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PABLO EL APOSTOL DE LOS PAGANOS ce eee Jiirgen Becker ccc BIBLIOTECA DE ESTUDIOS BIBLICOS 83 Coleccién dirigida por Santiago Guijarro Oporto JURGEN BECKER PABLO EL APOSTOL DE LOS PAGANOS SEGUNDA EDICION EDICIONES Si{GUEME SALAMANCA 2007 Cubierta disefiada por Christian Hugo Martin Tradujo Manuel Olasagasti Gaztelumendi sobre el original alemn Paulus, der Apostel der Volker © J.C. B. Mohr (Paul Siebeck), Tubingen 71992 © Ediciones Sigueme S.A.U., 1996 C/ Garefa Tejado, 23-27 - E-37007 Salamanca / Espaiia TIf.: (34) 923 218 203 - Fax: (34) 923 270 563 e-mail: ediciones@sigueme wwwsigueme.es ISBN: 978-84-301-1276-0 Depésito legal: S. 955-2007 Impreso en Espafia / Unién Europea Fotocomposicién Rico Adrados S.L., Burgos Imprime: Graficas Varona S.A. Poligono El Montalvo, Salamanca 2007 CONTENIDO Prélogo Introducci6n Testimonios sobre Pablo en el cristianismo primitivo 1. La correspondencia paulina 2. Las otras fuentes Cuestiones cronoldégicas sobre la vida del Apéstol Pablo, fariseo de Tarso 1. Las referencias biograficas 2. Pablo, fariseo de la diaspora 3. Pablo y el helenismo La vocacién del Apéstol de los paganos 1. Las fuentes y los problemas de su interpretacién 2. La comunidad cristiana en la sinagoga de Damasco 3. El perseguidor de la comunidad de Damasco 4. La vocacién del fariseo a Apéstol de los paganos 5. Atribuciones y conciencia de Pablo Pablo, misionero y tedlogo antioqueno 1. Vision panordmica de los textos 2. El acuerdo de Jerusalén sobre la misién entre los pa- ganos 3. Pedro en Antioquia 4, Pablo y Pedro 51 51 59 72 719 79 86 90 94 102 109 109 i 122 128 10. Contenido 5. Importancia de la comunidad antioquena para el cris- tianismo 6. Pablo y Jestis El comienzo de la actividad misionera independiente 1. El camino de Antioquia a Corinto 2. 1 Tes, testigo de la teologfa de la misién antioquena 3. La esperanza en crisis 4. La estancia fundacional en Corinto Pablo en Efeso y en la provincia de Asia 1. Los sucesos de Efeso 2. Polémica paulina contra los agitadores de las comu- nidades . Penalidades y riesgos 4. La infraestructura de la misién paulina w E] Espiritu de libertad y la teologia de la cruz 1. Unidad de la primera Carta a los Corintios 2. Entusiasmo y cruz 3. La segunda Carta a los Corintios como recopilacién epistolar 4. Extasis 0 servicio de reconciliacién 5. Pablo, necio en Cristo La misién paulina y las comunidades domésticas . 1. La realidad social de las comunidades 2. La capacidad integradora de las comunidades 3. La ciudadania del cielo y el mundo perecedero 4. El culto divino en las comunidades domésticas La ultima visita a Macedonia y Acaya 1. El viaje de la colecta ... 2. Judeo-cristianismo contra pagano-cristianismo 131 144 159 159 165 176 183 189 189 202 210 220 229 229 241 263 269 280 291 291 295 299 303 309 309 316 12. 13. 14. 15. Contenido Pablo y las comunidades de Galacia 1. Los desconocidos gélatas 2. La Carta a los galatas y la retérica antigua ........ 3. Las raices de las ideas paulinas sobre 1a justificacién 4. La Carta a los gdlatas como documento mas antiguo sobre la justificacién La comunidad de Filipos 1. La historia de la comunidad de Filipos 2. La Carta a los filipenses como recopilacién epistolar 3. La carta de la cautividad . le 4. La carta contra los judaizantes .. La Carta a los romanos, testamento de Pablo 1. Los orfgenes de la comunidad romana 2. La unidad de la Carta a los romanos 3. El razonamiento de Rom 1-8 20.0.0... 4. La justificacién del hombre pecador Los rasgos fundamentales de la teologia paulina . Enfoque y estructura del pensamiento paulino ..... . El Dios tnico y su creacién . El pecador, la ley y la muerte . El evangelio de Jesucristo . El creyente, el Espiritu y la vida . La comunidad escatolégica . El compromiso de la fe como amor . El futuro de la fe como esperanza en el Sefior SIADNRWH te martir . La entrega de la colecta 2 E] apéstol de los paganos y su = ae 3. El méartir, camino de Roma . Indice de lugares Indice de nombres Indice de citas biblicas 325 325 327 334 345 363 363 366 375 383 395 395 403 424 443 443 450 458 473 488 499 510 521 533 533 540 558 565 567 569 PROLOGO Este libro es fruto de un estudio, durante afios, de la obra de Pablo. El estudio ha tenido tres centros: el andlisis y examen de lo que se ha escrito sobre el tema, el didlogo con los estudiantes en las clases y la propia reflexién sobre los problemas de las car- tas paulinas. Por eso el libro delata, por fuerza, su origen aca- démico y cientifico. Sin embargo, estd escrito de forma asequible a _un piublico mds amplio que el de los exegetas neotestamenta- rios. He procurado tender un puente desde el gremio exegético hacia todos aquellos que muestran algiin interés por Pablo. Lo hago ast por dos razones: no es bueno que la exégesis se encie- rre en su lenguaje técnico interno; no es bueno que nuestro tiem- po se olvide de Pablo. Con miras a ese objetivo he destacado las lineas maestras del pensamiento paulino, que la alta especializacién suele relegar a segundo plano. Para evitar que la bibliografia sobre Pablo, ya ca- si inabarcable, dé lugar a un apartado de notas desmesurado que asusta al lector y que pocos pueden aprovechar, decidi tras lar- gas reflexiones prescindir de toda referencia bibliogrdfica. Como sé que cualquier colega puede advertir cudndo sigo a alguien, o a él mismo, y cudndo discrepo, no he creido necesario hacerlo constar expresamente. Era mds importante para mi ofrecer al lec- tor una visién general de Pablo que él pueda utilizar como un texto accesible a todos. Por eso renuncié también, después de muchas vacilaciones, a confeccionar por mi cuenta un elenco bibliogrdfico. No obstante, como el libro reclama unos lectores criticos que sepan comparar 12 Prélogo lo leido con otras exposiciones, les recuerdo que hay buenas sin- tesis sobre la materia. De ellas, selecciono las siguientes: G. Bornkamm, Paulus, en Die Religion in Geschichte und Ge- genwart V ('1961), 166ss. R. Bultmann, Zur Geschichte der Paulus-Forschung, en Das Pau- lusbild in der neueren Forschung (Wege der Forschung XXIV), 1964, 304ss. — Teologia del nuevo testamento, Salamanca 71987. H. Hiibner, Paulusforschung seit 1941. Ein kritischer Literaturbe- ticht, en Aufstieg und Niedergang der rémischen Welt I/, 25.4, 1987, 2649ss. G. Liidemann, Paulus, der Heidenapostel J. Studien zur Chronolo- gie, 1980. O. Merk, Paulus-Forschung 1936-1983: Theologische Rundschau 43 (1988) Iss. Pero lo deseable es que el libro tenga lectores que, ademds de utilizar otros estudios sobre Pablo, lean por su cuenta las cartas paulinas. Por eso incluyo constantemente en el texto las referen- cias a las cartas del Apéstol junto a otras indicaciones de fuen- tes. Las siglas empleadas son las corrientes. Al final de la obra puede verse su elenco. Quiero, por ultimo, agradecer expresamente a aquellos que me han ayudado en la elaboracién de la obra: a mi adjunto U. Mell, con el que he debatido muchos problemas concretos; a la sefora H. Meyer, que una vez mds me ayudé en la preparacién del ma- nuscrito; a mi esposa, a la sefiora Meyer y a la sehora L. Miiller- Busse por su colaboracién en la ardua labor de correccién de prue- bas. La iltima de ellas ha confeccionado, ademés, los indices. Mi gratitud, en fin, a la editorial por su colaboracién. JURGEN BECKER INTRODUCCION El estudio de san Pablo ha generado hoy una abundante bi- bliografia, y esto es una buena sefial. Pablo, en efecto, pertenece a la época originaria y fundacional del cristianismo primitivo. Apa- rece como figura simbélica del pagano-cristianismo en la prime- ra generaci6n cristiana. Es a la vez, sin duda, el tedlogo mas im- portante de todo el cristianismo primitivo. Por eso no es de extraiiar que haya dejado unas huellas profundas en la historia del cristia- nismo que duran hasta hoy. No es facil excederse en la valora- cién de su influencia histdrica. iEn qué radica la grandeza histérica del Apéstol? Para con- testar esta pregunta conviene sefialar cuatro puntos: En_ primer Ju- gar, el cambio producido en su vida personal, que le leva a «re- ducir a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo» (2 Cor 10, 5; cf. Flp 3, 8). En segundo lugar, Pablo sabe elabo- rar teolégicamente la experiencia misionera y eclesial en el 4m- bito del evangelio y del Espiritu, por un lado, y de la fe, del amor y de la esperanza, por otro, tan radicalmente que sus pala- bras sirvieron de ejemplo y orientacién a las comunidades. En tet cer_lugar, en medio del fuerte antagonismo entre el judeo-cristia- nismo y el pagano-cristianismo que marcé a la primera generacién cristiana, Pablo defendi6 la causa del pagano-cristianismo con enor- me fuerza creadora, dentro de! horizonte universal que le era fa- miliar y de modo tan consecuente que se convirtié en el «apés- tol de los paganos» por excelencia (Rom 11, 13) y que es, por cierto, el ultimo titulo que él se aplica (cf. también Rom 15, 16), a tenor de las fuentes conocidas. El cuarto_punto est4 relaciona- do con el anterior: Pablo ejercié su actividad en una encrucijada I4 Introduccion de la historia del cristianismo. Se debatia la cuestién de si éste debia seguir siendo una parte del judaismo o si, apoydndose en él y en tensién con él, debia defender su independencia. Pablo, aun siendo judio de nacimiento, adopté la segunda alternativa en su teologia y en su misién con una légica tan consecuente que aseguré el futuro para su causa. O en otros términos, este futuro se fue perfilando sobre su modelo, sin que él supiera con certe- za adénde iba a conducir el camino que emprendia. Esta relevancia hist6rica del Apéstol ha hecho que algunos lo consideren como el verdadero fundador del cristianismo. Pero tal apreciacién no se corresponde con la conciencia que tuvo Pablo de si mismo ni con la historia de Jestis en relacién con la igle- sia pagano-cristiana. Pablo se presenté siempre como servidor de Jesucristo y apdstol de su Sefior; asi se constata por la simple lectura del comienzo de sus cartas. Ademas, todos estuvieron de acuerdo con la asamblea de Jerusalén (Gal 2, Iss; Hech 15) en que la modalidad antioqueno-paulina era una versi6n hist6rica le- gitima de la fe en Jestis de Nazaret. La Iglesia fue fundada en pascua. Precedié a Pablo y éste fue, en un principio, su perse- guidor. Otros, por muy diversos motivos, pretenden vincular a Pablo mds estrechamente con el judaismo, como suele hacer tradicio- nalmente la exégesis protestante. Entre ellos estan los tedlogos que, contemplando a Pablo desde la 6ptica del «holocausto», en- cuentran en Rom 9-11 una perspectiva que adjudica a Israel un camino propio para acceder a Dios. Esto influye después, obvia- mente, en la interpretacién de la idea paulina de la salvacién. Pe- ro no se comprende bien que quien asigna una via de salvaci6n para el Israel increyente se atreva a incluir a todos los judios, al comienzo de la misma carta, como pecadores dentro del estado de perdicién de los paganos, y que s6lo puede recomendar a to- dos los pecadores sin excepcién una salida: la justicia de la fe alcanzada por medio de Jesucristo. Otros pretenden ver el conte- nido de la tradicién y el contenido de las categorfas hermenéuti- cas de Pablo en una (casi) perfecta continuidad con el judaismo. Subrayan, sobre todo, la idea de la ley en el Apdstol y su doc- trina de la salvacién, orientada en la nocién judfa de sacrificio expiatorio. Pero cabe preguntar si Pablo pudo haber desfigurado Introduccion 1s el judafsmo, que tan bien conocia, hasta el punto de atribuirle una «justicia por las obras» orientada en la ley. Al margen de lo que se piense sobre la concepcién judia y la concepcién paulina de la ley, una cosa es cierta: Pablo no se guia por lo que pueda mo- lestar 0 complacer al judafsmo, sino que lo contempla todo des- de Cristo e intenta exponer adecuadamente lo que conoce de Cris- to. Asimismo, la pregunta primaria en lo relativo a la ensefianza paulina sobre la redencién es cémo describe el Apdstol la salva- cién de Cristo ofrecida en el evangelio y su acci6n transforma- dora sobre los hombres; qué relevancia tiene en ella, por ejem- plo, la idea de expiacién. Es muy natural que cada época trate de actualizar y sistema- tizar a Pablo en un sentido u otro. Es una buena sefial y un mo- do de comunicacién con el Apéstol que conviene fomentar. Pero el Pablo asimilado y el Pablo histérico no deben contradecirse en- tre sf. El segundo ha de enmendar constantemente al primero. Co- mo resulta tan diffcil respetar la realidad histérica y lo facil es instrumentalizar y seleccionar todo lo histérico, la presente in- vestigaci6n tendra que insistir en el Pablo histérico, con una his- toria tan remota. Ninguna época escapa a la parcialidad y al ego- centrismo, pero no puede hacer de esa autocontemplacién su norma y objetivo. Debe buscar una y otra vez el ajuste y la rectifica- cién con lo histéricamente lejano y extrafio. No hay un camino real para ese acceso a la historia. Pero hay ciertos recursos para percibir lo diferente y desechar los juicios apresurados. Uno de ellos es, hoy, el de las ciencias sociales, que ayudan a describir concretamente las circunstancias histéricas. Hoy no es admisible el mero recurso a la historia de las ideas. Lo tni- co que cabe discutir es el modo de aplicar las ciencias sociales y de establecer su nexo con Ja dimensién ideolégica de la histo- ria, un tema que aqui no serd abordado. Interesa, en cambio, otro recurso especfficamente histérico al que conyiene prestar atencién. Me refiero al inico modo objeti- vo de ordenar la historia: el cronolégico. EI respeto al desarrollo real de los acontecimientos impone, a mi juicio, un modo expositivo que se atenga al orden histérico. Esto significa, en concreto, la necesidad de abordar el tema de Pablo con un método histérico-evolutivo en la medida en que lo 16 Introduccién permitan las fuentes. Y esto significa a su vez la necesidad de interpretar cada carta paulina en su situacién histérica. La Carta a los romanos no es un sistema prefijado de coordenadas en el que se insertan las otras ideas del Apéstol. La comunidad cris- tiana de Tesalénica no conocié la Carta a los romanos, pero re- cibié una carta de Pablo (1 Tes) que, previo un didlogo positivo entre el autor y el destinatario, ella pudo entender perfectamente. Al escribir 1 Tes, Pablo tampoco tenja atin elaborada en su men- te la carta a los romanos. El que tenga presente de modo consecuente el lugar cronolé- gico y la situacién dialégica de una carta, obtendr4 datos para constatar que Pablo no defendié la misma teologfa, sin modifica- ciones, desde su vocacién hasta su Ilegada a Roma. Dentro de una fidelidad a las lineas fundamentales, experimenté una evolu- cién al hilo de sus propias experiencias, del trato con las comu- nidades y de la historia general del cristianismo primitivo. En- tender a Pablo significa, pues, conocer el proceso de su teologia y su evolucién, reconocer que el Apéstol repens6é y profundizé las opciones basicas, matiz6 teolégicamente, amplié o inscribié en nuevos horizontes las opciones y las soluciones a los problemas. El Apéstol no re sin més, con su vocacién, el contenido de Rom explicito y desarrollado, aunque las ideas bdsicas de su teo- logia hundan sus raices, sin duda, en la experiencia de su voca- cién. El que repara en lo mucho que Pablo evolucioné, rescata su persona en su auténtica realidad histérica y deja de lado la idea de un sistema doctrinal prefijado y definitivo, El cristiano Pablo, después de su vocaci6n, trabajé6 como apéstol alrededor de 30 afios. Es un perfodo largo y denso de contenido en la dind- mica de la historia del cristianismo primitivo. Por eso hay que suponer que el propio Pablo progresé en el conocimiento de si mismo y del mensaje cristiano, dentro de ciertos limites. El que pone el énfasis en la exposicién histérica, abriga cier- tas expectativas en torno al conocimiento de los adversarios del Apéostol. ;No ayuda el examen atento de las posiciones adversa- tias a entablar el didlogo histérico? Por esta raz6n, la época que siguié a la Segunda Guerra Mundial fue la época de los grandes y minuciosos estudios sobre los adversarios del Apéstol, y las car- tas a los corintios fueron el centro de interés preferencial, aun- Introduccién 17 que no exclusivo. Exagerando un poco, se tenfa a veces la im- presién de que podfamos reconstruir con mas detalle y conocer mejor la teorfa corintia de lo que pudo hacer Pablo. En realidad, solo disponfamos y disponemos de las escasas indicaciones del propio Pablo y de sus polémicas, muy selectivas y parciales, con los adversarios. Con razén se multiplican ultimamente las voces que ponen limites a la razén reconstructora. El que respeta, in- cluso en la reconstruccién histérica, el principio sensato de escu- char a la otra parte, y ve que las fuentes sobre Pablo apenas per- miten atenerse a ese principio, se mostrar4 cauto en la exposicién del pensamiento de los adversarios. jQué diferente serfa nuestra imagen del catolicismo en la época de la Reforma si s6lo cono- ciéramos la polémica de Lutero, 0 nuestra imagen de Lutero si s6lo conociéramos la controversia catélica con él! El que ve a Pablo de ese modo, histéricamente, topa con otro problema que hoy se debate de nuevo: el mensaje sobre la justi- ficacién jes la gran intuicién del Apéstol que define su pensa- miento teolégico desde el principio, o pertenece a la fase tardia del pensamiento paulino? La respuesta no puede consistir en un simple sf o no. Hay, por un lado, una secuencia que cabe des- cribir con expresiones como teologia de la eleccién (1 Tes), teo- logia de la cruz (1/2 Cor) y teologia de la justificacién (Gal, Flp 3; Rom). Por otro lado, el discurso sobre Ja justificacién tiene an- tiguas y diversas rafces en Pablo, y él mismo no siempre habla de la justificacién en los mismo términos, sino que hace diversas matizaciones, Concluyo esta introduccién con una sentencia reiterada por R. Bultmann: la idea que nos hagamos de Pablo determina la idea que tengamos del cristianismo primitivo. Me permito aiiadir: da- do que esta época originaria posee una relevancia fundamental pa- ra el cristianismo, la idea que nos hagamos de Pablo determina también, en cierto modo, la idea que tengamos del propio cris- tianismo, en su conjunto. 1 TESTIMONIOS SOBRE PABLO EN EL CRISTIANISMO PRIMITIVO 1. La correspondencia paulina Pablo es el tinico personaje del cristianismo primitivo del que podemos tener un conocimiento bastante preciso, en lo biografico y lo teolégico, por sus propios testimonios directos. Tales testi- monios se contienen en las cartas que escribid a sus comunidades. Las cartas forman parte del canon neotestamentario desde la épo- ca de la Iglesia antigua y han Ilegado a nosotros como testimo- nios personales del Apéstol. El nunca hubiera esperado que fue- ran a ejercer tan profunda influencia en toda la cristiandad a lo largo de los siglos. Este legado, pues, es un hecho no intenciona- do. Pablo escribié sus cartas a partir de unos problemas concre- tos, con destino a unas comunidades determinadas y, por lo gene- ral, en sustitucién de su presencia fisica en ellas. Pertenecen, pues, primariamente al Ambito de la historia cotidiana y de lo especffi- camente comunitario. Son escritos ocasionales. Pablo no tomé nun- ca la pluma ni dict6 a un amanuense para establecer lo que a su juicio debia servir de orientacién teolégica para todos los tiempos y para todas las comunidades. Sin embargo, ya como autor de esa correspondencia ocasional, Pablo se significa muy claramente en el cristianismo de su tiem- po. Jestis fue un profeta del discurso oral. No se conserva de él ni una firma ni una carta breve, como en el caso de Bar Kojba, por ejemplo, el caudillo de la segunda rebelién antirromana del judaismo. Los otros personajes conocidos de la primera generacién cristiana —el grupo de los Doce; Santiago, el hermano del Sefior, Esteban y su circulo; Bernabé o los numerosos colaboradores de 20 Pablo, el apéstol de los paganos Pablo— no dejaron escritos de ningtin género. Los comienzos del cristianismo carecen de «literatura». Excepciones como la carta de la comunidad corintia a Pablo, conocida por 1 Cor 7, 1, confir- man esta impresién global. Otro tanto hay que decir de las cartas de recomendacién que podfan presentar los «superapéstoles» segtin 2 Cor 3, 1. La conclusién general es que en ese perfodo primiti- vo del cristianismo no se sintié ninguna necesidad de dar una for- ma literaria al mensaje cristiano. El evangelio es una «proclama- cién» oral del mensaje de salvacién, como sefiala Lutero. Las palabras de Jestis, sus acciones y su historia personal, se narran por escrito en las postrimerias de la primera generacién cri tiana. Sdlo después de Ja muerte de los apéstoles (sobre todo, de Pedro, Santiago y Pablo) se afiade la forma escrita a la tradicién oral, practicamente exclusiva hasta entonces. La fuente de los /o- gia reconstruibles en Mt y en Le, la fuente de los semeia en Jn y el evangelio de Marcos son los documentos mas antiguos que nos quedan de la tradicién sobre Jestis. Pero a la producci6n i cial de evangelios se suma la redaccién de cartas, escritos doctri- nales y apocalipsis, como dan fe la literatura no paulina de la dl- tima parte del canon neotestamentario y los Padres apostdlicos. A diferencia de la primera generacién cristiana (con la excepcién de Pablo), encontramos en la segunda y la tercera una abundante li- teratura cristiana. Estas caracteristicas de una fase primero aliteraria y después li- terariamente productiva corresponden a una comunidad y a su his- toria -y no a los individuos concretos~. El mismo fenémeno se puede encontrar en otras formaciones comunitarias. Cabe recordar, de la época del cristianismo primitivo, el origen de la gnosis. Hay que evitar un posible malentendido, pues los datos no permiten sacar conclusiones concretas sobre los individuos diciendo, por ejemplo, que Bernabé o Pedro no sabian escribir. S6lo cabe con- cluir que, aparte de Pablo, en la primera generacién cristiana na- die se sintié movido a elegir la escritura como forma de procla- maci6n evangélica. Pablo constituye una sorprendente excepcion. Esa excepcién ha hecho que poseamos, con las cartas del Ap6: tol, los documentos escritos mds antiguos del cristianismo. Quiza Pablo fue consciente de este valor excepcional de sus cartas; pe- ro esto no se desprende directamente de ellas. Serfa un error, co- Testimonios sobre Pablo en el cristianismo primitivo 21 mo he indicado, suponer que Pablo tuviera la menor idea de la importancia que habfa de adquirir su correspondencia en la géne- sis del canon neotestamentario, en los avatares decisivos de la his- toria de la Iglesia y en la reflexién teolégica dentro del cristia- nismo. Seria un error no sdlo porque él crefa, con el cristianismo de la época, en el fin inminente del mundo, sino también porque nunca buscé alcanzar fama perpetua con sus obras literarias, co- mo Cicerén 0 Séneca. Pablo no comparte la mentalidad de un ro- mano culto ni de un artista de la antigiiedad. Las cartas fueron para él un instrumento més, junto al envio de colaboradores, en el cuidado pastoral de sus comunidades, como se desprende espe- cialmente de la correspondencia corintia, 0 recursos para abrir nue- vas zonas de misién, cuyo mejor ejemplo es la Carta a los roma- nos. Siempre consideré a sus comunidades como la verdadera obra de su vida, para presentarla a Dios en el ya inminente juicio final (1 Tes 2, 1.9-12.19s; 1 Cor 3, 5-17; 9, 15-23, 15, 10; Gal 1, 16; 3, 1-5; Rom 1, 13s; 15, 14-29, etc.). Ellas le salvarian o perde- rian, no las cartas. Dios le habia encargado evangelizar a los pa- ganos, no escribir cartas. El hecho de que sus comunidades reca- yeran después de su muerte en la oscuridad de la historia y sus cartas, inesperadamente, adquiriesen el rango de cartas canénicas y ejercieran durante milenios una influencia histérica dificil de igua- lar, le habria llenado de admiracién, quizé de perplejidad No es un azar, sin embargo, que las cartas de Pablo hayan ejer- cido y sigan ejerciendo esa influencia. Nadie pensd que valfa la pena conservar las cartas de recomendacién de los «superapésto- les» a las que hace referencia la segunda carta a los fieles de Co- rinto, Pese a los objetivos especificos y limitados que persiguen las cartas de Pablo, es evidente que el Apéstol logré afrontar la situacién historicamente limitada en la que se encontré de forma que otras comunidades, desde entonces hasta hoy, se vieran refle- jadas en ellas y pudieran leer y percibir su contenido como orien- tacién y guia. Esas comunidades, en suma, vieron en sus cartas una concepcién del cristianismo que posefa un valor universal y podia imponerse con una fuerza de conviccién permanente. Es in- dudable que esta capacidad iluminadora de las cartas fue un fac- tor decisivo en la recopilacién y conservacién de su correspon- dencia. 22 Pablo, el apéstol de los paganos Nuestra ignorancia es casi total en lo que se refiere al proce- so de recopilacién de las cartas de Pablo. El canon del nuevo tes- tamento contiene catorce cartas que se atribuyen al Apéstol: 7 car- tas mayores: Rom, 1 y 2 Cor, Gal, Ef, Flp y Col; 7 cartas menores: ly 2 Tes, 1 y 2 Tim, Tit, Flm y Heb. Ni el ntimero ni el orden son originarios. Esta recopilacién es el producto final de numerosas colecciones menores y de la pro- duccién paulina y pospaulina. Podemos concebir la fase inicial de la recopilacidn de las car- tas de Pablo en los siguientes términos: Los centros de cristaliza- cién de un epistolario son las distintas comunidades a las que Pa- blo habja escrito una o varias cartas o en las que habia trabajado durante un tiempo considerable. Ellas recogieron las cartas y ajia- dieron aquella correspondencia apostélica que pudieron recibir de comunidades vecinas 0 a la que tuvieron acceso por contactos per- sonales o profesionales. Los colaboradores de Pablo pudieron in- teresarse también por la difusién de las cartas. Lo cierto es que surgieron asi en diversos lugares, como Roma, Corinto, Efeso, etc., pequefias colecciones con diferente ntimero de cartas, que podian diferir también en la extensién y en el ordenamiento. No eran co- lecciones cerradas; se aspiraba a ampliarlas si se presentaba la oca- sién. Hubo también, sin duda, comunidades que posefan una sola carta de Pablo. Con el tiempo se produjo el intercambio y la fu- sién de distintas colecciones. Estas se fueron ampliando y reuni- ficando, de forma que la variedad inicial se redujo a unos pocos tipos. El cuerpo paulino actual del canon es la etapa final de es- ta actividad recopiladora. Hay buenas razones para suponer que las comunidades no se limitaron a coleccionar las copias de las cartas de que pudieron disponer, una detras de otra, sino que intervinieron ademas en el texto de las cartas. Siempre se ha dicho que la doxologia del fi- nal de la Carta a los romanos (Rom 16, 25-27) no forma parte de la carta original. Esa doxologfa emplea un lenguaje basado en Pa- blo, pero modificado significativamente, y contiene una teologia que se aproxima a la de las cartas deuteropaulinas Ef y Col. ,No se pueden considerar como conclusién redaccional de una recopi- lacién epistolar? La parte ecuménica del encabezamiento en 1 Cor 1, 2b ha despertado también la sospecha de los exegetas cuando Testimonios sobre Pablo en el cristianismo primitivo 23 menciona de modo algo forzado, después de la comunidad corin- tia, a todos los cristianos como destinatarios. Dado que Pablo se dirige concretamente a una o varias comunidades, y no a toda la cristiandad, es Iégico ver en 1 Cor 1, 2b el afiadido de una re- daccién que colocé 1 Cor al comienzo de un epistolario paulino mas amplio. La redaccién quiso dar a entender que aquella reco- pilacién interesaba a toda la cristiandad. Hay al menos dos pasa- jes més, de contenido relevante, sospechosos de ser adiciones no paulinas: 1 Cor 14, 33-36 y 2 Cor 6, 14-7, 1. Ambos fragmentos rompen el nexo contextual y tampoco sintonizan teolégicamente con Pablo. Son pruebas de la apropiacién pospaulina de las car- tas del Apéstol por el cristianismo primitivo. Mas decisiva que estas cuestiones redaccionales es la pregunta de si todas Jas cartas atribuidas tradicionalmente al Apéstol proce- den realmente de él. La antigiiedad ofrece abundantes ejemplos de escritos que se atribuyen a un gran personaje para ponerlos bajo su autoridad. Por eso hay que contar también, en principio, con la existencia de la pseudoepigrafia en las cartas paulinas. Hoy se con- sideran como cartas auténticas del Apdstol tinicamente Rom, | y 2 Cor, Gal, Flp, 1 Tes y Flm. En el caso de Col y de 2 Tes hay opiniones divergentes. Nuestra exposicién se asienta en el terreno seguro y utiliza s6lo esporddicamente y a modo de complemento las cartas controvertidas. En cualquier caso, Ef, Col, 2 Tes, | y 2 Tim, Tit y Heb se distancian tanto del resto de las cartas paulinas que su pseudonimia resulta muy probable e incluso cierta- La: hi- pOtesis de su autenticidad (incluso parcial) crea mayores problemas que su exclusidn de los escritos atribuibles directamente a Pablo. Desde hace algunos decenios se discute, ademas, fuertemente si al menos algunas cartas no deben considerarse en su forma ac- tual como el producto redaccional de una refundicién de diversas cartas de Pablo. Consta que Pablo escribié mas cartas de las que conocemos hoy (cf. 1 Cor 5, 9). Cabe pensar ademéas, hipotética- mente, que una coleccién no podia acoger un ntimero ilimitado de cartas de una sola comunidad, a menos que ésta dominara sobre las demés. Por otra parte las cartas breves de escaso contenido teo- l6gico no se prestan para ser lefdas en el culto litirgico tanto co- mo las cartas extensas y de gran contenido. Ahora bien, este tipo de lectura se planeé desde el principio, como demuestra ya la car- 24 Pablo, el apéstol de los paganos ta mds antigua (1 Tes 5, 27). {Dio esto ocasién para refundir va- rias cartas en una? La mera posibilidad no prueba nada. De ahi la necesidad de analizar las cartas mismas més a fondo. También en este terreno hay problemas: jcudntas transiciones bruscas se pueden atribuir a Pablo? zhasta qué punto se atuvo és- te a un formulario fijo en las cartas? una carta extensa tolera me- jor las pequefias incoherencias que una breve? Al dictar al ama- nuense, tenia Pablo desde el principio bien perfilada en su mente la estructura de una carta extensa? jdictaba sin interrupciones? En cualquier caso, es valido el principio de que cuanto mas estratifi- cada y compleja se considere la intercalaci6n de cartas y fragmentos antiguos en una carta nueva, tanto menos probable resulta esa te- sis, porque se apoya en unas hipotesis diffcilmente controlables, Y a la inversa, parece verosimil que 2 Cor, por ejemplo, esté com- puesta de los siguientes fragmentos independientes: a) 1, 1-2, 13; 7, 5-16; 8s; b) 2, 14-7, 4; c) 10-13 (cf. 8.3). En ese caso, la ree- laboracién de varias cartas en una sola consistirfa sustancialmente en la insercién y ordenacién de fragmentos antes desconectados en- tre sf. En todo caso, habr4 que prevenir contra una reconstruccién inflacionaria de muchas cartas. El fraccionamiento mejor fundado sigue siendo el de 2 Cor y Flp. En todos los demas casos se pue- de prescindir de la disecci6n critico-literaria. Pero tampoco hay mo- tivo suficiente, y mucho menos necesidad, de descartar por prin pio y como pregunta metédica la critica literaria en el tratamiento de las cartas. La raz6n de ello esta en las cartas mismas: un cor- te como el existente entre Flp 3, 1 y 3, 2, o un bloque aislado con estructura y tema cerrados como en el caso de 2 Cor 10-13, re- quieren una explicacién. El anilisis critico-literario de las cartas de Pablo es, pues, un instrumento auxiliar (nada mds, pero nada me- nos) que no cabe descartar a priori por razones generales. Se puede afirmar que los escritos del Apéstol pasados por la critica nos ofrecen buenas posibilidades para describir su obra y su teologia. Hay muchisimos personajes conocidos de la antigiie- dad, como Sécrates o Anfbal, Solén o Esquilo, cuya imagen nos resulta mds borrosa, Tampoco hay ningtin personaje en el cristia- nismo primitivo del que sepamos, ni de lejos, tanto como sabe- mos sobre el Apéstol de los paganos. Testimonios sobre Pablo en el cristianismo primitivo 25 2. Las otras fuentes Aunque las cartas paulinas sean de valor inestimable y priori- tario para el conocimiento del Apéstol, el intérprete acoge con agrado la posibilidad de disponer de otras fuentes. Hay que sefia- lar, sobre todo, los Hechos de los apéstoles, que dedica al menos la mitad de su texto a informar sobre Pablo. La primera carta de Clemente e Ignacio de Antioquia hacen mencién del martirio de Pedro y de Pablo (cf. 15.3). Sin embargo, estas dos tltimas refe- rencias son relativamente precarias. Otro tanto hay que decir de las cartas deuteropaulinas (Ef, Col, 2 Tes, 1 y 2 Tim y Tit), que muestran cO6mo se expandié el paulinismo después de la muerte del Apéstol, pero su aporte es muy limitado para proyectar luz histérica sobre Pablo (cf., por ejemplo, 2 Tim 3, 1] en 5.2). Es- te juicio es aplicable en mucha mayor medida a apécrifos neotes- tamentarios como los Hechos de Pablo y el intercambio epistolar entre Séneca y Pablo, Los Hechos de Pablo aparecen menciona- dos ya en Tertuliano, Hipélito y Origenes, lo cual significa que alrededor del 150 d. C. se habfan difundido en toda la Iglesia. El intercambio epistolar entre el filésofo Séneca y el Apéstol dejé sus primeras huellas alrededor de 150 afios después. Jerénimo lo men- ciona por primera vez el 392 d. C. Ambos escritos, ligados por el nombre de Pablo, se apartan tanto de la teologia paulina y evi- dencian tan claramente un desconocimiento histérico de la época, que carecen de todo valor para una exposicién de su pensamien- to. Algo parecido hay que decir de otros escritos apécrifos, como la carta a los fieles de Laodicea y los Hechos legendarios de Pa- blo. Las pseudoclementinas, escritos judeocristianos hostiles a Pa- blo, se pueden descartar totalmente. En cuanto a las referencias extracristianas, faltan en el perfodo primitivo del cristianismo, co- mo es légico. Las manifestaciones rabinicas posteriores apenas tie- nen valor histérico. En consecuencia Hech ocupa sin discusién el segundo lugar junto a las cartas de Pablo para describir la vida del Apéstol. De ahi la gran importancia que reviste Hech y la influencia que ha ejercido: su relato de la vocacién y de los viajes de Pablo han calado hondo en Ja conciencia del cristianismo hasta hoy. Por eso Hech ha ofrecido y sigue ofreciendo el marco para la biografia de 26 Pablo, el apéstol de los paganos Pablo, al inscribir los datos esporddicos del Apéstol de modo ar- monioso en su trayectoria vital. Los bidgrafos se han sentido auto- tizados a proceder asf, apoyados en el canon de Muratori, que por primera vez design6é como autor del tercer evangelio y de Hech a Lucas, el médico y colaborador de Pablo en Asia menor y en Gre- cia (cf. Flm 24; Col 4, 14; 2 Tim 4, 11). {No encuentran también asi la mejor explicacién la atencién primordial prestada a Pablo y los fragmentos en primera persona de plural? Pero entre la redac- cién de Hech y el canon de Muratori median alrededor de 100 aiios: la tradicién eclesial alrededor del 200 d. C. no pudo trans- mitir correctamente los hechos histéricos del siglo I, cuando ade- mas el tercer evangelio y los Hechos no mencionan a su autor y la distancia temporal hace presumir una atribucién tardia. Sélo las indicaciones internas de Hech pueden decidir en esta cuestién. Hech se presenta como continuacién del tercer evangelio (Hech 1, 1). Como la redaccién de este evangelio no parece ser anterior al 80 d. C. Le 21, 20.24 presupone ya lejana la destruccién de Je- tusalén), la composicién de Hech no se puede fijar en una fecha anterior. Ve la luz, por tanto, al menos una generacién después de Pablo. También este escrito presupone una situaci6n eclesial que contempla ya a distancia a la primera generaci6n cristiana y des- cribe, por ejemplo, una estructura presbiterial de la comunidad que sélo aparece documentada en el perfodo pospaulino (Hech 20, 17ss). Pero, sobre todo, hay contradicciones de mayor o menor relieve en- tre Hech y Pablo que son una sefial clara de que Lucas, el acom- pafiante de Pablo en sus viajes, no pudo haber sido su autor. Gal 1s, que es el documento capital para la biografia paulina, da una versién incompleta de la vida de Pablo, y lo hace en for- ma sesgada de cara a la situacién de Galacia (cf. 2). Pero cabe hacer cuatro observaciones que permiten inclinar la balanza en con- tra de Hech: 1. la disputa antioquena (5.3) no se refleja en Hech; 2. este escrito habla, en cambio, de un compromiso en la asam- blea de los apéstoles que Pablo no conoce ni hubiera aprobado (5.2); 3. Hech menciona, ademds, una segunda estancia de Pablo en Jerusalén antes de la asamblea (Hech 11, 29s) que segtin Gal I, 18-24 no pudo haberse producido; 4. el relato de la vocacién en Hech 9 difiere asimismo notablemente, en contenido y forma del que hace Pablo (cf. 4.1). Testimonios sobre Pablo en el cristianismo primitivo 27 Otras observaciones dan la misma imagen: Hech ignora prac- ticamente las tensas y nada pacificas relaciones entre Pablo y la comunidad de Corinto (Hech 18). Y a la inversa, el discurso de Pablo en el Areépago de Atenas (Hech 17), al igual que su es- tancia en esta ciudad, no se trasluce en los escritos de Pablo. El discurso lucano se contradice, ademés, en muchos puntos con la teologia paulina. También resulta especialmente chocante que Hech no aplique al misionero entre paganos el titulo de apéstol, funda- mental en la conciencia paulina, y haga de él un judeocristiano observante de la ley (Hech 16, 1-3; 18, 18; 21, 26s; 26, 2ss), cuan- do Pablo, aun siendo de origen judio, profesa y defiende el paga- no-cristianismo. A Pablo le habria dolido mucho ver como se le atribuia la circuncisi6n de Timoteo (Hech 16, 3; cf. Gal 2, 3; 5, 11; 6, 12.16; Flp 3, 4.7). Estas referencias son suficientes para ratificar que el autor de Hech que dista de Pablo al menos una generaci6n, no conocié per- sonalmente al Apéstot. Aparte de las grandes diferencias entre ta teologia paulina y la lucana, que hemos dejado aquf casi total- mente de lado, el autor de Hech presenta tan graves ¢ incompati- bles diferencias respecto a los testimonios paulinos —acabamos de aducir algunos ejemplos— que no puede ser un discipulo de Pa- blo o un acompafante del Apéstol de los paganos en sus viajes. Tampoco hizo uso de ninguna carta de Pablo. Ni siquiera conocié esta correspondencia. Sus conocimientos se basan en la tradicién eclesial general («leyenda de Pablo»), que se formé ya en vida del Apéstol y cuyos testimonios més antiguos se encuentran en Gal 1, 23s. De ella extrajo el autor de Hech, ademas de los pasajes bio- graficos (por ejemplo, Hech 13, 9; 16, 37-39; 18, 3; 22, 3; 23, 6), la tradicion sobre el perseguidor (por ejemplo, 9, 1s; 22, 4s), su- cesos locales en estilo legendario (por ejemplo, 18, Iss) y des- cripciones de las rutas de viaje (por ejemplo, en Hech 16-18); so- bre todo, las leyendas sobre su actividad taumattrgica (por ejemplo, 13, 8ss; 14, 8s) y anécdotas sueltas (por ejemplo, 19, 13ss). Ela- bora y refunde notablemente estas tradiciones, y no es un histo- riador en el sentido actual. Su aportacién a un conocimiento real de Pablo, y de su obra no se puede acoger llanamente y sin pre- vio examen; es preciso, primero, distinguir entre la contribucién lucana y la tradicién eclesial sobre Pablo y, después, investigar es- ta tradicién eclesial en su fidelidad hist6rica. 28 Pablo, el apéstol de los paganos La contribucién del autor de Hech a la formacién de la ima- gen paulina no se limita, evidentemente, a la recogida de distin- tas tradiciones, la elaboracién literaria de las mismas y su conca- tenacién. Hech pone de manifiesto, junto con el tercer evangelio, un esquema teolégico propio que hunde sus rafces en la situacién eclesial de finales del siglo I, y esta al servicio de esa Iglesia. La imagen que presenta Hech de Pablo se inserta en este esquema. Por eso, no se limita a presentar a Pablo como un personaje de los primeros tiempos de la Iglesia biogréficamente importante ni como tedlogo destacado de la primera generacién cristiana, sino que lo describe como una figura decisiva en el desarrollo del cris- tianismo desde la primera comunidad de Jerusalén a la Iglesia de Ambito mundial. Por eso toca muy de pasada el martirio de Pablo (20, 25.38; 21, 13), y corona, en cambio, el relato con la estan- cia del Apéstol en la capital del Imperio romano. Por eso, en fin, ningtin discurso paulino de Hech contiene la teologfa del gran mi- sionero; el escrito se limita a poner en boca de Pablo unos dis- cursos que muestran el sentido de los acontecimientos eclesiales desde la perspectiva de Hech. No esta claro si la tradicién eclesial sobre la persona del Apés- tol se formé por via oral o si hubo fragmentos escritos y un hi- lo narrativo estructurado. Quizd nunca se aclare esta cuestién de- finitivamente, ya que el autor de Hech som sus materiales a una amplia elaboracién. También serfa una tarea imposible la re- construccién de la fuente de los logia partiendo de Le sin poder recurrir a Mt. Del mismo modo, la distincién de las fuentes en los Hech tropieza con notables obstéculos. Hay, no obstante, unas in- dicaciones suficientemente claras en el texto que sugieren la posi- ble existencia de una fuente antioquena (textos basicos 6, 1-8, 4; 11, 19-30; 12, 25-15, 35) y de un itinerario de los viajes de Pa- blo (textos basicos de Hech 13ss). En cualquier caso, el andlisis de los casos concretos resulta entonces mds necesario. Hay que decir, con todo, que ya no es posible la fijacién exacta de la am- plitud de las fuentes. No obstante, cuando aparecen ciertos pasa- jes que plausiblemente pertenecieron a esas fuentes, tenemos la im- presién de que Lucas conocié un estrato de mayor calado histérico que el propio escrito de los Hech. Es evidente que, ante esta situacién, el testimonio del Apéstol posce una clara primacfa frente a Hech. Pero esta afirmacién re- quiere un comentario. En primer lugar, ciertas analogias, como las Testimonios sobre Pablo en el cristianismo primitivo 29 indicaciones autobiogrdficas de Lutero, Bismarck o Barth, muestran que tales testimonios no siempre son irreprochables ni se pueden acoger sin critica. Hay que tomar en serio, por ejemplo, el hecho de que Pablo interpretara en afios tardfos su vocacién a la luz de su Vida posterior. Entre su vocacién y la exposicién de Flp 3 me- dia alrededor de un cuarto de siglo de vida turbulenta. En segun- do lugar, habria que poner en claro lo que conocemos sobre Pablo por los Hech y no por el propio Apéstol. Recordemos sdlo aque- llas indicaciones que pueden ofrecer un cierto grado de probabili- dad en cuanto a fidelidad histérica, aunque ésta sea discutible en puntos concretos: segtin Hech, Pablo nacié en Tarso (9, 11, etc.), leva el doble nombre de Saulo-Pablo (13, 9) y es ciudadano tar- sico y romano por derecho de familia (22, 25-29). Fue instruido por Gamaliel I en Jerusalén (22, 3) y aprendié el oficio de tejedor de lona o de curtidor (18, 3). Su visién de Cristo antes de llegar a Damasco (Hech 9) sélo tiene en Gal 1, 17 el respaldo de la re- ferencia toponimica. Gal 1s tampoco menciona el primer viaje mi- sional desde Antioquia (Hech 13s). Algunos lugares de misién pau- lina que se citan en Hech 13-21 no figuran en la correspondencia de Pablo. Este no habla nunca de su encuentro con Galién, el pro- cénsul de Acaya, en el tribunal de Corinto (Hech 18, 12ss), en- cuentro tan importante para situar a Pablo en cronologfa absoluta de su época. Como es obvio, faltan en las cartas indiscutiblemen- te auténticas de Pablo las referencias al arresto en Jerusalén, al pro- ceso, al traslado a Roma, a la estancia en la ciudad (Hech 21 -28) y a la muerte (cf. 20, 25.38; 21, 13). Asf pues, aun reconociendo la prioridad del testimonio de Pa- blo sobre su persona, no podemos prescindir de Hech. Es cierto que su estilo narrativo dramdtico y legendario le dificulta al his- toriador la busqueda de la verdad histérica; pero ;quién puede con- siderar el proceso ante Galién, por ejemplo, como una leyenda pia- dosa? Es posible que el esquema compositivo de Hech consista en acumular todas las tradiciones conocidas en la primera estancia de Pablo en una ciudad (como seria el caso de Hech 18); pero &: nifica eso que tales tradiciones son «atemporales» y carecen de valor por ejemplo para la cronologia (cf. 2)? En suma: sdlo es va- lido el penoso camino de la ponderacién diferenciada de los ar- gumentos en cada caso. Ni la exclusién global ni la aceptacién in- discriminada de Hech ayudan en la busqueda de la verdad histérica. 2 CUESTIONES CRONOLOGICAS SOBRE LA VIDA DEL APOSTOL El documento decisivo para fijar la cronologia de la vida pau- lina es sin duda Gal_1-2. Este texto, aun siendo fundamental y muy valioso para esta cuestién, presenta también algunos proble- mas espinosos: se refiere s6lo al perfodo desde la vocacién hasta el final de la fase antioquena aproximadamente; por eso no ofre- ce ningtn dato sobre la fase independiente de la misién paulina. Ademés, Pablo argumenta en él en un estilo muy polémico contra los gdlatas y por eso recoge Gnicamente lo que favorece su argu- mentacién. No ofrece a sus futuros biégrafos una exposicién neu- tral de los datos de su vida, sino que es parte interesada en una disputa que quiere ganar: pretende destacar su autonomfa e inde- pendencia de Jerusalén y trata de confirmarlo con el papel hist6- rico desempefiado por los jerosolimitanos en Ia vida del Apéstol. Desde esta perspectiva, Pablo acenttia lo favorable y omite lo que no se ajusta a su pretensién. Asi, en lo que respecta a su lar- ga estancia en Antioquia, no refiere cudndo y cémo Ilegé a la ciu- dad y cuando y cémo salié de ella, ni lo ocurrido en los largos afios transcurridos entre la asamblea de los apéstoles (Gal 2, 1ss) y el incidente de Antioquia (2, 11ss). Menciona, en cambio, su vi- sita de catorce dias a Pedro en Jerusalén (Gal 1, 18s) sélo para explicar su relacién con la comunidad jerosolimitana. De haber si- do otros los objetivos de la exposicién, esta visita no hubiera re- vestido para é1 tanta importancia, ya que no vuelve a hablar més de ella. Utiliza también la disputa con Pedro (2, 14ss) para pre- parar el paso a la argumentacién polémica con los galatas. Abor- da asi inmediatamente la situacién gélata en aquel momento. En 2 Cor IIs el propio Pablo nos permite constatar que omitié mu- 2 Pablo, el apédstol de los paganos chos datos en Gal 2s, aunque también es obvio que ese texto, por su orientacién temdatica, recoge (jexhaustivamente?) los padeci- mientos del Apéstol y sus revelaciones. En Gal no dice nada so- bre su misién independiente de Antioquia (aparte la misién gala- ta), aunque podia hablar de una asombrosa actividad desarrollada durante el perfodo de la redaccién de Gél. Pablo omite la refe- rencia a esta actividad esencial como apéstol de los paganos por- que era evidente que la realizaba con independencia de Jerusalén. Del periodo posterior a su partida de Antioquia sdlo dispone- mos de indicaciones sueltas del Apéstol en sus cartas; las mds sig- nificativas son las referentes a Ja colecta en favor de los pobres de Jerusalén. Hay que preguntar siempre, en textos de este géne- TO, Si se refieren a hechos del pasado o a planes de viajes. Cons- ta que Pablo modificé varias veces sus planes de viajes: la enfer- medad (Gal 4, 12ss), las persecuciones, los arrestos y los castigos (cf. sdlo 1 Cor 4, 9-13; 15, 32; 2 Cor 1, 5-10; 4, 7-12; 11, 23ss; Flip 1, 7; 1 Tes 2, 2) fueron factores importantes, al igual que los viajes improvisados, por ejemplo a Corinto (cf. infra, 7.1). Por eso no siempre es posible armonizar todos los textos. Ademés, éstos son tan episédicos que su coordinacién resulta a veces hipotética y deja abierta la interpretacién en puntos concretos. A propésito de estos textos hay que recordar, atin mds que en referencia a Gal 1, que Pablo no escribid, obviamente, pensando en sus futuros bid- grafos. Por tiltimo, las indicaciones biograficas de Rom ponen fin al testimonio del Apéstol sobre su persona. Por eso, para examinar mds de cerca el testimonio de Pablo es necesario recurrir, en primer lugar, a Gal 1s. El pasaje decisivo para el soporte cronolégico de la vida paulina comienza con 1, 13s («Habéis ofdo hablar...»). El pasaje hace referencia a la épo- ca judia de Pablo. Aparte la vaga indicacién temporal («en el pa- sado»), nada nos dice sobre cronologfa ni tampoco, directamente, sobre el entorno geogrdafico de la etapa farisea de su vida, esbo- zada s6lo a grandes rasgos. Un solo perfodo (1, 15-17), que co- mienza con la indicacién temporal definida por la accién de Dios («cuando»), habla de la vocacién, de una posible visita a Jerusa- lén no realizada, del viaje a Arabia, es decir, el reino de Aretas IV, en el sureste de Damasco, con las ciudades de Petra, Gerasa y Filadelfia (hoy Amén), y del regreso a Damasco, como confir- Cuestiones cronoldgicas sobre la vida del Apéstol 33 ma Hech. El objetivo del relato del Apéstol es claro: en su pri- mer periodo de cristiano, marcado por el centro geografico Da- masco/Arabia, Pablo no mantuvo ningtin contacto con Jerusalén. No entra en su propésito la exposicién del resto de sus activida- des en este tiempo. La hipdtesis de la actividad misionera es ob- via, pero el posible éxito no qued6 reflejado en las fuentes. Esto no significa que haya que suponer un fracaso misional. Sin la Car- ta a los galatas sdlo tendriamos noticia de las comunidades pauli- nas de esa regién por el pasaje de 1 Cor 16, 1. También sabria- mos que Pablo no pasé desapercibido para las autoridades, ya que Aretas, el rey de los nabateos, lo hizo perseguir (2 Cor 11, 32). La seccién siguiente (Gal 1, 18-20) inicia la primera de las tres oraciones precedidas del adverbio «después» (cf. 1, 21; 2, 1): al «después» acompafian una indicacién temporal («tres afios mas tar- de»), un verbo de movimiento y un objetivo geografico («subi a Jerusalén»). Se trata de la primera visita del Apéstol a Jerusalén, la visita privada de dos semanas aproximadamente a Pedro. Con ocasién de ella vio Pablo también a Santiago, el hermano del Se- fior. Todos los exegetas coinciden en afirmar que la indicacién tem- poral «después» se refiere a la vocacién del Apéstol y que de- pende por tanto de la proposicién del y. 15 que empieza con la conjuncién «cuando». El tiempo de la vocacién definido geogréfi- camente por Damasco y Arabia, queda asi fijado en torno a tres afios 0, més exactamente, a dos mas uno, porque en aquella épo- ca se inclufan los afios iniciales y finales en el cémputo. . En el y. 21 hay un dato sorprendente: «Después (el segundo ‘después’) fui a las regiones de Siria y Cilicia». Este dato tem- poral se refiere sin duda a la permanencia en Jerusalén. Pablo pu- so fin a esa permanencia volviendo, no ya a Damasco sino a Si- ria y Cilicia, su regién. Para el Apéstol era importante hacer saber a los gélatas que vivid de nuevo muy lejos de Jerusalén. También est4 claro que esta indicacién geogrdfica no hace referencia a los sucesos narrados en Gal 2, ya que Pablo trabajaba alli en otro lu- gar: Antioquia. (El norte de) Siria y Cilicia designa, pues, la re- gidn circundante de su ciudad natal, Tarso, y no la region siria si- tuada alrededor de Antioquia. Las indicaciones de Hech (cf. 11, 25s y 9, 30) se ajustan a esta versidn. El v. 21 se limita a desta- car la distancia de Jerusalén, y nada dice sobre la duracién de es- 34 Pablo, el apéstol de los paganos te perfodo posterior a la visita a Jerusalén. Tampoco dice si Pa- blo realiz6 un nuevo cambio de lugar. En todo caso, la descrip- cién de la asamblea de los apéstoles en Gal 2, 1ss presupone que Pablo reside habitualmente en Antioquia, lo cual indica un nuevo traslado. Parece que este nuevo cambio de domicilio se produjo mucho antes de la asamblea de los apéstoles, porque Pablo sélo pudo alzarse gradualmente en portavoz de Antioquia (Gal 2), ha- bida cuenta de que Bernabé habia hecho valer su derecho de prio- ridad directiva en Antioquia y se sintié desplazado del primer puesto. Esta claro que Pablo no pretende sefialar en el v. 21 todo un espacio de tiempo sino su comienzo, ya que contintia en los v. 22-24 el relato con una resefia de la situacién que vale para todo el perfodo que va desde la vocacién hasta la asamblea de los apés- toles, cuando Pablo se encontré por primera vez personalmente con la primera comunidad de Jerusalén, Durante todo ese tiempo, se- gin hace constar el Apdstol, no hubo contactos personales entre él y la comunidad jerosolimitana; en Jerusalén le conocian sélo de oidas. Por eso Pablo puede omitir cualquier tipo de referencia al periodo que va de su primera visita privada a Jerusalén a su se- gunda visita, ya oficial, como representante de la comunidad de Antioquia. No pertenecen a su tema. Ese perfodo es, sobre todo, el que pasé en Antioquia. Pero de este tiempo antioqueno intere- san s6lo los dos sucesos que tienen por tema los contactos entre Jerusalén y él. Todo lo demds queda omitido por el objetivo de toda la seccién. Pablo calla deliberadamente en Gal 2, 11ss el resultado de la disputa con Pedro en el incidente de Antioquia. Esto es un indi- cio de que Ja disputa tuvo un resultado negativo para él. Por eso Pablo muestra escaso interés en hablar de Antioquia y de Berna- bé mas de lo estrictamente necesario. Cabe preguntar si no for- maba parte de la leyenda general sobre Pablo, iniciada ya en vi- da del Apéstol (asf lo sugiere Gal 1, 22-24), la afirmacién de su larga actividad en Antioquia, de modo que muchas comunidades ya tenian noticia de esa actividad —lo cual no seria extrafio ya que la asamblea de los apéstoles fue tema de conversacidn en la joven cristiandad y ello suponia el conocimiento ptblico de Pa- blo como antioqueno y protagonista de la misién entre los paga- Cuestiones cronoldgicas sobre la vida del Apéstol 35 nos—. Si esto fuese asf, Pablo no tendria necesidad de explicar a los gdlatas cudndo y cémo habia Ilegado a Antioquia y actuado alli. La siguiente indicacién temporal de la seccién introduce el re- lato de la asamblea de los apéstoles: «Después (el tercer ‘des- pués’), a los catorce afios, subf de nuevo a Jerusalén...». Esta in- troduccién del suceso no sélo responde en los distintos elementos y en la forma al comienzo del relato sobre la primera visita (pri- vada) a Jerusalén en 1, 18, sino que hace referencia expresa a ella con el adverbio «de nuevo». Por eso hay que contar los 14 afios (13 + 1) desde esa primera visita; referir la indicacién temporal a la vocacién (v. 13s) seria demasiado forzado, y nada respalda esa interpretacién. Pablo quiere decir que entre su vocacién y la co- nocida asamblea general de los apdstoles estuvo una vez en visi- ta privada en Jerusalén, tres afios después de su vocacién, y vol- vi6 alli de nuevo 14 afios después de esa visita con motivo de la asamblea. No hubo mas viajes a Jerusalén. En teorfa cabe hacer depender 2, 1 de 1, 21, del «después» in- mediatamente anterior. Pero no parece probable: Gal 2, | y 1, 18 son claramente paralelos, y 1, 21 no da ninguna indicacién de tiempo a la que pudiera referirse 2, 1. Gal 1, 21 no dice «des- pués fui por x afios a las regiones del norte de Siria y de Cili- cia». Como ese versfculo sélo indica el inicio de un periodo de tiempo, el «después» es también 14 dias (mas la duracién del via- je) después de la visita a Pedro. Esa indicaci6n, pues, -no -ofrece practicamente un dato cronolégico diferente al de Gal 1, 18. Otra indicacién temporal se encuentra en GAl 2, 11. Se suele olvidar que, al igual que la vocacién en Gal 1, 15, la visita de Pedro a Antioquia comienza con una conjuncidn «cuando», que supone un nuevo comienzo. Introduce con esa conjuncién la pri- mera de las tres oraciones (v. 12b.14) que articulan el relato del conflicto antioqueno. Falta asi un nexo temporal entre la asamblea y la visita. Se podria pensar que a Pablo no le interesan ya las fases temporales, sino la acreditacion efectiva de su evangelio au- t6nomo en una situacién dificil frente a Pedro. Cabe, pues, en lo posible que Pablo —habida cuenta de que en toda la seccién se apoya en la ret6rica clasica (cf. //.2) y aqui se inspira en Ja na- rratio del discurso forense— abandone con 2, I1ss el orden cro- 36 Pablo, el apdstol de los paganos nolégico y coloque al final, por razones practicas, el episodio de- cisivo al margen del orden histérico. Pero ya en la antigiiedad en la narratio la sucesién histérica es el orden corriente, y el aban- dono de la misma es la excepcién. Lo decisivo es, en todo caso, que hay fuertes razones objetivas que hacen considerar el incidente antioqueno como temporalmente posterior a la asamblea de Jeru- salén (cf. infra, 5.3). De las consideraciones anteriores se desprende, pues, el si- guiente esquema para la cronologia relativa: Duracién Datos Gal X afios Pablo, fariseo. 1, 13s Vocacién. Presencia en Damasco y en Arabia. 1, 15-17 Primera visita a Jerusalén. 1, 18-20 2 + 1 aiios A los 14 dias, salida para Siria y Cilicia. 1, 21 Llegada a Antioquia; sin duda, anterior a la asamblea, <~ > «> 13 © 1 afios Segunda visita a Jerusalén: asamblea de los apéstoles. 2, 1-10 X aflos Visita de Pedro a Antioquia 2, 11-21 Desde esta base vale la pena echar una primera ojeada a Hech. Cuando Lucas presenta al Apéstol como antiguo enemigo de los cristianos que ya habfa intervenido en la lapidacién de Esteban y simpatizaba con los perseguidores, contradice los datos paulinos sobre su relacién con Jerusalén y su afirmacién de ser un desco- nocido para los cristianos de la ciudad hasta el momento de la asamblea. Sdlo tenemos una base histérica segura en la vocacion de Pablo en Damasco. Hech confirma esa vocacién asf como la indicacién de lugar (Hech 9). Lucas describe el paso desde Cilicia a Antioquia con mas de- talles (cf. 5.1), pero no contribuye a fijar la fecha con mas preci- sién. Describe en Hech 13s, en forma tipificada y episédica, un Cuestiones cronoldgicas sobre la vida del Apéstol 37 viaje de Bernabé y de Pablo (el primer viaje misional), que per- tenece al periodo antioqueno. Pablo no hace ninguna referencia a ese viaje en Gal 1; tampoco tiene por qué hacerlo por su princi- pio expositivo. Tenemos indicios suficientes (cf. 5.1) para superar el escepticismo con que se suele acoger el orden histérico de es- ta primera actividad misionera. Parece preferible dejar este viaje en su lugar hist6rico en lugar de situarlo en un tiempo mas tar- dio. Pero entonces Lucas nos ayuda a cubrir el periodo antioque- no de Pablo anterior a la asamblea. De Gal 2, 11ss se desprende que Pablo abandoné Antioquia después de la disputa con Pedro. Aunque Hech explica la separacién entre Bernabé y Pablo de otro modo (15, 36ss), sittia esa separacién poco después de la asam- blea y presenta a Pablo emprendiendo inmediatamente su misién independiente (el segundo viaje misional), que le lleva por prime- ra vez a Europa y tiene su centro en Corinto, donde permanece por cierto tiempo (Hech 15, 36-18, 17). La ruta de viaje se pue- de perfilar a la luz de 1 Tes (cf. 6.). Pero de ese modo estamos fuera del periodo temporal que cu- bre Gal Is. Ahora hay que buscar otros datos que permitan des- cubrir las secuencias temporales para la trayectoria posterior del Apéstol. Entre ellos estan, sobre todo, los pasajes de l_y 2 Cor, Gal_y Rom, que hablan del viaje de la colecta, Estos pasajes in- forman sobre la marcha de esta iniciativa, y los datos cronolégi- cos permiten reconstruir una estancia efesina del Apéstol y y el via- je posterior a Corinto pasando por Macedonia. : El documento literario mAs antiguo sobre la colecta es 1 Cor 16, 1-4. De él se desprende que la idea de una colecta fue bien acogida en Corinto, y que la comunidad habia preguntado cémo llevarla a cabo. Pablo contest6 desde Efeso (1 Cor 16, 8) dicien- do que se actuara como é] habia propuesto poco antes en Gala- cia: reservar algo de dinero, durante cierto tiempo, el primer dia de la semana, para que la colecta no tuviera que empezar a su Ile- gada. Si la cantidad recogida es importante, Pablo acompaiiara a los enviados a Jerusalén para entregar el donativo; en caso con- trario, la colecta Ilegard a su destino sin su presencia. De estas declaraciones se desprende que, al tener que regular con posterio- tidad la colecta de Corinto, no fue él quien la introdujo personal- mente en esa ciudad. Es posible que hubiera tomado la iniciativa 38 Pablo, el apéstol de los paganos por encargo del Apéstol, cl portador de la carta perdida (cf. 1 Cor 5, 9), escrita también desde Efeso. Si en Corinto acogen favora- blemente la iniciativa, pero piden consejo sobre el modo de rea- lizarla, parece l6gico que el tiempo transcurrido entre esa acogida y la consulta (1 Cor 16, 1) fuera escaso. Pablo recibié la consul- ta poco antes de redactar 1 Cor en Efeso (1 Cor 16, 7s), donde proyectaba pasar el invierno ante los buenos resultados de su la- bor misionera. La vaga declaracién de haber arriesgado la vida en Efeso «lu- chando con fieras» (1 Cor 15, 32) indica que no siempre le fue bien en esa ciudad. Un ciudadano romano no podia ser condena- do normalmente a las fieras, y en 2 Cor 11, 23-29 tampoco se in- cluye la lucha con fieras; de ser cierta, Pablo no la hubiera omi- tido en la lista de sus persecuciones. Por tanto, la frase tiene un sentido figurado. Pablo, condenado por los adversarios, estuvo en peligro de perder la vida (cf. IgnRom 5, 1). 1 Cor 16, Iss nos hace saber, ademés, que Pablo no habia pla- neado atin formalmente un gran viaje a propdsito de las colectas. Deja en suspenso la posibilidad de acompaifiar a los enviados de la comunidad de Corinto y trasladarse con ellos a Jerusalén, 0 con- fiar esta tarea a la comunidad de Corinto. Esta Ultima posibilidad fue el procedimiento corriente en otras ocasiones, como sugiere el hecho de que se enumere en primer lugar en el v. 3. La compa- fifa de Pablo es la excepcién. En cualquier caso, la comunidad de Corinto tendr4 recogida la colecta antes de su Ilegada a la ciudad. El, después de atravesar Macedonia, donde quiza pase el invierno, se quedard algiin tiempo en Corinto (16, 5-7). 1 Cor 16, 1 hace también una indicacién sobre las comunida- des de Galacia: Pablo habia dado alli unas instrucciones que de- sea se cumplan también en Corinto. Por qué no menciona el ejem- plo de Efeso? ;no era més légico tomar como ejemplo su lugar de estancia en aquel momento, o referirse a la vecina Macedonia (2 Cor 8s) antes que a la remota Galacia? gno menciona Hech 20, 4, en la lista de acompajiantes de Pablo a Jerusalén, a dos repre- sentantes de Asia y, por tanto, también de Efeso? gpor qué Pablo no habla nunca de la colecta de Efeso y de Asia? La contestacién satisfactoria a estas preguntas requiere un ana- lisis atento de Gal 2, 10. Esta indicacién sobre la colecta la Gni- Cuestiones cronolégicas sobre la vida del Apéstol 39 ca referencia que se hace en Gal— es muy genérica. Segin este versiculo, la colecta fue objeto de un acuerdo entre los represen- tantes de Jcrusalén y los de Antioquia (Pablo y Bemabé). Estos dos antioquenos se comprometieron en la asamblea de los apésto- les a contribuir desde su campo de misién pagano-cristiana, An- tioqufa y su zona de influencia, al sustento material de los pobres de 1a comunidad jerosolimitana. Pablo se siente ligado a ese com- promiso aun después de haber abandonado Antioquia, aunque su misién universal, independiente de Antioquia, no se podia con- templar atin en el acuerdo de Jerusalén. La disputa con Pedro y con el circulo de Santiago (Gal 2, 11ss) no le hard volverse atras. Pablo se siente obligado de por vida. La carta a los romanos con- firma plenamente esta actitud (Rom 15, 27b). La combinacién de 1 Cor 16, 1 y Gal 2, 10 nos hace ver, ade- més, que la colecta empezé en Galacia con mayor fluidez y faci- lidad que en Corinto y progres6é més que en Ja comunidad corin- tia, {La introdujo el propio Pablo en Galacia? Si tomamos | Cor 16, 1 («di instrucciones...») al pie de la letra, parece posible. ,No cursé también Pablo tales instrucciones para otros lugares? Es pro- bable. Hizo campaifia, sin duda, en todas partes en favor de la co- lecta, pero dej6é su realizacién en manos de las comunidades, que se organizaban por su cuenta y hacian llegar después los donati- vos a Jerusalén por sus propios enviados a nivel provincial. Sélo en Galacia, donde él mismo habria organizado la colecta, cl pro- cedimiento era diferente antes de la consulta corintia. Por eso Pa- blo puede proponer a los corintios el modelo de los galatas a mo- do de analogia, sin hacer referencia a Efeso. Hay, ademas, otra nota comin entre los corintios y los gélatas que es susceptible de generalizacién: no parece que Pablo inicia- ra la colecta en Corinto durante su estancia fundacional; de otro modo no hubiera dudado su comunidad sobre el modo de Ievar- la a cabo. Algo parecido pudo suceder en Galacia: quiz4 Pablo es- tuvo por segunda vez en la regién después de la estancia funda- cional del primer viaje misional independiente (cf. 6.1). Gal 4, 13 podria sugerirlo, y Hech 18, 23; 19, 1 quizé lo confirma. Esa po- sible segunda visita sdlo pudo realizarse después del regreso del Apostol de su primer viaje a Europa; se situarfa por tanto al co- mienzo del perfodo efesino. 49 Pablo, el apéstol de los paganos Segtin 1 Cor 16, 1, la colecta galata no ha concluido atin. El tono extremadamente polémico de Gal contrasta, por lo demas, cla- ramente con la referencia obvia y simple a la colecta en Gal 2, 10. Asi pues, la Carta a los galatas, escrita con posterioridad a I Cor, no deja de mencionar la colecta pese a lo delicado de la si- tuacién. Si se hubiera suspendido la colecta en Galacia, Pablo ha- bria renunciado sin duda a tocar el tema en Gal 2, 10. Lo mas probable es, pues, que los gélatas hubieran concluido su colecta antes de la infiltracién de los judaizantes (cf. 10.2 y I/.1) y la hubieran Ilevado a Jerusalén por su cuenta. Esto ocurrié antes de que Pablo escribiera Gal, mientras permanecia en Efeso. Por eso Pablo no menciona ya esta colecta en 2 Cor 8s y en Rom 15, 26. Parece claro, pues, que Pablo habia regulado la colecta en Gala- cia en la linea de | Cor 16, 1-3. 2 Cor 8s nos permite conocer una fase ulterior de las colectas en las comunidades. Podemos dejar de lado aqui el debatido tema del contraste literario de los dos capitulos (cf. infra, 8.3), ya que la situacién es idéntica en ambos por lo que se refiere a la co- lecta. Pablo se encontraba a la saz6n en Macedonia e informé a aquellas comunidades que Corinto estaba recogiendo desde hacia un afio una colecta para enviarla a Jerusalén (2 Cor 9, 2s). Esto movié a los macedonios, sin ser invitados por Pablo, a sumarse a la acci6n corintia (2 Cor 8, 3s). Entonces Pablo envié a Tito con dos hermanos de Macedonia a Corinto para contribuir al éxito de a colecta, pues de otro modo quedarfa en mal lugar entre los ma- cedonios por excederse en la alabanza a los corintios (2 Cor 8, 6.11.16-22; 9, 4). La imprevista visita intermedia de Pablo desde Efeso (2 Cor 2, 3s.9; 7, 8-12) y la «carta lacrimosa» (2 Cor 2, 1-4) Nevada por Tito (2 Cor 12, 18), indican que la colecta se demoré en Corinto y quiza se habia paralizado. Ello trastocé los planes del Apéstol anunciados en 1 Cor 16 y explica también por qué la colecta, ini- ciada alrededor de un afio antes (2 Cor 8, 10; 9, 2), progresaba poco y Pablo tuvo que intervenir para reactivarla (2 Cor 8s). Pe- ro tuvo que extenderse tanto sobre este punto en 2 Cor 8s por- que, ademas, su situacién frente los corintios habia empeorado, ya que los macedonios decidieron entregar la colecta conjuntamente con Acaya, cuando la costumbre era que cada provincia lo hicie- Cuestiones cronoldgicas sobre la vida del Apéstol 4 ra por su cuenta. Pablo no fue, pues, a Macedonia para recoger allf la colecta, sino para pasar a través de la regién a Corinto, po- ner fin a su colecta y eventualmente marchar a Jerusalén acom- pafiando a sus portadores (1 Cor 16, 4). Durante su estancia en Macedonia, Pablo no tenia intencién, en un principio, de llevar consigo la colecta; asf se desprende de 2 Cor 1, 16, donde co- munica el cambio de los planes de viaje que habfa notificado en 1 Cor 16 y que no se cumplieron: segtin dichos planes, sdlo los corintios acompafiarfan a Pablo en el viaje a Judea. Pero ahora, durante su estancia en Macedonia, se produce la nueva situacién descrita, Pablo podia decir con mayor certidumbre, aun antes de llegar a Corinto, que se uniria en el viaje a Jerusalén (2 Cor 8, 18-24), algo que ya declaraba en 2 Cor 1, 16 con mas firmeza que en 1 Cor 16, 4. Ello debfa animar a los corintios a ser més generosos (2 Cor 9, Sss). El pasaje de Rom 15, 26 muestra que los corintios no defraudaron a Pablo, de forma que éste, todavia en Corinto, pudo anunciar a la comunidad romana que después de llevar la colecta de los macedonios y de los acayos (no mencio- na ninguna otra provincia), viajaria a Roma. Esta colecta de toda Grecia, mas no de todas las regiones de misién paulina, no se ajusta al clenco de acompafiantes de Hech 20, 4: los dos miembros de la comunidad de Asia tienen poco sentido en el elenco si Efeso y su regién no participaron en la colecta. Pero gno habria debido decir Pablo en 2 Cor 8s que te- nia ya en su poder la colecta de Asia, si asi fuera? jho habria tenido que nombrar a los dos acompafiantes de Asia igual que a los mensajeros de Macedonia? Y, en fin ghabria podido omitir en Rom 15, 26 la colaboracién de Asia ante la comunidad romana, sobre todo cuando los esposos Aquila y Priscila, después de re- gresar de Efeso a Roma, iban a leer la carta (Rom 16, 3) y uno de los destinatarios era el primer bautizado de la provincia de Asia (Rom 16, 5b)? Si se tiene presente, ademds, que también en la lista de Hech 20, 4 faltan Filipos y Corinto, por ejemplo, y que el nombre de Gayo de Derbe no se ajusta a los datos pauli- nos, habré que desconfiar de la lista de Hech y, en lugar de aco- modar los datos paulinos a ella, habra que considerar éstos como mas fiables. Lucas menciona, por otra parte, muy de pasada la entrega de la colecta en Jerusalén (Hech 24, 17). Se trata sin du- a2 Pablo, el apéstol de los paganos da de un fallo (jintencionado?) de apreciacién. Pero Lucas tiene raz6n al no hablar de un largo viaje planificado para la entrega global de las colectas, que tampoco existi6 segtin los textos pau- linos. Conviene recoger seguidamente aquellas indicaciones de las cartas que pueden dar mayor precisién al viaje Efeso-Macedonia- Corinto. Esta ruta se corresponde en principio con lo anunciado en | Cor 16, 5-7; pero Pablo no pudo mantener este plan por una persecucién imprevista con peligro de muerte que sufrid en Asia (2 Cor 1, 8-10). Este peligro acababa de ocurrir y Pablo lo co- municé a los corintios como tiltima novedad; por eso no se pue- de identificar con el que menciona | Cor 15, 32, que es anterio- rior y conocido en Corinto. Por otra parte, el cautiverio descrito en Flip podria ser el acontecimiento que es presente atin en Flip 1 y queda superado en 2 Cor 1. Asi pues, Flp 1 es anterior a 2 Cor 1, y la situacién precaria al final de la estancia de Pablo en Efeso aparece doblemente documentada. vamos de paso que FIp no hace mencién de ninguna colecta. La historia de la colecta nos permite descubrir la razén: Pablo, que permanece en Efeso, no quiere atin invitar a reunir dinero macedonio para Jerusalén. No es descaminado suponer que Pablo tuvo que renunciar a los pla- nes de viaje (2 Cor 1, 8s) modificados respecto a los de 1 Cor 16 precisamente por su encarcelamiento en Efeso con desenlace casi mortal, y viajé répidamente como fugitivo (?), después de la liberacién, hacia Tréade (2 Cor 2, 12), para permanecer alli al- gin tiempo y viajar después a Macedonia (2 Cor 2, 13). Aqui le trajo Tito buenas noticias de Corinto, lo que le movié a escribir la denominada «carta de reconciliacién» (2 Cor 1, 1-2, 13; 7, 5- 16), de forma que Pablo no parte inmediatamente para Corinto, sino que se queda en Macedonia. Esta situacién se ajusta también a 2 Cor 8s de modo que, al margen del aspecto critico-literario, desde esta perspectiva ambos capitulos pueden pertenecer a la car- ta de reconciliacién. También es chocante que el viaje efectivo se ajuste prdcticamente al antiguo plan de 1 Cor 16. Estos datos, tomados de Pablo, y su orden cronolégico coinci- den de nuevo, en buena parte, con Hech. Pero el comienzo del perfodo efesino suscita aqui algunos problemas: Hech 18, 18-23 describe una ruta de viaje que parte de Corinto y tiene como des- Cuestiones cronolégicas sobre la vida del Apéstol 43. tino Siria (es decir, Jerusalén, que se encuentra en la provincia ro- mana de Siria, cf. 20, 3; 21, 3). En cumplimiento de un voto, Pa- blo viaja desde el puerto oriental de Corinto, Céncreas, con Aqui- la y Priscila, a Efeso, pronuncia un sermén en la sinagoga y, a pesar de los ruegos de los efesinos para que se quede, navega ha- cia Cesarea y va de alli a Jerusalén. El retorno, pasando por An- tioquia, Galacia y Frigia, concluye en Efeso (19, 1). Las cartas de Pablo confirman tres datos de este relato: el traslado de la pareja cristiana a Efeso (1 Cor 16, 19), la estancia paulina en Efeso (1 Cor 16, 8, etc.) y (con alguna probabilidad) la visita a Galacia (Gal 4, 13) Aparte de eso, el pequefio fragmento encierra en sf notables problemas. La ruta de viaje es tan amplia como vacfa de conte- nido. Con el voto (Hech 18, 18ss) que le llevaria a Jerusalén (cf. 21, 23ss), Pablo aparece de nuevo, en la dptica de Lucas, como un judeocristiano observante, y queda justificado su viaje a Jeru- salén. El hecho de que Pablo no permaneciera en Efeso a pesar de las instancias de la comunidad dependié, en el fondo, del vo- to que le obligaba a partir para Jerusalén. Ademds, Pablo se con- vierte asi en el primer misionero de Efeso, contra lo indicado an- teriormente (Hech 19, Iss). Este viaje a Jerusalén se contradice, por otra parte, con los datos de Gal 1s, segtin los cuales Pablo s6lo estuvo en Jerusalén dos veces (visita a Pedro y concilio de los apéstoles) hasta la redaccién de Gal. Ni Lucas ni Pablo per- miten tampoco identificar la visita a Jerusalén de 18, 22 con-nin- guna otra, ni con una de las dos mencionadas en Gal Is ni con la visita posterior para la entrega de la colecta. Este viaje a Jeru- salén resulta ser, asi, una construccién lucana. Y con él quedan descartadas Cesarea, a la ida, y Antioquia, a la vuelta, como es- taciones del viaje. Ambos lugares son construcciones geografica- mente plausibles para el punto de destino, Jerusalén. Pablo tam- poco hace referencia a una nueva visita a Antioquia después de abandonarla (Gal 2, IIs). Al contrario, desde Gal 2, Iss evita la ciudad del Orontes. Hay que comparar, por lo demas, la ruta An- tioquia-Galacia-Frigia (18, 23)-Efeso (Asia menor) con los datos de 16, 6. También la «meseta» de 19, 1 se identifica de hecho con lo dicho en 18, 23, aunque expresado en términos més gene- rales. De ello se desprende la tesis de que el documento lucano “4 Pablo, el apéstol de los paganos habla del viaje desde Corinto a Efeso que Pablo emprendié junto con el matrimonio Aquila y Priscila. Al comienzo de su estancia en Efeso, Pablo visité las comunidades de Frigia y Galacia que habia fundado anteriormente. Esto concuerda con la afirmacién de Pablo en Gal 4, 13, que sugiere una doble visita. La estancia de Pablo en Efeso, a la que hace referencia Hech 18, 18-19, 40, tiene escaso respaldo en lo que el propio Pablo da a entender; pero 19, 10.22 confirma, para los sucesos de Hech 19, una estancia en Efeso de dos ajios, a los que hay que agregar un lapso de tiempo para Hech 18, 18ss, hasta alcanzar en total alre- dedor de los tres afios. La salida de Efeso, una salida también for- zada, segin Hech, Ievé a Pablo de Efeso, pasando por Tréade, a Madeconia y Acaya (20, 1). Pablo habia preparado ya antes ese viaje (Hech 19, 21s). El texto afiade una estancia de tres meses en Corinto (20, 3). Entonces empieza el viaje a Jerusalén que no cabe confirmar ya con las cartas de Pablo. Tenemos asi dos soportes para establecer la cronologia de la vida paulina: uno, partiendo de Gal 1s, y otro de las indicaciones sobre el tema de Ia colecta, con los datos correspondientes del en- torno. El primer soporte alcanza, con las prolongaciones que ofre- ce 1 Tes, desde la vocacién de Pablo hasta su estancia fundacio- nal en Corinto. El otro comienza con el traslado de Corinto a Efeso y se extiende hasta la partida de Corinto (tercera visita) para Je- rusalén. Cabe combinar ambos soportes a modo de experimento con apoyo en Hech 18, 11: segtin este pasaje, la estancia funda- cional de Pablo en Corinto duré dieciocho meses; siguid la nave- gacion hacia la costa asidtica (18, 18s). Los textos paulinos per- miten precisar esta duracién sélo relativamente. El Apéstol declara que, para no ser gravoso a la comunidad, tuvo que procurarse pe- nosamente el sustento (2 Cor 11, 7-9; 1 Cor 9, 15-18). Queda asi excluida la posibilidad de una estancia muy breve. El tamafio de la comunidad al final de la primera visita sugiere también una per- manencia bastante larga en Corinto (cf. 6. 4). Podemos intentar ahora articular esta cronologia relativa con la cronologia absoluta. En este punto Pablo no puede aportar luz. A diferencia de la obra historiogréfica lucana (Le y Hech), Pablo no se interesa por las fechas de la historia universal. Su Unica refe- rencia incidental de este género, 2 Cor 11, 32, no sirve para nues- Cuestiones cronolégicas sobre la vida del Apéstol 45 tro objeto. Pablo se refiere aqui al etnarca o gobernador del rey Aretas que le persiguid en Damasco. Aretas IV, en efecto, cuyo gobernador buscaba a Pablo, reiné desde el afio 9 a. C. hasta el 40 d. C. Es obvio que la estancia paulina en Damasco es anterior al afio 40 d. C. Esta claro, no obstante, que el punto temporal mds temprano para la vocacién del Apéstol es el nacimiento de la comunidad de Damasco, que hay que situar a su vez a cierta distancia de la muerte de Jestis, de la experiencia de pascua y de la muerte de Esteban. La fecha de la muerte de Jestis se suele fijar hoy en la primavera del afio 30 d. C. (con menos probabilidad el afio 27 d. C.). El punto fijo mds tardfo en la vida del Apéstol lo constitu- yen las circunstancias de su martirio en Roma (1 Clem 5), que los expertos establecen, sin discusién, en la época de Nerén. Ne- rén rein de 54 a 68 d. C. Su persecucién contra los cristianos (64 d. C.) es un punto de referencia para estimar que Pablo difi- cilmente pudo morir después de ella y de que muy probablemen- te murié antes. Esta cronologfa aproximada de la vida de Pablo puede mejo- rar con datos de Hech. Sin embargo, aunque Lucas suele indicar el horizonte de la historia universal en la génesis del cristianismo, algunos de sus sincronismos son erréneos y otros no son utiliza- bles porque no consta su fecha histérica. Su aporte principal para la cronologia del Apéstol de los paganos consiste en que, gracias al pasaje de Hech 18, que narra el proceso de Pablo anie Galién, podemos establecer la cronologia absoluta con relativa seguridad. En cualquier caso, la fijacién de la cronologia absoluta exige tomar distancia de las conexiones con la historia universal que establece Lucas, especialmente en lo relativo a la vida de Pablo, aunque se puedan utilizar como complemento del soporte crono- légico. Entre estos sincronismos inadecuados esté la gran carestia en tiempo de Claudio (Hech 11, 28). Esa carestia no consta co- mo fenémeno general, pero sf a nivel local. La persecucién con- tra Ja comunidad de Jerusalén bajo Herodes I Agripa (Hech 12, Iss; 12, 20ss) y el relevo de Félix en el cargo de gobernador pa- ta ser sustituido por Festo (Hech 24, 27), no se pueden consta- tar independientemente de Lucas ni con certeza suficiente. Por tl- timo, el edicto de Claudio, que Ilevé al matrimonio Aquila y 46 Pablo, el apéstol de los paganos Priscila, segtin Hech 18, 2, a abandonar «poco antes» Roma y a encontrarse con Pablo en Corinto, también crea algtin problema: las fuentes antiguas no bastan por sf solas para fijar con certeza la fecha del 49 d. C., fecha generalmente aceptada, con razén, partiendo del texto lucano. La vaga indicacién «poco antes» tam- poco favorece, obviamente, la fijacién de una cronologia exacta (cf. infra, 13.1) Lucio Junio Galién, hermano mayor del filésofo Séneca y, co- mo éste, natural de Cérdoba, fue bajo Claudio gobernador de Aca- ya. Mas tarde completé su carrera politica y tuvo que elegir el suicidio bajo Nerén, como su hermano Séneca. Su proconsulado en Acaya consta por los fragmentos que se conservan de un edic- to imperial grabado en piedra y dirigido a la ciudad de Delfos (la «inscripcién de Galién»). Por el edicto se puede fijar con toda cer- teza la cronologia de su cargo: de la primavera de 51 a la pri- mavera de 52 (posible factor de inseguridad: un afio antes), Ahora bien, hay que tener en cuenta que Lucas suele concen- trar las tradiciones locales en la primera estancia en un lugar y las ordena utilizando como marco narrativo un suceso de entrada y un episodio final notable, insertando en él todo lo demas. Este esquema expositivo aparece, por ejemplo, en Hech 16-19 para las cuatro ciudades de Filipos, Tesalénica, Corinto y Efeso. Hay que examinar, pues, la estancia paulina que enmarca el relato de Hech 18, 12-17 y precisar, si es posible, en qué momento se produjo el suceso dentro de la visita de Pablo. La tnica hipétesis plausible para el proceso ante Galién es la estancia fundacional. En efecto, la estancia para la colecta es demasiado tardfa en la cronologia re- lativa, y se puede excluir sin duda una coincidencia con el pro- ceso de Galidn. La breve visita improvisada junto con su azarosa partida tiene en Pablo otros contenidos y parece menos apropiada para asociarla al proceso. En cambio, la visita fundacional parece predestinada temporal y facticamente a sincronizar con este suce- so. Porque la ruptura de una comunidad de orientacién pagano- cristiana con la sinagoga se produce obviamente a hora muy tem- prana. Si la actividad de la sinagoga corintia ante Galién y contra Pablo tiene una relacién con este proceso de ruptura, habrd que situar el proceso paulino ante Galién, lo mas tarde, al final de la primera estancia del Apéstol en Corinto, quiz4 algo antes, ya que Cuestiones cronoldgicas sobre la vida del Apéstol 47 Pablo se queda sin que nadie le moleste y no tiene que abando- nar la ciudad. De ese modo, y con el supuesto de los 18 meses de duracién de la estancia paulina a tenor de Hech 18, 1, cabe fijar como pe- riodo mas temprano de estancia para Pablo el comprendido entre otofo del ato 49 y primavera del 51, y como periodo mas tardio entre otofio del 52 y primavera del 53. Es légico dimidiar estos tiempos y contar con una imprecisién de un afio aproximadamen- te hacia arriba o hacia abajo, de forma que cabe partir de la fe- cha estimada para la primera visita corintia del otofio del 50 a la primavera del 52 para agregarle los dos soportes de la cronologia telativa. La imprecisién calculada aumentaré légicamente, porque en la cronologia relativa tampoco se pueden establecer siempre las relaciones de orden con precisién. Cabe sefialar, no obstante, que asombra la exactitud con que nos orientamos al final de nuestras teflexiones sobre los datos de la vida paulina en comparacién con otros personajes antiguos. La siguiente tabla recoge una sinopsis de estos datos. Datos de la vida de Pablo Nacimiento en Tarso. ? Pablo, perseguidor de los cristianos . 32 Vocacién y primera misi6n en Arabia. 32 Primera visita a Jerusalén (a Pedro en privado: 14 dfas) 34/35 Comienzo de la actividad en (el norte de) Siria y en Cilicia 34/35 Pablo en Antioquia. desde 36/37 (?) Visién segiin 2 Cor 12, 1-5. ss 41/43 Misi6n con Bernabé (Hech 13s). Fs antes de 48 Segunda visita a Jerusalén: asamblea de los apéstoles . 48/49 Visita de Pedro a Antioquia......... 49 Pablo abandona Antioquia ” 49 Primer viaje misional independiente pasando, en- tre otros lugares, por Galacia, Filipos y Tesalé- nica, para llegar a Corinto........ 49/50 48 Pablo, el apéstol de los paganos Estancia fundacional en Corinto (primera visita) 50/52 1 Tes a . 50/51 Pablo ante Galién 50/51 Estancia en Efeso y Asia. 52-55/56 Visita a Galacia (segunda visita). 52 Peligro segtin 1 Cor 15.32..... aoe 52/53 1 Cor. 54 Segunda visita a Corinto (visita intermedia)... 54 «Carta lacrimosa» segiin 2 Cor.......... . 54 Cautiverio/peligro de muerte. sonemninenninne S455 Carta a Filem6n........ 7 54/55 «Carta de cautividad» en FIP... 54/55 Viaje desde Efeso, pasando por Tréade y ‘Mace- donia, a Corinto («viaje de la colecta»).......... 55/56 Carta a los galatas 56 «Carta de reconciliacién» segin 2 Cor. 56 Tercera visita a Corinto (Ca. 3 meses) von — 56. Carta a los romanos. 56 Viaje desde Corinto con la colecta a Jerusalén. 56/57 Tercera vista a Jerusalén (visita de la colecta). S758 Viaje de Pablo preso a Roma. i 58-60 (2) Estancia en Roma y martirio........ . 60-62 (2) Hay que hacer dos observaciones al comienzo y al final del cuadro sinéptico. En primer lugar, sobre la edad de Pablo: teniendo en cuenta los penosos viajes que Pablo emprendié en los tltimos 30 afios de su vida, las penalidades que padecié con los castigos y las persecuciones (basta recordar 2 Cor 11, 23-29), su enferme- dad (2 Cor 12, 7; Gal 4, 12ss) y el promedio relativamente bajo de expectativa de vida en la antigiiedad, Pablo tuvo que estar en plena juventud —aun para aquella época— para poder sobrellevar todo eso. Ademas, cuando recibié la vocacién, habia concluido su aprendizaje profesional y también su formacién farisea. De ahi que la hipdtesis de una edad entre los 20 y los 25 aiios sea posible y razonable como inicio de su vocacién. Esto conduce a una fecha de nacimiento, con una amplitud de desviacién de algunos aos a ambos lados, en torno al 10 d. C.: los tltimos afios del reinado de Augusto ({ 14 d. C.). Esta hipdtesis encuentra quizd apoyo en Cuestiones cronolégicas sobre la vida del Apéstol 49 Flm 9. Pablo se califica aqui de «viejo» (en latin, senex). En la antigiiedad se consideraba a uno viejo cuando tenfa alrededor de 50 afios. No obstante, Flm 9 puede ser también un juicio subjeti- vo del Apéstol sobre su vigor decreciente. No es utilizable el da- to de Hech 7, 58, que presenta a Pablo como un «hombre joven» en la lapidacién de Esteban. El dato es mera redaccién lucana y demasiado vago. La segunda observacién adicional es que para el Ultimo tramo de la vida paulina s6lo contamos con Ja orientacién —no verifi- cable para nosotros— que nos ofrece Hech: dos afios de cautive- rio en Cesarea y otros tantos en Roma (Hech 24, 27; 28, 30; so- bre el viaje a Espajia, cf. 15.3). Hay motivos para sospechar que se trata de cifras redondas y aproximadas; pero nadie puede dar informes mas fiables. Queda, por tanto, una imprecisién cronolé- gica insalvable. 3 PABLO, FARISEO DE TARSO 1. Las referencias biogrdficas Pablo comparte con otros muchos personajes de la antigtiedad la circunstancia de que apenas conocemos nada de su vida fuera del periodo mds importante y fecundo. Podemos dar la maxima amplitud a ese perfodo: desde la vocacién hasta la muerte, abar- cando en nuestro campo visual al cristiano Pablo; pero podemos reducir algo esa amplitud, concentrandonos en sus viajes como mi- sionero independiente: el tiempo del que proceden las cartas au- ténticas de Pablo. Con una u otra opcién, lo cierto es que sobre el judfo Pablo antes de su vocacién al apostolado podemos cono- cer muy pocas cosas. Ello se debe sobre todo al propio Pablo, ya que su vida, una vez recibida la vocacién, qued6 dividida para él en dos mitades, y el cristiano Pablo elimin6 casi totalmente el perfodo judio: El vivid la vocacién como una reorientacién radical y una crisis de identidad tan profunda que consideré el tiempo anterior como al- go casi totalmente irrelevante y el tiempo posterior a la vocacién, en cambio, como la vida auténtica. Por eso Pablo nunca habla di- rectamente de la etapa judia de su vida. La evoca incidental y es- porddicamente, y la caracteriza con frases escuetas como fondo os- curo y contraste para el comienzo de la segunda y verdadera vida. Los datos autobiograficos m4s importantes se encuentran en 1 Cor 15, 9; 2 Cor 11, 22; Gal 1, 13s; Flp 3, 5s; y Rom 9, 3s. De ese modo, el propio Pablo establece una barrera para el conocimiento que conviene tener en cuenta. La verdad es que los contemporaneos de Pablo tampoco supie- ron de su vida judfa mucho més que nosotros. Los datos que afia- 32 Pablo, el apéstol de los paganos de Hech a los que nos proporcionan los escritos de Pablo y que extrae de la leyenda general paulina son también muy escasos. Esos datos son de tan poca relevancia que, aparte de sumar al- gunas piedras al mosaico biogréfico, no permiten confeccionar un cuadro global que pueda satisfacer al bidgrafo. ;Vale la pena, en- tonces, escribir un apartado especial sobre Pablo como judfo? Los escasos detalles biograficos apenas justifican la tarea; pero hay que intentar, mds allé de esos detalles, describir el marco religioso y cultural en que vivid Pablo. De esa investigacién cabe esperar una mejor comprensién de las ideas posteriores del Pablo cristiano. Es facil reunir los pocos datos biogr4ficos con que contamos: Pablo pertenece por vinculacién familiar a la sinagoga helenisti- ca de Tarso de Cilicia. Sus padres se habfan establecido desde tiempo atras en esta «ciudad de cierta fama» (Hech 21, 39). Asi se desprende al menos de los Hechos de los apéstoles (21, 39; 22, 3). Estos datos parecen fiables; en cualquier caso, no hay nin- guna otra tradicién contraria 0 complementaria, salvo quizé la no- ticia de Jerénimo (De viris illustribus, 5) cuando afirma que su familia habia emigrado en tiempos desde la Guisala galilea. Cier- tas observaciones sobre las cartas paulinas a las que haremos re- ferencia mds adelante pueden confirmar indirectamente este en- torno helenistico-judio. Baste mencionar de momento tres indicios: el griego que utiliza Pablo no sélo evita los semitismos fuertes (lo cual significa que el griego no fue para él una lengua ex- tranjera, aprendida acaso tardfamente en Jerusalén), sino que se ajusta esponténeamente al estilo griego. Este estilo griego de Pa- blo es tan natural que parece imposible saber por el lenguaje de su correspondencia si hablaba hebreo o arameo. Los Hechos de los apéstoles lo dan por supuesto (Hech 21, 40; 22, 2; 26, 14), pero Jas pocas palabras arameas que aparecen en los escritos de Pablo (abba: Rom 8, 15; Gal 4, 6; 0 maranatha 1 Cor 16, 22) no llegan a demostrarlo, porque eran un patrimonio comin del cristianismo primitivo. Asi, es légico que de nifio se hubiera ha- bituado a hablar el griego corriente de la diaspora como lingua franca. Hay que afiadir algo mas: el nivel de formaci6n paulina se concentra, de un lado, en la versién griega de la Biblia judfa (Pablo utiliza los Setenta) y esta influido, de otro, en medida no desdefiable por la cultura helenfstica general (cf. 3.3). Pablo, en Pablo, fariseo de Tarso 53 fin, s6lo visité practicamente, como cristiano, ciudades helenisti- co-romanas, lo cual es asimismo un reflejo de su socializacién en ambiente urbano helenfstico. Esto confirma, de nuevo, la ciudad helenfstica de Tarso como lugar de su juventud. Mas diffcil es ya averiguar si la casa paterna paulina y el fu- turo apéstol posefan la ciudadanfa tarsa y romana. Si la primera es de importancia secundaria para la vida de Pablo porque él nun- ca permanecié mucho tiempo en su ciudad natal, al menos desde su vocaci6n, la ciudadanfa romana adquiere un gran peso. Pero s6- to los Hechos de los apdstoles afirman la posesién de ambos de- techos por el Apéstol, y en unos textos que denotan un fuerte se- Ilo lucano (Hech 16, 37s; 22, 25ss; 23, 27; cf. también indirectamente: 25, 10s; 21, 25s; 28, 19). Sin embargo, aunque estos pasajes no contengan una tradicién prelucana, ello no significa necesariamen- te que lo formulado por Lucas sea necesariamente falso: éste pu- do haberse inspirado en el conocimiento general que poseia la cris- tiandad sobre la persona del Apéstol de los paganos. En cualquier caso, sorprende también que el Pablo lucano, en el curso de un proceso 0 cuando es condenado, apele siempre de- masiado tarde a su ciudadanfa romana. Apelando a ella, Pablo hu- biera podido evitar con mds facilidad, por ejemplo, los castigos enumerados en 2 Cor 11, 24ss. Es posible, incluso probable, que Pablo no invocara, 0 s6lo excepcionalmente, ese derecho porque entendié aquellas persecuciones como participacién en la cruz de Cristo (cf. por ejemplo Gal 6, 17). Por lo demés, la antigiiedad ofrece casos de judios a los que la ciudadanfa romana no libré de Ja flagelacién y la crucifixién (cf. F. Josefo, Bell. Il, 308). Tam- poco se sabe mucho sobre la cuestién de la frecuencia con que los nativos de Asia menor obtenfan la ciudadania romana en la época de Augusto e inmediatamente después: ocurria pocas veces, sobre todo entre los judios de esta provincia. Sin duda, los judfos en- contraban dificultades para cumplir con los deberes de un ciuda- dano romano, porque uno de ellos era la participacién en el culto estatal. Pero el propio Flavio Josefo es un ejemplo conocido de la posibilidad de cumplir con esos deberes sin renunciar al judaismo. Surge asf la cuestién de si un gobernador romano, en lugar de juzgar personalmente a un preso como Pablo, que era un reo de escaso rango y un caso irrelevante para la administracién romana, 54 Pablo, el apéstol de los paganos lo habria remitido a Roma para ser procesado si no se hubiera vis- to obligado a hacerlo por la condicién de ciudadano romano del acusado. Sin un motivo de este tipo, dejar a otra instancia la de- cisién se hubiera interpretado facilmente como debilidad en el ejer- cicio de las propias competencias. El caso era distinto cuando se trataba de personas significadas o de agitadores antirromanos per- seguidos por la via requisitoria, por decirlo asf, que eran trasla- dadas a Roma aunque no poseyeran la ciudadanfa romana, para formalizar alli el proceso. Asi, resulta mds probable histéricamen- te que Pablo invocara realmente su ciudadania romana ante Festo que el supuesto de que Lucas derivé ese derecho como mera con- clusién del traslado del preso desde Cesarea a Roma. A diferen- cia de Tarso como ciudad natal, la ciudadanfa romana de Pablo no consta, pues, con plena certeza; pero es probable que el Apés- tol gozara de este derecho. Tarso se alza en el curso inferior del Cidno, rio navegable des- de ese punto; era un centro comercial en la via que Ilevaba des- de Antioquia a la costa de Asia menor y, por tanto, a las ciuda- des griegas, y era ademds el punto de partida de la ruta hacia el mar Negro; una ciudad representativa dentro del tréfico mundial de la época. Cuando Cilicia pasé a ser provincia romana el afio 66 d. C., Tarso alberg6 a los gobernadores romanos, entre ellos a Cicer6n. En ella se encontré Antonio por primera vez con Cleo- patra. César y Augusto fueron benefactores insignes de la ciudad. Augusto hizo que su maestro estoico Atenodoro estableciera un nuevo orden administrativo en la ciudad. El, como Néstor, de la Academia plat6nica, y Lisias, el epictireo, formé parte de los di- tigentes de la ciudad. Tarso tiene una brillante historia cultural. Muchos filésofos, gramaticos y poetas de fama ensefiaron en ella. La mayoria de ellos eran representantes de la formaci6n helenis- tica, en parte con influencia oriental. Estrab6n (Geographica, 14, 5, 13) alaba el interés de sus habitantes «por la filosofia y la edu- cacién general», y extrema el halago compardndola con Atenas y Alejandria. Otros celebran la «grandeza» y la «riqueza» de la ciu- dad (Jenofonte, Anabasis 1, 2, 23) y ofrecen una buena imagen de ella. Era uno de los lugares conocidos por su educacién estoica. Antipatro de Tarso Ileg6 a ser director de la escuela de la Stoa en torno al 140 d. C. El célebre Panecio fue discipulo suyo. Ello su- Pablo, fariseo de Tarso 55 giere el ambiente intelectual de la ciudad: ésta era un microcos- mos del mundo helenistico mediterraneo. Dado que los padres de Pablo se habfan integrado en la ciudad (derecho de ciudadanfa) en la medida de lo posible para el judaismo de la diaspora en tales casos, Pablo respiré este ambiente helenistico. A ello se afiade que Pablo nunca se sinti6 atrafdo hacia oriente: Mesopotamia o Ara- bia no estaban en su punto de mira. Como judio, nunca se pro- yecta al sur de Jerusalén; como griego se centra en Asia menor, Siria y Hélade; como ciudadano romano, sabe que Roma es el punto central del mundo politico. Al final de su vida proyecta ir a Espafia como el «confin del mundo» occidental. Los judios de la didspora bien situados tenian el privilegio de que sus hijos crecfan hablando varias lenguas, como ellos. Lucas confirma, como hemos indicado antes, que Pablo conocia el ara- meo. Pablo mismo se califica de «judfo de pura cepa» (Flp 3, 5; cf. 2 Cor 11, 22), haciendo referencia sobre todo a la fiel obser- vancia de las costumbres judfas en su familia. Una de ellas era el cultivo de la lengua aramea; en este sentido cabe atribuirle el co- nocimiento del arameo, ademas de su uso normal del griego. No consta si esos pasajes permiten inferir que Pablo conocia también hebreo. Esto parece probable, habida cuenta de su educacién fari- sea, que suponia la lectura y comprensién de la Biblia hebrea. No consta, sin embargo, que Pablo, de cristiano, tradujera directamente de Ja Biblia hebrea al griego. Sus comunidades utilizaban siem- pre, obviamente, los Setenta. Pablo, en sus cartas, suele citar de memoria, una memoria formada en los Setenta; a veces utiliza di- rectamente esta version. No seria correcto inferir de la expresién «judio de pura cepa» que Pablo naciera en Jerusalén, ni siquiera en Palestina. Expresiones semejantes tienen en la antigiiedad un significado muy amplio. La familia se consideraba perteneciente a la tribu de Benjamin (Rom 11, 1; Flip 3, 5). El nombre judio, Saulo, que sdlo mencio- nan los Hechos de los apéstoles (Hech 9, 4.17; 22, 7; 26, 14, etc.), podria referirse al primer rey de Israel, benjaminita, Los judios de la diaspora solian Hevar junto al nombre semita un segundo nom- bre romano-helenistico similar. Encontramos pares semejantes, co- mo Josué y Jasén, 0 Silas y Silvano. Pablo sélo emplea el se- gundo nombre en el mundo helenistico. Es posible que Pablo tuviera 56 Pablo, el apéstol de los paganos una hermana casada en Jerusalén (Hech 23, 16); pero este dato es inseguro, porque toda la seccién de los Hechos sobre la estancia paulina en Jerusalén hasta la misién de Roma contiene muy poca informacién fiable (cf. mds abajo, infra,/5.3). Pablo vivid célibe (cf. 1 Cor 9, 5). La profesién que le proporcionaba el sustento fue la de «tejedor de lona», segtin Hech 18, 3. El texto cuenta este detalle a propésito del matrimonio Aquila y Priscila, que ejercian la misma profesién. Pablo no lo confirma directamente, pero da algunas indicaciones (1 Tes 2, 9; 1 Cor 9, 15.18; 2 Cor Il, 9) que permiten aceptar como verdad histérica las palabras de Lucas. En todo caso, no bay por qué entender esa denominacién profe- sional en sentido estricto, En la antigiiedad, esa designacién tiene un sentido muy general. Asi, no serfa desacertado atribuir a Pablo como profesién la manufactura de la lona, menos probablemente la del cuero; de lona o de pieles de animales se fabricaban tien- das y cubiertas de todo tipo (por ejemplo, para proteccién contra el sol 0 para puestos de mercado y cisternas). Tarso gozaba de fa- ma por su fabricacién de lonas y por su artesania manufacturera. Pablo _declara pertenecer al partido fariseo (Flp 3, 5) y haber aventajado en celo por la Téy a tilchos compatriotas (Gal 1, 14). Se compara en términos muy generales con los de su generacién, pero sin referirse a un circulo de discipulos de un rabf. Esto sig- nifica que no tomaba su fariseismo como una profesién sino co- mo adscripeién religiosa a este movimiento judio. Es lo que su- gieren también los textos Flp 3, Ss y Hech 22, 3 (cf. 26, 4), que hablan de su orientacién farisea. La tipica serie triédica (origen fa- miliar, infancia y formaci6n) no se refiere a una carrera en senti- do institucional, sino que hace constar, conforme al uso helenfsti- co, cémo a Pablo hay que juzgarlo en su reputaci6n partiendo del origen y de la formacién como ciudadano adulto (un lugar para- lelo helenjstico-judfo es, por ejemplo, Filén, Vit. Mos., I, 2). To- do parece indicar que Pablo no fue formado en la interpretacién farisea de la ley como discfpulo fijo de un rabf, para adoptar des- pués é] mismo la profesién de rabino, sino que fue educado den- tro de una mentalidad farisea como actitud vital. Vivié con arre- glo a la doctrina del fariseismo, que era en buena medida un movimiento laico. Asi lo habia hecho ya su familia (Hech 23, 6). Por lo dems, ningtin texto dice que Pablo hubiera sido rabbi de Pablo, fariseo de Tarso S57 profesién. Su misma edad lo hubiera impedido. Aunque el texto de Sota 22, que prohibia la ordenacién como rabi antes de los 40 afios, prescriba una edad s6lo aproximativa, Pablo hubiera sido de- masiado joven para sjercer la profesién (cf. antes, 2). Segtin Hech 22, 3; 26, 5, Pablo recibié una parte de su edu- caci6n farisea en Jerusalén con Gamaliel 1, uno de los grandes ra- binos de aquella época, de la escuela de Hillel. El dato no se pue- de contrastar con textos paulinos. Lucas acoge estas referencias para situar a Pablo en Jerusalén, porque lo presenta como perse- guidor de Esteban y de sus seguidores en esa ciudad (Hech 7, 58; 8, 1.3; 22, 4s; 26, 10s). También se ajusta a su esquema narrati- vo la ubicacién en Jerusalén, no sélo del comienzo de la Iglesia, sino también de la primera persecucién. {No era un detalle es- pectacular e impresionante el hecho de que el futuro gran apéstol se hubiera sentado a los pies del gran rabino? jno se ajusta esta circunstancia al deseo lucano de entretejer la historia del cristia- nismo con datos de la «historia universal»? jno muestra, en fin, la imagen lucana de Pablo una orientaci6n judia, en la que enca- ja perfectamente este detalle? Al margen de la respuesta que se dé a estas preguntas, es significativo que Pablo, gracias a su forma- cién farisea —adquirida por una u otra via—, fuese uno de los cristianos de la primera generacién con formacién «superior». El circulo de discipulos de Jestis no perteneci6 a ese grupo; pero si algunos ciudadanos helenisticos como, por ejemplo, Erasto, «teso- rero de la ciudad» (Rom 16, 23). Sin perjuicio de esta tiltima observaci6n, el propio Pablo ofre- ce una versién al menos parcialmente diferente de Hech sobre la estancia en Jerusalén: en el periodo de su vocacién residfa en Da- masco (como se desprende de Gal 1, 17). En los afios anteriores y sucesivos tampoco estuvo en Jerusalén (1, 17s), y no era cono- cido personalmente por las comunidades de Jerusalén hasta afios después de su vocacién (1, 22-24). Se ha interpretado este Ultimo dato como si Pablo hubiera perseguido tnicamente al grupo de Es- teban y no a la comunidad formada en torno a los primeros apés- toles; por eso, quizd no le conocieran personalmente en Ja comu- nidad. Sélo esta comunidad persistié después de la persecucién desatada en la capital judia. Pero dado el dmbito reducido de Je- rusalén, el grupo de Pedro tuvo que conocer la persecucién a que 58 Pablo, el apéstol de los paganos fue sometido el circulo de Esteban junto con las personas que par- ticipaban en él; por eso no es posible que Pablo persiguiera al cir- culo de Esteban sin que se enterasen el grupo de los apéstoles y sus seguidores. El niimero todavia reducido, a la sazén, de los cris- tianos de Jerusalén y el primer martirio pospascual, que impresio- né sin duda a todos los cristianos de la ciudad, no permiten nin- guna otra tesis. Pero entonces hay que atenerse a la letra de Gal 1, 22-24: Pablo no estaba en Jerusalén durante la persecucién de Esteban. Por lo demas, nadie entenderfa de modo diferente Gal 1 de no estar empefiado en establecer una armonizacién con Hech 7s. Que Pablo vivié el Cilicia antes de establecerse en Damasco se desprende quizd indirectamente de Gal 1, 21: partiendo del su- puesto de que el Apéstol, después de su vocacién, eligié Cilicia como uno de sus primeros campos de misién por ser su tierra na- tal, este comportamiento misionero seria andlogo al de los segui- dores de Esteban (cf. Hech 11, 19-21). Parece que éstos escapa- ron a la persecucién de Jerusalén, buscaron refugio en la diaspora judia y se dedicaron alli a la labor misionera. Estas observaciones no prejuzgan atin la educacion paulina con Gamaliel I en sentido negativo. Pero si que hacen que este dato lucano, lejos de ser mas seguro, resulte mas sospechoso. Es posi- ble que Pablo hubiera escuchado a Gamaliel I y recibido al me- nos una parte de su educacién farisea en el centro religioso del farisefsmo. Esto podfa haber sucedido antes de la aparicién ptbli- ca de Jestis y antes de que existiera una comunidad cristiana. En tal supuesto, Pablo no seria conocido personalmente en la comu- nidad de Jerusalén (hasta el momento de Ja asamblea de los apés- toles) (Gal 1, 22). Por eso no cabe emitir un juicio seguro en es- te caso. Sea que dejemos el tema abierto o nos inclinemos a dar un voto negativo contra Lucas, no podemos presentar a Pablo co- mo seguidor de Hillel. Semejante concrecién es demasiado hipo- tética de entrada. Pablo hubiera podido recibir una educacién en linea farisea en cualquier sinagoga importante de Ja diéspora; tam- bién, por tanto, en Tarso. Jerusalén habria podido afiadir tan sélo un «nivel de Oxford», por decirlo asi. Se ha querido hacer de Pablo, ademas, un seguidor de Hillel alegando que poseia un conocimiento muy préximo de sus «siete reglas de hermenéutica». Pero si no hay constancia suficiente de Pablo, fariseo de Tarso 59 tales reglas por lo que respecta a Hillel, tanto menos aparecen con suficiente claridad en Pablo. La insistencia en la rigidez legal del Pablo precristiano (cf. Gal 1, 14; Flp 3, 6) leva a preguntar, mas bien, si no hay que insertarlo en la otra escuela, mis estricta, del judaismo de la época: la de los seguidores de Shammai. Pero tam- poco hay datos histéricos suficientes en favor de esta hipétesis: Pablo no pretende describir en esos pasajes su posicién intrajudia, sino marcar el contraste con su teologfa cristiana de ahora. En su- ma, sabemos que Pablo fue en tiempos un fariseo observante de la ley. Las presunciones mds concretas que exceden de eso son ya mas que cuestionables. Una tltima noticia biografica se podria inferir quizd de Gal 5, 11 («Si es verdad que sigo predicando la circuncisién, ,por qué todavia me persiguen?»): si relacionamos la frase condicional, en linea histérica, con la época judia del Apéstol, podemos hacer del judio Pablo, a base de la propaganda proselitista farisea sefialada en Mt 23, 15, un ionero de la sinagoga en favor de la ley. Pe- ro esta conclusién ni es necesaria ni suficientemente segura, ni es- ta respaldada por otras observaciones. La lucha contra simpati- zantes bautizados de la sinagoga de Damasco (4.2; 4.3) indica mas bien que Pablo establecié una neta separacion entre el pueblo ele- gido y los paganos. Cabe afirmar como conclusién que Pablo fue un fariseo ob- servante de la ley y habitante, a la vez, de una ciudad que era un centro de formacién helenistica. El derecho de ciudadanfa romana propio de su familia, de orientacién farisea, sugiere también una apertura al imperio romano que era sin duda corriente en un sec- tor del judaismo de la diaspora. Pablo integré, pues, dos mundos en su persona: el judafsmo y el helenismo. Conviene examinar de cerca ambas facetas. 2. Pablo, fariseo de la didspora Para definir la posicién teolégica de Pablo como judfo, parece razonable utilizar como hilo conductor el tinico dato que nos pro- porciona el Apéstol sobre su persona. No hay motivo alguno pa- ra dudar de su propia calificacién como antiguo fariseo o para ver- 60 Pablo, el apéstol de los paganos Ja en alternativa con un Pablo apocalfptico, por ejemplo, aun sien- do cierto que la cosmovisién judia de Pablo ostenta rasgos apo- calipticos, como veremos. Examinando las fuentes judfas sobre el fariseismo contempora- neo de Pablo, o sea, el fariseismo desde la época herodiana a la conquista de Jerusalén por Tito 70/71 d. C., la curiosidad histéri- ca queda decepcionada en lugar de satisfecha. El rabinismo pos- terior no sélo limita fuertemente la tradicién, sino que la interpreta desde el punto de vista del vencedor. El rabinismo se presenté mds tarde como la Gnica ortodoxia judfa, y por eso descalifica las otras corrientes del judaismo y deja de lado amplios sectores de esas tradiciones. Expuso también su propia prehistoria farisea como si desembocara directamente en la ortodoxia posterior, hasta difumi- nar en buena medida el pluralismo, visible atin esporadicamente en el fariseismo anterior. Al final, el rabinismo no concibié esa historia como continuidad y desarrollo, sino que se limité a con- servar episodios y controversias antiguas que parecian importantes para su interpretacién de la ley. Pero gqué importancia y ejem- plaridad revistieron para su tiempo estas tradiciones, una vez su- puesta su fiabilidad histérica? El que pondere todo esto no se asom- brard de la pluralidad y los antagonismos que se advierten en las exposiciones recientes sobre la historia del fariseismo. Conocemos algunas lineas basicas: los fariseos, al igual que los esenios, procedian del movimiento asideo del siglo Il a. C. En tiempo de Pablo se habjan unificado en asociaciones fijas con el fin de poner a todo el pueblo, mediante la observancia de la ley, bajo la accién santificadora de la tord. Aunque sea cierto que ha- bia entre ellos sacerdotes y letrados, la mayorfa de los miembros eran laicos que se dedicaban mds 0 menos a la interpretacién doc- ta de la tord. Parece que la unificacién del pensamiento fariseo es un pro- ducto tardio de la historia. Hay diversos datos que lo confirman: En época herodiana, Shammai e Hillel con sus escuelas polemi- zaron con una interpretacién de la ley nomista, por una parte, y orientada a la historicidad de la vida, por otra. Parece, ademéas, que una parte de los fariseos de orientacién politica nacional ra- dical actu6, entre Herodes y Tito, en linea fanatica contra todo lo extranjero; pero la mayorfa se centré tinicamente en la observan- Pablo, fariseo de Tarso OL cia religiosa de la ley. En la didspora, de nuevo, parece ser que algunos fariseos, entre otros grupos, contribuyeron a multiplicar el nimero de los simpatizantes de la sinagoga, es decir, los Ila- mados «temerosos de Dios», que profesaban el monoteismo judio pero rehusaban la circuncisi6n, y el ntimero de prosélitos (Mt 23, 25). Todas estas variaciones coincidian, sin embargo, en la orien- tacién basica hacia la ley como tnica forma de vida para todo Israel. Pero también la visi6n de la ley evolucioné en la historia glo- bal del fariseismo. Esta evoluci6n afecté a la idea bdsica de la ley, a la interpretaci6n de la promesa vital de la tord y, finalmente, a la jerarquia de los preceptos. En cuanto al primer punto, el auge del pensamiento sapiencial en el judaismo primitivo Ilevé a identificar la ley, incluso dentro del farisefsmo, con la sabidurfa preexistente (Eclo): la tord era «el instrumento... para la creacién del mundo» (Abot, 3, 14) y, en con- secuencia, la ley interna de toda la creacién y de la historia, y norma de toda vida humana. La ley, entendida en sentido sapien- cial, Hevaba al temor de Dios (1, 3), y este temor de Dios se en- tendia como observancia de la ley (1, 17); la ley era un todo uni- tario en el que los preceptos eran en igual medida expresién de la voluntad de una misma majestad divina (2, 1). En Pablo, por ejemplo en Rom 1, 18-3, 20, cabe reconocer como trasfondo es- ta concepcién. La ley prometia la vida al que la observara. Los saduceos y tos esenios concebjan atin esta vida prometida, en la época del cris- tianismo primitivo, como vida terrena del hombre; los fariseos, en cambio, ensefiaban desde el siglo I a. C. que la vida presente te- nia una continuacién en el mundo futuro, que empezaria con la dis- tribucién de premios y castigos por la conducta observada respec- to a la tord (Mc 12, 18-27 par; Hech 23, 6-8; Abot, 2, 1.7.16; 3, 1.14-16). De ese modo, la idea basica de la apocaliptica judia pri- mitiva pasé a formar parte del fariseismo. Desde entonces se au- naron, ademas del farisefsmo y la teologia sapiencial, el fariscismo y la apocaliptica. También Pablo da a entender que vive en una concepcién de la realidad segtin la cual el mundo presente serd sus- tituido por una realidad futura, y la puerta de entrada para la sal- vacién final es el juicio divino (cf. infra). 62 Pablo, el apéstol de los paganos En estas dos opciones decisivas para el fariseismo se aprecia cémo éste pudo abrirse desde su orientacién legal al cambio his- térico de la época. Asi, se sabe que mostré una apertura intelec- tual, en muchos casos, al helenismo y, en consecuencia, que traté de asimilar la situaci6n de didspora del judaismo. Un bello ejem- plo de esto es el caso del historiador judfo Flavio Josefo (ca. 37/38 hasta finales del siglo I d. C.): oriundo de la nobleza sacerdotal, se adhiere en su juventud a los fariseos, participa en Galilea en Ja guerra judia, cae prisionero y en adelante se alinea con Tito hasta el final de la guerra; después vive en Roma gozando de los derechos de ciudadano romano y percibiendo un estipendio anual. Su obra literaria esté dedicada a aunar el judaismo y la cultura helenistico-romana sobre una base judfa. La ley contenfa preceptos de todo tipo cuya importancia podia variar en la practica. Las investigaciones recientes han mostrado que los fariseos se preocuparon especialmente de que todo el pue- blo observara las leyes de pureza legal en la vida cotidiana y su cumplimiento no estuviera reservado a los sacerdotes. De ese mo- do la santificacién ritual de la vida cotidiana pasé a ser un pro- grama para todo el pueblo de Israel. A medida que este objetivo se imponia también en la diaspora helenistica, el judafsmo apare- cfa con unos rasgos bien visibles frente a los no judios. Si la san- tificacién ritual como modo de mantener la propia identidad de pueblo de Dios fue el motor de la conducta farisea, se compren- de que Pablo se mostrara tan agresivo en Damasco contra los ju- deocristianos, si éstos consideraban abolida esa barrera (cf. 4.2). : Con estas observaciones generales sobre el fariseismo nos he- mos limitado a caracterizar el marco que condicionarfa la con- ciencia del judio Pablo. ;Cabe especificar mas? Habra que utili- zar para ello las cartas paulinas de un modo més consecuente de lo que se suele hacer. Esto significa que el que estudia datos de Ja tradicién judia y concepciones judias en Pablo no debe consi- derar esos datos como un mero conocimiento general del judafs- mo desde la perspectiva cristiana, sino que tendré que indagar has- ta qué punto representan el punto de vista de Pablo en su etapa Judia. No parece probable que Pablo se formara una idea del ju- daismo tinicamente a partir de su conversién. Lo probable es que su juicio cristiano sobre el judaismo, su descripcién cristiana del Pablo, fariseo de Tarso 63 mismo y su recepcién de los materiales judfos hundan sus raices en el perfodo judfo del Apéstol. En efecto, es muy dificil imagi- nar que Pablo ha debido esperar a ser cristiano para hacerse una idea del judafsmo. Hay que decir, mds bien, que cuando Pablo ha- bla del judaismo esta pensando basicamente en su propio judais- mo de antaiio. Hay en esto una diferencia sustancial entre el and- lisis de las cartas de Pablo y el anilisis de la tradicién sindptica: en este Ultimo caso se fue formando una tradicién de modo ané- nimo; en el primer caso cabe identificar a un portador individual de la tradicién. En esta perspectiva podemos reconocer en Pablo algunos aspectos de su doctrina farisea. Esos aspectos se podrdn atribuir al judio Pablo con mayor o menor fundamento segtin su grado de verificabilidad en las fuentes judias. Hay que recordar, antes de cualquier planteamiento, que los da- tos que encontremos en los escritos paulinos vienen envueltos en el ropaje de la lengua griega. En ningtin pasaje podemos com- probar claramente, mediante la simple retraduccién al arameo, que Pablo hubiera efectuado sdlo posteriormente —siendo ya cristia- no— una transformacién griega. Esto leva a la hipdtesis de que Pablo habfa formulado ya esas ideas en griego cuando atin era ju- dio. Es un indicio mds de que Pablo era un fariseo de la didspo- ra helenjstica. Esto se confirma con el gran tema polémico que debatié la si- nagoga de la diéspora con el helenismo: el monoteismo estricto, que aparecfa como un elemento tinico en el mundo de la religién romano-helenistica, con su actitud sincretista y tolerante. El tinico Dios verdadero, creador y juez, aparece contrapuesto a los dioses (Rom 1, 18s; 1 Tes 1, 9). Los dioses carecen de realidad y no po- seen ninguna significacién positiva. Son, ante el monotefsmo ju- dio, poderes inferiores; por ejemplo, demonios a los que se da un culto que no les corresponde (1 Cor 8, 4s; 10, 18-22). Ese culto es precisamente el pecado de los paganos, como expresién de su desobediencia al nico Dios. Lleva a la perversién humana, lo cual demuestra que el mundo de los dioses paganos no trae la salva- cién a los hombres y ser4 condenado en el tribunal de Dios (Rom 1, 18ss). Por eso no puede haber ningtin compromiso entre judais- mo y helenismo en este tema. De ahf la necesidad de evitar toda actitud pagana en religién y en la conducta moral. «No tengas tra- 64 Pablo, el apéstol de los paganos to con un pecador», reza un imperativo fariseo fundamental en Abot, 1, 7. El fariseo corriente —Flavio Josefo, antes citado, fue una excepcién— vive, pues, con arreglo a un modelo de descali- ficacién polémica segtn el cual Israel es la religién verdadera y todo lo pagano es una desviacién pecaminosa. Si apreciamos de modo correcto el enfrentamiento en Damasco entre Pablo y los cristianos (cf. 4.2 y 4.3), tenemos que decir consecuentemente que él profesé el ideal de pureza fariseo y condend todo culto paga- no. «Santo eres y tu nombre es terrible, y no hay ningin Dios fuera de ti», oré también Pablo con la tercera bendicién de la Ple- garia de las dieciocho peticiones. Esta plegaria comienza: «Alabado seas... Dios de Abrahdn, Dios de Isaac y Dios de Jacob... Dios altisimo, creador del cielo y de la ticrra, escudo nuestro y escudo de nuestros padres...». Con ello se significan dos cosas: la faceta césmica del Dios creador, hace- dor del mundo y de la humanidad, y otra faceta particular en la linea de la historia sagrada, a través de la fe en una eleccién que comienza con los patriarcas de Israel. Es significativo que la ple- garia comience con esta proclamacién de Dios actuando en la his- toria sagrada. En Gal 2, 15, Pablo presenta la diferente situaci6n inicial para judfos y paganos en el transito al cristianismo con to- da obviedad, distinguiendo entre los judios de nacimiento y los pueblos pecadores. El tratamiento del futuro destino de Israel en Rom 9-11 slo es comprensible sobre la base de esa distincién entre el pueblo elegido y los otros pueblos. En virtud de este prin- cipio fundamental de la fe judia (cf. Abot, 1, 7; 3, 14; 4 Esd 6, 55s), Pablo se ve obligado a mostrar con el ejemplo del primer representante de la eleccién de Israel, Abrahan, que éste, en pers- pectiva cristiana, es ahora el padre de todos los creyentes (Gal 3; Rom 4). 1 Tes es una prueba de cémo Pablo acufia y conforma en sentido cristiano el principio de la fe en la eleccién, tan fun- damental para la conciencia de Israel (cf. 6.2). La conclusién inevitable es la descalificacisn de los pueblos paganos como idolatras, culpables y pueblos no elegidos (cf. Rom 1, 18ss; Gal 4, 8). También Pablo puede calificar a los paganos —ahora para expresar la diferencia respecto al cristianismo—, en continuidad con el juicio judfo, de «gente torcida y depravada» (Fip 2, 15), citando Dt 32, 5... segtin la vieja costumbre farisea. Pablo, fariseo de Tarso 65 La 6ptica precristiana de Pablo se trasluce asimismo cuando pro- hibe a los cristianos los procesos en tribunales «injustos», es de- cir, paganos (1 Cor 6, Iss). En la sinagoga habia un tribunal pro- pio para no estar sometido (Gnicamente) a la jurisdiccién pagana. Pablo lo aplica a la relacién de los cristianos con los paganos. Pablo destaca, por otra parte, los privilegios de Israel: su elec- cién en virtud de la alianza de Dios con los antepasados, que dio a Israel la filiacin divina; la legislacién para el conocimiento de la yoluntad del Dios de la alianza y para alcanzar la vida me- diante su observancia; el unico culto grato a Dios como medio de expiacién por las culpas de Israel; las promesas, en fin, sobre to- do la participacién en la salvacién final y el mantenimiento de la fidelidad por parte de Dios (Rom 3, 1s; 11, 2.288). En Rom 9, 4 Pablo formula con claridad los privilegios de Israel en una doble serie de tres miembros. A Israel pertenece la filiacién la gloria de Dios las alianzas y la ley, el culto las promesas. Ambas series se interpretan recfprocamente: la filiacién y la to- rd se implican también en Abot, 3, 14. La gloria (terrena) (de Dios) habita en el templo donde Israel celebra el culto. Las alian- zas (patriarcas, Moisés) apuntan sobre todo a las promesas para el futuro de Israel. Pablo, el antiguo fariseo, describe asi en Rom 2, 17ss al judio medio, consciente de atinar en sus rasgos: 1. a) se califica de judfo, b) se apoya en la ley, c) se gloria de Dios, d) conoce la voluntad (de Dios), e) adoctrinado por la ley, acierta con lo mejor. En paralelismo con este juicio sobre sus relaciones con Dios sigue la comparaci6n con los paganos: 2. a) El judio esta convencido de ser guia de ciegos, b) luz para los que viven en tinieblas, c) educador de ignorantes, d) maestro de nifios, e) poseedor del saber y la verdad plasmados en la ley. 66 Pablo, el apéstol de los paganos Ambos textos hablan, significativamente, del puesto destacado de la tord, de su observancia e imposicién. Como se sabe, en eso consiste el judaismo segtin la interpre- tacién farisea. Que Pablo como judfo fariseo tenfa esa mentalidad, es una conclusién razonable. Resulta aleccionadora la lectura de Flip 2, 15s para corroborar esta conclusién. En este texto, Pablo transfiere las pretensiones y la conciencia judfas a la comunidad cristiana. Su esperanza es que los cristianos sean «irreprochables € inocentes». ~No es ese el ideal del verdadero judio (Rom 2, 10.13; Flp 3, 6)? Deben ser ademas «hijos de Dios sin tacha» (cf. la filiacién divina del judio Rom 9, 4) «en medio de una gente torcida y depravada» (cf. Rom 2, 19s), «brillando como antorchas en el mundo» (cf. Rom 2, 19) y «manteniendo un mensaje de vi- da» (cf. Rom 9, 4). A esta transferencia de los rasgos de una co- munidad a otra hay que afiadir que el propio Pablo se situa en el marco de estos privilegios judios cuando evoca su pasado fariseo (Flp 3, 4-6). El ideal basico del farisefsmo consisti6 en responder a esa eleccién divina, es decir, en guardar la tord como manifestacién de la voluntad de Dios y hacerla efectiva en la vida de cada is- raelita (cf. Abot, 1, 12; 2, 7.12): una vida consagrada a la ley, para honra de Dios. Pablo juzga su propia conducta de judio a la luz de la ley como principio supremo, y se tiene por justo e intachable (Flp 3, 6; Gal 1, 14). No podemos condenar sin mas esta actitud con arreglo a la parabola del fariseo y el publicano (Le 18, I1ss), como un intento de autojustificacién; hay que te- ner presente que Pablo no hace depender el destino del hombre de su propio juicio sino del juicio del juez divino (1 Cor 4, 3- 5), y también esto constitufa la actitud farisea tipica (Abort 2, 1.148; 3, 1). «Justo» significa fiel a la ley segin el juicio de Dios. Que este principio se preste, entre otras cosas, a que el hombre trate de ganarse la vida eterna mediante las buenas obras (cf. Rom 2, 7) o presente al juez esas obras (Le 18, 11s), es otra cuestion. La fidelidad a la tord supone la observancia de la ley como deber de toda la vida y la disposicién a la penitencia por los pe- cados cometidos, y la propia ley impone la obediencia y la ex- piacion: Pablo, fariseo de Tarso 07 Los justos confian en Dios, su salvador. En la casa del justo no se acumula el pecado. El justo vigila su casa para poder eliminar la injusticia cometida con sus transgresiones. Expia el pecado cometido por ignorancia ayunando y humillando su alma. EI Seffor purifica al hombre piadoso y su casa, Asi describe SalSal 3, 6-8 al justo, en contraste con el peca- dor, que acumula en su vida pecado sobre pecado (3, 9s). El jus- to sabe que vive de la misericordia divina que le ampara, y que debe estar siempre dispuesto, hasta la muerte, a la penitencia y la conversién (Abort, 2, 2.8.12; 3, 1.15; 4, 11). En este sentido hay que entender las afirmaciones paulinas de Flp 3, 6; Gal 1, 14. Pa- blo no dirfa a ningtin judfo que no puede ser justo en este senti- do; pero restarfa valor a todo eso por raz6n del conocimiento de Jesucristo (Flp 3, 7ss e infra, 12.4). Una vida consagrada a la ley significa para el fariseo Pablo obediencia al Creador y Juez. Todos los hombres deben esta obe- diencia a Dios por su condicién de criaturas. Israel tiene el privi- legio de conocer Ja voluntad divina por medio de la ley. Este de- ber humano se expresa con especial claridad en la idea del juicio final. Pablo no se limité a profesar como cristiano la idea del jui- cio final (por ejemplo 1 Cor 3, 5-17; 2 Cor 5, 10; Rom 14, 10- 12), sino que elaboré ademas en Rom 2, 2ss de modo discursivo una visi6n judeo-helenistica de la nocién de juicio que se. adjudi- ca hoy, con raz6n, al material «prepaulino». Es obvio que el cris- tiano Pablo dirige aqui su discurso, de un modo intolerable para Israel, contra la concepcién judia; pero lo hace partiendo de una base comin (v. 2: «Sabemos que...»), y desde ese consenso con- sidera culpable al judio en el juicio divino. Asi pues, al margen de este énfasis polémico, aparece fundamentalmente la concepcién tradicional del juicio. Pablo no se limita a emplear esporddica- mente, en este texto, un vocablo helenistico-judfo sin rafces (por ejemplo el término «juicio justo», v. 5); esos detalles lingiifsticos sugieren una visién global que conforma el pensamiento de Pablo y en la que él es consciente de coincidir con el judio. Hay que decir, por tanto, que la concepcién global del juicio en referencia a la cual coinciden Pablo y el judaismo, es tipica de Pablo como 68 Pablo, el apéstol de los paganos antiguo judio de la didspora ya que su idea del judaismo no es una mera adquisicién tardia de su época cristiana. {Qué decir de esta idea del juicio? La respuesta a esta pre- gunta debe darse al hilo del texto paulino y teniendo en cuenta las analogias judias. Todas se someterdn al juicio futuro. Nadie puede escapar a él (Rom 2, 2s; 9, 18-24; cf. Abot, 2, 1; 3, 1), Pa- blo no trata de establecer un plazo ni una proximidad temporal del juicio. Lo importante no es conocer el dia del juicio; lo deci- sivo es que la observancia de la tord o su rechazo tiene unas con- secuencias para el juicio (cf. Abot, 2, 1.15; 3, 1). Se ha hecho del juicio un elemento al servicio de la «toralogia». Vienen a recor- dar que no se puede conculcar impunemente la voluntad de Dios; de Dios no se rie nadie (Gal 6, 7); por tanto, cumple la tora (cf. Abot, 1, 16; 2, 8). Hasta el dia del juicio transcurre el tiempo de la «riqueza de su bondad, paciencia y longanimidad», que quiere mover al hombre «a penitencia». El que no aprovecha este tiem- po es un obstinado y se expone a la ira divina (Rom 2, 4s; cf. Abot, 2, 18.10.12). La historia aparece asi como una posibilidad que Dios concede para llevar una vida consagrada a la ley, de ca- ra al juicio final. Los pueblos que no recibieron la tord escrita tampoco estén dispensados de cumplir la voluntad de Dios, ya que conocen «por la naturaleza» el contenido de la ley, porque llevan «escrita la ley en sus corazones», como atestigua «su conciencia» (Rom 2, 14s); se trata de una idea estoica remodelada en sentido helenis- tico-judio. El juicio final tiene caracter forense y escatolégico. Se realiza «segtin verdad» (Rom 2, 2; Abort, 3, 16), es decir, «sin favoritis- mos» (Rom 2, 11; cf. Abot, 4, 22; SalSal 2, 18 etc.), como «ma- nifestacién del juicio justo de Dios» (Rom 2, 5; TLev 3, 2: 15, 2), donde Pablo utiliza un neologismo helenistico que no aparece en ningtin otro pasaje. Las tres frases expresan la insobornabilidad del juez, que a nadie discrimina y juzga estricta e inexorablemente, con arreglo a los actos de cada persona (Rom 2, 6), aun «lo ocul- to del ser humano» (2, 16). Al asignar a cada uno su suerte de- finitiva, el juicio de Dios es justo (iustitia retributiva), responde a «la verdad», es decir, a la realidad de la persona. Pablo puede asi en Rom 2, 6 citar Sal 62, 13 (cf. Prov 24, 12): Dios «pagard a Pablo, fariseo de Tarso 69 cada uno segtin sus obras». Esta frase significé en su origen el nexo estrecho entre accién y reaccién, segtin el cual la conse- cuencia de una accién recae directamente sobre el sujeto, y Dios mantiene en vigor ese nexo. Pero ahora ha de leerse la afirmacién en el contexto actual de Jos tres principios sobre el juicio, y ad- quiere asi el significado de «retribucién» escatolégica: Dios hace justicia en su tribunal premiando a los buenos con el «salario que les adeuda» (Rom 4, 2.4) y descargando su «célera e indignacién»> sobre los malhechores (2, 8ss). Asi, Aboth habla también de «re- tribucién» divina (1, 7) en referencia al «reparto» final (2, 1; 4, 2), cuando Dios pague como un amo el salario por el trabajo pres- tado (2, 16). El reparto tendré lugar con arreglo al «libros donde se registran todas las acciones de los hombres (2, 1); éstos ten- dran que «dar cuenta» y Dios les «tendra en cuenta» todo (2, 2; 3, 8). Este lenguaje de derecho laboral y mercantil se puede ilus- trar con la imagen del tendero y del prestamista (3, 16). La «ira acumulada» (Rom 2, 5) ha de entenderse sobre este trasfondo. La idea es, pues, que Dios ratifica con su cuenta final la historia de Ja humanidad. Responde a las acciones de los hombres con su jui- cio. En este sentido, desde la perspectiva del juicio, tales accio- nes, tienen un significado de salvacién y de perdicién. Para Rom 2 es fundamental, ademas, el hecho de que no se cuantifique el premio ni el castigo: s6lo hay justos y pecadores, y s6lo hay vida o tormento final: «Gloria, honor e inmortalidad» (otro concepto tipicamente helenistico) 0 «gloria, honor y-paz» (2, 7.10) dicen lo que es la «vida eterna» (Pablo la define en senti- do cristiano y nuevo en I Tes 4, 17; 5, 10). Y a la inversa, la «ira e indignacién» (Rom 2, 8) son cualificaciones del estado de condenacién definitiva. Hay que recordar cémo describié Pablo su buen comportamiento bajo la ley: justo significa ser fiel a la to- rd. Estas frases muestran con claridad los dos desenlaces parale- los de la vida. En 1 Tes 4, 13-5, 11, el cristiano Pablo no mos- trard ya ningtin interés por la suerte de los increyentes: persigue unicamente la salvacién de la comunidad escatoldgica. El interés judio por la justicia restablecida en el fin del mundo reclama, no obstante, ese doble aspecto (por ejemplo SalSal 3, 6-12 etc.). Pa- blo, como cristiano, coincidird con la visién farisea en cuanto que también para él Gnicamente se conocera la cualificacién funda- 70 Pablo, el apéstol de los paganos mental en el juicio final y, en aquel momento, habré un tinico es- tado de salvacién. Esta idea del juicio dice entre lineas algo relacionado con la antropologia: el farisefsmo presupone que el imperativo «haz es- to» va dirigido a una persona a la que cabe decir que «es capaz de» hacerlo. El pecado es un fallo por omisién de un comporta- miento posible de la persona, no el reflejo de una cualificacién negativa del sujeto mismo. Con otras palabras, el libre albedrio es una doctrina farisea (cf. por ejemplo, Abot, 3, 15). Siendo el hom- bre, en principio, libre para hacer el bien o el mal, no estando por tanto esclavizado por el pecado (Rom 7, 14s), basta examinar sus obras, y él mismo no necesita de ninguna renovacién radical pa- ra poder realizar acciones buenas. En este punto Pablo pensara de otro modo después de su conversién y modificard su juicio sobre el ser humano (cf. infra, 14.3). Ante este esquema de las ideas paulinas sobre el juicio final, una ojeada al judaismo helenfstico permite constatar que Pablo hi- zo suyas, no siempre pero si en algunos casos, ciertas nociones tomadas de la apocaliptica judfa. Asi lo confirman, por ejemplo, Test XII, OrSib y Hen esl. Especialmente LibAnt, escrito por un autor que al menos tuvo afinidades con el pensamiento fariseo, muestra el uso que hizo el farisefsmo del pensamiento apocalfpti- co para la interpretacién de la ley. Aqui encontramos una nueva versién de la historia de Israel que amplia el relato del diluvio universal tomandolo como sefial de la ira de Dios (cf. Rom 1, 18ss antes de 2, Iss); pero afiade que al final de los tiempos Dios resucitaré a todos los muertos y «pagaré a cada uno segtin sus obras» (cf. Rom 2, 5s). Los que se salven serdn los «justos», que vivirén en una «morada eterna» (LibAnt 3, 9-10). El hecho de que el fariseismo se aproximara al esquema del juicio final propio de la apocaliptica, considerandolo como parte integrante de su concepcidn de la ley, interpretando por tanto la vida prometida en la tord como una vida escatolégica posterior al juicio, no autoriza a equiparar a los fariseos con los apocalfpticos. EI fariseo Pablo tampoco era apocaliptico, como no lo fue el au- tor del LibAnt 0 el orante de SalSal o los maestros de Israel que toman la palabra en Aboth. La apocaliptica, en efecto, pretende al- canzar mediante ciertas revelaciones extraordinarias, atribuidas a Pablo, fariseo de Tarso 7 grandes personajes, el conocimiento de unas verdades no conteni- das en la ley judia. Pretende prestigiar ciertas verdades adiciona- les refiriéndolas a Moisés y antes de él (cf. por ejemplo, 4 Esd 14, 37-48). Un fariseo no admite més autoridad que Moisés: la ley basta para obtener la vida. Asf, la respuesta que recibe el ri- co epulén en Le 16, 27ss a su ruego de hacer una revelacién es- pecial a sus hermanos es tipicamente farisea: «Tienen a Moisés y a los profetas... Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tam- poco se dejaran convencer aunque resucite un muerto». Por eso el fariseo no ensefia ampardndose en el pseudénimo o en el anéni- mo; ensefia con la autoridad de Moisés. Para él no hay un ante- pasado como Henoc 0 como Esdras que se apoye en revelaciones especiales que estaban ocultas y s6lo se manifiestan al vidente; él reconoce tnicamente la revelacién de Dios por medio de la ley en el Sinaf y su interpretacién por la tradicién oral (Abort 1, 1). La revelacién especial a la que se remite la apocaliptica suele ser expresién de una conciencia de crisis; ésta concibe la historia terrena como historia de perdicién en la que se oculté 0 desaten- dié el sentido de la accién de Dios. Esa revelacién especial est4 destinada a superar la perplejidad e incertidumbre apocaliptica en lo concerniente a la experiencia del mundo en sentido histérico y césmico, ensefando cémo el mundo y Ia historia estan sujetos a un orden y una periodizacién ocultos, pero que ahora se han re- velado a los elegidos, y cémo ha Ilegado el momento final del mundo y de la historia. El fariseo, en cambio, presenta la histo- Tia como tiempo de Ja paciencia de Dios, tiempo universal y es- table, en el que cada cual tiene la posibilidad y el deber de cum- plir la tord para rendir cuentas, un dia, ante Dios. No necesita de una ninguna periodizacién secreta de la historia ni de un saber césmico especial sobre el mundo y los acontecimientos wltimos. El juicio final se concentra para él en el sentido antropolégico de la recompensa y el castigo de cada persona con arreglo a los pre- ceptos de la tord. Asi, Pablo como cristiano sigue manteniendo formalmente esta postura (Rom 14, 10; 2 Cor 5, 10, etc.). De la &poca en que era fariseo procede esta tradicién (Abot 3, 1): «Fi- jate bien en tres cosas y no caerds en poder del pecado. Recuer- da de dénde has venido, adénde vas y a quién tendrés que rendir 2 Pablo, el apéstol de los paganos cuentas. {De dénde has venido? De una gota maloliente. ,Adé6n- de vas? A estémagos y gusanos. ;Ante quién tendrdés que rendir cuentas? Ante el rey de reyes..». Para el fariseo, el individuo puede confiar siempre en la vida porque la esperanza de la retri- bucién divina es constante e inconmovible. Lo que importa es siem- pre el individuo y su observancia de la tord. El tiene que respon- der de sf, totalmente solo, en el juicio futuro. No necesita saber més en la vida. Y este saber fundamental queda garantizado por Moisés. 3. Pablo y el helenismo Hemos comprobado ya, de pasada, que el Pablo fariseo de la didspora profesé un judaismo de cufio helenfstico (cf. supra, 3.1 y 3.2), Examinemos este punto mas de cerca. En todo caso, cabria eludir esta cuestién especial sefialando que el judafsmo en la épo- ca del cristianismo primitivo, se considera como un judaismo he- lenistico. Este calificativo esta justificado en parte: cuando los im- perios diadocos ocuparon la herencia de Alejandro Magno en la cuenca inferior del Mediterraneo, toda esta regién cay6 bajo la in- fluencia de la lengua y de la cultura greco-helenistica. Todo el ju- daismo sufrié esa influencia. Pero la situacién no era idéntica cuan- do un judfo se unia a los macabeos para luchar contra la helenizacién extrema, cuando un esenio adoptaba una orientacién asideo-sacer- dotal o cuando un habitante de las aldeas de Galilea segufa la re- ligién tradicional de los antepasados con esporddicas asimilaciones de la cultura griega; cuando un Flavio Josefo estudiaba la tord y la ret6rica griega, cuando Aristébulo y Filén profundizaban en la filosoffa griega para unificarla con la fe judia o cuando Demetrio, Eupolemo y Artapano elaboraban una apologética judia frente a la religién y a la cultura griegas. Habfa, obviamente, grandes dife- rencias en el grado de helenizacién de una persona o de un grupo en lengua, religién, educaci6n y cultura. La situacién no era la mis- ma cuando uno habia crecido en Judea o en Alejandrfa, cuando al- guicn manejaba el griego con dificultad y sdlo para asuntos de la vida cotidiana 0 cuando, ademas de conocer Ia lengua, se habia convertido «animicamente» (cf. F. Josefo, Contra Apionem I, 180) Pablo, fariseo de Tarso 73 en un griego. ;Dénde hay que colocar a Pablo de Tarso dentro de este espectro? En un plano muy general, Tarso contaba sin duda con posibi- lidades institucionales para ofrecer una educacién helenistica ba- sada en el idea de una formacién universal modélica (cf. supra, 3.1). En tiempo de Pablo cabe suponer la existencia, en lineas ge- nerales, del siguiente plan formativo: se ensefiaban primero las dis- ciplinas elementales (gimnasia, mtisica, lectura y escritura). Esta formaci6n corria a cargo de preceptores y esclavos. Sobre esa ba- se se impartia la formacién general superior. Era la tarea de la re- térica con sus escuelas. Estas ensefiaban gramatica, lectura de los clasicos, retrica (arte del discurso y de la composicién), dialécti- ca (fundamentos de filosofia), matemética y teoria musical. Se- guian como culminacién de la enseiianza las escuelas de los fil6- sofos, donde se transmitian también los conocimientos técnicos mas importantes de la antigiiedad en todos los campos del saber. Es dificil suponer que una familia judia cuya actitud religiosa era de fidelidad a la ley y de orientacién farisea (cf. supra, 3, 2), enviara a su hijo a una escuela pagana; pero es obvio que Pablo pudo escuchar esporddicamente a un retdérico o filésofo pagano. En sus escritos no delata un conocimiento de la filosofia griega ni de los clasicos antiguos. En esto difiere claramente de Filén. Por eso, parece mds probable que hubiera cursado un sistema edu- cativo judfo de la diaspora helenistica. Este sistema constaba de materias diddcticas que en los dos primeros grados de formacién eran muy similares a las de la escuela pagana, por la presién mis- ma de la competencia. Podia haber y habfa, obviamente, diferen- cias. Huelga decir que la tord era el tema capital de la ensefian- za. La gimnasia no era bien vista entre los judios y se podfa omitir. Entre los idiomas, el arameo y el griego figuraban con preferen- cia en el plan de estudios. La introduccién a la filosofia griega se podia ensefiar s6lo con reservas o incluso se omitia en absoluto; pero es muy improbable que se renunciara a la retérica: aunque los judfos creaban su propia jurisdiccién cuando podian, tenfan que acudir a los tribunales paganos si el acusador no era judio. Pare- ce que muchos judfos helenisticos tampoco renunciaban a pronun- ciar en una asociacién o una fiesta privada un discurso tolerable 0 incluso grato a ofdos helenisticos. Podemos concebir, pues, el 74 Pablo, el apéstol de los paganos sistema educativo judio en la diaspora helenistica en perfecta ana- logia con la formacién helenistica. Nosotros adoptamos la hipétesis de que Pablo recibié esa edu- cacién general superior judia que correspondfa al segundo grado de la formacién helenjstica. Esta tesis encuentra su mejor apoyo en el lenguaje del Apéstol. Pablo se atiene a una terminologia co- rriente: todos los no judfos son «griegos» (por ejemplo Rom 1, 16; 2, 9s; etc.). Esta equiparacién tiene primariamente un signifi- cado histérico-teolégico: ser griego significa ser pagano. Pero la equiparacién significa también que para los no judios la lingua franca es normalmente el griego. Asi, Pablo escribe en lengua grie- ga, no s6lo a Filipos y a Corinto sino también a la remota Gala- cia y a la mds romana de las ciudades: Roma. El plurilingiiismo del campo misional pagano-cristiano (cf. Hech 2, 8-11) no consti- tuye para Pablo un problema serio porque él mismo, de pequeiio, habia aprendido el griego en Tarso y se encontré en todas partes, en entornos urbanos similares, con el griego como lengua corriente: Podemos precisar mds los conocimientos del griego que po- sefa Pablo: hablaba con soltura y sin semitismos la denominada koiné. Pensaba en esta lengua y su estilo no es forzado ni duro en comparacién con otros textos de la época. Conoce bien la gra- matica griega. A veces compone frases de griego cldsico. Cita la Escritura, generalmente de memoria, en la traduccién de los Se- tenta, que sin duda lefa desde su juventud y fue la base de su aprendizaje; de otro modo, dificilmente hubiera podido citarla con tal profusién. El griego no es, pues, para Pablo un mero medio de acercamiento a sus lectores y oyentes, sino un aspecto en su propia formacién. Por eso tiene sentido presuponer en esta mate- ria una formacién escolar en su juventud. Otro campo de observacién para nuestro tema son los medios generales de composicién epistolar y los recursos de argumenta- cién y exposicién que Pablo utiliza en las cartas. Pablo domina desde el principio el estilo epistolar cuando, a tenor del formula- tio griego, divide el inicio en superscriptio (indicacién del remi- tente), adscriptio (indicacién del destinatario) y salutatio (saludo formal), y hace de la salutatio una oracién gramatical propiamen- te dicha al modo judio-oriental. En la conclusién de las cartas se advierte también un procedimiento corriente. Dentro de las cartas, Pablo, fariseo de Tarso mS Pablo logra ordenar correctamente su discurso en problemdticas tan complejas como las que aborda, por ejemplo, en Rom 1-8, hacer visible su conexi6n, articularlo racionalmente con signos de pun- tuacién e iluminar un tema con formulaciones acertadas. Esto sue- le requerir una formacién escolar, aun contando con el talento y la capacidad autodidacta del sujeto. A ello se aiiade que Pablo no utiliza cualquier recurso estilistico, sino los modelos de argumen- tacién helenistica y el método de la diatriba (si se permite este término vago como concepto general). Se evidencia asf, de nuevo, la influencia helenistica de una formacién superior. También resulta aleccionador un examen de la ret6rica. Pablo y la ret6rica griega es un tema muy estudiado recientemente. El que sabe hasta qué punto toda la vida publica estaba presidida en el helenismo por el conocimiento de la retérica, cémo ésta domi- naba en el Agora, en la gerusia y en las asociaciones, cémo los oradores aparecian tanto entre los predicadores itinerantes de todo tipo como en el mundillo variopinto de los sofistas, no puede ne- gar a Pablo al menos algtin conocimiento en este terreno. A pri- mera vista parece, sin embargo, que Pablo no recurrié mucho a la retérica. Se desmarca de sus diversos adversarios de Corinto di- ciendo que evangeliz6 «sin ostentacién de elocuencia o saber» (1 Cor 2, 4; cf. 1 Cor 1, 17.20; 2, 1.13) y calificéndose de «inculto en el hablar» (2 Cor 11, 6). Parece que los corintios lo veian de apariencia personal débil y de escasa elocuencia (2 Cor 10, 10). Lo cierto es que esta impresién pasa al extremo contrario én sus cartas. Ya a los tesalonicenses les escribe diciendo que no se pre- sent6 entre ellos con palabras aduladoras 0 movido por la codicia (1 Tes 2, 5). Al menos estos textos ponen de manifiesto que Pablo rehtisa competir con los que basaban su éxito en la apariencia exterior y en la elocuencia; él atribuye a Dios la eficacia de su discurso y rebaja su propia capacidad retérica. No se limita a desechar radi- calmente toda retérica, sino que a través del contenido de sus pa- labras pretende despertar la fe en el evangelio y en su eficacia. Cabe entender esto como una variante religiosa especifica en el debate retérico de la época. La creciente influencia de Cicerén en la formacién habia hecho que la linea aticista, con su gusto por Ja formalizacién, que daba preferencia a la forma del discurso so- 76 Pablo, el apésiol de los paganos bre el fondo, quedara contrapesada con la idea de que el punto de partida de la accién ret6rica tiene que ser el bagaje de saber del orador: el discurso ha de convencer sobre todo por el contenido y no por la forma retérica. No obstante, tiene sentido preguntar si Pablo muestra una capacidad ret6rica; sobre todo, teniendo en cuen- ta que pugna apasionadamente con sus adversarios sobre el modo de «persuadim mediante el discurso (cf. 1 Cor 2, 4; 2 Cor 5, 11; temdticamente 2 Cor 10-13). De ese modo aborda una de las fun- ciones clasicas del discurso antiguo. Asi, Gorgias ejercié una lar- ga influencia al definir la retérica como «maestra de la persua- sién» (Platon, Gorgias, 453a). Se sabia en la antigiiedad cémo este arte de la persuasién es de gran importancia en la politica y en los tribunales, y cémo puede también encubrir la verdad. En tiempo de Pablo la ret6rica formaba parte de la educacién ciudadana. Se distingufan tres tipos de discurso: el discurso foren- se, el discurso politico y el discurso ocasional. El primer tipo ejer- cfa una especie de punto de referencia en esta triada. Influfa en ello, sin duda, la tendencia de los griegos a los pleitos procesales. Esos discursos podian reportar también buenas ganancias. Todos po- dan asistir con regularidad a los discursos de defensa ante los tri- bunales, someterse a su influencia y familiarizarse con su técnica; también Pablo de Tarso. Por eso no es extrafio que se haya hecho notar recientemente que Pablo se apoya en el discurso forense pre- cisamente cuando tiene que defenderse y reacciona polémicamente. Sobre todo 1 Cor 1-4; 9; 15; 2 Cor 10-13; y Gal son pasajes don- de el Apéstol utiliza al menos algunos elementos del discurso fo- tense. Aunque no suele adoptar métodos académicos y el género epistolar tampoco se presta a la retérica, es indudable que su mo- do expositivo se inspira en la retorica de la antigiiedad. También aqui, todo hace pensar que Pablo adquirié en Tarso estos conoci- mientos de su época. Cabe preguntar de nuevo cémo alcanzé esa formacién. No parece posible que su medio de aprendizaje fuera s6lo la plaza publica. Esta explicacién es insuficiente. ~Se familia- riz6 Pablo con los manuales antiguos de retérica a través del ma- estro judio? Cabe presumirlo. {Quizé ley6 incluso la Rhetorica ad Herennium, falsamente atribuida a Cicerén, 0 la obra de éste De inventione o algiin escrito estoico? Podemos formular esta pregun- ta, pero no tenemos suficiente base para contestarla. Pablo, fariseo de Tarso 77 Hagamos un alto para ver el resultado provisional: Hay varios indicios que corroboran juntos la impresién de que Pablo habja re- cibido una formacién general superior, abierta al helenismo. No es correcto, pues, utilizar sin mds una dudosa relacién entre Gama- liel I y Pablo para vincular a éste con un judafsmo de orientacién palestina sin una influencia helenfstica relevante. Pablo mismo muestra en el espejo de sus cartas la notable formacién helenisti- ca que habia recibido. Sélo asf se explica que el antiguo judio se dedicara de modo consecuente a la fundacién de comunidades pa- gano-cristianas y que pudiera afrontar perfectamente la relacién con los cristiaanos de procedencia helenistica. La prueba decisiva es el caso de Corinto. No podemos decir que Pablo no superase esta prueba. El supuesto de que Pablo pudo capacitarse para ello con el hermeneuta de Ja ley judia Gamaliel I habrfa que demostrarlo expresamente. Hay una formacién que se adquiere normalmente mediante es- colarizaci6n y una formacién que la vida misma da mediante la experiencia de cada dia. El que pas6 su juventud en Tarso, parti- cipé en la cultura helenfstica por estar integrado en la vida de la ciudad aun dentro de las limitaciones impuestas por su condicién judia. Esa cultura helenfstica se puede adquirir también, obvia- mente, por Ja via escolar; pero ciertos indicios existentes no bas- tan para asegurar una formaci6n escolar especial. Veamos algunos de ellos. Hay textos de la correspondencia paulina en los que el Apés- tol parece inseértar en antiguas tradiciones judfas unas concepcio- nes helenjsticas que aparecen ya estrechamente entretejidas con el contexto judfo. No es dificil aducir algunos ejemplos: Asf, la si- nagoga helenistica le ensefié que se podia asociar la idea estoica de Ia revelacién natural a la polémica judia contra el mundo pa- gano (cf. Rom 1, 18ss; 2, 12ss). También su conocimiento del po- liteismo pagano y su juicio sobre el mismo se remontan ya al pe- rfodo precristiano (cf. 1 Tes 1, 9; 1 Cor 8, 1-6; 10, 14-22). Como judio helenista, Pablo habia conocido la parénesis helenizada, que €l modificéd a su vez como cristiano (cf. por ejemplo el catélogo de vicios en Rom 1; Gal 5). La misma sinagoga helenistica que cultivaba las relaciones con el Estado pagano y utiliz6 el lengua- je helenistico-romano de Ja administracién politica, permitié a Pa- 78 Pablo, el apéstol de los paganos blo adoptar una postura y un lenguaje como los que encontramos en Rom 13, 1-7. La interpretacién sinagogal de los Setenta cono- ce ya el método alegérico, influido de espiritu griego, tal como lo emplea Pablo, aunque rara vez (cf. 1 Cor 10, 1-13; Gal 4, 21-31); asi se constata sobre todo en Filén, el coeténeo (algo mayor) de Pablo en la Alejandria egipcia. Estos ejemplos, que se podrian mul- tiplicar, ponen de manifiesto que Pablo estaba abierto, ya de ju- dfo, a la cultura helenistica. Pero el helenismo paulino no se limita a estos fenémenos que aparecen en un marco tipicamente judio. Pablo se muestra también como un griego en contextos cristianos: cuando describe su exis- tencia apostélica como una competicién en el estadio de un gim- nasio griego (1 Cor 9, 24-27), esta reflejando su socializacién he- lenistico-urbana, que le habia familiarizado con las tradiciones de una filosofia popular. En su lenguaje sobre el bautismo, Pablo re- curre a las imagenes y expresiones de las religiones helenisticas de los misterios (cf. Rom 6, Iss), aun sin conocer directamente ese culto. Su idea de la Iglesia como «cuerpo de Cristo» (Rom 12, 4ss; 1 Cor 12, 12ss) es dificil de explicar sin el trasfondo de la filosofia griega. El que pretenda ignorar las referencias forma- les y de contenido a la tradicién helenistica en el «himno a la ca- ridad» (1 Cor 13), diffcilmente podré describir adecuadamente el trasfondo histérico-cultural del mismo. Las formulas estoicas para expresar la omnipotencia divina (Rom I1, 36; 1 Cor 8, 6) abun- dan en lo mismo. También estos ejemplos se pueden multiplicar. El que habla y piensa en sentido helenistico con tanta naturalidad tiene que haberse familiarizado con ese mundo en los afios deci- sivos de su educacién juvenil, ya que Pablo no pudo aprender to- do eso con posterioridad, en Antioquia. Es significativo que tam- bién en estos casos se pueda demostrar la existencia de procesos similares de apropiacién helenistica en las sinagogas helenisticas (por ejemplo competicién: 4 Mac; lenguaje mistérico: Fil6n; sobre 1 Cor 13, cf. en especial 3 Esd 4, 34-40). Cabe constatar, pues, también para estos casos que el vivir en una ciudad helenistica y la educacién helenistico-judfa del joven Pablo le prepararon para emplear mas tarde con independencia, como cristiano, el espiritu y la tradicién del helenismo como algo propio. 4 LA VOCACION DE APOSTOL DE LOS PAGANOS 1. Las fuentes y los problemas de su interpretacién Poco después del cambio producido en la vida del Apéstol al pasar de perseguidor de los cristianos a anunciador del evangelio, surgié la leyenda paulina que fij6 lo especifico, de su persona y de su posicién respecto a la comunidad cristiana, una leyenda que narraba desde la Gptica de la comunidad todo aquello que dife- renciaba al Apostol del resto de los cristianos de su tiempo. El hecho de ocupar un puesto excepcional —no solo a juicio del pro- pio Pablo, sino ante la opinién de la cristiandad de la época— promovi6 esa tradicién sobre su persona. Pablo se refiere a esa tradicién en Gal 1, 23s cuando escribe: «Ellos (las comunidades cristianas de Judea) habian ofdo decir inicamente que el antiguo perseguidor predicaba ahora la fe que antes intentaba destruir, y alababan a Dios por causa mia». El Apéstol da por supuesto que esta tradicién es conocida en Judea y en Galacia: en toda la cristiandad. La comparacién con el texto similar de Hech 9, 20s pone de manifiesto una biseccién en la vida del Apdstol (perseguidor... anunciador) en relacién con la comunidad cristiana, y esta biseccién se articula en el esque- ma antitético «antes... ahora» orientado temporalmente y tomado del lenguaje bautismal (cf. 1 Cor 6, 9-11; Rom 5, 8-11; Col 2, 13; etc.). Lo que mas sorprende es el uso del verbo «destruir», que Pablo s6lo utiliza, aparte este pasaje, en Gal 1, 13, refirién- dose asimismo a su actividad de perseguidor. G4l 1 depende en esto, sin duda, de esa leyenda del cristianismo primitivo, visible en Hech 9. El hablar de anuncio o de destruccién de «la fe» en 80 Pablo, el apéstol de los paganos sentido absoluto sugiere también un lenguaje parapaulino (cf. Gal 6, 10). La génesis y narracién de esta leyenda se puede enmarcar en el contexto, més amplio, de leyendas andlogas que surgieron muy pronto en torno a los grandes personajes del cristianismo primiti- vo. No interes6 tanto la biografia de esos personajes sino su vin- culacién a la Iglesia y su relevancia para la nueva fe. Asi, Pedro era el primer testigo pascual (Le 24, 34; 1 Cor 15, 5), Esteban fue considerado protomértir del cristianismo (Hech 6s) y Epéneto era conocido como el primer bautizado de Asia (Rom 16, 5). En este esquema entra Pablo como antiguo perseguidor y ahora anun- ciador de la fe. Esta leyenda de Pablo parece tener un origen re- moto: aparece formulada desde la 6ptica del centro pospascual mas antiguo del cristianismo y presupone que a Pablo no se le cono- cfa atin personalmente alli, entre los cristianos de Judea. Por eso debié de formarse muy pronto, después de la vocacién paulina y, desde luego, antes del concilio de los apdstoles (cf. infra 5.2). Sobre la recepcién de Pablo durante el periodo pospascual se conocen otros dos textos que estén influidos por la leyenda pau- lina independientemente de las cartas del Apéstol y reflejan el gi- ro producido en su vida: Hech 9, 1-22 (22, 3-21; 26, 9-20) y 1 Tim 1, 12-16. El segundo de estos textos, junto con la tradicién que trans- mite, es de fecha relativamente tardfa y bastard con breve refe- rencia a él. Dice asi: KQué agradecido estoy al que me dio fuer- zas, a Jesucristo nuestro Sefior, por la confianza que tuvo en mi al designarme para su servicio; en mi, antes un blasfemo, perse- guidor e insolente. A pesar de eso, como lo hacia con la igno- rancia del que no cree, Dios tuvo misericordia de mf; y se des- bord6 la generosidad de nuestro Sefior, dandome fe y amor cristiano. Mucha verdad es ese dicho y digno de que todos lo hagan suyo: “que Cristo Jestis vino al mundo para salvar pecadores’; nadie mas pecador que yo, pero, precisamente por eso, Dios tuvo misericor- dia de mi, para que Cristo Jestis mostrase en mj el primero has- ta donde llega su paciencia, proponiendo un ejemplo tipico a los que en el futuro creyesen en él para obtener vida eterna») El tex- to propone la conversién paulina como caso ejemplar del amor de Dios a los pecadores, por medio de Cristo, extensivo a todos los La vocacién de apéstol de los paganos 81 hombres. Pablo era blasfemo, perseguidor y enemigo de la Igle- sia; pero esto hay que achacarlo a ignorancia, como la idolatria de los paganos segtin el discurso del Areépago (Hech 17, 30). Por eso Dios tiene «paciencia» (cf. Rom 2, 2) y se muestra miseri- cordioso. Por una parte, Pablo juzga de modo diferente su actividad per- secutoria (cf. infra); por otra, el lenguaje del texto se ajusta a un determinado serm6n de conversién que contrasta con Pablo: en lu- gar de la ignorancia que justifica el perdén, Pablo subraya lo inex- cusable de la conducta humana (Rom 1, 32; 2, 1; 3, 9ss). Aunque pueda también paradigmatizar su vocacién (Flp 3), ésta es un ca- so modélico de justificacién del pecador que descalifica aun las cosas positivas de su vida anterior, y no de conversién del peca- dor ignorante. En esta tipificacién, los aspectos histéricos concre- tos del cambio paulino se reducen a ciertas alusiones de cardcter muy general (antes perseguidor y enemigo, ahora servidor); por eso, el texto no aporta nada al juicio histérico sobre la vocacién del Apéstol. Pertenece a la historia de la imagen tardia de Pablo. EI otro texto, Hech 9; 22; 26, qued6 tan grabado en la con- ciencia cristiana que ha determinado en buena medida la imagen de Pablo hasta hoy. Pero también este texto, bien analizado, se aleja mucho de la idea que Pablo tuvo de su vocacién. Basta re- mitir, para demostrarlo, a Hech 9 y afiadir esporddicamente las va- tiantes de Hech 22; 26. Con raz6n hay actualmente un amplio con- senso en afirmar que Hech 22; 26 son variantes narrativas de Lucas y que Hech 9 es la tradicién lucana tomada de la leyenda pauli- na general. Los objetivos de la narracién lucana aparecen claros ya en una primera aproximacién: Lucas, que rehtisa dar a Pablo el titulo de apéstol en el sentido de Hech 1, 21 (apéstol es el que conviv con Jestis y es testigo pascual; Hech 14, 4.14 aplica ese término a Pablo con el significado de un misionero de la comunidad), dis- tingue expresamente entre los acontecimientos fundamentales de pascua y la visién de Pablo: el Resucitado se presenta personal- mente ante el grupo de apdéstoles (Le 24); este tiempo de apari- ciones culmina en la ascensién de Cristo. Con el acontecimiento de pentecostés, el fenémeno pneumatico fundamental que abre el camino del evangelio pertenece ya al pasado. Sdlo ahora se pro- 82 Pablo, el apéstol de los paganos duce la vocacién de Pablo, y Gnicamente mediante una visién del cielo y en un acontecimiento de valor muy limitado. Ese aconte- cimiento es incompleto porque sélo a partir de la comunidad, Ana- nias, guiado por la inspiracién divina, hace de Pablo un cristiano, es decir, lo bautiza (a diferencia de los apéstoles) (Hech 9, 18s) y le encomienda el servicio del Sefior (9, 15ss). {Sera ése el Pa- blo que se siente Hamado por Dios independientemente de toda autoridad humana (Gal 1, 10-17), relaciona su visién del Sefior con las apariciones de pascua (1 Cor 15, 1-11) y recaba para si el mismo titulo de apdéstol que Ilevan Pedro y los otros (1 Cor 9; 15; Gal 1)? Lucas, ademas, elabora el tema tradicional del perseguidor ex- tremando cualitativa y cuantitativamente sus rasgos: Pablo apare- ce —coincidiendo con la leyenda de 1 Tim I1— como «blasfemo, perseguidor e insolente» (1 Tim 1, 13), como prototipo del peca- dor al que visita la gracia mediante la conversién y que pasa a ser asf el caso ejemplar en la doctrina cristiana de la salvacién por la misericordia de Dios. De ahf también el triple relato deta- Ilado de la conversién de Pablo en los Hechos de los apéstoles. Por eso Lucas puede contraponer a la persecucién total desatada por Pablo y que concluye con su conversién, el gran éxito misio- nero de Pablo como consecuencia de esta gracia divina. La ana- logfa se encuentra, de nuevo, en | Tim 1, 14 (cf. sin embargo, ya 1 Cor 15, 10). Lucas desarrolla asi el tema: Comienza una «gran persecucién»> sobre la Iglesia en Judea; Pablo penetra en las casas y arrastra a la cércel a hombres y mujeres (Hech 8, 1-3). Se propone desarti- cular la comunidad cristiana, conseguir por la fuerza la abjuracién de los cristianos e incluso aniquilarlos (8, 3; 26, 9-11; 22, 4). La dispersién de los perseguidos (8, 1) hace que Pablo extienda la persecucién a todos los lugares de huida (26, 11) y pida autori- zacién al sumo sacerdote (9, 1.13s.21), respirando «amenazas de muerte contra los discfpulos del Seiior», para Ilevarse detenidos a Jerusalén a hombres y mujeres (9, 1s). Pablo, pues, emprende una persecucién planeada, autorizada por el sanedrin, extensa y cruen- ta con el fin de disolver el grupo de cristianos existente en las si- nagogas. Es evidente el afaén de cargar las tintas y sobredimen- sionar la sombra oscura del Apéstol. Es algo caracteristico de los La vocacién de apéstol de los paganos 83 textos de la sinagoga helenistica, que solia pintar con crudeza las persecuciones desatadas contra ella (cf. por ejemplo 3 y 4 Mac). Lo que queda para la perspectiva del historiador es la perse- cucién damascena como telén de fondo de la vocacién de Pablo. Hemos visto ya que en el periodo de los helenistas Pablo no es- taba en Jerusalén (cf. 2). Esto permite concluir que la referencia a la autorizacién del sumo sacerdote es tinicamente construccién de Lucas. La autorizacién iba encaminada a facilitar el viaje de Jerusalén a Damasco. Notemos de paso que tal autorizacién sus- cita, ademas, problemas de tipo hist6rico-juridico. La persecucién en las ciudades, aparte de Jerusalén (26, 11), queda imprecisa e inconcreta en el texto; lo nico claro es que la tradicién local so- bre «Damasco» es un elemento antiguo y estable del relato tradi- cional de la conversién que aparece en Hech 9. Pablo fue, en Da- masco, un perseguidor de los cristianos. Es dudoso que se puedan extraer de Lucas otros datos histéricos ciertos. Es obvio que Lucas no modificé sustancialmente el contenido de Hech 9. Al margen de la discusién sobre afiadidos concretos, esta claro que él narra una tradicién preexistente. La estructura de esa tradicién se ajustaba probablemente a la antigua leyenda pau- lina que hemos encontrado en Gal 1, 23s: la comunidad refiere que «cl que antes nos persegufa, ahora anuncia la fe que intenté destruir». Hech 9 reproduce asf el doble aspecto de la actitud, primero negativa y después positiva, de Pablo hacia la comunidad: el perseguidor se convierte en anunciador. La comunidad que na- rra asf una leyenda personal, la conversién de un hombre conoci- do en el cristianismo, no se interesa por la conciencia apostélica de Pablo ni por la teologfa paulina o por la gran labor misionera del Apéstol entre los paganos, ni por el nexo de la conversién con los sucesos de pascua, etc., sino que hace de una persona famosa —en perfecta analogfa con 1 Tim 1— el caso ejemplar de conversi6n para edificacién de la comunidad y estimulo de los in- decisos. La leyenda piadosa consta asi de dos partes: El perseguidor que quiere destruir la comunidad es «destruido» a su vez por el Sefior de la comunidad (material bdsico 9, 1-9). El Sefior cuida, por medio de Ananfas, del restablecimiento del perseguidor enfer- mo, para que pueda proclamar a Jestis como Hijo de Dios (mate-

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