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1

David
Huerta
Elevación de los elementos
y otros poemas

BIBLIOTECA
DIGITAL DE
AQUILES
JULIÁN

Muestrario de
Biblioteca Digital Poesía 59
Coeditores:
MÉXICO
Fernando Ruiz Granados
2
José Solórzano
José Eugenio Sánchez
ARGENTINA
Mario Alberto Manuel Vásquez
Francisco A. Chiroleu Elevación de los
Patricia del Carmen Oroño
Ángel Balzarino
Fernando Sorrentino elementos
ESTADOS UNIDOS
José Acosta
Aníbal Rosario
David Huerta, México
José Alejandro Peña
César Sánchez Beras
ESPAÑA
Henriette Wiese Edición Digital Gratuita
Giulia De Sarlo
María Caballero
Elena Guichot distribuida por Internet
Teresa Sánchez Carmona
Losu Moracho
Rocío Parada
HONDURAS
Muestrario de Poesía 59
Dardo Justino Rodríguez
VENEZUELA
Milagros Hernández Chiliberti Editor:
Tony Rivera Chávez
URUGUAY Aquiles Julián, República Dominicana.
Marta de Arévalo
APLA Uruguay
COLOMBIA Primera edición: Abril 2010
Ernesto Franco Gómez Santo Domingo, República Dominicana
Julio Cuervo Escobar
PERU
Luis Daniel Gutiérrez
Nicolás Hidrogo Navarro Muestrario de Poesía es una colección digital gratuita que se envía por la
Juan C. Paredes Azañero Internet y se dedica a promocionar la obra poética de los grandes creadores,
REPÚBLICA DOMINICANA
difundiéndola y fomentando nuevos lectores para ella. Los derechos de autor de
Ernesto Franco Gómez
Eduardo Gautreau de Windt
cada libro pertenecen a quienes han escrito los textos publicados o sus
Félix Villalona herederos, así como a los traductores y quienes calzan con su firma los
Ángela Yanet Ferreira artículos. Agradecemos la benevolencia de permitirnos reproducir estos textos
Cándida Figuereo para promover e interesar a un mayor número de lectores en la riqueza de la
Enrique Eusebio obra del autor al que homenajeamos en la edición.
Julio Enrique Ledenborg
Vaugn González
Efraím Castillo
Oscar Holguín-Veras Tabar Este e-libro es cortesía de:
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Roberto Adames
Valentín Amaro
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PUERTO RICO
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3

Contenido

Un maestro de la poesía mexicana contemporánea / Aquiles Julián 5


Aural 8
Nueve años después 8
Abres y cierras 10
Plegaria 11
Trece intenciones contra el amor trivial 11
Por un instante 13
Insomnio de verano 14
Desatada 14
Poema de Gottfried Benn 15
Fábula de Narciso 15
Cantar del dinero 16
Épica de la conferencia 17
Necesidad de la memoria 18
Llego y me voy 19
La segunda persona 20
Agua nuevas versiones 22
Yo 26
En la ciudad 29
El testigo 29
A tientas en el corazón de la música 30
El rencoroso 31
El sueño de la ciudad 31|
Exploraciones 32
Espejo 32
Cuaderno de noviembre 33
Elevación de los elementos 37
Crucigrama 42
Historia sentimental 43
El conocimiento y el amor 46
4

Pausa 47
Zoología de la luz 48
Simulacro 49
El peso de una chispa 56
Escena de costumbres 56
La noche del cuerpo 57
Olvidar 58
Plegaria 58
Cuaderno de noviembre 59
Algunos deseos 60
La orden 61
La dimensión desconocida 62
Conjuro desde septiembre 63
En la ciudad 64
Sweet angel 64
Puerta de vidrio 66
Maquinarias 69
Antes de decir cualquiera de las grandes palabras 71
Abres y cierras 72
Canción de la inquietud 73
Pasiones 73
Hombre enfermo 74
El poema 75
Por la ventaja 76
Elementos 76
Heridas 77
Dones de abril 78
Discursos 78
Preceptos materiales 79
Me caigo y me levanto 80
Declaración de antipoesía 80
Viento de luz 81
Juan Rulfo 82
Cielo abierto 82

David Huerta: esa otra ciudad que habitan los poetas / Guadalupe Alonso 84
David Huerta, el poeta de lo incurable / Ignacio Solares 88
La chispa en el sistema nervioso / Carlos Urrutia 90

David Huerta / biografía 94


5

Un maestro de la poesía mexicana


contemporánea

Por Aquiles Julián

La poesía mexicana posee una fuerza, una vitalidad, una


riqueza que la hace uno de los momentos estelares de la
lengua. Poesía mayor de edad, con nombres cardinales y
obras que marcan hitos, sus poetas recorren
simultáneamente los senderos de la tradición y la ruptura.
Se desplazan a gusto por los meandros del idioma, con
dominio formal, en un acto virtuoso que nos asombra, que
nos deslumbra, que nos encanta.

Hace unos meses dedicamos a un joven maestro de la poesía


mexicana, nuestro apreciado Fernando Ruiz Granados,
el número 50 de Muestrario de Poesía. Fernando nos
premió al facilitarnos la edición digital de su poemario Jardín de Piedra. Y antes,
homenajeamos a ese indiscutido maestro de la poesía mexicana que es José Emilio
Pacheco en el número 28 de este Muestrario de Poesía. Igualmente esperamos servir
de canal de resonancia a la riqueza de la poesía mexicana contemporánea. Y
precisamente como prueba de esa intención, dedicamos este número a otro gran poeta
mexicano: David Huerta.

Hijo del también poeta Efraín Huerta, David Huerta oscila entre el humor y la imagen
melancólica, entre la pincelada irónica y la imagen barroca. Una poesía de gran riqueza
de imagen, de formidables desplazamientos formales, que rezuma lecturas
fundamentales y da continuidad no sólo a la poesía mexicana o a la poesía de nuestra
lengua, sino que se apropia, hace suya y da continuidad a lo mejor de la poesía
contemporánea.

David Huerta ha sido editor, traductor y ensayista, además de poeta. Al editar y


traducir, ha ampliado su arsenal de recursos y referencias, lo que enriquece su
expresión. La poesía es una tradición, no una improvisación. El poeta tiene que abrevar
en las fuentes de la lengua, en las obras que marcan hitos en el género: tiene que
adueñarse de los recursos y modelos para, a partir de ahí, enriquecer y dar continuidad
al género.
6

Nada más lejos de la realidad que pretender poetizar a partir de cero.

Es precisamente esa escuela que se transparenta en su manejo del verso y sus


modalidades, en su manejo de la metáfora y otros tropos, en su trato con el idioma y en
su expresión pulida, lo que nos seduce y atrapa, lo que nos revela al poeta dueño de sus
recursos y en pleno manejo de su instrumento expresivo. Es la suma de talento y
escuela, de formación y sensibilidad.

Este número también es un apoyo a la Feria Internacional del Libro, dedicada en esta
feliz ocasión a México.

La presencia de una amplia delegación de escritores y artistas mexicanos y la muestra de


editoriales mexicanas en el Pabellón de Honor de la Feria, nos llena particularmente de
alegría.

México y República Dominicana tienen un vínculo en el magisterio continental de


nuestro Pedro Henríquez Ureña, amigo personal de intelectuales de la categoría de
Alfonso Reyes, y casado con una hermana de Vicente Lombardo Toledano.

La cultura mexicana, no sólo su alta cultura sino también su cultura popular ha sido una
influencia enriquecedora en la nuestra. Nos sentimos más que contentos porque esta
Feria honra y reconoce a un país que es uno de los que más aportes han hecho y siguen
haciendo al arte, la cultura y el desarrollo latinoamericano.

Al sumarnos con este número dedicado a la poesía de David Huerta a la festividad


cultural más importante de nuestro país: la Feria Internacional del Libro, hacemos un
pequeño y modesto aporte al lucimiento de la misma al contribuir a la difusión de la
poesía de un maestro contemporáneo mexicano, hijo de un distinguidísimo y
excepcional poeta como lo fue su padre, Efraín Huerta, que es parte de ese amplio
espectro creativo que integran los poetas mexicanos contemporáneos.

Saludamos la presencia en el país del narrador y ensayista Carlos Fuentes, quien


encabeza la comitiva. Y reconocemos al Comité Organizador por este nuevo acierto.
México, sus editoriales, su cultura, sus autores, su historia, sus prohombres, sus aportes
y su influencia creativa son más que merecedores de ser honrados y reconocidos por
nuestro país, nuestro pueblo y nuestras autoridades culturales. Y a ello nos sumamos
con alegría y júbilo.
7
8

Aural
Escarcha sucia del audio
en la penumbra nómada
del automóvil;
ciénaga de sonidos
en donde la aguja del oído
apenas puede moverse.
De pronto, una torch singer
desmenuza a Wittgenstein
con tenedores de Cante...
¿Cómo lo hace? ¿Cómo
desenlaza, destraba los lenguajes,
hace fluir el mundo -y por añadidura
suma la gracia
y la tragedia?
El automóvil
entra en la noche
ungido por la música.

Nueve años después


Yo aparecí en la sangre de octubre, mis manos estaban fúnebres de silencio y tenía los
ojos atados a una espesa oscuridad.
Si hablaba, mi voz me sonaba como una materia desalojada,
mis huesos estaban empapados de frío,
mis piernas fluían con el tiempo, moviéndose hacia
afuera de la plaza, en una dirección extraña y sin sentido: de renacimiento,
llevándome a los espejos y las calles desordenadas.
La ciudad estaba arrasada por el silencio,
cortada como un cuarzo, tajos de luz diagonal daban
sus raciones apretadas a las esquinas, los cuerpos estaban callados y
aplastados contra su vida, pero había otros cuerpos también, pero había otros
cuerpos también.
Hablo con mi sangre entera y con mis recuerdos
individuales. Y estoy vivo.
9

Yo me pregunto: ¿cómo tenemos los ojos, las manos, el


cerebro y los huesos después de que salí de la plaza? Todo es denso,
voluminoso y fluye, después de que salí de la plaza.
El aire me decía que todo estaba quieto, esperando.
Yo me moví hacia afuera de la plaza, mi boca estaba
quemada por los recuerdos, y mi sangre estaba fresca y luciente como un anillo
continuo en el interior de mi cuerpo absolutamente vivo. Pues
me movía hacia afuera de la plaza, entero y respirando.
Respiraba imágenes y desde entonces todas esas
imágenes me visitan en sueños, rompiéndolo todo, como caballos delirantes.
Estaba en el amasijo del día el espejo de la muerte.
Y una palabra de mi vivir colgaba de un borde infinito.
Yo no quisiera hablar del tamaño de aquella tarde,
no poner aquí adverbios, gritar o lamentarme.
Pero quisiera, sí, que se viera toda una quemadura de
cólera manchando el espejo de la muerte.
¿Dónde podría poner mi vivir, mis palabras
sino ahí, nueve años después, en esa cólera fría,
en ese animal de ira que se despierta a veces para
esmaltar mi sueño con su aliento sanguinario?
Toda mi sangre circula por mi vivir, entera,
incuestionable. Pero entonces oí cómo se detenía, amarrada a mi respiración,
y golpeando, con el sordo llamado de su inmovilidad, golpeando
mis voces interiores, mis gestos de vivo humano,
el amor que he podido dar y la muerte que mismamente entregaré.
Luego vino el miedo a mis ojos para cubrirlos con sus
dedos helados.
Todo el silencio de mi cuerpo abría sus alveolos
frente a los cuerpos arrasados, escupidos hacia la
muerte por el ardor de la metralla: esos cuerpos brillando, sanguíneos y recortados
contra
la desmenuzada luz de la tarde, otros cuerpos diferentes del mío y más diferentes aún,
porque habían sido extirpados a la vida humana por un
tajo enorme, por una vertiginosa ferocidad, por manos de una fuerza
doliente que se lanzaba, aullando, contra esos cuerpos más tenues ya que la tarde
y más y más brillantes, en mi sueño de todavía vivo ser humano.
Es verdad que escuché la metralla y ahora esto escribo,
y es verdad que mi sangre fluye de nuevo y todavía sueño
con una especie de muerta duda, y veo a veces mi cuerpo desnudo
como un espacioso alimento para la boca devoradora del amor.
¿Dónde estuvieron las ataduras de mi vivir,
mis espejos y mis días, cuando sobrevino la tarde en la plaza?
10

Si tomo un pedazo, una brizna de mi cuerpo para ponerla


contra el recuerdo de esa tarde en esa plaza,
retrocedo asustado a mi vida como si me hubieran
golpeado en la boca los dedos levísimos de cientos de fantasmas.
Hablo de estos recuerdos inmensos porque tenía que
hacerlo alguna vez, así o de otra manera.
Yo salía de la plaza con un vivo estupor en la boca y los ojos
y sentía mi saliva y mi sangre, vivo aún.
Era una noche fresca, dada al tiempo.
Pero en las calles, en las esquinas, en las habitaciones,
había cuerpos aplastados y sellados contra su vida por
un miedo gigantesco y amargo. Un anillo de miedo estaba cerrándose sobre la ciudad
como un sueño extraño que no cesaba y que no
conducía a ningún despertar.
Era el espejo de la muerte lo que sobrevenía.
Pero la muerte había ya pasado con sus armaduras y
sus instrumentos por todos los rincones, por todo el aire abolido de la plaza.
Era el espejo de la muerte con sus reflejos de miedo
lo que nos daba sombra en una ciudad que era esta ciudad.
Y en la calle era posible ver cómo una mano se cerraba,
cómo sobrevenía un parpadeo, cómo se deslizaban los
pies, con un silencio espeso, buscando una salida,
pero salidas no había: solamente había
una puerta enorme y abierta sobre los reinos del miedo.
Octubre de 1977

Abres y cierras
Abres un filo de navaja
para que gotee la transparencia.
Cierras el sonámbulo cubo de la noche
y un río de sombra se derrama.
Abres y cierras el diafragma líquido
de mi corazón -y amanezco
en el decuplicado y lento
destello de tus manos.
11

Plegaria

Señor, salva este momento.


Nada tiene de prodigio o milagro
como no sea una sospecha
de inmortalidad, un aliento
de salvación. Se parece
a tantos otros momentos...
Pero está aquí entre nosotros
y crece como una luz amarilla
de sol y de encendidos limones
-y sabe a mar, a manos amadas,
huele como una calle de París
donde fuimos felices. Sálvalo
en la memoria o rescátalo
para la luz que declina
sobre esta página,
aunque apenas la toque.

Trece intenciones contra el amor


trivial
Si la palabra es el principio de la acción, liberemos la
palabra de la esclavitud doméstica rellenándola de cáncer, del
virus más venenoso e incurable, y lancémosla al cuerpo del
amor trivial.
LLUÍS FERNÁNDEZ, El anarquista desnudo

1. Razones viudas por las que


"sucede que me canso de ser hombre",
líquido desflecado y fértil
de la mujer que no soy; líquido
terso, cristalino, que sale
de los senos que no tengo.
2.
12

2. Enigmas, siempre, del coito


conmigo mismo: uróboro,
Anillo de Moebius. Evidencias
de una manada, de una multitud
que se difunde dentro de mí
-circula, quiere algo: ama, se ama.

3. Hay mujeres, mal sueño mío,


muertas en mí -arrojadas como cabelleras.

4. En mis fotografías de niño estoy


indiferenciado, un amasijo
de palpitante energía carnal, sin
sonrisa, sin miedo, sin neurosis.

5. Misterios de mis labios bajo el bigote


imperioso y solipsista, hirsuto paisaje
de los caracteres secundarios.

6. Tacto y sudor, míos, de hombre,


a veces, sobre una carne en penumbra
deleitada, carne desconocida, sedienta;
carne imborrable, con un corazón
afilado y leve, y otros latidos milenarios,
caudalosa carne abrazada a mí, a mis
ficciones concretas de persona, mi yo turbio.

7. Una sequía nos divide,


mi vertebral llamarada
y tus ansiosas vértebras
lo saben interminablemente.

8. ¡Ah!, instantáneos abismos


de mi apetito, la mayoría de edad
y sus frustrados paraísos, los jardines
parásitos del hambre individualista
que va sintiendo el cráneo macho,
secamente, resplandeciendo por lo bajo
y con los dientes apretados.

9. Falo y esperma, grandes símbolos


y minuciosos abalorios del amor trivial
13

-losa diamantina en mis lomos adultos.

10. Pero quién quiere culpas, por lo demás:


pedazos muertos del falo-gimnoto,
pedazos muertos de la vulva-caverna: Culpas.

11. No quiero culpas prendidas,


como millar de escapularios,
en el envés de mi falda de hombre.

12. Doy mi palabra de hombre y cuánto pesa,


circula austera, devuelve un aroma
musculado y gentil, de cedo-el-paso, de ir
por el lado de afuera en la banqueta, de
extender una mano -sólo tendones, venas.

13. Mis palabras quisieran


restañar esa herida: la
mordedura del amor trivial.
Amor, amor, detén tu planta impura.
VICENTE ALEIXANDRE

Por un instante
La lluvia se desgajó como un fruto blanco
sobre la superficie azul del mundo:
aquí, allá, se desdoblaron
cajas y presencias,
la cauda de los accidentes,
el infinitesimal estallido inicial del dolor.

El agua indivisa y recta


mojó ángulos y artefactos;
luego cesó, igual que había comenzado.

El mundo azuleó más aún, titubeante.


Se encendió y quedó vinculado
14

a los esplendores atmosféricos.


Por un instante el mundo se unió
al cielo, después de la lluvia.

Insomnio de verano

El viento del insomnio pasa como una mano sucia


sobre la pared de este minuto. Moho, vaho,
bocas que se abren exhaustas
para pronunciar estas palabras
en la riqueza negada de la sombra.
Insomnio de verano: calor del cuerpo horizontal,
del cuerpo ojiabierto y entrecerrado,
meditabundo hasta la crispación.

Desatada

Nudo en reposo, tendido


contra la luz en abanico
de una mañana elemental: puño,
montón de fuerzas tensas, en equilibrio.
Paz material, en fin, de esta energía
detenida.
Un paso la desata.
Al principio se agita
con levedad de cresta, vibra,
contra la piel de las cerámicas,
avanza luego, asciende, se hincha
-y el inicial revoloteo
15

Se vuelve una diminuta tempestad.


Se abren los ojos, con asombro.
Las manos se levantan
con un crispante gesto defensivo.
El cuerpo retrocede en medio
del clima enrojecido de su grito.

Poema de Gottfried Benn


Tenía que irme pero un poema de
Gottfried Benn
me detuvo en el arranque de ese impulso
no saben ustedes qué poema terrible

Una flor se deshacía en medio de una


autopsia
y el doctor que había abierto el cadáver
veía cómo los pétalos se atoraban en las
víceras

También los guantes del médico se llenaban


de pétalos y de sanguaza era todo impresionante
pero era sólo un poema y yo tenía que irme

No sé si me fui pero las imágenes de ese poema


de Gottfried Benn –por lo demás una figura
no muy simpática- no se fueron se quedaron aquí

Cómo se quedaron aquí esas imágenes las huellas


de esas figuras desgarradas es algo que deberé
investigar no será fácil lo sé pero debo hacerlo

Fábula de Narciso
Tenía que asomarme a doscientos espejos
pero un agua embebida en imágenes de Narciso
me detuvo con una sensualidad egocéntrica
16

Pensar en uno mismo demasiado es un pecado


no hay que hacer de ninguna manera está mal
imagínense contemplar de ese modo la propia imagen

El pecado de Narciso se volvió un complejo


para los psicólogos y psicoanalistas
que nunca leyeron a Ovidio la historia es diferente

Los espejos a los que tenía que asomarme


estaban secos y olían a sal por eso el agua narcisista
fue un alivio una relampagueante frescura

Espero que entiendan ustedes que no podía yo irme


el agua era demasiado generosa conmigo
me perdonaba esos detalles de autocontemplación

El agua virginal que me cubrió en ese momento


en lugar de los espejos el agua especular
en la que he estado viéndome desde entonces

Cantar del dinero


Tenía que pagar esto y aquello los impuestos
y las deudas y los servicios de televisión por cable
la ciudad era siempre demasiado grande

No tenía tiempo de pagarlo todo si fuera millonario


podría contratar un servicio de entrega con mensajero
pero tengo que ir personalmente a los bancos y oficinas

No alcancé las ventanillas abiertas y tuve que esperar


al día siguiente a los días siguientes que crecían
a un ritmo exponencial no sé qué quiere decir eso

El dinero el dinero esa cosa obsesionante y sucia


o sucia por obsesionante y sobre todo porque falta
17

o falta en absoluto o falta en las cantidades deseadas

Hay una relación extraña entre el dinero y el deseo


y la necesidad no seré yo quien investigue a fondo
estas cuestiones que deben venirle bien a los Profesores

Un escritor peruano solía decir que el dinero


no produce la felicidad pero en cambio produce
un estado tan parecido que es difícil ver la diferencia

Supongo que es una buena broma pero el dinero


es el “nervio de la guerra” la abstracción más sanguinaria
el arma más poderosa el argumento contundente

Yo escribo poemas entre otras razones para no tener


que cantarle al dinero pero ya ven ustedes
allá arriba dice Cantar del dinero algún día tenía que
pasar

Épica de la conferencia
Tiene uno que sentarse ante un montón de personas
que no conoce y tratar de ser a la vez amable
y enciclopédico y también agudo sin ser cargante

De ser posible se recomienda tratar con todo cuidado


de hacer reír a esas personas pero no demasiado
hay que abordar asuntos serios y hacerlo seriamente

De lo que se trata es de honrar el conocimiento


y difundirlo con orden y claridad muy respetuosamente
sin excesos ni complacencias con método y sindéresis

Cuántas necedades preferiría besar a mi mujer


conversar con algunos de mis amigos pero
tengo que dar esta conferencia y siento un peso enorme
18

Arjuna Alejandro Bonaparte Kutuzov no sé si dieron


conferencias pero yo siento algo parecido supongo
a lo que ellos sentían antes de entrar en acción

Quizás no es para tanto lo malo es que hay que fingir


un poco o mucho todo depende del público y el ambiente
lo mejor de todo es cuando termina la conferencia

No ha habito sangre pero sí hubo un trayecto épico


desde las escaramuzas al preparar la conferencia
hasta la conflagración en plena lectura y luego ese final

Es verdad al final escucho violines y siento la frescura


del agua la brisa del mar la luz del mediodía
y es solamente que ya terminó por fin por fin la
conferencia

Necesidad de la memoria
Tiene uno que recordar lo que tiene que recordar
aunque duela de pronto surgen fantasmas
de boca torcida y ojos siniestros en la memoria

Pero hay que hacerlo aunque no nos guste


sólo de esa manera podremos pagar tantas deudas
con el tiempo el devenir los fenómenos la sociedad

Sé que estoy hecho de memoria y olvido


un poeta llamado Emilio Prados me lo enseñó
ese tejido es delicado y debe estar a punto

Hay que recordar reconstruirlo todo y además vivir


hay quienes dicen que esta necesidad de pasado
es enfermiza pero hay quienes dicen que es pura salud

Los historiadores dicen que hay una gran necesidad


de la memoria pero inventan tantas cosas
es sorprendente cuánto son capaces de maquinar
19

Esto me lo enseñó un gran historiador arabista


por más señas y no lo he olvidado no lo invento
está en un libro depósito de los recuerdos humanos

La memoria tiene una musa la principal


su nombre es Mnemosine difícil de recordar
si no lo sabían ahora lo saben no lo olviden

Llego y me voy
Como el Perro Negro de Stevenson llego y me voy
tenía que llegar y luego irme para llegar
a otro lugar a otro lado desde todos lados

Es un viaje incesante un viaje interminable


lo peor es que hay que hacerlo hay que moverse
con la brisa y como la brisa con premura y agilidad

No sé por qué ven cierta grandeza en esto de viajar


yo preferiría quedarme leyendo en mi casa
pero en los viajes he llegado a leer novelones excitantes

Durante una época iba de aquí para allá


había una novela de Jack Kerouac On the Road
la leímos y nos entró un cosquilleo y nos fuimos por ahí

Ya regresé o no he regresado alejarse quedarse volver


partir de nuevo ahí está toda la mecánica social
según César Vallejo yo no lo sé pero quizás es cierto

Tenía que irme ya he vuelto no sé si es verdad esto


no me hagan mucho caso levanto un pie y no sé
si al momento siguiente voy a levantar el otro ½
20

La segunda persona
Uno

Singladura de la gramática en tardes bobas pero


a la vez acantilado para despeñarse abismo tenue
donde las luces que brillan son engañosas
un paradigma del infierno debajo de la sintaxis
una convexidad de la inteligencia que desafía
y colma y se manifiesta como exceso y como majestad

oh segunda persona oh segunda persona vertebral


oh segunda persona enguirnaldada y celebratoria

Dos

En el agua del amor se pierden estas voces


en el fuego se pierden nada las detiene
sino otra voz la voz que dice yo la voz
que dice nosotros y entonces llega el plural
nosotros dicen nosotros o decimos como sea

pero esta persona gramatical que luego llega


con su traje de violencia vespertina para borrar
toda bobería la torpeza de la segunda persona

nadie lo entiende sólo ella la segunda persona


va en femenino pero puede ser él puede ser
el rotundo paso de Sidney Greenstreet
entre las cortinas del teatro a oscuras
y entonces tienes que decirle tú usted
vos todo esto no vale hay que poner comillas

hablas en segunda persona sin convicción


hablas en medio de estas siniestras celebraciones
lo único que sucede es que has dejado de creer
en tantas cosas tienes que hablar con más convicción
21

largas vibraciones donde las personas se eclipsan


se emborronan se difuminan tú yo vosotros
todo cambiado continuamente en la muchedumbre
de las ficciones y las transgresiones gramaticales y reales

la segunda persona en realidad es para ti


la primera persona ésta que ves y vas tocando

Tres

Qué desdoblamiento encima de la luz jaspeada


de olores a menta y albahaca. Estabas aquí
y en dos segundos de fiesta no estabas ya aquí
sino que ella –a la que llamaste "tú"– apareció

y entonces la fiesta fue una lejanía y tuviste


ante los ojos esa cara ovalada a la que le faltaba
serenidad pero te miraba con unos ojos color violeta
y por eso entendiste que la segunda persona

se encajaba en ti, en tu individualidad, en tu singularidad,


esos tiliches ficticios de la primera persona,
fue cambiando el clima, cambió también el color
de los cielos que se multiplicaron y te diste cuenta

de cuánto hacía falta para abarcar el minucioso mundo:


emprender esta investigación de las máscaras
de la Persona, calar en la Gramática, conocer los cuerpos
y sus números, abrirse a esas luces jaspeadas

que ahora te bañan como una curación apetecida,


esperada, forma de la esperanza, vehículo de revelaciones,
larga vía de la similitud, continente de tu sustancia
–segunda persona que te mira, en fin, abiertamente.

Cuatro
22

Como un espectro, pero más todavía,


como una generosa emanación,
coloide o ectoplasma contra el azul desconcertante
del cielo y las paredes infames
del encierro escolar en donde, sin embargo,
suele ocurrir el milagro de esos encuentros,
el adolescente que se descubre en el espejo
de la amistad empieza a entender esas aguas:
la segunda persona, tú, vosotros, usted –y quiere
hundirse, ahogarse, bañarse en ellas
sin ese miedo que ahora lo ciñe como una mano,
sin esa rigidez que, acaso, habrá
de abandonar para iniciar la aventura.

Agua nuevas versiones

Uno

Al fondo de la piscina, un hálito de amnios,


esa levedad luminosa de limbo
que uno guarda en la memoria profunda,
más allá de la prosa de los calendarios.

La fiebre del agua primordial.

El baño de luz líquida es un perfume


que es una mano sobrehumana
por nuestros flancos y en los pliegues
del ávido cuerpo. Los roces profundos
y los abrazos tenues de una azul
y curva y carnal electricidad.

Nadar, beber. Las formas en ese limbo


se pierden y se ganan con una ondulación
más precisa que el rayo del orgasmo.
23

Agua de toda hora, agua que bebo


y nado, agua de cielo y tierra:
hondo y superficial edén,
fugaz energía, cascada, hielo.

Dos

Derramada. Largamente pasiva


cuando la mano entra con una caricia
de fecunda locura. Los dedos
rompen la superficie que reflejaba
el rostro –y penetran y tajan. Se abre
el fértil alveolo. Las junturas son labios
que se abren cuando meticulosamente
se derrama. Derramada, pasiva,
con una mano adentro que la divide,
la taja, la penetra. Visiblemente
hecha cuerpo. Fluye ahora, después
–siempre hay un Después
en su fluencia, su túnica de brillos.

Tres

Es el espejo de Dios, un espejo


que fluye y se remansa. Es una superficie
movediza para la divinidad-naturaleza
que sueña su sueño de tierra y cielo
con furia, con dulzura.
En este espejo están las imágenes
de sus avatares y sus metamorfosis.
Reflejo, imagen: donde la imagen se toca
con el cuerpo que la proyecta
hay una delgada capa de divinidad,
una película hecha de aire,
luz, fuego y agua.
24

Cuatro

Una gota cruza el olor del incienso.


Una gota de agua. Tiene
el color del acero y la flexibilidad
de los juncos y la agudeza
de Excalibur y el brillo
de unos ojos amados y la frescura
de la piel y la fluidez
de ríos soñados en reinos lejanos.
Al tocar el olor del incienso
despierta en los sentidos
extrañas y precisas imágenes
que puede uno ver, oler, tocar,
gustar y escuchar con una avidez
principesca. Si no hay agua,
si no hay alguno de los atributos
del agua en la experiencia –habría
que asentarlo como una máxima–,
no hay sinestesia posible, no puede
haber mezcla, fusión
y encendimiento de los sentidos.

Cinco

Pequeño homenaje a Fernando Ortiz,


estudioso cubano de los huracanes
y su mitología

Del mar llegan las imágenes


de heroicos regresos y de viajes
épicos. Del mar llegan
los ciclones, las tempestades.
Del mar llegan los huracanes.
Para mí fueron palabras y sólo palabras,
con involuntaria ironía hamletiana,
hasta que en una isla del Mar Caribe
pude entender el poder de la atmósfera
y la fuerza del mar y de sus vientos.
25

Desde entonces la palabra huracán


tiene un significado muy preciso
para mí: el poder y la fuerza
que vienen del mar, más allá
de las palabras y sus sentidos
–pero que las palabras tienen
que saber levantar para nosotros
y expresar cuando hace falta, sin ligereza,
tocadas por lo que la magia debe inspirar,
con un ligero toque ceremonial
y una sonrisa ante nuestra pequeñez.

Seis

La materia se hunde con un ruido


de claroscuro hasta la empuñadura:
la rodea el agua oscura y el agua clara
la rodea con un puntual abrazo.
El vaso de Gorostiza es una imagen
de universo. La materia viva
y la materia inerte vuelven
a su origen, la Nada, en el poema:
una pulsación de apocatástasis,
circuida por un fluido azul. El agua, el vaso,
la muerte, el jardín, los peces. Pero sobre todo
el goteo de las palabras, la líquida
ondulación y la resonancia
de las palabras, de las palabras solas,
en la red fluvial del largo poema.

Siete

Vuelva el agua a sus círculos


y a sus imprecisiones: como una mano
que dibujara rostros ajenos
pero minuciosamente recordados,
traza el laberinto de su derrame fractal,
de sus prodigios lentos. Vuelve
26

y volverá, siempre, en cada momento


del camino, para tu sed, para tu frescura,
para tu iluminación material.

Yo
Todos los que son yo
dicen amargamente
que han pasado los días

y únicamente han sido eso, nada más.

Mecanismo del ángel


1
[Proclamación de su aparecimiento]

Ángel de yerba azul en las heladas


construcciones del cielo,

ángel inmenso, diminuto, esquivo,


filo de sensación, fugaz, quemante,

llama en el roto labio del abismo,


fría cara del hambre,
rota mano en el ámbito desnudo,

ardor entre la sed,


voz de rayas y sombras,
ángel de vidrio terso,

ángel de los quebrantos y la carne


recorrida por áridos fantasmas,
explorada por dedos calcinados,
27

ángel que por la espalda de la noche


camina sobre el agua
como gato en un ciego desafío,

que camina sonámbulo


como bocas abiertas, como súplicas,

criatura del espacio y de la nada,


invención, soledad, cristal, veneno.

2
[De su música y su filosofía]

En la penumbra suena
tu guitarra de estruendo, tus tambores
de blancuras espesas,
ángel que callas, ángel que desgarras
con tus gritos inmóviles la tela
más profunda del aire,

ángel que me tocaste y que te alejas,


ángel del ansia roja contra el viento,

ángel que reconozco,


ángel que me olvidaba y deshacía,
ángel de espada y lirio
y máquinas desérticas,

eres lo que despierta en los rincones


y lo que duerme en pechos desasidos,

no eres más que saliva, seca espuma


en este ciego número de angustia,

has abierto, cerrado, desprendido,


sumergido, cantado
y todo eso, ángel

de tu propia custodia prisionero,


no ha sido más que sueño,
28

no está en el mundo ahora,

se ha borrado del tiempo,


de los mapas, los planos y las curvas,

deberás inventar otros espejos,


nuevas fuentes de miedo,
inéditos tratados, partituras,

textos y laberintos, crucigramas


para pasar la tarde,

para pasar la noche y para el frío


de madrugadas negras
en las que tu demonio de la guarda
te ignora y te abandona.

3
[Despedida y pavana]

El ángel se inclinaba
hacia los fuegos pálidos.

Desde torres de yeso proclamaba


su despedida entre la fiebre.

Mira cómo se encierra, se despliega,


abre las alas lentas y purpúreas,
baja rumbo a las aguas

y en cada estribación de los minutos


planta azules antenas, pararrayos,
arenas estatuarias.

Mira cómo se dobla y se despliega:


olvida, corta, respirando anuncia
los desastres, el júbilo y las penas.

Mira cómo, fulgor, desaparece,


y en la aguja que marca los segundos
29

la luz abrevia, sombra de sí mismo,


resumen de negrura y bocanada
de sal para los panes de la siesta.

Desaparece, sí, se extingue a medias:


lengua cifrada, verde bajo el agua,
bajo los manuscritos del otoño
y entre los caracteres del estrago.

En la ciudad
La lluvia cae
sobre la ciudad envenenada.
Un olor de agua
se mezcla
con el agrio tejido
del humo.
El clima pesa
cual una mano
hecha de mecates
y crudos caldos.
Nadie camina por las calles.
Nadie respira
en las habitaciones.
El mundo se cierra
con un lejano chasquido.
Alguien abre los ojos.

El testigo

Ciego entre la espesura de la noche has regresado exhausto,


sobre piedras de luz
y espesos filos de agonía,
a murmurar el precio de tu nombre:
suerte de magia que tu desierta vida no deslumbra.
30

Fiel vasallo de labios silenciosos has ardido lo mismo en la sombra tenaz y en el luciente
fuego; has saqueado tu vida y has visto al fin, entre las ruinas de la noche, el instante
propicio de tu muerte.

A tientas en el corazón de la música


A tientas en el corazón de la música
me he quedado ciego. Recordé a Flebas
—sus orejas atenazadas por un montón de algas,
sus ojos abiertos que viajaba ingrávidos
hacia la roca tatuada de reflejos, los peces como ratas alrededor de su cuerpo
y los brazos y piernas derruídos
por el piadoso comején submarino.
A tientas, en vilo entre las constelaciones,
he creído que la garganta me estallaba
y que la sangre gemía y resplandecía
en un incendio de espirales.
Oí canciones en el jardín de los cadáveres:
canciones como caricia de narcóticos.
Pensé en el sueño doble de Rrose Sélavy.
A tientas en el corazón de la música
sentí la magnética y muda palidez del hambre
y vi el trono de la sed recamado de líquenes.
Caminé por un lugar de adormideras
y me puse los guantes de las pesadillas.
En el enardecido resplandor de los oídos
hormigueaban los sueños como penachos rotos.
A cielo cerrado, en la garganta,
bailaban las palabras y las sílabas.
El corazón de la música latía
lleno de sangre iluminada.
31

El rencoroso

El rencoroso mira, tuertamente, la noche.


¡Qué días del pasado en que así prodigaba
la estupidez todo el amor del mundo!
“Hay que saber administrarse”, repite el
rencoroso.
Administrar los buenos días, la ternura,
el pase usted, la sífilis, las excepciones
tanto en el orden fisiológico, como en el orden
moral-sentimental. El rencoroso
es ya un hombre íntegro:
tiene energías para otorgar y recibir. Alguna vez,
durante aquella triste época en la que compartió
su vida, conoció la premura; también
la dura suerte de los desengañados.
Hoy, satisfecho, se repite:
“Solamente hay que saber administrarse.”

El sueño de la ciudad
es más hermoso el sueño de la ciudad
que el mío

Jules Romains

Je suis un habitant de ma ville


(traducción de Enrique Díez-Canedo)

Esos personajes astrosos, levemente horribles, que medran bajo los portales de barrios
misérrimos. Figuras tambaleantes o rotundas en su heterogeneidad indumentaria, que
aparecen y des aparecen mágicamente en los zaguanes de Peralvillo, o bruscamente
iluminan las abigarradas banquetas de San Juan de Letrán, el dominio sombrío de la
Colonia Guerrero, la desvencijada calle —única y diversa— del arrabal arquetípico.
Actores en busca de un director imposible, metáforas a la vuelta de la esquina; carne de
presidio, siluetas para los aguafuertes de Giambattista Piranesi. Los veo y me pregunto
32

en el confín de esta luz de ceniza si el sueño de la ciudad es más hermoso que el sueño
de los hombres.

Exploraciones

Pulso, fervor. La mano del que busca se hunde en torsos de luz; rescata del más árido
silencio una cárcel de polvo. Agujas de neblina en el acoso del minuto impalpable.
Exploraciones, días como afrentas; la mano que ciñe sueños claros, dádivas calcinadas,
ominosos naufragios.

En la muda intemperie, estandartes de tiniebla. Se encienden muros, el desgaste


despliega su avidez. De la cóncava ruina viene un sombrío linaje, un puntual deterioro.
El tacto transparente busca bajo la emanación de signos de la pupila en sueños. La
noche es una lúcida expiación.

Así la dársena reúne sus vivas navegaciones. Los flamboyanes agitan su incandescencia.
Hay espigas ornadas de reflejos que el asombro ha tatuado. Abrazos en las habitaciones
de coral de la bahía. Marfil marino en la fuerza obstinada que es culpe estaciones de
vidrio. Fiesta, comunión, semejanza.

Vuelos que abren salones de larga claridad. Guirnaldas de ceniza sobre el agua. El
verano se mira largamente en un espejo aterciopelado; prende sus lámparas en cantiles
de seda. Rocas de la montaña como estatuas que arraigan en los declives de la brisa,
diurnas elevaciones que deslumbran.

Espejo

El rostro sucesivo
arde en la tenue luz
del espejo entrañable.
33

Brocal de la agonía,
claridad que dirime
laberintos y enigmas
de la vigilia numerosa;

el espejo de sed,
el espejo de sal,
el cristal serenísimo

sobre el que arden


los gestos de ceniza
del entrañable rostro,

los pálidos emblemas


del desgaste,
la señal minuciosa
de la edad.

Cuaderno de noviembre
(Fragmento, 1976)

Hay una menuda profecía en la pared más pobre del aire, los muchachos despiertan en
otro sueño, deslizan sus
manos irreales bajo los utensilios de la costumbre,
dicen palabras enormes y amarillas, muerden los alimentos que surgen del instante
más nutritivo y terso del otoño, en la luz “de la época”.
Cosas breves y espléndidas, frases que se alargan secretamente
en medio de fiestas cocinadas en la penumbra de no moverse, recipientes que el sigilo
sellara, ínfimos brotes, apariciones en una superficie desconcertante:
estas “nobles realidades” conmueven al caballero esparcido en el muelle de no moverse,
en los licores de lo fijo, fascinantes vuelos, inmóviles ruinas, momentos que bastan
como piedras para cimentar las vacaciones terribles
de un fantasma que toma el sol en nuestra boca, azaroso.

El día civil está aquí retorcido, es una cosa deliciosa de ver, un apacible monstruo, un
cartapacio lánguido.
34

Es oíble el pasaje de allá a ahora, incrustaciones de espejo lo devuelven


a su túnica hueca, sus heridos aceites. Pero el día sabe
más que nosotros, es un follaje distinto,
tiene jardines nobles, primaveras escondidas en sus brazos de fieltro;
instrumentos, pastillas para la cirugía de lo que no se nombra,
escaparates de exaltación para el pecho sutil de los inquietos,
rincones de áridos cuerpos, colecciones de cabelleras evidentemente atroces,
objetos tristes que nos derrumbarían.
El dia atisba el pasaje, el ciudadano se disuelve en el traje
de su humo meditativo, y la artesanía poca de no moverse rodea todas nuestras
preguntas.

¿Qué debería suceder en la cascada de reposo? Miraremos el encerrado círculo, la figura


ceñida: no es suficiente, es—necesario que subsista la astilla, si no la casa entraría en la
cerámica de no moverse, en sus tinturas turbias, en su verano sordo.

¿Cómo es el nictálope, cómo? Tiene cubos, aristas, cabello, sangre de ojos en los ojos, y
en el mirar que atraviesa la selva de moverse como una avispa perforaría las baldosas de
la nariz moral.
El nictálope sabe, sufre o gime, siempre igual, en su techo de lumbre, en su sello de tibia
guitarra, con los brazos abiertos a su sangre de espuma, con los ojos fundidos en aquello
que ve, y mientras ve tartamudea.

(Pero hay cosas que interesan a las señoras de espaldas oceánicas y de eso se habla sólo
reticularmente; de eso se habla sólo en la espesa colisión de la madrugada y en las
congregaciones de la voz baja; porque ahora no es la blanca sombra de lo mullido-claro
lo que nos interesa, sino el juguete de la perduración, la risa de una piedra, las
inclemencias y los destellos negros de la palabra no.)

Esto es lo severo, el apretado anillo: el rigor de asfixia y quemadura que arrastra lo


perfecto,
los transcursos armónicos y el tintineo borroso del arpegio:
pero estos asuntos tienen jardín aparte, pacen vidrios quemados,
ingieren sus imágenes repletas con bonhomía y “respetuosa distancia”,
devuelven sus transformadas y fecundas imágenes con gesto y aplomo peligroso
de tiranosaurio discursivo: Esto no, estas imágenes tienen su propia provisión, su boca
celestial, su estómago civil; estas imágenes cultivan sus pastos perfectísimos en declives
de luz invicta y cegadora.

Magra película de no moverse, apenas en el sueño


de una palabra que posee puerta de diccionario, y es la palabra mismo.
35

Pero hay algo en otra voz, una palabra enemiga de esa que no repetiremos y que está ahí
colmada en su festejo de mercurio; contra esa palabra de léxico infinito y lumbre de
espejos ensartados,
escribiremos hoy esa otra palabra, la que se oye y provoca la preocupación y la angustia
enfermiza que todos
conocemos en el reino extendido de no moverse; ésta es la palabra equívoca y unánime:
la partícula se. Hemos tocado la arcilla de esta palabra tantas veces;
nadie diga que no, porque no resonara fielmente esa palabra.
Alguien despierta de su sueño, se acerca a los pedazos de su sueño,
pero encuentra intacta y desmedida es palabra: se despierta, despiértase.

Después, alguien siente que a la vuelta de la esquina está la fiera de no moverse.


Pero esta historia es difícil de contar y pronunciar como ciertas palabras,
resonantes, llamativas, tremebundas e ilustres palabras:
óbice, indizado, metalurgia.

Esta historia, no obstante, se esconde en una fibra de la menuda profecía


que está ahora, sin que nadie la note, sin que ni el vaso y la sandalia de percibir la rocen,
sobre una pared, que es la pared más pobre del aire: ahí quedó.

En la ciudad de nuestras manos una persona se ahoga, manotea, levanta polvo, se


encrespa y llora. ¿Quién es?
En los vocabularios de la letra se esconde, huye y se enferma,
convalece sin término, pero sigue huyendo, otra persona; y las máscaras verdecen. Algo
se nos oculta.
¿Pero qué es? En los renglones de una lámpara, en la corteza de una chispa,
en las minas de oro de una micra, una persona descubre toda su sangre fuera, toda su
página de nervios fuera, allá: en la sequía de no moverse.
¿Cómo ha ocurrido? Tantas preguntas y cómo salir de ellas, de estas calles también,
de la nimia y sorda, inacabable ciudad Misma;
de las olvidadas disminuciones que rige la penumbra, cada rincón de nosotros puesto en
el fuego
de la apuesta, en la risa o “en la desolación”;
o quizá preguntárselo al nictálope, que se encierra ahora en una derramada, lluviosa
cabina de teléfono, hablando a quién, diciéndoselo todo.

Yo volvía entre la magnitud confusa, rodeado por la sombra del reino, por el minuto que
pasaba
con sus naufragios y sus tintas, esperando las reanudaciones de la noche, la fijeza de la
misericordia y el color de la tarde;
regresaba con una delicia de animal, suspendido en el tamaño de mi persona y
36

enmascarado
por un gesto borroso, murmurando mis pasos
en el paisaje de los nombres, asombrado del polvo y acogido a la voluntad de la luz que
dominaba, pero el desconcierto de ese caminar ya era un principio de ruido oscuro y
acechante,
una cosa torcida vigilando por las orillas, en el borde infinito de lo que se mezclaba
abajo,
inalterablemente: esa taza, el objeto inclinado contra la ventana leal,
el sabor del aire en mis labios y mis cabellos irreales detrás de la veladura del tiempo,
pero eso no estaba ahí,
yo no recuperaba mis adustas regiones, era otro el que determinaba el túnel de estar ahí,
otro el que se detenía y observaba,
con una lentitud parecida al océano, la mutación y a llama de lo que establecía su
quebrada sustancia,
se articulaba y hundía en ese lugar inconsolable, otro el invitado, mis posesiones ardían
y mis instrumentos
estaban perdidos en la soledad más tenue de la ceniza con apariencia de mar, no había
“ni brizna de ti, oh
lúgubre”,

aquello era un brazo de cristal, un anillo de papel, extraviado para siempre de mí y yo de


ellos,
mientras mis ojos ausentes develaban horas inhabituales
y los renglones de mi cuerpo temblaban en la arena de lo desconocido,
ese pabilo de enigma, esa raya, esas agrupaciones de ilesa memoria, ese clima de
espumas profundas,
pero ese mecanismo que yo era estaba ahí también, junto a los otros, en una playa ligera
y sin sentido,
y esa playa era el sitio y era el minuto que pasaba ahí, que ocurrían “convergiendo”
sobre mis facciones lastimadas por el roce ardiente de la inexistencia, todo era como
teclas de cera, como pulsación de ciego y hambre de insectos,

era la sed inagotable, la fisura del frío sucesivo, una irresponsable agitación que
sobrevivía en la inquietud de los pies
como el escozor de la huida frente al arma de fuego y como la sonrisa en un charco de
luto, prisionero entonces en el aire que me excluía,
cancelado por el vacío que germinaba sofocante, yo decidí alejarme sordo a las escasas
reconvenciones de lo real
y me abrigué y salí, fui a la calle y quise encerrarme en los aturdimientos de la ciudad.
37

Elevación de los elementos

El agua se elevó en medio de frases turbias.


El fuego se elevo entre cristales y oscuridades.
El aire se elevó entre manuscritos desgarrados.
La tierra se elevó desde la transparencia olvidada.

Leí en los brillos equívocos de la materia


sentencias y poemas. Leí novelerías hundidas.
Leí el final de los tiempos en los pliegues
de la manecilla que marca los segundos.
Vi los salones de bibliotecas helicoidales,
Alfa y omega de una geometría soñada. Vi
el ciervo de San Eustaquio y llevaba en las astas
una figura verdadera, una imagen victoriosa. Vi
las hojas de la Sibila enredadas
con una caligrafía indescifrable y escuché
lentas letanías que celebraban –júbilo y espanto-
la elevación de los elementos, el redondo
y afilado, circular y anhelante
labio de los deseos, encendido
en el contacto de las transformaciones.
Escuché ciertamente voces que venían de otra parte
pero yo no sabía de dónde, no sabía, pero sabía
cómo se elevaban en el ardiente ámbito. Escuché
imposibles zumbidos, crepitaciones
de telas infernales, caídas y roturas
que hacían caldo de pavanas con rayas electroacústicas.
Escuché una puerta cerrarse, una ventana
azotada contra el aire de la sorpresa,
un salto de cuerpos sobre paja multicolor,
un azul rechinando hacia lo negro, golpes de puños
38

y martillazos en uñas de mística armonía o ironía.


Olí los sustos y su minúscula magnificencia pánica,
la orina de los alces, el petróleo
sumergido en las simas pacíficas, el tintineo salado
y dactílico de los esdrújulos despeñados,
la concentrada sustancia de las elevaciones y toqué
los anillados filos de las navajas sustantivas,
las ásperos y exactos engranajes de las preposiciones.
Toque la piel argentada de las ondulaciones submarinas
y los lugares repletos de los rincones boscosos
y las arrugas sublimes de los rostros y el movimiento
de los verbos, su dinamismo planetario.
Y gusté con mi lengua el temblor de los goces,
la vibración de esplendores dulces y atormentados,
las entrañas de frutos nonatos, las ensaladas
de un oleaje celestial, el mendrugo del pan apetecido.

Con sed, en el fondo de escaparates,


encima de vidrios que fingían
cisternas lúgubres: con más que sed,
con un ardiente puño
clavado en el esternón y a punto
de romperle las costillas; con el deseo
de acabar con todo eso, su casa,
sus papeles, la ropa,
los enseres estúpidos
-y dueño apenas de su corazón malherido-,
se levantó, trastabilló, se acercó
a los vasos, a los ceniceros,
a la música destruida,
a los restos infames
de una fiesta que no recordaba.

Los muebles lo ignoraron.

De pronto vio cómo las paredes


se convertían en una sustancia
de suntuosos perfiles, un vapor
de joyas y de magias punzocortantes.
39

Vio entonces la elevación de las aguas.

¿Qué hacer con esta quemadura,


Con este sello ígneo? Él no sabía siquiera
Si estaba sobre su piel o en otra parte;
pero de su presencia, de su borde negruzco
se desprendían minúsculos incendios
que lo deslumbraban, lo asediaban,
lo volvían un pedazo de fogata,
una rama perdida en las llamas centrales
-telones deshilachados, utilería olvidadiza-
de la tragicomedia. Escocía, rajaba los sentidos.
En el cielo del paladar se hizo astillas
y en la inocencia de las manos era
ese objeto deprimente, inclinado
como sombra inservible, como noche caliente
-noche diminutiva de cerillos, estufas, encendedores,
noche de las distracciones y los codos
entre la chamusquina, sus jadeos de triste carnaval.
Busco vendas; pero las vendas no le servirán.
Busco ungüentos y bálsamos, antipiréticos,
medicinas y conjuros, remedios últimos, navajas:
¿para qué si no sabía dónde estaba –pero estaba?
Quiso soplar, títere y desfiguro. Manoteó, escupió.
Luego vio, como si se tratara de otra noche,
la noche de una fiebre de redención y de pavura,
muy cerca, devorante, la elevación del fuego.

Venado de cristal, fiera constante,


pájaro de sedosa geometría,
brisa de los sentidos y los mundos,
caliente bocanada, tibia mancha
que no puedo tocar y sin embargo
me rodea, me toca con sus manos
de música fluida, serenata
40

en que la boca brilla en el silencio


y la nariz penetra en los perfumes
como cuchara mística, la oreja
se enciende fugitiva, aprisionada
del mismo vuelo en que el clamor desata
un murmullo, sonidos misteriosos
cuyo secreto brilla son dolores,
aceptación y viático, camino
donde respira el universo tenue
y el cosmos estridente se apacigua
para volver, después, a su sendero
de máquina, de bosque y laberinto:
aire de toda hora, aire de asfixia,
aire de los suspiros y los gritos,
aire de súplica y quebranto, aire
de los tetrarcas, mares y tormentas,
aire de los desiertos y la selva,
aire que ante las almas, como espejo,
se eleva entre los vahos y vapores
hasta la transparencia y hasta el hambre.

Come de este puñado frío. Del polvo y de los vientos,


come. Abraza tu migaja, guarda estos pedazos
en tus bolsillos, y camina.
Hace frío. Debajo de tus pies una sílaba se calienta:
escúchala. Sola sílaba de la celebración.
Dijo Berceo cosas bellas
de la Virgen: Madre del Pan de Trigo la llamó.
Hasta la cordillera, hasta la catarata,
no encontrarás más que calladas extensiones.
Esto es la tierra, esto es y ha sido el término
de tu jornada, la frontera que siempre conociste.
Dispersos en los ámbitos andan los elementos,
pero de ese poder del aire, el fuego, el agua,
la tierra entrega testimonio. Te da una certeza
y te concede una cuchara, dos manos, tres edades.
Come la tierra. Muy pronto la verás elevarse.
41

El mundo cambió sobre el filo de un naipe.


Una abundancia matinal ordenó los regresos
y los viajes se detuvieron, girando
sobre la tela fugaz de los relojes.
Más allá de los bordes hubo un esplendor.
Más acá, la pena se desdobló sobre una aguja estoica,
se abrió como una mano para entregar un brillo,
un desconocimiento, un fulgor
transido de días y cansancios, una ropa
y un par de pobres símbolos. Nada que pareciera
pertenencia, abandono, despojo. Los elementos
se elevaron sobre el sudario de un mundo envejecido.
La carne hizo la paz con sus fantasmas.

La duplicada luz de los fantasmas


entró en la oscuridad
y se hizo añicos. Luego
penetró en la sal, en los anillos
desnudos del silencio,
se transformó, se hundió con lentitud
en las vertiginosas
bocas del instante.

Los fantasmas cerraron


las manos y los ojos:
los abrieron después
en la carne viviente.

Los elementos pálidos, las cosas


entregadas a olvido y pesadumbre,
los objetos extraños, familiares,
fueron ceniza líquida y arenas,
calcinación, hoguera, desperdicio.
Pero la carne viva
resplandeció dormida
y después con un arduo
esfuerzo en que los tiempos se eclipsaron,
42

volvió a sí misma, se vistió, la nube


desesperada, lívida,
se rompió con susurro y con alivio.

Los elementos, uno a uno, lúcidos,


cruzaron el fulgor de alumbramiento,
con un rumor de abejas,
el umbral bipartido:
entre fantasma y carne se encendieron,
unitivos y dobles,
en cuádruple potencia.

Crucigrama

Acercarse a la torre de los congelamientos, al pozo del agobio. Tocar con mano de
esmeralda
el margen de las perfecciones. Abolir el espacio, abolir el instante, romper las ataduras.
Salir del círculo de lo visible. Salir hacia el relámpago, el ojo de la cosa y los prados
biológicos.
Arder como los cínicos, como los impiadosos, como los rencorosos. Recostarse en un
mueble de polvo. En sueños esculpir inútiles fogatas. Caminar en la brasa del deseo.
Beber con lentitud un veneno nutricio. Asir los colores de la muerte. Naufragar en
espejos.

Penetrar en salones, en lechos, en brazos, en oleajes.


Conocer la mentira, el incesto, la opaca indiferencia.
Navegar en un agua paralítica.
Enloquecer en terrazas lejanas. Acariciar un párpado
y sentir el incendio, la pesadilla o el amor que lo cierra.

Seguir a las estatuas en la mañana de su despertar.


Explorar una vida tangencial. Promover el desastre
Descifrar los detalles de los derrumbamientos.
Exorcizar asistencias inmóviles.
Destejer la materia de las observaciones.
Abrir una semilla y descubrir el bosque dentro de la semilla.
43

Vestirse con la savia del olvido.


Profetizar amargamente. Escribir esperanzas indelebles.
Deslumbrarse con puertas. Desceñir el inmenso perfume de las tardes. Exhumar
metafísicas. Delirar frente al mar.

Historia sentimental

La cabeza categórica, los finos guantes al sesgo


y los gestos precisos como cabelleras desoladas,
la ropa escogida, los pálidos labios
en el enorme dibujo de la noche
y la cara maquillada y distante,
reflexionando en la confusa
obligación de la memoria, extendiendo la mano
sobre la loza checoslovaca, los hors d’oeuvre,
el ademán hiperbólico, los restos de las palabras
en medio de pasillos como conversaciones
o carteles ruinosos de lo años treinta,
y en la sombría terraza un murmullo de hojas,
el perfil borroso y deliberado
entre un perfume de astillas violáceas, el mentón en su oscura y saludable definición,
la nariz curva y diplomática
como de una caricatura de Daumier, el chaleco
de terciopelo decadente, los meditados movimientos
de la tristeza, la incisiva nostalgia,
las fotografías tomadas furtivamente, las imágenes últimas
en Victoria Station, sollozos disimulados
y el libro que le regaló al despedirse,
una edición princeps de Auden,
y el adiós en el aire como de fieltro,
el regreso al hotel y a las sábanas y al suave whisky
antes de nuevamente partir, y la lentitud
y la distracción al revisar,
como en un sueño borroso,
el equipaje y los documentos, el pasaporte
un poco ajado pero impecable, y hasta con un aroma
como de bosque o de jardín otoñal,
44

el informe confidencial para el Piso 38,


todo eso y también, diurna, exacta,
descubierta sin querer pero sabiendo que está ahí
pues al verla se recuerdan golondrinas o compartidas
funciones de teatro, la minuciosa flor de Hyde Park
entre las páginas de un volumen sobre Disraeli
y también las cartas obsesionantes, doradas,
y sobre todo ello, como un filo de plata,
como una espuma delicada y violenta,
la imagen de sus manos y de sus muslos
y el sonido como de madera o metal de su risa,
y sus labios adolescentes acariciados una y otra vez
al atardecer y en el alba y en la penumbra de los pubs,
el tibio contacto que se deshace a lo largo
de la oprimente travesía, todo reunido y echado
en el pozo del tiempo con un amor irremediable.

Graffiti

1
(cultura)
Manejas con pulcritud
la prosa castellana.
Tu verso es grave y ceñido.
Tu prosodia es exacta.
Tienes porte académico.
y un pensamiento digno.

El ministro leerá —qué duda cabe—


espléndidos discursos.

2
Entre el destazamiento y el coito
Ella prefiere
(Pues conoce la diferencia
Que separa al espíritu del cuerpo)
45

Los placeres ambiguos


De la sublimación

3
Laura se excita
Con las bebidas fuertes
Vivián prefiere a Mahler
Isadora exige

Manos enérgicas
Y autos deportivos
Aquella muchacha
(No recuerdo su nombre)
Sólo iba a la cama
Después de haber leído
Una o dos frases de Mein Kampf

4
(¿Edipo?)

La ve sobre la cama
con inmensa amargura.

La toca apenas
como el alba indecisa
toca el mundo.

Sabe que bajo la carne apetecida


algo lo observa y juzga,
algo terrible.

La posee
con inmensa amargura,
sin embargo.

5
En un paisaje de novela gótica
La bruma se adelgaza
Desaparece.
Ahí están
Temibles y vampíricos
Los acreedores
46

6
Han visto a la condesa Bathory
En la pequeña ciudad donde vivimos
La policía vigila a todas las mujeres
Pero las jóvenes románticas
(Que saben imposible una cita
Con el apuesto profesor de Gimnasia)
Cuchichean durante los descansos
En el Liceo
Y se estremecen ilusionadas
En el calor de estas noches de estío

El conocimiento y el amor

Miro tus pasos de espejismo a través de mis manos de quebradizo papel,


tu figura sobre el tamaño del silencio y de los accidentes:
el aire me apaga, nada suma en mí a tu memoria
la tristeza de esta imposibilidad: verme no es un hecho que se produce
cuando yo te veo en la gravedad amarilla de la tarde,
mi lenta invisibilidad es el dato que se desliza por debajo de la puerta ofrecida, en cuyo
vano
me deposita el mundo para lucir un modo del desconocimiento.

Pero si vuelves tu confuso cabello bajo las hojas del árbol contiguo, desordenando la luz
o desatándola,
una membrana diferente enseña sus emblemas en la turbia constata ción de mis labios
—y ya no soy el fardo sumiso y sumergido que ignorabas sino la persona inaudita que
inicia el camino hacia ti con una penosa seguridad,
el camino hacia tu frágil deseo de lluvia, hacia tu acercado perfil, desnudo contra e!
despojo de una tarde.

Oigo tu voz anterior, cubierta por un polvo azul, tu voz junto a mi postura de nube,
tu voz que disolvería las estatuas que llevo hace años en el talón de mi sueño
—estatuas de viva piedra, de posiciones incomprensibles y de arenosa violencia.

(“... la noche cava una cifra en las caras, en la sombra sujeta al espesor del silencio:
acercarse altera este orden recto y sombrío, la... temperatura del silencio
47

es una curación para la roja fibra interna de la cosa, un estilo de articular el peso contra
la humedad que el silencio
prepara y distribuye
—ese resto de agua contra la diurna magnitud, hilos embebidos en un temblor de
retinas…“)

Verás mi boca sobre un hielo del deseo, mis uñas encendidas bajo la huella de tu sonrisa
oscura;
un cerco de mí o de mi desprendido inmovilizarme rodeará tu cuerpo a la deriva,
puesto en la cercanía del otoño como una letra sobre el ojo seco del ansia.
Estaré otra vez en tu boca para que tu superficie convenga con la mía,
y examinaré el río que te conduce, la fuerza que te lleva de esa manera
sobre el amor de las cosas y el aire desdoblado de los otros.

(El numeroso silencio deja caer sus duros granos, divide o ahoga todo lo que está aquí.
Pero lo hace con una aguja desvanecida:
apartaremos la desolación del silencio, su distancia opaca,
para llevar esta marca de nosotros a la duradera realidad.)

Pausa

Surcos extremos rodean estas imágenes hundidas en la penumbra de


tu boca.

Es el derramamiento de la noche, suspendida en el gozne de los


espejos como la baba de un animal mitológico.

Oscilo hacia ti.

La memoria de esta pausa entra en la película de mi proximidad, una


oscilación azul: como un pan sumergido en el sueno.
48

Zoología de la luz

Despedazado en la razón de esta luz,


el animal que está en mí construye sus motivos para surgir otra vez,
reticente y copioso. Debo depositar esta palabra contra él
o por el contrario deslizarme hasta la fractura donde hoy se ha desvanecido
y ser un pliegue de su fuerza, en todo instante callada,
establecida en la obsesión de ser un “espejo del futuro”.

Una corriente de extrañas aguas me conduce entre cosas incrustadas de lentitud,


una circulación de austeras briznas o de escrituras imaginarias:
el orden de esta luz es entorpecedor, cava en mí bocas desconocidas,
me ahuyenta con un desdén imperioso
y me recupera en su interior como un mueble asiduo.

No muevo un dedo en esta nebulosa de chispas


pero sí mi laboriosa manera —sobre la saliva del mundo, sobre el error y las directas
elaboraciones de estar.

Mis manos reposan sobre la ciega cara de los objetos,


los sacuden por los hombros y despiertan en ellos una sospecha de
bosque,
de hojas estremecidas, de tela turbia. Veo en todo objeto un modo,
un estilo.

Mis reflejos graves mueren y me señalan. Me dejan absorto y marcado,


entre la línea de un continuo y el espesor donde pienso y creo soñar confusamente.

Un deseo toma la tinta de ahora y la estrella en la opacidad y el agotamiento;


un modo elige su realidad, luego se despedaza.

Un rasgo existe en esa palabra que yo escuchaba, una raya larga que desataba el aire de
una relojería o goteaba sobre un rostro —y era un efecto de visibilidad
expuesto al humor de ios días, al cielo múltiple, a las reacciones del ser.

Esta palabra me tocaba con entregada melancolía,


envolvía en mí un resto seco, haciendo de las variantes posibles o escépticas
un yo concreto e inestable, con una carne tibia, apresurada, mate, con un habla de
resonancia lejana y una claridad espaciosa de inaccesible.
49

Ahora estoy en el humo y examino mi desorden de sótano, mi oscuridad bajo las vendas.
Despierto bajo una rotura, bajo un animal despedazado. El aire se afila contra la luz.

Simulacro
El mundo es una mancha en el espejo.
Todo cabe en la bolsa del dia, incluso cuando gotas de azogue
se vuelcan en la boca, hacen enmudecer, aplastan
con finas patas de insecto las palabras del alma humana. El mundo es una mancha sobre
el mar del espejo,
una espiga de cristal arrugado y silencioso,
una aguja basaltica atorada en los ojos de la nina desnuda. En medio de la calle, con el
ruido de la ciudad como otra ciudad
conectada en la pantalla de la respiracion,
veo en mis manos los restos del espejo: tiro todo a la bolsa y
sigo mi camino,
todo cabe en la bolsa del dia, incluso la palabra incluso,
un manchon negro en la linea que se va deshojando en la boca. Si me acercara, con un
sonido genital y absolutamente humedo,
tocando las paredes del miedo con manos espaciosas y una
circulacion de letras aplastadas contra la linfa color de olvido
si me acercara, seco y coordinado en los pliegues, oyendo el paso
de los otros en el techo,
una legion sorda, un estertor de marabunta, un hueso
desmoronandose,
una lluvia caliza por el suelo, en el paladar
si me acercara, si desmenuzara una figurilla con los dedos que
gotean vino
si me procurara un placer, un desvio, un tocamiento de nubes o
un roce plateado,
un manoseo en el oro, un deslizarse en la entrepierna de los
muebles para dormir ahi un sueno de saliva y silencio
si me acercara, dando en el tiempo un acorde caliginoso, un tempo
funebre de reunion a oscuras... ¿Como comprobar entonces que estas ahi,
construido en el plinto de tu ser sujeto, continuo y manifestado
como un dato hundido en el fango de la evidencia,
pensando en medio de las cosas, entero y positivo como un
50

numero estupendo? ¿Como saberlo, como sacarte de la


multitud.
del tiempo, de los apretados espacios ponerte frente a mis ojos
como un discurso impreso,
como una tinta fluvial en las venas del mediodia?
¿Como sentir el jugo de tu vuelo, tu anatomia que fluye entre los
objetos maltratados
tu percepcion que registra el mundo como lo que es, la mancha
en el espejo, el simulacro? Mundo foliado, espacioso, apretado: riqueza sumergida en la
extension del constante naufragio,
las palabras del alma selladas con un frio fuego, una flama
desprendida de las cuerdas del sabado,
un fulgor brunido y biselado contra el pecho de los recien nacidos.
Mundo de signo y de silencio, mundo manifestado,
con sus seres atados y sus congelamientos al borde, su
derramamiento neutro,
su orilla abstracta, su cartilago ciego.
Mundo de ser, de no-olvido, establecimiento de ruina y
llamarada.
Mundo de olvido, un reves negro, barnizado con los datos de la
proximidad,
temblor del no-ser: cajas transparentes atraviesan las orillas del
incendio como almendras cargadas de sentido,
un sentido de mundo en regreso, un retorno enmascarado, perros
en el callejon de la noche muerden las nalgas de los viajeros que
se bajaron en la estacion equivocada,
la cerrada sala donde le reciben para consagrarte a tu propio
fantasma, entre tazas de te, peltre, porcelanas, galletas
funebres,
la pared que exclama con un ardiente ojo de buzo que en sus
piedras puedes ya sumergirte, para descubrir, en los pliegues,
un continente minucioso, atlantidas intramuros, vaticanos espesos
de tesoros absurdos,
micenas lastradas por desconsuelos concretos, escrituras arcaicas
jeroglifos velocisimos que
te esperan bajo la piedra serena, gris, politica, adverbial. Larvas o simulacro de Egipto,
el mundo es una abertura en el
agua del espiritu, muesca
en el tiempo y en el espacio, hendedura sutil o desesperada. Dominios del vientre de la
cosa, la material, reino y pasto
del mundo,
51

yesca dormida en el navio de las palabras,


encendimiento, linea del canto, capitular de las palabras
iniciales,
objeto lloroso o consumido, sequedad, baba, veloz certeza
y muelle de todos los fantasmas. Materia del yo, un descenso orfico en el deseo,
un tocamiento de lo que se derrama, sin centro ni asidero,
un pozo limitado por el norte de las palabras y el sur infernal o
egipcio
de lo reprimido, postergado, diferido, abandonado en los jardines
horrendos del pasado.
Un collar de quietud rodea los espaciosos milimetros del yo,
un silencio blasfemo, un idolo entre las manchas.
Ah, las cosas y la materia del yo, como un humo paralitico:
charcos, tarjetas perforadas, jazmines, gavetas, ceniceros, gansos,
paginas, ferrocarriles
—las teclas, pulsadas con un dedo y otro, el yo encerrado en las
caras augustas de la civilidad,
transido y tambaleantes. Luego la errancia, el desprendimiento:
un hacia, las varillas del abanico que se abre en los alveolos
para que respires un mar en cada sorbo, una playa en la lengua
que tocaba las bordadas comisuras de la muerte o el trabajo,
un rincon para estirar las piernas como un coloso, fumando el
azul despliegue de la vida, en la luz que roza las instantaneas
babilonias de la vacacion. Anadiomena, nina en harapos, epifania en la sal de los
torrentes,
pedazo de Nino en la tela del mundo: modo del abrazo,
llama en la oscuridad, extravio y dolor estriado de placer.
Lo que en Anadiomena no es persona levanta sus constelaciones
rumbo a tus argumentos,
duracion en libertad inscrita en el maelstrom de sus ardientes
diferencias. Cosido a la secrecion por los bordes de mi traje-centauro,
avanzo en el chisporroteo de las diferencias, labrado en el
segundo y consumido siglos mas tarde cuando el minuto acaba,
con mi maquina de sentir edificando partenones a mi paso,
escribiendo en el nomadismo el parche o la sutura de donde surjo,
exhausto en mi boca-mediterraneo y diseminado, tan derramado
en la cinta del mundo
que la maleza del yo transpira como una excrecencia en el
desierto que dejo atras,
conjugandome con las estrellas en reposo, expuesto al tiempo y
al espacio y a la materia,
52

como un grano de platino manifestado en las solemnidades del


Ente,
como un desperfecto obsceno en una estructura longilinea. Adivinar en los almacenes de
las palabras donde se esconde el
rayo, el escondrijo del mundo en la bolsa del dia,
la pagina mercurial que no ha sido escrita y cuya blancura esta
recubierta con la tinta de los deseos desalojada por
los nombres,
vagabundeo en busca de esa adivinacion en la escualida y
pegajosa luz de este almacen,
abandonado por las noches y espolvoreado por el hisopo lejano
de un chispazo de fiebre: Este almacen de palabras
donde te sientes el oscurantista, el tuareg, el
animal, el monstruo en la laguna de las denominaciones,
el gato negro sobre las piernas de la reina de las palabras,
el intruso sin credenciales, el profugo, el anegado, el ladron
de instrumentos ortopedicos,
el que traga nueces con cascaras, el que bebe el menstruo en una
copa pompeyana,
el que se asusta con sus propios reflejos, el que pena en la
madrugada de las vacaciones afantasmadas, el que se pone
verde
cuando piensa en su madre con las piernas abiertas y no
precisamente dandolo a luz,
el que tiene una lengua telescopica, el que se duele por ausencias
inventadas y por melancolias falsas,
el que baila una danza de gusanos, el que construye murallas
chinas en sus labios agujerados,
el que brilla como una brujula rodeada de nortes,
el que se lanza en la corriente para rescatar una dentadura
postiza como si fuera una civilizacion a la deriva,
el que sabe callarse en medio del estruendo, el que se pone las
manos en la entrepierna y aulla como una hidra delirante,
el que se siente un islote y oye el rumor del mar en la
profundidad de los rostros. El almacen de las palabras es un lugar extrano, humedo, una
galeria sigilosa, un hospital dormido,
Cardumen candoroso, con su latinidad a cuestas,
dificil, fosforescente como una omega 'en el pizarron de las
etimologias'.
Ojiva o multitud, ramo de piedras, rocas, en el oro del nombre,
siemprevivas palabras, 'oscura siembra' en la cuspide sorda y
53

monumental del marmol sonoro.


El almacen es un espacio tremulo, una tecla genesica
que el mundo amplifica hasta la magnitud mortuoria del requiem
o la suplica.
El almacen de las palabras: el almacen de las palabras. Saturado en la diseminacion, por
los bordes del no, exhibido en
las cosechas del silencio,
busco el margen, el medianil, el uranio de un linde, limite para
el dinosaurio que invade mis egiptos,
mis instrumentos blancos de tiempo, canosos, del movimiento que
me implanta en los espacios interminables. Un sistema de maquinas horrendas invade
el almacen,
un corte aqui, nueve alla: hervor de nombres, el cancerbero de la
historia hila con sus ladridos la camisa de los atormentados,
caen los siglos como pedruscos en lo negro de la medida,
en la ceguera de la totalidad: mundos lineales, tejidos al olor
de una cercania, de una multiplicidad,
de un espanto arborescente que se agita en el sonido seco de un
chasquido que anuncia la eternidad. Uvas, nombres a la deriva en las espaldas de la
biblioteca,
autores y personajes palidos contra el cielo del tiempo... y lo
que sobrevive son las uvas, sus oscuros fulgores,
planetas minimos en el cosmos que simula el jardin. La tarde
serena esta bordeada
por las uvas: la tarde, su perfil griego y su morado vinoso, sus
mitos, sus racimos de sombra neutralizada,
sus cavernosas ingenuidades, su naturaleza enorme y
desordenada.
La tarde, aqui, es un esplendor estadistico,
un sosiego de proliferacion, un estallido multiple. Cantidades
magnetizadas la bordean
—y mas adentro fluyen las uvas como espectros germinativos
bajo los microscopios que nos habitan,
amplifican el mundo y nuestra soberbia de Conocedores. Letra en las Pleyades,
promontorio y profusion de lo que recubre
la escritura,
un modo de construir la ciudad del Si Mismo para luego
deshabitarla
con el silencio de dejar de escribir, habitado por la tenue
blancura que deja el sabor de la estrella escrita
en el paladar fantasioso. Una blancura, una muerte,
54

un hacerse el muerto con el sueno desprendido junto a la


Cabellera de Berenice,
el sueno manchado de cafeina y derramado tres y seis veces en el
cuerpo anguloso de un cuaderno, de una pagina.
El Si Mismo hurga en la escritura, en la escena, el texto de sus
errancias: quiere fundar una ciudad.
Una ciudad o una eternidad, un disfraz con su mascara roja para
ser el flujo demoniaco
que lo instale en el siempre labial de sus proclamaciones, como
edgarpoe en el poema de mallarme, igualmente,
tel qu′ en lui-meme enfin l′ eternite le change, el grano milenario,
la llanura de sus centimetros propios,
los instrumentos del Si Mismo para la cirugia de no-moverse,
como si la inmovilidad fuese la eternidad,
y no el fluyente cauce, la maquina que cede y recorta, la letra en
las Pleyades de toda escritura,
la Cabellera de Berenice que encanece furiosamente, iracunda en
sus mares astillados,
por la brisa tenaz de la escritura y de su progenie-minotauro: la
sedosa y ardiente carne de las imagenes. Cambio, me modifico en los limites del mes,
en el zocalo del jueves, conociendo mi gerundial sangre en los
labios, mi puno ciego,
mi incorreccion al vestir, mi genitalia archivada a las once de
la noche,
lejos de todo sexo y de todo calor, hirviendo de deseos por la
avenida San Juan de Letran
y mirando el barniz del otono alrededor de las cosas como una
cinta de hojas secas,
mirando la fecunda imagen de la ciudad siempre recien
descubierta,
las articulaciones de un mundo nuevo, de un mecanismo
planetario o lunar
que arrastra en su corriente fresca las cantidades humanas, las
estructuras vivas,
las magnitudes que rodea esta luz empapada de ruidos,
chasquidos, rumores, demoliciones que el instante opera
en el interior de los objetos y de los corazones expuestos bajo
el penasco del minutero... Modificado avanzo por los huecos babelicos, y
modificandome
mas aun hasta la raiz de los cabellos,
y Proliferando, fluyendo solo y silencioso, esmaltado por una
55

blancura de muerte que me instala en el centro de su grandiosa


almendra generadora, de su matriz lunar,
entre los pudrideros, entre la basura inmaculada y meditativa,
sorda acumulacion que no cesa... Respiro en las
diseminaciones ficticias y azarosas del yo monumental,
funerario,
como un pulso de particulas, de caras, de mediterraneos, de
manos acercadas a mi, de especies, de hileras palpitantes
que se sumergen bajo mi peso en el asfalto nocturno, me rodean
y me sumergen a su vez
hasta las lineas negras de una poblacion donde renazco ofrecido
al trazo reinante de la fiebre,
paises petrificados en un contrasentido de avance y fluvialidad,
confederaciones deseantes que enganchan el mundo momentaneo
a la ceniza de los siglos, palidas reuniones rotas por la
desfigurada cirugia de la historia
y sintetizada en los tremulos rasgos del ahora o nunca. Me modifico en la sustancia
extrana del mes, hago tramites, me
confundo y recuerdo, me visto y me confieso,
percibo los deslizamientos de la duracion en la humedad marchita
de mi boca,
en el temblor amenazado de mis manos, en el funcionamiento de
mi estomago,
en las intermitencias de la debilidad fisica, laminillas de
niquelado cansancio en la llanura muscular,
en la resistencia cada dia mas debil que opongo a lo que
convengo en llamar las circunstancias.
(Es el invierno obstinado y obsesionante este lugar donde,
tembloroso y con los dedos manchados de tabaco, hago
cuentas
para sacar algunas conclusiones sobre mi: estoy en un invierno
que dobla, en el follaje del yo, un matinal espectro
que dobla una metamorfosis arida que dobla en fin la
aprisionada tela de la persona civil
y la deja, como un atado de ropa limpia, para la ingente y fertil
'proxima vez' del ciudadano que soy.)
56

El peso de una chispa


Entro en una gasa letargica
hecha de fantasma y Purgatorio.
Esta detras de una velocidad de parpado
la fractura de una Afirmacion.
Pero yo nada puedo ya afirmar
en esta ensordecedora negociacion
de bien, mal, politica, moralidad.
Entro y salgo de vestiduras tensas,
la Afirmacion me enardece:
debo escoger, tomar partido,
pronunciar una sentencia
y mantener los ojos abiertos.
Entro luego en ambito
de arenas evangelicas,
veo sombras de manos y huelo
el vibrante viatico de mi Hermano.
Salgo a los dedalos del mundo.
No renunciare a este entrar y salir.
No escuchare las Ordenes. Tendre,
entre los fantasmas y los purgatorios,
sobre el calor de las manos que proyectan
esta sombra de un collar blanco,
la davida necesaria. Sostendre,
al entrar y salir, el peso de una chispa
que sale de una gota o un rio de sangre
-todo lo que me une a esto
y a lo otro, diminutivamente
a mi hermano, al mundo.

Escena de costumbres
La region que buscabas en el azul del sabado es una reliquia
desprendida del corazon humedo del aire: una zona de poca
fortuna
Para la riqueza de tus manos —rectas y dolorosas, metidas en el azar
57

de un brusco acercamiento
o penetradas por el disturbio de una desnudez que nadie sospecharia. Ahora tu escena
es una composicion de velocidades e imaginaciones
nuevas:
acccidentes de caceria, oscuros trapos, paredes repletas para tu ojo
sin costumbre. Tu cuerpo es un vino que atravesaba la confusion de cuerdas y
relojeria sin manchar el mantel,
una medicina en la atmosfera de cabellos del sabado, una palida risa
que se desvanecio detras de ti.
Escucha como se propaga la escasa conversacion de los otros,
tensa en las bocas cuidadas para la muerte, ilesa y reflejante
como una gastada maquinaria sobre la carne del mundo,
tocada una y otra vez por la salud y el orgullo, invadida
por un enorme paisaje conmovedor.

La noche del cuerpo


En la noche del cuerpo se preparan
los alimentos de Dios,
la cena carmesi de los esclavos, el mistico bocado
de los turbios amantes- sudor, lagrimas, mierda- el humus lento, el ovalo marchito,
el resto naufrago del visionario,
el regalo sedente
que se posa en la tierra- un vapor de Demonios
rodea los Testimonios. En la noche del cuerpo
se preparan de nuevo
para sus explosiones
diurnas, para el momento
en que habran de salir
entre el humo feroz de su estallido.
58

Olvidar
Aquí están los nervios
que envuelven, como un papel fragante,
las melodías obtusas
del rencor.
Y aquí la risa
como un pájaro ebrio. Escuchar. Olvidar. Dos neblinas.
La espuma del sufrimiento
cala en el encaje naufrago
de mi silbido matinal. Aquí están los sonidos
olvidadizos, las crepitaciones
que amarillean.
Una vez más,
todo será escuchar
u olvidar. Olvidare estos doblados
enigmas, estos relojes
rectilíneos de esperas, este cuerpo
ajeno
en la llama de sándalo.

Plegaria
Señor, salva este momento.
Nada tiene de prodigio o milagro
como no sea una sospecha
de inmortalidad, un aliento
de salvación. Se parece
a tantos otros momentos...
Pero esta aquí entre nosotros
y crece como una luz amarilla
de sol y de encendidos limones
- y sabe a mar, a manos amadas,
huele a una calle de Paris
donde fuimos felices. Sálvalo
en la memoria o rescátalo
para la luz que declina
59

sobre esta página,


aunque apenas la toque.

Cuaderno de noviembre
(fragmentos)

Humo de rosas quemadas en el jardín donde hemos conocido a la noche


con brazos más extraños que la palabra Deseo,
donde sobrevive un aire de recuerdo inútil,
mordido por la venenosa fragilidad que distribuye la sombra al pasar,
cuando el frio se transforma en una cercanía igual a una oscura
concavidad
y nuestros ojos tienen un color escondido que respira con un fulgor
desnudo y desconcertante. Este frío ha llegado para sembrar una vinculación que
necesitaremos
cuando el indicio de la soledad nos imprima en la boca un largo
sabor de quemadura.
La 'estatua de la memoria' se esfuma en medio del día que
retrocede,
bajo el viento larguísimo y exhausto. El mar de la ciudad pronuncia
sus palabras, crecidas como muescas,
en el sopor del otoño, y los nombres caen brillando: incrustaciones
blancas en un gran sueño negro.
Sorda es la sombra, encajada en la sal de la noche que es
redonda como un charco y esta sobre la cabellera del espejo,
mojada en chispas,
depositada en los ojos como una donación de palabras desiertas.

El ojo de noviembre ha tenido ahora extrañas costumbres,


un guiño triste que se equilibraba en el clima que paso como una
brasa sobre nuestras cabezas y sueños,
entre las limitaciones del minuto: es árido el descenso por la cerrada
orilla de este ojo,
el cuerpo del insomne se dobla en el vaso amarillo y distante que
es el amanecer
como lento morir sin la fantasía de los héroes,
60

una cercada excavación que llega hasta la plataforma primitiva


del sueño,
una piedra que hemos tenido y era un reflejo de cielo,
la invertida colocación de lo que se desplaza por los espejos con
un gran temor. Eso tiene el enorme y triste ojo de noviembre,
y es verdad que hemos permanecido en ese mirar inalterable y sin
mezcla,
hemos sobrevivido ahí sin luz pero también sin sombra o aire
nutritivo, resistiendo
sobre una 'serie de posesiones' que era del tamaño de nuestra vida,
que era un papel que respiraba entre los renglones de la mañana,
que era la ciudad hundida en el tejido horizontal, como de
fantasma o niño, de nuestras ideas más confusas,
una extendida palabra en el color absoluto de la mujer
asombrada,
la oscura definición de un agua de muerte bajo los utensilios que
frecuentaban los aparecimientos vespertinos, pero también hemos podido sobrevivir en
la Diferencia que es como
un traje aéreo o una pistola,
y es una distancia cubierta por el vuelo de cierta melancolía en
todo semejante a los minerales,
y es una brizna de tiempo clavada en todos los pechos... Aun así el ojo de noviembre nos
ha puesto en las manos una
posesión alguna vez no deseada,
una extrañeza y un sonido profundo,
un cristal ya no sabemos que se ha disuelto a nuestras
espaldas en la escalera,
en la caída del mes de noviembre y en sus vértices claros,
o que palabras ha devorado el miedo pertinaz
fijándolas en la garganta con el alfiler del ahogo
y borrándolas con los esplendores del grito.

Algunos deseos
Que vuelvas a ver la enorme catedral
y la erizada Capilla
y sientas el paso distante, los rumores
de los Cruzados y de San Luis. Que vuelva la calle Monsieru le Prince
61

para asomarte a los escaparates


y, luego, en la calle Vavin,
a los inventos de los herboristas
y su lento prodigio -la invisibilidad de los olores. Que vuelvas a recoer el brillo
de una escritura anhelada
en las tardes coyoacanenses. Que abraces los arboles
y bebas el agua dulce
junto al amargo mar resplandeciente. Que te inclines una vez mas y siempre
sobe mi rostro
y que yo abra los ojos para verte.

La orden
(para Los cuadernos de la mierda, de Francisco Toledo)

En este plato te sirvieron


lo que no querías comer
y te ordenaron
comerlo.

No quiero saber
si lo comiste.

Hay demasiadas cosas


en el mundo
para ocuparse de aquel plato, de aquella
orden, del alimento atroz
que te mandaron comer.

Aun así quiero saber


si en el fondo de tu boca
han seguido encendidas
algunas palabras
-tú sabes cuáles son
y lo que significan:
soles raudos
para la noche del devenir-
62

o si aquel alimento
y aquella orden
las apagaron para siempre.

Aquí fuera
también
te persigue.

La dimension desconocida
Capítulo I

Un anillo de Tlön cruzó la escena del crimen.


Un lápiz Ticonderoga apareció debajo de la niebla
conradiana. Un cenicero de platino iridiado
sucumbió bajo el peso de la ceniza política.
Una escama de Leviatán se fundió
con una gota florentina de poesía pura.
Una sospecha de aridez atacámica
recorrió la dulzura de los licores.
Un espejo desemejante duplicó
la sensación de identidad. Un centímetro
de agua egipcia deshizo cubos de plata
sobre las arenas del Nilo. Un destello de médium
envolvió y aterrorizó al virus de la computadora.
Un grito de saraguato irrumpió
en el silencio del tenor dormido…

Capítulo 2

Hay un cubo de cristal y adentro hay chispas. Hay


una cerámica de Oaxaca y un hombre llamado Malcolm
o Italo esperando. Hay un expediente cerrado y una rubia
que ve la esquina de un espejo entre los papeles que asoman.
Hay un ejército de caballos celestiales a veinte millas
de Nueva York. Hay olas diminutas en una botella de juguete.
Hay tratados que empiezan a parecer auténticos
63

en una novela de tema medieval.


Hay largas manos donde debería haber sólo pies detenidos.
Hay una daga extraviada entre los informes gubernamentales.
Hay una sospecha de formol en las copas de champaña
abandonadas en la mesa del banquete diplomático.
Hay un imán en la colección de objetos de mimbre
no clasificados todavía. Hay un reguero anónimo de aserrín
en la casa de un artista de circo…

Capítulo 3

Los cantantes declaran por fin de dónde son


y zanjan de una vez la cuestión del acento. (La noche en Cuba
se llena de sonidos misteriosos que vienen del mar y del cielo.)
Los científicos explican en sus laboratorios
que el misterio de la vida ha sido resuelto. (Los mares empiezan
a acallarse como en la calma que precede a las tempestades.)
Los sherpas cuentan con detalles asombrosos su larga relación
con las más grandes montañas. (Los Himalayas dejan
un rastro inquietante en los registros de los satélites.)
La muchacha le confiesa a su novio extrañas e inquietantes
relaciones con seres indescritpitibles. (El Logos y el Amor
chocan en el cuerpo del mundo desconcertado.)
El poderoso refiere sus andanzas en los callejones
de la ciudad y su naciente piedad. (Un monstruo llamado Leviatán
se irisa sobre el cielo sereno de los campos.)

Conjuro desde septiembre


Fuego verde, niebla en el aire…
[…]
En una hora, en media hora, para que se vaya como una niebla,
que se vaya como una mariposa…
Rezo tzotzil para curar la epilepsia

Que la mano se abra hacia el espejo del sueño


Que el ojo se cierre hacia el manojo de los nervios
Que la espalda se suavice en el reposo cristalino
Que la boca se distienda bajo la electricidad de la noche
Que el cuello se afloje en la flor del reposo
Que la nariz se eleve en el perfume blanco del día
Que la pierna se alargue detrás del magnetismo del viaje
Que el pubis se encienda en el terciopelo del abrazo
64

Que la cadera se curve en el esplendor de la brisa


Que la oreja se despierte bajo el tintineo del contacto
Que el pelo se derrame desde el muro del cráneo
Que el pecho se ilumine entre las astillas del grito
Que el hombro se duerma ante la huella del neblí
Que el pie se extravíe entre las magias del tiempo
Que la garganta se oscurezca con la sílaba del espacio

En la ciudad
La lluvia cae
sobre la ciudad envenenada.
Un olor de agua
se mezcla
con el agrio tejido
del humo.
El clima pesa
cual una mano
hecha de mecates
y crudos caldos.
Nadie camina por las calles.
Nadie respira
en las habitaciones.
El mundo se cierra
con un lejano chasquido.
Alguien abre los ojos.

Sweet Angel
Aparezco en la saliva del ángel, ante mí los papeles ilusorios —desatados en
la blancura del
amanecer
y a punto de sumergirse en la manecilla de tinta, escritos o escribidos con el adorno
de ebrios
tachones,
como un césped meticuloso en la montaña de mi cuerpo, como la droga tibia del
Unicornio que
abre los
ojos en los residuos, en los intersticios, en lo que pasa.
Aparezco en la cintura del ángel, negros papeles en mi boca y en el funesto ángulo
de mis
65

cabellos una moneda de sangre,


horror de las explicaciones y los "momentos dados", llamas de fieltro que vi, una
tarde ardiente,
en Montealbán repleto de oscuras personas con oscuras palabras en los labios,
dichas bajo un
cielo diezmado.
...Todo es oscuro, por lo que pasa paso con un sombrero húmedo y letras larvadas en el
desconcertado paladar;
sueño en lo que pasa y huellas de muerte siembran líneas nocturnas en mis
manos inesperadas,
adopto una postura de estatua de las Cícladas, y veo mis pies en medio de la noche,
mis pies
como dos instrumentos de sobrias esperas y caminatas oscuras,
oscuro, todo es oscuro, no diré a tu oído: ecce gubernator, desorientado bajo la
lluvia porque a
dónde ir,
ahora, siempre, con una piedra sorda en este pecho de somnolencia,
con una fría baldosa en mi modo de circular,
con este nocturno libro subrayado y el desmembrado cuerpo de Palinuro puesto, como
una
lámpara, en la deriva de la conversación.

Dirás una o dos veces que divago, sin explicar las cosas, como si aparecer en
la cabellera del
ángel no fuera suficiente,
como si en la sopa común pudiera no aparecer el Unicornio, alucinado y perfecto,
numeroso y
nombrado,
de la misma exacta y ebria manera en que aparezco yo, moi méme y malgré tout!, en
la zona del
ángel, en el alcohol del ángel, en la comisura llameante del ángel,
risas todos los días y decir otra vez "todo es oscuro", etcétera, carajo,
escribir, escribir, escribir, con estas cosas tremendas ante los ojos, y abrir la boca
desesperadamente mientras todo,
y "todo es oscuro", alrededor se derrumba con un ruido de tatuajes y desgajamientos, y
mirar
es convertirse en luz,
¡pero la luz escurre con jirones, con manchas, "Todo es oscuro" y las risas, por los
pasillos,
cruzan la muerte
como la misma luz, el Monstruo de la Luz, que entra en una cuchillada y la selva de
la retina
oscila:...
—somos los mismos de siempre, en fila y peinados, animales con su cucharada
de lenguaje azul,
con su frágil ración,
con su ciudad cerrada en el fondo desordenado de los ojos!
66

Aparezco en el sótano del ángel como una gota clasificada, oigo mi tos en el
aire, women come
and go talking of Michelangelo, cumpliré quizás cuarenta o cuarenta y tres años,
leeré libros y quemaré hojas secas, idos el entusiasmo y la fuerza, sumergido
en pliegues de
relatividad, ahora veo, allá arriba,
la venenosa risa del ángel cubriéndolo todo con la palabra oscuro, con la palabra
mí, con mi
pasaporte y con la sombra de mi cabello,
con la basura de unos párrafos dedicados al olvido, con la fórmula etcétera, con mis ojos
arrancados a la
mitad del sueño, con esta lluvia donde alguien, quizás, oscuramente, oye
ruidos maravillosos,
transformándose.

Puerta de vidrio
Me acerqué a la puerta de vidrio como si yo mismo fuera una ficción,
toqué su pausado pulimento, puse la frente sobre los brillos de su agua suspensa.
Mi cuaderno estaba junto a mí, cerrado de delirio. Y tuve miedo de perder el equilibrio
bajo los efectos de la droga que la puerta de vidrio hacía entrar en mi
desconcertada cabeza, en
mi
cabello colocado bajo la influencia primaveral que desdeñaba.
Me acerqué a la puerta de vidrio para verme, como si fuera posible percibir en esa
inocencia
transparente
los arraigados materiales que me construyeron para el tiempo.
Nada reconocía más que la conducida limpieza de tiempo, sus aprendidos engaños.
Me aparté
con un miedo nuevo y sabiendo
que si alguien soy no he de reconocerme sino para la fuerza.
Por tu cuello salían chispas como el aserrín de un muñeco degollado.
Encadenado a la pared, eras miles, miles de hombres. Y el policía que te pegaba
era él mismo y otro, tú acaso. Levantaste los brazos para defender la playa de tu torso y
volviste la cabeza
para ver si tus camaradas habían huido, abriste la boca para decir algo y viste
la boca abierta del policía ya adentro un calendario, un lápiz y una orden
de aprehensión.
Por un instante supiste que te iban a matar pero luego resolviste esperar otra fracción
de
segundo bajo los golpes
67

y sacar la feroz alegría que hasta ahí te llevó, cerraste la mano para sentir la terrenal
fuerza
marmórea de tu puño

y devolviste el golpe último, lo encajaste en la mandíbula silenciosa del agente y


saltaste por encima de ti para intentar esconderte en cualquier lado.
Ese cualquier lado vino a tus ojos, narcotizados por el dolor infernal del cuello
sangrante, en la
forma
de una puerta, de una puerta, de una puerta de vidrio a donde llevaste sin preguntar
ya nada
más
tu instinto de muchedumbre y la feroz alegría que te llevó hasta ahí, bajo los golpes, que
te
llevó
hasta tu mano escarnecida que en ese momento empujó la puerta ye te dejó a salvo en
un
edificio desconocido,
mientras afuera la ciudad se revolvía como un animal martirizado.
Por primera vez en el vértigo de la tarde, respiraste tu vida reconciliada y
supiste que estabas
contigo mismo, como suele decirse. Viste la serena translucidez de la puerta de vidrio y
lo que
tus ojos vieron
fue una fantasía más para la tarde vertiginosa: tus compañeros te recogían por los
sobacos,
te empujaban entre la confusión y trataban inútilmente de detener la sangre aún fresca
que te escurría por el cuello, sorda y más verdadera que tu vida.
Estaba un hombre, de pie, frente a una puerta de vidrio. Estaba solo.
Y su cabeza era como la neblina que afuera, en el jardín, acariciaba los bustos romanos
y bordeaba las fuentes y los senderos —el aire era una gasa lenta,
blanquecina, penetrante.
La puerta de vidrio reposaba como una lápida frente a los ojos soñadores del hombre,
pero al mismo tiempo tenía lenguajes que rozaban la cabeza neblinosa.
Los lenguajes de la puerta eran también soñadores, neblinosos, tenían la consistencia de
un
añuelo empapado y
se abrían como fantasmas en la piscina que la cabeza del hombre ocultaba detrás de
la frente.
El hombre tenía en los ojos las impresiones frescas del jardín, los senderos floridos, la
melodía
de las
fuentes, la presencia frondosa de los árboles y el armonioso canto de los pájaros.
Pero a pesar de todo eso, lo único que parecía importarle era la puerta de vidrio, eran
los lenguajes neblinosos y soñadores de la puerta que tenía enfrente como un teatro
helado,
superconsciente e instintivo.
68

El vidrio de la puerta sabía que detrás de la frente del hombre había una piscina
y amaba esta palabra y lo que designaba, porque la puerta, a su modo "vidriado",
se reconocía en lo que estaba detrás de la frente del hombre y en la palabra que le tocaba
en ese
mundo.
Esa palabra era un lenguaje entre la niebla, era un sueño entre las fuentes y los senderos
floridos,
y se enlazaba con naturalidad al armonioso canto de los pájaros.
Era un lenguaje de vida que tenía esguinces de muerte y de niebla que también estaba
"vidriado".
La puerta escribía en el hombre una frase larga y neblinosa.
La puerta interrogaba al hombre sin interrogarlo, y éste
había sabido siempre que su principal interés en la vida
era responder a ese interrogatorio neblinoso, que quizá no era en verdad
un interrogatorio.
La puerta de vidrio le preguntaba al hombre, una y otra vez, con un ritmo neblinoso
de sueño,
cosas cuya respuesta él ignoraba pero que le dejaban en el paladar un regusto de vino
y de
quemadura.

Eran preguntas de una civilización perdida, preguntas sobre los horarios de los trenes
de la
Gran Ciudad,
preguntas sobre lo Mismo y lo Diverso, preguntas sobre la filosofía y preguntas sobre el
tabaquismo.
Esas preguntas entraban como plumajes de acero, sin encontrar ninguna resistencia,
en medio de la cabeza del hombre y rozaban la piscina como un pájaro lleno de sed y de
furia
sexual
—y esa manera de entrar depositaba en el hombre un perfume de cabellos asesinados y
un grito extenso hecho sólo de ojos y páginas destrozadas.
El hombre no sabría responder a las preguntas de la puerta de vidrio y sin
embargo antes
ha conocido el misterio delgado y sanguíneo de sus emociones frente a esas preguntas y
frente
a esa puerta, todo ello
depositado en el hombre de una manera "vidriada" y neblinosa. Como un sueño entre
los
senderos floridos y
el armonioso canto de los pájaros.
La puerta no es lo que se dice, ni se abre o cierra según las técnicas o la moral
en uso, técnicas
impiadosas y automáticas, como de un sueño hueco, frías como un teatro frío.
Pues la puerta que interroga al hombre no es una posibilidad de entrar o de salir,
de cerrar o
abrir,
69

pues rodea al hombre y es un sentimiento de mundo puesto en la soledad inteligible de


su
corazón. La puerta no es
el infinitivo que pone a funcionar las máquinas equívocas de la costumbre ni es
un poder
"significativo".
Es un poderío de mundo. La puerta es un sentimiento neblinoso que rodea al hombre
soñando,
una "pasión" delicada y fúnebre
que arde sobre los ojos del hombre y lo escribe contra la sedosa puerta de fuego que es el
mundo, ahora y aquí.

Maquinarias
1

Para qué sirve todo eso te digo tu fiebre tu sollozo


Para qué sirve gritar o darle cabezazos a la niebla
Por qué romperse en las ramas rasguñar esos níqueles
Con qué objeto salarse mancharse darse dolor o darse ira
Te digo que uno no sabe a veces cómo salir de esta campana
Te repito que anda uno por las calles ahogándose
Y por todos lados nos preguntan el precio la obligación
Ya no nos dejan dormir tranquilos soñar tranquilos murmurar
Estamos solos amor no sabemos nada sabemos nada nada
Solamente puedo ver esos chispazos al fondo de tus ojos
Puedo sentir tu saliva en los deslizamientos nocturnos
Toco las sábanas que cubren tus hombros perfectos y me callo
Suenan maquinarias profundas en medio del azul formidable
Se rasgan las orillas dicen que estamos enfermos que somos tontos
Sé que ves en mi boca los dulces envenenamientos del beso
Comprendo cuánto vas olvidándome cuánto te voy perdiendo
Para qué sirven digo mi fiebre o mis lágrimas bajas
Pinches basureras palabras Y una vez más por qué enojarse
No hay motivo nada pasa nada sucede El alto cielo mexicano
Está llenándose Así el silencio va cubriendo el amor
70

Come aquí el amor sus panes


de ángulos alucinantes; aquí se viste
con su ropa bruñida. En este sitio
hácese con dolor. No es otra su nación
pues aquí nace, cunde y se alumbra todo.
Va teniendo a centímetros su cara ardiente;
va poseyendo, a miles, sus ilustres miembros.
Cómo el amor se moja aquí, cómo se aclara
su corazón, cómo se pulen a puñados
las redondas arenas de su orbe.
Destila sus licores de candente frialdad
y perfecciona el astro de lo que en él
ha da ser más que él: muerte, abismo, libertad, luz,
odio puro. Lugar de amor, así, ese que aquí
va desgarrando el aire con sus filos de flores
y con el agua del silencio hecha sólo de tiempo.
El amor, de tan grande, no cabe en este cuerpo
y a él debe rendirse. Tal es la ley
que lo ceba en sus brillos y sin cesar
lo inunda, le da panes, lo olvida. Irremediablemente.

Veré cómo el fuego inunda la tiniebla


y el modo angélico en que tu cuerpo nace de mi cuerpo.
Nada seré en la sombra para ti sino
el hambre celestial de mis miembros y el furor dulce
de mi ansia, brillando en la pradera de la alcoba.
Apenas un dibujo de sangre sobre tus piernas, una sed,
un cuchillo, un lobo metafísico. Un sueño
sobre las doradas pantallas del amor, vibrante.
Tú te convertirás en una sílaba de mi pecho,
tus delgadas facciones recorrerán el cielo de mi boca.
Seremos semejantes hasta el dolor, mujer y hombre
71

saciados y contritos, inclinados


hacia el reflejo de la tierra fecunda
que los sostiene. Verás cómo el fuego me cubre, cómo
la oscuridad se esconde en los pliegues de la luz.
La enormidad de la noche es una anécdota sucia,
una esencia que va convirtiéndose en apariencia.
Te digo que somos más grandes que la noche, que ahora sólo basta
nuestro murmullo para que el fuego
entre aquí, llene todo esto, nos inunde.

Antes de decir cualquiera de las


grandes palabras
Ya se sabe: primero tenemos que ponernos de acuerdo
en cuáles son, pero convengamos en que existen:

se escuchan con todo su peso y gravedad


por la Perspectiva Nievski, en el murmullo de Raskolnikov,

y Cortázar se burla de ellas a cada rato


y las aligera, las despeina, las reconcilia

con el resto del vocabulario, para que puedan rozarse sin daño
con las demás y libertad no lastime demasiado

con su tonelaje de mármol griego


y su tufillo existencialista y su indudable grandeza trágica

a tenedor, a janitor, a bibelot —aunque esta última


es sospechosa de grandeza por culpa de Mallarmé,

también están las cortas y decisivas, sí, no, ahora, nunca,


la turbia amor, la limpia muerte, la zarandeada poesía,
72

otras que son como el arte por el arte, sándalo,


por ejemplo, y algunas como desoxirribonucleico, telescópica

y de indudable elegancia científica, de una manera vaga


e intensa y laberíntica, al mismo tiempo, conectada

con esa otra, vida, y están las combinaciones, claro,

tu boca, esta carta, docenas de objetos verbales


que sólo tienen importancia por razones inexplicables,

pronunciadas en la noche o el día, dichas

o guardadas en el silencio, en la red aterciopelada


de la memoria, en la fortaleza transparente y enérgica

del olvido, ese cuerpo o tejido del que también


están hechas las grandes palabras, el tiempo, tantas cosas.

Abres y cierras
Abres un filo de navaja
para que gotee la transparencia.

Cierras el sonámbulo cubo de la noche


y un río de sombra se derrama.

Abres y cierras el diafragma líquido


de mi corazón —y amanezco

en el decuplicado y lento
destello de tus manos.
73

Canción de la inquietud
Inquietud en el cielo de los ocres, inquietud en el sedoso
laberinto de las tripas, inquietud
en las plumillas dobles y triples del dibujante,
inquietud entre los maizales y los rosarios
manipulados con nerviosismo
por la señora nalgona y sus naguales,
inquietud en el agua
con su cara de transparencia y lodo
y en los órganos azules del viento, inquietud
ante la cercanía de los insectos y frente a las
alas del alcaraván ceniciento, inquietud en la jarra
y en la taza, inquietud entre los cuatro muros de la casa
y a la intemperie, inquietud hacia el sur
y hacia el norte de la Rosa levemente manchada,
inquietud en la tensión ecuatorial
que sostiene el vientre con un esfuerzo sublime
entre el oeste de la defecación y el este de la orina,
inquietud en los genitales barnizados de lo que no debiera,
inquietud rumbo a los torrentes mayores y los arroyos mínimos,
inquietud sobre la cabeza rapada de la calavera
y debajo de los pelos gritones del trazo sepia,
inquietud en la máscara centellante de los dioses
y en la cara redonda o escuálida de los traseros,
inquietud de los cuerpos y las almas a un lado del camino
y en la intimidad erizada de los baños.

Pasiones
En cada objeto la sombra de la Pasión
cae como cae la luz de la mañana.

Sobre el Gólgota de la conciencia que se eleva


desde los turbios encadenamientos
del cuerpo dormido,
74

se depositan clavos,
coronas de espinas, gallos.

Cuánta miseria alrededor. Y cuánto, a la vez,


calor de salvación en la materia que bizquea
y se empobrece junto a nosotros—

tantas briznas, quintales de Paráclito,


debajo de las mesas de las cantinas
y cuántos trapos con rostros divinos
a la salida de la plaza de toros.

Hombre enfermo
El perro nocturno come
dos anillos de sangre
pero el perro vespertino lo ahuyenta.

Los diamantes del pecho


se queman y se desunen.

El perro diurno lame


la entrada del pecho
pero el perro nocturno
conoce la salida.

Todos los perros


quieren tener un lomo de diamante.

Dos anillos de sangre nueva dan vueltas.

El pecho va quedándose solo


con un perfume de ladrido.
75

El poema
Para Arturo Cantú

Desde el sueño del agua las imágenes


del vaso que miraba Goroztiza
llegan hasta los nombres y las sílabas.

No del lenguaje, sí del mundo ávido,


son los órganos tenues del poema.

Él quiso nada más la claridad


de observar a través de la ventana
del poema los seres y las cosas.

El cosmo minucioso resonó


en el vaso febril de su conciencia

y levantó la pluma, abrió los ojos


y los cerró de nuevo. ¿Escribiría?

El poema llegó. Él, resignado,


lo recibió en el vaso transparente
de su prosodia espléndida. Las frases

fueron tejiendo el alto cuerpo. El fúnebre


edificio de ideas y metáforas.

Goroztiza murió. De su poema


recogemos la pálida ceniza

que en los ojos de los lectores se transforma


en resplandor, en luz, en llamarada.
76

Por la ventana
Por la ventana, veo líneas de polvo
y el caedizo rumor material de las cinco de la tarde;
hombres y mujeres atraviesan
una niebla letárgica, se entrecruzan
con monstruos que no los ven,
lloran sin saberlo al bajar hacia los túneles
del Metro y se hieren
por cualquier cosa. Por la ventana
entran en nuestro cuarto rombos de plata
que asumen, con un centelleo, catadura de fantasmas.
Por la ventana se derrama sobre tu rostro amado
el verdor del jardín, el estallido silencioso
de las jacarandas y los colorines. Por la ventana
como por el libro de diamante –que es otra ventana-
entiendo la expresión Deus sive natura, me inclino
hacia el mundo y recojo gestos de dolor y de exaltación
y ademanes de náufrago, espasmos, finitudes,
largas locuras, pedazos del amor desconcertado,
fulgores de mutilación y bruscos gritos del silencio.

Elementos
Qué me dibuje en agua olvidadiza
el esplendor del fuego: tu presencia.

Que en la madeja del aire mañanero


no se llene de amarga tierra
esta boca sedienta. No haya

silencio estéril entre tú y yo


sino callar a tientas, en busca uno del otro.

Quiero vivir, entonces, en el agua ligera


de tu mano matinal,
77

en el fuego transparente y fresco


de los deseos y los abrazos,

en el aire fluido y lento


que roza la tierra de nuestros pasos.

No nos desdibujemos, te digo,


ni nuestras bocas se eclipsen
de sordas querellas, de distancias,

de tierra infértil, de turbias aguas,


de aire tajado, de fuegos extinguidos.

Heridas
Nos herimos. Volvemos la mirada, en medio
de verdes luces, a los rostros confusos; caminamos
entre desechos y turbulencias; pensamos
con una tensa cuerda de dolor en el pecho.
Y nos herimos, insaciables. Negrura y débil saliva
cunden. Sombras decuplicadas se asientan
sobre párpados tersos; pedazos de nada que tenga
nombre ni sustancia revolotean sobre las lenguas;
fatigas concretas dejan luido el ojo y secos los labios.
Nos herimos y continuamos, exhaustos. Abajo silban
ráfagas incoloras. Nos herimos y nos levantamos
unos a otros, tropezando siempre con piedras
que son lo Mismo, sin cesar angustiados
por el espectro formidable de los errores y los engaños.
El día da vueltas sobre sí mismo y nos deja en la boca
una mancha de luz infatigable. Caminos se bifurcan
frente a la posibilidad ingente de las heridas. El dolor.
78

Dones de abril
Los gestos de San Luis,
los panes y el café, la magia
de los herreros, la prosa
de Schwob y las enmeraciones
de Saint-John Perse, los libros
de historia medieval, el sol
entre las jacarandas, la lluvia
intempestiva, las fotografías
de dos o tres niños, la mitología
de los indoeuropeos, los viajes
del Veneciano y de sus contemporáneos,
los cuadernos para dibujar,
el aislamiento entre la luz dorada,
las noches frescas para pensar
y las mañanas
de las risas compartidas.

Discursos
De labios escondidos salen rumores y vendavales,
largas frases de naufragios, de pérdidas; de bocas lentas
y minuciosas se desprenden fábulas de vapor y delirio,
pálidas declaraciones de amenazante desnudez.

De paladares oscuros y destruidos ascienden hacia los


techos
una bocanada desesperante; de dientes aciagos, plegarias
y murmullos ambiguos. De lenguas, en fin, secas,
entrecruzadas por el ansia, caen gotas
de silenciada moribundez en forma de grises desafíos.

De los gestos fluyen astucia y desengaño; de los


ademanes,
un ruego, una sensación de calor insistente y agudo;
de los rostros desciende a la mesa de la desemejanza
79

un deseo de unión, una mordiente energía de contacto.

De las manos sueltas en el vaivén de la caminata se


desliza
una promesa de cercanía e inmovilidad, miligramos
de alucinantes calcinaciones, retazos de hieratismo
para el manto de los héroes, dinamismos simétricos de
estatua.

De los hombros, de las espaldas, de las frentes contiguas,


de las uñas, de los esternones enhiestos, de los codos
suavizados
corre un río de palabras, moja los espacios azules, inunda
los instantes inflamados. De las adivinaciones y las
sospechas
y de la materia corporal en todas sus vías y su cerrada
presencia,
himnos y telegramas y levadura de gramática y rayas de
tratados
llenan momentos como vasos, relampaguean en los
oídos,
se difunden y sedimentan, interminables, coloreándose
de ser.

Preceptos materiales

En mi corazón están los labios de la materia,


La noche confusa de sus vértices,
Y sus tendones y sus vaticanos de tenue droga,
De radiante eficacia, de cavidades últimas.

Ahogada en mí la materia, su peso


definido y continuo: bajo mi cuerpo húmedo
y rezumante, congregado en el espacio claro
donde me encierra, volumen o fulgor.
80

Lo mío se desprende con la materia:


pulso de círculo, bóveda sanguínea
o recta difusión de una tenaz arboladura.

Soy la ciudad y el surco de la materia,


su imagen: respiro en este fantasma
que va tocándome con dedos numerosos.

Me caigo y me levanto

Me caigo y me levanto, es un tartamudeo


de actos, una secuencia de acontecimientos
entrecortados, me veo en el espejo
y reconozco a Buster Keaton, luego
soy mi peor enemigo, un político detestado,
la silueta perdediza de un vagabundo,
la catadura de un forajido, pero de nuevo

me levanto y caigo otra vez, me agarro


de los travesaños del aire y me levanto
para caer de nuevo, soldado en una batalla
de trincheras ubicuas, payaso en este circo
del devenir, las pistas circulares repletas
de fenómenos que a su vez caen
y se levantan insaciables, llevándome con ellos.

Declaración de antipoesía
Yo no quiero escribir acerca de la ciudad-tendida-a-mis-
pies
ni de una clase de luz que nada más yo puedo percibir y
entender.
Preferiría hacer versos donde los rechinidos y las
81

crepitaciones
que me circundan algunas noches, no demasiadas
-ruidos y sombras cuyo significado ignoro-,
tengan un lugar y le den a los lectores
esa sensación de inquietud semejante
a la de sueños inolvidables por razones ignotas. Quisiera
un poco de claridad en el misterio y un poco de misterio
en el paso de una palabra a otra. Estoy cansado de la
vanilocuencia
y de la trascendencia de tantos poemas que no me
convencen,
me irritan, me dejan exhaustos de pompa y de mensajes
-como D.H. Lawrence estaba cansado
de las mujeres que fingen un amor que no sienten y exigen,
con estridencia, una reciprocidad, acaso igualmente
fingida.
Sin embargo, ¿qué haré cuando la ciudad se tienda a mis
pies
y la inunde una luz de ultramundo? Haré a un lado esa
imagen
y me concentraré en otras cosas: ese gesto perdido que
tenía
un aroma de salvación, la giración de ciertas moscas, el
silbido
de los comerciantes callejeros. No sé si podré. Pero no
saberlo
me da un gran sentimiento de alivio lleno de
contradicciones.

Viento de luz
Los órganos del cielo se desplazan
y se extienden
bajo los labios nubosos de la penumbra.
John Constable observa
con los ojos cerrados,
cuerpo adentro,
cada centímetro
82

del firmamento endosomático.


Amanece. Un viento de luz
borra los signos de la noche.
Figuras tiemblan
en los espejos. El cielo
cunde sobre cuerpos ateridos.
Azules delgados. Morados tenues.
El cielo multiplica los horizontes.
Cada plano se encuentra
con su volumen. Cada línea
se enlaza con un vapor poliédrico.
John Constable levanta el brazo,
abre los ojos
y comienza a pintar.

Juan Rulfo
Con esa luna seca y sola entre los matorrales
como única luz, nunca podremos encontrar el camino.
No hay estrellas, nada que sirva para orientarse en estos
yermos.
Los perros enflaquecen al paso de los minutos.
Los cuerpos se destiñen, canijos, requemados de frío.
Hemos estado caminando por aquí, por allá.
Parece que andamos en una línea derecha, pero luego
se ve que está torcida. No hay cobijo.
Pedazos de tierra se caen de las peñas y nosotros
miramos el polvo de los senderos entre la sombra,
como si nada más verlo fuera a salir de ahí el
entendimiento.
No hay comida. El cielo está arriba, abajo la planicie.
Se desprenden terrones bajo los pies. Más tarde se
extiende la luz
y empieza el bochorno. Y vuelve a empezar,
otra vez un paso y otro. Ya nadie pregunta ni para qué.
Ni cómo. Seguimos caminando, tratando de ver. Hace
mucho frío, luego vienen esos ardores que parece
83

que aprietan el aire y se clavan en las caras.

Más allá, conforme avanza el día de nuestros extravíos,


las piedras del llano se calientan hasta resplandecer.

Cielo abierto
A los grandes desconocidos

Desenmascarado se detuvo, al revés


de lo que sucede en aquel latinajo. (Era, además,
una tercera persona, no la primera
que aparecía en la plaza). Nadie lo había visto,
de modo que la falta de máscara podía servirle
de dos maneras: para ocultarse, para revelarse,
por fin. Pero nadie siguió no viéndolo.
No se desconcertó y siguió detenido,
siguió deteniéndose, hasta la extenuación.
El cielo se abría: quedó expuesto
sin máscara de nubes o de rayos. Detenido,
desenmascarado, fatigado, él miró hacia arriba,
en busca de signos o de simple claridad.
La prosa del mundo estaba ahí, en la pequeña
escena: cielo abierto, un individuo
desenmascarado. Hegel pasó detrás de una nube
y pareció sonreírle con ironía. Nunca supo
si lo reconoció, pero él siguió deteniéndose,
monumentalmente desenmascarado.
84

1/2

David
Huerta: Esa
otra ciudad
que habitan
los poetas
Por Guadalupe Alonso
En días recientes la Facultad de Filosofía y Letras
rindió un merecido homenaje al poeta David Huerta,
una de las voces fundamentales de la poesía
mexicana actual. Guadalupe Alonso entrevista al
autor de Incurable y Cuaderno de noviembre, en
tanto que Salvador Gallardo Cabrera incursiona en
la obra del poeta con un texto crítico de profundas
implicaciones filosóficas.

La biblioteca familiar, el ambiente literario y


político de la Colonia del Periodista, la
convivencia en la Preparatoria Nacional y la
Facultad de Filosofía y Letras fueron
escenarios propicios que marcaron el destino
literario de David Huerta, Premio Xavier
Villaurrutia 2006. Lector precoz, admirador
de César Vallejo, Carlos Pellicer y Pablo
Neruda, cercano a los poetas del Siglo de Oro
español —Garcilaso, Quevedo, Góngora—,
desde la adolescencia definió su porvenir: la
poesía.

Fue un largo momento entre mis doce y catorce años,


al final de mi niñez, en el comienzo de mi
adolescencia, que se afirmó cuando entré en la
preparatoria. Ahí tuve amistades literarias,
conversaciones que me marcaron para toda la vida.
Recuerdo que metí unos poemas al concurso de la
revista Punto de Partida y tuve una mención. Pasaron
algunos meses, años, y en 1972 se publicó mi primer
libro,El jardín de la luz, editado por la UNAM en la
85

colección Poemas y ensayos. Esa publicación se la


debo en partes iguales a nuestro querido Rubén
Bonifaz Nuño y a Jesús Arellano, dos grandes
maestros.

Hay, además, otras vertientes de la experiencia


infantil. Leía mucho, oía hablar de política y de
periodismo porque vivía en una colonia de periodistas
y, sin embargo, jugaba futbol, corría por las calles, por
el llano que todavía estaba salvaje. El lugar en el que
pasé mi infancia se llama Segunda Colonia del
Periodista. Hace algunos años la rebautizaron como
Segunda Colonia del Periodista Francisco Zarco. Era
una especie de ghetto gremial porque ahí vivían
solamente quienes trabajaban en los periódicos:
fotógrafos, caricaturistas, reporteros, articulistas, era
un ambiente muy propicio para mí porque muchos de
esos periodistas también eran escritores. Personas
como Renato Leduc, Edmundo Valadés, Ricardo
Cortés Tamayo, gran periodista y muy buen escritor,
también un poeta de Costa Rica tristemente olvidado,
Alfredo Cardona Peña, quien me enseñó mucho. Era
un hombre de edad avanzada que había conocido a
Rubén Darío y me hablaba de eso. Yo estaba leyendo
en la biblioteca de mi casa a Rubén Darío y don
Alfredo, que vivía al otro lado de la calle, hablaba de
estos poetas que él había visto en vivo y en directo.
Estaba además la política, una política muy revuelta
en la Colonia del Periodista porque había de todo, la
paleta era de verdad multicolor. Yo me movía en un
ambiente más bien de la izquierda mexicana,
comunistas acérrimos muchos de ellos, Benita
Galeana, por ejemplo, Rosendo Gómez Lorenzo, mis
propios padres. Me gustaría hablar de mi madre
porque es natural que mucha gente piense que,
porque yo escribo poesía, mucho tiene que ver con mi
padre y es verdad, pero también tiene que ver con mi
madre que era una gran lectora y una mujer muy
inteligente, muy sagaz, Mireya Bravo se llamaba. Es
una de las precursoras de lo que hoy conocemos como
trabajo social en México y ella fue la primera lectora
seria de mis poemas. Le tenía una gran confianza y era
una persona muy lúcida, de una mirada muy
penetrante cuando se trataba de leer o de examinar un
texto.
86

Desde luego la presencia de Efraín Huerta, tu


padre, tuvo un peso específico en tus primeros
ejercicios literarios… Cómo no, pero no solamente
como una figura literaria. Recuerdo mucho mis idas al
cine con mi papá. Él fue periodista cinematográfico,
reseñista de películas durante largos años, cerca de
cincuenta. Presidió PECIME, la organización de los
periodistas cinematográficos de México, y también
íbamos al futbol. La literatura, en especial la poesía,
era una parte muy importante, pero no única en mis
comunicaciones, en mi amistad, en mis
conversaciones con mi padre. Mi mamá murió en
1971, mi padre en 1982 y tengo el mejor recuerdo de
ellos. La gente suele preguntarme si me pesa mucho la
figura de mi papá y durante muchos años sí me pesó,
aunque después, en un diálogo constante con él o con
su queridísimo fantasma, todo eso se ha ido
ventilando, se ha llenado de aire y de luz, de aire
circulante. Ahora ya no hay ningún problema, en
buena medida porque creo que nunca escribiré tan
buenos poemas como los que escribió él, así que ésa es
una especie de extraño consuelo que tiene la forma de
una resignación literaria. Yo escribiré lo mío, sin
embargo.

¿Qué había en la biblioteca de tu infancia, a


quiénes reconoces como tus figuras
tutelares? Había de todo, pero fundamentalmente
literatura. Había novelas y una cantidad inmensa de
libros de poesía. Muchos de ellos dedicados por los
autores: Pablo Neruda, Paul Éluard, Nicolás Guillén,
Rafael Alberti. Los leía con gran avidez. Desde luego
estaban los consabidos Julio Verne y Emilio Salgari,
pero en esa época del final de mi niñez lo que hice fue,
sobre todo, leer poesía. Creo que nunca he leído más
poesía que en esos años, entre los ocho, nueve, doce y
los trece años.

No cualquier niño disfruta y comprende ese


tipo de lecturas. Bueno, aquí entra en acción algo
que se hizo muy vívido para mí, y es que la literatura
no es solamente leer, es también hablar sobre
literatura, la literatura es una forma de conversación.
Uno conversa en silencio con el autor y el autor le dice
una serie de cosas y uno responde como puede, con
87

pasión, oponiéndose al autor, descubriendo cosas que


no había descubierto en uno mismo y que están ahí.
Pero una vez que cierras los libros, te diriges a los
amigos o a los parientes. Mis amigos —muchos de
ellos los conservo, otros se han ido— fueron mis
interlocutores fundamentales en esta parte de la
experiencia literaria. Con ellos descubrí
convergencias, autores. La Ciudad de México a
principios de los años sesenta era una ciudad en la que
se podía caminar, entonces emprendíamos
larguísimas caminatas a las librerías del Centro a
comprar uno o dos libros, lo que nos alcanzara para
que después ese libro o ese par de libros circularan
entre nosotros y los comentáramos. Ese largo proceso
de inmersión en la conversación literaria reafirmó,
consolidó mi idea de que yo iba a ser escritor,
específicamente poeta.

Además de poesía has trabajado otros


géneros. ¿Qué te ha implicado moverte entre
la poesía, el ensayo y la narrativa? Si no lo
combinara con un cierto sentido de lo que entiendo
por armonía, sería un desbarajuste, pero para mí sin
duda es la poesía el eje y el fundamento de toda mi
actividad, aunque esté escribiendo una nota sobre
futbol, que por cierto ya no hago, porque las dos o tres
88

últimas notas que escribí sobre futbol produjeron a mi


alrededor un éxito fulminante del que no quise
beneficiarme. Así que decidí no hacerlo, no es lo mío.
Que otros lo hagan, yo disfruto mucho los partidos en
la televisión o en vivo pero no voy a jugar ese juego de
complacencia con los entretenimientos populares.
Volví a mi poesía, a la que escribo, la que leo y
comento.

David Huerta, poeta de lo incurable


Por Ignacio Solares

Desde Jardín de la luz, su primer libro


publicado en 1972, David Huerta ha venido
construyendo una obra al mismo tiempo
clásica y experimental. Su clasicismo puede
observarse, por ejemplo, en el oído atento de
quien conoce y practica los metros canónicos
de nuestra lengua, y su vocación
experimental en el cultivo de formas que han
expandido nuestras nociones de lo poético al
introducir en su obra prosa, narración,
memoria, reflexión.

Deudor —como todos nuestros grandes poetas— de la gran poesía del Siglo de Oro: de
Garcilaso, Quevedo o Góngora, David Huerta ha abrevado en lo mejor de la lírica en
nuestra lengua y al mismo tiempo no ha sido ajeno a otras tradiciones poéticas. A partir
de Cuaderno de noviembre (1976), su segundo libro, Huerta exploró los caminos del
versículo o verso extenso que nos recuerda a Paul Claudel, Ezra Pound, Eliot y, en
nuestras letras, a Pablo Neruda, José Carlos Becerra y José Lezama Lima, por citar sólo
algunos nombres. En este sentido, David Huerta es un poeta barroco, devorador de
tradiciones y poéticas, de formas y estrategias.

La búsqueda de una voz propia es el rasgo característico (y quizá más doloroso) de un


poeta: esa voz será la deidad personal (el demonio socrático) que de alguna manera le
dictará cuanto escriba. "Para bien o para mal, mi estilo literario es tan mío como mi
huella dactilar", decía Cortázar. En este sentido, veo el decurso de un poema de David
89

como los calígrafos japoneses sus dibujos: hay una hoja de papel, que es el espacio y
también el tiempo, hay un pincel que una mano deja correr para trazar signos que se
enlazan, juegan consigo mismos, buscan su propia armonía y estilo y de pronto se
interrumpen en el punto exacto en que ellos mismos así lo determinan.

Uno de los medios que encontró David Huerta para hacerse de una voz personal fue el
versículo: versificación extensa, mucho más amplia, que involucra ideas y percepciones,
emociones y narraciones y que cristaliza con Versión, el libro por el que ahora recibe el
Premio Villaurrutia. Este tipo de versificación ondulante, que se ramifica en distintas
direcciones, permite a David entablar vivos contactos entre la razón y la emoción, entre
la narración y la reflexión, de una manera, decíamos, original y propia. Los géneros se
disuelven, la narración deviene poema, el cuento canción, el poema reflexión, el verso
aforismo. Por eso, el principio de inestabilidad permanente, de continua incertidumbre
—un término de la física cuántica—, rige la poética de David.

Y también por esto cada fragmento de su poesía está íntimamente ligado a otros
provenientes de otros libros, estableciendo un diálogo constante consigo mismo como,
decíamos, los signos del calígrafo japonés en
su dibujo.

Si bien Versión es un libro acabado en sí


mismo, es también continuación y
prefiguración. Con cada uno de sus libros,
David continúa una obra y, en efecto, la
prefigura. En este sentidoVersión puede ser
el preámbulo de Incurable (1987), ese libro-
poema autobiográfico e inclasificable que
abarca la poesía, la reflexión filosófica, el
ensayo, la narración, y que sin duda
constituye uno de los momentos más altos
de la literatura mexicana de nuestros días.

Después de Versión ya hemos mencionado Incurable, hasta ahora su libro más


ambicioso. Recientemente, David dio un giro aparente con El azul en la flama, donde
entabla un diálogo poético y formal con José Gorostiza, concretamente con "Muerte sin
fin".

Pero hay libros que —aun dentro de esa ligazón y comunicación permanente de unos
con otros—, constituyen una especie de parteaguas para el poeta. Quizá, por ejemplo,
para Octavio Paz lo fue La estación violenta y quizá para Efraín Huerta lo fue El
Tajín. Libros que se erigen como momentos clave en la obra de su autor. Me parece
que Versión es ese libro parteaguas en la obra de David: el libro en que el poeta ha
conformado un universo lírico propio, una voz irremediablemente personal, como la
huella dactilar, según decía Cortázar. Es el momento en que el yo biográfico y el yo
poético intercambian sus identidades y se funden en una sola presencia, que dista
mucho de ser unívoca, sino que asume su otredad incurable, su capacidad de
transformación y metamorfosis.
90

Por eso resulta significativo el título del libro: Versión, o sea, aparentemente no se trata
de un original sino de una traducción, una exégesis, una interpretación. Como sucede de
forma por demás reveladora con los heterónimos de Fernando Pessoa, o con la idea de
la máscara en Ezra Pound, el poeta se vuelve otro, accede a la otredad de su propia
expresión, de su propia escritura. Esa escritura que, a partir de ese momento, será su
única casa habitable. Porque, nos dice David Huerta en Versión:

"Escribir" deposita la realidad contra el azul o el blanco,


finge correr bajo el agua del tiempo, toca las manos con un ardor continuo
y pone un alfiler de sombra en los ojos, bajo la noche que no cesa.
Algún fantasma viene por corredores, con sangre de la luz en la línea de su
desplazamiento,
Llega a "escribir" como al país de dicha y pesadumbre donde niños cambiantes abren los
ojos con un color de exilio en la mirada.
"Escribir" puede ser un placer prohibido, una amenaza clara;
pero también, algunas veces, entra en los ministerios sobre la nube de la sintaxis,
calma la asidua vigilancia del hombre contemplativo que mira el mar,
acompaña la siesta o la imaginación de la señora sola,
esfuma el ansia o la posterga, viene a ser una suerte de filatelia o de entomología.
"Escribir" es un contrasentido en la "noche de los tiempos que corren".
"Escribir" es a veces meter un poco las narices en la quebradiza imagen
de un lugar donde vivir puede valer la pena.

Qué privilegio tener en nuestras letras un poeta como David Huerta, cuya lectura de su
poesía nos permite habitar ese lugar donde vivir puede valer la pena.

La chispa en el sistema nervioso

Por Carlos Urrutia


David Huerta (Ciudad de México, 1949) desata, mezcla, rompe y construye la imaginería
verbal para ponerla al servicio de los sentidos. Su poesía es a veces desbordada, llena de
recursos y figuras lingüísticas; otras, es concisa y habla de las cosas inmediatas. En
2006, el Premio Xavier Villaurrutia recae en David Huerta, poeta que hace de la
imaginación y del carácter gráfico de las letras sus herramientas más provechosas.
91

La poesía para David Huerta ha sido una obsesión


que se lleva en la piel. De niño, miraba a su padre,
Efraín Huerta, hacer dibujos y construir poemas.
Poco tiempo después él mismo comenzó a pensar en
poesía. Escribía entonces sin disciplina y con
cualquier recurso disponible: versificaba en el
pensamiento, aprendiendo de memoria, corrigiendo
una y otra vez; a mano, escribiendo en tarjetas,
servilletas, cuadernos; en su máquina de escribir, en
una máquina ajena; dictando a una grabadora…

Pero sobre todo, comenzó a hacer poesía por “el


gusto por la lectura…el gusto por el lenguaje. Las
palabras que por su sola sonoridad nos atraen van
dando la pauta de la inclinación por la escritura, por
la escritura como una plasmación del pensamiento
por medio de caracteres gráficos”.

Así, comenzó a interesarse en los sonidos que


producen las palabras al pronunciarse. Aún hoy,
persiste en un juego infantil que fue su primer
acercamiento a la construcción poética. De vez en cuando proponía a sus amigos —aún
lo hace— elaborar una lista con las 10 palabras más bonitas que conocieran, luego había
que hacer una lista con las 10 más feas y al final mezclarlas, analizarlas, descubrir
cuantos sustantivos, adjetivos y verbos se habían utilizado.

Sobre las influencias que recorren su poesía, David Huerta afirma que van “desde Sor
Juana hasta Antonio Deltoro, y todo lo que quepa en medio”; que relee sus poemas al
paso del tiempo para “como el minero, encontrar nuevas vetas y caminos sin explorar
que me hacen continuar por otros lugares”.

A veces, David Huerta se ha definido como “un rocanrolero frustrado, que aún toca la
guitarra”; otras, como “un obrerito de la literatura, por una nostalgia izquierdista”. Lo
cierto es que su poesía está enraizada en la más acendrada tradición poética de la lengua
española, que con su voz se renueva en una cosmovisión vigorosa, que recupera la fuerza
de las imágenes, en una escritura que mucho le debe a los poemas de José Lezama Lima,
y sobre todo, a la idea del cubano de que el poeta es “el amateur de todas las cosas”:

“Soy un escritor de poesía más bien tradicional. Yo diría que lo que hago es una poesía
de imágenes, de metáforas, de símiles, de metonimias, de todo tipo de tropos, de figuras
del lenguaje. Más que el culto o la devoción de la imagen, tengo la certeza de que todavía
a través de las imágenes podemos decir cosas que nos ayuden a vivir, un poco al margen
del mercado, si eso es posible”.

Su primer libro de poemas lo publicó cuando era estudiante en la Facultad de Filosofía y


Letras de la UNAM, por una feliz casualidad. Rubén Bonifaz Nuño y Jesús Arellano, que
dirigían la imprenta de la Universidad, planearon publicar una antología de poetas
92

jóvenes. David Huerta fue el único de los participantes que entregó sus poemas a
tiempo. Los otros, “misteriosamente”, no entregaron nada. Arellano pidió a Huerta que
aumentara algunas cuartillas a su poemario y fue así que surgió El jardín de la
luz(1972).

Cuaderno de noviembre (1976) sería su siguiente poemario. Publicaría después, antes


de cumplir los 30 años, los poemarios Versión (1977) y Huellas del civilizado (1978). En
esos libros ya comenzaba a despuntar su necesidad por concretar las imágenes poéticas,
lo mismo que la experimentación en la construcción de versículos, en un lenguaje que
parece apresurado, que empuja al lector hacia la visión original del poeta, un estilo que
tendría su momento culminante en su siguiente y más ambicioso proyecto.

Un día de 1987, David Huerta llegó a la presentación de su libro Incurable vestido con
una guayabera amarilla hecha en Nicaragua, parte de la herencia de su padre que había
muerto cinco años atrás. En ese libro, particularmente extenso para tratarse de un
poemario, dividido en 9 libros pequeños que forman una unidad; “9 partes como un
embarazo, porque Incurable es como una criatura, como un organismo vivo”, el poeta
hace una introspección para descubrirse ante los demás y realizar un intento de
curación sobre sus obsesiones.

En palabras de David Huerta, Incurable “es un libro más de poetización que de poesía.
Es una forma de experimentar con el lenguaje, de estar siempre en marcha, sin buscar
un fin. Es una introspección al servicio de la expresión: meterse en uno mismo para
hablar de uno mismo. Es un doble movimiento: entrar en ti para sacar lo que se puede
decir”.

El mundo es una mancha en el espejo; con esa imagen en que caben todas las imágenes,
comienza Incurable, un libro construido para la lectura aleatoria, para comenzarse y
terminarse en cualquier punto, que ofrece una lectura que no se agota, que hace de la
exploración una forma de conocimiento, que cambia la claridad por la polifonía para
vincular los sentimientos que construyen al poeta.

Escrito a lo largo de 10 años, Incurable es uno de los proyectos más ambiciosos y


logrados de la poesía mexicana. Su concepción, para David Huerta, requirió de un
trabajo que en algo se parecía al oficio del pintor: Huerta pegaba con diurex las galeras
del poema en la pared de su departamento y así, frente a ellas, como si se tratara de un
lienzo, comenzaba a tachar, marcar, borrar, corregir y reescribir.

“La inconformidad, la insatisfacción con la vida que podría ser mejor, con el lenguaje
que podría ser más bello, más comunicativo, es lo que impulsa a uno a escribir. Esa
disidencia no creo que sea un rasgo nada más. Es algo que le da sentido, dirección y
significado a la vocación artística”, expondría David Huerta sobre su trabajo con el
lenguaje y su búsqueda de imágenes que cautiven al lector.

Después de Incurable, David Huerta comenzó una exploración de versos breves, casi
como apuntes y vocetos de poemas, que él mismo califica como una “taquigrafía
memoriosa”. Ejemplo de esa búsqueda son La sombra de los perros (1996) —que
93

expone la desgracia en que se ha sumergido la Ciudad de México, inspirado en un dicho


de su madre de que a quien le va mal “tiene la suerte de un perro amarillo”— La música
de lo que pasa (1997) y El azul en la flama (2002) —escrito como un homenaje a José
Gorostiza, “simplemente porque es el mejor poeta mexicano del siglo XX”—.

Además de esos poemarios, David Huerta ha dejado evidencia de los estrechos lazos que
unen su obra con las imágenes pictóricas, y ha participado con su palabra en los
libros Lluvias de noviembre (1984), en colaboración con Vicente Rojo; Los objetos están
más cerca de lo que aparentan (1990), en coautoría con Miguel Castro Leñero; Los
cuadernos de la mierda (2001), con dibujos de Francisco Toledo y Homenaje a la línea
recta (2001), con fotografías de esculturas de Gunter Gerzo. En esos volúmenes, la
poesía y la plástica dialogan en un intercambio de formas, líneas e imágenes poéticas
donde, al multiplicarse los significados, al mismo tiempo se profundiza y extiende la
perspectiva de la creación artística.

Al margen de la poesía, ha sido articulista de periódicos por más de 15 años, “un oficio
muy noble que siempre me ha dado para comer”; y ha dirigido diversas revistas y
suplementos, tales como la Enciclopedia de México, La Talacha y La Gaceta del FCE.

David Huerta es definido por Christopher Domínguez como “una persona tierna y
apasionada. Su vasta cultura incluye la botánica y la curiosidad científica, cualidades
escasas en un poeta contemporáneo. Pero más allá de sus atributos intelectuales y de sus
debilidades estéticas es un genio. Quiero decir que pudiendo ser un personaje más de
nuestra literatura, su obra sólo se explica mediante la intersección de la gracia entre el
talento y la palabra”.

Amable y generoso maestro, ha fungido como coordinador de talleres literarios en la


Casa del Lago de la UNAM, del INBA y del ISSSTE; ha impartido cursos de literatura en
la Fundación Octavio Paz, en la Fundación para las Letras Mexicanas y en diversas
universidades de Estados Unidos.

Como reconocimiento a su labor poética, ha recibido el Premio Diana Moreno Toscano


1971 y el Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 1990
porHistoria. En 1998 los estudiantes de la Preparatoria Popular le otorgaron la medalla
“Mártires de Tlatelolco”, y este año, funge como el Premio Xavier Villaurrutia, uno de
los galardones literarios más importantes del país, que se le otorga por la reedición de su
libro Versión y por el conjunto de su obra.

Pero para David Huerta, la labor poética continúa sin descanso. La poesía es una chispa
que él intenta transformar en palabras. Es esa la búsqueda a la que ha quedado
condenado desde que descubrió el poder de las palabras y sus formas:

“Para mí, la poesía es un destello en el sistema nervioso que puede desarrollarse a través
de las palabras, que son tan toscas al mismo tiempo que finas, y están llenas de
capacidad de resonancia, incluso de materialidad; y esa materialidad está en la
capacidad que tenemos de proferirlas o escucharlas. No hay tangibilidad, pero sí
materialidad. Por ahí va la cosa”.
94

David Huerta / biografía


(Ciudad de México, 1949). Poeta, editor, ensayista y traductor mexicano.
Hijo del reconocido poeta mexicano Efraín Huerta, David se
vio envuelto desde pequeño en el ambiente literario del país.
Estudió Filosofía y Letras Inglesas y Españolas en
la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Allí
conoció a Rubén Bonifaz Nuño y a Jesús Arellano quienes le
publicaron su primer libro de poemas El jardín de la luz.
Huerta lleva muchos años traduciendo y editando para
el Fondo de Cultura Económica, institución en la que dirigió la
revista La Gaceta del FCE. Además de su obra poética y
ensayística, escribe una columna de opinión en el semanario
de política Proceso. David Huerta se ha opuesto a los recortes presupuestales para la
cultura por parte del gobierno mexicano, principalmente pugnando para preservar
la Casa del Poeta (cuya biblioteca lleva el nombre de su padre y el de Salvador Novo),
muchas veces amenazada por la escasez de sus recursos.
Entre los premios que ha recibido destacan el de Poesía Carlos Pellicer en 1990, y
el Premio Xavier Villaurrutia en 2006.1 Fue también becario del Centro Mexicano de
Escritores (1970-1971) y de la Fundación Guggenheim (1978-1979), y del Fondo
Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA). Desde 1993 forma parte del Sistema
Nacional de Creadores de Arte (de México).
Su labor de difusión de la literatura y de la poesía ha sido amplia, como coordinador de
talleres literarios en la Casa del Lago de la Universidad Nacional Autónoma de
México (UNAM), del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y del ISSSTE, así como
maestro de literatura en cursos de la Fundación Octavio Paz y de la Fundación para las
Letras Mexicanas.
De sí mismo como poeta, Huerta explica:
"Soy un escritor de poesía más bien tradicional. Yo diría que lo que hago es una poesía
de imágenes, de metáforas, de símiles, de metonimias, de todo tipo de tropos, de figuras
del lenguaje. Más que el culto o la devoción de la imagen, tengo la certeza de que todavía
a través de las imágenes podemos decir cosas que nos ayuden a vivir, un poco al margen
del mercado, si eso es posible".

Obra

 El jardín de la luz (UNAM, 1972)


 Cuaderno de noviembre (Era, 1976; Conaculta 1992)
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 Huellas del civilizado (La Máquina de Escribir, 1977)


 Versión (Fondo de Cultura Económica, 1978;Era, 2005))
 El espejo del cuerpo (UNAM, 1980)
 Incurable (Era, 1987)
 Historia (Ediciones Toledo, 1990)
 Los objetos están más cerca de lo que aparentan (1990)
 La sombra de los perros (Aldus, 1996)
 La música de lo que pasa (Conaculta, 1997)
 Hacia la superficie (Filodecaballos, 2002)
 El azul en la flama (Era, 2002)
 La calle blanca (Era, 2006)

Tomado de Wikipedia
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Muestrario de Poesía

1. La eternidad y un día y otros poemas / Roberto Sosa 32. Nunca de ti, ciudad y otros poemas / Czeslaw Milosz
2. El verbo nos ampare y otros poemas / Hugo Lindo 33. El barco en llamas y otros poemas / Jaroslav Seifert
3. Canto de guerra de las cosas y otros poemas / Joaquín 34. Uno escribe en el viento y otros poemas / Gonzalo
Pasos Rojas
4. Habitante del milagro y otros poemas / Eduardo 35. El animal que llora y otros poemas / Antonio
Carranza Gamoneda
5. Propiedad del recuerdo y otros poemas / Franklin Mieses 36. Los andamios del mundo y otros poemas / Ledo Ivo
Burgos 37. Dominican Style y otros poemas / Alexis Gómez Rosa
6. Poesía vertical (selección) / Roberto Juarroz 38. Poesía francesa actual / Muestra de 40 autores
7. Para vivir mañana y otros poemas / Washington 39. Número equivocado y otros poemas / Wislawa
Delgado. Szymborska
8. Haikus / Matsuo Basho 40. Desde la república de la conciencia y otros poemas /
9. La última tarde en esta tierra y otros poemas / Mahmud Seamus Heaney
Darwish 41. La tierra giró para acercarnos y otros poemas /
10. Elegía sin nombre y otros poemas / Emilio Ballagas Eugenio Montejo
11. Carta del exiliado y otros poemas / Ezra Pound 42. Secreto de familia y otros poemas / Blanca Varela
12. Unidos por las manos y otros poemas / Carlos 43. Tal vez no era pensar y otros poemas / Idea Vilariño
Drummond de Andrade 44. Bajo la alta luz inmerso y otros poemas / Mariano
13. Oda a nadie y otros poemas / Hans Magnus Brull
Enzersberger 45. Las ocupaciones nocturnas / Jorge Enrique Adoum
14. Entender el rugido del tigre / Aimé Césaire 46. La gruta de las palabras y otros poemas / Vladimir
15. Poesía árabe / Antología de 16 poetas árabes Holan
contemporáneos 47. La vida nada más, la sola vida y otros poemas /
16. Voy a nombrar las cosas y otros poemas / Eliseo Diego Gastón Baquero
17. Muero de sed ante la fuente y otros poemas / Tom 48. El futuro empezó ayer / Luis Cardoza y Aragón
Raworth 49. Los errores necesarios y otros poemas / Joaquín
18. Estoy de pie en un sueño y otros poemas / Ana Istarú Giannuzzi
19. Señal de identidad y otros poemas / Norberto James 50. Jardín de Piedra / Fernando Ruiz Granados
Rawlings 51. Hablar desde la inseguridad / Rafael Cadenas
20. Puedo sentirla viniendo de lejos / Derek Walcott 52. El hombre acorralado y otros poemas / Luis Alfredo
21. Epístola a los poetas que vendrán / Manuel Scorza Torres
22. Antología de Spoon River / Edgar Lee Masters 53. Territorios Extraños /José Acosta
23. Beso para la Mujer de Lot y otros poemas / Carlos 54. Cuadernos de Voronezh / Osip Mandelstam
Martínez Rivas 55. La traición de los sueños / Francisco de Asís
24. Antología esencial / Joseph Brodsky Fernández
25. El hombre al margen y otros poemas / Heberto Padilla 56. Quemaremos los días por venir / Radhamés Reyes-
26. Réquiem y otros poemas / Ana Ajmátova Vásquez
27. La novia mecánica y otros poemas / Jerome 57. Sobre toda palabra / Rafael Guillén
Rothenberg 58. Días de Carne / César Sánchez Beras
28. La lengua de las cosas y otros poemas / José Emilio 59. Elevación de los elementos / David Huerta
Pacheco
29. La tierra baldía y otros poemas / T.S. Eliot
30. El adivinador de hojas y otros poemas / Odysseas
Elytis
31. Las ventajas de aprender y otros poemas / Kenneth
Rexroth
97

Colección
Muestrario de
Poesía
2010

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