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Silencio. Lo que ms le llam la atencin fue el silencio.

Unos segundos de
tiroteo catico, desordenado, mortal. Y despus el silencio. Desde la oficina
del sheriff, donde Sam yaca seminconsciente, todo pareca irreal. Se
incorpor y camin hacia la puerta. No haba podido detenerlo, disuadirle de
enfrentarse a ellos l solo, convencerlo de que era un suicidio.
Ni siquiera haba funcionado el cebo de una Helen en peligro en el poblado
cercano o las monsergas del predicador sobre cielo e infierno. Incluso haba
fingido un ataque de locura en el que los Casacas Rojas redivivos estaban a
punto de tomar la estacin. All estaba Will, una figura larga y extraa como
una sombra puesta en pie, como una proyeccin del hombre que haba sido.
Enfrente, los Harrison. Una idea en su cabeza. Matar a Will. Will duda
durante unos segundos, se acuerda de las palabras de Sam en la oficina del
sheriff y duda de los Harrison, de si son los Harrison, de si realmente han
venido a quitarle de en medio y hacerse as con el control del pueblo. No es
momento para dudar. Es el momento de desenfundar. Y desenfunda.
El arma bien podra ser una piedra, la siente slida y pesada en su mano.
Frente a l, en los lmites del pueblo, el grupo de forajidos espera, bien
podran ser espantapjaros, los intuye falsos y ligeros. Camina hacia el
grupo, de una forma deliberada, lenta, como si poner un pie tras otro fuera
una rara maravilla. Con cada paso hacia delante, la certeza retrocede y casi
olvida qu le ha llevado a ese lugar. Observa su sombra, la sombra de la
mano, la sombra de la pistola en su mano y siente un vahdo. Las piernas
le tiemblan, se arrodilla y vomita.
Un vmito oscuro, negro, preado de recuerdos, de anhelos, de deseos casi
olvidados, un vmito que en contacto con el aire fresco se transforma en
odio a s mismo, en desprecio, en reflejo de su propio subconsciente recluido
por la maldita realidad, por la mente lgica y ordenada que no deja cabo sin
atar ni deseo cumplido.
Slo espera que nadie se d cuenta, que nadie sepa que es cuerda su
locura, meditada y precisa. Que era, es, necesaria para que la tierra siga
girando y los dems tengan una razn de existir. Desea que nadie llegue a
saber nunca el esfuerzo que le supone mantener su actitud, lo duro que es
vivir en el lado afilado de la navaja, provocar risa, miedo o llanto. Es hora
de alejarse una vez ms, de buscar otro lugar donde la locura sea una
virtud.

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