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Otros Mundos

Por Gerry García (2004)


Durante siglos, los científicos habían mencionado la posibilidad de la existencia
de seres de otros mundos, ya sea en convenciones sobre el tema o por otros
medios. Aunque los astrónomos se pasaban la mayor parte de su tiempo
estudiando el universo, no llegaban a una conclusión que dejara a todos
satisfechos. Algunos estaban a favor, pero otros se confirmaban escépticos. Aún
así, de todas partes llegaban reportes de avistamientos de artefactos que
cruzaban el firmamento a grandes velocidades. Hubo hasta quien declaraba
haber visto grotescos seres deambulando por lugares desolados, como tanteando
el lugar y evitando ser detectados.

¿Será verdad que seres extraños visitan el planeta o es simplemente algo que las
madres cuentan a sus hijos para asustarlos? Ella no lo sabía. No era simplemente
debatir su existencia, sino también había que plantearse preguntas mucho más
profundas: ¿tendrían ellos algún sistema de creencias religiosas? ¿Algún dios o
dioses? ¿Qué tan avanzada sería su tecnología?

De cualquier modo, hizo lo que siempre hacía desde que era pequeña: salía a
algún paraje tranquilo y fresco cerca de su hogar, donde podía observar el cielo
en el momento que comenzaba a caer la noche. Gustaba de escudriñar el amplio
vacío del espacio en su lugar especialmente escogido por ella. No temía a la
noche. Conocía cada estrella y su posición en la negrura del firmamento. No eran
pocas la ocasiones en que perdía la noción del tiempo y pasaba horas sin comer,
embelesada, viendo los puntos brillantes que titilaban temerosamente a millones
y millones de años luz de distancia. Y como cada noche, siempre esperaba ver
algo nuevo, algo que no hubiera estado ahí antes. ¿Quién sabe? Una nave
extraña debería ser perfectamente visible dibujada contra el fondo negro del
cielo. Siempre se jactó de su aguda vista, algo de lo que su padre siempre
gustaba de fanfarronear con amigos y visitantes.

El viento nocturno mecía las hojas de los grandes árboles y las hacía susurrar
suavemente. A veces cavilaba, una nave con seres de otras latitudes del universo.
Vendrían de algún lugar con árboles como los nuestros? No tenía idea, pero
sabía, de cierto modo que eran seres inteligentes. Estaba convencida que debían
ser elevadamente inteligentes y con una cultura avanzada cuyos conocimientos
les permitían poder cruzar grandes distancias y llegar a otro planeta y, además,
pasar inadvertidos durante tantos años.

De pronto se sintió sacudida al pensar que quizá estos seres se habían pasado el
tiempo estudiando a su raza. Se sintió como objeto de experimentación pero en
ningún momento ofendida. Reclinándose sobre una fresca roca pensó en la
perspectiva de toparse con uno de esos seres. ¿Vendría en son de paz? ¿Tenderá
a acciones beligerantes? ¿Qué podría ese ser enseñarle a ella, o ella a él?
Encontrarse con uno respondería a sus eternas preguntas sobre como sería su
cultura, su físico, su lugar de origen... tantas preguntas que merecen una
respuesta que aún no llega.
Los científicos ya lo habían dicho en una ocasión, por cada respuesta confirmada
se abren cien preguntas nuevas. Más incógnitas para investigar. ¿Y si vienen a
conquistarnos? En realidad no creía en esa teoría conquistadora. Ella pensaba
que mientras más evolucionada sea la cultura de estos seres, menos dados a la
guerra se volvían. Sabía que vendrían en plan pacífico. Serían científicos, quizá
filósofos. Vendrían a compartir sus conocimientos, a conocer la forma como viven
aquí. Eso pensaba y deseaba que fuera verdad. Por su mente pasó la
determinación de que cuando llegara a la edad adulta, estudiaría todo lo
relacionado a los planetas, las galaxias, la posibilidad de vida en otros mundos. A
pesar de los intentos de los científicos por encontrar un rastro de vida en el
espacio y de los cientos de aparatos destinados para tal fin: nada. Ni una sola
señal de inteligencia provenía desde el cielo. Si hubiera la oportunidad de hacer
un viaje de investigación a otros mundos, ella sería la primera en ofrecerse de
voluntaria.

No supo cuanto tiempo estuvo meditando en el frío de la noche. El sueño le


indicaba que era tiempo de regresar a su hogar. Ya habrá más tiempo para seguir
sumiéndose en sus pensamientos. Llegó a su casa y se preparó para dormir. Las
noches no eran muy largas en esta temporada y mientras ella dormía, la luz de
los pequeños soles empezaba a salir, desvaneciendo el débil resplandor de las
tres lunas que emprendían su camino tras el horizonte de su pequeño planeta
Hykgaash.

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