismo y movimiento liberador», de Horkheimer; £! cambio estruc- tural de la esfera publica, de Habermas. Aun- que difieran entre si tanto en la extensién de sus narrativas como en el modo en que éstas se articulan con la reflexidn filos6fica, cada uno de estos escritos apela consistentemente a la reconstruccién histérica en virtud de una ne- cesidad interna: en ellos, la interpretacién del pasado es un momento del discurso asertivo que especifica la vigencia del concepto y otor- ga densidad y conerecién a la experiencia so- cial que éste ilumina. Los ejercicios de histo- tia intelectual comprendidos en la obra de los. te6ricos criticos pueden entenderse sobre todo -y quizés con una legitimidad mayor que otros especimenes- como una variedad determinada (lade la recomposicidn critica) de esa «histo- rig del sentido» en que, segun algunos intér- pretes, ha Ilegado a convertirse la historia de las ideas, En efecto, si esta iltima, en su modali- dad tradicional, se limitaba a reconstruir las, fases de desenvolvimiento de un niicleo nocional en diversos autores, obras o corrien- tes de pensamiento -concentrando, por tanto, lescrutinio de las fuentes en artefactos cultu- rales preconstituidos y en ambitos consensua- les («filosofiay, «literatura», etc,)-, la historia intelectual, en su expandida versién reciente, tiende mas bien a identificar la generacion y estahlecimiento de los significados en formas de vida, tramas de interaccién y comunidades interpretativas. Esta dptica excluye aquellos tipos de sintesis que amalgaman lo noético y Jo genético y metaforizan una supuesta enti- dad monédica en desarrollo presentando su desplicgue como «biografia de una idea». La conversion de método es también una redefinicién de objeto: 1a atencién del investi- Historia Inelectual y Teoria Critica gador se orienta ahora a circunscribir la cons- telacién de factores que autoriza la manifesta- cién de un sentido para un grupo humano iden- tificable por el espesor de las determinaciones que sobrelleva y la configuracion de los len- guajes que le permiten constituir su universo. Sin duda, en la medida en que se ponen en foco estos atributos caracterizadores del nuevo ses- go que ha tomado en las iiltimas décadas la historia intelectual, la misma denominacién de la disciplina ha parecido inadecuada para re- presentar tanto sus contenidos como sus mo- dificados encuadres. William Bouwsma, el en= fatico descubridor de ese desplazamiento de campo indicado como «From History of Ideas to History of Meaning» (de acuerdo al titulo del articulo en que fundamenta su hallazgo), Mega a cuestionar, por restrictivo, el término «intelectual» indicando que, de todas maneras, los propios historiadores —_utilizan crecientemente el vocablo «cultural» alli don- de antes «intelectual» era de rigor [Bouwsma 1990, 341-343) Obras como Fin-de-sidcle Vienna, de Schorske; Religion and the Decline of Magic, de Thomas; Merahistory, de White; The Machiavellian Moment, de Pocock (son algu- nas de las citadas por Bouwsma, pero no seria dificil agregar a la némina otras producidas por los teéricos criticos), desenvuelven enfoques reconstructivos que movilizan recursos y con- vocan niveles de prictica social que exceden el perimetro antes adscripto a Io intelectual. En la medida en que se dilata el ambito de la Ditsqueda y tanto la apreciacién como lo apre- ciado se vuelven multidimensionales - involucrando, por ejemplo, no sélo la razén, 10 también la imaginacién y la sensibilidad y cédigos de desciframiento igualmente mil- liples (filosofia, psicoandlisis, teoria literaria, etc.)-, las significaciones del pasado laborio- samente reconstruidas son las propias del cam- po sumamente lébil de una historia cultural en cada caso cefiida por el punto de vista y los interrogantes que definen el recorte. Es perti- nente, por eso, la observacién de Bouwsma de que este tipo de historia, a diferencia de la his- toria intelectual tradicional, se caracteriza me- nos por las fuentes que utiliza que por el tipo de preguntas que plantea, 31/paginas de FILOSOFIA 32/pdginas de FILOSOFIA JOSE SAz8ON Ciertamente, es en este punto donde nue- vos rétulos disponibles compiten para fijar el rasgo predominante que puede dar nombre a la tendencia: aqui se pueden recordar, no en vir~ tud de su equivalencia sino por la diversidad de angulos de enfoque que delata la aptitud prismatica del referente, los nombres de «nue~ va historia cultural», «nuevo historicismo», aciencia social interpretativan, ete. [Hunt ed. 1989; Veeser ed. 1989; Rabinow and Sullivan eds, 1987]. Ya sea por la via directa de la mu- tacin sefialada por Bouwsma o por el rodeo de un censo de variantes como las indicadas, arribamos al hecho de esa reconversién de la historia intelectual que permite diseftar de otro modo la indole de intereses y preocupaciones que esta en juego en aquellas recuperaciones del pasado en las que se entrelazan los puntos de vista y se ensamblan las dimensiones varia- das de los objetos de andlisis. Es en esta nueva disposicién de la disciplina para la exploracién de los fenémenos de la significacin en la his- toria, en esta amplitud del arco de sus investi- gaciones que admite la combinacién de encua- dres antes diseminados en especialidades uni- laterales, donde se puede insertar sin disonan- cia la dimensién historica (y no exclusivamen- te filos6fico-histérica) de la teoria critica, Esta promocién de un vinculo no sufi- cientemente destacado hasta ahora puede ser considerada asimismo como una relectura de los exponentes de esa corriente en un sentido congruente con aquella recurrente préctica de anexién de las obras del pasado a un canon de instauraci6n reciente que Borges puso en evi- dencia en «Kafka y sus precursores» (y que podriamos adaptar en este caso diciendo que cada nueva codificacién redefine los compo- nentes de cédigos anteriores y los distribuye selectivamente de acuerdo al principio siste- matico emergente). Asf, la veta historizante de la teoria critica puede ponerse en paralelo con otros proyectos en curso que comparten globalmente la misma aspiracién a develar los dispositivos en virtud de los cuales se estable- cen las significaciones sociales pero que, a di- ferencia de tal teoria, no subtienden esa bis- queda con un principio filoséfico regulador que contrasta, en cada caso, las clausuras de un horizonte de época con el telos de una reinte- gracién emancipatoria. La historia intelectual en cuanto historia del sentido supone una inspeccién tanto de la in material que sustenta la produc cién y vehiculizacién de las significaciones como de las condiciones en que se pone de manifiesto una I6gica social que impulsa a su desciframiento, reproduccién y eventualmen- te alteracién. Las direcciones en que se efec- tan tales bisquedas son, de acuerdo a le_u- zerido, multiples y variadas, desde el interés por las transformaciones tecnoldgicas sobre las que se asienta el novum semiolégico hasta la preocupacién por recuperar la articulacién epocal de factores que estin en la base de una mutacién o de una rotacién en la fijacion de tun coneepto. Se pueden citar, como ejemplos de lo primero, la investigacién de Elizabeth LBisenstein sobre la imprenta como agente de cambio cultural en los inicios de la Europa moderna o la dirigida por Darnton y Roche sobre la prensa en Francia a fines del siglo XVIII y, en el ambito de la teoria eritica, las exploraciones de Walter Benjamin sobre «La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica» o sobre los origenes de la técnica fo: tografica y el espesor hist6ricamente cambiante de lo retratado a medida que se desenvuelven sus recursos -en «Pequeiia historia de la foto- grafiay- [Eisenstein 1979; Darnton and Roche eds. 1989; Benjamin 1936; id. 1931]. Y ast mismo, como ejemplos de lo segundo, las in- dagaciones de Reinhart Koselleck sobre los conceptos de «edad moderna» o de «revoltr cién» incluidos en su compilacién Futuro pa, sado. Para una semiética de los tiempos his t6ricos o de Christopher Hill sobre el signifi cado del término «revolucién» en el siglo XVI inglés y, dentro de la teoria critica, la recom posicién de las figuraciones del egoismo en lt modernidad que efectia Max Horkheimer e su trabajo «Egoismo y movimiento emancips dor» (Koselleck 1979; Hill 1986; Horkheimet 1936] | Si parece, pues, posible extraer de loi desarrollos de la teoria critica ciertos segment tos unitarios que responden al canon de la his toria intelectual, particularmente cuando st considera a esta iltima como historia del sen tido, todavia habria que dar cuenta de la disk mil apelacién al pasado que esta presente en uno y otro enfoque. Pues el sentido reconstrui- do, 0 construido, no se deja descifrar del mis- ‘mo modo cuando el estudioso Io cifie en un discurso avalorativo, como mero factum en la serie de las producciones culturales - flanqueado por otras constelaciones (conoci- das 0 cognoscibles mediante operaciones del mismo tipo)- que cuando lo interroga con acti- tud judicativa desde la altura de una actuali- dad en la que vibra el efecto a distancia de esa produccién de sentido y que se siente, enton- ces, concemida por su indole, por la confor- midad 0 disparidad de esos conatos con una expectativa presente de la que quizas sélo se distinga por grados de posibilidad o de con- ciencia en el seno de una historia tinica, «Exis- te un secreto acuerdo entre las generaciones pasadasy la nuestra», escribié Benjamin [1955 1, 254] luego de postular que «el pasado leva consigo un indice temporal que lo remite a la redencidn». Que esta idea de reciprocidad latente, y aan de compromiso entre cierto presente y cier- to pasado, no es exclusiva de la coneiencia his- torica de los teéricos criticos lo prueba la exis- tencia, en algunos historiadores, de un similar ajuste de la perspectiva reconstructiva a valo- raciones y empresas contempordneas que se reconocen aludidas o esbozadas en acciones del pasado y, todo ello, mediante la apelacién auna asignacién de sentido a la historia trans- currida, Asi, luego de afirmar que «sélo noso- tos, que vivimos ahora, podemos dar un ‘sen- tido® al pasado», Edward Thompson argumen- ta que si bien en la reconstruccién de los nexos causales de un periodo quedan en suspenso los valores del historiador (digamos, entre parén- tesis, que una epojé de este tipo es extrafia a Benjamin), el historiador recupera su libertad de juicio al término de ese trabajo. En ese mo- mento, la preferencia coordina ciertos valores del presente con su prefiguracién en la histo- tia reconstituida: «lo que decimos es que son estos valores y no aquellos otros los que hacen que esa historia sea significativa para noso- {ros y que son esos los valores que buscamos ampliar y sostener en nuestro presente» {Thompson 1978, 234]. Hay que decir en se- guida que, mds alla de un cotejo posible entre Historia Inelectual y Teoria Critiea Jas posiciones de! filésofo aleman y las del his- toriador inglés, y ain de la teoria critica y la historia social & la Thompson, la opcién historiografica de este ultimo (influyente en algunas direcciones de la historia oral y la his- toria «desde abajo») no es representativa de la orientacin general de la historia intelectual en su amplificacién a una «historia del sentido profundamente marcada por el «giro lingitisti- co» instruida por sus constricciones objetivizantes. Ahora bien, en la medida en que el sen- tido recuperado implica un ordenamiento de elementos natrativos y conceptuales en una tra- ma que lo suscitard con las cualidades v notas semanticas que el historiador cree apropiadas para resguardarlo, el reconstructor debe optar entre distintos tipos de codificacién de los da- tos documentales. Es obvio que los recursos del oficio -cuya variedad se ha ampliado con- siderablemente- no bastan para constrefirlo, aunque si puede hacerlo una determinada ruti- na en su ejercicio y cierta continuidad teérica ya sancionada y normalmente aguardada por sus pares. En todo caso, lo decisivo es laorien- tacién hacia el pasado como una dimensién cuyos contomnos se sittian a una distancia rele- vante o irelevante para el saber de sf dela pro- pia época: es aqui donde se pueden otservar las diferencias mas notorias entre el historia- dor intelectual cuya profesionalizacién le con- cede, entre otros aplomos, el de distanciarse de su objeto (pues ese pasado carece de vasos comunicantes con el mundo autocentrado que fundamenta su ademén cognoscitivo) y el te6- rico critico qua historiador, deseoso de reco- nocerse y de reconocer una carencia del pre~ sente como resultado de frustrados impulsos humanizadores cuya obliteracién tiene una gé- nesis y una densidad inercial que prolonga su eficacia disolutoria, Consideremos el caso de las Exposicio- nes Universales del siglo XIX, momentos ex- presivos del desarrollo de la sociedad europea en los que, a intervalos irregulares y en el es- cenario cosmopolita de las principales capita- les, se exhibe la faz afirmativa y* autocomplaciente de la modernidad, En cuan- to indice miiltiple de la evolucién de las técni- cas y procedimientos de produccién, de las pro- 33/pdginas de FILOSOF{A. 34/paginas de FILOSOFIA JOSE SAZBON ‘esas de la industria, de la fluidez de los inter- cambios, de la expansién de las relaciones in- ternacionales y, asimismo, de la pluralidad de as costumbres, de la renovacién de las artes y de las transiciones del gusto, este tipo de Exhi- bicién convoca el interés de la historia de la tecnologia, de la economia, de 1a diplomacia, ete. no menos que el de la historia intelectual. Pero las modalidades de acceso cognoscitivo que despliegan estas disciplinas suponen una objetivacién del acontecimiento en su momento de emergencia y una asignacién de significado que surge de la apreciacién contemporanca del hecho, de acuerdo a las distintas secuencias en que se inscribe: el desarrollo de la industria y la técnica, del arte y el disefto, de las ideas y costumbres, etc., sin que necesariamente esa evaluacién se prolongue en una circularidad de sentido que asocie las expectativas de época propias del «mundo perdido» con las expecta- tivas y bloqueos de nuestra practica. Esta tilti- ma, en cambio, es la actitud historizante del teérico critico, para quien las coordenadas des- cubiertas no pertenecen a un cultural «mundo que hemos perdido» sino més bien a un experiencial «pasado recuperado». Es lo que se puede advertir, a partir del citado ejemplo, cotejando las reconstrucciones de Asa Briggs en «El Crystal Palace y los hom- bres de 1851», de L.T.C.Rolt en «Mediodia en Hyde Park» (evocacién del mismo aconteci- miento) y atin de Wemer Plum en su Exposi- ciones mundiales en el siglo XIX: espectécu- os del cambio socio-cultural con el texto «EX- posiciones, publicidad, Grandville» incluido en Passagenwerk de Walter Benjamin, 0 con la seccién correspondiente de «Paris, capital del siglo XIX», que suministra el contexto apro- piado para su «iluminacién» [Briggs 1954, cap. 2; Rolt 1970, cap. 6; Plum 1977, caps. 13-1 Benjamin 1982, tr. 229-265, 10-12, 27-30] Mientras los historiadores antes mencionados entretejen el relato de la Great Exhibition con otras narraciones matrices (Ia historia politica en Briggs, los avances de la ingenierfa y Ia genialidad de sus promotores en Rolt), la mi- rada que posa Benjamin sobre las Exposicio- nes Universales subsume esas y otras determi- naciones en una historia mds soterrada y gene- ral pero no menos documentable: la de las mu- taciones de la experiencia (que es también la de la generacién y transmisién de los sentidos emergentes). Sdlo que cuando se pasa de los, historiadores profesionales (Briggs, Rolt -an- tes mencionados-, Harrison [1971], Olsen [1976], Woodward [1962], etc.) al tesrico eri- tico en funcién de historiador, 1o «documentable» es menos univoco y cristali- zado, mas poroso a la interlocucién hermenéu- tica que fija los términos del pasaje entre la actualidad del intéxprete y aquel «futuro pasa- do» cuya supervivencia en lo interpretable se constituiré como sentido. En su trabajo sobre Eduard Fuchs, Benjamin ha hecho hincapié en la exigencia de que el estudioso debe renunciar «a la acti- tud tranquila, contemplativa frente a su obje- to, para hacerse consciente de la constelacién critica en la que dicho fragmento del pasado se encuentra precisamente con el presente» [Benjamin 1937, tr.91]. Los supuestos de emer- gencia de esa constelacién critica tambign re- quieren un cuidadoso resguardo de la configu- racién unitaria del referente histérico. La es- tratificacion de registros y la yuxtaposici6n de lo diverso que el investigador podria desdefiar como mera misceldnea inestructurada consti tuird, para el filésofo-historiador, una articula- cién de componentes en cuya comprensiva adyacencia se cifrard el propésito de la recons- truccidn, Se trata, en este caso, de suscitar una iluminacién brusca sobre el momento hist6ri- co mediante un rescate de los particulares que autoriza la ulterior y mas veridica composicién de Jo conereto. Procedimiento éste del «mo- saico» o de la «constelaciém que, al agrupar elementos en apariencia discontinuos y some- tido, cada uno, a una diferente legalidad regio- nal (arquitectura, politica, comercio, ete.), ex- hibe, sin embargo, su secreta inherencia reci- proca, las baudelerianas «correspondencias» que los fijan en el ambito de la experiencia y permiten, en definitiva, que en el presente de lareconstruceién pueda tener lugar la repatria- cién del sentido El Benjamin que se afincé en la Bibliothéque Nationale de Paris con no menor avidez de fuentes historicas y documentacién representativa que la que demorara a Marx en el British Museum de Londres persigue las hue- lias del mismo objeto elusivo: la génesis de la sociedad burguesa. Pero, descontando los re sultados de su antecesor en la formacién de la estructura econémica, él explora en cambio la constitucién més reciente y ain activa de la sensibilidad «moderna» sobre la que esa so- ciedad asenté los dispositivos culturales de su reproduccién. Y de una reproduccién, ademés, que prolonga su eficacia enajenante al distan- ciar entre si los deseos y las consecuciones; al establecer un hiato perpetuo entre lo disponi- ble y lo obtenible, y una conexidn estable en- tte posibilidades y bloqueos, las promesas y Jas frustraciones. Esa tensién es la que resuci- taa las Exposiciones Universales del siglo XIX como novum histérico y alegoria de una pulsién tantélica que subsistird. En esos espa- cios, continuamente surcados por Ia corriente de fascinados peregrinos, la mercancia se ofre- ce como especticulo y objeto de celebracién ena misma medida en que vuelve inaccesible su goce para la multitud de admiradores; con- densa, asi, un tipo de productividad ominos: Ja de la fantasmagoria compensatoria que ane- gala conciencia del usuario fallido, del consu- midor irredento. «Las exposiciones universa- Jes fueron escuelas en las que las masas ex- cluidas aprendieron la empatia con el valor de cambio. ‘Ver todo y no tocar nada’» [Benjamin 1982, tr. 264]: he aqui una sintesis implausible enel relato estandar del historiador, pero legi- tima y fundada en la reconstruccién histérica del tebrico critico. Si los ejemplos y encuadres hasta ahora desarrollados enfatizaban sobre todo el tipo de acceso a la historia que puede encontrarse en Jos te6ricos criticos -considerados estos tilti- mos a partir de algunos aspectos de la obra de Walter Benjamin-, es preciso sefialar asimii mo de qué modo los historiadores, a su vez, hhan sido receptivos a los desarrollos de la teo- ria critica, sirviéndose, en ocasiones, de ella. Parece oportuno comenzar este recuento indi- cativo teniendo a la vista el mismo referente histérico al que acabamos de aludir, es decir, ltema de las Exposiciones Universales y, mas particularmente, el de la Great Exhibition de 1851. Contamos en este caso con un expresivo ejemplo de la migracién de las figuraciones benjaminianas del ambito de la alegoria filo- Historia Inelectual y Teoria Critica s6fica al de la descripeién histérica y no’s6lo en cuanto metiforas ocasionales sino como prismas configuradores que inciden en la con- cepcién misma del trabajo historiografico. Asi, ‘Thomas Richards, desde el titulo mismo de una obra consagrada a La cultura de a mercaneia en la Inglaterra victoriana (cuyo primer cap{- tulo esta dedicado a laGreat Exhibition), vuel- ve ostensible el cardcter operativo que puede adquirir la indicacién metodolégica de Benjamin segiin la cual la relacién de la es- tructura con las superestructuras debe enten- derse como una conexién expresiva, Nexo este liltimo que al cristalizarse en una formula des- ctiptiva -como commodity culture- disipa, aparentemente, la efusién metaforica que laori- gina, pero cuya matriz es, sin duda, homéloga de la que inspiré al autor de las «iluminavio- nes» sobre la transfiguracién poética que im- prime el deseo al objeto de consumo. No es ésta, desde luego, la tinica marca benjaminiana del estudio de Richards: otrasson més 0 menos patentes e incluso declaradas. Entre las primeras, no se puede obviar la se- lectividad de citas y epigrafes, recurso -como se sabe- de decisiva importancia en la estrate~ gia discursiva de Benjamin. Laexhumacién de una frase admirativa debida a un comentarista de 1863 -apologista y profeta de la publicidad modema-, segiin la cual «lejos de aplicarse el antiguo proverbio, no hay nada bajo el sol que no sea nuevo», la de la mixtificatoria afirma- cién de Mayhew en el mismo affo de la Expo- sicién: «la sociedad no podria existir sin este glorioso intercambio de mercaneias» 0, ea la misma vena celebratoria, la del Principe Al- berto: «los productos de todos los rincones de la tierra estén disponibles para nosotros y s6lo tenemos que elegir cudl es el mejor y mas ba- rato para nuestros propésitos», que hace pendant con el epigrafe del libro, un graffito de mayo del 68: «la mercaneia cs cl opio del pueblo» [Richards 1991, 21, 37, 28], toda esta recuperacién de voces testimoniales que de- -vuelven, en cada caso, el espesor de una expe- riencia y, a través de ella, las ambivalencias de Ja utopia del consumo, no hubieran tenido un comienzo de ejecucién sin la tematizacién cri- tica de Benjamin, Esta filiacién es reconocida cuando el 35/paginas de FILOSOFIA 36/paginas de FILOSOFIA JOSE SAZBON autor hace notar que todo el capitulo (inicial) dedicado a la Exposicién de 1851 esté orienta- do, en lo que se refiere a la bisqueda de fuen- tes de época, en un sentido acorde con la postulacién de que «las Exposiciones Univer- sales edifican el cosmos de las mercancias» [cit, en {d., 269], incluida en el texto de Benjamin «Grandville 0 las Exposiciones Universales» (parte, a su vez, del esboz0 de 1935 «Paris, ca- pital del siglo XIX»). Se puede agregar, para corroborar el acuerdo de fondo entre Ia obra precursora del tedrico critico y la presente ela- boracién historiogréfica, que el subtitulo del libro -Publicidad y especticulo, 1851-1914- también conecta entre si las dimensiones modernizantes de la seduccién de la mercan- cia que ocuparon a Benjamin en su gran obra sobre los Pasajes (de la cual el texto referido ¢s un extracto anticipado). Seftalemos por iilti- ‘mo que el tema benjaminiano de la inducida domesticacién de las masas a través de los es- pejismos de la posesién de mercancias también esta presente en Richards: «en el Crystal Palace, la clase obrera ya no se mostraba como la alia- da de la clase que habia conmovido a Europa en 1848, Ahora era un segmento més del mer- cado; se habia convertido en cliente» [id., 37]. Otro ejemplo, éste atin més sistematico, 6 ica para de la funci6n heuristica de la teorfa c la indagacién histérica, es el de los efectos es- timulantes que tuvo la concepcién habermasiana de los origenes de la esfera pii- blica en la historia intelectual, social, politica, de género, etc. Los desarrollos complejos aque dio lugar, asi como la vivacidad del debate so- bre su congruencia con los datos empiricos con esquemas alternativos de explicacién so- bre la evolucién de las instituciones o de los habitos sociales y politicos conforman un pa- norama suficientemente complicado como para intentar condensarlo en esta resefia. Baste men- cionar a algunos de los historiadores a quienes movilizé la cuestién y los respectivos temas de los que se ocuparon con ese énimo. Una difi- cultad que presenta la incorporacién de la habermasiana «esfera publica» ala elaboracién historiogréfica es, a su vez, representativa del problema mas general que plantean las nocio- nes de la teoria critica a las ciencias sociales: pues éstas exigen y la primera rechaza -dado gue su objetivo, en palabras de Horkheimet [1937, tr, 232], es «instaurar un estado de co- sas racional»- el deslinde entre conceptos des- criptivos y criterios normativos. Relacién esta Ultima de «dificil tensiém, sefiala Habermas, ya que si el concepto de Offentlichkeit es uti- lizado como «una herramienta analitica para ordenar ciertos fenémenos y situarlos en ur) contexto particular, el mismo no deja de te} ner «inevitables implicaciones normativasy: ey definitiva, son estas connotaciones las que «li gan el anilisis histérico a un] proyecto dota do de valor y orientado al futuro» [Habermas 1992, 462-463] En este sentido el concepto de esfera publica puede ser aceptado por el historiador ‘como modelo tedrico-politico del logro desea- ble en «una buena sociedad» y también, operativamente, como un tipo ideal que per- mite confrontar sus componentes y articulacién interna con las dimensiones empfricamente registrables de una situacién historica precisa es lo que ha hecho, entre otros, Michael Schudson con el fin de determinar el grado de presencia, modalidades y alteraciones de una eventual esfera piblica en la vida politica nor- teamericana entre los siglos XVII y XX {Schudson 1992]. Teniendo presente el micleo mis firme de ese concepto, es decir el desideratum de un discurso racional-critico al que se pliegan los participantes de un Ambito ptiblico de libre deliberacién y confrontacién argumentativa, clabord una serie de indices y critetios comparativos (grado y tipo de partici- pacién politica, recursos intelectuales, carac- teristicas de la prensa y la literatura circulante, estructura de los partidos, procedimientos elec- torales, etc.) y, luego de aplicarlos a las fuen- tes, arribé a una conclusién escéptica sobre la existencia real de esa clase de émbito en la vida piiblica de la mayor parte de la historia estado- unidense. Ciertamente, la Offentlichkeit que tipificé Habermas tiene su hogar constitutive y sus mutaciones en Europa: de alli el interés que desperté en los estudiosos de los desarro- los politicos y culturales producidos en Ingla- terra, Francia y Alemania. Como se podia p decir, la contribucién heuristica de esa nocién a una aprehensién circunstanciada de diversos tramos de cada historia nacional fue puesta @ prueba tanto en su cardcter revelador como en las zonas de sombra o de indeterminacién que inevitablemente suscitaba. David Zaret traté la experiencia inglesa—_adhiriendo consistentemente al supuesto de una esfera piiblica como «tipo ideal, caso limite» respec~ to al cual deben evaluarse las practicas efecti- vas. Centrando entonces suandlisis en el siglo XVIL, es decir en los inicios de la Inglaterra moderna, hizo notar que el habermasiano mo- delo liberal de una esfera piblica estrechamen- te asociada a la dinamica de las fuerzas econ6- micas deja fuera de su esquema tres factores importantes que incidieron en la afirmacién de la esfera piiblica hacia esa época: la religion, la ciencia y Ia imprenta, cuya pertinencia es indicada por el autor en sendos parigrafos de su texto [Zaret 1992, 220-230]. Por lo demas, Zaret también hace un sefialamiento compar- tido por otros criticos: en el desarrollo de la modernidad, otros tipos de Offentlichkeit no considerados por Habermas-quien restringe su analisis a procesos interactivos de un puiblico burgués- tuvieron asimismo su importan incluso como desencadenantes del «anodelo liberal» (el cual, segiin el autor, constituyé una «respuesta de élite al radicalismo y el secta- rismo religiosos expandidos durante la revolu- cién inglesa [id. 224-226]). Una similar impu- tacién de confinamierto del modelo habermasiano a la esfera péblica burguesa con su tacita desatencidn de otras formas de movi- lizacién diferenciadas del tipo ¢ ideal emancipatorio alli presente, es la indicada por Geoff Eley [1992]. La omision de la politica popular -cuyos focos de expresién se multipli- caron en el perfodo de la Revolucién France- sa-, asi como la de los escenarios de conflicto en Ios que se constituyera la esfera publica (y que haria recomendable hablar en plural de «culturas politicas»), son algunas de las limi- taciones del modelo habermasiano observadas por Eley, quien asimismo se hace eco de la cri- tica feminista al tipo de racionalidad androcéntrica que aquél supone, punto éste también aludido en otros trabajos [ef. Fraser 1992] y cuya obra de referencia més significa tiva es la de Joan Landes [1988]. El historia- dor Keith Baker -alguien, por lo demas, no muy convencido de la pertinencia del enfoque de Historia Inelectual y Teorla Critica Landes [Baker 1992, 201-202]- es otro de los comentaristas del modelo de Habermas que sefiala la ambigitedad de la categoria habermasiana de «esfera publica, tanto indicadora de un ideal normative como apa- rentemente descriptiva de una realidad social efectivamente existente. Ella se situaria, pien- sa, simulténeamente en dos registros: en cuan- to emergencia del propio ideal (el impulso ala constitucién de un ambito de discusién pibli- ca racional, diferenciado del de las constricciones de la reproduecién social) y en cuanto realizacién parcial -y en definitiva efi- mera- de tal principio normativo. Tanto las di- versas reservas y cualificaciones de Habermas sobre la real vigencia de los postulados regu- lativos como la mutacién seméntica que su- fren en él los conceptos claves (pues su distin- cién de lo pablico y lo privado no coincide con la de la tradicién del pensamiento politico) volverian problemética la aplicacién de su and- lisis a otros tiempos y lugares, como se vio en el caso estudiado por Schudson [Baker 1992, 182-189]. Por lo deméds, habiendo practicado él mismo la nocién de «opinién piblica» en el campo de su especialidad, la Revolucién Fran- cesayy sus antecedentes y la cultura politica del periodo [Baker 1990, cap. 2], este historiador est en condiciones de oponer un enfoque mas circunstanciado de la cuestion que el que Habermas le adjudica en su libro [ef. «The French case», en Baker 1992, sec. 2]. En cuan- to «invencién politica» coyunturalmente sus- citada, la «opinién publica» en la version de Baker deriva mas de las coordenadas de un campo cultural que de las determinaciones eco- némicas y clasistas presentes en la Offentlichkeit habermasiana. Detras de las reservas del historiador al filésofo (incomodi- dad con la indistincién de norma y hecho) esta la objecién del culturalismo al marxismo, el rechazo de un encuadre materialista presunta- ‘mente inapto para dar cuenta de la contingen- cia y de la produccién simbélica. Los anteriores ejemplos constituyen al- ‘gunas muestras de la real insercién de concep- tos de la teoria critica en la reflexién histor pero apuntan también a un complejo mas am- plio de disciplinas: filosofia politica (el cotejo con la perspectiva de Hannah Arendt, por ejem- 37 /paginas de FILOSOFIA 38/paginas de FILOSOFIA JOSE SAZBON plo, es frecuente [cf. Benhabib 1992]), socio- logia de la comunicacién [cf. Garmham 1992}, estudios de género (Landes [1988] y los comen- tarios ya indicados de Fraser, Eley y Baker, entre otros), etc. En cada una de estas conexiones aparece sintométicamente una cuestién de per- tinencia y validez que se refiere al uso posible de sintesis filos6ficas en el andlisis social y que, en el caso de la nocién de «esfera piiblica» -en tanto envuelve planteos desiderativos y esboza ordenamientos cuasi-ut6picos de la vida social- , supone también una intervencién politico-cul- tural en el presente articulada con una concien- cia histérica que imanta y discierne sus cona- tos en el pasado. Asi, Habermas, al reconstruir a operacién de las premisas clasistas sobre las, que se establece la esfera piiblica burguesa, hace notar que lo que estaba presente en quie~ nes participaban en ella (propietarios privados constituidos como piblico) «era ideologia y al ‘mismo tiempo algo mas que pura y simple ideo logia» [Habermas 1962, tr. 108-109]. En la base de esta formulacién se encuentra un motivo caracteristico del pensamiento dialéctico «frankfurtiano», el cual, en los términos deli- beradamente paradéjicos de domo, enfatiza que «no es la ideologia la que es falsa, sino su pretension de estar de acuerdo con la realidad [Adomo 1951, tr.226]. Para Habermas, el prin- cipio subyacente a la formacién de la esfera piiblica excede considerablemente su realiza- cién historica y no queda comprometido por la limitacién clasista de su funcionamiento efec- tivo (la ilusi6n de lograda universalidad que segrega y que degrada a «pretensiém» el decla- rado acuerdo con el principio). Por eso puede afirmar que el momento de «verdad» ‘ut6picamente esbozado -y epocalmente desvir- tuado- debe ser retenido por la recuperacién histérica y expuesto como norma cuya vigen- cia esté slo diferida. Pues al emerger la esfera publica en la modernidad, las instituciones po liticas basadas en la dominaeién social ya «im- plicaban cretblemente como su significado objetivo la idea de su propia abolicién: veritas non auctoritas facit legem» [Habermas 1962, tr, 109], El enlace entre la anticipacién ideal y la latencia presente de una posibilidad realiza- ble -por mas ardua que sea su conerecién- cons- tituye el nudo de la posicién habermasiana y la clave también de su articulacién de historia intelectual y teorfa critica. De alli el interés que adquiere la recuperacién y la reelaboracién de este impulso emancipador, ya no por filésofos y teéricos sociales [ef. Cohen and Arato 1992, caps. 5 y 9], sino por los propios historiadores. Pues los sefialamientos criticos y limitativos de autores como Baker y Zaret han sido desa- fiados dentro de la profesién con el designio de restablecer la naturaleza del proyecto de Habermas y, en primer lugar, la indole de la conjuncién de historia y teoria critica. Asi, Lloyd Kramer no vacila en situar a la obra de Habermas entre los paradigmas més influyen- tes de la reciente historia intelectual, un mo- delo -dice- destinado a impulsar las investiga- ciones empiricas en diversos campos de la dis ciplina. Mediante una reversién del t6pico re- proche de la confusién entre postulacién nor- mativa e indicacién heuristica que afectaria al conjunto de la empresa habermasiana de dilu- cidacién de la esfera publica, Kramer no s6lo istingue los dos niveles analiticos -el empiri- co y el critico- en su eventual utilizacion historiografica, sino que enfatiza la deseabilidad de otorgar una mayor atencién al nivel critico. Mientras el primero resulta ser- vicial al historiador para el examen de hechos particulares, 1a puesta a prueba de ciertas hi- potesis 0 el disefio de un determinado proyec- to de investigacién, el segundo permite que el especialista acometa el estudio histérico en cuanto «método de recusacién y transforma- cién del presente unido al descubrimiento y reinterpretacién del pasado» [Kramer 1992, 237-238]. El desafio consistiria, entonces, en que la investigacién histérica sobre el pasado, efectuada con todos los recaudos disciplina- rios de la profesién, lleve a una intervencién critica en el presente, lo que supone, desde lue- g0, allanarse creativamente a la inspiracién habermasiana segin la cual, por ejemplo, el acercamiento reconstructivo a la esfera piibli- ca burguesa en el siglo XVIII no adquiere su real significacién sino en la medida en que con- tribuye a exhibir las falencias y contradiccio- nes de la sociedad, la cultura y la vida politi- cas contempordneas. Guiado por esta convic- cin, Kramer no encuentra dificultad en expo- ner aquellos rasgos comunes de las criticas de Baker y Zaret que indican el apartamiento de estos uiltimos respecto a ese postulado desiderativo y el consiguiente eclipse que, en sus perspectivas, sufre el impulso critico de la obra seminal de Habermas. Pues al impugnar el condicionamiento econémico y clasista de la esfera piblica, al encumbrar ea cambio ca- tegorias explicativas de indole cultural (lengua- je, ret6rica, género, religién, etc.), al obviar el enfoque transnacional y comparativo y circuns- ir la contrastabilidad del modelo -en con- cordancia con el marco institucional de los es- tudios histéricos- a un pais en cada caso, se diluye la fuerza del esquema original, centra- do en una consideracién estructural y epocal de la esfera publica que autoriza su inspeceién alo largo de un desarrollo asi como la indivi- dualizacién de sus tensiones. En definitiva, la nitidez del planteo de Kramer permite especi- ficar, por un lado, los aportes del filésofo al campo de la disciplina [id., sece. I: «Habermas como historiador»] y, por otro, los estimulos nds incisivos que se le deben como defensor de un ideal racional de ordenamiento de la so- ciedad democritica [id., sec. 2: «Habermas como tedtico criticor]. Que sea este tltimo aspecto el realzado por el historiador Kramer tiene un significado que excede la considera- cién del disputado libro de 1962. Pues desde entonces Habermas ha tenido otras oportuni- dades de intervencién piblica ea las que su compromiso ético y politico -orientado a la pro- mocién de una racionalidad emancipatoria- se ejercié en estrecha conexién con el reclamo de una practica historiografica consonante con las tareas criticas del presente y, por eso, aten= taal «uso piblico» al que esta destinada la re- construccién del pasado [Habermas 1986b]. En elcaso del dspero intercambio conocido como Historikerstreit fue el tedrico critico Habermas quien cataliz6 a la tendencia anti conservadora y favorecié el despertar de una conciencia vigilante entre los historiadores renuentes a la relativizacién del pasado nazi y conscientes de la significacién politica del revisionismo «normalizador» [Torpey 1988, 23-24; Habermas 1986a]. Estas médicas alu- siones a la proliferacién de cuestiones y pro- blemas son, desde luego, apenas indicativas de la situacién intelectual que interesa remarcar: Historia Inelectual y Teoria Critica la de la doble direccién en que se ejercen las influencias, una vez asentadas las tradiciones respectivas de la teoria critica y la historia in- telectual. Por otro lado, un caso especial de con- fluencia de las continuidades y actualizacio- nes de la teorfa critica con los desarrollos en curso de a historia intelectual es el que ofrece Ja obra del norteamericano Martin Jay, quien, con su compatriota Susan Buck-Morss [1977; 1989], representa la més consistente corriente de estudiosos de la «escuela de Frankfurt» de- sarrollada fuera de Alemania. Jay fue, en efec- to, en los afios setenta, el primer historiador del Instituto de Investigacién Social de Franfkurt y posteriormente (en la década si- guiente) subsumié a sus representantes en un campo mas amplio de indagaciones hasta ela- borar un panorama penetrante y abarcador del Hamado «marxismo occidental» en su libro Marxism and Totality. Se le deben también una serie de investigaciones sobre Ia insercién de los hombres de cultura alemanes en Estados Unidos (especialmente los pertenecientes al Instituto 0 allegados suyos) y una monografia sobre Theodor W.Adomo, obras, todas ellas [ay 1973; 1984a; 1984b; 1986], en las que esta presente, ademas de una perspectiva indepen- diente de trabajo, también su frecuentacién per- sonal de algunos miembros de esa «escuela» y, particularmente, la de Leo Lowenthal, quien hasta su muerte reciente, en 1993, fue su ami- go e informante de primera mano sobre los avatares del Instituto frankfurtiano. Estos datos, que ilustran sobre la cerca nia de Jay a los intereses y preocupaciones de la teorfa critica, deben complementarse con la mencién de otro grupo de trabajos del autor, donde su practica de la historia intelectual se ejerce, por un lado, en la demarcacién y desa- rrollo de determinados temas filos6ficos y, por otro, en una indagacién comprensiva y generalizante de la propia indole de la historia intelectual, en polémica con las tendencias imperantes en los Estados Unidos luego de la incorporacién, en la escena universitaria de este pais, de motivos y paradigmas originados en la filosofia francesa y (a veces mediados por esta tiltima) en la alemana. Globalmente con- siderada, la posicién de Jay ha sido la de una 39/paginas de FILOSOFIA 40/paginas de FILOSOFIA Ose sazeow defensa habermasiana de la razén critica fren- te alos avances del textualismo agnéstico [con- frontar a este respecto Habermas 1985] y del énfasis nihilista en la autorreferencialidad del lenguaje. Esa reivindicacién se ha ejercido en diversas direcciones: por ejemplo, en la prime- ra parte de su compilacién Socialismo fin-de- siécle [id. 1988] y en Force fields [id. 1993a], cuyo subtitulo: Between Intellectual History and Cultural Critique indica muy bien su posi- cién mediadora entre las adquisiciones recien- tes de la historia intelectual y la necesidad de su control critico con las herramientas concep- tuales legadas por los «frankfurtianos». Su con- tribucién més dilatada al desarrollo de un cam- po especial de la historia de las ideas -campo, por lo demés, delimitado por él mismo- es una pormenorizada indagacién de las tendencias «ocularfébicas» presentes en el pensamiento francés contemporaneo [id, 1993b]; alli, luego de esbozar un panorama general sobre la idea de la visién en la filosofia occidental, estudia los avatares franceses del «ocularcentrismo» y su crisis desde la Tustracién hasta Lyotard. La premisa explicita de este trabajo es que «el his- toriador intelectual [debe] internarse en el ém- bito discursive de un modo eritico»: en este caso, por ejemplo, para sugerir la correlacién de esas tendencias con «la pérdida de confian- za de los intelectuales franceses -y no s6lo de ellos- en lo que, en un sentido amplio, se pue- de llamar el proyecto de ilustracién moderno» [id., 20, 589]. La amplitud de intereses y la aten- cién critica a los desarrollos de la cultura «post- moderna» desde una posicién instruida por el marxismo derivado de ia «escuela de Frankfurt» yalavez receptiva alas propuestas de la histo- ria intelectual tienen también en Estados Uni dos, fuera de Martin Jay, a otro estudioso re- presentativo: Fredric Jameson, de quien no po- demos ocuparnos aqui, pero cuya obra, influ- yente en el campo de los estudios culturales, deberia ser también objeto de atencién en una resefia de nexos entre historia intelectual y teo- ria critica, Un Ultimo sefialamiento, asimismo de imposible desarrollo en este trabajo, es el re- ferido a la concepcién mas amplia de «teoria criticay -amplitud que, entonces, excede los li mites de la orientacién «frankfurtianay- tam- ign operante entre los historiadores intelec- tuales. Una muestra de la presencia de esta in- citacién en la obra de los nombrados es la ex- tensién del rétulo de «teoria critica» al mar- xismo, el psicoandlisis y el post- estructuralismo, como sucede en el libro de Dominick LaCapra Soundings in Critical Theory, cuyo capitulo conclusive esta precisa- mente dedicado a la conexién que nos ocupa. Para el autor, la préctica «textualista», difun- dida en el medio de los historiadores intelec- tuales -entre los que, obviamente, se incluye-, deberia estar abierta a una «interaccién dialé- ctica» con el mencionado «trio de teorias eriti- cas» [LaCapra 1989, 1, 182ss.] como un modo de articular distintos aspectos de la cultura y la sociedad y de morigerar la pronunciada ten- dencia a la adopcién de técnicas de fragmen- tacién y descentramiento que se afirmaron en oposicién al anterior énfasis en la totalizaci6n LaCapra ha cuestionado, por lo demés, el tipo storia intelectual «sinéptica» que en su opinién practica Jay (y este iiltimo ha replica- do en consecuencia), lo que demuestra, entre otras cosas, que entre los historiadores intelec- tuales también es una cuestién disputada la ver- sin de «teoria critica» que resultaria més ade- cuada para su especialidad una vez instalado lo que se podria Mamar el giro deconstruccionista» (resistido por Jay y encum- brado por LaCapra). ‘Adorno, T.W. 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