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Fuego de pobres
Rubén Bonifaz Nuño
Ilíada, XXIV, vv. 522-524
Códice Florentino
Lib. VI, cap. XVIII, fol. 75r.
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No es cosa de olvidarse
de la muela incendiada, o del diamante
engarzado al talón por el camino,
o del aburrimiento.
A la verdad, parece.
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Pero sin olvidar, pero acordándose,
pero con lluvia y todo, tan humanas
son las cosas de afuera, tan de filo,
que quisiera que alguna me llamara
sólo por darme el regocijo
de contestar que estoy aquí,
o gritar el quién vive
nada más que por ver si me responden.
Pienso: si tú me contestaras.
Si pudiera hablar en calma con mi viuda.
Si algo valiera lo que estoy pensando.
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Mientras la misma fiebre los aparta
del grito de los gallos, del repique
a la vez desolador y alegre
con que madrugan las iglesias,
del testimonio de la dicha terrestre
que da un rumor de pasos
transitando al pie de la ventana.
Es el instante inerte
en el que aquellos que no sufren
de enfermedad, se ponen por instinto
la noche en el costado, y vuelven cómodos
el pliegue de la pierna y el sudor de la espalda.
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No prevalecerá la limosnera
diestra del enemigo; sin sustento
perdurable su fuerza; de agrupada
ceniza solamente su semilla;
como reptil de humo su plegaria.
Ya se yergue la cólera,
y zumba el vuelo de la piedra
que romperá su lengua entre los dientes.
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Al reclamar tu nombre, la palabra
de ayer, con que te llamo, ya no es tuya.
Yo soy. Y me amonesta
mi corazón, visitado de pronto;
súbitamente a oscuras y despierto;
de repente en vigilia, con latidos
como de miel o jauría de rabia
perniciosa y demente.
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Abandonado al soplo corroyente
que vicia las paredes del ánima;
siguiendo, con la boca gemela
de mis ojos de mudo, la bilingüe
palabra no escuchada, la que dejas
al despertar, lo confesado
en la almohada de la asfixia.
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Los martillos sacuden, a la izquierda,
cuando estoy más dormido; cuando suena
la vagamente respirable
humareda entre sueños del fantasma.
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Acaso inofensivo, acaso inútil,
no defensivo acaso. Y es un soplo
de burbujas quebrándose, un callado
grito de bestia bajo el agua,
un rescoldo de cuerpo que se ahoga.
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que tiembla y enmudece,
y al paladar de bóveda eclesiástica.
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La cólera creciendo en sucesivos
collares, desde el centro
que, en lo callado, enjoya la caída
de un ojo púrpura despierto.
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Serpientes salen de la boca,
frutas amargas. Fue mentido,
también, el despertar; era dormirse
en plena calle, hablando, a media vida
y en peligro de muerte.
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Amapola trastorno,
exaltación morada, disparate.
Salga lo que saliere.
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Salto, furor de gozo, de pataleo
de quien pide encontrarse,
con la prisa amantísima del ánima
que al fin tocó el fraterno
—ay, engañoso; ay, ay, inconvincente—
universal llamado.
Yo ya me voy. Deslúmbrame
el metal decadente de la barca
que habrá de conducirme. Y el camino.
Porque me voy mañana. Yo me parto.
Vengo a decirte adiós para olvidarte.
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de la media naranja; multiplícanse
ternura por fervor, y el resultado
quema entre sangre y piel y piel desnuda.
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También como de alas en asalto;
pluviales hojas enjambradas,
arboladuras de reloj a vela.
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Y era como el silencio que tú sabes;
como de casa grande, como ramas
de anochecido pueblo solo.
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Como rumor de muchedumbre, o ruido
de torrentes huyendo, se construye,
sobre el silencio del durmiente,
el silencio de afuera: el que levantan
los dispuestos en cerco, los que miran
despertando sus armas en tu contra.
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de cuerpos maternales, y de enfermos
tiernamente guardados,
y de suntuosas luces coronadas
y de manos de huérfanos en sueños.
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Y más: la pesadumbre
que con uñas insomnes nos exprime
del corazón un grito de dormido.
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de sangre conducido, estoy hablando.
Y por quien vuelve, fuera
de tiempo, a recobrar sus pasos.
Yo me pregunto: el agujero
en que muevo las manos, si las subo
al lugar de mi cara,
¿espejo de qué amor está ocultando?
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y mi padre te llamo, te preservo
como ciudad rendida en la abundancia.
Y logramos, mirándonos,
el portal de entrar juntos, y la puerta
de la casa que hacemos perdurable.
Y la llave.
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abre y señala claustros al incesto
de la boca y la oreja, complicadas
en el secreto. Paso de cantiles,
garganta de campana en que te escucho,
latiendo, hacerte y deshacerte.
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Amenazados, contundidos.
Umbrales en peligro. Yo diría
que es por la edad; que con la edad aumenta
de largo y de redondo el esqueleto;
que los forros van quedando chicos
a los huesos salientes, y se muestra
desvergonzadamente la cebrada
torre de las costillas, y los goznes
arácnidos de pies y manos
bailan al viento más, y se descubre
la florecida risa amarillenta
de un cirquero sin bienes.
Yo diría
que no es cosa de miedo;
que uno es capaz de acostumbrarse a todo.
Yo diría
que con la edad uno se va enterando,
sin querer darse cuenta, de las cosas. Uno va sospechando lo que
pasa.
—A veces, se me vuelve
áspero el aire, y corruptible:
humo, jarabe fermentado, con burbujas como huevos de mosca—.
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Yo me esfuerzo hasta el límite,
resistiendo la embestida narcótica
que me junta los párpados, el ruido
fluvial de los rincones, la parálisis
que sube por el cuerpo ingobernable,
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los aceites lustrales, el bautismo
del despertar de cada día?
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mi comida, y a ratos
quisiera ser feliz gloriosamente,
y hago el amor, o voy y vengo
sin nadie que me siga. Tengo un perro
y algunas cosas mías.
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Y reconozco que me importa
ser pobre, y que me humilla,
y que lo disimulo por orgullo.
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Con fuerza, amigos, apretó la noche.
Apremiados andamos; como ausentes,
como en lluvia cercados;
extraños y vecinos, adiestrando
la ciencia digital del lazarillo.
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Y algo que tiembla entre nosotros,
lo que reconocemos en nosotros,
su flor despierta y alza.
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Y descolgué del sauce la guitarra
y encordé la guitarra para el día.
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Tocado estoy de muerte, traspasado
con mi propio veneno, con el filo
de mi ponzoña en sesgo, atravesándome
del espinazo al corazón. Mi fuerza,
de amarte y darme muerte.
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sobre mi corazón. Y me relumbra,
entre claras mayúsculas,
la inicial embriaguez de estar despierto,
sin recordar el modo, en otra parte.
Yo, que estaba dormido.
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y al caer de los oros,
ceremonial, y las espadas,
en el ganado albur que amanecemos.
Inevitablemente imprevisibles,
en riesgo y bajo llave,
son el vino y la boca y aquel día,
como si fuera nuestro, que disfruto.
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De muro a muro, sed nocturna;
tierra de nadie, y el silencio solo
para sembrar, a medias,
la simiente del diálogo a lo lejos.
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lugar de la celada, noche
para tender los lazos a la herida
y a la angélica presa: el rostro puro
del fraterno enemigo.
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Y el canto yérguese, anhelando
como rabia de víbora; se yergue
con las fauces rabiosas muy arriba;
desjaulado, oscilante, estremeciendo
su marea de víboras; hinchando
una sonora nube emponzoñada;
rajando la panza de la nube,
y se deja rodar inquebrantable
como un sol giratorio, como lluvia
circular de relámpagos,
y sacude por dentro, hasta que gimen,
trajes, rincones últimos, vidrieras.
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Y la sangre y la sombra, con el canto
incontenible del dormido
y la oreja tendida del insomne.
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como el ojo de yeso que te mira,
como la mano en ti bajo las sábanas,
o la almendra finísima, que alumbra
sobre tu corazón cuando respiras.
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madeja de acueductos capilares
hacia la sed inconfesada.
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Yo pienso: hay que vivir; dificultosa
y todo, nuestra vida es nuestra.
Pero cuánta furia melancólica
hay en algunos días. Qué cansancio.
Cómo, entonces,
pensar en platos venturosos,
en cucharas calmadas, en ratones
de lujosísimos departamentos,
si entonces recordamos que los platos
aúllan de nostalgia, boquiabiertos,
y despiertan secas las cucharas,
y desfallecen de hambre los ratones
en humildes cocinas.
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Escribo amargo y fácil,
y en el día resollante y monótono
de no tener cabeza sobre el traje,
ni traje que no apriete,
ni mujer en que caerse muerto.
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Y de aquí, de la obscena
quietud saliendo libre, de los charcos
lánguidos del espanto, y de su costra
de líquidos harapos en vapores,
resucitar, atónita,
la muchedumbre del abrazo.
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Cicatriz bienvenida, prenda
de la alianza, tierra conquistada,
carne humana y celeste.
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tendida por la suerte que se oculta
en los atrios del día.
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Conjuro de la medianoche:
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Arde, hueso de pájaro, medula
de aceite consagrado; dinastía:
ven a coser la piel sobre profundo
viento en las sombras; amanece,
mortal bautismo de la carne.
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Ay ay, y los relámpagos;
ay ay, y los fantasmas de la hoguera;
ay ay, y las sonajas como pechos
sobre los pasos a compás.
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Almohada, creciente de latidos
en la oreja sin sueño, lo que oía;
reloj de ciego, desangrándose
gota por gota; vértigo; aleteo
tenaz de mariposa traspasada,
de mariposa negra contra el muro.
Y mi alma y mi lengua.
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nuestra amistad, y aclara
la verdad en que estoy al encontrarte.
He soltado despacio
el vuelo de mis pájaros de oro
rayando el jaspe oscuro.
Orfebre y piedra para el toque
tu corazón. Oíste.
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Y en pecado mortal hallo la dicha
que santifica los altares
violados, y las cuerdas
concierta y armoniza, y el concierto
de las concordes ánimas gobierna.
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las felices noticias, los retratos
últimos, la promesa
del no tangible abrazo al despedirse.
Si estamos de pasada,
si nada más nos saludamos,
si habré de irme aunque no quiero.
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Y otro será el que salga, y no me importa,
por el zaguán de madrugada,
y cogerá los cantos que sembramos.
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las insidiosas cárceles de yeso
de las paredes en delirio.
Emplumado de hueso
el paladar, moviéndose la lengua
entre tambores encontrados,
y el terror inmediato
de ser, ahora, doble por lo menos.
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humana, recibida a breves sorbos
con el azul de las tisanas.
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Y si pregunto, no sé contestarme
en qué estación de trenes, por vez última,
no te encontré; qué instante ya caduco
era para nosotros; conducida
por qué veloz ventana miras; dónde,
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ya de espaldas a mí, me estás buscando,
mientras quedé de espaldas al buscarte.
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Y dijo la partera: “Es hombrecito
y está vivo, pues grita”.
Era evidente. Y he gritado
hasta que el grito desvistió las lágrimas,
y el llanto las palabras,
y las palabras desterraron
el llanto, y se juntaron las palabras
para cantar, y establecido el canto
se fundó la ciudad, como al principio.
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filialmente materno, con la hermana
incestuosa que amamos, la que viene
de otro país, habida de otros padres,
matrimonial soltera prometida.
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Éramos lo que somos. Carne viva;
ceguera y carne en sueños.
Tan sólo ceguedad inseminada
con escamas de lumbre; solamente
despellejada carne.
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Alzado en armas prodigiosas,
por todas partes combatiendo, el día
bello y valiente. Sol de lianas
presente y primitivo
como la luz ecuestre del lagarto
en la roca de espuma, como el vientre
del fuego original, como naciendo.
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mi desgraciado pobre, mi vecino;
mi, como yo, despierto.
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con la resurrección, y las trompetas
de los finales pájaros terrestres.
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la cosecha de aceites y de humo.
Único día de la vida.
Yo te regalo ahora
lo que me liga a ti; yo me pregunto,
en medio, qué seguimos; qué pretende
tu corazón.
Acaso yo te miro
en verdad; acaso donde el siempre
y el nunca vuelven comprensibles
la granada y el orden de las uvas
y el gregario esplendor de la mazorca,
y la miel colectiva.
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una flor instantánea; doble salto
mortal, ensaya el corazón. Amigos,
algo mejor gocemos que un lamento.
Has caminado
de gusto, te has sentado de gusto,
has llorado de gusto hasta reírte.
Eras tuya, y bailabas, y las piernas
no te dolían tanto. Y es domingo.
Escaleras del aire, pan del día,
turquesa el vuelo entre nosotros.
Y de pronto es domingo,
y hay gente, y es de fiesta
y fraterna la gente, y es ahora,
y hay el viaje y la carta recibida y el intercambio de la contraseña,
y la risa espiral regocijada.
Risa del pobre, cúpula sin suelo por sí misma orquestándose; música
sin orquesta que la amarre, deslimitándome, soldándome, compacta,
el dentro y el afuera.
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plural jarabe, rosa visitante,
llave de toda cerradura.
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Pues tal vez; quién dijera.
Si estuviera a las vueltas, atmosférico.
Si fuera todo; si el descubrimiento
de América y las islas
fuera cuestión de abrir de par en par
nuestras ventanas carabelas,
para encontrarla allí, como en un libro
de la escuela primaria.
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Si por eso, de golpe, se me acusa
la comezón imperativa
de escribir un poema
de amor; precisamente ahora
que a nadie estoy amando; ahora,
cuando nadie me ama,
y poder hablar de la extranjera
sólida, cálida y concreta,
prefabricada para mi costado,
y que no me recuerda, y se avecina
plena de sales y de azúcares
y de presagios indudables.
Precisamente ahora,
quiero cantar de aquella usted que de repente,
sin saber qué ni cómo,
habrá de ser mi igual irremisible
al llamarme de tú.
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— Y era bastante,
pensaré, con pensarlo.
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Ámbito de la casa es, y casa del traje,
y traje para el cuerpo,
y cuerpo de la voz.
Esfuerzo mío,
tribu de sílabas concordes,
ábreme campo afuera. Tú, que puedes,
introdúceme al coro; así, al oficio
de fundar la ciudad sobre cenizas
de vencidas ciudades. Buen oficio.
No solamente mínimo
brasero, engarce de la ofrenda
en aroma desnudo que desgarra
sus ropajes de humo;
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Oh, si me fuera dado el alegrarme
con mi fuerza de hombre, si mi orgullo
(¿a quién volver los ojos?),
como el amor, clarísimo al mirarte,
para siempre naciera,
y en torno, y habitada y ofrecida,
la ciudad y la gente suscitada
por el orden del canto.
En esta hora
y mientras en la plaza, el más valiente cumple el parto viril de la
futura
gloria de su bandera. Golpe
de sol, racimo grave de linajes.
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mientras la boca se endurece
y una crecida barba, de cadáver
reciente, me prolonga.)
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por detrás y en silencio, a mis balcones
lacrimales, al sabor de mi boca,
al olor de las cosas que esperabas.
No me olvides, espérame.