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MUNDO
DEMONIO
Y
FAUSTO
TRAGICOMEDIA FANTÁSTICA
EN
TRES ACTOS
NUEVE JORNADAS
ENTREGA 7
JORNADA CUARTA
CAMINO DE BARCELONA
Siguiendo las huellas de don Quijote, los viajeros son tenidos por
bandoleros. Aclarada la confusión, departen con Antonio Moreno. Ya cerca
de la ciudad, encuentran al que creen su famoso caballero... que resulta ser
otro, no menos famoso, el cual les recomienda vivamente que conozcan
Barcelona.
…correspondencia grata de firmes
amistades, y en sitio y en belleza única.
Cervantes
Tarde soleada de junio. Clavileño, con sus tres jinetes, aterriza en un paraje
mediterráneo. Pinos y matorrales. Cerca, un amplio camino que ahora nadie
transita. Al fondo, una montaña de extrañas y arracimadas formas rocosas.
Descabalgan los tres. Bernardo va dando tumbos hasta caer tendido en tierra.
Fausto se sienta sobre una piedra y permanece en posición meditativa. Mefisto, de
pie, observa con atención la montaña.
Los jinetes, con las espadas en alto, rodean a los tres viajeros. El que los manda,
Raimon, se dirige a ellos.
Noche. Una posada en el camino. En torno a una tosca mesa, bien servida de
comida y bebida, Fausto, Mefisto, Bernardo, Antonio Moreno, Raimon y el resto de
la escolta.
Tarde del día siguiente, los tres viajeros, ahora montados sobre sendos caballos
adquiridos con buenas artes, a menos de una legua de la ciudad.
FAUSTO.- El color de ese pino, dorado por la cálida luz del atardecer, me recuerda
el de los pinos de Roma.
BERNARDO.- ¿Habéis estado en Roma?
MEFISTO.- En medio mundo ha estado, mayormente gracias a mí.
BERNARDO.- ¿Le acompañas siempre?
MEFISTO.- Siempre que es necesario.
BERNARDO.- Disculpa la indiscreción, pero... creo adivinar que entre los dos
existe una relación...extraña.
MEFISTO.- ¿Extraña?
BERNARDO.- Quiero decir, fuera de la normal que suele darse entre las personas.
MEFISTO.- (Vas por buen camino, muchacho, pero no pienso darte más pistas).
Bueno...quizá...
BERNARDO.- A veces pienso cosas imposibles. Y es que don Fausto es raro, a fe
mía, pero tú...
MEFISTO.- Veamos, jovencito, ¿qué piensas de mí?
BERNARDO.- Pienso que...si alguien me dijese que eres el mismo Diablo, me lo
creería.
MEFISTO.- ¡El Diablo! ¡Qué tontería! ¿Pero qué es el Diablo?
BERNARDO.- El espíritu del mal.
MEFISTO.- ¡Qué bellas palabras se usan todavía! ¡El espíritu del mal! Tú no lo
verás, mi Bernardo, pero llegará un tiempo en que las palabras se habrán quedado
secas, sin jugo, sin sustancia, y ya nadie dirá “el espíritu del mal”. Entre otras cosas
porque por entonces reinará un mal sin espíritu.
BERNARDO.- ¿También eres profeta? Eso me tranquiliza, porque en mis estudios
de teología aprendí que el Diablo no tiene el don de la profecía
MEFISTO.- No te fíes. Los tratados de teología no son la Biblia. Ni siquiera la
Biblia es la Biblia.
FAUSTO.- Trabajando al muchacho, ¿eh? ¿Tú nunca descansas?
MEFISTO.- Hola. Veo que ya has despertado de tu ensoñación arborícola. Sí, mi
Bernardo, a vosotros los meridionales os parecerá raro, pero para los germanos los
árboles y los bosques son como seres animados con los que entablan curiosas
relaciones sentimentales. Ya ves, cada pueblo tiene sus manías.
BERNARDO.- Mirad, se acerca un hombre a caballo.
MEFISTO.- (Que está de espaldas al hombre que se aproxima, sin volverse) ¿Cómo
es?
BERNARDO.- De aspecto distinguido, no sé si de buen linaje, pero desde luego con
una especie de distinción natural. Su indumentaria es algo vieja. De edad avanzada y
de mirada entre viva y melancólica. Y su caballo va tan lento como merece el talante
del caballero.
MEFISTO.- Fino observador. Ahora, acércate a él y pregúntale por lo que nos
interesa.
BERNARDO.- No entiendo bien la lengua catalana. Mejor interrogadle vosotros,
que parece que tenéis el don de las lenguas.
MEFISTO.- No te preocupes, ése habla en perfecto castellano.
BERNARDO.- ¡Pero si ni siquiera le has visto!
MEFISTO.- Ni falta que hace. Compruébalo.
FAUSTO.- ¿Será nuestro caballero? Por el aspecto bien podría...
MEFISTO.- ¿Y el escudero? No, diría que no.
Sentados bajo un grupo de árboles que hay junto al camino, a media legua de las
murallas de la ciudad, encendidas por el rojo del sol poniente.