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U
na mañana la profesora Viviana dijo que las personas no pueden vivir sin los
ríos y le preguntó a Angélica, la niña más callada del salón, qué opinaba de
eso. Ella respondió que los ríos eran malos porque dañaban, destrozaban,
mataban a las personas y derrumbaban casas. Son monstruos horribles, fue lo último que
dijo Angélica antes de que sus ojos se aguaran. La profesora le preguntó por qué decía
eso; Angélica no soportó y una lágrima se deslizó por su rostro. Entonces decidió contarles
una historia.
Ella vivía con sus padres en una finca tan grande que un día intentó recorrerla, pero se le
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fue un día completo sin lograrlo; además había toda clase de flores, muy olorosas. Estaba
alegre de vivir allí pues le gustaba el campo, los colibrís, turpiales, chochobuis y demás
Más que todo, le fascinaba un río que pasaba junto al pueblo. Era el único río, sólo había
pocas quebradas. La niña lo limpiaba y por eso decían que era la guardiana del río. Creía
que el río era santo, pues ella lo consideraba su amigo y además alguien en quien confiar.
Tenía la costumbre de ir todas las tardes a visitarlo; pero iba con sus padres, pues a su
edad no podía ir sola, el río pasaba 20 fincas más allá y era un viaje peligroso para una
niña.
Para Angélica el río era su segunda casa. Lo mejor era que sus vecinos la imitaban:
Una tarde, Angélica no salió de su casa, pues llevaba lloviendo casi una semana. En ese
momento se consideraba la persona más infeliz pues cuando llovía nadie en el pueblo
podía salir. Todo se ponía nublado y era muy peligroso salir de las casas. Sólo esperaba el
momento en que saldría el sol, pues cuando se decidiera a salir, ella correría hacia el río
“Por fin, por fin”, dijo Angélica cuando el sol dejó ver su cara brillante. Se alistó con sus
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padres y salieron de paseo hacia el río, su único lugar de distracción.
Cuando llegó, lo primero que hizo Angélica fue lanzarse a las aguas en la parte menos
honda. Su madre sí decidió nadar en la parte más profunda. Cuando la niña vio que no
estaba su mamá, se preocupó. La llamaba, le gritaba “¿dónde estás, mamá?”. Al ver que
no le contestaba, se salió y fue a llamar a su papá que estaba un poco lejos de allí, pues se
quedó recogiendo leña para el sancocho. Volvieron padre e hija y se pusieron a buscarla,
pero no la encontraban por ningún lado. Angélica no hacía sino llorar. Cuando los vecinos
se enteraron de lo sucedido, también ayudaron a buscarla. Pero llegó la noche y no la
encontraron. Nadie supo qué había sucedido, así que se fueron a sus casas.
Por la mañana llamaron al papá de Angélica y los dos acudieron. Al parecer habían
encontrado a la señora perdida. En el pueblo, la hija pudo ver de nuevo a su mamá, pero
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ahogada. Comenzó a gritar y se preguntaba qué había pasado, pues según le dijeron el río
la había ahogado. El papá le explicó, casi llorando, que el río estaba muy crecido, que a
Así fue. Llovió durante un mes. Ninguna persona pudo salir de su casa, pues todo estaba
muy nublado. Cuando la lluvia dejó de caer, todo quedó en un extraño silencio. Cuando las
personas del pueblo fueron hacia la ribera del río, vieron algo desastroso: la mayoría de
casas estaban derrumbadas y muchas personas estaban muertas. Sólo quedaron las
Angélica preguntó quién había hecho todo esto. Su padre le respondió que el río. De sólo
pensar esto, la pequeña se hundía en la tristeza, que era un río que hasta hace poco
No entendía cómo junto a ella estaba un río que había sido su amigo; pero que les había
Así Angélica se fue del pueblo a vivir a la ciudad. Comenzó una nueva vida con su padre y
tuvo nuevos amigos, pero nadie comprendía su tristeza. Ella sólo era la niña silenciosa de
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la escuela, la que nunca sonreía.
entendió sin palabras que el río no era un monstruo pues los culpables de la violencia del
clima son los seres humanos. Incluso pensó en que, a pesar de todo, un día volvería al