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LOS RAROS
LOS RAROS
(Segunda edición, corregida y aumentada)
BARCELONA BUENOS A I R E S
C a s a Editorial M a u c c i Maucci Hermanos
Calle Mallorca, 166 Calle Cuyo, 1070.
1905
P N ^ S
\<\05
PRÓLOGO
RUBÉN DARÍO.
61 arte en silencio
París, Enero de igo5.
de realista sino la apariencia, de artista impasible Las páginas dedicadas á Rodenbach, con quien
la apariencia, de romántico, la apariencia. Idea- la juventud le une más cercanamente, en una
lista, cristiano y lírico, he ahí sus rasgos esencia- afección artística fraternal, mitigan su tristeza en
les.» Y las demostraciones son llevadas por medio la afirmación de un generoso y sereno carácter,
de la amable é irresistible lógica de Mauclair, que de una vida como autumnal, iluminados crepuscu-
nos presenta la figura soberbia del «buen gigante», larmente de poesía y de gracia interior. «Le hemos
por ese aspecto que permanece ya definitivo. Es conocido irónico, entusiasta, espiritual y nervio-
también de u n fin reconfortante, por el ejemplo so; pero era, ante todo, ,un melancólico, aun en
de voluntad y de sufrimientos, en la pasión inven- la sonrisa. Le sentíamos menos extraño por su voz
cible de las letras, la enfermedad de la forma, so- y ciertos signos exteriores, que lejano por una sin-
portada por otros dones de fortaleza y de método. gular facultad de reserva. Ese cordial era aislado
Sobre Mallarmé la lección es todavía de una vir- ele alma. Había en esa faz rubia y fina, en esa boca
tud que concreta u n a moral superior. ¿Acaso 110 fina, en esos ojos atrayentes, u n a languidez y un,
va ya destacándose en toda su altura y hermosu- fatalismo que 110 dejaban de extrañar. Es feliz,
r a ese poeta á quien la vida 110 consentía el triun- pensábamos, y, sin embargo, ¿qué tiene? Tenía
fo, y hoy baña la gloria, «el sol de los muertos», el gusto atento y la comprensión de la muerte.
con su dorada luz? Se detenía en el dintel de la existencia, y no en-
La simbólica representación está en la gráfica traba, y desde ese dintel nos miraba á todos con
idea de Felician Rops: el h a r p a ascendente, á la una tristeza profundamente delicada. Ha vuelto á
tomar el camino eterno: era un transeúnte encanta-
cual tienden, en el éter, innumerables manos de
dor que 110 h a dicho todo su pensamiento en este
lo invisible. La honorabilidad artística, el carácter mundo. Estaba «hanté» por su misticismo minu-
en lo ideal, la santidad, si posible es decir, del sa- cioso y extraño, evocaba todo lo que está difun-
cerdocio, ó misión de belleza, facultad inaudita to, recogido, purificado por la inmóvil palidez de
que halló su singular representación en el mara- los reposos seculares. Llevaba p o r todas partes
villoso maestro, cpie á través del silencio, fué ha- sil claustro interior, y si h a deseado ser enterra-
cia la inmortalidad. Una frase deJVlme. Perier en do en esa Bruges que amó tanto, puede decirsq
su «Vida de Pascal», sirve de epígrafe al ensayo que su alma estaba dormida ya en la pacífica be-
afectuoso, admirable y admirativo, justo, consa- lleza de u n a muerte harmoniosa. Decid si no es
grado al doctor de misterio: «Nous n' avons su, este camafeo de un encanto sutil y revelador, y
toutes ees choses qu' apres sa morte.» si no se ve á su través el alma melancólica del
La estética mallarmeana p o r esta vez ha encon- malogrado animador de «Bruges la muerta.» Estos
trado un expositor q u e se aleje de las fáciles ten- párrafos de Mauclair son comparables, como retra-
tativas de un Wisewa, de las exégesis divertidas to, en la transposición de la pintura á la prosa,
de varios teorizantes, como de las blindadas opo- al admirable pastel en que perpetúa la triste faz
siciones de la retórica escolar, ó lo que es peor, del desaparecido, el talento comprensivo de Levy
junto á la burda risa de una enemistad que no ra- Dhurmer.
zona, la embrolladora disertación de más de un
pseudodiscípulo. Algunos vivos, son también presentados y estu-
diados, y entre ellos uno que representa bien la
fuerza, la claridad, la tradición del espíritu fran-
cés, del allma francesa, el talento más vigoroso de BIBLIOTECA "RODRIGO 'DE LLANO"
los actuales escritores de este país. SECCION DE m W M B&TüRICiiS C£ LA
He nombrado á Paul Adam. Así sobre Elemir
Bourges de obra poco resonante, pero muy esti- UNIVERSIDAD BE NUHfO LECN
mado por los intelectuales, consagra algunas notas,
como sobre León Daudet.
La parte que denomina «El crepúsculo de las téc-
nicas», debía traducirse á todos los idiomas y ser Edgar Alian poe
conocida por la juventud literaria que en todos
los países busca una vía, y mira la cultura de Fran- (Fragmento de un estudio.)
cia y el pensamiento francés, como guías y mode-
los. Es la historia del simbolismo, escrita con toda
sinceridad y con toda verdad; y de ella se des-
prenden útilísimas lecciones, enseñanzas cuyo pro-
vecho es inmediato, así el estudio sobre el senti- En una mañana fría y húmeda llegué por primera
mentalismo literario, en que el alma de nuestro vez al inmenso país de los Estados Unidos. Iba el
siglo está analizada con penetración y cordura á «steamer» despacio, y la sirena aullaba roncamen-
la luz de una filosofía amplia y generosa, poco te por temor de u n choque. Quedaba atrás Fire
conocida en estos tiempos de egotismos superhom- Island con su erecto faro; estábamos frente á San-
bríos y otras nieztschedades. No sabría alabar su- cly Hook, de donde nos salió al paso el barco de
ficientemente los capítulos sobre arte, y el home- sanidad. El ladrante slang yanqui sonaba por to-
n a j e á ¡altos artistas—artistas en silencio—como Pu- das partes, bajo el pabellón de bandas y estrellas.
vis y Felician Rops. Gustave Moreau y Besnard, El viento frío, los pitos arromadizados, el humo
así como los fragmentos de otros estudios y en- de las chimeneas, el movimiento de las máqui-
sayos que ayudan en el volumen á la comprensión, nas, las mismas ondas ventrudas de aquel m a r es-
al peso, y para decirlo, con mi sentimiento, á la tañado, el vapor que caminaba rumbo á la gran
simpatía que se experimenta por un sincero, por bahía, todo decía: «all right.» Entre las brumas
u n laborioso, por un verdadero y grande expo- se divisaban islas y barcos. Long Island desarro-
sitor de saludables ideas, que es al propio tiem- llaba la inmensa cinta de sus costas, y Staten Is-
positor de saludables ideas, que es al propio tiem- land, como en el marco de mía viñeta, se presen-
po, él también, un señalado, uno que ha hallado taba en su hermosura, tentando al lápiz, ya que
su rumbo cierto, y como él gustará que se le llame, no, por la falta de sol, la máquina fotográfica. So-
un artista silencioso. bre cubierta se agrupan los pasajeros: el comer-
ciante de gruesa panza, congestionado como un
pavo, con encorvadas narices israelitas; el clergy-
man huesoso, enfundado en su largo levitón ne-
gro. cubierto con su ancho sombrero de fieltro, y
diados, y entre ellos uno que representa bien la
fuerza, la claridad, la tradición del espíritu fran-
cés, del allma francesa, el talento más vigoroso de BIBLIOTECA "RODRIGO 'DE LLANO"
los actuales escritores de este país. SECCION DE Í S m m HiSTOUCfiS C£ LA
He nombrado á Paul Adam. Así sobre Elemir
Bourges de obra poco resonante, pero muy esti- UNIVERSIDAD BE NUHfO LECN
mado por los intelectuales, consagra algunas notas,
como sobre León Daudet.
La parte que denomina «El crepúsculo de las téc-
nicas», debía traducirse á todos los idiomas y ser Edgar Alian ?oe
conocida por la juventud literaria que en todos
los países busca una vía, y mira la cultura de Fran- (Fragmento de un estudio.)
cia y el pensamiento francés, como guías y mode-
los. Es la historia del simbolismo, escrita con toda
sinceridad y con toda verdad; y de ella se des-
prenden útilísimas lecciones, enseñanzas cuyo pro-
vecho es inmediato, así el estudio sobre el senti- En una mañana fría y húmeda llegué por primera
mentalismo literario, en que el alma de nuestro vez al inmenso país de los Estados Unidos. Iba el
siglo está analizada con penetración y cordura á «steamer» despacio, y la sirena aullaba roncamen-
la luz de una filosofía amplia y generosa, poco te por temor de u n choque. Quedaba atrás Fire
conocida en estos tiempos de egotismos superhom- Island con su erecto faro; estábamos frente á San-
bríos y otras nieztschedades. No sabría alabar su- cly Hook, de donde nos salió al paso el barco de
ficientemente los capítulos sobre arte, y el home- sanidad. El ladrante slang yanqui sonaba por to-
n a j e á ¡altos artistas—artistas en silencio—como Pu- das partes, bajo el pabellón de bandas y estrellas.
vis y Felician Rops. Gustave Moreau y Besnard, El viento frío, los pitos arromadizados, el humo
así como los fragmentos de otros estudios y en- de las chimeneas, el movimiento de las máqui-
sayos que ayudan en el volumen á la comprensión, nas, las mismas ondas ventrudas de aquel m a r es-
al peso, y para decirlo, con mi sentimiento, á la tañado, el vapor que caminaba rumbo á la gran
simpatía que se experimenta por un sincero, por bahía, todo decía: «all right.» Entre las brumas
u n laborioso, por un verdadero y grande expo- se divisaban islas y barcos. Long Island desarro-
sitor de saludables ideas, que es al propio tiem- llaba la inmensa cinta de sus costas, y Staten Is-
positor de saludables ideas, que es al propio tiem- land, como en el marco de una viñeta, se presen-
po, él también, un señalado, uno que ha hallado taba en su hermosura, tentando al lápiz, ya que
su rumbo cierto, y como él gustará que se le llame, no, por la falta de sol, la máquina fotográfica. So-
un artista silencioso. bre cubierta se agrupan los pasajeros: el comer-
ciante de gruesa panza, congestionado como un
pavo, con encorvadas narices israelitas; el clergy-
man huesoso, enfundado en su largo levitón ne-
gro. cubierto con su ancho sombrero de fieltro, y
en la mano una pequeña Biblia; la muchacha que sistible capital del cheque. Rodeada de islas me-
usa gorra de jokey y que durante toda la trave- nores, tiene cerca á Jersey; y agarrada á Brooklin
sía h a cantado con voz fonográfica, al son de un con la uña enorme del puente, Brooklin, que tiene
banjo; el joven robusto, lampiño como un bebé, sobre el palpitante pecho de acero un ramillete
y que, aficionado al box, tiene los puños de tal de campanarios.
modo, que bien pudiera desquijarar u n rinoceron- Se cree oir la voz de New-York, el eco de un
te de un solo impulso... E n los Narrows se alcanza vasto soliloquio de cifras. ¡Cuán distinta de la
a ver la tierra pintoresca y florida, las fortalezas. voz de París, cuando uno cree escucharla, al acer-
Luego, levantando sobre su cabeza la antorcha sim- carse, halagadora como una canción de amor, de
bólica, queda á un lado la gigantesca Madona de poesía y de juventud! Sobre el suelo de Manha-
la Libertad, que tiene por peana un islote. De mi ttan parece que va á verse surgir de pronto un
alma brota entonces la salutación: «A ti, prolífi- colosal Tío Samuel, que llama á los pueblos todos
ca, enorme, dominadora. A ti. Nuestra Señora de á un inaudito remate, y que el martillo del rema-
la Libertad. A ti, cuyas mamas de bronce alimen- tador cae sobre cúpulas y techumbres produciendo
tan Un sinnúmero de almas y corazones. A ti, que te un ensordecedor trueno metálico. Antes de entrar
alzas solitaria y magnífica sobre tu isla, levantando al corazón del monstruo, recuerdo la ciudad que
la divina antorcha. Yo te saludo al paso de pii vió en el poema bárbaro el vidente Thogorma:
«steamer», prosternándome delante de tu majes-
tad. ¡Ave: Good morning! Yo sé, divino icono, oh Thogorma dans ses yeux vit monter des murailles
magna estatua, que tu solo nombre, el de la ex- De ter dont s' enroulaient des spirales des tours
celsa beldad que encarnas, h a hecho b r o t a r estre- Et des palais cerclés d ' a r a i n sur des blocs lourds;
Ruche énorme, géhenne aux lugubres entrailles
llas sobre el mundo, á la manera del fíat del Señor Ou s' engouffraint les Forts, princes des anciens jours.
Allí están entre todas, brillantes sobre las listas
de la bandera, las que iluminan el vuelo del águi-
la de América, de esta tu América formidable, de Semejantes á los Fuertes de los días antiguos,
ojos azules. Ave, Libertad, llena de fuerza- el Se- viven en sus torres de piedra, de hierro y de cris-
ñor es contigo: bendita tú eres. Pero ¿sabes? se tai, los hombres de Manhattan.
te ha herido mucho p o r el mundo, divinidad, man- En su fabulosa Babel, gritan, mugen, resuenan,
chando tu esplendor. Anda en la tierra otra que braman, conmueven la Bolsa, ' la locomotora, la
ha usurpado tu nombre, y que, en vez de la an- fragua, el banco, la imprenta, el dock y la urna
torcha, lleva la tea. Aquélla no es la Diana sagra- electoral. El edificio Produce Exchange entre sus
da de las incomparables flechas: es Hécate.» m u r o s de hierro y granito reúne tantas almas cuan-
Hecha mi salutación, mi vista contempla la masa tas hacen un pueblo... He allí Broadway. Se expe-
enorme que está al frente, aquella tierra corona- rimenta casi una impresión dolorosa; sentís el do-
da de torres, aquella región de donde casi sentís minio del vértigo. Por un gran canal cuyos lados
que viene un soplo subyugador y terrible: Man- los forman casas monumentales que ostentan sus
hattan. la isla de hierro, New-York, la sanguínea, cien ojos de vidrios y sus tatuajes de rótulos,
la ciclópea, la monstruosa, la tormentosa, la irre- pasa un río caudaloso, confuso, de-comerciantes^
corredores, caballos, tranvías, ómnibus, hombres- engorda y se multiplica; su nombre es Legión.
sand-sandwichs vestidos de anuncios, y mujeres Por voluntad de Dios suele brotar de entre esos
bellísimas. Abarcando con la vista la inmensa ar- poderosos monstruos, algún sér de superior natu-
teria en su h e r v o r continuo, llega á sentirse la raleza, que tiende las alas á la eterna Miranda de
angustia de ciertas pesadillas. Reina la vida del lo ideal. Entonces, Calibán mueve contra él á Si-
hormiguero: un hormiguero de percherones gigan- corax, y se le destierra ó se le mata. Esto vió el
tescos, de carros monstruosos, de toda clase de mundo con Edgar Alian Poe, el cisne desdichado
vehículos. El vendedor de periódicos, rosado y ri- que mejor ha conocido el ensueño y la muerte...
sueño, salta como u n gorrión, de tranvía en tran- ¿ P o r qué vino tu imagen á mi memoria, Stella,
vía, y grita al p a s a j e r o ¡intanrsooonwoood! lo que Alma, dulce reina mía, tan presto ida para siem-
quiere decir si gustáis comprar cualquiera de esos pre, el día en que, después de recorrer el hirviente
tres diarios el «Evening Telegram», el «Sun» ó el Broadwav, m e puse á leer los versos de Poe, cuyo
«World.» El ruido es mareador y se siente en el nombre de Edgar, harmonios© y legendario, en-
aire una trepidación incesante; el repiqueteo de cierra tan vaga y triste poesía, y he visto desfi-
los cascos, el vuelo sonoro de las ruedas, parece lar la procesión de sus castas enamoradas á través
á cada instante aumentarse. Temeríase á cada mo- del polvo de plata de un místico ensueño ? Es por-
mento un choque, un fracaso, si no se conociese que tú eres hermana de las liliales vírgenes can-
que este i n m e n s o río (pie corre con una fuerza tadas en brumosa lengua inglesa por el soñador in-
de alud, lleva en sus ondas la exactitud de una feliz, príncipe de los poetas malditos. Tú como ellas
máquina. E n lo m á s intrincado de la muchedumbre, eres llama del infinito amor. Frente al balcón,
en lo más convulsivo y crespo de la ola de movi- vestido de rosas blancas, p o r donde en el Paraíso
miento, sucede q u e una lady anciana, bajo su ca- asoma tu faz de generosos y profundos ojos, pasan
pota negra, ó u n a miss rubia, ó u n a nodriza con su tus hermanas y te saludan con u n a sonrisa, en la
maravilla de tu virtud, ¡oh mi ángel consolador,
bebé quiere pasar de una acera á otra. Un corpu-
oh mi esposa! La primera que pasa es Irene, la da-
lento policeman alza la mano; detiénese el torren- ma brillante de palidez extraña, venida de allá,
te; pasa la d a m a ; ¡all right! de los mares lejanos; la segunda es Eulalia, la dul-
«Esos cíclopes...» dice Groussac; «esos feroces ce Eulalia de cabellos de oro y ojos de violeta,
calibanes...» escribe Peladan. ¿Tuvo razón el raro que dirige al cielo su mirada; la tercera es Leo-
Sar al 10 amar así á estos hombres de la América nora, llamada así por los ángeles, joven y radiosa
del Norte? Calibán reina en la isla de Manhattan, en el Edén distante; la otra es Francés, la amada
en San Francisco, en Boston, en Washington, en que calma las penas con su recuerdo; la otra es
todo el país. Ha conseguido establecer el imperio Ulalume, cuya sombra yerra en la nebulosa región
de la materia desde su estado misterioso con Edi- de Weir, cerca del sombrío lago de Auber; la otra
son. hasta la apoteosis del puerco, en esa abruma- Ilelen, la que fué vista por la primera vez á la
dora ciudad de Chicago. Calibán se satura de wish- luz de perla de la l u n a ; la otra Annie, la de los
ky, como en el drama de Shakespeare de vino; ósculos y las caricias y oraciones por el adorado;
se desarrolla y crece: y sin ser esclavo de ningún
Próspero, ni martirizado por ningún genio del aire, Los raros—2
la otra Annabel Lee, qne amó con un amor envi-
¿Es que en el número de los escogidos, de los
dia de los serafines del cielo; la otra Isabel, la de aristócratas del espíritu, n o estaba ya pesado en
los amantes coloquios en la claridad lunar; Ligeia, su propio valor, el odioso fárrago del canino Gris-
en fin, meditabunda, envuelta en un velo de extra- wold? La infame autopsia moral que se hizo del
terrestre esplendor... Ellas son, candido coro de •ilustre difunto debía tener esa bella protesta. Ha
ideales oceanidas, quienes consuelan y enjugan la de ver ya el mundo libre de mancha al cisne in-
frente al lírico Prometeo amarrado á la montaña maculado.
Yankee, cuyo cuervo, m á s cruel aun que el buitre Poe, como un Ariel hecho hombre, diríase que
esquiliano, sentado sobre el busto de Palas, tor- h a pasado su vida bajo el flotante influjo de un
tura el corazón del desdichado, apuñalándole con extraño misterio. Nacido en un país de vida prác-
la monótona palabra de la desesperanza. Así tú tica y material, la influencia del medio obra en él
para mí. En medio de los martirios de la vida, me al contrario. De mi país de cálculo brota imagi-
refrescas y alientas con el aire de tus alas, por- nación tan estupenda. El don mitológico parece
que si partiste en tu f o r m a humana al viaje sin nacer en él por lejano atavismo y vese en su poesía
retorno, siento la venida de tu sér inmortal, cuando un claro rayo del país de sol y azul en que nacie-
las fuerzas me faltan ó cuando el dolor tiende r o n sus antepasados. Renace en él el alma caba-
hacia mí el negro arco. Entonces, Alma, Stella, lleresca de los Le Poer alabados en las crónicas
oigo sonar cerca de mí el oro invisible de tu escu- de Generaldo Gambresio. Amoldo Le Poer lanza
do angélico. Tu nombre luminoso y simbólico sur- en la Irlanda de 1327 este terrible insulto al ca-
ge en el cielo de mis noches como un incompara- ballero Mauricio de Desmond: «Sois un rima-
ble guía, y p o r tu claridad inefable llevo el incien- dor.» Por lo cual se empuñan las espadas y se
so y la inirra á la cuna de la eterna Esperanza. traba una riña q u e es el prólogo de guerra san-
grienta. Cinco siglos después, un descendiente del
provocativo Amoldo glorificará á su raza, erigien-
I.—EL HOMBRE do sobre el rico pedestal de la lengua inglesa, y
en un nuevo mundo, el palacio de oro de sus
La influencia de Poe en el arte universal ha sido rimas.
suficientemente honda y transcendente para que El noble abolengo de Poe, ciertamente, no in-
su nombre y su obra no sean á la continua recor- teresa sino á «aquellos que tienen gusto de ave-
dados. Desde su muerte acá, no hay año casi en riguar los efectos producidos por el país y el lina-
que, ya en el libro ó en la revista, no se ocupen je en las peculiaridades mentales y constitucio-
del excelso poeta americano, críticos, ensayistas nales de los hombres de genio,» según las palabras
y poetas. La obra de Ingram iluminó la vida del de la noble señora Whitman. Por lo demás, es
h o m b r e ; nada puede aumentar la gloria del soña- él quien hoy da valer y honra á todos los pasto-
dor maravilloso. Por cierto que la publicación de res protestantes, tenderos, rentistas ó mercachi-
aquel libro cuya traducción á nuestra lengua hay fles que lleven su apellido en la tierra del hono-
que agradecer al señor Mayer, estaba destinada al rable padre de su patria, Jorge Washington.
grueso público, Sábese que en el linaje del poeta hubo un bravo
Sir Rogerio que batalló en compañía de Strong- y sin voz, como el Dante de la Vita Nuova...»
bow; un osado Sir Amoldo que defendió á una Es el hombre que ha sufrido ya, que conoce p o r
sus propias desgarradas carnes cómo hieren las
lady acusada de b r u j a ; una m u j e r heroica y viril,
asperezas de la vida. E n el primero, el artista pa-
la célebre «Condesa» del tiempo de Cromwell; y rece haber querido hacer una cabeza simbólica.
pasando sobre enredos genealógicos antiguos, un En los ojos, casi ornitomorfos, en el aire, en la
general de l o s Estados Unidos, su abuelo. Des- expresión trágica del rostro, Chiffart ha intentado
pués de todo, ese sér trágico, de historia tan ex- pintar al autor del «Cuervo,» al visionario, al
traña y romanesca, dió su primer vagido entre «unhappy Master» más que al hombre. En el se-
las coronas marchitas de una comedianta, la cual gundo hay más realidad: esa mirada triste, de
le dió vida bajo el imperio del más ardiente amor. tristeza contagiosa, esa boca apretada, ese vago
La pobre artista había quedado huérfana desde gesto de dolor y esa frente ancha y magnífica en
muy tierna edad. Amaba el teatro, era inteligente donde se entronizó la palidez fatal'del sufrimien-
y bella, y de esa dulce gracia nació el pálido y to, pintan al desgraciado en sus días de mayor
melancólico visionario que dió al arte un mundo infortunio, quizá en los que precedieron á su muer-
nuevo. te. Los otros retratos, como el de Halpin para la
Poe nació con el envidiable don de la belleza edición de Amstrong, nos dan ya tipos de lechu-
corporal. De todos los retratos que he visto su- guinos de la época, ya caras que nada tienen que
yos, ninguno da idea de aquella especial hermo- ver con la cabeza bella é inteligente de que habla
sura que en descripciones han dejado muchas de Clark. Nada más cierto que la observación de Gau-
las personas que le conocieron. No hay duda que tier:
en toda la iconografía poeana, el retrato que debe «Es raro que un poeta, dice, que un artista sea
representarle m e j o r es el que sirvió á Mr. Clar- conocido bajo su primer encantador aspecto. La
ke para publicar un grabado que copiaba al poeta reputación 110 le viene sino muy tarde, cuando
en el tiempo en que éste trabajaba en la empresa ya las fatigas del estudio, la lucha por la vida y
de aquel caballero. El mismo Clarke protestó con- las torturas de las pasiones han alterado su fiso-
tra los falsos retratos de Poe que después de su nomía primitiva: apenas deja sino una máscara
muerte se publicaron. Si no tanto como los que usada, marchita, donde cada dolor ha puesto por
calumniaron su hermosa alma poética, los que des- estigma una magulladura ó una arruga.»
figuran la belleza de su rostro son dignos de la Desde niño Poe «prometía una gran belleza.» (1)
más justa censura. De todos los retratos que han Sus compañeros de colegio hablan de su agili-
llegado á mis manos, los que más me han llamado dad y robustez. Su imaginación y su temperamento
la atención son el de Chiffart, publicado en la nervioso estaban contrapesados por la fuerza de
edición ilustrada de Quantin, de los «Cuentos ex- sus músculos. El amable y delicado ángel de poe-
traordinarios,» y el grabado p o r R. Loncup para sía, sabía dar excelentes puñetazos. Más tarde dirá
la traducción del libro de Ingram por Mayer. En
ambos Poe ha llegado ya á la edad madura. No
es por cierto aquel gallardo jovencito sensitivo (1) Ingram.
que al conocer á Elena Stannard, quedó trémulo
de él una buena señora: «Era un muchacho bo- b a á él, y, con 'u(na mirada tranquila y fija, parecía
nito.» (1) <pie mentalmente estaba midiendo el calibre de la
Cuando entra á West Point hace notar en él un persona que estalla ajena de ello.—¡Qué ojos tan
colega, Mr. Gibson, su «mirada cansada, tediosa y tremendos tiene el señor Poe!—me dijo una señora.
hastiada.» Ya en su edad viril, recuérdale el biblió- Me hace helar l a sangre el verle darse vuelta len-
filo Gowans: «Poe tenía un exterior notablemente tamente y fijarlos sobre mí cuando estoy hablan-
agradable y que predisponía en su favor: lo que do.» (1) La misma agrega: «Usaba un bigote negro,
las damas llamarían claramente bello.» Una per- esmeradamente cuidado, pero que no cubría com-
sona que le oye recitar en Boston, dice: «Era la pletamente una expresión ligeramente contraída de
mejor realización de mi poeta, en su fisonomía, la boca y u n a tensión ocasional del labio superior,
aire y manera.» Un precioso retrato es hecho de (pie se asemejaba á una expresión de mofa. Esta
mofa e r a fácilmente excitada y se manifestaba por
mano femenina: «una talla algo menos que do
u n movimiento del labio, apenas perceptible y,
altura mediana quizá, pero tan perfectamente pro- sin embargo, intensamente expresivo. No había en
porcionada y coronada por u n a cabeza tan noble, ella nada de malevolencia; pero sí mucho sarcas-
llevada tan regiamente, que, á mi juicio de mucha- mo.» Sábese, pues, que aquella alma potente y ex-
cha, causaba la impresión de una estatura domi- traña estaba encerrada en hermoso vaso. Parece
nante. Esos claros y melancólicos ojos parecían que la distinción y dotes físicas deberían ser nati-
mirar desde una eminencia...» (2) Otra dama re- vas en todos los portadores de la lira. ¿Apolo, el
cuerda la extraña impresión de sus ojos: «Los ojos crinado numen lírico, no es el prototipo de la be-
de Poe, en verdad, eran el rasgo que más impre- lleza viril? Mas no todos sus hijos nacen con dote
sionaba y era á ellos á los que su cara debía su tan espléndido. Los privilegiados se llaman Goe-
atractivo peculiar. Jamás he visto otros ojos que the, Byron, Lamartine, Poe.
en algo se l e parecieran. E r a n grandes, con pes-
tañas largas y u n negro de azabache: el iris acero- Nuestro poeta, por su organización vigorosa y
gris, poseía una cristalina claridad y transparan- cultivada, pudo resistir esa terrible dolencia que
cia, á través de la cual la pupila negra-azabache un médico escritor llama con gran propiedad «la
se veía expandirse y contraerse, con toda som- enfermedad del ensueño.» E r a un sublime apasio-
bra de pensamiento ó de emoción. Observé que nado, un nervioso, uno de esos divinos semilocos
los párpados jamás se contraían, como es tan usual necesarios para el progreso humano, lamentables
en la mayor parte de las personas, principalmente cristos del arte, que por amor al eterno ideal tie-
nen su calle de la amargura, sus espinas y su cruz.
cuando hablan; pero su mirada siempre era llena,
Nació con la adorable llama de la poesía, y ella le
abierta y sin encogimiento ni emoción. Su ex- alimentaba al propio tiempo que era su martirio.
presión habitual era soñadora y triste: algunas Desde niño quedó huérfano y le recogió un hom-
veces tenía un modo de dirigir una mirada ligera, b r e que jamás podría conocer el válor intelectual
de soslayo, sobre alguna persona que no le observa- de su hijo adoptivo. El señor Alian—cuyo nombre
afts
su corazón, deseoso de algo extraño/ y sus labios autor de «Las Orientales»; el que debía escribir
estaban sedientos del vino divino. Copa de oro los «Poemas antiguos» y los «Poemas bárbaros»,
inagotable, llena del celeste licor, fué para él la no podía sino contemplar con estupor la creación
poesía de Hugo. Al llegar «Las Orientales» á sus de ese orbe constelado, vario, profuso y estupen-
manos, al ver esos fulgurantes poemas, la luz mis- do que se llama «La Leyenda de los siglos.» Lue-
ma de su cielo patrio le pareció brillar con un res- go, fué á él, barón, par, príncipe, á quien el Carlo-
plandor nuevo; la montaña, el viento africano, las magno de la lira dirigiera este corto mensaje im-
olas, las aves de las florestas nativas, la natura- perial y fraternal: «Jungamus dextras.» Después,
leza toda, tuvo para él voces despertadoras que le él fué siempre el privilegiado. Hugo le consagró.
iniciaron en un culto arcano y supremo. Y cuando Hugo fué conducido al Pantheon, fué
Imaginaos un Pan que vagase en la montaña so- Leconte de Lisie quién entonó el himno más fer-
nora, poseído de la fiebre de la harmonía, en bus- viente en honor de quien entraba á la inmortali-
ca de la caña con que h a b r í a de hacer su rústica dad. Posteriormente, al ocupar su sillón en la Aca-
flauta, y á quien de pronto diese Apolo una lira demia, colocó aún más triunfales palmas y coro-
y le enseñase el arte de a r r a n c a r de sus cuerdas nas en la tumba del César literario. Recorrió con
sones sublimes. No de otro modo aconteció al poe- su pensamiento la historia de la poesía universal,
ta que debiera salir de la t i e r r a lejana en donde para llegar á depositar sus trofeos en aras del
nació, para levantar en la capital del Pensamien- daimon desaparecido, y presentó con la magia d i
to un templo cincelado en el más bello paros, en su lenguaje la creación toda de Hugo. Hizo apa-
honor del Dios del arco de plata. recer con sus prestigios incomparables «Las Orien-
tales», cuya lengua y movimiento, según confesión
El que fué impecable a d o r a d o r de la tradición propia, ñieron para el una revelación; el prefacio
clásica pura, debía pronunciar en ocasión solemne, de «Cromwell», oriflama de guerra, tendido al vien-
delante de la Academia francesa que le recibía en to; las «Hojas de otoño»; los «Cantos del crepúscu-
su seno, estas palabras: «Las formas nuevas son lo», las «Voces interiores», los «Rayosl» y las «Som-
la expresión necesaria de las concepciones origi- bras», á propósito de los cuales lanzó una flecha
nales.» Digna es tal declaración de quien sucedie- 1 de su carcaj dirigida al sentimentalismo, los «Cas-
r a á Hugo en la asamblea de los «inmortales» y • tigos», llenos de rayos y relámpagos, bajo los cua-
de quien como su sacrocesáreo antecesor, fué jefe les coloca los «Yambos» de Chenier y las «Trá-
de escuela, y de escuela que tenía p o r fundamento gicas» de Agrippa d' Aubigné; «La Leyenda de los
principal el culto de la forma. Hugo fué en verdad j siglos», «que permanecerá como la prueba brillante
para él la encarnación de la poesía. Leconte de ! de una potencia verbal inaudita, puesta al servi-
Lisie no reconocía de la Trinidad romántica, sino ] cio de una imaginación incomparable.» Y todos
la omnipotencia del «Padre», Musset; «el Hijo», y I los poemas posteriores, «Canciones de calles y bos-
Lamartine «el Espíritu», apenas si merecieron una ¡ ques», «Año terrible», «Arte de ser abuela», el «Pa-
mirada rápida de sus ojos sacerdotales. Y es que pa», la «Piedad suprema», «Religión y religiones«»,
Hugo ejercía sobre él la atracción astral de los «El asno Torquemada» y los «Cuatro vientos del
genios individuales y absolutos; el hijo de la isla Espíritu.» De todas estas últimas obras nombra-
oriental fué iniciado en el secreto del arte por el j
das, la que llama su atención principalmente es íenido desde la infancia el hábito de frecuentar
«Torquemada.» ¿Por qué? Porque Leconte de Lis- un círculo de genios anteriores, entre los cuales
ie sentía el pasado con una fuerza de visión insu- Sófocles, Platón, Virgilio, Lafontaine, Corneiüe y
perable, á pnnto de que Guyau llama á la Trilo- Moliére no ocupan sino un segundo término y en
gía «Nueva Leyenda de los siglos.» «Bien que nin- donde Montaigne, Racine, Pascal, Bossuet, La Bru-
gún siglo, escribe el poeta, haya igualado al nues- yere no penetran, se comprende fácilmente que
tro en la ciencia universal; que la historia, las len- el día en que ese gran genio distingue entre la
guas. las costumbres, las teogonias de los pueblos muchedumbre que se agita á sus pies un poeta y
antiguos nos sean reveladas de año en año por le marca en la frente con el signo con que h a
tantos sabios ilustres; que los hechos y las ideas, de reconocer, en lo porvenir, á los de su raza y
la vida íntima y la vida exterior; que todo lo que familia, ese poeta tendrá el derecho de estar or-
constituye la razón de ser, de creer, de pensar de gulloso. Ese poeta sois vos, señor.»
los hombres desaparecidos, llama la atención de Fueron ciertamente los «Poemas bárbaros» la
las inteligencias elevadas, nuestros grandes poe- anunciación espléndida de un grande y nuevo poe-
tas han r a r a m e n t e intentado volver intelectualmen- ta. ¿Qué son esos poemas? Visiones formidables
te la vida al pasado.» Tiempos primitivos, Edad de los pasados siglos, los horrores y las grande-
Media, todo lo que se halla respecto á nuestra zas épicas de los bárbaros evocados por un lati-
edad contemporánea como en una lejanía de en- no que emplea p a r a su obra versos de bronce,
sueño, atrae la imaginación del vate severo. La versos de hierro, rimas de acero, estrofas de gra-
exposición de la obra novelesca de Víctor Hugo, nito. Caín surge en el ensueño del vidente Tho-
dióle motivo para lanzar otra flecha que fué di- gorma, en un poenuai primitivo, bíblico, que se
rectamente á clavarse en el pecho robusto de Zola, desarrolla en la misteriosa, inmemorial «ciudad
de la angustia», en el país de Hevila. Caín es el
cuando habló de la epidemia que se hace sentir
mensajero de la nada. Luego, es aún en la Biblia
directamente e n una parte de nuestra literatura, y donde se halla el origen de otros poemas; la viña
contamina l o s últimos años de un siglo que se de Naboth, el Eclesiastés, que declara como la
abriera con tanto brillo y proclamara tan ardien- irrevocable Muerte es también mentira; después
temente su a m o r á lo bello» y de «el desdén de el poeta va de u n punto á otro, extraño cosmo-
la imaginación y del ideal que se instala impru- polita del pasado; á Tebas, donde el rey Khons
dentemente en muchos espíritus obstruidos por descansa en su barca dorada; á Grecia donde sur-
teorías groseras y malsanas.» «El público letra- girá la monstruosa Equidna, ó un grupo de hir-
do, agrega, no tardará en a r r o j a r con desprecio sutos combatientes; á la Polinesia, en donde apren-
lo que aclama hoy con ciega admiración. Las epi- derá el génesis indígena; al boreal país de los
demias de esta naturaleza pasan y el genio perma- N o m o s y escaldas, donde Snorr tiene su infer-
nece.» nal visión; á Irlanda, tierra de bardos. Y se ad-
Al contestar el discurso del nuevo académico, vierten blancas pinturas de países frígidos, figu-
Alejandro Dumas, hijo, entre sonrisa y sonrisa, ras cinceladas en nieve; Angantir que dialoga con
quemó en h o n o r del recién llegado este puñado Los raros —3
de incienso: «Cuando un gran genio (Hugo) ha
Hervor; Hialmar que clama trágicamente, el oso
que llora, los cantos de los cazadores v runoyas- tico de Ultra-Rhin y del realismo de los lakistas,
el norte aun, el país de Sigurd; los elfos que" co- se turba y se disipa. Nada menos vivo y menos
ronados de tomillo danzan á la luz de la luna, original, bajo el aparato más ficticio. Un arte de
en un aire germánico de balada; cantos tradicio- segunda mano, híbrido é incoherente. Arcaísmo
nales; Kono de Kemper; el terrible poema de '. de la víspera, nada más. La paciencia pública se
Mona; cuadros orientales como la preciosa y mu- ha cansado de esta comedia sonoramente repre-
sical «Yerandah»; las fases ásperas de la natura- sentada á beneficio de una autolatría de présta-
leza; el desierto; la india y sus pagodas y fakires; .j mo. Los maestros se han callado ó quieren callar-
Córdoba morisca; fieras y aves de rapiña; fuen- se, fatigados de sí mismos, olvidados ya, solitarios
tes cristalinas, bosques salvajes; la historia reli- en medio de sus obras infructuosas. Los poetas
giosa, la leyenda, el Romancero; América, los An- nuevos, criados en la vejez precoz de una estéti-
ca infecunda, deben sentir la necesidad de remo-
des...; y sobre todo esto, el «Cuervo», el cuervo
jar en las fuentes eternamente puras la expresión
desolador, y la silenciosa, fatal, pálida y como usada y debilitada de los sentimientos generosos.
deseada imagen de la Muerte, acompañada de su El tema personal y sus variaciones demasiado re-
obscuro paje, el dolor. petidas, han agotado la atención; con justicia ha
En los «Poemas antiguos» resucita el espíen- ' venido la indiferencia, pero si es posible abando-
dor de la belleza griega, lanzando al mismo tiempo : nar á la mayor brevedad esa vía estrecha y banal,
un manifiesto, á manera de prólogo. He aquí lo ] es preciso aun no entrar en un camino más difí-
que pensaba de los tiempos modernos: «Desde Ho- cil y peligroso, sino fortificado por el estudio y
mero, Esquilo y Sófocles que representan la poe- la iniciación.
sía en su vitalidad, en su plenitud y en su unidad
harmónica, la decadencia y la barbarie han inva- Una vez sufridas esas pruebas expiatorias, una
dido el espíritu humano. vez saneada la lengua poética, las especulaciones
En lo tocante á arte original, el mundo romano ] del espíritu perderán algo de su verdad y su ener-
gía cuando dispongan de formas más netas y más
está al nivel de los Dacios y de los Sármatas; el i
precisas. Nada será abandonado ni olvidado; la
cielo cristiano, todo es bárbaro. Dante, Shakes- base pensante y el arte habrán recobrado la savia
peare y Mil ton, no tienen sino la altura de su ge- i y el vigor, la harmonía y la unidad unidas. Y más
nio individual; su lengua y sus concepciones, son ] tarde, cuando esas inteligencias profundamente agi-
bárbaras. La escultura se detiene en Fidias y en 1 tadas se hayan aplacado, cuando la meditación de
Lisipo: Miguel Angel no ha fecundado nada; su 1 los principios descuidados y la regeneración de
obra, admirable en sí misma, ha abierto una vía las formas hayan purificado el espíritu y la letra,
desastrosa. ¿Qué queda, pues, de los siglos trans- ¡ dentro de mi siglo ó dos, si todavía la elaboración
curridos después de la Grecia? Algunas"individua- . de los tiempos nuevos no implica una gestación
hdades potentes, algunas grandes obras sin liga y más alta, tal vez la poesía llegaría á ser el verbo
sin unidad. La poesía moderna, reflejo confuso inspirado é inmediato del alma humana...»
de la personalidad fogosa de Bvron, de la religio-
sidad ficticia de Chateaubriand, del ensueño mís- Esa declaración demuestra el por qué Leconte
de Lisie no vibraba á ningún soplo moderno, á
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ninguna conmoción contemporánea, y se refugia- urna griega; pudo el germánico Goethe despertar
ba, como Keats, aunque de otra suerte, en viejas á Helena después de u n sueño de siglos y hacer
edades paganas en cuyas fuentes su Pegaso se que iluminase la frente de Euforión la luz divina,
abrevaba á su placer. y que Juan Pablo escribiese una famosa metáfo-
Los «Poemas trágicos» completan la trilogía. Hay ra. Leconte de Lisie desciende directamente de
como en los anteriores una rica variedad de te- Homero; y si fuese cierta la transmigración de
mas, predominando los paisajes exóticos, recons- las almas, no hay duda de que su espíritu estuvo
trucciones históricas, ó fantásticas y brillantes pin- en los tiempos heroicos encarnado en algún aeda
turas de asuntos legendarios. El kalifa de Damasco, famoso ó en algún sacerdote de Delfos.
a b r e la serie, entre imanes de Meca y emires de Bien sabida es la historia del Hamlet antiguo,
Oriente. de Orestes, el desventurado parricida, armado por
Es este un libro purpúreo. Los «Poemas bárba- el destino y la venganza, castigador del materno
ros» son u n libro negro. La palabra más usada en crimen, y perseguido por las desmelenadas y ho-
ellos es noir. Libro rojo es este, ciertamente, que rribles Furias. Sófocles en su «Electra», Eurípi-
comienza con la apoteosis de Muza-al-Kebir, en des, Voltaire, Alfieri, han llevado á la escena al
país oriental, y concluye en la Grecia de OrestesJ .trágico personaje.
con la tragedia funesta de las Erinnias ó Furias. Leconte de Lisie, en clásicos alejandrinos que
Oiréis entre tanto un canto de muerte de los bien valen p o r hexámetros de la antigüedad, evo-
galos del siglo sexto, clamores de moros medioeva- ca en la parte primera de su poema á Clitemnes-
les; veréis la caza del águila, en versos que no tra, en el pórtico del palacio de Pelos; á Tallibios
h a r í a mejores un numen artífice; después del águi- y Euribates, y un coro de ancianos, asimismo la
sollozante Casandra de profética voz. En la se-
la vuela el albatros, el «prince des nuages» de Bau-
gunda parte, ya cometido el crimen de su madre,
delaire; pasan lúgubres ancianos como Magno, frai- Orestes, vengará, apoyado por el impulso sororal
les como el abad Jerónimo, cual surge en poema de Electra, la sangre de su padre. Las Furias le
que sin duda alguna, Nuñez de Arce leyó antes persiguen entre clamores de horror.
de escribir «La visión de fray Martín»; mons-
truos simbólicos como la Bestia escarlata; tipos del El poeta, como traductor, fué insigne. A Homero,
romancero español como don Fadrique, y entre Sófocles, Hesiodo, Teócrito, Bion, Mosco, tradú-
todo esto el severo bardo 110 desdeña jugar con jolos en prosa rítmica y purísima en cuyas ondas
parece que sonasen las músicas de los metros ori-
la musa, y ensaya el pantum malayo, ó rima la
ginales. Conservaba la ortografía de los idiomas
villanelle como su amigo Banville. antiguos; y así sus obras tienen á la vista una aris-
Las «Erinnias» es obra de quien puede recorrer tocracia tipográfica que no se encuentra en otras.
el campo de la poesía griega, y conversar con Pa-
Cuando Hugo estalla en el destierro la poesía
rís, Agamenón ó Clitenmestra. Artistas egregios ha apenas tenía vida en Francia, representada por unos
habido que hayan comprendido la antigüedad pro- pocos nombres ilustres. Entonces fué cuando los
f u n d a y extensamente; mas de seguro ninguno con parnasianos levantaron su estandarte, y buscaron
la soberanía, con el poder de Leconte de Lisie. ¡un jei'e que ios condujese á la campaña. ¡El Par-
P u d o Keats escribir sus célebres versos á mía
naso! No fué más bella la lucha romántica, ni tu-
dejamos todo eso á la puerta de Leconte de Lisie,
vieron los Joven-Francia más rica leyenda que la !
como s e quita un vestido de carnaval, para llegar
de los parnasianos, contada admirablemente por á la casa familiar. Teníamos alguna semejanza con
u n o de sus más bravos y gloriosos capitanes. De • esos jóvenes pintores de Venecia que después de
esa leyenda encantadora y vivida, 110 puedo menos trasnochar cantando en góndola y acariciando los
que traducir la hermosa página consagrada al can- cabellos rojos de bellas muchachas, tomaban de
tor excelso por quien hoy viste luto la poesía de repente un aire reflexivo, casi austero, para en-
Francia, la Poesía universal. trar al taller del Ticiano.
«...Y lo que nos faltaba también era una firme dis- »Ninguno de aquellos que han sido admitidos en
ciplina, una línea de conducta precisa y resuelta. el salón de Leconte de Lisie, olvidará nunca el re-
Ciertamente, el sentimiento de la Belleza, el ho- ; cuerdo de esas nobles y dulces tardes, que durante
r r o r de las abobadas sensiblerías que deshonra- tantos años, fueron nuestras más bellas horas. Con
ban entonces la poesía francesa, lo teníamos nos- ¡ qué impaciencia al pasar cada semana esperába-
otros! ¡Pero qué! tan jóvenes, desordenadamente ; mos el sábado, el precioso sábado, en que nos era
y un poco al azar era como nos arrojábamos á la dado encontrarnos, unidos en espíritu y corazón,
brega, y marchábamos á la conquista de nuestro j alrededor de aquel que te nía nuestro corazón y
ideal. Era tiempo de que los niños de antes toma- | toda nuestra ternura! Era en un saloncito, en el
ran actitudes de hombres, que de nuestro cuerpo : quinto piso de una casa nueva, boulevard de los
de tiradores formase un ejército regular. Nos fal- 1 Inválidos, en dohde nos jimtábamos para contar-
taba la regla, una regla impuesta de lo alto, y 1 nos nuestros proyectos, llevar nuestros versos nue-
que sobre dejarnos nuestra independencia intelec- j vos, y solicitar el juicio de nuestros camaradas y
tual, hiciera concurrir gravemente, dignamente, fl de nuestro grande amigo. Los que han hablado de
nuestras fuerzas esparcidas, á la victoria entrevista, i entusiasmo mutuo, los que han acusado á nues-
Esta regla la recibimos de Leconte de Lisie. Des- J tro grupo de demasiada complacencia consigo mis-
de el día en que François Coppée, Villiers de l'Isle I mo, esos, en verdad, han sido mal informados.
Adam, y yo, tuvimos el honor de ser conducidos á j Creo que ninguno de nosotros se ha atrevido, en
casa de Leconte de Lisie,—M. Luis Ménard, el poe- 1 casa de Leconte de Lisie, á formular un elogio ó
ta y filósofo, fué nuestro introductor,—desde el I mía crítica sin llevar íntimamente la convicción
día en que tuvimos la alegría de encontrar en casa I de decir la verdad. Ni m á s exagerado el elogio,
del maestro á José María de Ileredia y á León j que acerba la desaprobación.
Dierx, de ver allí á Armand Silvestre, de rencon- 1 «Espíritus sinceros, he ahí en efecto lo que éra-
t r a r á Sully Prudhomme, desde ese día data, ha- I mos: y Leconte de Lisie nos daba el ejemplo de
blando propiamente, nuestra historia, que cesa de 1 esa franqueza. Con rudeza que sabíamos que era
ser una leyenda; y entonces fué cuando nuestra i amable, sucedía que á menudo censuraba resuelta-
adolescencia se convirtió en virilidad. En verdad I mente nuestras obras nuevas, reprochaba nues-
nuestra juventud de ayer n o estaba muerta de 1 tras perezas y reprimía nuestras concesiones. Por-
ningún modo, y no habíamos renunciado á las aza- j que nos amaba no era indulgente. Pero también
rosas extravagancias en el arte y en la vida. Pero | qué precio daba á los elogios, esta acostumbra-
da severidad! Yo no sé que exista mayor gozo que
re, su fe de poetas, y que se agrupaban, con una
recibir la aprobación de un espíritu justo y fir- religión que nunca ha excluido la libertad de pen-
me. Sobre todo, no creáis, por mis palabras, que samiento, alrededor de un maestro venerado, po-
Leconte de Lisie haya nunca sido uno de esos ge- bre como ellos!
nios exclusivos, deseosos de crear poetas á su ima- »Otro error sería creer que nuestras reuniones
gen, y que no aman en sus hijos literarios sino familiares fuesen sesiones dogmáticas y morosas.
su propia semejanza! Al contrario. El autor de Leconte de Lisie era de aquellos que pretenden
«Ivain» es quizá, de todos los inventores de este apartar, sobre todo del elogio, su personalidad ín-
tiempo, aquel cuya alma se abre más ampliamente tima y por tanto mi conversación no tendrá aquí
á la inteligencia de las vocaciones y de las obras anécdotas. No diré do las sonrientes dulzuras de
más opuestas á su propia naturaleza. El 110 pre- una familiaridad de que estábamos tan orgullosos,
tende que nadie sea lo que él es magníficamente. de las cordialidades de camarada que tenía con
La sola disciplina que imponía—era la buena—con- nosotros el gran poeta, ni de las charlas al amor
sistía en la veneración del Arte, y el desdén de del hogar,—porque se e r a serio, pero alegre,—ni
los triunfos fáciles. El era el buen consejero de todo el bello humor casi infantil de nuestras apaci-
las probidades literarias, sin impedir jamás el vue- bles conciencias de artistas en el querido salón,
lo personal de nuestras aspiraciones diversas, él poco lujoso, pero tan neto y siempre en orden,
fué, él es aún, nuestra conciencia poética misma como una estrofa bien compuesta; mientras la pre-
A él es á quien pedimos, en las horas de duda, sencia de una joven en medio de nuestro amisto-
que nos prevenga del mal. El condena, ó absuelve so respeto, agregaba su gracia á la poesía espar-
y estamos sometidos. cida.» 1
«¡ Ah! yo me acuerdo aún de todas las bromas que Tal es el recuerdo que consagra Catulle Mendés
se hacían entonces, sobre nuestras reuniones en en uno de sus mejores libros, al hoy difunto jefe
el salón de Leconte de Lisie. ¡ Y bien! los burlones del Parnaso. El alentó á los que le rodeaban, como
no tenían razón, pues, en verdad, lo creo y lo en otro tiempo Ronsard á los de la Pléyade, al
digo,—en esta época felizmente desaparecida en cual cenáculo ha consagrado Leconte de Lisie muy
que la poesía era por todas partes burlada; en entusiásticas frases; pues quien en «Las Erinnias»
que hacer versos tenía este sinónimo: morir de pudo renovar la máscara esquiliana, miraba con
hambre; en que todo el triunfo, todo el renombre, simpatía á Ronsard, que tuvo el fuego pindárico,
pertenecía á los rimadores de elegías y verseros anhelo de perfección y amor absoluto á la Be-
de couplets, á los lloriqueadores y á los risueños; lleza.
en que era suficiente hacer un soneto para ser un Mas Leconte brillará siempre al fulgor de Hugo.
imbécil y hacer u n a opereta para ser una espe- ¿Qué porta-lira de nuestro siglo no desciende de
cie de grande hombre: en esta época era un bello Hugo? ¿No ha demostrado triunfantemente Men-
espectáculo el de aquellos jóvenes prendados del dés—ese hermano menor de Leconte de Lisie,—
ai-te verdadero, perseguidores del ideal, pobres la que hasta el árbol genealógico de los Rougon Mac-
mayor parte, y desdeñosos de la riqueza, que con- quart ha nacido al amor del roble enorme del m á s
fesaban imperturbablemente, venga lo que vinie- grande de los poetas? Los parnasianos proceden,
— 42 —
de los románticos, como los decadentes de los par- Cual ligero enjambre, todos le rodean,
nasianos. «La Leyenda de los siglos» refleja su y en el aire mudo raudos voltegean.
luz cíclica sobre los «Poemas trágicos, antiguos —Gentil caballero, ¿dó vas tan de prisa?
y bárbaros.» La misma reforma métrica de que L a reina pregunta, con suave sonrisa.
tanto se enorgullece con justicia el Parnaso, ¿quién Fantasmas y endriagos hallarás doquiera;
ignora que fué comenzada p o r el colosal artífice ven, y danzaremos en la azul p r a d e r a .
revolucionario de 1830?
La fama no ha sido propicia á Leconte de Lisie. De tomillo y rústicas hierbas coronados
Ilay en él mucho de olímpico, y esto le aleja de los Elfos alegres bailan en los prados.
la gloria común de los poetas humanos. En Fran-
cia, en Europa, en el mundo, tan solamente los — ¡No! Mi prometida, la de ojos hermosos
artistas, los letrados, los poetas, conocen y leen me espera y m a ñ a n a seremos esposos.
aquellos poemas. Entre sus seguidores, uno hay Dejadme prosiga, Elfos encantados,
que adquirió gran renombre: José María de Ile- que holláis vaporosos el musgo en les prados.
Lejos estoy, lejos de la amada mía,
redia, también como él nacido en u n a isla tropi-
y ya los fulgores se anuncian del día.
cal. E n lengua castellana apenas es conocido Le-
conte de Lisie. Yo 110 sé de ningún poeta que le
De tomillo y rústicas hierbas coronados
haya traducido, exceptuando al argentino Leopol-
los Elfos alegres bailan en los prados,
do Diaz, mi amigo muy estimado, quien ha pues-
to en versos castellanos el «Cuervo»,—con motivo
—Queda, caballero, te daré á que elijas
de lo cual el poeta francés le envió u n a real es- el ópalo mágico, las áureas sortijas
quela,—«El sueño del condor», «El desierto», «La y, lo que más vale que gloria y fortuna:
tristeza del Diablo», y «La espada de Angantir , mi saya tejida con rayos de luna.
todo de los «Poemas bárbaros», como también — ¡No!—dice él.—¡Pues anda!—Y su blanco dedo
«Los Elfos», cuya traducción es la siguiente: su corazón toca é infúndele miedo.
¡VA OULTRE!
(Divisa da IOÍ Villiers de L' Isle Adam).
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primera parte de «Isis», acusa en Villiers, á los fuente autorizada que una n u e v a candidatura ai
ojos de la critica exigente, exageración romántica. trono de Grecia acaba de brotar. El candidato esta
A esto no habría q u e decir sino que Tullía Fa- vez es un gran señor francés, m u y conocido de
briana fué el «Han de Islandia» de Villiers de todo París: el conde Matías Augusto de Villiers de
T Isle Adam. 1' Isle Adam, último descendiente de la augusta
Su vida es otra novela, otro cuento, otro poe- línea que ha producido al heroico defensor de
ma. De ella veamos, p o r ejemplo, la leyenda del Rodas y al primer gran maestre de Malta. E n la
rey de Grecia, apoyados en las narraciones de última recepción íntima del emperador, habiéndole
Laujol, Verlaine y B. Pontavice de Heussey. Dice á éste preguntado uno de sus familiares sobre el
el último: «En el año de gracia de 1863, en la épo- éxito que pudiera tener esta candidatura, su ma-
ca en cpie el gobierno imperial irradiaba con su jestad ha sonreído de una m a n e r a enigmática. To-
m á s fulgurante brillo, fallaba un rey al pueblo de dos nuestros votos al nuevo aspirante á rey.» Los
los helenos. Las g r a n d e s potencias que protegían que me han seguido hasta aquí se figurarán segu-
á la heroica y pequeña nación á que Byron sacri- ramente el efecto que debió p r o d u c i r en imagina-
ficó su vida, Francia, Rusia, Inglaterra, se pusie- ciones como las de la familia de Villiers semejan-
ron á buscar un joven tirano constitucional para te lectura, etc., etc.» Hasta aquí Pontevice. Sea,
darlo á s u protegida. Napoleón III tenía en esta pase que haya habido en la noticia antes copia-
da, engaño ó broma de algún mistificador; pero
época voz p r e p o n d e r a n t e en los congresos, y se
es el caso que en las Tullerías se le concedió una
preguntaban con ansiedad si él presentaría un can- audiencia al flamante pretendiente, para tratar del
didato y si éste sería francés. En fin, los diarios asunto en cuestión. He allí q u e bien trajeado—¡no,
aparecían llenos de decires y comentarios sobre ah, con el manto, ni la ropilla, ó la armadura de
ese asunto palpitante: la cuestión griega estaba sus abuelos!—fué recibido el conde en el palacio
á la orden del día. L o s noticieros podían sin te- real, por el duque de Bassano. Villiers vivía en el
m o r dar rienda suelta á la imaginación, pues mien- mundo de sus ensueños, y c u a l q u i e r monarca mo-
tras que las otras naciones parecían haber defini- derno hubiera sido un b u e n burgués delante de
tivamente escogido al hijo del rey de Dinamarca, él, á excepción de Luis d e Baviera, el loco. Ma-
—el emperador, tan j u s t a m e n t e llamado «el prínci- tías I, el poeta, desconcertó con s u s rarezas al cham-
pe taciturno» por su a m i g o de días sombríos, Carlos belán imperial; creyó ser víctima de ocultos ene-
Dickens,—el e m p e r a d o r , digo, continuaba callado migos, pensó una tragedia shakespeariana en po-
y haciendo guardar s u decisión. Así estaban las cos minutos; no quiso hablar sino con el empera-
cosas, cuando una m a ñ a n a de principios de mar- dor. «II vous faudra done p r e n d r e la peine de ve-
zo, el gran marqués (habla del padre de Villiers) nir une autre fois, monsieur le comte, dic le duc
entra como huracán e n el triste salón de la calle en se levant; sa majesté était occupée et m' avait
Saint-IIonoré, blandiendo un diario sobre su ca- chargé de vous recevoir (1).» Así concluyó la pre-
beza y en un indescriptible estado de exaltación tensión al trono de Grecia, y los griegos perdic-
que pronto compartió toda la familia. He aquí en
en efecto la extraña noticia que publicaban esa
mañana muchas h o j a s parisienses: «Sabemos de (1) V. Poulavice.
ron la oportunidad de ver resucitar los tiempos ve el piano abierto, se sienta, y, crispados sus de-
de Píndaro, bajo el poder de un rey lírico que dos sobre el teclado, canta con voz que tiembla,
hubiera tenido un verdadero cetro, una verdade- pero cuyo acento mágico y profundo jamás olvida-
r a corona, un verdadero m a n t o ; y que desterran- r á ninguno de nosotros, una melodía que acaba
do las abominaciones occidentales,—paraguas, som- de improvisar en la calle, una vaga y misteriosa
brero de pelo, periódicos, constituciones, etc.,—la melopea que acompañaba duplicando la impresión
Civilización y el Progreso, con mayúsculas, haría turbadora, el bello soneto de Beaudelaire:
florecer los viejos bosques fabulosos, y celebrar
el triunfo de Homero, en templos de mármol, bajo Nous aurons des lits pleins d' odeurs Iégers,
los vuelos de las palomas y de las abejas, y al Des divans profonds comüfie des tombeaux, etc.
mágico son de las ilustres cigarras.
Hay otras páginas admirables en la vida de este
magnífico desgraciado. Los comienzos de su vida Después cuando todo el mundo está encantado,
literaria los han descripto afectuosamente y elo- el cantor, mascullando las últimas notas de su
giosamente, Coppée, Mendés, Verlaine, Mallarmé, melodía, se interrumpe bruscamente, se levanta,
Laujol; los últimos momentos de su vida, nadie se aleja del piano, va como; á ocultarse á un rincón
los h a pintado como el admirable Huyssmans. El del cuarto, y enrollando otro cigarrillo, lanza á
asunto del progreso con motivo de «Perrinet Le- su auditorio estupefacto un vistazo desconfiado y
crerc», drama histórico de Lockroy y Anicet Bour- circular, una mirada de Hamlet á los pies de Ofe-
geois, dió cierto relieve al nombre de Villiers; lia, en la representación del asesinato de Gonzaga.
pues únicamente una alma como la suya hubiera Tal se nos apareció, hace dieciocho años en las
intentado, con todo el fuego de su entusiasmo, amistosas reuniones de la r u é de Douai, en casa
salir á la defensa de mi tan antiguo antepasado de Catulle Mendés, el conde Auguste Villiers de
como el mariscal Jean de l1 Isle Adam, difamado 1' Isle Adam.»
en la pieza dramática antes nombrada. Después El año de 1875 se promovió un concurso en Pa-
el duelo con el otro Villiers militar, que desdeñán- rís, para premiar con una fuerte suma y una meda-
dole antes, al llegar el momento del combate, le lla, «al autor dramático francés que en una obra
abraza y reconoce su nobleza. de cuatro ó cinco actos, recordara más poderosa-
mente el episodio de la proclamación de la inde-
Algunas anécdotas y algunas palabras de Co-
pendencia de los Estados Unidos, cuyo centésimo
ppée :
aniversario caía en 4 de julio de 1876.» El tema
Se refiere á la llegada de Villiers al cenáculo par-
habría regocijado al Dr. Tribulat Bohomet. Villiers
nasiano: «Súbitamente e n la asamblea de poetas
se decidió á optar al premio y á la medalla.
un grito jovial fué lanzado p o r todos: ¡Villiers! ¡Es
El jurado estaba compuesto de críticos de los
Villiers! Y de repente un joven de ojos azul pálido,
diarios, de Augier, Feuillet, Legouvé, Grenville, Mu-
piernas vacilantes, mordiendo mi cigarro, movien-
rray, del «Herald» de New York, Perrin y, como
do con gesto capital su cabellera desordenada y
presidente de honor, Víctor Hugo. El conde Ma-
retorciendo su corto bigote rubio, entra con aire
turbado, distribuye apretones de mano distraídos,
tías creó una obra ideal en un terreno prosaico y puesta: «¿Mi precio, señor? No ha cambiado des-
difícil. de Nuestro Señor Jesucristo: treinta dineros!»
' N o lo hubiera hecho de distinto modo el autor A Analote France, cuando llegó un día á pedirle
de los «Cuentos extraordinarios.» En resumen, y, datos sobre sus antepasados:
naturalmente, no se ganó el premio. «—¡Cómo! ¡queréis que os hable del ilustre gran
Furioso, fulminante, se dirigió nada menos que maestre y del célebre mariscal, mis antepasados,
á casa del dios Hugo, q u e en aquellos días estaba así no más, en pleno sol y á las diez de la ma-
en la época más resplandeciente y autocràtica de ñana!»
su imperio. Entró y lanzó sus protestas á la faz En la mesa del pretendido delfín de Francia Na-
del César literario, á quien llegó á acusar de des- undorff, con motivo de u n rasgo de soberbia y de
lealtad, y á cuya chochez aludió. desprecio que tuvo aquél para con un buen ser-
Un señor había allí entre los príncipes de la corte, vidor, el conde de F... y en momentos en que este
que se encaró con Villiers y le a r r o j ó esta frase: pobre anciano se retiraba llorando avergonzado:
«¡La probidad no tiene edad, señor!» «—Sire, bebo p o r vuestra majestad. Vuestros tí-
Villiers le midió con u n a vaga mirada, y muy tulos son decididamente indiscutibles. ¡Tenéis la
dulcemente respondió al viejo: «Y la tontería tam- ingratitud de un rey!»
poco, señor (1).» En sus últimos días, á un amigo:
Cuando Drumont hizo estallar su primer torpedo «—¡Mi carne está ya madura para la tumba!»
antisemita, con la publicación de la France juive, Y como estas, innumerables frases, arranques,
los poderosos israelitas de París buscaron im es- originalidades que llenarían un volumen.
critor que pudiese contestar victoriosamente la obra Su obra genial forma un hermoso zodiaco, impe-
formidable del panfletista. Alguien indicó á Vi- netrable para la mayoría: resplandeciente y lleno
lliers, cuya pobreza era conocida; y se creyó com- de los prestigios d é l a iniciación, para los que pue-
p r a r su limpia conciencia, y su pluma. Enviáronle den colocarse bajo su círculo de maravillosa luz.
con este objeto un comisionado, sujeto de verbo y En los «Cuentos crueles», libro que con justicia
elegancia, comerciante y hombre de mundo. Este Mendés califica de «libro extraordinario». Poe y
penetró á la humilde habitación del poeta insig- Swift aplauden.
ne, le babeó sus adulaciones m e j o r hiladas, le puso El dolor misterioso y profundo se os muestra,
sobre el techo de la sinagoga, le expuso las injus- ya con una indescriptible, falsa y penosa sonrisa,
ticias persistentes é implacables del rabioso Dru- ya al húmedo brillo de las lágrimas. Pocos han reí-
mont y, por último, suplicó al descendiente del de- do tan amargamente como Villiers. «Le Nouveau
fensor de Rodas, dijese cuál era el precio de sus Monde», ese drania confuso en el cual cruza como
escritos, pues éste sería pagado en buenos luises una creación fantástica la protagonista—obra ante
de oro inmediatamente. Quizá no habría comido la cual Maeterlink debe inclinarse, pues si hay hoy
Villiers ese día en que dió esta incomparable res- drama simbolista, quien dió la nota inicial fué Vi-
lliers,—«Le Nouveau Monde», digo, aunque difí-
cilmente representable, queda como una de las roa-
(1) Pontavice. Vida 4e Villiers,
infestaciones más poderosas d e la moderna dramá- de una noble y valiente escritora: Madame Tola
tica. El esfuerzo estético principal consiste á mi Dorián.
modo de ver, en la presentación de un personaje «Axel», es la victoria del deseo sobre el hecho;
como mistress Andrews—en el medio norteameri- del amor ideal sobre la posesión. Llégase hasta
cano, de suyo refractario á la verdadera poesía,— renegar—según la frase de Janus—de la naturale-
tipo rodeado de una bruma legendaria, hasta con- za, para realizar la ascensión hacia el espíritu ab-
vertirse en una figura vaporosa, encantada y poé- soluto. Axel, como Lohengrin, es casto; fin de esa
tica. A. Edilh Evandale sonríen cariñosa y frater- pasión ardorosa, y pura, no puede tener más des-
nalmente las heroínas de las baladas sajonas. La enlace que la muerte.
Eva Futura no tiene precedente ninguno: es obra Esc poema dramático, escrito en un luminoso,
cósmica y única; obra de sabio y de poeta; obra diamantino lenguaje, representado por excelentes
de la cual no puede hablarse en pocas palabras. artistas, y aplaudido p o r u n a muchedumbre de
Sea suficiente decir que pudieran en su frontispi- admiradores, de poetas, de oyentes escogidos—sin
cio grabarse, como un símbolo, la Esfinge y la Qui- que dejase de haber, según las crónicas, gentes
mera; que la andreida creada por Villiers no admi- «malfilatres», como diría el inmortal maestro,—hu-
te comparación alguna, á ño ser que sea con la Eva biera sido p a r a él conquista soberana en vida. Mas
del Eterno Padre; y que al acabar de leer la última quien fué tan desventurado, no tuvo ni esa reali-
página, os sentís conmovidos, pues creéis escuchar zación de uño de sus más fervientes deseos, en tiem-
algo de lo que m u r m u r a la Roca de Sombra. Cuando pos en que se ponía los pantalones de su primo y
Edison estuvo en París en 1889, alguien le hizo co- tomaba por todo alimento diario una taza de caldo!
nocer esa novela en que el R r u j o es el principal En 1889, en el establecimiento de los hermanos
protagonista. El inventor del fonógrafo quedó sor- de San Juan de Dios, de París, el conde Matías
prendido. «He aquí dijo, u n hombre que me su- Augusto de Villiers de 1' Isle Adam, descendien-
pera: ¡yo invento; él crea!» «Ellen» y «Morgane», te de los señores de Villiers de 1' Isle Adam, de
dramas. La fantasía despliega sus juegos de colores, Chailly, originarios de la Isla de Francia; quien
sus irisados abanicos. «Akedysseril», la India con tuvo entre sus antepasados á Pedro, gran maestre
sus prestigios y visiones; coros de guerreras y y porta-oriflama dte Francia; á Felipe gran maes-
guerreros, el himno de Iadnour-Veda y la palabra tre de la orden de Malta y defensor de la isla de
de la felicidad; evocaciones de antiguos cultos y Rodas en el sitio impuesto por la fuerza de Soli-
de liturgias suntuosas y b á r b a r a s ; sacrificios y m á n ; y á Francisco, marqués, «gran louvetier de
plegarias; un poema de Oriente, en el cual la reina France» en 1550; se unía, en matrimonio, en el le-
Akedysseril aparece, hierática y suprema, vence- cho de muerte, á una pobre muchacha inculta
dora en su esplendorosa majestad. con la cual 'había tenido un hijo. El reverendo padre
No cabría en los límites de este artículo una com- Silvestre, que había ayudado á bien morir á Rar-
pleta reseña de las obras de Villiers; pero es impo- bey d' Aurevilly, casó al conde con su humilde y
sible d e j a r de recordar á «Axel», el d r a m a q u e aca- antigua querida, la cual le había amado y servido
ba de presentarse en París, gracias á los esfuerzos
Los raros—5
con adoración en sus horas amargas de enfermo y
de pobre;—y el mismo fraile preparóle para el
eterno viaje. Luego, después de recibir los sacra-
mentos, rodeado de míos pocos amigos, entre los
cuales Huyssmans, Mallarmé y Dierx, entregó su
alma á Dios el excelso poeta, el raro artista, el
rey, el soñador. Fué el 20 de agosto de 1889. Sire,
«¡Va oultre!»
Scon Bloy
Je suis escorté de quelqu'un qui
me chuchote sans cesse que la vie
bien entendue doit être une conti-
nuelle persécution, tout vaillant hom-
me un persécuteur, et que c'est la
seule manière d'être vraiment poète.
Persécuteur du genre humain, per-
sécuteur de Dieu. Celui qui n'est pas
cela, soit en acte, soit en puissance,
est indigne de respirer.
A P R O P Ó S I T O DE «MES PARADIS»
¡II
üM; h
E n este poema, como en todos los poemas, como de ideas negativas y de revueltas espumas meta-
físicas, á un peregrino sediento, á un gran poeta
en t o d o s los libros de Richepin, encontraréis la errante en un calcinado desierto, lleno de deses-
obsesión de la carne, una furia erótica manifestada peración y de deseo, y que por no encontrar el
iJjil en símiles sexuales, una fraseología plástico-geni- oasis y la fuente de frescas aguas, maldice, jura
tal q u e cantaridiza la estrofa hasta hacerla vibrar y blasfema. Cuando más, m e acercaría á la som-
c o m o aguijoneada por cálida b r a m a ; un culto fá- bra de Guyau, y vería en esta obra única y reso-
lico comparable al que brilla con carbones de un nante, un concierto de ideas desbarajustadas, una
a d o r a b l e y dominante infierno en los versos del harmonía de sonidos en un desorden de pensa-
r a r o , total, soberano poeta del amor epidérmico mientos, un capricho de portalira que quiere asom-
y omnipotente: Algernon C. Swinburne. brar á su auditorio con el estruendo de sonatas
Al eco de un rondó vais al país de las hadas y estupendas y originales. De otro modo no se ex-
de l o s príncipes de los cuentos azules; huelen los plicaría ese parado jal grupo de sonetos amargos,
c a m p o s florecidos de madrigales; tras el reino de en el que las más fundamentales ideas de moral
Floreal, Thermidor os enseñará su región, en don- se ven destrozadas y empapadas en las más abo-
de á la entrada, se balancea u n macabro ahorca- minables deyecciones.
do alegre, que me hace recordar cierta agua-fuer-
te d e Felicien Rops, que apareció en el frontispi- Ese soneto sobre Padre y Madre, forma pareja
cio de las poesías del belga Théoclore Hannon.
0011 la célebre f r a s e frigorífica que León Bloy ase- do el ¡lustre sabio el verso que todos sabemos
gura haber oído d e boca de Richepin. El carnaval desde el colegio:
teológico que en las «Blasfemias» constituye la di-
versión principal d e la fiesta del ateo, con sus Cuadrupedantem putem sonitu quatit
cópulas inauditas y sus sacrilegos cuadros ima- ungula campum...
ginarios, sería motivo para dar razón al icono-
clasta Max Nordau, en sus diagnósticos y afirma- Nada existe de divino para el comedor de idea-
ciones. Pocas veces habrá caído la fantasía en les; y si hace tabla rasa con los dioses de todos
una histeria, en u n a epilepsia igual; sus espumas los cultos y con los mitos de todas las religiones,
asustan, sus contorsiones la encorvan como un no por eso deja de decir á la Razón desvergüen-
arco de acero, sus huesos crujen, sus dientes re- zas, de abominar á la Naturaleza, montón de de-
chinan, sus gritos son clamores de ninfomaníaca; yecciones, según él, y de reírse, tonante y bur-
el sadismo se j u n t a á la profanación: ese vuelo de lón, del Progreso, p a r a señalarse como precursor
estrofas condenadas precisa el exorcismo, la des- de un Cristo venidero cuya aparición saluda, el
infección mística, el agua bendita, las blancas hos- blasfemo, con los tubos de sus trompetas alejan-
tias un lirio del santuario, un balido del corde- drinas. E r a n sus intenciones, según confesión pro-
r o pascual. La cuadrilla infernal de los dioses caí- pia, cuando echó al mundo ese poema candente
dos no puede ser acompañada sino por el órgano y escandaloso, instaurar á su modo una moral,
del Silencio. Habla el aleo con las estrellas, para una política y una cosmogonía materialista. P a r a
quedar- más fuerte en su negación, y su plegaria, esto debía publicar después de las «Blasfemias»,
cuando parodia la oración, como un pájaro sin el «Paraíso del Ateo», el «Evangelio del Antecris-
alas, cae. El judío errante dice bien sus alejandri- to» y las «Canciones eternas.» El poema nuevo
«Mis paraísos» corresponde á aquel plan.
nos y prosigue su marcha. Las letanías de Bau-
delaire tienen su mejor paráfrasis en la apología Una palabra siquiera sobre una de las más fuer-
que hace Richepin del Bajísimo. tes, quizá la más fuerte, de Jean Richepin: «El
* Con una rodilla en tierra, y en vibrantes versos, Mar.» Uesde Lucrecio hasta nuestros días, no ha
entona, él también su ¡Pape Satán, Pape Satán vibrado nunca con mayor ímpetu el alma de las
alepe! Mas donde se retrata su tipo desastrado, cosas, la expresión de la materia, como en esa
es en las que él llama canciones de la sangre: su abrumadora sucesión de consonantes que olea, sa-
árbol genealógico florece rosas de Bohemia: sus la, respira, tiene flujo y reflujo, y toda la agita-
antepasados espirituales están entre los invasores, ción y todo el encanto vencedor de la inmensidad
los parias, los bandidos cabalgantes, los soldados m a r i n a De todos los que han rimado ó escrito so-
de Atila, los florentinos asesinos, los atormenta- bre el mar, tan solamente Tristán Corbiére (de la
dores, los súcubos, los hechiceros, y los gitanos. academia hermética de los escogidos), h a hecho
cantar mejor la lengua de la onda y del viento,
En esas canciones se encuentra una estrofa har- la melodía oceánica. Hay que saber que Richepin,
moniosísima que Guvau considera como la mejor como Corbiére, conoce prácticamente las aventu-
imitación fonética del galope del caballo, olvidan- r a s de los marineros y de los pescadores, y bajo
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sus pies lia sentido los sacudimientos de la piel tibie de las jerarquías, su palabra tiene carne y
azul de la hidra. No sé si de grumete empezó; pero sangre, vive y se agita, y os hará estremecer.
sí que lia hecho la guardia, á la inedia noche, En «Mes Paradis» hay ya una ascensión. Como
delante de la mirada de oro de las estrellas; y en- las «Blasfemias», el poema está dedicado á Mau-
vuelto en la b r u m a de las madrugadas, h a dicho rice Bouchor. Quien, espiritual y místico, deberá
entre dientes las canciones que saben los lobos aplaudir el cambio experimentado en el ateo. Ya
de mar. Loti delante de él es un «sportman», un no todo está regido por la fatalidad, ni el Mal es
(¡I < yachtman»; René Maizeroy, un elegante que va
á tomar las aguas á Trouville; Michelet, un admi-
el invencible emperador. La explicación podrá qui-
zá encontrarse en esta declaración del poeta: «Las
i
-a rable profesor; solamente Corbiére le presta su Blasfemias» fueron escritas de veinte á treinta años,
I lili i
pipa y su cuchillo y le aplaude cuando salmodia y «Mis Paraísos», de treinta á cuarenta.» Comien-
m •sus cristalizadas letanías, ó enmarca maravillosas za su último poema con un tono casi prosaico,
I
m: ¡iJ marinas que no han sabido crear los pintores de y protesta su buena voluntad y la sinceridad de
m
'ÍÍIM su pensamiento. Buen gladiador, hace su saludo
Holanda, ó retrata y esculpe los tipos de á bordo,
ó con la linterna mágica de un poder imaginati- antes de entrar en la lucha. Luego, las primeras
»[illiil vo excepcional ilumina cuadros fantasmagóricos bestias fieras que le salen al encuentro son dra-
((II1" sobre las olas, concertando la muda melodía de gones de ensueño, ó frías víboras bíblicas que nos
vienen á repetir una vez más que en el fondo de
HSIKi k los castos astros con la polémica eterna de las ,
ebrias espumas. toda copa hay amargura, y que la rosa tiene su
[ipii •i espina y la m u j e r su engaño. Vuelve Richepin á
. i«!. El Richepin prosista h a cosechado laureles y ver al diablo, á quien canta en sonoros versos de
I* silbas; pues si con sus cuadros urbanos de París
ha realizado una obra única, con sus novelas ha
pie quebrado; antes le había visto igual físicamente
á un hermano de Bouchor, ahora le adula, le rue-
llegado hasta las puertas aterradoras del folletín. ga y le habla en su idioma, como un ferviente ado-
Jamás creería yo en un rebajamiento intelectual rador de las misas negras.
de tan alado poeta, y no seré de los que lo abur-
guesan, á causa de tal ó cual producción; y que Pero no todo es negación, puesto que hay una
son los mismos que llaman á Zola «un monsieur voz secreta que pone en el cerebro del soñador la
á génie.» Mme. André se va con sus tristezas hu- simiente de la probabilidad.
manas; y «Rraves gens» junto con Miark, ceden el Para ser discípulo del demonio, Richepin filosofa
paso al «conteur.» Pues si algún poder tiene Ri- demasiado y sobre todo el tejido de su filosofía
chepin después del de lírico, es el que le dá la sopla u n buen aire que augura tiempo mejor. La
forma rápida y vivaz del cuento. Ya nos pinte las barca en que va, con rumbo á las Islas de Oro,
intimidades de los cómicos, á los cuales le acerca pasa por muchos escollos, es cierto; pero esto
una simpatía irresistible; ya vaya al jardín de nos da motivo para oir el suave son de muy lin-
Poe á cortar adelfas ó a r r a n c a r mandragoras, al das baladas. Sensual sobre todo, el predicador del
lívido resplandor de las pesadillas; ya juegue con culto de la materia nos dice cosas viejas y bien
la muerte, ó se declare paladín de anarquistas, sabidas. ¿Es acaso nuevo el principio que resume
humillando, mal poeta en esto, la idea indestruc- la mayor parte de estas primeras poesías: «coma-
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mos, bebamos, gocemos, que mañana todo habrá llas de poesía satiriaca, estrofas en que ha queri-
concluido?» ¿O este otro: «vale más pájaro en do demostrar Richepin como él también puede
mano que b u i t r e volando?» Oh, sí; los panales, las igualar las exquisiteces de la poética simbolista;
rosas, los senos de las mujeres, las uvas y los vinos, paisajes de suprema belleza, decoraciones orien-
son cosas q u e nos halagan y encantan; pero ¿esto tales, ritmos y estrofas de una lengua asiática en
es todo? Diré con el mismo Richepin: «Poéte, ivas que triunfa el millonario de vocablos y de recur-
tu pas des ailes?» sos artísticos; relámpagos de pasión y ternuras
El a m o r á los humildes se advierte en toda esta súbitas; las apoteosis del hogar y la poetización
1
;ü:: 'I o b r a ; no un a m o r que se cierne desde la altura del de las cosas más prosaicas; las flautas y harpas
numen, sino u n compañerismo fraternal que jun- de Yerlaine se unen á las orquestas parnasianas;
itUi «
ni «F ta al poeta con los gueux » de antaño. Las cancio- el treno, el terceto monórrimo de los himnos la-
| | :¡| nes transcienden á olores tabernarios. Decidida- tinos precede al verso libre; el elogio de la pala-
u w mente, ese duque vestido de oro tiene una ten- bra está hecho en alejandrinos que parecen conti-
M « dencia m a r c a d a al atorrantismo.» Gracias á Dios, nuación de los célebres de Hugo, y si turba la
• f ï que buen aire ha inflado las velas y tenemos á harmonía órfica la obsesión de la metafísica, pron-
¡i ! 9 la vista l a s costas de las anunciadas áureas islas. to nos salva de la confusión ó del aburrimiento
|fï" »1 Sabemos aquí que la vida vale la pena de nacer; al galope metálico y musical de las cuádrigas de
r
li « que n u e s t r o cuerpo tiene un reino extenso y rico;
que n a d a h a y como el placer, y que la felicidad
hemistiquios. En largo discurso rimado nos expli-
cará por qué es á veces prosaico, ó trivial. Su
consiste en la satisfacción de nuestros instintos. pensamiento pesa mucho, y no pueden arrastrar-
Islas de o r o pálido, islas de oro negro, islas de lo en ocasiones las palabras.
oro rojo, ¿son estas las flores que brotan en Ames- Islas de oro pálido, islas de oro rubio, islas de
tras maravillosas campiñas? oro negro, todas sois como países de ensueño. No
Lo que llama al paso mi atención son dos coinci- hay arcos de plata y flores para recibir al catecú-
dencias q u e n o tocan en nada la amazónica origi- meno. Richepin no es aún el elegido de la Fe. Lo
nalidad de Richepin, pero me traen á la memo- que hay de consolador y de divino en este poema
ria conocidísimas obras de dos grandes maestros. es que al concluir presenciamos la apoteosis del
E n la página 229 de «Mes Paradis» tiembla la ca- amor. Y el Amor lleva á Dios tanto ó más que la
bellera de Gautier, y en página 368 se lee: Fe. Amor camal, amor ideal, amor de todas las
cosas, atracción, imán, beso, simpatía, rima, rit-
Enivre-toi quand-même, et non moins follement,
mo, el amor es la visión de Dios sobre la faz de la
de tout ce qui survit au rapide moment, tierra!
des chimères de l'art, du beau, du vin, des rêves Y pues que vamos á esos paraísos, á esas islas
qu'on vendange en passant aux réalités brèves, etc. de oro, celebremos l a blancura de las velas de seda,
el vuelo de los remos, el marfil del timón, la proa
Lo cual se encuentra más ó menos en uno de los dorada, curva como un brazo de lira, el agua azul,
admirables poemas en prosa de Baudelaire. y la eterna corona de diamantes de la Reina Poe-
Todo hay. en fin, en esas islas de oro: maravi- sía!
jgatt jVlorgas
íÉ
yes blancos,—como los del robusto Pierre Dupont,
re vagas ideas obscuras, relámpagos de satanismo.
—elevan hacia el cielo la doble curva de los firmes El se pregunta:
cuernos. La feliz pareja sólo soñará un instante,
. ,„,,. ;i 'í;| pues pronto llega la amarga onda á invadir los co-
j j|jj| i ¡¡' d razones. Los corazones sangran martirizados como Quel succube au pied bot m'a t-il done eRvouté?
en los versos de Heine; el invierno será tan sólo
nuncio de penas y de desilusiones; los besos han Sin saberse en qué momentos, han empezado á
. dtf 1P partido como pájaros en fuga; las rosas están mar- vegetar en el jardín del soñador, las plantas que
pi, J t m chitas, y los brazos deseosos, los brazos viudos, producen las flores del mal. Y sobre el suelo en
en vano buscarán la mística figura. Es un cuento (pie crecen esas plantas, bien pueden ya percibirse
de amor, un cuento otoñal, escuchado cuando el á la luz del claro sol, las huellas del pie hendido
de Yerlaine. Por allí ha pasado Pan, ó el demonio.
viento de la tarde pasa haciendo temblar las ramas
La pobre alma quiere librarse de las llamas liber-
de los árboles deshojados. Todo m u y confuso, di- tinas, de las larvas negras, de las salamandras in-
réis, m u y wagneriano. Muy bello. vasoras. Lamenta la pérdida de la alegría de su
De cuando en cuando convierte el triste los ojos corazón, la sequedad de su rosal espiritual, sobre
á una visión que presto desaparece. Son las ne- el que ha agitado las alas u n mal vampiro. El ten-
gras cabelleras, los talles, las caderas harmoniosas, derá sus brazos á la naturaleza y al Oriente divi-
las pupilas húmedas, de miradas profundas. ¡Y no. Pero todas sus quejas serán vanas; y aun más,
las m a n o s ! Esta deliciosa parte de la escultura incomprensibles. Ya Mallarmé se oye sonar; sus
femenil, atrae especialmente á Moreas. ¡Qué pre- trompetas cabalísticas auguran una desconocida
ciosos retratos nos haría este encantador, de Diana irrupción de rarezas, bellas, muy bellas y lumi-
encombando un arco, ó de Ana de Austria des- nosas, pero caóticas, como una puesta de sol en
hojando u n a rosa, ó vertiendo en una copa de pla-
ta mi poco de sangre moscatel! £ .1
nuestros cielos americanos, en que la confusión El «never more» fatídico del cuervo de Poe, es
es el mayor de los encantos. escuchado por el cantor nostálgico, á la luz del
La adolescencia es ida, y los años de las dulces gas de París.
cosas juveniles, cuando Julieta nos canta con su Preséntasenos también una legendaria escena
dulce voz vencedora de la de la alondra: «¡No te nocturna que ya habíamos visto, lector, acompa-
vaj'as todavía!» «Las Cantinelas» encierran el nue- ñada por blanda música, gracias al inmenso cor-
vo período. El traje del caballero es de un tono daje de la lira de Leconie de Lisie. Los Elfos del
más obscuro. La espada siempre pende al cinto; norte cantan coronados de hojas perfumadas y
se nota el triunfo de los terciopelos sobre los en- frescas, cuando el caballero de la balada viene en
cajes. Ha sufrido el joven caballero griego. No son su caballo negro, haciendo espejear su casco ar-
por cierto notas alegres las que primero escucha- gentino á la luz de la luna. Es osado, y sus armas
mos. Los sonetos, que vienen como heraldos, traen no han conocido nunca la vergüenza de las derro-
vestiduras de duelo. La pena del placer perdido tas Su corcel va como si fuese alado, á las punza-
hace demandar las voces arrulladoras y los aromas das de las espuelas de oro. El caballero muere ven-
embriagantes; el jardín de Fletcher decorado por cido en las «Odas bárbaras.»
la musa sonámbula de Poe, solloza en sus fuen- El personaje de Moreas, cuya figura no se alcan-
tes; hay una admósfera de duelo, de llanto, casi za á ver y cuyo caballo apenas se oye galopar,
de histerismo, y mía luz espectral sirve de sol, ó no es aprisionado por el encanto. E n el instante
mejor dicho de luna. del nacimiento de la aurora, lo que alcanza a divi-
sarse en la selva es la silueta del emperador Bar-
Queje cucille la grappe, et la feuitle de myrte barroja, que medita, apoyada la frente en las ma-
qui tombe, et que je sois á l'abri de la syrte nos.
oú j'ai fait si souvent naufrage prés du port. Pero he aquí que nos ilumina el sol de Floren-
cia. Después de tanta niebla, halaga una visión de
Así canta el mal herido de desesperanzas. claros ríos v de puentes pintorescos.
Su voz se dirige á las hadas propicias, pero ellas El cielo es azul y entre dos rimas y dos acordes
110 llegan todavía. El va cerca de la mar, de la mar musicales, desfilan una marquesa enamorada y un
femeniría y maternal, á dejar en sus riberas lo que envuelto capuchino. Moreas es un exquisito gra-
queda de sus ensueños y hasta el último hilo de la bador de viñetas. Riega los madrigales y miniatu-
p ú r p u r a de su orgullo. Su alma está triste hasta ras, decora y viste sus personajes sin que una fal-
la muerte. E n el interludio parece que quisiera ta de tocado turbe la exactitud de ese conocedor
entregarse á la felicidad de una alegría ficticia. de todos los refinamientos.
Así el gaitero de Gijón de nuestro admirado y que- «Las Asonancias» son bosquejos de leyendas;
rido Campoamor, toca la gaita y rige las danzas pocas, pero admirables, cortas pero conmovedoras.
con el alma apuñalada de pena. Gestos, expresio- El klepto siente volver á su memoria las narra-
nes, impresiones fugaces, paisajes nocturnos en mía ciones de la infancia: Maryó tejiendo su lana, ven-
calle parisiense; y en las estrofas una mezcla de cedora en su fidelidad; y, tal como se sabe en las
vaguedad germánica y de color meridional. narraciones de la isla de Candía, la mala madre
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que oye hablar al corazón desde el plato y que de Beyruth, Meca de los wagneristas, ó como las
después sufre el castigo de sus crímenes. En esta excelencias delicadas del ai-te pictórico de los pri-
sección nos delQita el errante perfume de la fábu- mitivos, las poesías del autor del «Pelerin Passion-
la, las ingenuas repeticiones de versos y de pala- né» necesitan para ser apreciadas en su verdadero
bras de los poemas primitivos, los metros apro- valor, de cierto esfuerzo de intelecto, y de cierta
piados á la música de las danzas; y nuestro aso- iniciación estética. «Autant en emporte le vent» lue
nante español, aplicado en estrofas cortas, y en escrito de 1886 á 1887. Es en ese libnto donde se
argumentos donde aparece algún héroe de gesta encuentran las que se podrían llamar primeras
ó alguna princesa de tradición, en sangrientos su- manifestaciones quatrocentistas de Moreas, Made-
cesos de antiguos adulterios y de incestos inme- leine, Agnes, Enone, son encantadoras figuras del
moriales. Poesía de leyenda y de romancero; da- s i d o decimoquinto; sus facciones exigen la huma-
mas del tiempo de Amadis; armaduras que se en- n a sencillez y al propio üempo la mi agrosa ex-
trechocan en la sombra medioeval. presión de un Botticelli. La Edad Media es para
En cuanto el poeta dirige las riendas de Pegaso nuestro poeta como p a r a Dante Gabne Rossetti,
á la región de los conceptos puros, nos sentimos familiar v amada, y los sujetos que ella le sugiere,
envueltos en una sombra absolutamente alemana. son plausiblemente idealizados, sin una tacha ana-
Su metafísica adormece. Subimos á alturas inac- crónica. sin u n a falta ó debilidad en la idea intima
cesibles, rodeadas de obscuridad. Felizmente pron- ni en la ornamentación exterior. El espíritu vuela
to entramos al reino encantado de las ficciones á los tiempos de la caballería. Leyendo los poemas
portentosas. Raimondin, corre á nuestra vista, en medioevales de Moreas se comprende el valor del
su cabalgadura, y la celeste claridad le envuelve conocido verso de Verlaine:
en su sutil polvo de plata. Los castillos del tene-
broso encantamiento se deshacen y la Enteléquia, ... le Moyen age énorme et délicat...
desnuda, resplandece al a m o r de la luz del día. No
es sino en una fuga crepuscular donde se esfuma
la vieja de Berkelev, el enano Fidogolain, «que, El poeta vive la vida de los príncipes enamorados,
ni muy loco ni muy vulgar, sabía cantar baladas», de los guerreros galantes. Los lugares que se pre-
y la Muerte, la Thanalos cabalgante, que exige sentan á nuestra vista son los viejos castillos tra-
para el contorno de su esqueleto el lápiz visionario dicionales y poéticos; ó alguna decoración que apa-
de Alberto Durero. rece como p o r virtud de un ensalmo, o del movi-
Refiriéndose á la concepción que de la digni- miento de la mano de una hada. Las parejas Le-
dad de su arte han tenido dos ilustres prerafaeli- nas de amor, cortan flores en fantásticos parques.
tas ingleses—casi huelga nombrarlos: Rossetti y Tras un rosal se alcanza á ver de cuando en cuan-
Burile Jones—dice un escritor británico que la do va la joroba de un bufón, ya la cola irisada de
desventaja única de la elevación aristocrática de u n pavo real. «Agnes» es u n a deliciosa y extraña
su ideal es la de ser incomprensible excepto para sinfonía. Las estrofas están construidas de mano
unos pocos. Algo semejante puede afirmarse de maestra, y el alma atenta del artista se siente aca-
la obra de Moreas. Tal como los ritos musicales riciada por la repetición de un suave «leit-motive.»
•
este género delicado y peligroso, que en los últi- lógica militar es que sus tres cabalgaduras, tam-
mos tiempos ha tomado todos los rumbos y todos bién hambrientas, entren á comer en los mismos
los vuelos. La prosa, animada hoy por los presti- platos de ellos, espantando á la criada, y hacien-
gios de un arte deslumbrador y exquisito, jun- do que el sacerdote medite, y vea el alma de esos
tando los secretos, las bizarrías artísticas de los hombres; y no se extrañe. Es uno de los mejores
maestros antiguos ó los virtuosísimos modernos, cuentos del poema. No resisto á citar una frase.
es para él un rico material con que pinta, esculpe, Los soldados comen como desesperados de ape-
suena y maravilla. Bataliista de primer orden, con- tito. El cura les contempla, meditabundo y sacer-
ciso, nervioso y sugestivo, supera en impresiones dotal. De cuando en cuando les hace preguntas,
y sensaciones de guerra á Stendahl y á Tolstoi, l i a tiempo que están en armas. Desde jóvenes han
y si existe actualmente quien puede igualarle— oído las trompetas de las campañas. No saben
alguno diría superarle—en campo semejante, es de nada más. Y sobre todo, Napoleón se alza de-
un escritor de España, Pérez Galdós, el Pérez Cal- lante de ellos semejante á una inmortal divinidad.
dos de los «Episodios Nacionales.» El cura dice á uno:
Desde que comienza el poema, con el cuento de «—Y vos, hijo mío, ¿.creéis en Dios padre todo-
tr|¡( los tres soldados; tres húsares altos como enci- poderoso ?»
nas, viene un potente soplo que posee, que arre- El soldado no comprende bien. Piensa: «Dios
bata la atención. Estamos enfrente de tres máquinas padre... Dios hijo... Dios...»
de carne de cañón, tres soldados, rudos y muscu- «—¡Y bien!—grita de repente:
losos como búfalos, tres grandes animales crina- «—¡Todo eso!... ¡eso es la familia del Empera-
dos del rebaño de leones del pastor Bonaparte. dor!»
Porque es de ver cómo esos sangrientos luchado- Después surge á nuestra vista un colosal tam-
res, esos fieros hombres del invencible ejército, bor mayor del ejército de Italia, alto como una to-
hablan del «emperadorcito», del pequeño y real r r e y tierno como un saco de pan.» Su nombre es
ídolo, como de un divino pastor, como de un Da- u n verdadero nombre de gigante, más hermoso y
vid. Así cuando se pronuncia su nombre, las fau- tremendo que el de Cristóbal ó el de Fierabrás, ó
ces bárbaras, los fulminantes ojazos, se suavizan el de Goliat; se llama Rougeot de Salandrouse.
con una dulce y cariñosa humedad. Son tres sol- Un gallardo bruto, que cuando reía, «il montrait
dados que después de la jornada de Jena, tienen, comine les bétes u n e épaisse gueule de chair rouge
lo que es muy natural en un soldado después de qui semblait saigner.»
una batalla, tienen hambre. Este bello monstruo que gustaba de las viejas
Ingenuamente y «necesariamente» feroces, esos historias de guerra y de las sublimes mitologías,
tres hombres degüellan á uno del enemigo, con amaba sobre todo la harmonía musical, las cor-
la mayor tranquilidad, pero sufren y se inquie- netas, los parches del combate. Bonaparte le nom-
tan cuando sus caballos no comen. bró subteniente, teniente y capitán; después de lo
Por eso cuando hallan un cura que les hospeda, do Areola, después de lo de Mantua, después de
en Saalfeld, del lado de Erfurth, y les da buena lo de Trebia. Pero el hijo de Apolo cifraba su am-
vianda y buen pan. lo que está conforme con la bición en las pompas radiantes, en los compases,
en el bastón que guiaba á los tambores: quería
ser tambor mayor. Lo fué después de mucho pe- sia; ó el águila del Imperio que sale, apretando
dirlo al emperador; y el titánico testarudo salu- el rayo con las garras, del vientre del caballo
dó con su admirable uniforme y sus vanidosos muerto; ó esta orden trágica, casi macabra, dada
en lo más duro de la batalla: «En avant, les cada-
gestos, el triunfal sol de Austcrlitz. Le vió Lannes
vres!... ó el capellán que parafrasea la Biblia al
desde su caballo, le vió Soult, le vió Bernadotte, ruido de las descargas; ó ese cuadro cuya senci-
le vió el insigne caballero Murat: y junto con Ber- lla magnificencia impone, asombra y encanta, cuan-
thier y Janot, le vió, sonriendo, el «petit caporal», do el Cabito tiene frío, y va* á la tienda de la guar-
príncipe y dueño del Aguila. Y cuando llega la dia inmortal, y duerme y se le hace lumbre con
áspera brega, en medio de los choques, de la con- millones de oro, con Murillos, con Goyas, con por-
fusión sangrienta y de la muerte, la figura de Sa- tentos de Velázquez, con encajes de marquesas y
landrouse, guiando sus tambores, adquiere pro- abanicos de manólas; ó el león de vida de gato
porciones legendarias. que creía ser inmortal si no se le mataba con su
Herido, soberbio, incomparable, hace que los par- sable; ó el abandono de los caballos, alas de los
M
. i» ches no cesen de tocar un son de victoria; y hay caballeros; ó el oficial que condecora y el empe-
que ir á arrancarle de su puesto, donde se yergue, rador que aprueba; ó el fantasma del «shakó» que
maravilloso como un dios, al canto ronco y sor- se alza para responder con bizarría y cae en la
do de los pellejos cribados. muerte; ó Duelos con sus charreteras, que conde-
El desdén de la muerte, el respeto de la consig- cora llorando á un viejo luchador, y cuando el em-
na, el amor á la vida militar y sobre todo, la ado- perador le pregunta: «Duelos, ¿conoces á ese hom-
ración por el que ellos miran como favorecido de bre?» le contesta: «¡Señor, es mi padre!» ó el águi-
la omnipotencia divina;—conquistador victorioso, la, el águila viva, que vuela y grita sobre el pabe-
señor del mundo, Napoleón,—forman el alma de llón que marcha al Austria; ó el fúnebre clamor
estos épicos relatos. del abismo; ó, en fin, los cañones que doblan cuan-
do ya el Grande ha caído, ¡ lúgubres y fatales cam-
Ya es el conde subteniente que sufre sin gemir,
panas del Imperio!
y muere oyendo leer, cual si fuese un santo bre-
viario, un libro de oro de la nobleza heroica; ¡Libro magistral; poema ardiente y magnífico!
ya es el grupo de bravos rústicos que no sabían La m u j e r no aparece sino raras veces, y en los
cargar los fusiles en medio de la más horrible recuerdos de los héroes: las madres, las abuelas
carnicería, y que luego fueron condecorados, ya llenas de canas, alguna esposa que está allá lejos!
son los rudos gascones que luchan como tigres Donde brota un grupo de ellas, como un coro de
y gritan como diablos; ya es la marcha que bale Esquilo, terribles, suplicantes, gemidoras como
un tamborcito casi femenil, para que desfilen ante mártires, coléricas como gorgonas, es en el capí-
los ojos aquilinos de Bonaparte ciento veinticinco tulo, en el cuento de las crines. A un gran número
hombres, resto de los treinta y ocho mil de Elkin- de las hijas de España, en su pueblo invadido, un
gen; ó la visión de los cascos coronados por pe- coronel fantasista, jovial y plúmbeo, hace cortar
nachos de cabellos de mujeres españolas; ó «Le las cabelleras para adornar los cascos de sus dra-
kenneck», valiente y fiel, delante del rey de Pru-
Los raros—9
gones. Y como una mujer, aullante de dolor como
Hécuba, se presenta con sus espesos cabellos ya
canosos, el coronel se los hace también cortar y
los pone sobre su cabeza marcial, donde los hará
agitarse el huracán de la guerra. Y otra m u j e r bri-
lla como una estrella de virtud y de grandeza, di-
vina suicida, augusta delante de la muerte. Sucum-
be con su niño en el m á s sublime de los sacrifi-
cios; pero también quedan emponzoñados, rígi-
dos y sin vida, en la casita pobre, ocho cosacos
Augusto de Armas
como ocho bestias fieras.
¿Qué otra figura femenil? Hay una, envuelta en
el misterio. Ella, la vaga, la anunciadora de las
desgracias, la que se pasea silenciosa por los vi-
vacs, haciendo malos signos; ella, solitaria como
la Tristeza, y triste como la Muerte. ¿Qué otra Hace algunos años un joven delicado, soñador,
más? La Victoria, de real y soberano perfil, de nervioso, que llevaba en su alma la irremediable
cuello robusto y erectas m a m a s ; creatriz de los y divina enfermedad de la poesía, llegó á París,
lauros y de los himnos. como quien llega á un Oriente encantado. Deja-
ba su tierra de Cuba en donde había nacido de
familia hidalga. Tenia por París esa pasión nos-
Este libro es una obra de bien. El es fruto de tálgica que tantos hemos sentido, en todos los cua-
un espíritu sano, de un poeta sanguíneo y fuerte; tro puntos del mundo; esa pasión que hizo dejar
y Francia, la adorada Francia, que ve brotar de á Heine su Alemania, á Moreas su Grecia, á Paro-
su suelo,—por causa de una decadencia tan lamen- di su Italia, á Stuart Merrill su Nueva York. Hijo
table como cierta, falta de fe y de entusiasmo, fal- espiritual de Francia y desde sus primeros años
la de ideales;—que ve b r o t a r tantas plantas en- dedicado al estudio de la lengua francesa, si llegó
fermas, tanta adelfa, tanto cáñamo indiano, tan- á escribir preciosos versos españoles, donde de-
ta adormidera, necesita de estos laureles verdes, bía encontrar la expresión de su exquisito talento
de estas erguidas palmas. Libros como el de D' Es- de artista, de su lirismo aristocrático y noble, fué
parbés recuerdan á los olvidadizos, á los flojos y en el teclado polífono y prestigioso de Banville.
á los epicúreos el camino de las altas empresas, ¡Banville! Pocos días antes de morir aquel maes-
la calle enguirnaldada de los triunfos. tro maravilloso y encantador, recibió un libro de
Y puesto que de Vogiíe ha visto el feliz anuncio versos en cuya portada se leía: Augusto de Armas
de un vuelo de cigüeñas, alce los ojos Francia y —Rimes Byzantines.» Leyó las rimas cinceladas
mire si ya también vuelve, sonora, lírica, inmensa, de Armas y entonces le escribió una carta llena de
el Aguila antigua de las garras de bronce! aliento y entusiasmo.
Theodore de Banville había escrito, á propósi-
to de Wagner, estas palabras: «Le vrai, le seul, duría, según se dice en España, dudo que se aco-
1" irremisible défaut de son armure c' est qu' il à modase á las exigencias de las musas de Galia;
fait des vers français. L' homme de génie, qui doit Longfellow dejó muy medianejos ensayos, como
tout savoir, doit savoir entre autres choses, que su juguete «Chez Agassiz», Swinburne, que como
nul étranger ne f e r a jamais un vers français qui Menendez Pelayo versifica admirablemente en len-
ait le sens c o m m u n . On t' en fricasse des filles guas sabias, en sus versos franceses va como es-
comme nous ! voilà ce que dit la Muse française á trechado y sin la libertad y potencia de sus poesías
quiconque n' est p a s de ce pays ci, et lorsqu' elle en su lengua nativa. Lo mismo Dante Gabriel Ros-
disait cela en se m e t t a n t les poings sur les hanches, setti.
Henri Heine, qui était un malin, 1' a bien enten- Heine lo que escribió en francés fué prosa; lo
du.» Ciertamente, le escribió el gran poeta á Au- propio Tourgueneff. Los casos que pueden citar-
gusto de A r m a s — h e dicho eso; pero huélgome de se, semejantes al de Augusto de Armas, son el
confesar que vos sois la excepción de lo que afirmé. de su paisano José María de Ileredia, que se ha
Basta leer una sola de las poesías del refinado colocado orgullo sámente entre el esplendor de sus
bizantino de Cuba, p a r a reconocer que fué con trofeos; el de Alejandro Parodi, que ha logrado
justicia armado caballero de la musa francesa al hasta el laurel de las victorias teatrales; el de
golpe de la espada de oro de Banville. ¿Quién ha Jean Moreas, gran maestro de poesía; el de Stuart
cantado en más ricos hemistiquios el oleaje sono- Merrill, que sólo puede ser yankee porque como
ro de los alejandrinos? Como Carducci que lleno Poe nació en ese país que Peladan tiene razón en
del fuego de su estro entona su cántico «¡Ave ó llamar de Calibanes; el de Eduardo Cornelio Price,
Rima... !» como Sainte Beuve que á manera de Ron- distinguido antillano, el de García Mansilla, poe-
sard celebra ese m i s m o encanto musical de la con- ta y diplomático argentino que escribe envuelto
en el perfume del jardín de Coppée. Pero José Ma-
sonancia, Augusto de Armas, con el más elevado
ría de Heredia llegó á París muy joven, y apenas
deleite, alaba la f o r m a del verso francés en que si tiene de americano el color y ía vida que en sus
se han escrito tantas obras maestras y tantos te- sonetos surgen, de nuestros ponientes sangrien-
soros literarios; alaba el instrumento que ha he- tos, nuestras fuertes savias y nuestros calores tó-
cho resonar desde el «Poema de Alejandro» hasta rridos. Heredia se ha educado en Francia; su lengua
las colosales h a r m o n í a s de «La Leyenda de los es la francesa más que la castellana. Parodi, por
siglos.» una prodigiosa asimilación, pertenece al Parnaso
Su libro es labrado cofrecillo bizantino, lleno francés; Moreas llegó de Atenas, histórica herma-
de joyas. Su verso es flor de Francia; su espíritu na de París; Stuart Merrill, como Poe, brota de
era completamente galo. Ha sido uno de los pocos una tierra férrea, en un medio de materialidad y
extranjeros que h a y a n podido sembrar sus rosas de cifra, y es un verdadero mirlo blanco; for-
en suelo francés, b a j o el inmensfo roble de Víctor mando Poe, el pintor misterioso, y él, la trinidad
Hugo. El abate Marchena no sé que haya hecho azul de la nación del honorable presidente Was-
en francés nada como su curiosidad latina del hington Price, no pasa de lo mediano; y García
falso Petronio; Menendez Pelayo, pasmo de sabi-
- 134 - » — 135 -
Mansilla, me figuro, que á pesar de sus preciosas generosos y llevaron á la cama del hospital en que
producciones, y con todo y creerle dominador de sufría el pálido bizantino de larga cabellera, el
la rima francesa y poeta y refinado artista, me consuelo material y la eficaz ayuda. Entre estos
figuro, digo, que debe de ser un cultivador elegan- diré dos nombres para que ellos sean estimados
te de la poesía, un trovero gran señor que ritma por la juventud de América: es el mío Domingo Es-
y rima para solaz de los salones, versos que deben trada, el brillante traductor de Poe. y el otro M. Au-
ser impresos en ediciones ricas, y celebrados por relio Soto, expresidente de la república de Hon-
lindas bocas en las bellas veladas de la diplomacia. duras.
Augusto de Armas representaba una de las gran-
des manifestaciones de la unidad y de la fuerza del
alma latina, cuyo centro y foco es hoy la lumino-
sa Francia. El, que había nacido animado por la
fiebre santa del arte, llevó al suelo francés la re-
presentación de nuestras energías espirituales, y
Banville pudo reconocer que el laurel francés, hon-
ra y gloria de nuestra gran raza, podía tener quien
regase su tronco con agua de fuente americana,
y que un americano de sangre latina podía ceñirse
una corona hecha de r a m a s cortadas en el divino
bosque de Ronsard.
¿Pero el soñador no sabía acaso que París que
es la cumbre, y el canto, y el lauro, y el triunfo
de la aurora, es también el maelstrom y la ge-
henna? ¿No sabía que semejante á la reina ar-
diente y cruel de la historia, da á gozar de su be-
lleza á sus amantes y en seguida los hace arrojar
en la sombra y en la muerte? ¡Pobre Augusto de
Armas! Delicado como u n a mujer, sensitivo, iluso,
vivía la vida parisiense de la lucha diaria, viendo
á cada paso el m i r a j e de la victoria y no abando-
nado nunca de la bondadosa esperanza. Entre los
grandes maestros, encontró consejos, cariño, amis-
tad. Dios pague á Sully Prudhomme, al venerable
Leconte de Lisie, á Mendés y á José María de
Heredia, los momentos dichosos que podían dar
al joven americano, alimentando su sueño, su no-
ble ilusión de poeta. Y también á los que fueron
üaurctit Tailhadc
Les calcédoines, les rubis Siempre la Reina Virgen, la < Mére Marie» de Ver-
Passementent ses longs habits
laine—¡y de todos los que sufren!—aparece ra-
De moire antique et de tabis.
diante, vestida de sol, la Hija del Príncipe que
cantó el Profeta. Todos los bálsamos de conso-
Ses cheveux souples d'ambre vert lación brotan de ella: todos los perfumes: el del
Glissent comme un rayon d'hiver olibán, el del cinamomo, el del nardo de la Espo-
Sur sa cotte de menu-vair. sa del Cantar de los Cantares.
Un soneto litúrgico hay, que no puedo menos
¡Oh! ¡ses doigts frêles et le pur que reproducir. P a r a él no habría traducción po-
Mystère de ses yeux d'azur sible en verso castellano.
Eblouis du pardon futur! Es este:
Tremblante elle reçoit l ' A v e . Dans le minbe ajouré des vierges byzantines.
Par qui le front sera lavé Sous P auréole et la chasuble de drap d ' o r
De 1' antique Adam réprouvé. Où a' irisent les clairs saphirs du Labrador,
Je veux emprisonner vos grâces enfantines.
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1 Vases myrrhins! ¡trépieds de Cumes ou d'Endor! á Rabelais en sus escasamente conocidas «Lettres
¡Maître-autel qu' ont fleuri les roses de matines! de mon Ermitage.» Después, su risa hiriente y
Coupe lustrale des ivresses libertines, sonora se ha derramado en una profusión de bala-
Vos yeux sont un ciel calme ou le désir s' endort. das que le han acarreado uu sinnúmero de enemi-
gos. En este terreno es una especie de León Bloy
¡Des lis! ¡des lis! ¡des lis! Oh pâleurs inhumaines! rimador y jovial. Quisiera citar algún fragmento
¡Lin des etoles, chœur des froids catéchumènes! de las cartas ó de las baladas; ¿pero cómo serán
¡Inviolable hostie oferte á nos espoirs! ellas cuando en las revistas que se han publicado
se ven llenas de lagunas y de puntos suspensivos?
Mon amour devant soi se prosterne et l'admire, Con u n tono antiguo y bufonesco, burla á sus con-
Et s' exhale, avec la vapeur des encensoirs, temporáneos, empleando en sus estrofas las pala-
Dans un parfum de nard, de cinname et de myrrhe. bras más brutales, obscenas ó escatológicas. Sus
baladas son el polo opuesto de sus «Yitraux.» Esas
baladas se conocieron en las noches literarias de la
Imagináos u n enamorado que fuese á las santas
«Plume» ú otras semejantes, y hoy pueden verse
basílicas á arrancar los mejores adornos para de- en un elegante volumen ilustrado por H. Paul.
corar con ellos la casa de su querida. Podría ci- Nombres de escritores, asuntos políticos y socia-
tar exquisitas muestras de este volumen admira- les, son el tema. Ya despelleja á Peladan,
ble: pero sería alargar mucho estas apuntaciones.
He de observar, sí, algo de su poética. Hay en
ella mezcla de Decadencia y de Parnaso. Algunas ... C' est Peladan-Tueur-de Mouches...
veces se pregunta u n o : ¿es esto Banville? Prueba: Quand Peladan coiffé de vermicelle...,
C est un jardin orné pour les métamorphoses ya pone en berlina á Loti, ó á Bonnetain, ó á
Oú Benserade apprend ses rondeaux aux Follets, Barres, ó á Jean Morcas; ya la emprende con el
Où Puck avec Trilby, près des lacs violets, senador Bérenger, de pudorosísima memoria; ya
Débitent des fadeurs, en adorables poses. toma como blanco al burgués y alaba la terrible
locura de Bavachol ó de Vaillant.
Y el «Menuet d" automne», es un espécimen de Allá en el fondo de su corazón de buen poeta,
la poética modernísima. Pero en todo, se reconoce hallaréis honrada nobleza, valor, bravura y un
la distinción, la aristocracia espiritual, y la mag- tesoro de compasión para el caído. Exactamente
nífica realeza de ese «anarquista.» lo mismo que en el fulminante Bloy.
Cierto es que es éste el anverso de la medalla: Como conferencista ha atraído un escogido pú-
la fa.z del inmortal Apolo. blico á la Bodiniére. Su figura es apropiada á
En el reverso nos encontramos con una cara la elocuencia, y sus gestos son bellos, en verdad.
conocida, ancha v risueña, con la cabeza de un Hay un retrato de «Dom Juniperien)—pseudó-
bonachón y picaro fraile que nos saluda con estas nimo' suyo, en el «Mercure —que le representa
palabras: «¡Buveurs très illustres, et vous, vero- sentado en una vieja silla monástica, veslido con
lés très précieux!...» Laurent Tailhade ha renovado su hábito de religioso, la capucha caída. La frente
asciende en una ebúrnea calva imponente; sobre
el cuello robusto se alza la cabeza firme y enér-
gica; los ojos escrutadores brillan b a j o el arco de
las cejas; la nariz recta y noble se asienta sobre
un bigote de sportman, cuyas guías aguzadas de-
nuncian la pomada húngara. De las obscuras man-
gas del hábito salen las manos blancas, cuidadísi-
mas, finas, regordetas, abaciales. fra pottienico Cavalca
Fué de los primeros iniciadores del simbolis-
mo. Vive en su sueño. Es raro, rarísimo. ¡Un poeta!
entusiasmó á escritora como la Franceschi Ferruc- tioquía, al emperador, de lo cual casi todo el mun-
ci. E n la de San Pablo, primer ermitaño, flota un do puede dar testimonio.»
ambiente de deliciosa fantasía. No creo equivo- Pero nada como la odisea de los monjes Teófilo,
carme si digo que Anatole Frailee ha leído á nues- Sergio y Elquino, cuando se propusieron para edi-
tro autor para escribir imitaciones tan preciosas ficación de la gente n a r r a r y escribir las admira-
como la «Leyenda» y «Celestín» de su «Etui de na- bles cosas que Dios les había hecho ver, en su
cre. > Las creaciones del paganismo alternan con viaje en busca del Paraíso terrenal. Esto se ve en
las figuras ascéticas. Pinturas hay de F r a Dome- la vida de San Macario. Habiendo renunciado al
siglo, entraron á un monasterio de Mesopotamia de
nico que tienen toda la libertad de la inocencia,
Siria, del cual era abad y rector Asclepione. El
y que en boca de un autor moderno serían dema- monasterio eslaba situado entre el Eufrates y el
siado naturalistas. E n la vida de San Pablo es don- Tigris. Teófilo un día en medio de una mística con-
de se cuenta el caso de aquel mancebo que, tentado versación, propuso á sus dos nombrados hermanos
para pecar, por una «bellísima meretriz», sintién- en Cristo ir en peregrinación por el mundo, «has-
dose ya próximo á faltar á la pureza, se cortó la ta llegar al lugar en que se junta el cielo con la
lengua con los dientes y la a r r o j ó sangrienta á tierra.» Partieron todos juntos, y la primera ciu-
la cara de la tentadora. dad que encontraron después de muchos días de
El viaje de San Antonio en busca de su hermano caminar fué Jerusalém, en donde adoraron la santa
en Cristo, Pablo, que habitaba en el Yermo, es cruz y visitaron los lugares santos. Estuvieron en
página curiosísima. Belén, y en el monte de los Olivos. Después se diri-
Allí es donde vemos afirmada la existencia real gieron á Persia, el cual imperio recorrieron. Luego
de los hipocentauros y de los faunos. El santo pe- van á la India, y empiezan para ellos los encuentros
regrino encuentra á su paso un «mezzo uomo e raros, los peligros y las cosas extranaturales. Les
mezzo cavallo», que conversa con él y le da la di- rodean tres mil etiopes, en una casa deshabitada
rección que debe seguir para encontrar al eremita. en la cual habían entrado á o r a r ; les cercan de
Luego u n sátiro, un «uomo piccolo, col naso ritor- fuego, para quemarles vivos; oran ellos á Cristo;
to e lungo, e con corna in fronte, e piedi quasi Cristo les salva; les encierran para darles muerte
come di capra», le ofrece dátiles y le ruega que de hambre; Dios les saca libres y sanos. Pasan por
interceda por él y sus compañeros con el nuevo montes obscuros, llenos de víboras y fieras. Cami-
Dios, con el triunfante Cristo. nan días enteros y pierden el rumbo. Un bellísimo
ciervo llega de pronto y les sirve de guía. Vuelven
Para F r a Domenico, que e r a un digno poeta, la á encontrarse solos, en un lugar lleno de tinieblas
existencia de esos seres fabulosos es cosa indis- v de espantos: una paloma se les aparece y les
cutible, é indudable. Más aun, da en su apoyo citas conduce. Encuentran una tabla de mármol con una
históricas. «De estas cosas, dice, no hay q u e dudar, inscripción referente á Alejandro y á Darío. En
por creerlas increíbles ó vanas; porque en tiempo la cual tabla m i r a n escrita la dirección nueva que
del emperador Constantino, un semejante hombre deben tomar. Cuarenta días más de peregrinación
vivo fué llevado á Alejandría, y después, cuando y caen rendidos de cansancio. Llaman á Dios, y
murió su cuerpo fué conservado «(insalato)» para
que el calor 110 le descompusiese, y llevado á An-
adquieren nuevas fuerzas. Se levantan y ven un como de miel. Gozaban todos los sentidos sania-
grandísimo lago lleno de serpientes que parecían mente. Como en la b r u m a de un ensueño, vieron
a r r o j a r fuego, «y oímos voces, dice la narración, un templo de cristal, y u n altar en medio, del cual
salir estridentes de aquel lago, como de innumera- brotaba una agua blanca como la leche, y alrede-
bles pueblos que gimiesen y aullasen.» Una voz del dor hombres de aspecto santísimo que cantaban
cielo les dijo que allí estaban los que negaron á un canto celestial con admirable melodía. El tem-
Cristo. plo, en su parte del mediodía, parecía de piedras
Hallaron después á un hombre inmenso—una preciosas; en su parte austral era color de sangre;
especie de Prometeo,—encadenado á dos montes, y en la del occidente, blanco como la nieve. Arriba
martirizado por el fuego. Su clamop doloroso estrellas, más radiantes que las que vemos en el
«s' udiva bene quaranta miglia alia lunga...» Des- cielo:—sol, árboles, f r u t a s y flores y pájaros me-
pués en un lugar profundísimo, y horrible, y ro- jores que los nuestros; y este precioso detalle: «la
calloso y áspero—los adjetivos son del original,— térra medesima é dall' uno lato bianca come neve
vieron u n a fea mujer desnuda á la cual apretaba e dall' altro rosa.» No concluyen aquí las mara-
u n enorme dragón, y le mordía la lengua. Más ade- villas encontradas por estos divinos Marco Polos.
lante encuentran árboles semejantes á las higueras, Después de verse frente á frente con una tribu ex-
llenos de p á j a r o s que tenían voz humana y pedían trañísima á la cual ponen en fuga de muy curiosa
perdón á Dios por sus pecados. Quisieron nuestros manera, gritando,—Dios calma sus hambres y se-
monjes saber qué era aquello, mas mía voz celeste des con hierbas que brotan de la tierra como cayó
les reprendió: «Non ci conviene á voi conoscere li el maná bíblico del cielo.
segreti giudici di Dio; andate alia via vostra.» Con Todo cubierto de cabellos blancos, «come 1' uc-
esta franca indicación los buenos religiosos pro- cello delle penne», aparece ante ellos el ermitaño
siguieron su camino. Hallan en seguida cuatro an- San Macario. Si la blancura de sus cabellos ha sido
cianos, hermosos y venerables, con coronas de oro comparada con la de la nieve, no obsta para com-
y gemas, palmas de oro en las manos; ante ellos, pararla con la de la leche. El retrato del solitario:
fuego y espadas agudas. Temblaron los peregrinos; «Su faz parecía faz de ángel; y por la mucha vejez
pero fueron confortados: «Seguid vuestro cami- casi no se veían los ojos. Las uñas de los pies y de
no seguramente que nosotros estaremos en este las manos cubrían todo el cuerpo; su voz era tan
lugar, por Dios, hasta el día del juicio.» sutil y poca que apenas se oía, la piel del rostro
Anduvieron cuarenta días más, sin comer. Des- casi como una piel seca.»
pués viene la pintura de una visión semejante á Así León Bloy dibujaría una de sus viñetas ar-
las visiones, de los fuertes profetas—Ezequiel, caicas, á imitación de los viejos maestros alema-
Isaías,—pero en un lenguaje dulce y claro, de una nes. Macario conversa con los peregrinos, despues
transparencia cristalina. No es posible dar tradu- de reconocer en ellos á hijos y ministros de Dios,
cidas'las excelencias originales. Dicen que, en su y les aconseja no proseguir en su intento de lle-
camino, escucharon como cantar la voz de un pue- gar al Paraíso.
blo innumerable; y sintieron al mismo tiempo per- El mismo h a querido hacer el viaje: lo ha hecho:
fumes suavísimos, y una dulzura en el paladar ¡está tan cerca aquel lugar de delicias donde vi-
vieron Adán y Eva! veinte millas, no más. Pero
allá está el querubín con una espada de fuego en monios pueden venir en forma de ángeles lumino-
la mano, para guardar el árbol de la vida: sus sos, y parecer espíritus buenos. San Antonio cuenta
de cuantas maneras se le aparecieron: en forma de
pies parecen de hombre, su pecho de león, sus
caballeros armados, ó de fieras ó monstruos; de
manos de cristal. Macario recomienda sus hués- un gigante y de un santo monje. San Hilarión les
pedes á sus dos leones: «Hijitos míos, esos herma- oye llorar como niños, imigir como bueyes, ge-
nos vienen del siglo á nosotros: cuidado con ha- mir como mujeres, rugir como leones. San Abraham
cerles ningún mal.» Cenaron raíces y agua; dur- mira á Lucifer en su celda en medio de una mara-
mieron. Al siguiente día ruegan á Macario que les villosa luz, ó en forma de hombre furioso, de niño,
n a r r e su vida. Nuevos y mayores prodigios. de una agresiva multitud. A San Macario le tienta
Macario, nacido en Roma, cuenta cómo dejó el en figura de preciosa doncella, ricamente vestida.
lecho de sus nupcias, la propia noche de bodas, A San Patricio le arroja á un fuego demoníaco,
para consagrarse al servicio de Cristo. del cual se libra por la oración. Pero casi siempre
Guías sobrenaturales, milagrosos senderos, ha- es en forma de mujer, ó por medio de la m u j e r
llazgos portentosos; todo eso hay en la vida del que Satán incita, pues según dice con justicia Bo-
anciano. También él, perdido en el monte, tuvo din: «Satan par le moyen des femmes, attire les
por compañero á un onagro maravilloso, después honnnes á sa cordelle.» Y es probado.
de ser conducido por el arcángel Rafael; mués- Lo que se presenta con especial y primitiva gra-
trale el sendero que debe seguir luego un ciervo cia en las «Vite» son las adorables figuras de las
desmesurado; frente á frente con un dragón, el santas. Semejan imágenes de altar bizantino, de
dragón le llama por su n o m b r e y le conduce á su vidrieras medioevales; la virgen Eufrasia; Euge-
vez, más ya transformado en un bellísimo joven. nia, mártir; Eufrosina que vivió en un monasterio
Halló una gruta y en ella dos leones, que desde con hábito masculino, como murió Palagia; María
entonces fueron sus compañeros. Esos dos leones Egipciaca, dulce pecadora que va á Dios y resplan-
escoltaron como pajes, un buen trecho, á los pe- dece como una estrella en el cielo de la santidad;
regrinos, cuando se despidieron del santo eremita. Reparada, que cambia en agua fría el plomo de-
Al tratar de los demonios y sus costumbres, en rretido y jentra al horno ardiente y sale intacta.
las «Vidas», Fra Domenico es copioso en detalles. Al acabar de leer la obra de F r a Domenico Ca-
Deben haber consultado sus obras los Bodin, Go- valca siéntese la impresión de una blanda brisa
rres, Sinistrari, Lannes, Sprenger, Remigias, del llena de aromas paradisíacos y refrescantes. Hay
Río, para escribir sus tratados demonológicos. En algo de infantil que deleita y pone en los labios á
la vida de San Antonio Abad toma el Bajísimo for- veces una suave sonrisa.
mas diversas: ya es u n a m u j e r bellísima y provoca- Todas las literaturas europeas tienen esta clase
tiva: ó un mozo horrible!; ó surge el diablo en for- de escritores—hagiógrafos ó poetas,—por desgracia
ma de serpiente; y fieras, leones fantásticos, toros, hoy demasiado olvidados é ignorados.—Raro es
lobos, basiliscos, escorpiones, leopardos y osos, que un Rémy Gourmont que resucite y ponga en ma-
amenazan al solitario en u n a algarabía infernal. ravilloso marco las bellezas del latín místico de la
Después en otro capítulo, explícase cómo los de- Edad Media, por ejemplo. No son muchos—no digo
entre nosotros; eso es claro—los que conocen jo-
veles como las «Secuencias» de santa Hildegarda,
y otros tesoros de poesía mística antigua. Alema-
nia posee el «Barlaam» y «Josaphat», el cántico
de San Hannon, etc. Tieck intentó que la poesía
alemana de su tiempo se abrevase en las límpidas
aguas de Wackenroder y otros autores de su tiem-
po. Fué un precursor de Dante Gabriel Rossetti,
dei prerrafaelismo; y sufrió por sus intentos más gduardo jîubus
de una picadura de las abejas de Ileine.
E n toda obra de poeta joven actual se ve necesa- Abates de corte, marquesas, ecos de las Fiestas
riamente pasar la sombra del Caprípede. galantes. Como en éstas, la expresión de un inde-
Es el que ha enseñado el secreto de las vagas cible «régret», y el refugio de la desolación en el
melodías sugestivas, de aquellas palabras ensueño.
E n ritmos de Malasia continúan las lentas y va-
si especieux, tout bas,
gorosas prosas de las ilusiones fugitivas, de las
«revenes» crepusculares, de las laxitudes que de-
j a n los apasionados besos idos; se oyen en el »pan-
que hacen que nuestro corazón «tiemble v se ex- tum» como las quejas de un viejo clavicordio, que
trañe...» primero con la proclamación del imperio hubiese sido testigo de las horas de pasión, en
musical—de la «musique avant loute chose»—y las la primavera en que florecieron las ilusiones, y
maravillas del matiz, en una poética encantadora que hoy rememora ¡ tan tristemente ! las albas amo-
y sabia; después con la sapientísima gracia de una rosas que pasaron. ¿Hay algo más melancólico que
sencillez más difícil que todas las manifestacio- el rostro de viuda de esa musa entristecida que
nes que parecieron al principio tan abstrusas. tiene por nombre Antes?
Dubus canta su romanza teniendo la visión de E n «Les Jeux fermés» las reminiscencias de Ver-
aquel parque verleniano en que iban las bellas, laine aparecen más claras que en ninguna. Si me
prendidas del brazo de los jóvenes amantes, so- favoreciese la memoria, recordaría el pasaje ori-
ñadoras; y en donde los tacones luchaban con las ginal del maestro. Pero los pocos lectores para
faldas... quienes escribo estas líneas, podrán hacer la con-
J' amerais bien vous égarer un soir frontación :
Au fond du parc desert, dans une allée
Impénétrable á la nuit etoilée:
J' aimerais bien vous égarer un soir. Toute blanche, comme une aubepine fleurie,
Voici la Belle-au-bois-dormant: on la marie,
Je ne verrais que vos longs yeux féeriques, Ce soir, au bien-aimé'qu' elle atendit cent ans.
Et nous vivons, lèvres closes, rêvant
A la chanson languisante du vent; Los raros— 11
Je ne verrais que vos longs yeux féeriques.
Cendrillon passe au bras de 1' Adroite-Princesse...
Et les songes épars des contes, vont sans cesse iluminado por las arañas y los candelabros? Los
Souriant aux petits enfants jusqu' au reveil. rostros cansados, las ojeras, las fatigas del cuerpo
y una vaga fatiga del alma.
¡ ¡ ¡ Krrraaaak!!!
¡ ¡ ¡ Krrraaaak!!!
la Quinta Avenida, al corredor de la Bolsa, y al sioux que hablaban en lengua de Martí como si
periodista y al alto empleado de La Equitativa, Manitu mismo les inspirase: unas nevadas que da-
y al cigarrero y al negro marinero, á todos los cu- ban frío verdadero, y un Walt Wliitman patriarcal,
banos neoyorkinos, para no dejar apagar el fuego, prestigioso, líricamente augusto, antes, mucho an-
p a r a mantener el deseo de guerra, luchando aún tes de que Francia conociera por Sarrazin al bíbli-
con m á s ó menos claras rivalidades, pero, es lo co autor de las «Hojas de hierba.»
cierto, querido y admirado de todos los suyos, te- Y cuando el famoso congreso pan-americano,
nia que vivir, tenía que trabajar, entonces eran sus cartas fueron sencillamente un libro. En aque-
aquellas cascadas literarias que á estas columnas llas correspondencias hablaba de los peligros del
venían y otras que iban á diarios de Méjico y Ve- yankee, de los ojos cuidadosos que debía tener
nezuela. No hay d u d a de que ese tiempo f u é el más la América latina respecto á la Hermana mayor;
hermoso tiempo de José Martí. Entonces f u é cuan- y del fondo de aquella frase que una boca argen-
do se mostró su personalidad intelectual m á s bella- tina opuso á la frase de Monroe.
mente. En aquellas kilométricas epístolas, si apar-
táis una que otra rara ramazón sin flor ó fruto,
hallaréis en el fondo, en lo macizo del terreno Era Martí de temperamento nervioso, delgado,
regentes y ko-hinoores. de ojos vivaces y bondadosos. Su palabra suave y
delicada en el trato familiar, cambiaba su raso y
Allí aparecía Martí pensador, Martí filósofo, Mar-
blandura en la tribuna, por los violentos cobres ora-
tí pintor, Martí músico, Martí poeta siempre. Con
torios. Era orador, y orador de grande influencia.
una magia incomparable hacía ver u n o s Estados
Arrastraba muchedumbres. Su vida fué un combate.
Unidos vivos y palpitantes, con su sol y sus al-
Era blandílocuo y cortesísiino con las damas; las
mas. Aquella «Nación» colosal, la «sábana» de an-
cubanas de Nueva York teníanle en justo aprecio
taño, presentaba en sus columnas, á cada correo
y cariño, y una sociedad femenina había, que lle-
de Nueva York, espesas inundaciones de tinta. Los
vaba su nombre.
Estados Unidos de Bourget deleitan y divierten:
los Estados Unidos de Groussac hacen p e n s a r : los Su cultura era proverbial, su honra intacta y
Estados Unidos de Martí son estupendo y encan- crristalina; quien se acercó á él se retiró querién-
tador diorama que casi se diría a u m e n t a d color dole.
de la visión real. Mi m e m o r i a se pierde en aque- Y era poeta; y hacía versos.
lla montaña de imágenes, pero bien recuerdo un Sí, aquel prosista que siempre fiel á la Casta-
Grant marcial y un S h e r m a n heroico que no he lia clásica se abrevó en ella todos los días, al pro-
visto más bellos en otra p a r t e : u n a llegada de hé- pio tiempo que por su constante comunión con
roes del Polo: un puente de Brooklin literario igual todo lo moderno y su saber universal y poliglota
al de hierro: una hercúlea descripción de u n a ex- formaba su manera especial y peculiarísima, mez-
posición agrícola, vasta como los establos de Au- clando en su estilo á Saavedra Fajardo con Gau-
gías; u n a s primaveras floridas y unos veranos, tier, con Goncourt,—con el que gustéis, pues de
¡oh. sí! mejores que los naturales; unos indios todo tiene; usando á la continua del hipérbaton
inglés, lanzando á escape sus cuadrigas de metá-
foras, retorciendo sus espirales de figuras; pintan- Y se oyó un beso, otro beso,
do ya con minucia de pre-rafaelita las más peque- Y no se oyó nada más.
ñas hojas del paisaje, ya á manchas, á pinceladas
súbitas, á golpes de espátula, dando vida á las Una h o r a en el bosque estuvo
figuras': aquel fuerte cazador, hacía versos, y casi Salió al fin sin su galán:
siempre versos pequeñitos, versos sencillos—¿no Se oyó un sollozo; un sollozo,
se llamaba así un librito de ellos?—versos de tris- Yr después no se oyó más.
tezas patrióticas, de duelos de amor, ricos de rima
ó armonizados siempre con tacto; u n a primera III
y r a r a colección está dedicada á un hijo á quien
adoró y á quien perdió por siempre: «Ismaelillo.» E n la falda del Turquino
La esmeralda del camino
Los «Versos» sencillos, publicados en Nueva Los incita á descansar:
York, en linda edición, en forma de eucologio, tie- El amante campesino
nen verdaderas joyas. Otros versos hay, y entre E n la falda del Turquino
los más bellos «Los zapaticos de Rosa.» Creo que Canta bien y sabe amar.
como Ranville la palabra «lira» y Leconte de Lisie
la palabra «negro», Martí la que más h a emplea-
do es «rosa.» Guajirilla ruborosa,
Recordemos algunas rimas del infortunado: La mejilla tinta en rosa
Eien pudiera denunciar,
Que en la plática sabrosa
I Guajirilla ruborosa,
Callar fué m e j o r que hablar.
¡Olí. mi vida que en la cumbre
Del Ajusco hogar buscó, IV
Y tan fría se moría
Que en la cumbre halló calor! Allá en la sombría,
¡Oh los ojos de la virgen Solemne Alameda,
Que me vieron una vez, Un ruido que pasa,
Y mi vida estremecida Una h o j a que rueda,
En la cumbre volvió á arder! Parece al malvado
Gigante que alzado
El brazo l e estruja,
II
La m a n o le oprime,
Entró la niña en el bosque Y el cuello le estrecha,
Del brazo de su galán. Y" el alma le pide,—
Los raros
Y es ruido que pasa Casi, casi en el umbral,
Y es h o j a que r u e d a ; Un rosal de rosas blancas
Allá en la sombría, Y de rojas un rosal.
Callada, vacía,
Solemne Alameda... Una hermana tiene Rosa
Que tres años besó abril,
Y le piden rojas flores
V
Y la niña va al pensil,
—¡Un beso! Y al rosal de rosas blancas
—¡ E s p e r a ! Blancas rosas va á pedir.
Aquel día
Y esta hermana caprichosa
Al despedirse se amaron.
Que á las rosas nunca va,
Cuando Rosa juega y vuelve
—¡ Un beso! En el juego el delantal,
—Toma. Si ve el blanco abraza á Rosa.
Aquel día Si ve el rojo da en llorar.
Al despedirse lloraron.
Y si pasa caprichosa
Por delante del rosal
VI Flores blancas pone á Rosa
En el blanco delantal.
La del pañuelo de rosa,
La de los o j o s muy negros, Un libro, la Obra escogida del ilustre escritor,
No hay negro como tus ojos debe ser idea de sus amigos y discípulos.
Ni rosa cual tu pañuelo. Nadie podría iniciar la práctica de tal pensamien-
to. como el que fué no solamente discípulo queri-
La de p r o m e s a vendida, do. sino amigo del alma, el paje, ó más bien «el
La de los ojos tan negros, hijo» de Martí: Gonzalo de Quesada, el que le
Más negras son que tus ojos. acompañó siempre leal y cariñoso, en trabajos y
Las p r o m e s a s de tu pecho. propagandas, allá en Nueva York y Cayo Ilueso
v Tampa. ¡ Pero quién sabe si el pobre Gonzalo de
Y este primoroso juguete: Quesada, alma viril y ardorosa, no ha acompaña-
do al jefe también en la muerte!
De tela blanca y rosada Los niños de América tuvieron en el corazón de
Tiene Rosa un delantal, Martí predilección y amor.
Y á la m a r g e n de la puerta Queda un periódico único en su género,— los
pocos n ú m e r o s de un periódico que redactó espe-
cialmente para los niños. Hay en mío de ellos
u n retrato de San Martín, que es obra maestra.
Quedan también la colección de «Patria» y varias
obras vertidas del inglés, pero eso todo es lo me-
n o r de la obra literaria que servirá en lo futuro.
Y ahora, maestro y autor y amigo; perdona que
te guardemos rencor los que te amábamos y ad- gugctiio de (astro
mirábamos, por haber ido á exponer y á perder
el tesoro de tu talento. Y'a sabrá el mundo lo que
tú eras, pues la juslicia de Dios es infinita y se-
ñala á cada cual su legítima gloria. Martínez Cam-
pos q u e h a ordenado exponer tu cadáver, sigue
leyendo sus dos autores preferidos: «Cervantes...», ( C o n f e r e n c i a leída en el Ateneo de Buenos Aires)
y «Ohnet.» Cuba quizá tarde en cumplir contigo
como debe. La juventud americana te saluda y te Señor presidente, señoras, señores: Os saludo al
llora, pero ¡oh Maestro, qué has hecho!... comenzar esta conferencia sobre el poeta Euge-
Y paréceme que con aquella voz suya, amable nio de Castro y la literatura portuguesa. Es el
y bondadosa, m e reprende, adorador como fué asunto para mi gratísimo. Mi deseo es que al aca-
hasta la m u e r t e del ídolo luminoso y terrible de bar de escuchar mis palabras llevéis con vosotros
la Patria; y me habla del sueño en que viera á los el encanto de un nuevo y peregrino conocimiento:
héroes: las manos de piedra, los ojos de piedra, el del joven ilustre que hoy representa una de
los labios de piedra, las barbas de piedra, la es- las m á s brillantes fases del renacimiento latino, y
pada de piedra... que, como su hermano de Italia—el Ermete mara-
Y que repite luego el voto del verso: villoso—se mantiene en la consagración de su ideal
«en ; la sede del arte severo y del silencio,» allá
Yo quiero cuando me muera, en la noble y docta ciudad de Coimbra. Este nom-
Sin patria, pero sin amo, b r e os despierta desde luego el recuerdo de una
Tener en mi losa un ramo antigua vida escolar, los estudiantes tradicionales,
De flores y una bandera! la Fuente de los Amores, el Mondego, celebrado
en los versos, y la figura dulce y trágica de aque-
lla adorable señora que tuvo el mismo apellido
que nuestro poeta: Inés de Castro, tan bella cuan-
to sin ventura. Es en aquella ciudad universitaria
en donde h a surgido el admirable lírico que ha-
bía de representar, el primero, á la raza ibérica,
en el movimiento intelectual contemporáneo, que
*
pocos n ú m e r o s de un periódico que redactó espe-
cialmente para los niños. Hay en mío de ellos
u n retrato de San Martín, que es obra maestra.
Quedan también la colección de «Patria» y varias
obras vertidas del inglés, pero eso todo es lo me-
n o r de la obra literaria que servirá en lo futuro.
Y ahora, maestro y autor y amigo; perdona que
te guardemos rencor los que te amábamos y ad- gugctiio de (astro
mirábamos, por haber ido á exponer y á perder
el tesoro de tu talento. Ya sabrá el mundo lo que
tú eras, pues la juslicia de Dios es infinita y se-
ñala á cada cual su legítima gloria. Martínez Cam-
pos q u e h a ordenado exponer tu cadáver, sigue
leyendo sus dos autores preferidos: «Cervantes...», ( C o n f e r e n c i a leída en el Ateneo de Buenos Aires)
y «Ohnet.» Cuba quizá tarde en cumplir contigo
como debe. La juventud americana te saluda y te Señor presidente, señoras, señores: Os saludo al
llora, pero ¡oh Maestro, qué has hecho!... comenzar esta conferencia sobre el poeta Euge-
Y paréceme que con aquella voz suya, amable nio de Castro y la literatura portuguesa. Es el
y bondadosa, m e reprende, adorador como fué asunto para mí gratísimo. Mi deseo es que al aca-
hasta la m u e r t e del ídolo luminoso y terrible de bar de escuchar mis palabras llevéis con vosotros
la Patria; y me habla del sueño en que viera á los el encanto de un nuevo y peregrino conocimiento:
héroes: las manos de piedra, los ojos de piedra, el del joven ilustre que hoy representa una de
los labios de piedra, las barbas de piedra, la es- las m á s brillantes fases del renacimiento latino, y
pada de piedra... que, como su hermano de Italia—el Ermete mara-
Y que repite luego el voto del verso: villoso—se mantiene en la consagración de su ideal
«en ; la sede del arte severo y del silencio,» allá
Yo quiero cuando me muera, en la noble y docta ciudad de Coimbra. Este nom-
Sin patria, pero sin amo, b r e os despierta desde luego el recuerdo de una
Tener en mi losa un ramo antigua vida escolar, los estudiantes tradicionales,
De flores y una bandera! la Fuente de los Amores, el Mondego, celebrado
en los versos, y la figura dulce y trágica de aque-
lla adorable señora que tuvo el mismo apellido
que nuestro poeta: Inés de Castro, tan bella cuan-
to sin ventura. Es en aquella ciudad universitaria
en donde h a surgido el admirable lírico que ha-
bía de representar, el primero, á la raza ibérica,
en el movimiento intelectual contemporáneo, que
*
lia dado al arle espacios nuevos, fuerzas nuevas de una suerte enemiga, encerrada en la muralla
y nuevas glorias. Vogüe, que antes mirara el vue- de su tradición, aislada por su propio carácter,
lo simbólico de las cigüeñas anunciaba, no hace sin q u e penetre hasta ella la oleada de la evolu-
mucho tiempo, á propósito de la obra de Gabriele ción mental de estos últimos tiempos, el vecino
D' Annunzio, una resurrección del espíritu latino. reino f r a t e r n a l manifiesta una súbita energía, el
Las h a r p a s y las flautas sonaban del lado de Ita- alma portuguesa llama la atención del mundo, la
lia. Hoy la armonía se oye del lado de Iberia. patria portuguesa encuentra en el extranjero len-
Ya es un conjunto de músicas orientales; ya un guas que la celebran y la levantan, la sangre de
son melodioso de siringa, semejante á los que la Lusitania florece en harmoniosas flores de arte
muerte ha venido á suspender en los labios del y de vida: nosotros, latinos, hispanoamericanos,
divino Paiiida de Francia, Paúl Yerlaine; ya un debemos m i r a r con orgullo las manifestaciones vi-
heráldico trueno de trompetas de plata, que avisa tales de ese pueblo y sentir como propias las vic-
el paso de una caravana salomónica. ¿Conocéis torias q u e consigue en honor de nuestra raza.
al prestigioso Gama que corona Camóens de esplen- Es digno de todas nuestras simpatías ese bello
dorosas gemas poéticas en los triunfos de sus «Lu- y glorioso país de guerreros, de descubridores y
siadas? Es el viajero casi mitológico que vuelve de poetas. Una de las más gratas impresiones de
de los países recónditos á donde su valor y su sed m i vida h a sido la que produjo esa tierra en que
de cosas desconocidas le han llevado. A semejan- florecen los naranjos. Lisboa, hermosa y real, fren-
za de aquellos antiguos atrevidos navegantes por- te á su soberbia bahía, un cielo generoso de luz.
tugueses que iban á las playas distantes de las tie- u n a tierra p e r f u m a d a de jardines, una delicia na-
r r a s asiáticas y africanas en busca de tesoros pro- tural esparcida en el ambiente, una fascinación
digiosos y volvían con las perlas arábigas, los dia- a m o r o s a q u e invita á la vida, altivez nativa, nobleza
mantes de Golconda, las resinas y aromas y ám- ingénita en sus caballeros, y en sus damas una
bares recogidos en los misteriosos continentes y distinción gentilicia como corona de la belleza.
en los hechiceros archipiélagos, trayendo al pro- Y consideraba al hollar aquella tierra, las proezas
pio tiempo la impresión de sus visiones en la rea- de tantos hijos suyos famosos, Magallanes cuyo
lidad de las leyendas, en las visitas á islas raras n o m b r e quedó pava los siglos en el extremo sur
y penínsulas de encantamiento, Eugenio de Cas- argentino. Albuquerque, el que fué á la lejana
tro, bizarro y mágico Vasco de Gama de la lira, Goa, Bartolomé Díaz y la figura dominante, aureo-
vuelve de sus incursiones á un Oriente de ensue- lada de fuegos épicos, del gran Vasco.
ño, de sus expediciones á los fantásticos imperios, Y evocaba la obra de la lira, los ingenuos balbu-
á países del pasado, lleno de riquezas, dueño de ceos en la corte de Alfonso Ilenriquez, en donde
raras piedras preciosas, conquistador y argonauta, la linda Doña Violante, antojábaseme harto cruel,
vestido de suntuosos paramentos é impregnado de con el p o b r e Egas Moniz. agonizante de amor, por
exóticos perfumes. aquel «corpo d'oiro;» los trovadores, formando sus
ramilletes de serranillas; Don Diniz, el rey poeta
Señores: Mientras nuestra amada y desgraciada v sapiente, semejante á Alfonso de España, y á
madre patria. España, parece sufrir la hostilidad
quien Camoéns comparara con ci grande Alejan- No había liegado aún á mis oídos el nombre de
dro :
Eugenio de Castro, ni á m i mente el resplandor de
su arte aristocrático. La literatura portuguesa ha
Ei despois vera Diniz, que bem parece sido hasta hace poco tiempo escasamente conocida.
Do bravo Affonso, estirpe nolbe é dina; Existe cerca de nosotros un gran país, hijo de
Con quen a fama grande se escurece Portugal, cuyas manifestaciones espirituales son en
Da liberalidade Alexandrina: ei resto del continente completamente ignoradas;
Com este o reino próspero florece y hay, señores, en Portugal, y hay en el Brasil
(Alcancada já á paz á u r e a divina) una literatura digna de la universal atención y
En constituicoes, leis e costumes, del estudio de los hombres de pensamiento y de
Xa Ierra já tranquilla claros lunies. arte. En nuestra América española, el conocimien-
to de l a l i t e r a t u r a de lengua portuguesa se re-
Fez primeiro era Coimbra exercitar-se duce al escaso número de los que han leído á Ca-
O valeroso officio de Minerva; moéns, la "mayor parte en malas traducciones y
E de IIencona as Musas fez passar-se vaya por lo antiguo. E n cuanto á lo moderno,
A pizar do Mondego a fértil herva. se sabe que ha existido un Ilerculano gracias á
Quanto pode de Alhenas desejar-se los versos de Nuñez de Arce, y un E$a de Queiroz,
Tudo o soberbo Apollo aqui reserva: por un «Primo-Basilio,» que h a esparcido á los
Aqni as capellas dá tecidas de ouro, cuatro vientos, en castellano, una feroz casa editora
Do bacharo e do sempre verde louro. peninsular.
No era poco el triste asombro del eminente Pin-
Y después viene Dionisio, que bien parece del heiro Chagas, cuando en Madrid en la hospitala-
bravo Alfonso estirpe noble y digna; p o r quien ria casa del conde de Peralta oía de mis labios
la fama grande se obscurece de la liberalidad Ale- la lamentación de semejante indiferencia. ¡Pero
jandrina: Con éste el reino próspero florece (ya qué mucho, si en España misma, á pesar del es-
alcanzada la áurea paz divina) en constituciones, fuerzo de propagandistas como la Pardo Bazán
leyes y costumbres, é iluminan claras luces la ya y Sánchez Moguel, el alma lusitana es tanto ó m á s
tranquila tierra. Hizo primero en Coimbra que se desconocida que entre nosotros! Y de Gil Vicente
ejercitase el valeroso oficio de Minerva; y las musas á nuestros días, hay un teatro vario y rico. De
del Helicón por él fueron á pisar la fértil hierba Sa de Miranda y Camoéns, á Joao de Deus, el ca-
del Mondego. Cuanto puede de Atenas desearse, mino lírico está lleno de arcos triunfales. De Du-
todo el soberbio Apolo aquí reserva: Aquí da las hartc Galvao á Alejandro Herculano la historia
coronas tejidas de oro y de siempre verde laurel;» levanta monumentales y fuertes construcciones; la
Y luego los romanceros, el «Amadís» que despierta filosofía, la filología y la erudición están repre-
el «Quijote.;» Mascías que m u e r e p o r el amor, y sentadas p o r más de un nombre ilustre en los
tanto porta-lira que en tiempos propicios á las anales de la civilización h u m a n a ; su lengua, que
Musas las glorificaron en el suelo lusitano. ha pasado por evoluciones distintas, ha llegado
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á ser en manos de Eugenio de Castro y de sus se- nitivamente la renovación. El sentimentalismo de
guidores, el armonioso instrumento que nos da los románticos y las caballerescas aventuras están
esas puras joyas del arte moderno, como «Sagra- de triunfo. Doña Branca está en el castillo morisco
mor» y «Belkiss.» con u n a hada y Adozinda, pura como un lirio de
Este siglo tuvo mal comienzo para el pensamien- nieve, es perseguida, cual la memorable italiana,
to portugués. Sus alas 110 se abrieron en el aire por el incestuoso fuego paternal. Almeida Garret,
angustioso que esparciera la tempestad napoleó- —sin que intente defender la perfección de su obra,
nica. ¿Qué figuras vemos aparecer en esa agita- —ha quedado como uno de los grandes románticos,
da época? Una especie de Quintana, José Agustín que á comienzos de esta centuria han iniciado una
de Macedo, que sopla su hueca trompa; una espe- revolución en formas é ideas en el arte de escri-
cie de Ponsard, Aguiar Leitao, que se pavonea en- bir. Antonio Feliciano de Castilho se presenta, «en-
tre la pobreza y sequedad de sus tragedias; y el fant sublime», con su áulico «Epicedioq». á los quin-
curioso y desjuicido José Daniel, que á falta de ce a ñ o s ; su obra posterior, si es de un romántico
Terencio y Planto, se iba solo, por una senda poco declarado, como que procede inmediatamente de
envidiable. Manuel de Nascimiento, arrojado por Nascimiento, arranca en su fondo de antiguas fuen-
una tormenta política, estaba en París. El obispo tes clásicas, á punto de que se haya nombrado
Lobo, á quien se ha comparado con De Maistre, á p r o p ó s i t o de su «Primavera,» á Safo, Anacreon-
señala el principio de una nueva era. Almeida te y Ovidio. Y se yergue luego, altiva y majestuosa,
Garret, que como Nascimiento había ido á París la talla de quien, cuando cayó en la tumba, hizo
y había sido ungido por Hugo, llevó á su país la b r o t a r de la más bien templada lira castellana un
iniciación romántica. Eugenio de Castro reconoce célebre canto fúnebre: comprenderéis que me re-
en uno de sus escritos, cómo el fondo del alma fiero á Alejandro Herculano. El gran historiador
portuguesa está impregnado de melancolía. Cier- fué asimismo aficionado á las musas. Cuando va-
tamente, ese pueblo viril siente de modo hondo y yáis p o r su jardín lírico, no dejéis de observar
particular el soplo de la tristeza. Los portugueses que p o r ahí ha pasado el Lamartine de las «Medi-
tienen esa palabra que indica una enfermiza y es- taciones.» Pero era un vigoroso, era un fuerte, y
pecial nostalgia, 1111 sentimiento único, lleno de la en la piedra fina y duradera de su prosa, supo
más melancólica dulzura: saudade.» Tal sentimien- construir más de un soberbio monumento. Si sus
to forma gran parte del espíritu de la poesía de novelas y los que podíamos llamar con Galdós,
Almeida Garret, que había llevado su barca sobre episodios nacionales, son de notable valer, su fama
las mansas y sonoras olas del lago lamarliniano. se asienta sobre el pedestal de su obra histórica,
El es uno de los precursores del nuevo movimien- al cual su violento liberalismo no alcanzó á pro-
to. El marca un nuevo rumbo á la generación lite- ducir r a j a alguna. Castello Branco dejó una pro-
raria. afianzando en un sólido fundamento clásico, ducción copiosísima en donde se pueden encontrar
pero con largas vistas hacia el futuro. El prefacio algunos granos de oro. Nos hallamos en pleno pe-
de «Doña Branca,» que Loiseau parangona con el ríodo contemporáneo. La voz de Pinheiro Chagas
de «Cronwell.» fué 1111 manifiesto que señaló defi- resuena. Magalhaes Lima va agitar á París la ban-
dera portuguesa; brillan los nombres de Casal Ri- el terceto camonianos, con un tinte de gracia de
beiro, Machado, Oliveira Martins, y tantos otros, los modismos populares. E n la fábula de la «Ca-
entre los cuales despide excepcional luz el del no- bra» ó «Carneiro e o Cebado,» resolvió magistral-
ble y egregio Teófilo Braga Conocemos algunas mente el problema presentido por los llamados
poesías de Antero de Quental. Doña Emilia nos in- nephelibatas, de la remodelación de la estructura
forma desde Madrid, de cuando en cuando, que del verso; encontró que el verso puede quebrarse en
existen tales ó cuales liras lusitanas. los hemistiquios más caprichosos, y aun sin síla-
Leopoldo Díaz, hábil husmeador de elegantes bas definidas, pero siempre cayendo dentro de la
novedades, nos traduce una que otra poesía por- armonía fundamental y orgánica del verso tal
tuguesa; nos comienzan á llegar los ecos de un como el oído romántico lo estableció. La perfec-
renacimiento en las letras brasileras y en notables ción de la forma no bastaba p a r a que Joáo de Deus
revistas jóvenes; y de pronto un clamor doloroso ejerciese un influjo inmediato; sería admirado co-
nos anuncia al mismo tiempo que la m u e r t e de mo artista pero no tendría el invencible poder de
Yerlaine, la del gran poeta Joáo de Deus. sugestión en los espíritus. Además de esa perfec-
El viejo Joáo de Deus, «el poeta del amor,» á ción parnasista, sus versos expresan estados de
quien Louis Pítate de Brinn Gaubast 110 h a vaci- alma, la pasión íntima, vaga y casi timorata de
lado en llamar «un Yerlaine—con la pureza de un los antiguos trovadores; aspiraciones indefinidas,
Lamartine,» fué también un precursor de los ar- como las de los neoplatónicos ó petrarquistas del
tistas exquisitos que hoy han colocado á tan gran Renacimiento: la unción mística, como la de los
altura las letras portuguesas. Como en España, versos de los poetas extáticos españoles: y, final-
como entre nosotros, la exageración romántica, el mente, la sátira mordiente, como la de los «go-
lacrimoso, falso y grotesco lirismo personal que liardos» y estudiantes de la tuna de las univer-
tuvo la fecundidad de una epidemia, halló en Por- sidades medioevales, cuyo espíritu se advierte en
tugal su falange en los seguidores de Palmeirim las estrofas de «Dinheiro,» la «Lata» y la «Mar-
y Joáo de Lemos. melada.» La impresión que produjo cuando la poe-
Contra esos se opuso Joao de Deus, ayudado por sía caía desacreditada p o r las exageraciones ultra-
el triste y malogrado Soares de Passos, que ini- románticas, fué grande, se hizo sentir en una rá-
ciaron algo semejante á la labor parnasiana de pida transformación de gusto y esmero en los nue-
Francia, pero poniendo en el fondo del vaso buen vos poetas. Con verdad y justicia, Joáo de Deus fué
vino de emoción. La obra de Joao de Deus, condén- proclamado el maestro de todos nosotros.»
sala en pocas p a l a b r a s Teófilo Braga: «volvió á Muerto ese maestro ilustre, á quien con tanto
la elocución m á s ideal por la naturalidad; dió al amor celebra Teófilo Braga, y cuyos despojos se
verso la armonía indefectible p o r la concordan- habían cubierto de blancas rosas frescas y de lau-
cia de los acentos métricos con la acentuación de reles, un joven le despide con un saludo glorioso,
las palabras; hizo de la rima una sorpresa y al como se saluda á un pabellón, en el instituto de
mismo tiempo u n colorido vivo; combinó nuevas Coimbra. Ese joven era el mismo que enviara al
formas estróficas, renovando también el soneto y féretro del consagrado cantor de amores, una co-
— 238 - - — 239 —
roña de viólelas y crisantemos, con esta leyenda: bajo distintos cielos van guiados por una misma
«A Joao de Deus, Eugenio de Castro.» Le despide estrella á la inorada de su ideal; que trabajan
con nobleza y orgullo principales, salvando la esen- mudos y alentados p o r una misma misteriosa y po-
cia lírica del maestro. Su ofrenda fué la presen- tente voz, en lenguas distintas, con un impulso
tación verdadera de la obra de Joao de Deus, libre único. ¿Simbolistas? ¿Decadentes? Oh, ya ha pasa-
de las tachas y aglomeraciones perturbadoras que do el tiempo, felizmente, de la lucha "por sutiles
impone la crítica indocta y fácil en la incompeten- clasificaciones. Artistas, nada más, artistas á quie-
cia de sus admiraciones. Lamentó con una honda nes distingue principalmente, la consagración ex-
voz de artista puro, la belleza poluta por la bruta- clusiva á su religión mental, y el padecer la perse-
lidad de la moderna vida, por las bajas conquistas cución de los Domicianos del utilitarismo; la aristo-
de interés y de la utilidad. «El americanismo rei- cracia de su obra, que aleja á los espíritus super-
na absolutamente: destruye las catedrales para le- ficiales, ó esclavos de límites y reglamentos fijos.
vantar almacenes: derrumba palacios para alzar E n t r e las acusaciones que han padecido, ha sido
chimeneas, no siendo de extrañar que transforme la de la obscuridad. Se les adjudicó el imperio de
brevemente el monasterio de Batalha en fábrica las tinieblas. Las gentes que se nutren en los pe-
de c o n s e n a s ó tejidos, y los Jerónimos en depó- riódicos les declararon incomprensibles. En los
sito de carbón de piedra ó en club democrático, países de sol, se dijo: «son cosas de los países del
como ya transformó en cuartel el monumental con- Norte. Esos h o m b r e s trabajan en las nieblas; siga-
vento de Mafra. Las multitudes triunfantes acla- mos nuestras tradiciones de claridad.» Y resulta
man al progreso; Edison es el nuevo Mesías; las p o r fin, que la luz también pertenece á esos hom-
Bolsas son los nuevos templos. El humo de las fá- bres, y que los palacios sospechosos de encanta-
bricas ya obscurece el aire; en breve dejaremos miento que se divisaban entre las brumas de Es-
de ver el cielo!» Tal es la queja; es la misma de candinavia y en tierras donde sueñan seres de ca-
Huysman en Francia, la queja de todos los artistas, bellos dorados y ojos azules, alzan también sus
amigos del alma; y considerad si se podría lanzar cúpulas entre las fragancias y esplendores del me-
con justicia ese Clamor de Coimbra, en este gran diodía, y en tierras en qne los divinos sueños y las
Buenos Aires que con los ojos fijos en los Esta- prodigiosas visiones penetran también por las pu-
dos Unidos, al llegar á igualar á Nueva York, podrá pilas negras.
levantar un gigantesco Sarmiento de bronce, como
E n los tiempos que corren, dice de Castro, el
la libertad de Bartholdi, la frente vuelta hacia
diletantismo literario, esf joyero de piedras falsas,
el país de los ferrocarriles.
dejó de ser un monopolio de los burgueses, ha
Ese artista que de tal manera exclama «en breve pasado hasta las m á s bajas clases populares. Cuan-
dejaremos de ver el cielo!» es uno de los más ex- do las otras ocupaciones intelectuales, la filosofía
quisitos con que hoy cuenta la moderna literatura y el derecho, las matemáticas y la química, p o r
europea, ó mejor dicho, la moderna literatura cos- ejemplo, son respetadas por el vulgo, no hav por
mopolita. Pues existe hoy ese grupo de pensadores ahí «boni frate» q u e no se juzgue con derecho de
y de hombrres de arte que en distintos climas y invadir el campo literario, exponiendo opiniones,
- 240 - -
OID:
distribuyendo diplomas de valer ó de mediocridad.
Lo cierto es, sin embargo, que la literatura es «Tu frialdad acrece mi deseo: cierro los ojos para
sólo para los literatos, como las matemáticas son olvidarte y cuanto más procuro no verte, cuanto
sólo para los matemáticos y la química para los más cieiTO los ojos, más te veo.
químicos. Así como en religión sólo valen las fes Humildemente tras de tí sigo, humildemente, sin
puras, en arte sólo valen las opiniones de concien- convencerte, cuanto siento por mí crecer el gélido
cia, y para tener una concienzuda opinión artísti- cortejo de tus desdenes.
necesano un artista. Sé que jamás te poseeré, sé que «otro» feliz ven-
¿Ha tenido que luchar Eugenio de Castro? Indu- turoso como un rey abrazará tu virginal cuerpo
dablemente, sí. No conozco los detalles de su cam- en flor.
paña intelectual, pero no impunemente se llega Mi corazón entretanto no se detiene: aman á me-
á tan justa gloria á su edad, ni se producen tan dias los que aman con esperanza;—amar sin espe-
admirables poemas. La gloria suya, la que debe ranza es el verdadero amor.»
satisfacer su alma de excepción, no es por cierto
la ciega y panúrgica fama popular, tan lisonjera
Ya en «Horas» el tono cambia.
con las medianías; es la gloria de ser comprendido
por aquellos que pueden comprenderle, es la glo-
«No perpetuemos el dolor, seamos castos de una
ria en la comunidad de los «aristos.» Su nombre
castidad elevada. Tú como Inés, la santa de los tu-
no resuena sino desde hace poco tiempo en el mun-
pidos cabellos, yo como el purísimo San Luis Gon-
do de los nuevos. Su «Oaristos» apareció hace ape-
zaga.
nas seis años. Después se sucedieron «Horas,»
«Sylva.» «Interlunios.» No h e leído sus obras sino La Pureza conviene á almas como las nuestras,
después que conocía al poeta por la crítica de Ita- las mucosas tientan solamente á las almas vulgares,
lia y Francia. Abonado por Renny de Gourmont y la sonrisa con que me encantas sea rosa mística!
Vittorio Pica, encontró abiertas de par en par las y sean las miradas tuyas el argentino «pax tecum.»
puertas de mi espíritu. Leí sus versos. Desde el No son ya tus gráciles gracias de doncella las que
primer momento reconocí su iniciación en el nuevo me cautivan. Del Arcángel la espada reluciente de-
sacerdocio estético, y la influencia de maestros capitó á la Lujuria que hiere y que hiela: lo que
como Verlaine. Y en veces su voz era tan semejante adoro es tu corazón.»
á la voz verleniana, que junté en mi imaginación
el recuerdo de de Castro, al del amado y malogra-
do Julián del Casal, un cubano que era por cierto
el hijo espiritual de «Pauvre Lelian.» E r a n ver- Después llegó á mis manos, en el «Mercure de
sos de la carne y versos del alma, versos caldeados France,» un poema simbólico y extraño, de un sen-
de pasión, ó de fe; ya reflejos de la r o j a hoguera timiento profundamente pagano, hondo y audaz.
swinborniana ó de los incensarios y cirios de «Sa- «Sagramor» y «Belkiss» me hechizaron luego.
gesse.» Los raros—16
— 213 —
«Sagramor» comienza en prosa, en la prosa musi-
cal y artística de de Castro. Sagramor es un pas- Segunda voz
tor al principio. Luego, caballero, recorrerá todas
He aquí oro', llénate de oro, toma, no llores...
las cimas d é l a vida, en busca de la felicidad. Goza
Con los ducados de este tesoro, tendrás palacios,
del amor, de las grandezas mundanas, de la varie-
gemas y flores... Mira, ve cuán rubio es el oro
dad de paisajes y cielos, de las victorias de la f a m a :
y cómo resplandece...
Como un eco del Eclesiastes debía repetirle á cada
instante la vanidad de las cosas humanas. ¿Qué le
consolará de la desesperanza, cuando h a hallado Sagramor
polvo y ceniza? Ni la ciencia, ni la luz del creyen-
te, ni la voz de la triste Naturaleza. Hay u n a vir- ¿Oro?... ¿y para qué? La Felicidad no la vende
gen fiel que podría salvarle y acogerle: la Muerte; nadie.
pero la Muerte no le a b r e sus brazos. A través de
soberbios episodios, en mágicos versos, desfila una Tercera voz
sucesión de visiones y de símbolos que va á pa-
r a r al obscuro reino de la invencible Desilusión, ¿ P o r qué lanzas tan lamentables quejas, con tan
á la fatal miseria del Tedio. En lo más amargo del tétrico y angustioso tono? ¡Viajemos! gozaremos
i
desencanto, Sagramor quiere consolarse con el re- bellos días... pjl
cuerdo de su primera y dulce pasión, Cecilia, que
apenas surge un instante, «creatura bella bianco Sagramor
vestita,» y desaparece. Oid las voces que llegan de
tanto en tanto, á invitarle al goce de la existencia:
El mundo es pequeño. Lo he recorrido ya todo.
O viandante que estáis llorando, ¿por qué lloras? Soy la Gloria, alegre genio de un radioso país
Ven conmigo; reiremos cantando las horas. Ven, solar... ¡Tú serás el mayor poeta del mundo!
no tardes; yo soy el A m o r ; quiero dar alas á tus
deseos! De lindas bocas, copas en flor, beberás Sagramor
dulces, suaves besos!
Dicen que el mundo está p a r a concluir...
Sagramor
*
Quinta voz
¿Besos?... Los besos, h o j a s vertiginosas, son ve-
nenos. Deshojan rosas sobre las bocas, pero abren Serás un sabio: desde mi albergue verás pronto
llagas en el corazón.,. aclarado todo.
- 244 -
Sagramor de Montesquiou-Fezensac,—otro exquisito de Fran-
cia. Os traduciré fielmente esos preciosos versos.
Si hubiera conservado mi ignorancia, no me ha-
bría sentido tan desventurado...
De los argentinos plátanos á la sombra
La linda m o n j a , que antes fuera princesa,
Sexta voz
Deja vagar sus ojos por el paisaje...
Yo soy la muerte victoriosa, madre del misterio, Vese el monasterio, á lo lejos, entre las hojas...
madre del secreto...
Allá, en un balcón que domina las aguas.
Sagramor Las otras m o n j a s ríen, contemplando
El polífono m a r , tan agitado,
¡Oh, no me toques! ¡Vete! ¡Tengo miedo de tí! Que de las olas los límpidos aljófares
Sobre la tela de los hábitos cintilan.
Séptima voz Dando á aquellas pobrecillas el aspecto
De reinas que se divierten en una boda.
¡Yo soy la Vida! Ya que el morir te da miedo, te
daré mil años. La princesa real, que se hizo monja,
Que una corona trocó p o r cilicios,
Sagramor Y las fiestas p o r la dulce paz del claustro,
Lejos de las compañeras sonrientes
¡No, Dios mío! ¡No he sufrido yo tantos atroces Jamás á las diversiones de ellas se junta.
desengaños! Cuando no d u e r m e ó reza, su vida
Es vagar por el encierro,
Muchas voces Tan ajena á sí misma, tan suspensa
Cual si las nieblas de un sueño atravesase...
¿Quieres los más raros, los más dulces placeres?
¿Quieres ser estrella, quieres ser rey? Responde, La monja piensa...
¿Qué quieres?
Un día, siendo novicia,
Sagramor Al despertar, sus claros ojos vieron
Cerca de sí u n ruiseñor dulcísimo
No sé... No sé... Que le dijo:
—Y sin embargo, la m o n j a no sabe nada! universa quae habebat in corde suo.» Y más adelan-
Oyendo al ruiseñor 110 vió el incendio te: «Rex a u t e m Salomon, dedit reginse Saba omnia
Ni los dobles oyó que anunciaran quse voluit et petivit ab eo; exceptis his, quee ultro
De las otras monjas la distante muerte... obtulerat ei numere regio. Quae reserva est, et abiit
in terram s u a m cum servís suis.» Es esa reina de
Nuevos años se extinguen... Saba, la Makheda de la Etiopía de cuya descenden-
Una guerra cia se gloria el negus Menelik, la Belkiss arábiga.
Tuvo lugar allí, muy cerca de ella, Al solo n o m b r a r á la reina de Saba sentiréis como
Que nada oyó ni vió, escuchando el canto: un soplo p e r f u m a d o de ungüentos bíblicos, miraréis
Ni el funesto estridor de las granadas, en vuestra imaginación u n espectáculo suntuoso
Ni los suspiros vanos de los moribundos, de poderío oriental; tiendas regias, camellos enjae-
Ni la sangre que á sus pies iba corriendo... zados de oro, desnudas negras adolescentes con
flabeles d e plumas de pavos-reales; piedras precio-
¡U11 día, al fin, el ruiseñor se calló! sas y telas de incomparable riqueza. ¡Y bien! Eu-
De los argentinos plátanos á la sombra genio de Castro ha evocado mágicamente la mis-
La m o n j a despertó, suavemente teriosa y bella persona. La reina de Saba de Axum
Y murió, como niño que se duerme, y del H y m i a r se anima, llena de una vida ardien-
Mientras el ruiseñor volaba, ledo, te, en fabulosas decoraciones, imperiosa de amor,
P a r a el país que tanto le deslumhrara... simbólica víctima de una fatalidad irreductible.
Es un p o e m a dialogado, en prosa martillada por
El ruiseñor había cantado trescientos años... un F l a u b e r t nervioso y soñador, y en donde la
Si no habéis podido juzgar de la melodía original reminiscencia de Maeterlink queda inundada en un
del verso, de seguro os habrá complacido esa deli- torbellino de luz milagrosa, y en una harmonía
ciosa fábula. Si os fijáis bien, podréis encontrar musical, cálida y vibrante. Lo pintoresco, las aco-
que ese ruiseñor es hermano de aquel que oyó el taciones, en su elegancia arqueológica nos llevan
m o n j e de la leyenda; pero confesaréis que ambos á r e c o r d a r ciertas páginas, de «Herodias» ó de
p á j a r o s paradisiacos cantan unánimes con igual la «Tentación de San Antonio.» Belkiss en sus sun-
divina gracia. tuosos triunfos, habrá de padecer después el ine-
Y he aquí que llegamos á la obra principal de ludible dolor. Para que David nazca ella pasará
Eugenio de Castro, «Belkiss», traducida ya á varios sobre l a experiencia y sabiduría de Jophesamin,
idiomas y celebrada como una verdadera obra su m e n t o r ó ayo; y sentirá primero la tempes-
maestra. tad de a m o r en su sexo y en su corazón; y h a r á
Léese en el «Libro de los Reyes,» en la parte del el viaje á Jerusalén, entre prodigios y misterios,
reinado de Salomón: «Et ingressa Jerusalem multo y sentirá p o r fin el beso del adorado rey, y tem-
ciim comitatu, et divitiis, camelis portantibus aro- blará cuando contemple bajo sus pies las azuce-
mata, et aurum infinitum nimis, et gemmas pretio- nas sangrientas.
sas. venit ad regem Salomonen, et locuta est ei Una sucesión de escenas fastuosas se desarrolla
al eco de una wagneriana orquestación verbal. Pue-
de asegurarse sin temor á equivocación, que los tes drogas de cierta refinada y excepcional lite-
primeros «músicos,» en 'el sentido pitagórico y en r a t u r a modernísima.»
el sentido wagneriano, del arte de la palabra, son Se trata, pues, de u n «raro.» Y será asombro
hoy Gabriel D' Annunzio y Eugenio de Castro. curioso el de aquellos que lean á Eugenio de Castro
Quisiera daros una idea de ese poema—que ha con la preocupación de moda de los que creen
rendido la indiferencia oficial en Portugal,—donde que toda obra simbolista es u n pozo de sombra.
á los 27 años ha sido su autor elegido miembro de «Belkiss», está lleno de luz.
la Real academia de Lisboa, y que ha arrancado Señores: He concluido esta conferencia sobre el
aplausos fraternales en todos los puntos del globo poeta Eugenio de Castro y la literatura portuguesa.
en que existen cultivadores del arte puro. Mas ten-
dría que ser demasiado profuso, y prefiero aconse-
jaros, como quien recomienda una especie r a r a
de flor, ó un delicioso licor exótico, que leáis
Belkiss, en la versión de Picca, en italiano, que es
de todo punto admirable, ó, en el bello librito
arcaico impreso en Coimbra p o r Francisco Franca
Amado. Y tened presente que hay que acercarse á
nuestro autor con deseo, sinceridad y nobleza esté-
ticas. Os repetiré las palabras del crítico italiano:
«Ciertamente, la poesía de Eugenio de Castro es
FIN
poesía aristocrática, es poesía decadente, y p o r lo
tanto. 110 puede gustar sino á un público restricto
y selecto, que, en los refinamientos de las ideas y
de las sensaciones, en la variedad sabia y musical
de i o s ritmos, halla una singular voluptuosidad
del espíritu. El común de los lectores, acostum-
brados á los azucarados jarabes de los poetitas
sentimentales, ó solamente de gusto austero y que
no aprecian sino la leche y el vino vigoroso de los
autores clásicos, vale más que no acerquen los la-
bios á las ánforas curiosamente arabescadas y pom-
posamente gemadas de los cantos ya amorosos, ya
místicos, ya desesperados del poeta de Coimbra; ya
que en ellos está contenido un violento licor que
quema y disgusta á quien no está hecho á las fuer-
INDICE
Páginas
Prólogo 5
El arte en silencio 7
Edgar Alian Poe 13
Leconte de Lisie 27
Paul Verlaine 45
El conde Matias Augusto de Villiersde L'Isle Adam. 53
León Bloy 67
Jean Richepin 81
Jean Moreas 93
Rachilde 111
George d' Esparbés 123
Augusto de Armas 131
Laurent Tailhade 137
F r a Domenico Cavalca 145
Eduardo Dubus 155
Teodoro Hannon 167
El conde de Lautréamont 175
Paul Adam 183
Max Nordau 191
Ibsen 203
José Marti 217
Eugenio de Castro 229
Obras del autor
Primeras notas Verso.
Azul Prosa y verso.
Abrojos Verso.
Prosas profanas . . . . Id.
España Contemporánea. . Prosa.
Los Raros Id.
Peregrinaciones . . . . Id.
La Caravana pasa . . . Id.
Tierras solares Id.
EN P R E P A R A C I Ó N
i / ' (L v^K
r u v 1
C ' / v W * ^ ^ f t Li;«.