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EL PASO DEL
NOROESTE
Hermes V
Serie CIENCIA
EDITORIAL DEBATE
Primera edición: marzo 1991
Versión castellana de
SARAH MIRKOVITCH
Revisión de
NEILLY SCHNAITH
Corrección de
RENE PALACIOS MORE
I.S.B.N.: 84-7444462-4
Depósito legal: M. 4.54O-1991
Compuesto en Imprimatur, S. A.
Impreso en Unigraf, Arroyomolinos, Móstoles (Madrid)
Impreso en España
El
nuevo
Zenón
Zenón partió de Atenas para ir a embarcar hacia Elea.
Era un tiempo en que la tierra estaba virgen de carreteras, y
la costa, privada de puertos. Internóse en este espacio nuevo.
Al alcanzar la mitad de su viaje, recordó sus cálculos. Una
angustia le estremeció. No pensemos más, dijo, quizá sea un
sueño. Era inevitable que llegase, poco después, a la mitad
exacta de lo que le quedaba de camino, y su congoja
agravóse, y tornóse más pesada aún en medio del tercer
segmento; sintió, de repente, cómo se pegaba a sus sandalias
el infinito de estas mitades, delante ... Zenón llega, no llega.
¿Llegará?
Zenón partió de Atenas para ir a embarcar hacia Elea.
Algunas tortugas se arrastraban por el polvo de la tierra, y
las flechas volaban en el día. Antes de alcanzar la mitad de su
esfuerzo, midió el tercio del espacio, para matar el tiempo
variaba un tanto su razonamiento. Era inevitable que llegase,
poco después, al tercio de lo que le quedaba de camino, y vio,
alineados delante, la infinita cadena de estos tercios que le
esperaba, interminable ... Zenón pasa, no pasa. ¿Pasará?
Zenón partió de Atenas para ir a embarcar hacia Elea.
Apenas hubo puesto un pie, ligero, delante del otro, se puso a
cavilar sobre las miríadas, y aún más, de maneras de trocear
el viaje, y de recomenzar. Antes de pasar el moto mitad,
aparece el moto tercio, antes del tercio, el cuarto; antes del
cuarto ... el diezmilésimo, y así cuantas veces querré. Zenón
parte, no parte. ¿Dejará Zenón Atenas?
Al dividir su ruta en fracciones, había descubierto que el
espacio se parece al espacio, que en él reina la similitud y,
como suele decirse, la representación. Este espacio
cualquiera, una vez atravesado, se representará. Una y otra
vez, fútil y necia iteración, de información nula.
Michel Serres 12
*
Ante este primer caso de construcción chocante, conviene explicitar el
criterio que ha guiado esta traducción. Hacer justicia al estilo de Michel Serres
supone intentar una fidelidad no sólo de fondo sino también de forma. He sido,
pues, fiel, en la medida de lo posible, a la terminología, la puntuación, la
construcción, los juegos de lenguaje, el ritmo que marca la acentuada
El paso del Noroeste 13
avance. Tuvo que desviarse para volver a encontrar su
verdadero camino, a los dos tercios del recorrido. Este desvío
formaba como un ángulo alrededor de la montaña. Adentróse
sin más en la primera de las dos vías quebradas. Ahora bien,
al tercio del nuevo, recorrido, una colina, arrojada allí por un
dios, le hizo obstáculo. Tuvo que desviarse para encontrar su
camino, a los dos tercios del nuevo recorrido. Aquello
formaba un ángulo alrededor de la colina. Adentróse en la
primera de las dos vías quebradas. Al tercio de esta vía, se
opuso un montículo arrojado allí por algún héroe. De ahí un
desvío hacia los dos tercios, de nuevo. De nuevo un ángulo
alrededor del montículo. Adentróse en esta vía quebrada. Al
tercio, una mota de tierra, arrojada allí por un campesino,
está delante. Desvío por un ángulo alrededor de la mota. Se
adentra. Al tercio, una partícula de polvo, arrojada allí por el
viento, enfrente. Pequeño ángulo, aún, rodeando la partícula.
Avanza. Al tercio, un átomo, arrojado allí por azar, a sus pies.
Ángulo, contorno de átomo. Camina. ¿Quién va a arrojar aún
ante Zenón alguna pequeña partícula, para desviarlo de su
curso, de su retorno al país natal? Zenón ya no pasa. No,
Zenón pasa. ¿Pasa? ¿Pero qué es del propio Zenón ante la
talla de Von Koch?
Zenón por último, el verdadero Zenón o el nuevo, Zenón
de Elea, de Atenas, de París, o de donde queráis, Zenón partió
de aquí para ir a embarcar allá, hacia parajes difíciles. Por
precaución, llevaba en el bolsillo un cubilete, donde bailaban
los dados. Eso me evitará decidir, dijo; y por otra parte, sea el
temor a los dioses, a los semidioses, a las trampas, a las
náyades de buen encuentro y monstruos de mal encuentro, a
los campesinos, a las circunstancias y al viento, prefería
conducir él mismo su maniobra. Da lo mismo, dijo, pero qué
más da. Desde entonces, echa a la suerte el punto de sección
en el que se detiene, ante la interminable cadena de
repeticiones, punto en el cual también cambia de dirección,
también echa a la suerte el largo de sus pasos y, tal vez, su
medida, echa a la suerte la abertura del ángulo en el momento
de la curva, echa a la suerte todos los elementos, variables, de
su camino, echa a la suerte los elementos sobre los que había
variado, en los últimos recorridos.
*
«Apuesta» trata de aproximarse al sentido irreproducible del término
enjeu: lo que está en juego. (N. de la T.)
1
Le tiers-instruit, en curso de publicación.
Michel Serres 18
un mar llano y sin escollos, o un estrecho corriente. De las
ciencias humanas a las ciencias exactas, o a la inversa, el
camino no atraviesa un espacio homogéneo y vacío. La
metáfora de este archipiélago extraordinariamente complicado
del gran norte canadiense, casi siempre estorbado por bancos
de hielo, es exacta. Casi siempre el pasaje está cerrado, ora por
tierras, ora por hielos, o también porque uno se pierde. Y si el
pasaje está abierto, es a lo largo de un camino difícil de
prever. Y casi siempre, singular. El Parásito era de hecho un
individuo, natural, cultural, especifico. Conseguía el pasaje,
pero de esa experiencia no se puede deducir una ley global.
En las antiguas, iba a decir clásicas, clasificaciones de las
ciencias, el estado de este pasaje no se describe de ese modo.
Se diría que no plantea problema. Y, de hecho, a primera vista,
no tendría por qué. Vivimos y pensamos tanto de colectividad
como de mundo, el equilibrio de los planetas es la condición
de nuestra supervivencia como lo es nuestro entorno humano,
necesitamos tanto del lenguaje como del oxígeno. Así pues,
las ciencias humanas siguen, en la lista o en el tiempo, a las
ciencias exactas, siguen o preceden, esto no importa, siguen,
preceden, o se yuxtaponen, en suma, donde sea que estén unas
respecto a otras, se encuentran en el mismo espacio y
mantienen relaciones sencillas. Esto es bastante cierto, pero no
del todo.
Decir que en cada uno de los niveles el juego cambia de
reglas bastaría, siempre y cuando el nivel no fuera una regla.
Sí, cuando el juego cambia de regla, el propio nivel cambia y
se pierde.
*
«Resis» procede del griego rein: fluir. (N. de la T.)
El paso del Noroeste 39
*
¿Está Ulrich, hijo de un erudito ambicioso y «rassoté» a
quien concedieron la nobleza hereditaria, en su hotel, en
Viena, en 1913? Busque usted pues su locación en la calle,
sinuosa arteria que sale del centro como el radio de una rueda.
Cuando los radios son sinuosos, ¿cuál es la forma de la rueda?
Pronto, embeleso, el hotel. Será un pequeño castillo, una
«locura», un pabellón de caza, no está del todo claro. En
cuanto al jardín, salvaguardado sólo en parte, es del siglo
XVII, no es seguro. Planta baja tal vez del XVII, pisos XVIII,
fachada rehabilitada pero deslustrada en el siglo pasado, el
conjunto, compuesto, tenía aquel aire «movido» de las
sobreimpresiones fotográficas. El espacio de los iconos y de
los escudos se desvanece, la imagen tiembla, y lo definido ha
perdido sus bordes. Si la historia se detuvo en Guérande, ha
continuado en Viena. Ha lanzado un camino que bifurcó, otro
que degeneró y otro más, privado de consecuencias. A la
postre, la reliquia, el monumento, ha olvidado muchas de sus
condiciones iniciales. De donde, cosa notable, se remonta
difícilmente hacia los predecesores. Así es en lo irreversible.
Detenga usted pues la descripción y grite «¡Oh!», ya no es
más que una señal. Una señal que destaca sobre ese temblor,
sobre ese ruido de la forma, y sobre lo nebuloso flotante de la
sobreimpresión.
No, no es impresionismo, es estocástica, y es muy distinto.
En todo caso, puede usted contar las estrellas, están
catalogadas desde la antigüedad. Pero si pide un catálogo de
las nubes, se burlarán de usted. No existe el término nube,
definido como permanente, definido por sus bordes o sus
términos O sus terminaciones. Esto lo afirma Wiener, pero
está por ver.
*
El autor ha tenido la gentileza de informarme sobre este término inusual:
Rabelais lo usaba para referirse a los eruditos a quienes los estudios excesivos
no habían vuelto más inteligentes sino más tontos (sot). (N. de la T.)
Sólidos,
fluidos,
llamas
1
Hermes IV. La distribution, págs. 197-210. Penélope, la tejedora de las
reglas cartesianas, está en el puesto teórico de los mitos.
El paso del Noroeste 45
Hasta aquí no he hecho más que señalar una proposición
de Bergson: nuestros conceptos han sido formados a imagen
de los sólidos2. Constantes, estables y consistentes, volúmenes
duros y traslúcidos, de bordes distintos y distinguidos. El
trabajo de Bergson comienza en el campo de las prohibiciones
positivistas y cartesianas. Pues el ámbito del que la filosofía
toma sus valores y en el que se apoya ya no es la geometría
corriente de la esfera o del triángulo, ya no es la óptica,
aquella que se reduce a la geometría, ya no es la mecánica de
poleas, cuerpos y pesas, ya no es, en general, esa física general
de los cuerpos inertes que hacía la ciencia de los sistemas
clásicos. La filosofía, desde entonces, me refiero a esa época,
toma como ámbito de referencia el campo de la vida y, más
tarde, el de las llamadas ciencias humanas. Todo el
conocimiento es transformado por ello. «Donde existe una
fluidez de matices huidizos que se entreveran unos con otros
(nuestra atención), dice, percibe colores nítidos, sólidos por así
decirlo, que se yuxtaponen como las cuentas múltiples de un
collar: deberá entonces suponer un hilo no menos sólido que
mantendría juntas las cuentas.» Crítica elemental del método
cartesiano cuyo, eslabón es una cuenta, clara y distinta, vista
por una mente pura y atenta. Entrada en el campo de las
fluctuaciones, de la fluidez, de las nubes y los matices, donde
la luz deja paso a los colores que la dividen de manera
compuesta, y donde toda la cuestión, una vez más, regresa a
los mismos bordes en los que fue dejada.
Supongamos el borde de una nube, nuevo conjunto a
considerar, el límite de un matiz, luz coloreada, supongamos
la frontera de la ola, la cual, en el embate de la resaca,
deposita el guijarro sólido en la playa. El volumen sólido no es
más que un estado de la evolución, ella misma fluida.
Volvemos a la fluctuación. Ahora bien aquí el concepto es el
de un solapamiento. Bergson no proporciona una teoría del
conocimiento confusa, o de la fusión, ofrece un método casi
doble, justamente el del solapamiento. Los bordes
considerados bifurcan. Toma el ejemplo de la gavilla: la
2
«La inteligencia humana se siente como en casa mientras la dejamos entre
los objetos inertes, y en especial entre los sólidos, donde nuestra acción
encuentra su punto de apoyo y nuestra industria sus instrumentos de trabajo;
nuestros conceptos han sido formados a imagen de los sólidos" nuestra lógica es
sobre todo la lógica de los sólidos; por ello mismo, nuestra inteligencia triunfa
en la geometría, donde se demuestra el parentesco del pensamiento lógico con la
materia inerte.
»Depositado por el movimiento evolutivo, ¿cómo iba a aplicarse nuestro
pensamiento a lo largo del propio movimiento evolutivo? Es como pretender
que el guijarro arrojado en la playa dibuje la forma de la ola que lo trajo.»
L'évolution créatrice, Édition du Centenaire, P.U.F., 1959, págs. 489-490.
Michel Serres 46
gavilla crea, por el solo hecho de su crecimiento, direcciones
divergentes entre las que se repartirá el impulso 3. Toda la
exposición, en Les deux sources, de la doble ley de dicotomía
y de doble frenesí, puede ser enteramente inferida desde la
topología descrita por el frecuentativo duo-habitare de la duda
cartesiana, siempre y cuando, por supuesto, se introduzca una
energética allí donde no existía más que una mecánica, o,
mejor dicho, una estática. Bajo la tradicional pareja figura-
movimiento está la pareja fundamental topología-energética.
Discurso de los bordes, discurso del fuego. La duda misma se
convierte en conocimiento. El elemento principal del espacio
es ahora la multiplicidad en sentido riemaniano, la variedad
espacial. Localmente, el espacio es abigarrado, cromático. De
ahí los matices bergsonianos, y el ejemplo, aquí mismo, del
color, del anaranjado doblemente amarillo y rojo. Este es el
juego de fantasía y la imaginación compuesta. El anaranjado
no es más que un collage, un reencolado del espacio, de una
variedad amarilla y de otra variedad roja no recortadas, no
decididas. Quiasmo espacial y luminoso, quiasmo energético y
topológico. La distinción no es la eliminación del segundo
camino nacido de la bifurcación. Es el resultado de la propia
bifurcación. De pronto, todo bifurca. «Reflejo y voluntario
materializan dos enfoques posibles sobre una actividad
primordial indivisible que no era ni uno ni otro, sino que
deviene, retroactivamente, por ellos, ambos a la vez. Lo
mismo diríamos del instinto y de la inteligencia, de la vida
animal y de la vida vegetal, de tanta otra pareja de tendencias
divergentes y complementarias. No obstante, en la evolución
general de la vida, las tendencias así creadas por vía
dicotómica se desarrollan las más de las veces en especies
distintas; cada una por su lado van a buscar fortuna en el
mundo 4 ( ... ). No es así en la evolución de la vida psicológica
y social. Es en el mismo individuo, o en la misma sociedad,
donde evolucionan las tendencias que se han constituido por
disociación y por lo general sólo pueden desarrollarse
sucesivamente. Si son dos, como suele ocurrir con frecuencia,
el interés se dirigirá primero hacia una de ellas: con ella se
llegará más o menos lejos, generalmente lo más lejos posible;
luego, con lo ganado durante esta evolución, se volverá a
buscar aquella que se habrá dejado atrás. El progreso se ha
realizado por una oscilación entre los dos contrarios.» Bergson
prevé, por supuesto, la regulación de una por la acción
3
Les deux sources de la morale et de la religion, ibid., 1225-1228.
4
Las cursivas son nuestras.
El paso del Noroeste 47
antagonista de la otra, pero también prevé que se pueda
caminar por una de las dos ramas hasta la catástrofe. Ésta
«decide» los dos conjuntos, modulo el tiempo. La topología,
de las leyes de dicotomía y de doble frenesí habría hecho decir
a Descartes que, de seguirla en el bosque, uno se perdería
irremediablemente. ¿Pero quién le ha revelado al filósofo
clásico el secreto de que ese bosque tiene bordes, que está
inmerso en un espacio en el que ya no sería posible estar
perdido? Dios, supongo. Ahora bien, en el supuesto de que yo
no forme parte de su consejo divino, ¿quién me dice que no
haya más que bosques, que no esté embarcado, perdido para
siempre? Dicho de otro modo, ¿existen de veras, fuera de la
matemática, objetos con bordes distinguidos? Bergson intuye
que, salvo los sólidos perfectos, escasos por cierto, las cosas
tienen bordes fluentes. La teoría del conocimiento difuso ve
fronteras borrosas. Es el fuera de foco o lo movido de la
sobreimpresión fotográfica, al estilo de Musil o de los
impresionistas. Las ninfeas espejean en el agua. El sólido ha
desaparecido en el fluido, la luz en los colores. Al soporte
epistemológico de lo viviente corresponde una teoría de los
bordes con bifurcación. Un camino límite desemboca en el
otro sin cesar de existir por él mismo, ambos oscilan y vibran
entre sí, y las horquetas del árbol pronto se multiplican. Aquí,
la malla elemental de la red es el duo-habitare, el doble, pero
pronto deviene boscosa como para que el borde fluctúe.
Comienza la era de los fluidos. Toda la lógica o el método
bergsoniano está construido por quiasmos y su objeto, la
gavilla, el chorro de agua, el flujo, el stream of consciousness,
es acuático.
Claro que sería absurdo y falso, demostrablemente, señalar
dos eras, la de los sólidos, la de los fluidos, por un lado el
dibujo distinguido y por el otro el jirón fluctuante en torno a
un rostro, un cuerpo o un objeto cualquiera. Una lectura de
Lucrecio ya había mostrado a Bergson, y a otros, la
importancia de las turbulencias, y los mecánicos de la
astronomía no dejaron de notar que la Tierra, objeto sólido en
movimiento, estaba arropada por un manto de oscilaciones, los
mares, y por una mantilla de atmósfera gaseosa, donde se
arremolinaban las nubes.
Pero si la historia no tiene corte o bruscos cambios de fase,
salvo
si
se
piensa,
justamente,
la
historia
misma
como
una
mecánica de sistemas sólidos en movimiento bajo coerciones
de fuerzas y de relaciones de fuerzas, ¿puede uno decidir, una
Michel Serres 48
vez más, acerca de la adecuación o la conformidad de estas
dos teorías?
Empecemos por su caso singular, la luz: espejo de bordes
perfectos o temblor del espejeo. Cualquier óptico le dirá que la
división claro-oscuro no es distinta más que en circunstancias
excepcionales. Y con precisión, cuando no hay atmósfera,
cuando no hay fluidos turbulentos. En la luna reina lo claro y
la negrura es absoluta detrás de tal obstáculo que intercepta los
rayos. Tórrido aquí, y helado allí. ¿Por qué? Por ausencia de
refracción, por ausencia total de bifurcación. En la atmósfera,
nunca homogénea, nunca isótropa, los medios locales están
distribuidos de forma múltiple, de suerte que los rayos, así
puede decirse, buscan fortuna en el mundo. Se quiebran por
doquier y ejecutan un recorrido caprichoso. Contornean pues
los obstáculos y producen un claro-oscuro, un confuso-
distinto. Y así es como se ve lo más comúnmente del mundo.
No se necesita, donde sea y siempre, la presencia del sol. La
luz se difunde. Si el ver es un modelo del saber, el
conocimiento es, casi siempre, difuso. En absoluto confuso ni
oscuro, sino multiplicado por franjas y difracciones. La
oposición distinta de lo claro y de lo oscuro no cabría más que
para una filosofía del vacío, o sea del espacio geométrico. No
son más que singularidades locales, excepcionales. Por
ejemplo, en el claro de la luna. En el interior de la caverna
negra nos convertiríamos en estatuas de hielo, frente al sol nos
quemaríamos como antorchas. Filosofía del cristal flameante,
olvido de la fluctuación condicional.
De modo más general, en los clásicos, el conocimiento
claro y distinto se encadena al hilo de las relaciones y de las
proporciones. Es la tecnología de una medida. Para medir, lo
hemos visto, conviene aplicar, uno sobre otro, una regla y el
objeto. Entonces, la conformidad exige un borde a borde, una
alineación. Ahora bien, ya se sabe5 que las medidas
aproximadas, que el conocimiento aproximado, en su avance
hacia lo preciso, se encuentran, de golpe, con un obstáculo o
una paradoja. Supongamos que quisiéramos una medida
exacta, necesitaríamos una infinita cantidad de información
para obtenerla, lo cual sobrepasa ampliamente las condiciones
de la experiencia. El punto de la distinción, el punto extremo
del borde más allá del cual se desvanece el objeto, es
demostrablemente inaccesible. Solamente existe en algunas
matemáticas de la tradición. El sólido más liso tiene grano,
5
Hermes IV, La distributión, págs. 33 y siguientes.
El paso del Noroeste 49
nunca podrá usted pulir con exactitud un cristal de gafas
mediante ese aleatorio movimiento de la mano que intenta
recobrar la distribución estocástica de las asperezas. Además,
en lo local más pequeño, su límite vibra con fluctuación
particular. El borde está inmerso en el ruido, en su propio
ruido, y la distinción sería una tarea infinita. El teorema de
Brillouin vuelve improbable y milagroso el cartesianismo,
reside por entero en el milagro griego, el de la geometría. Los
objetos tienen bordes fluctuantes, inclusive los sólidos,
inmersos todos en sus propias franjas como en múltiples
aureolas quebradas. Toda cosa del mundo, en su género, es
nube, remolino y espejo. Un organismo, por ejemplo, es un
sistema abierto y, más que un arte, es un saber el dibujarlo con
límites borrosos y fluentes. Así pues la evidencia no es de
aquí, así pide un recuento infinito. ¿Qué concepto quiere usted
que cumpla?
Todo conocimiento es «adela» *.
El texto inicial de Descartes señala dos exclusiones: lo
fluctuante y lo compuesto. Por la bifurcación, el camino
conduce a Bergson y al conocimiento borroso y quiástico.
Volvamos al tejido abigarrado de la imaginación. Ello nos
lleva de nuevo a la topología.
Si en Descartes la imaginación, es compuesta, en Pascal lo
es, directamente, el espacio. En este último no hay
transposición de los sucesos del espacio en teoría del
conocimiento, o más bien, la hay pero está reconocida. Otrora
mostré el isomorfismo de estructura entre los escritos
científicos y los Pensamientos. En los textos legados por la
demostración puede encontrarse la reserva de ciencia, en el
sentido en que antaño hice uso de esta palabra. Pascal
introduce en filosofía la idea de variedad, de variedad
témporoespacial, de donde la ciencia no tendrá más que
tomarla. Es la crítica más aguda, en pleno siglo clásico, de los
sistemas clásicos. El punto fijo de estabilidad, el centro de
Arquímedes y de gravedad, el punto fijo de visión, el punto en
general de certeza, no se puede encontrar en el espacio. Por
*
El autor explica así su neologismo, en francés «adèle»: la palabra griega
délos quiere decir claro, luminoso, transparente, evidente. Su opuesto adélos
significa sombrío, oscuro, difícil de ver y de conocer. La isla de Delos está casi
siempre envuelta en brumas y vientos violentos que la hacen de difícil acceso.
Los antiguos griegos decían que, de hecho, se llamaba Adelos y que se la había
consagrado al culto de Apolo, dios de la luz y de la claridad, para conjurar todas
esas brumas. El adjetivo «adèle» intenta designar un conocimiento no evidente,
no tanto luminoso como sombrío, en un sentido óptico. No se ven las mismas
cosas con tiempo nublado o con cielo despejado. (N. de la T.)
Michel Serres 50
este descentramiento, el fundamento cede y huye. Esta
proposición es global, por la prolongación analítica de los
infinitos. Consecuencia: el espacio es variado, vuelta a lo
local. Todo ocurre como si el inventor del cálculo
infinitesimal captara oscuramente sus condiciones, por un lado
la prolongación, por el otro el sutil y topológico análisis de las
variedades.
De ahí, una teoría de los bordes y del moto. Graciosa
verdad bordeada por un río. Los Pirineos limitan, más aquí,
más allá, una variación brusca del pro al contra, de la verdad
al error. El espacio es coloreado, abigarrado, aquí mismo
bifurca del blanco al negro. Es el coloreado de los mapas.
Meridiano, elevación de los polos. A la izquierda del borde, la
moral es tal, a la derecha es otra, a la izquierda la palabra es
tal, a la derecha también es otra. El espacio es, condición del
sentido y de los valores, topología bajo semiótica, el espacio
local recortado en región. Respecto al espacio global, nada se
puede decir de él, no tiene ni sentido ni valor de verdad, es
silencioso. El eterno silencio de esos espacios infinitos me
aterra. Si usted habla, fuera del silencio, en el sentido y en los
valores, se necesita una topología local. Entonces la pregunta
se transforma: ¿cómo volver a pegar estos pedazos? Se puede
leer ese recorte como un programa de ciencias humanas, se ha
leído en él la relatividad de las costumbres, de las instituciones
y de las leyes. Y esta variación y este descentramiemo
fundamentan lo que podría llamarse una antropología. Pero
también anuncia una estética del espacio, una nueva
geometría, un sutil análisis de las variedades locales, no
inmersas en un espacio global, de donde ha desaparecido el
referencial. Ahora bien, hay discontinuidad, por la barra de la
montaña, entre dos variedades, por ejemplo, el error y la
verdad. Esta discontinuidad nos impide el descubrimiento de
un invariante por variaciones. Lo esencial, el invariante, es
justamente la variedad. Estamos pegados a ella, encadenados,
no la abandonamos por lo global de inmersión. Estamos
embarcados sin poder dejar esta barca. Si usted imparte moral,
sólo se encuentra en una variedad moral, incluso si usted
pronuncia un discurso elocuente o si usted hace filosofía. El
reencolado de esos pedazos plantea problemas. Y desde hace
poco el problema del reencolado se ha vuelto nuestro: en
matemáticas y en ciencias humanas. El discurso mítico y
religioso es un reencolado topológico.
El paso del Noroeste 51
6
Véase Minorsky, Non-linear Oscillations (capítulo 3, «Limits Cyeles of
Poincaré»); Van Nostrand, 1962.
Michel Serres 54
Nubes, remolinos, flujos, ruidos, todas masas primeras sin
atributos. o sin propiedades definidas.
Supongamos pues un líquido en ebullición. Parte de la
ciudad es el recipiente: casas, leyes, tradiciones de la historia.
Hay tiempo, helado, cristalizado, en la parte sólida o, como se
dice, duradera, de la ciudad. Ahora, el resto es líquido que
hierve. Aquí están el fuego y el fluido. A la Sazón, no había
otra manera de producir potencia, energía, fuerza. El Imperio
austrohúngaro es una potencia, la capital es máquina de fuego,
hecha para desarrollar, para producir potencia. Balzac
modelizaba ya París con una caldera. Ambos textos calientan
la energía de su fuerza y de su movimiento, producen la
potencia de sus propias señales. Es la alquimia del verbo en
los tiempos de la industria, de la termodinámica. En Balzac, la
capital es una máquina de vapor, descrita en su
funcionamiento global, como vista desde afuera, en su
tecnología. Era la época de Carnot ¿Cómo poner en marcha la
máquina, cómo mejorar sus prestaciones, cómo comprender
los ciclos que sigue? En Musil, Viena-caldera está descrita
localmente, ya no en su construcción ni en su dinámica
general, sino en los complicados acontecimientos, turbulentos
y numerosos, que suceden en el seno de sus flancos, en el
interior del recipiente. Es la época de Boltzmann y de Gibbs.
¿Qué ocurre pues en el líquido? Respuesta en el texto:
choques, deslizamientos, irregularidades, cambio, disonancias,
desorden; pulsaciones, ritmo, orden. Una mezcla de orden y
desorden: eterno desequilibrio de los ritmos. El resultado es
bien exacto. Balzac, al igual que Carnot, está fuera de la
caldera y por lo tanto su máquina es, de nuevo, determinista.
Musil, igual que Boltzmann, y siguiendo a Turner, entra en la
caldera: su máquina es aleatoria. Aquí o allí se forman orden y
ritmo, y de ese pulso normal algo se sigue. Un líquido en
ebullición tiene ritmos y períodos, como remolinos casi
ordenados, los elementos de la caldera danzan al azar.
Resulta pues más difícil hacer un balance, como en el caso
del hotel de Guénic, en Guérande, en Francia. Balzac instala,
como condiciones iniciales de Béatrix, una serie de
referenciales que se encajan. ¿Dónde está pues el barón? Aquí
mismo. El señalamiento es exacto, sin error. ¿Quién es el
barón? Éste mismo, por tal o tal atributo. Balzac, como el Dios
de Laplace, dispone de la totalidad de la información. Él la da,
el lector la recibe, hasta el más sutil detalle. Lo demás se
seguirá en consecuencia, y creo que hasta por redundancia. El
dios de Laplace es sabio solamente en lo inicial, solamente en
El paso del Noroeste 55
la visión y la previsión. Cuando el mundo se desenvuelve y se
deduce de condiciones, de alguna manera él las repite. Ese
mundo es tonto, tonto sin imprevisto, y tonto por redundancia,
ese mundo está muerto por repetición. Tonto como un planeta,
tonto como un método y tonto como un muerto. Sí, el dios de
Laplace es tonto como un autómata, tonto, sí, como un
ordenador.
Entre usted en la caldera donde el orden y el desorden
mezclan los ritmos e irregularidades, los equilibrios y
desviaciones, es de temer que el punto se pierda. ¿En la nube o
en el remolino, dónde estoy pues? Respuesta: se sobrevalora
demasiado la cuestión del lugar donde uno se encuentra. ¿De
dónde habla usted, Robert Musil? Desde el interior de la caldera,
en la que nunca conozco conjuntamente mi posición y mi
velocidad. Dicho de otro modo, desde Viena, ese líquido en
ebullición. ¿Desde dónde habla usted, Sr. Heisenberg? Respuesta,
como entonces se decía, indeterminada.
Aplicación inmediata. Dos elementos en el fluido caliente,
o sea dos personas en una arteria animada de la ciudad.
¿Dónde están? Aquí mismo. ¿Están ahí realmente? Es
imposible. Hermeline Tuzzi, en agosto, está en Bad-Aussee en
compañía de su marido, Arnheim está de negocios en
Constantinopla. Las informaciones son contradictorias y la
respuesta no es determinable. ¿Quién es pues? He aquí el
movimiento. Un observador, en la calle, estaba delante de la
pareja, avanzaba hacia ella y la pareja iba a su encuentro; los
tres se cruzan y, cincuenta metros después de entreverse, el
tercer hombre ya no recuerda el lugar donde ha podido ver
aquellas caras. El movimiento hace perder los lugares y si se
encuentran en Turquía o en los baños, no pueden caminar ahí.
Balzac ha perdido las huellas del barón, el sistema de
representación se ha desvanecido.
Ahora, desde el observador. Desde su posición y desde su
memoria. Vista del exterior, Viena, la capital, pero qué
importa su nombre, parece un líquido en ebullición. Entremos
pues en la caldera: inmersos en el interior de recipiente,
Arnheim y la señora Tuzzí no tienen en grado alguno esta
sensación. Conservan localmente una referencia, una
pertenencia. Localmente, en la más cercana proximidad del
cuerpo. Basta con observar, de cerca, su ropa interior, para
saber que pertenecen a una clase privilegiada. Ellos mismos,
observadores de sí mismos, saben, en las más finas
interioridades de su conciencia, quiénes son y dónde están.
Sería preciso pues; para obtener la información total, que
Michel Serres 56
existiera un observador por elemento. El observador lejano
tiene poca información, ésta crece con el acercamiento, hasta
la ropa interior señalada con las iniciales y el escudo sólo llega
a su máximo cuando el lugar observante se confunde con el
lugar observado. Ahora bien, en un líquido en ebullición hay
miles de millones de elementos. La exigencia, entonces,
sobrepasa en mucho las condiciones de la experiencia. En
cualquier posición que esté el observador, la información no
es más que parcial, y, por lo tanto, generalmente, bastante
escasa. La pérdida de la distinción está en el sujeto como en el
objeto. No solamente en el mundo existen nubes o flujos que
danzan bajo el efecto del fuego, sino también en aquel que
habla de las nubes y que ve el fuego. La mezcla al azar de
orden y desorden, de información y falta de información
atraviesa la antigua separación del cognoscente y de lo
conocido, vale para ambos territorios que ya no interesa
distinguir. El viejo problema de las condiciones y los límites
del conocimiento no debe ya tratarse en lo objetivo puro y
simple, ingenuo, o en lo trascendental del sujeto, sino en los
bordes fluctuantes del orden y del desorden, donde siempre
está puesto entre paréntesis el borde común al sujeto, al
objeto. Lo nuevo arropa a lo viejo.
(Por otra parte, hay una multiplicidad de observadores con
informaciones parciales, Juntos constituyen una red fluctuante,
trabajan en memorizar o presentificar sus observaciones. Esta
red es informacional en sí misma. También es energética por
los trabajos de transformación de los objetos. Si aún existe una
cuestión trascendental, es la de la intersubjetividad.)
Esos dos observadores de sí mismos saben quiénes son y
dónde están. Excepto que no saben que están inmersos en la
caldera. Su conocimiento no es más que local y ultrafino. No
pueden observar el azar y el orden globales. ¿Qué es pues lo
que pueden ver y saber en la proximidad de sus posiciones?
Una aglomeración, formada por algún choque. Un momento
antes (el intervalo de tiempo es breve) algo se había desviado,
en movimiento oblicuo. Esto es el azar local. Y con mayor
precisión, el clinamen. Y más exactamente, el desvío respecto
al equilibrio. La inclinación, el relámpago que barra la nube, o
la señal que zanja, clara, sobre el alboroto alambrado. Se forma
enseguida un pequeño círculo, un pequeño agujero, en torno al
cual se amontona la gente, como las abejas. Turbulencia local
en la caldera, generada por un choque de elementos, desviados
por inclinación. Pequeña depresión infinitesimal en el cordón
nebuloso de los peatones y el muerto está en el centro. Orden
El paso del Noroeste 57
en el desorden o desorden en el orden, y el muerto en medio
de la gente, como el ojo del ciclón.
Nubes globales, depresión en movimiento, desorden y
ordenación de grandes dimensiones. Nebulosos cordones
locales, irregularidades, pulso normal, ritmo, ordenación y
desorden pequeños.
¿Cómo señalar el borde del orden y del desorden? En una
singularidad estable, en medio de ese círculo, en medio de ese
agujero. El cadáver tendido en el centro de las espaldas
encorvadas. Angustia. Malestar, irresolución, parálisis, el
accidente es azar, pero un azar producido por la multitud o por
el gran número, sus choques, sus entrechoques, su desorden,
su anonimato. ¿Quién soy, dónde estoy, quiénes son, dónde
están?, ignorancia primaria. Y de repente el desgarramiento,
una muerte individual entre el colectivo inmerso en el
alboroto, el fuego y el bullicio. ¿Accidente o crimen, quién lo
sabrá? ¿Accidente de circulación o crimen colectivo? ¿Es
verdaderamente determinable? Nada podemos saber, salvo lo
que acaba de suceder. El desorden era tal que su saber era
nulo. ¿Qué ocurre por saber? Esto: la muerte.
Y bruscamente, todo cambia: del malestar al bienestar, de
la angustia al alivio. El capítulo concluye repitiendo
perdidamente palabras de orden: técnica; instituciones sociales
admirables; hombres de uniforme; interior de una ambulancia
limpio y bien ordenado; impresión, justificada, de que acaba
de producirse un acontecimiento legal y reglamentario. De
pronto todo se precipita del desorden al orden, de la
irregularidad a la ley, de lo indeterminado al reglamento y de
la nube a las estadísticas. Éstas muestran la regularidad anual
de tales accidentes. Por fin reinan el orden y la ley Diótima se
tranquiliza, así como la gente agolpada. ¿Acaso es aliviada por
el discurso técnico de Arnheim sobre los camiones y el tren de
frenado, que ella no entiende y que reintegra el horrible
accidente al centro de un orden cualquiera? No es seguro, ese
discurso ya está ordenado. El texto dice algo muy distinto. No
cesa de presentar lo nebuloso, lo indeterminado, el choque;
cesa en la cadena de las palabras del orden. Y, en medio, el
muerto. Aquella muerte es el punto en el que el desorden se
vuelve orden, en el borde donde uno se convierte en el otro.
La ley acaba de aparecer allí, donde el azar era el amo. La
señal sobre el ruido, la turbulencia en el fluir, el clinamen
sobre el caos, el relámpago sobre la nube, bifurcación y
catástrofe. Se diría el fiat en medio de la nada.
Michel Serres 58
Eso puede decirse con dos discursos. Pero no estoy seguro
de que no sean los mismos. Primero, con el de la ciencia que
llaman exacta: he citado a Wiener y Boltzmann, Heisenberg,
la teoría de la información, Lucrecio y los desvíos respecto al
equilibrio, todo un corpus que proporciona un fiel modelo del
texto, y que puede terminar, si se quiere, en el problema
reciente de la fluctuación y del orden. Luego, con el de la
ciencia que llaman humana. La que se construye en la obra de
René Girard sobre esas cosas ocultas desde la fundación del
mundo. Aquí, una vez más, el desorden está primero, se
borran las diferencias, la crisis explota en una nube de
indeterminaciones. El orden se forma a partir del desorden,
sobre la cabeza del primero que llega, la víctima emisaria.
Aleatorio global, aleatorio local, paso a lo no aleatorio. Origen
del sonido a partir del ruido, por ejemplo, de la amplia
pulsación rítmica sobre el fondo de las irregularidades. Ahora
bien, la probabilidad de que aparezca el primero que llega es
una certidumbre, ya que se trata de una tautología7. La
probabilidad de que sea tal o cual la hija de Jefté, la de
Agamenón, es muy cercana a cero. El primero que llega tiene,
sobre este punto, un valor doble, es el azar casi puro, es la
certidumbre. En este núcleo bivalente, todo se vuelca y la
regla aparece sobre un fondo no legal. Entre estos dos
discursos los esquemas son comunes, concurren aquí, en ese
círculo, en ese hueco, al pie de ese cadáver.
Del desorden a un orden, he aquí el punto crítico, dice
múltiplemente el primer discurso. Del desorden a un orden, he
aquí el crimen, dice múltiplemente el segundo. Y es la misma
palabra, prevista en ese lugar, en el borde del desequilibrio y
del ritmo, del ruido y de la señal, de la indeterminación y de lo
determinado, etc., prevista en ese lugar por la lengua llamada
corriente. Ese punto de decisión y de bifurcación, ese umbral
crítico donde las cosas cambian de estado puede ser
denominado crimen sin mayor inconveniente.
La crítica es efectivamente una ciencia de los bordes. Es
ciencia de la muerte. El accidentado, muerto o aún no muerto,
es Moosbrugger. Y es el propio Ulrich, asaltado en una calle
sombría, salvado por poco de esa riña.
7
Pierre Pachet, Le premier venu, Denoël, 1976.
El paso del Noroeste 59
9
La naissance de la physique dans le texte de Lucrée, pág 214-237.
(Edición española: SERRES, M., El nacimiento de la Física en el texto de
Lucrecio. Ed Pretextos, Valencia, 1994.)
El paso del Noroeste 73
pues reconducido a un cierto local, y se vuelca finalmente en lo
histórico y en lo cultural. Ese no es solamente uno de los
efectos muy corrientes en la historia de las ciencias, en que un
empuje inventivo vuelve obsoletas las teorías que la preceden,
dentro de la región donde tiene lugar. Lo que se torna caduco
aquí es, de hecho, una visión del mundo, o mejor, lo que
creíamos condición de esta visión. No es pues inmodestia ver
ahí un mundo totalmente nuevo, y un paso inesperado. Nuevo
no significa necesariamente que no haya sido nunca percibido,
sino más bien que fue excluido. Dos de los más relevantes
matemáticos del siglo XVII habían intuido el problema al
margen de las matemáticas. Para Leibniz, la multiplicidad de
las mónadas, infinitamente variadas, no tenían más que una
coherencia local, por ejemplo, en torno a la dominante; pero la
monadología permanecía fuera de alcance. Sólo Dios recelaba
su dominio. La ordenación global estaba desvinculada de
cualquier organización singular, y reclamaba una teología. El
ejemplo de Pascal es más interesante, si cabe. En muchos de
los Pensamientos se describen, como dije, variedades
témporoespaciales que plantean el problema de su reencolado,
y en él se pierde para siempre el problema de una verdad
global. No es sólo el hecho de los Pirineos, del río, de un grado
de elevación del polo o de la entrada de Saturno en Leo. Es un
hecho distributivo que también volvemos a encontrar en la
moral, o en la elocuencia o en la filosofía. También es un
hecho del texto, que se encuentra en los propios textos de
Pascal, así dispersos como tales, y cuyo reencolado plantea
problemas. El verdadero pensamiento se burla de los huecos e
hilos que intentan conectar, aquí o allí, sin fin, los
Pensamientos. Como si de un puerto atravesando los Pirineos
se tratara, o de un puente sobre el río, o de un reloj que marca
el paso del tiempo. ¿De qué me sirve el reencolado local entre
el pro y el contra? Entre esto y aquello. No es más que un errar.
La ordenación global está en el espacio sobrenatural, y en el
cristianismo. El sabio es local, el cristiano es global.
¿Serán estos dos casos un índice de una ley general?
Dicho de otro modo, el espacio único en el que todo parece
inmerso, tanto los objetos como los observadores, ¿no será,
justamente, más que un remanente de la teología? ¿No habrá
hecho Kant otra cosa que llamar forma a priori de nuestro
sentido externo al sensorium Dei de Newton?
Propuse, otrora, una ley que mostraba que textos
considerados no científicos estaban escritos sin embargo en un
Michel Serres 74
espacio tal. El conjunto producía en ellos un subconjunto que
producía una ley, la cual, a su vez, reproducía el conjunto. Hay
que cambiar de ley. Lo global, desde ahora, no necesariamente
produce un local, el cual, a su vez, es portador de una ley que
no reproduce lo global, ni siempre, ni por doquier.
Ya estamos. Vivimos aquí, ahora, todos en familia, en
grupo, taller, profesión, sindicato, iglesia y cuántas cosas más,
en un intervalo corriente de lo que llamamos la historia. Allí
producimos trabajos, pescar arena, cultivar avena, escribir,
votar, preparar próximas transformaciones. Nuestro campo de
actividades no nos parece exento de objetivos claros y, en lo
posible, nuestra acción tiene una meta. Ahora bien, en cuanto
ésta va a buscar fortuna en el mundo, nosotros, aquí, ahora, en
el jardín local que la vio nacer, pronto somos incapaces de
prever sus efectos. Cada uno persigue una felicidad y todos
son infelices, no lo quisieron. Cada uno quiere la paz, todos,
no obstante, gastan quinientos mil millones de dólares al año,
cifra concebible pero inimaginable, exactamente el precio de
una utopía, para destruirse recíproca y meticulosamente. La
suma de hombres y divisas sigue siendo negra como la de las
metas. El efecto puede ser nulo, he aquí la causa sin efecto.
Puede ser mediocre. Puede ser contrario a la causa que lo
buscaba. Puede ser aterrador, formidable, un efecto que
rebasará en mucho su causa, a través de varias lupas positivas
de retomo. A lo sumo, cada uno domina su acción y sus
efectos locales, en una proximidad que es, a menudo, pequeña.
Pero, a fin de cuentas, ¿quién domina la integración global de
esa red, de ese sistema hipercomplejo de fuerzas, energías,
conflictos o efectos en retomo? La respuesta a esta pregunta
siempre se da, justamente, en el espacio unitario de
representación. La respuesta a la pregunta ¿quién? nombra a
alguien que se presenta como dominador de las leyes globales
y que nos representamos como tal. Ahora bien, esta
comprensión, esta capacidad, o esta posibilidad clara y distinta
de una práctica de lo global nunca se dan. Las ideologías, las
filosofías de la historia, las teorías del Estado, las morales
universales están todas escritas en el espacio de
representación, donde, de lo local a lo global, las secuencias y
consecuencias son racionales y dominables. Ahora bien, esto
no es cierto. Sólo es teatro. Un teatro que busca espectadores
bastante poco sagaces como para creerlo. No es algo
imaginario, es sólo un error. Nunca nadie pudo integrar lo
El paso del Noroeste 75
local en lo global, en las acciones humanas individuales y
colectivas, hay por doquier fenómenos irreducibles de
obstrucción a su inmersión en un universo racional. Esta
inmersión nunca es sino ilusoria, y esto porque el hecho de
creer que aquellos que actúan en los escenarios de ese teatro
monopolizan la violencia es un puro y simple error. La
violencia es uno de los dos o tres instrumentos que permiten
que lo local entre en lo global forzándolo a expresar la ley
universal a hacer en fin que lo real sea racional. De hecho,
como en geometría, lo que se hace pasar por un universal
global no es más que una variedad desmesuradamente
hinchada. La representación es sólo este hinchamiento.
Hinchazón o inflación. Usted aún dirá a los violentos: ignoras,
olvidas la geometría.
,
10
La nueva definición de la muerte como electroencefalograma plano
muestra que se remite lo viviente a su tiempo reversible.
El paso del Noroeste 77
agonía? ¿Que no tengamos más que un breve minuto de
sabiduría? Ahora bien: ya sabemos que no somos los únicos
mortales. El equilibrio del mundo es solamente largo, no es
eterno. El retorno de lo reversible no es más que un intervalo,
fulminante, mediocre o inmenso. El sol, enano amarillo,
desaparecerá en su nova. El sistema del mundo se derrumbará
bajo el tedero. El orden, fatalmente, corre hacia el desorden. El
nuevo tiempo, irreversible, no es sólo el del río patético, sino
que se desenvuelve, señalizado, en el cerco de los sistemas
objetivos. Ha salido de las calderas de la revoluci6n industrial,
y de la revolución de Carnot, la cual, por esta vez, merece su
denominación. Paradoja: en el momento en que un nuevo
trabajo, la producción de fuerzas y potencia; empieza a
quemar, con aceleración vertical, todos los depósitos
almacenados con lentitud durante la historia de la tierra, en que
este nuevo trabajo se decide a quemar el tiempo, no siendo las
materias primas más que tiempo, en el mismo momento en que
el nuevo trabajo, por esta regresión, refuerza lo irreversible, la
organización social y política se contrae rígida y bruscamente
en la antigua idea del trabajo, en el eterno retorno de lo
reversible11. Nos parecemos mucho a la máquina de Boltzmann
en la que una rueda gira regularmente y desorganiza hasta lo
indiferenciado un orden determinado de canicas coloreadas12.
Nos parecemos mucho a la máquina de Bergson en la que una
cuchara girada en una taza derrite el azúcar. Trabajamos con la
mayor regularidad en la mezcla desordenada. Que yo sepa,
nunca se le ha objetado a Bergson que el tiempo de un trabajo
determinado hubiese sido aquel que permitiera extraer el
azúcar de la mezcla indiferenciada.
El tiempo irreversible va del orden al desorden, es tanto el
de las cosas mismas como el tiempo newtoniano, es tanto el de
mi organismo mortal como puede ser el tiempo de mi corazón,
es tanto el de nuestros trabajos y nuestra potencia como lo es
11
El trabajo, en el sentido mecánico, es el desplazamiento de una masa. En
el sentido humano del término, corresponde a los trabajos que preceden a la
revolución industrial: tornos, poleas, cuerdas, velas de viento y máquinas de
agua. También corresponde al mundo creado pondere, mensura, numero. Tras
la mencionada revolución, la transformación de las cosas no es ya un trabajo, en
ese sentido. Al remontar la cadena de las unidades mecánicas, se llega a los
conceptos de fuerza, de producción de fuerzas, energía y potencia. Es una
lástima que se haya seguido llamando trabajo a lo que ya no lo era, sino que era
un conjunto de producciones que condicionaban un trabajo eventual. Así
corríamos el peligro de perpetuar el mecanismo clásico mucho más allá de su
desaparición. Lo que ocurrió en muchos casos.
12
Hermes IV, La distribution, pág. 142.
Michel Serres 78
el tiempo de nuestro empleo del tiempo. No es fácil
comprender esta coexistencia: que estemos inmersos en dos
tiempos distintos hasta lo contradictorio. Y, sin embargo, es
así. El mundo y nuestros cuerpos se las arreglan como pueden.
Pero no es del todo seguro que nuestros grupos y su historia
hayan aceptado alguna vez esta doble inmersión sin terror ni
violencia. El tiempo reversible es orden, lo irreversible es
tendencia al desorden: es asaz probable que la violencia de la
historia nazca en su borde común.
Resulta todavía menos fácil entender que aún existe un
tercero. Éste aparece, al menos, en una clase específica de
objetos, aquellos que denominamos seres vivientes, de los que
formamos parte, creo. Siguen desde su emergencia, y sabemos
desde Charles Darwin que siguen una evolución que Bergson
llamaba creadora, de la que se puede, decir por lo menos que
corre a contrapelo de la flecha termodinámica. Del orden al
desorden, ésta hace crecer lo indiferenciado, al contrario de
aquella que hace emerger diferencias. Nada nuevo bajo el sol
de lo reversible, donde todo, período más período menos, se
vuelve principio de identidad. Nada nuevo bajo la llama de la
entropía, donde todo se degrada, por el segundo principio.
Ahora bien, he aquí algo nuevo en la evolución de los
vivientes, algo llega a la existencia en vez de esas nadas. La
segunda irreversibilidad dice no a lo reversible y al primer
irreversible. El sexo atraviesa la muerte. La muerte suspende
el habla del sexo pero no acalla su lengua. El lenguaje del
sexo, por el contrario, vuelve taciturna la muerte. Ésta no hace
más que cebrear con guiños relampagueantes su irreprimible
discurso.
Podemos intentar mostrar que estos tres tiempos son
compatibles, que islas de neguentropía se siembran en la
entropía creciente, podemos hacer que un reloj químico lata a
partir de una estructura disipativa. Ninguno de ellos, en
cualquier caso, es universal. No hay espacio universal, por sí,
en sí, no hay tiempo universal. Cada uno es relativo aun
sistema, depende de su clausura o abertura.
Lo cierto es que, una vez más, lo viviente, al menos, se las
arregla con su copresencia o su sirresis, y que nuestro
organismo, por ejemplo, puede llamarse intercambiador de
tiempos. Camina hacia el desorden y su disolución, y obedece,
por eso mismo, al segundo principio de los sistemas aislados
cerrados, bate lo reversible como un sistema en equilibrio,
sobrevive a las degradaciones por múltiples intercambios de
materia, luz e información, con el exterior, como un sistema
El paso del Noroeste 79
abierto, se reproduce y se sumerge en la evolución como si
contuviera bolsas de neguentropía. No sólo es un sistema
complejo por el número de sus elementos e interacciones, o
por sus múltiples y sucesivas integraciones, sino que es varios
sistemas a la vez, está regulado por varias leyes locales, las del
aislamiento, del cierre y de la abertura. De ahí aquellos
tiempos tan diversos que desembocan en mí como en un
confluente, mi cuerpo vive con sencillez este complicado
sincronismo. Sí, soy a la vez mortal e inmortal, constante e
inconstante, homeoestático y homeorrético, desordenado,
repetitivo, fuente de novedades, saturado de muerte desde mi
nacimiento y saturado de sexo como el chorro de un géiser,
este viejo fiel que me lleva desde la emergencia de los
primeros vivientes y me lanza hacia la abertura de soluciones
imprevisibles. Invariante por el código, frágil, en agonía,
improbable por mi lenguaje y mis hijos. Este confluente de
tiempo es complicado, remolinea. Aquí baja, sube allá, y vibra
aquí y allá. Aquí desorganiza y todo se desarticula* 13, allá
retoma los escombros esparcidos para reordenarlos, hace un
doble trabajo de zapa y reconstrucción sobre los materiales
circundantes que transitan por los bordes, trabajo
contemporáneo o sincrónico en sentido fuerte: no al mismo
tiempo, sino que anuda varios tiempos. Vivir de muerte, morir
de vida, poema y ciencia, es una exacta rapsodia. Sea para
reconciliar metáforas y teoría, sea para reconciliar varias
ciencias entre ellas. La vida puede denominarse ese remolino
abierto que rueda cuesta abajo, que baja, que sube y que vibra,
ritmado. La vida es esa recuperación fallida, retomada, en vilo,
de la continua destrucción, recuperación que relanza la
desviación, un zozobrar que se desploma por fin para ser:
levantado de nuevo por una descendencia. Anda porque no
anda. No es exactamente una imagen, no es exactamente una
descripción de sistema en el espacio-tiempo corriente, por
ejemplo, el de la hidrodinámica. La diseminación del orden es
un tiempo en sí mismo, original, el de la termodinámica usual.
La reconstrucción de los pedazos es un tiempo en sí mismo,
original, el de la neguentropía. El lanzamiento de la desviación
es también, sin duda, otro tiempo, el de la termodinámica de
*
Traducción que trata de aproximarse al término déglinguer, respecto al
cual el autor ofrece la siguiente nota. (N. del T.)
13
Me complace señalar que esta bella palabra es marítima y dice al instante
lo que Lucrecio, a quien atemorizaba el mar, dice en seis libros: déglinguer es
deshacer un ensamblaje de bordas de una embarcación, en la que los extremos
de las jarcias se encabalgan unos a otros. Es desanudar la inclinación y la
turbulencia anudada sobre sí que ésta produce.
Michel Serres 80
los sistemas abiertos. Asimismo el del ritmo, inducido por la
resis y la desviación. ¿Qué es la vida? Empezamos a entender
un poco su arquitectónica, mediante los niveles de integración
de la complejidad. No sé explicar los detalles de su dinámica,
pero creo comprenderla. La vida es idénticamente la sincronía
de varios tiempos. La intuición de Bergson de que la vida es
duración emergente, productora de novedades, me parece
ahora menos de un tercio o un cuarto del estado de las cosas.
De hecho, la vida integra, cómo, aún no lo sabemos, pero
empezamos a vislumbrarlo un poco, la duración bergsoniana o
la evolución a la Darwin, la precipitación hacia el desorden a
la Boltzmann, la desviación a la Prigogine, y el ritmo de lo
reversible, tiempo más remotamente conocido. La vida es
multitemporal, polícrona, es una sirresis. Se baña en el río de
varios tiempos. El flujo de la disolución está en precesión
sobre los demás para la ontogénesis, mi cuerpo sobrevive a la
agonía hasta la consumación de mis años; el flujo de la
negentropía está en precesión sobre los demás para la
filogénesis, la evolución atraviesa la agonía hasta la
consumación de los siglos. La vida está en agonía. desde su
propia fundación. Llevo dentro de mí las dos desviaciones. Mi
organismo reúne varias termodinámicas y la agonía es el
combate de salidas compartidas entre el orden y el desorden
que se compenetran. El instante de la muerte no es más que un
punto singular de este tiempo agónico sin tregua. En nosotros
los tiempos están mezclados entre sí como lo están por
doquier, en el espacio, en una multiplicidad de espacios, el
orden y el desorden, el archipiélago y el mar, la red y la nube,
las señales y el ruido de fondo. Los bordes de esta mezcla son
localmente complicados, bordes de una llama en agonía.
Desde ahora la intuición requerida para esas duraciones
entreveradas, o mejor, distribuidas unas en otras, es la
intuici6n requerida para este modelo difícil. Ella es
conocimiento, con ello quiero decir que así funciona el
conocer en los bordes de la información y del ruido de fondo,
es también la intuición inmediata que se desvela en nosotros:
pues sabemos y experimentamos que somos eternos,
olvidamos y nos acordamos que vamos a morir, y vivimos en
la evidencia de la novedad, todo junto, en bloque, en la
intermitencia casi simultánea de señales emergentes de esa
cortina de niebla que es lo propioceptivo. Hablamos, estables,
en la lengua, hablamos, victoriosos sobre el ruido, o este
ruido, victorioso, nos reduce a un semáforo mudo, al borde
metabólico donde la invención se lanza, al azar, en lo sin
sentido. Conocimiento, intuición y palabra, en desviación
El paso del Noroeste 81
sobre ese borde, fluctuaciones aleatorias en la noche de
nuestros tiempos.
Quizá un día tendremos que descubrir que esa sincronía,
tomada en
un
nuevo
sentido,
no
es
sólo
una
característica
propia
de
los seres
vivientes,
y
que
existen
otros
sistemas
que
disponen
también
de
un
tejido
policrono.
RANDONNÉE
Michel Serres 92
El paso del Noroeste 93
Donde
el
paseo
pone
en
entredicho
los
cuadros
de
la
exposición
1
Benoît Mandelbrot, Les objets fractals, Flammarion, 1975.
Michel Serres 94
Quiero dibujar el mapa de los viajes del nuevo Zenón, de
los nuevos Viajes extraordinarios. Este es el mapa de Grecia,
del Peloponeso, del sur de Italia, no lejos de Elea. Zenón sale
de viaje en las costas del mar Jónico. O Egeo. ¿Cuánto tiempo
va a durar su viaje, cuánto mide de longitud, por ejemplo, el
Peloponeso? Este mide, con exactitud, el número de los pasos
de Zenón multiplicado por el valor medio de su paso. Pero la
costa tendría que ser recta. El paso de Zenón siempre es una
cuerda para un arco de curva. La medida pues no es fiel. Peor,
es falsa. Por lo tanto hay que fragmentar el paso para
amoldarse al máximo a las anfractuosidades de la orilla. Pero
todo el mundo ve casi enseguida que a medida que Zenón se
empequeñece, a medida de pequeños pasos, la anfractuosidad
crece también en complicación, que el paso sigue siendo una
cuerda para un arco complicado. Que la longitud del paso
decrece con gran regularidad, pero el número de pasos crece
muy rápido. y por lo tanto que la longitud de la orilla del
Peloponeso tiende al infinito. Así para Ítaca, así para Sicilia y
así para Creta; así para Lesbos, Quíos, Naxos, Ítaca, en sentido
decreciente, así para la más pequeña espora sembrada en el
agua, Patmos, que se sabía inmensa, así para la más mísera
roca, apenas emergida, donde se abandonó a Ariadna. Ariadna
desaparecida antes de haber entregado el ovillo de hilo que
nos libraría de la orilla. Éste es el interminable hilo que nos
pierde, pero que nos hace comprender.
Supongamos que pasamos el ovillo de hilo. Visto desde
Sirio, éste es un punto de dimensión cero. Visto desde aquí es
una bola, de dimensión tres. Visto desde muy cerca, es un hilo
conexo muy doblado, de dimensión uno. Visto desde más
cerca aún, cada hilo es un grueso cilindro de dimensión tres.
Visto en sección, cada hilo está formado por fibras de
dimensión uno, tejidos en un plano de dimensión dos. Visto
desde más cerca aún, éste es un conjunto de átomos de
dimensión cero.
Lo que varía no es la dimensión como tamaño o medida,
es la dimensión en sentido topológico. Por consiguiente, el
espacio tal cual.
El mundo fuera del agua es pues de superficie finita, pero
sus bordes son de una longitud que tiende al infinito, las
fronteras como las costas, quebradas por doquier o
fragmentadas, hasta el más pequeño detalle. La cosa resulta
paradójica para una representación, como se suele decir
habitualmente, de este mundo en un mapa.
El paso del Noroeste 95
Zenón no sólo mide longitudes, es también un geómetra de
superficies. ¿Cuál es pues la superficie del Peloponeso? La
misma razón recomienza. Supongamos un paso al cuadrado. La
superficie de la península es el producto del número de tales
cuadrados por su superficie media. Pero este cuadrado bien
plano, bien llano, raras veces se pone de plano sobre el suelo. Si
es grande, las montañas le hacen obstáculo; si es más pequeño,
las colinas; si es aún más reducido, las rocas; y las motas de
tierra, justamente, a escala del paso. Y en lo muy pequeño, las
partículas de polvo, los cristales, y así sucesivamente. Idéntico
resultado pues: ¿acaso tendría el mundo un volumen finito para
una superficie infinita? La cosa resulta paradójica para su
representación, como se suele decir, en el mapa.
El viejo Zenón era cruel para los viajeros y los arqueros; el
nuevo, al parecer, acomete contra los geógrafos. Aquellos cuyo
pan de cada día es la representación del mundo. Nunca se había
generalizado la dicotomía. Retómela usted, varíe sobre las
proporciones y los sentidos de la marcha, introduzca un sorteo
de variables, usted escribirá al menos siete variaciones hasta la
excursión a pie. Era nuestra abertura.
El viaje del nuevo Zenón no va de un punto a otro como
cualquier viaje corriente. Zenón no parte de Atenas para ir a
embarcar hacia Elea. Aquí hace algo muy distinto. No pasa. No
pasa a través de un lugar que menosprecia o teme, como el
bosque, el de los malhechores o el de Descartes. No va de una
ciudad a otra, donde suceden cosas importantes, pasando por el
espacio donde no pasa nada interesante. Quiero decir: cuando la
línea es recta, la información es nula, y por lo tanto, el método
estéril. No, Zenón visita el espacio, lo visita bien. Lo visita
incluso con tal esmero que va a pasar por todos sus puntos. No,
Zenón no viaja en el sentido corriente, levanta un mapa de la
región. Para ello, ha encontrado un camino que divide la
dificultad en tantas parcelas como se podría o como se
necesitaría para mejor resolverla. La dificultad, aquí, consiste
precisamente en levantar un mapa. La dificultad, aquí, no es ni
más ni menos que la representación. El mapa de Quebec que
suelo usar traza una línea recta de Riviere-du-Loup a Trois
Pistoles, bordeando el San Lorenzo. Confiese usted que esto es
absurdo. Cualquiera sabe, por haber estado allí, que se ha de
sustituir el tercio central de ese segmento por un promontorio,
eliminado por dicha representación. Supongamos pues la
representación del promontorio. ¿Es bueno el mapa, o sea, fiel?
En absoluto. Cualquiera sabe, por haber estado allí, que se ha
de sustituir el tercio central de la primera ladera de este
promontorio por un cabo. ¿Acaso el mapa se vuelve fiel? No,
Michel Serres 96
desde luego. Cualquiera sabe que al tercio central del cabo ...
Zenón no plantea aquí el problema del tránsito, sino el de la
figura. Ésta aún sigue siendo infiel. Aquí el viaje no va de un
punto a otro, desciende los grados de la escala. Apila unos
sobre otros los mapas en un espacio hojaldrado. Busca el
límite de lo representable, busca lo real en las
anfractuosidades del fragmento.
Zenón no viaja desde un punto, la salida, hacia otro, su
llegada, no pasa a través del espacio. Si se desplazara en
sentido corriente, por ejemplo en un sentido, podríamos
seguirle las huellas, en un mapa, o podríamos localizarlas en
una pantalla de radar. Haría falta, aquí, para seguirle, cambiar
de mapa continuamente, cambiar continuamente la escala del
mapa o de la pantalla, o cambiar, como suele decirse, de
representación. Supongamos que tengamos de una región del
espacio varios mapas de distintas escalas; dispongámoslas
unas encima de otras en un volumen hojaldrado. Zenón ya no
sigue direcciones y sentidos a lo largo de uno de aquellos
mapas, sino que desciende normalmente a las hojas sucesivas,
perfora un pozo en el espesor de las representaciones. Al
retomar, al reiterar su curva, encadena de hecho la sucesión de
hojas. De la infidelidad de las representaciones sucesivas
extrae. una serie exacta. Y desciende infinitamente hacia lo
local. Su recorrido conecta las escalas.
De momento, eso sólo parece que atañe al tamaño o a la
dimensión en el sentido que tiene este término en el uso
corriente. Pero pronto se desprende otro sentido. Se suele decir
de buen grado que el mapa, el plano, son a dos dimensiones, y
el recorrido o la línea a una sola dimensión. Que los objetos,
como el espacio, representados en el mapa son a tres de esas
dimensiones. Benoît Mandelbrot calculó la dimensión de esa
curva de Von Koch seguida por el nuevo Zenón, en la
prosopopeya de ese día. La llama un objeto fractal, un objeto
cuya dimensión es una fracción, comprendida entre uno y dos.
La cosa es intuitiva, puesto que se trata efectivamente de uña
curva y que pasa por todos los puntos del plano o de un
subconjunto del plano.
Zenón de hecho viaja de la dimensión uno del camino, de
la ruta que sigue, a la dimensión dos, planar, de la variedad de
la cual está levantando el mapa. Su viaje pasa el espacio, su
viaje le hace atravesar espacios. Lanza un puente de la línea al
plano.
El paso del Noroeste 97
Y ahí, ante todo, descubre dos cosas. La primera no le es
propia, pertenece a Jean Perrin. Ya la decía, en Les atomes. Se
refiere al grafismo. En el dibujo convencional, en la
representación, el trazado, que así se llama por esta razón, no
es más que un sustituto, lo que he denominado una cuerda.
Ahora bien, esta cuerda es continua, regular, lisa, mientras que
lo que sustituye es quebrado, irregular, granoso. Fragmentado,
lacunario. El grafismo puentea las lagunas, acorta y pone
derivaciones. Es sin duda una economía, y sin economía, no
podríamos ni hablar ni pensar, pero implica errores
perfectamente mostrables: sustituye lo infinito por lo finito, lo
discontinuo por lo continuo, lo vacío por lo lleno, lo azaroso
por lo regular, lo contingente por la ley (la ausencia probable
de tangente por la tangente), y finalmente lo real por lo
racional. Cuando usted haya vertido una capa lisa de hormigón
a lo largo de la costa bretona, ésta ya no tendrá una longitud
inacabable, sino finita. Eso mismo es la tecnología, la
sustitución de lo infinito por lo finito, eso mismo es el
dominio. Lo real no se agota, se cubre. Se cubre de letras. Los
muros leprosos de nuestras ciudades en ruinas están devorados
por la escritura. Lo fractal, no tayloriano, está recubierto por lo
tayloriano, liso, indefinidamente, la esponja está en la bolsa,
transparente o no, de plástico.
2
Hermès IV, La distribution, págs. 115-124.
Michel Serres 102
es más viejo que la comparación, nada más repetitivo que la
polémica, ni más conservador que el combate.
He aquí materias regularmente continuas: los cristales
como el diamante, los líquidos como el agua, los gases. He
aquí materias indefinidamente cavernosas, como decía Perrin,
que había leído la física de Lucrecio: las rocas a orillas del
mar, yo como ser vivo, las esponjas y los árboles, aquel humo.
¿Por qué habría de haber una batalla entre el equipo del
diamante y el de la esponja? Un poco de deporte, para reír, si
acaso.
Es mejor decir fractal, con Mandelbrot, que discontinuo.
Ahí la intuición global es la de las curvas continuas
inderivables.
3
La cita de Cesaro, ibid. (pág. 29), retoma textualmente Bernoulli. Si
estuviera dotada de vida, la curva de Von Koch no podría ser aniquilada sin ser
suprimida de golpe. Renacería constantemente desde las profundidades de sus
triángulos como la vida en el universo. No es por azar, creo, que la primera idea
que viene a la mente es la de destruir o matar esto. Esto que prolifera y no se
detiene.
Michel Serres 104
desgarrada son fuentes de metáforas sencillas, sorteadas al azar,
un caprichoso manantial de homeomerías. Desde la escala
actual, otras formas están como de parto, en otras direcciones,
en otras longitudes, anchuras o alturas. Pero siguen siendo picos
y calas, homotecia continuada, aunque en desorden, de
presencia y ausencia. La orilla siempre es forma, y bajo
cualquier escala: cabo, bahía; la roca es forma: llena, vacía; el
cielo es forma: punto brillante, espacio negro; etc., o sea:
presencia y ausencia, uno y cero. Cero y uno, cala y pico para la
orilla, lleno y vacío para la roca y el firmamento. Objetos como
una sucesión aleatoria de ceros y unos. Entre dos números
sucesivos, otra sucesión aleatoria y así sucesivamente. Es decir,
una interminable sucesión aleatoria de una gigantesca cantidad
de información. Es la estructura de una esponja o de un queso
gruyere, con perdón de mis abuelos de la mano derecha
racional. A ellos no les gustaban los cuerpos esponjosos, ni los
poros, ni las cavernas, nunca leyeron a Epicuro ni a Lucrecio de
quienes Descartes y Réaumur, al igual que Franklin, extraen sus
metáforas. Aquéllos, más que nada, creían poder decir: eso no
es, eso nunca será ciencia. Ante cualquier nuevo hontanar, van
del corte a la exclusión, de la exclusión a la ceguera. No hay
nada que excluir, venas de oro se ocultan bajo rocas
consideradas estériles por doquier. Vuelta de la esponja en la
orilla del mar. Heme de nuevo aquí en esos bordes donde mis
antepasados me dejaron: nunca terminaré de trazados por
contraseñas y faltas. Empleo expresamente estas palabras con
doble voz, topología y probabilidad. Esta orilla real, esta misma,
es aleatoria, sí claro, al azar, improbable, y es lacunaria. Su
topografía, su calco es una tarea infinita, una idea ya de la razón
pura. Aquella roca es una esponja. a la Sierpinski, un objeto
fractal. El cero puenteará la falta, el uno punteará la contraseña.
Un cero por vacío, un lleno por uno.
No, el hidrógrafo, el topógrafo no delinean así. Nadie ve ni
siente así, ni que decir tiene. Si así fuera, nos desvaneceríamos.
La fuente de lo real nos dejaría encantados, extáticos,
fascinados, helados, inmóviles. Todo el mundo comete
negligencias. Ya es algo confesar negligencias. ¿Negligencias o
exclusiones? El trazo, basto, puentea tales exclusiones. Barra la
entrada del detalle, desempolva, ahuyenta a los parásitos. En
lugar de esta barra, a escala más fina, encontrará usted una
singular ramificación. La barra la acepilla. Acepille usted lo
extrínseco, decía Cavaillès, uno de mis abuelos, muerto en el
campo de gloria. Pero aquello. recomienza, pues la
ramificación, por el contrario, si se la acepta, descuida a su vez
otra floración de complejidades de detalle. Este detalle es un
El paso del Noroeste 105
resto ineliminable. Siempre vuelve, sea cual fuere la exactitud
que podamos pretender, pulula indefinidamente en el seno de
mi precisión. Precisión sigue siendo escindir, detalle sigue
siendo tallar. Despedazo para refinar un análisis, dicotomizo.
Al hacerlo, vuela y cae polvo, se esparcen astillas, nunca
terminaré de recogerlas con palita y escobita. En la caverna
con fuego nunca hay humo; por la dicotomía, o la distinción,
no hay escamas ni huesitos. Todo está siempre tan limpio. No,
así no es. El aserrrín pulula. Y la escobita siempre acaba por
dispersar el resto. Esto ya lo dije. Y es el teorema de Brillouin:
se necesitaría una cantidad infinita de información para la
perfecta exactitud, para dar cuenta al fin de todo detalle
residual, a cualquier nivel que sea. Brillouin dice entonces lo
real fractal. Demuestra un real fractal. Hace ver, hace concebir
un real las más de las veces no tayloriano. Lo real es pleno,
saturado de detalles. Lo real es una talla frontal con sus
recortes y sus conos de deyección. Lo real es fractal,
tomizado, tallado, pululante de fragmentos, de átomos
divididos en partículas y en quarks, de detalle. Esta talla
parece provenir de un antiguo término olvidado que
significaba: esqueje. Lo real se fragmenta o bifurca, se planta
de nuevo, arraiga de nuevo en sí mismo para siempre resurgir.
Nunca se dan por terminados sus reinicios, sus invaginaciones.
Lo racional clásico es una empresa en que las cosas se acaban,
en que tienen un fin y un cierre. Definición y definitivo. El
racionalista es un hombre limpio, virtuoso y limpio, puesto
que trabaja tiene manos, manos limpias que trabajan en la
limpieza. Aquí todo es exacto y puro, peinado, tirado a cordel.
Un jardín bastante limpio y el cerco contiguo. El racionalista
aborrece lo sucio. Purifica, define, trabaja en excluir esta
suciedad de detalle 4.
Por fuerza, el cordel es negligente, no podría pasar por
todas partes, traza un trazo y tacha el hormigueo de
contraseñas y faltas. El sentido también es negligente. Pone
derivaciones y puentea. El dibujo del hidrógrafo pierde un
tanto los detalles de la orilla, ahuyenta la ramificación fractal.
El trazo se desliza continuo por los pliegues y se asienta en
puntas elegidas. El puente tirolés sobre la garganta encajonada
tensa su cuerda sobre el arco irregular de los rápidos y
cascadas. Si dijera todo, si escribiera todo, mañana todavía
4
Si el mundo fuera, en realidad, como lo preveían las ciencias clásicas y a
menudo la filosofía, la historia se hubiera acabado hace mucho. Por otra parte,
estaba previsto que terminara pronto. O se completara, o se extrapolara por
eterno retorno.
Michel Serres 106
estaríamos aquí. Zenón, convertido en escritor, se hunde en
Dublín, no ya su vida por veinticuatro horas, sino por una
hora, un minuto, un nanosegundo. Aquel golpe de luz
anaranjada en el matorral invernal me requiere para el fin de la
historia, y los primeros mil millones de años de mi eternidad
prometida. Siempre se necesita la cuerda sobre el arco. Por
más atento que esté, paso por alto una falta. Dibujar tan sólo
una miseria de lo real. Ni siquiera un esqueleto, ni siquiera un
pequeño maniquí de madera. Jean Perrin, en un texto célebre,
según Lucrecio, habla de los cuerpos indefinidamente
cavernosos. Difícilmente se puede hablar —añade— de una
viga de madera, de su superficie; pero se habla con utilidad de
la misma si se quiere pintar su superficie; como si se tratara de
una lámina de estaño envolviendo una esponja, algo así como
una bolsa de plástico. Es el gran retorno de los físicos de la
antigüedad, ¿acaso el gran Pan no estaba muerto? Vuelvo a
empezar: al complejo fractal, el mapa sustituye un continuo
regular; cada trazo establece una derivación, clasifica,
puentea, disimula una ramificación. Ya no es la esponja. El
tejido global de tales trazos es la bolsa de plástico traslúcida.
Ahora bien, así sucede con todo mapa, sea cual fuere la escala.
Cualquiera que sea el mapa, por más fiel que sea su finura,
siempre hay cuerdas que toman el lugar de los arcos. Ahora
bien, existe una infinidad de mapas, tanto como escalas, una
infinidad de bolsas de plástico, una infinidad de envolturas
alrededor del cuerpo indefinidamente cavernoso. Es el retorno
de los simulacros.
Las pieles sobre lo fractal. Pronto volveré a lo representado.
¿Pero acaso percibimos de otro modo? La vista, el tacto, el
olfato, el gusto, hasta el oído nunca llegan a las invaginaciones
aleatorias y sin fin. Si así fuera nos desvaneceríamos, el
tiempo se congelaría al paso de un hálito, bajo el salto de agua
de una voz, en las caricias de una semilla. Nuestros sentidos
corren, puentean ellos también. Nunca se percibe lo
indefinidamente cavernoso; no se percibe más que el conjunto
de las puertas, el tejido de los atajos, la bolsa de plástico.
Ahuyentamos el detalle, y nos quedamos sólo con las pieles.
Percibimos un tanto las superficies, puntos singulares en un
continuo. Lucrecio es exacto, en el espacio de comunicación
vuelan las mudas. Vivimos de manera perceptible en medio de
simulacros, de simulaciones del mundo. Nuestros sentidos
simulan los objetos, en el mejor sentido técnico.
La técnica también puentea lo fractal. Alisa las paredes
con enlucido o argamasa grumosa, talla las piedras y las alinea
El paso del Noroeste 107
con plomada y nivel, vierte hormigón en las anfractuosidades,
purifica el mineral, pule las barras y las trefila. Rectifica.
Trabaja en rectificar. Ofrece al racionalista el modelo, el
ejemplo, la metáfora de la rectificación. Por suerte, los
filósofos desconocen la tapia gracias a la cual se normalizan
superficies y volúmenes. Las costas de Bretaña y otras,
convenientemente hormigonadas, rectificadas, tapiadas, al fin
correctas, tendrían una longitud, finita, Por fin, lo real sería
racional, es decir, finito. La tapia, aquí, es simulacro, la
rectificación es al trabajo lo que el trazo, la barra eran al
dibujo. La técnica nunca ha obrado de modo distinto al de la
representación. El universo de artefactos en el que vivimos,
esa mayonesa de racionalidades clásicas cuajadas desde hace
poco, es el triunfo advenido del idealismo: por fin el universo
es nuestra representación. Ya no tenemos objetos ni relaciones
sino racionalizados. Trabajados, rectificados, producidos,
puenteados, tapiados. Mundo propio del racionalismo aplicado
o del materialismo racional que, con un ademán, relega a otro
lugar las vesanias o los poemas.
Que arroja a los desperdicios los recortes de la talla,
raspaduras, barreduras, escorias. Hay que encontrar un lugar o
un campo de estiércol para todos los residuos de rectificación.
Se necesita un infierno para lo no-racional. Ya Platón no
quería cabellos ni lodo ni mugre. La dicotomía deja raeduras,
el cepillo raspaduras, la división aserrín, polvo, toda una
suciedad de detalle. El detalle es el resto de lo real cuando ya
ha pasado por ahí lo racional, cuando el racionalista ha
recortado, distinguido, dividido. La división de las cosas
forma una nube pulverulenta de escombros y cenizas. Y
cuanto más racional es el mundo, más basuras produce.
Entramos en el infierno puritano de la separación del paraíso y
del infierno. Espacio propiamente teológico recubierto de
trabajos y teoremas. División primera de lo sucio y lo limpio,
lo falso y lo verdadero, lo oscuro y lo claro, lo imposible y lo
cierto, lo contrario y lo idéntico, lo oponente y lo mayoritario,
el mal y el bien, lo impuro y lo puro, el Diablo y Dios, la cual
ya produjo el todo de la exclusión. Esta división también es
fractal, no cesa, lanza por doquier su homotecia interna,
reticula el espacio, tal vez imita lo real, tal vez digo lo real
fractal empujado por ella. De golpe, ella levanta un montón de
escombros, con su trabajo de despedazamiento. Tenemos
Michel Serres 108
5
ejemplos de ello por doquier . El menosprecio por la hez del
pueblo está vinculado a su división en clases sociales. La más
baja población no es la de la clase ínfima. pues ya es una
ventaja inmensa el pertenecer a una célula, a un subconjunto
cualquiera, ya dividido y por consiguiente reconocido y
señalado; ello satisface esa libido de pertenencia, tan potente y
desconocida, que condiciona la voluntad de potencia o la
libido de dominación. La población más baja es el residuo de
la división, y el polvo que ha producido. Bien lo dice la
lengua: la escoria, la raspadura6 la hez. Eso no está
contemplado por la teoría; la cual no existe más que por
divisiones, eso no está considerado por nadie, puesto que cada
uno no existe más que por sus divisiones. ¿Dónde está pues la
raspadura residual de la división del trabajo? ¿Dónde los
escombros de la división del saber y de las ciencias? Algún día
se encontrará usted conmigo en los campos de estiércol, es
ahí, también, donde se tiene la posibilidad de hallar maravillas
perdidas por el proceso de talla, por el trabajo de producción.
Algún día, los epistemólogos hurgarán en los cubos de basura.
Algún día los sabios, hartos de un terreno aséptico donde ya
nada crecerá, irán en busca de una nueva fecundidad en las
tierras mismas por ellos hoy despreciadas. Hasta en las
habladurías de mujeres, hasta en lo que llaman cháchara,
literatura, imaginación. A nosotros, los literatos o filósofos,
cada vez más se nos percibe como residuos de la división del
saber. De hecho, somos la reserva del saber. Sí, la fecundidad
de la ciencia por venir.
En las basuras de la talla, reencontraremos el mundo mismo.
Preso en el viento. Empujado, forzado por su dominio, por
la brisa, arrojado al suelo, arrojado cuanto que el cabeceo y
balanceo rompen irregularmente la sustentación antepuesta. El
grano, la brisa, sopla muy fresco (grand frais)*. Todos los
bordes llamean en las franjas. No se es acosado por el viento.
5
Así como ahuyenta a los parásitos, el racionalista determina un espacio
limpio. En virtud de la teoría estercolar, este espacio limpio es de todos. Ya que
sólo la suciedad, o cualquier fenómeno invadiendo el espacio, asegura la
propiedad. Este espacio es hostelero, hospitalario. Esto se llama aquí
universalidad de la ciencia.
6
Bajo el pecho del dragón, bajo el pecho del caballo de san Jorge, ambos
divididos por la lucha en contrafuerte, yacen los residuos de la división, hombre
y mujer despedazados, miembros dispersos, escombros. Lleve esto pues al
cementerio, a la fosa común, al vertedero municipal.
*
En lo que sigue, se da un juego irreproducible en torno a las expresiones
grand frais, «muy fresco», y a grands frais, traducida según el caso como «a
mucha costa», «en grande». (N. de la T.)
El paso del Noroeste 109
Como por una mano ancha y constante, continua, opresiva,
sino asido violentamente por la ráfaga, algo soltado luego, y,
en el intervalo, guanteado, abofeteado, sopapeado por
pequeñas manos vivas, agudas, rápidas. La gran turbulencia es
un rosario casi circular de granos. Hace mucho que los
hombres de mar hablan de granos, por economía supongo, ya
que se trata de un grano de granos de granos, hace mucho que
los hombres de lengua creen que los marinos dicen granos
cuando están al caer copos borrosos o granizos. Afuera,
hombres de lengua, toquen ustedes con su cuerpo el grano del
viento, como decimos el grano de la piel o el grano de un
metal, y como debería de decirse el grano de las costas de
Bretaña. Sí, el viento es la brisa, quebrada (brise, brisée)*.
Otra etimología oscura, dicen ellos. Afuera, hombres de
lengua, reembolso hoy al mar y a Bretaña aquello que me
dieron, en mi corta juventud a mucha costa (a grands frais). El
viento está lleno de subvientos, se quiebra en vientecillos,
donde los pequeños sopapos son un poco más suaves. ¿Muy
fresco, dice usted? Cambiemos los apartados del viejo
diccionario, pongámosle por fin un gorro de mar. Ya no el
fresco, de fresquito, el viento fresco puede ser ardiente. ¡Pero
sí los costos, del dinero, de los gastos y de la carga, sí, los
gastos corrientes, de frangere, fractum, fractal! Decían ante las
turbulencias acuáticas: pasamos sobre un montón de piedras.
Oiga, Mandelbrot, los marinos sabían de lo que usted habla,
hasta lo habían denominado como usted. Gracias por haber
sabido reescuchar el viento como ellos y haberlo sentido de
nuevo en la piel. Hoy, huracán fractal, sus señorías, vamos a
llevar nuestra vida en grande (à grands frais). Bien lo valen
esos hallazgos, esas voces del viento. ¿Acaso estaría el viento
quebrado como un lenguaje, como la mañana en que llegó el
Paracleto? ¿Acaso la lengua, cualquier lengua, se articula
como un viento, una turbulencia? No solamente las palabras
del viento, no solamente el sentido de las palabras del viento,
sino el soplo de las voces, en todas las lenguas o, mejor dicho,
en lenguas. En la mañana de Pentecostés, el viento se divide
en pequeñas lenguas, sabemos ahora que el viento se fracta,
así, siempre. Toda lengua, toda voz se fracta en vocales, por la
interrupción de las consonantes. La barrera de los dientes, del
paladar, de la lengua, detalla, rompe, embrida la emisión del
soplo, nuestro propio viento. El viento del Paracleto habla en
lenguas, seguro, todos los vientos, de hecho, tañen todas las
*
Juego irreproducible con: briser, «quebrar»; brise, «brisa y quiebra»; bise,
«vientecillo» y «besito». (N. de la T.)
Michel Serres 110
lenguas. La lengua es un soplo intermitente; como ella, el
viento es un objeto intermitente.
¿Acaso la lengua es una sucesión parasitaria que impide
que el soplo sea laminar? El grito es laminar, el alarido, el
llamado, el lamento, el clamor, el vagido, la aclamación son
laminares. Y luego, el aleluya y el evohé. Barrados, cortados,
fractados, intermitentes, interrumpidos, troceados en pequeñas
voces. Que impide el grito, que prohíbe el llamado, que obliga
al lamento a dejar pasar riñas.
El lenguaje se levanta como el viento.
El lenguaje es intermitente, está al azar en la homeomería.
La homotecia es diferenciada por el azar, pero el azar es
temperado por la combinatoria. Apenas temperado.
SEGUNDOS
PASAJES
Michel Serres 114
El paso del Noroeste 115
Obstrucción: la epistemología
Historia
de
las
ciencias
Consideremos un muelle y señalemos que Turgot lo
consideraba en estos términos: «Ocurrirá con la fertilidad de la
tierra como con un muelle que uno intenta tensar cargándolo
con pesos iguales. Si este peso es ligero y si el muelle no es
muy flexible, la acción de las primeras cargas podrá ser casi
nula. Cuando el peso sea lo bastante fuerte como para vencer
la primera resistencia, veremos cómo el muelle, de un modo
sensible, cede y se dobla; pero cuando se haya doblado hasta
cierto punto, resistirá más a la fuerza que lo comprime, y un
peso cualquiera que lo hubiera doblado una pulgada ya no lo
hará doblar más que media línea. El efecto disminuirá así más
y más. Esta comparación no es del todo exacta pero basta para
dar a entender mi idea: cuando la tierra se acerca a lo máximo
que puede producir, un gasto muy elevado aumenta sólo muy
poco la producción.» Olvidemos la tierra y la agricultura, al
menos de momento, y conservemos el modelo mecánico y su
ley aproximada que denominamos el modelo y la ley de los
rendimientos no proporcionales, desde las Observations sur la
mémoire de Saint-Péravy.
He ahí una máquina, descrita en la era de las máquinas y
los equilibrios estáticos. He aquí ahora un motor, para la era
de los motores. Es bien sabido que, al alcanzar una velocidad
determinada, un gasto de carburante que lo hubiera elevado al
régimen de un intervalo tal o cual ya no lo eleva más que una
leve parte de este intervalo. Una vez más disminuyen los
efectos al crecer los gastos. El rendimiento no es proporcional.
Para un modelo dinámico, y tal vez termodinámico, nos
aproximamos a una circunstancia semejante. Podemos trazar
una primera curva de rendimientos llamados decrecientes.
De buen grado llamo a la aeronave Concorde un final de
serie. En el supuesto de que quisiéramos ir más rápido, pronto
deberíamos expulsar a todos los pasajeros para dejar lugar a
los tanques de queroseno. Dicho de otro modo, para adquirir
Michel Serres 130
un poco de velocidad hay que consentir mucho más gasto. Y
este «un poco» decrece mucho, cuando este «mucho» crece
enormemente. A lo sumo, transportaremos de manera óptima,
con la condición de no transportar nada en absoluto. Y esto es
lo que sucede en la aviación militar, mucho más rápida y
avanzada que su homóloga civil, pero que no lleva nada más
que un operador y la muerte. Es sabido que en pro de la
muerte ningún sacrificio se rehúsa. Así, el Concorde no puede
tener hijos, al menos de descendencia directa, a causa de una
relación de máximo a mínimo. Este utensilio sólo progresa
con la condición de que olvide su utilidad y borre
paulatinamente aquello para lo que está hecho. Que funcione
por funcionar. O para ser vector de muerte. Esterilidad o
guerra. Es sabido que, en materia de producción militar, ya no
cuentan la rentabilidad, el rendimiento. La contrapartida, por
desgracia, es menos sabida: cuando un rendimiento decrece en
grado sumo, la producción se lanza entonces hacia la muerte,
y ya no interesa más que al arte militar.
1
El término «tiempo» tiene, a su vez, una doble etimología. Procede
posiblemente de τεµνω «cortar», de la misma familia que «templo» y «átomo».
O bien de τεινω, «tensar», «estiran, que dice exactamente lo contrario. Por un
lado, la discontinuidad algebraica; por el otro, lo continuo topológico. La
tradición remota que asocia en una sola palabra estos dos sentidos es admirable
y razonable.
El paso del Noroeste 145
Boltzmann. Por paréntesis, no estamos lejos, hoy, de una
bifurcación en dirección contraria, donde ambos caminos se
encuentran y confluyen, síntesis lo bastante paradójica para
que podamos leer esa vieja polémica como si fuera
prehistórica. En suma, el lenguaje termodinámico es pues
aquel en el que las cosas se mueven; de donde resulta una
cierta deriva con respecto al positivismo, dado que Auguste
Comte había ignorado la revolución de Camot. Pero la
bifurcación alejaba mucho a los ostwaldianos, tipo Bergson,
del positivismo; por el contrario, ésta no alejaba tanto a los
partidarios de Boltzmann, siempre fiel a la Escuela francesa,
más allá de los interdictos del filósofo en materia de
probabilidades. De modo que bastaba, anteayer, con invertir,
el discurso bergsoniano, el mismo opuesto a Comte, para
reencontrar por doble negación la estrecha proximidad del
positivismo. En eso consistió la aventura de Bachelard. Lo
que cegaba respecto a esta genealogía es el paulatino
desvanecimiento del discurso termodinámico como lugar
decisivo donde se transformaba el paradigma. Primero, por los
desplazamientos o la metafórica bergsoniana que lo visten
hasta lo irreconocible; luego, por el desconocimiento de
Bachelard que en él no vio más que un ejemplo
complementario, ya que sus ciencias de elección no fueron
otras que las de Comte; por último, por la llegada en masa de
las ciencias humanas. Ahora bien, dos circunstancias acaban
de despertar este olvido. La primera es el gran retorno de la
termodinámica en las disciplinas con fuerte capacidad de
invención: teoría de la información, biología, estudio general
de los sistemas abiertos, etc. La segunda es la certeza, cada
vez mayor, de que los modelos dominantes en las ciencias
humanas están a menudo, por no decir siempre, modelados a
su vez según esquemas fundamentales de termodinámica. De
ahí una revisión de la filosofía bergsoniana, por ejemplo. Ésta
anticipa repetidas veces los problemas científicos de hoy, no
en su designación, sino en su trabajo efectivo. Eso no se había
visto desde hace mucho tiempo y nunca se vio desde entonces
en los discursos epistemológicos, siempre concebidos como
descripción, repetición o comentario. Esta filosofía construye
por otra parte modelos sumamente fieles a los esquemas
termodinámicos. Es por lo que dije que estaba bien ubicada,
como intuición aguda de los desafíos del tiempo, y como
previsión de los problemas que debemos encarar ahora. De ahí
la lectura, con nuevos costos, de lo cerrado y lo abierto, y de la
metáfora de las, dos fuentes. En un sistema cerrado, la
entropía se acrecienta hasta lo que antes se denominaba la
Michel Serres 146
muerte energética. Bergson no es el único que generaliza, que
exporta este resultado. Pura que un sistema de este tipo se
perpetúe, o siga funcionando, tiene que tomar fuera de su
cierre una nueva energía, de hecho, una diferencia. En este
caso, sigue siendo dinámico, pero ya no es cerrado, está
abierto. En el caso contrario, se encamina hacia el desorden y
la diseminación. En él, pues, el equilibrio es el caos máximo.
Todo cierre equivale, por lo tanto, a término, a la detención, al
equilibrio o al reposo estático, y respectivamente, a la muerte.
Toda falla abre a una desviación con respecto al equilibrio, a
un reinicio posible de un movimiento producido, y
respectivamente, a la vida. De este modelo sencillo, pronto
refinado, trabajado, vuelto complejo, ya ni se cuentan las
aplicaciones a todos los campos, próximos o distantes, de las
ciencias de la vida a las del lenguaje, de las ciencias «exactas»
a las «ciencias» humanas. Ya antes de la repentina expansión
de la teoría de la información, Bergson la había desprendido
del suelo termodinámico donde parece haber nacido, para
probar su capacidad heurística en otras áreas. Así realizaba un
gesto que se volvió común desde entonces, aunque ciego a
menudo a su sentido de origen.
Se reinicia la demostración, pero se desplaza. El modelo
corriente usado por los historiadores de ciencias u otros es
isomorfo con el de Bergson. Hace poco éste resultaba
reductible, en el ámbito de lo sagrado, al de Girard. Pero ahora
son todos juntos isomorfos con el esquema primitivo de la
termodinámica. Existe, en general, un sistema cerrado que
deriva hacia el desorden. Este término es vertido a múltiples
lenguas, y por ende, ampliamente polisémico. No de derecho,
pues eso lo ignoro, sino de hecho, en los textos aquí tratados.
Este sistema evoluciona, de suyo, hacia la máxima entropía.
Es cada vez menos diferenciado, y por lo tanto, cada vez
menos productivo. Cada palabra, aquí, cubre una tesis. Cada
tesis es tributaria del modelo. Los elementos del sistema,
puede decirse, se asemejan cada vez más. Poco a poco, nadie
puede dividirlos en clases. Trasládese el modelo de ámbito de
sentido a ámbito de sentido y se dirá ora que aquellos tienen la
misma velocidad, ora la misma cara, que el sistema se
encamina hacia la muerte, o hacia el fin, o hacia su propia
destrucción, o hacia una no producción. Hacia el equilibrio
exacto o hacia el fin del tiempo: en efecto, ¿qué es el tiempo
sino esta propia deriva? Entonces, si el sistema escapa a lo
ineluctable, es porque reconstituye previamente una
diferencia. Sólo hay una solución y es el sentido mismo de la
palabra solución: para reencontrar la desviación respecto al
El paso del Noroeste 147
equilibrio, hay que atravesar la frontera, practicar una
hendidura, abrirse. O producir la solución de continuidad. El
sistema cerrado debe negar su propio cierre y superarse como
abierto, en y por esta negación, como se decía en mi juventud.
Ahora vemos cuántas lenguas descubren aquí su comunidad.
De ahí retomo la lista, aquella de los nombres propios: los
esclavos, los locos, los damnificados, he aquí los genios, los
héroes, en términos bergsonianos, los sacrificados, en el
sentido de la crisis, todos son epónimos de la exterioridad o
del sistema abierto, y Maxwell, en este lugar, los bautizó
demonios. El conjunto de la demostración anterior se vuelca
en esta última. No habíamos entendido, hace un rato, que se
trataba, sencillamente, de construir un motor. Y que funcione.
Si todos estos modelos son conjuntamente isomorfos, la
vieja querella de la ciencia y de lo religioso dista mucho de
estar resuelta. Tan lejos como en aquella hora lejana en la que
Lucrecio oponía ambas áreas dándoles idéntica estructura, tan
lejos como en la fecha cercana en que los oponentes se valen
de las mismas armas y hacen gestos en espejo. ¿Acaso hace
falta decir, con Nietzsche, que un determinado hipódromo
vuelve sobre sí? He aquí grandes progresos, dice. Hemos
superado, libres y cultos, los supersticiosos terrores y las
angustias de lo sagrado. El más intenso esfuerzo de la
reflexión nos llevó a triunfar sobre la metafísica. La ciencia
está hecha, se hace. Entonces, sentimos la necesidad de un
movimiento retrógrado: estos avances proceden de allá,
teníamos que pasar por estas etapas. He aquí lo mejor, no cabe
la menor duda, pero esto mejor no lo es sino por la evolución
susodicha. La ciencia ha de completarse por su justificación
histórica. En el extremo de la pista; un poco más allá de
nuestras apreciaciones contemporáneas, el hipódromo se
cierra. Este eterno retorno local no es más que el de Comte,
para quien el fetichismo es matricial y la religión terminal,
pasados los tres estados, teológico, metafísico y positivo.
Nietzsche delinea un contorno semejante y lo puntúa con las
mismas etapas.
No estoy muy seguro de la validez del círculo, ni del
discurso evolutivo por retrogradaciones, grados o progresos,
por estaciones, etapas, estados. Uno juraría por el movimiento
aparente de los planetas, por su entrada en las constelaciones
del zodíaco. Estábamos en lo religioso o metafísico, y hoy
estamos en ciencia, como un astro se encuentra en Virgo o en
Tauro. El filósofo o el historiador perpetúan el oficio de mago.
Salvan los fenómenos, como dije anteriormente. Recortan
Michel Serres 148
categorías culturales tan poco pertinentes como el área de la
Lira o de Orión en el espacio sitiado por la astrofísica. Ahí no
residen las diferencias; si es que las hay. Se descubren vetas
de oro en el seno de rocas llamadas estériles, del mismo modo
que tierras prometidas, donde se creía que corrían la miel y la
leche, resultan tan poco fecundas como el desierto. En lo que a
veces se designa bajo el nombre de ideología pueden
hormiguear profundos problemas, lo que se aísla como ciencia
puede acabar por mostrar su aridez. La mayoría de las veces,
estos cortes esbozados con un gesto análogo al del sacerdote
que recorta un espacio del cielo, son repartos de poder, y los
problemas que generan tienen menos de epistemología que de
política. Nunca nadie cerró un campo más que para decir: esto
es mío. Lo maravilloso es que siempre se encuentre gente lo
bastante ingenua como para creerlo. Aun cuando hemos
encontrado el espacio ya recortado de esta manera y todos
estos artefactos nos han obligado a una inmensa labor. Aun
ruando hemos tenido que poner a prueba, en cientos de lugares
del saber y en cientos de fechas de la historia, la analogía de
funcionamiento y la isomorfia de estructuras entre lo que
suponíamos ser ciencia y lo que poníamos como siendo
religioso: no sólo para la conducta de los individuos y la
dinámica de sus grupos, lo cual no es más que evidente, sino
para el conjunto de especificidades o categorías que éstos
manipulan. A medida que las estrategias se vuelven más
complejas y las miras más globales en el terreno
epistemológico, a medida que nos distanciamos respecto al
segundo, que aparece cada vez más como el de las ciencias
humanas arcaicas, ambos caminos parecen inflexionarse hacia
una convergencia, lo hace todo poco inimaginable. Se avecina
un saber nuevo en el que podremos forjar una síntesis cuyas
aproximaciones estamos viviendo. Por fin podremos
aprehender una cultura, la nuestra por ejemplo, en su bloque y
su masa, historia incluida, sin hojaldrado artificial o arbitrario,
o, más bien, abusivo. Entonces la propia demostración de
isomorfia parecerá menos un resultado que la afloración de
falsos problemas, de dificultades inducidas por una
clasificación convencional o discrecional.
Quizá, en el fondo, no se trate más que de un conflicto de
facultades. Vuelva usted a considerar dicha división de tierras.
La ciencia, tal y cual, la historia y la teología, la filosofía y la
literatura, la lingüística y la antropología, y cuántas cosas más.
Toda disciplina está formada como una flexión o un,
redoblamiento, ostenta su genitivo. Fabricamos historia de las
El paso del Noroeste 149
ciencias, historia de las religiones, historia de las literaturas,
etc. Esto significa que los propietarios de la región historia se
apoderan, por robo e invasión, de los enclaves de los vecinos.
A éstos se los ve desde el lugar dominante, se los reescribe en
el lenguaje de la historia, entran dentro de sus categorías. Lo
que equivale a decir bajo sus Horcas caudinas. Lo mismo
fabricamos filosofía de la historia, de las ciencias, y así
sucesivamente. El lugar y el lenguaje dominantes. se
desplazan. Hacemos lingüística aplicada a la filosofía, la
historia, las ciencias, etc. Nuevo desplazamiento del saber
considerado mayor. A la inversa, hemos hecho filosofía de las
religiones, de la historia de las religiones, de la antropología o
de la lingüística religiosas, y así tanto como se quiera. Se
puede dar vuelta a la flexión o invertir la instancia. Descubrir
una dinámica global de lo sagrado, luego discurrir sobre la
historia, las ciencias, las lenguas, hasta sobre la psicología
según las categorías de la nueva lengua. Basta con repartir el
bloque cultural en lugares y continentes para inventar,
partiendo de este recorte, genitivos que son las huellas de una
hegemonía. Ora la detenta Esparta, ora Atenas y ora Tebas. O
la economía, o la historia, o bien la lengua, y así tanto como se
quiera. Es el conflicto de las facultades. O la de teología se
adueña del poder, o es la de filosofía, o bien la de historia. No
es porque hoy la presidencia esté en manos de la historia que
se conoce mejor la cultura. Ésta se encuentra simplemente
atravesada en un sentido unívoco y hay que pagar en las
distintas aduanas. Según quien triunfe en este conflicto,
cambia el uniforme de los aduaneros, o la divisa bajo la cual
se han de presentar las especies. Si realmente existe una
ideología, es la siguiente: dividir para reinar o para hacer la
guerra o para embolsarse los beneficios. Distribuir con
arbitrariedad para que algo ocurra en los límites, algo que hará
la felicidad de alguien. Es un teatro de ilusiones, como se
suele montar en política al atribuirse adversarios para que el
pueblo se quede boquiabierto ante la acción. Es un teatro de
sombras, donde lo que se cree saber no es más que un
redoblamiento, sombras proyectadas por sombras propias. A
medida que se multiplican las flexiones y aplicaciones, los
pliegues y explotaciones, aumenta la negrura y se
amplifica la comedia. Ésta se vuelve real, por el espesor.
Ahora bien, una vez demostrado que los modelos
construidos en un lugar cualquiera, para aprehender y
comprender los lugares vecinos o lejanos, siempre son
isomorfos unos con otros, sean cuales sean los lugares
de objetos o de expansión, entonces las particiones o
Michel Serres 150
clasificaciones caen por sí solas, y los puestos de aduana se
quedan vacantes. Al igual que no hay, en las ciencias exactas
y rigurosas, disciplina dominante que pueda imponer sus
razones y sus normas, tampoco hay una primera, una última
instancia en las ciencias humanas, ni en el saber en general, ni
en la cultura en general. Hay interferencias fecundas y
combinaciones abortivas. Mejor aún, en un momento u otro,
cuando un saber local toma el poder global, entonces puede
usted estar seguro, por esta señal y este trabajo, que acaba de
afirmarse como algo muy distinto de un saber. La cultura no
se reparte, las ciencias no se dividen nada de todo esto se
clasifica. ¿Una última prueba? Intente usted definir cada una
de estas instancias. La palabra misma lo dice, si usted parte,
recorta, divide, puede definir. Ahora bien, no puede hacerlo.
Las disciplinas forman juntas un nudo gordiano que sólo pudo
cortar el sable de un guerrero que quería invadir Asia. Sólo el
poder recorta el saber. En estado apacible, es denso. Estoy en
busca de la paz.
No necesito un círculo, ni un hipódromo, ni un estadio de
espectáculos para saber que los modelos de historia también lo
son de religión, o que ambos lo son de ciencia, y así tanto
como se quiera. Estos calificativos me parecen astrológicos y
los modelos o procesos, relativos, sustituibles por equivalencia
de las hipótesis. Por ejemplo, crecimiento o decrecimiento. En
el espesor del cielo, hay galaxias por doquier. Con ello quiero
decir que los objetos están distribuidos. Así es y nada puedo
en contra. Así es en el cielo y así es en la producción de
grupos e individuos.
Así es en el paso del Noroeste.
2
Ya en el Novum organum scientiarum, de 1620, Francis Bacon delinea, a
la vez, una geografía de esta índole y la metáfora enciclopédica. Toda la
prehistoria de la geofísica enfrenta a los partidarios de la continuidad, tipo Lyell,
con los que, por el contrario, disfrutan de las rupturas catastróficas. Esto se
reproduce en la historia de las ciencias.
Michel Serres 160
configura además alguna nueva epistemología, que mucho se
cuidan de excluir o reprimir las divisiones sociohistóricas de
las ciencias. La Pangea se fragmenta y el mundo se parece al
paso del Noroeste.
El paso del Noroeste 161
Origen de la geometría, 3
Origen de la geometría, 4
3
Que el dominio de un sistema impide absolutamente reconocer otro, se
mide, ciertamente, con el genio de Champollion, por ejemplo, es decir por el
tiempo de trabajo que requirió el descifrado de los jeroglíficos. Pero también por
pequeños bloqueos: ¿quién ve, por ejemplo, la oreja dibujada por nuestro signo
de interrogación como un residuo del antiguo sistema? Al final de una pregunta,
traza la espera del Cuerpo y el pabellón deseoso: escucho.
4
l. J. Gelb, A Study of Writing, The University of Chicago Press, 1952.
5
De algún modo, el sistema alfabético corresponde a un sistema cualquiera
de numeración. Ambos se basan en un conjunto finito de signos atómicos. Como
la tabla de los elementos de Mendeléiev, o el código genético de la bioquímica.
O la familia restringida de átomos diferenciados, en Lucrecio. O los seres
geométricos elementales en Euclides. Esta relación entre las letras y los números
asumida por los griegos en su propia escritura es tan sólida que se acaba en el
mismo punto: por un lado, la numeración binaria reducirá el conjunto a dos
elementos, el cero y el uno; por el otro, el código Morse reducirá el alfabeto a
dos signos, el punto y el guión. Es pues la misma evolución, aunque por un lado
la combinatoria esté completa y, por el otro, presente lagunas. Esta diferencia
tiene inmensas consecuencias.
El paso del Noroeste 177
descubre una forma. Una convención entra en contacto con
una fidelidad. Es todo el problema de Cratilo. ¿Qué es la
geometría? He dicho: el discurso de un dibujo. Ahí estamos:
cómo alfabetizar un jeroglífico. Cómo analizar, dicotomizar
este signo que designa un esquema,
¿Pero de qué hay que dar cuenta? De la emergencia de lo
abstracto. No de lo métrico exacto, sino de lo puro. Observe
usted lo que sucede en el cortocircuito de la concordancia, en el
fuego del encuentro expresado por el corpus. Tenemos aquí un
lenguaje, un sistema signalético fiel a los objetos, pero que no
puede evaluar por sí mismo esta fidelidad. Repetitivo, por
consiguiente, y muerto, pues incapaz de tematizarse él mismo.
He ahí ahora un sistema de signos que designa signos. El
desfase entre ellos es perfectamente valorable con rigor: ambos
sistemas forman juntos como un lenguaje y un metalenguaje.
Uno describe las palabras-cosas, el otro analiza las palabras-
signos. Sea cual fuere la traducción que usted imagine entre
ambos sistemas, queda, como residuo, el prefijo meta. El
encuentro ha producido la abstracción. Lo que había que
demostrar. En la más cercana proximidad de una fidelidad
pedregosa que no puede volverse sobre sí misma, la convención
se descubre como convencional, levanta acta de su formalismo,
emerge como abstracción. Pero sigue fascinada por la fidelidad,
su contrario, se levanta y coge su palo en un intento de
alcanzarla.
¿De qué hay que dar cuenta? De la abstracción como
desfase respecto al objeto. La diferencia entre ambos sistemas
da cuenta de ello, y su encuentro la produce. Del logos como
relación, de la unidad como elemento, de sus remisiones a una
forma. Una vez concluida la dicotomía, dan cuenta de ello el
paso al elemento alfabético, la referencia, por mediaciones
controladas, de este sistema analizador a esquemas jeroglíficos.
No es suficiente. Cuando analicé a Tales, concluí con una
pregunta difícil: ¿qué es un discurso interminable? y sólo di una
respuesta patética6. De hecho, la matemática es un discurso
interminable, sin que esta definición sea recíproca. Hay pues
que encontrar el motor de lo que ahí se engendró,
indefinidamente continuado hasta nosotros y sin riesgo de
límite. El cortocircuito, la concordancia, que ha producido lo
abstracto, ése es el motor mismo. La meta del sistema en
esquemas, del conjunto plural de la reproducción, es reagrupar,
uno intuito, de una ojeada, la máxima información, tota simulo
6
Hermes II, L'interférence, pág. 180.
Michel Serres 178
Todo de un único y mismo golpe. El sistema griego, limitado,
no tiene Ja misma meta, tiene, quizá, el efecto inverso. Hay
miríadas de veces más información en el plano, el esquema o
el jeroglífico, que en la secuencia lineal de letras. Sobre todo
si éstas están aquí, como puntos o guiones, sin tener en cuenta
su dibujo, así formado con el único propósito de reconocerlas,
distinguirlas unas de otras. El ojo recibe mucha más
información que la oreja. Como es sabido. Se necesitan
centenares de líneas para definir una imagen televisual. Se la
recorta en secciones, como hacía Demócrito con el cilindro o
el cono, cuando inventó a la vez el primer cálculo infinitesimal
y el atomismo elemental. El sistema alfabético, pobre y
abstracto, lineal y convencional, se encuentra con un sistema
rico y objetual, planar e intuitivo. El primero, resultado final
de una dicotomía fundamental, se pone de nuevo a
dicotomizar en cuanto consigue un campo donde relanzar su
funcionamiento propio. El sistema cultural griego es la
dicotomía. El motor está instalado. Una pobreza encuentra un
expediente y se va de viaje: en pos de una fortuna, una fortuna
que, de por sí, no se reconoce como tal. El discurso devana
indefinidamente el esquema. El triángulo, la diagonal y el
cuadrado... La figura es este cuerno de la abundancia de donde
fluyen sin tregua las infinitas combinaciones de un alfabeto
abstracto que no sabe, que no puede alcanzarla. Del mismo
modo que si uno quisiera rellenar con puntos un intervalo.
Carrera del alfabeto hacia el jeroglífico, carrera del discurso
hacia la intuición, carrera de lo formal hacia lo real, carrera de
lo abstracto hacia lo concreto, carrera de la flecha hacia el
blanco. Aquiles inmóvil a paso rápido. Zenón, desde la
fundación de las matemáticas 7.
El sistema griego es incapaz de intuición. Sólo puede
representarla como un fin. Como cualquier cultura alfabética,
algebraica. De ahí su fascinación por Egipto y la geometría.
La filosofía de Platón, el ver, el modelo, la idea, el sol, los
sólidos estereométricos, todo esto está construido sobre la más
negra carencia del sistema signalético. Sobre la reminiscencia
egipcia. Sobre el viaje de Tales, de Solón y de los otros. Sobre
el diálogo inicial con el viejo sacerdote emblanquecido por el
tiempo.
7
El sistema pictográfico se basa en variedades continuas. El alfabeto, en la
discontinuidad atómica. Cuando esta última se pone a discurrir sobre aquél, de
inmediato surge la cuestión de lo continuo y lo discontinuo. De ahí resultan las
paradojas de lo infinito, desde la fundación. El discurso interminable fluye por la
abertura histórica de la dificultad.
El paso del Noroeste 179
Origen
de
la
geometría,
5
Renan tenía las mejores razones del mundo para llamar
milagro el advenimiento de las, matemáticas en Grecia. La
construcción de las idealidades geométricas o el comienzo de
la demostración era, en efecto, un acontecimiento muy
improbable. Si nos pudiéramos hacer una idea de lo que
sucedió en torno a Tales y Pitágoras, estaríamos un poco más
avanzados en filosofía. Los principios de la ciencia moderna,
en el Renacimiento, son una circunstancia mucho menos
difícil de entender, pues, a lo sumo, no se trató más que de un
reinicio. Para testimoniar este milagro griego disponemos de
dos grupos de textos. Por una parte, el propio corpus
matemático, tal como se encuentra en los Elementos de
Euclides, o en otros lugares, tratados o fragmentos. Por otra, la
doxografía, las historias dispersas a la manera de Diógenes
Laercio, Plutarco o Ateneo, algunas, observaciones de
Aristóteles, o las notas de comentaristas como Proclo o
Simplicio. Es poco decir que aquí se trata de dos grupos de
textos, se trata en realidad de dos lenguas. Ahora bien,
plantearse la pregunta del comienzo griego de la geometría es,
precisamente, preguntarse cómo se pasó de una lengua a otra,
de un tipo de escritura a otro, de un lenguaje conocido como
natural y de su notación alfabética al lenguaje riguroso y
sistemático de los números, las medidas, los axiomas y los
razonamientos in forma. Lo que nos queda de toda esta
historia no es más que la presentación tal cual de estas dos
lenguas, los relatos o leyendas y las demostraciones o figuras,
los términos y las fórmulas. Así pues, nos encontramos como
ante dos paralelas que, como bien se sabe, jamás se juntan.
Este origen huye hacia adelante, inaccesible, inalcanzable. El
problema está abierto.
Tres veces he intentado resolver esta cuestión. Primero,
insertándola en la tecnología de las comunicaciones. Cuando
dos interlocutores dialogan o discuten, el canal que los une debe
ser dibujado con un diagrama de cuatro polos, cuadrado
Michel Serres 182
8
completo provisto de sus dos diagonales . Por más fuerte e
irreductible que sea su controversia, por más calmo o tranquilo
que sea su consentimiento, ambos están asociados, de hecho,
dos veces: necesitan, primero, una determinada intersección de
repertorios sin la cual seguirían siendo extraños; luego, se ligan
contra el ruido que obstruye el canal de escucha. Ambas
condiciones son necesarias para el diálogo, pero no suficientes.
Tienen por consiguiente un interés común en excluir un tercer
hombre e incluir un cuarto, ambos prosopopeyas de los poderes
del ruido o de la instancia de la intersección. Ahora bien, este
esquema funciona así, exactamente, en los Diálogos de Platón y
es de fácil comprobación, por el juego de personas y su
nominación, sus semejanzas y diferencias, sus preocupaciones
miméticas y la dinámica de su violencia. Ahora bien, los lugares
matemáticos, y ellos en especial, a partir del Menón y así hasta
el Timeo, a través del Político y otros, son todos reductibles,
geométricamente, a este diagrama. Desde entonces aparece el
origen, se pasa de una lengua a otra, el lenguaje llamado natural
supone un esquema dialéctico y este último, dibujado o escrito
en la arena, tal cual, es la primera de las idealidades
geométricas. La matemática se presenta como un diálogo
logrado o una comunicación con riguroso dominio de su
repertorio y depurada al máximo de ruido. Por supuesto, no es
tan sencillo, en el detalle, donde yace lo irracional o lo
indecible, donde la escucha siempre requiere un cotejo, o sea un
resto, o un residuo, indefinidamente. Pero entonces el esquema
sigue siendo abierto, y la historia, posible. La filosofía de
Platón, por su presentación y sus modelos, es pues inaugural o,
mejor, capta lo inaugural.
Aquí retendremos este primer intento, la expulsión y la
depuración. ¿Por qué el parricidio del viejo padre Parménides
que hubo de formular, por primera vez, el principio de
contradicción? Se observará también cómo dos interlocutores,
adversarios irreductibles, por ejemplo, se ven forzados a
unirse contra un tercero, para que el diálogo siga siendo
posible. Para que sea posible la trama elemental de las
relaciones humanas. Para que se vuelva posible la geometría.
Cállate, no hagas ruido, húndete bajo tierra, sal o muere.
Extraña diagonal que uno creía pura del todo, y que es agonal
y que sigue siendo una agonía.
8
Hermes I, La communication, págs. 39-46 y Diametre et dialogue, en
curso de publicación.
El paso del Noroeste 183
El segundo intento consideraba a Tales al pie de las
Pirámides, bajo la luz del sol. Contenía varias génesis, con una
de ellas ritual 9. Pero yo no había tenido en cuenta que las
Pirámides son tumbas y que, bajo el teorema de Tales, yacía,
oculto, un muerto. El espacio en que el geómetra interviene es el
espacio de las similitudes: ahí está, evidente, alrededor de las
tres tumbas, con forma idéntica y dimensión distinta, e
imitándose una a otra. Y es el espacio puro de la geometría,
aquel del grupo de las similitudes, que vio la luz con Tales. De
suerte que el teorema y su inmersión en la leyenda egipcia dice,
sin decirlo, que yace bajo el operador mimético, concretamente
construido y teóricamente representado, un muerto real, oculto.
Había visto lo sagrado, arriba, en el sol de Ra y en la epifanía
platónica, donde el sol, llegado a la idealidad del volumen
estereométrico aseguraba por fin su diafanidad, no lo había
visto, abajo, oculto bajo la piedra sepulcral, en el cadáver
incestuoso. Pero quedémonos aún en Egipto.
El tercer intento consiste en considerar la doble escritura de
la geometría. Mediante figuras, esquemas y diagramas,
mediante letras, palabras y frases del sistema, organizados según
una semántica y una sintaxis propias. Leibniz ya observaba esta
doble grafía, consagrada por Descartes y los pitagóricos, doble
grafía que se representa y se expresa una por medio de otra, y le
placía, como a muchos, privilegiar a veces la intuición,
clarividente o ciega, solicitada por la primera, respecto a las
deducciones producidas por la segunda. Hay, como es sabido, o
como de costumbre, dos escuelas en la materia. Sucede a veces
que éstas intercambian su poder a lo largo de la historia. Queda
no obstante que el esquema contiene más información que
varias líneas de escritura, que éstas despliegan indefinidamente
lo que sacamos del esquema, como de un pozo o de un cuerno
de la abundancia. El álgebra antigua escribe, dilatándolo, lo que
la figura de la antigua geometría le dicta y que cela de golpe. El
proceso nunca se detuvo, todavía estamos hablando del
cuadrado o de la diagonal. Incluso no es seguro que no sea eso
mismo la historia.
Ahora bien, muchas historias cuentan que los griegos
cruzaban el mar para ir a instruirse en Egipto. Demócrito lo
dice, también se dice de Tales, Platón lo escribe en el Timeo.
Hasta hubo, y como de costumbre, dos escuelas enfrentadas
sobre esta cuestión. Una consideraba a los griegos como los
9
Hermes II, L'interférence, págs. 163-180.
Michel Serres 184
fundadores de la geometría, mientras que para la otra lo eran
los harpenodaptas. Esta disputa hizo olvidar lo esencial: que
los egipcios escribían en ideogramas y los griegos con un
alfabeto. La comunicación entre ambas culturas es concebible
en la relación entre esas dos signaléticas. Ahora bien, ésta es
precisamente la misma que la que separa y une, en la
geometría, figuras y diagramas por una parte, escritura
algebraica por otra. ¿Acaso serán el cuadrado, el triángulo, el
círculo y las demás figuras lo que queda, en Grecia, de los
jeroglíficos? Que yo sepa, son ideogramas. De ahí la
respuesta: la relación histórica de Grecia con Egipto es
concebible en la relación de un alfabeto con un conjunto de
ideogramas, y, como no existe geometría sin escritura, como
la matemática es escrita más que hablada, esta relación es
reconducida a la geometría como trabajo de doble grafía. He
ahí pues un paso cómodo entre dicha lengua natural y la nueva
lengua, paso practicable bajo la múltiple condición de
considerar dos lenguas distintas, dos escrituras distintas, y sus
relaciones comunes. Y esto resuelve de rebote la cuestión
histórica: la brutal detención de la geometría en Egipto, su
congelación, su cristalización en los ideogramas fijos, y el
irreprimible desarrollo de la nueva lengua, tanto en Grecia
como entre nosotros, este inagotable discurso de la matemática
y del rigor que es su propia historia. La relación inaugural del
ideograma geométrico con el alfabeto, palabras y frases, abre
un camino sin límites.
Esta tercera solución borra una parte de los textos. El viejo
sacerdote egipcio, en el Timeo, compara el saber de los
griegos, niños, con la ciencia emblanquecida por el tiempo de
su propia cultura 10. Evoca, para compararlos, crecidas,
incendios, el fuego del cielo, catástrofes. En esta solución
están ausentes el sacerdote, la historia, sea mítica o real, en el
espacio y el tiempo, la violencia de los elementos que oculta el
origen, y de la que se dice expresamente que siempre ha
ocultado este origen. Salvo, justamente, por el sacerdote,
quien posee el secreto de la violencia. El sol de Ra es relevado
por Faetonte, y la contemplación mística por la catástrofe de la
desviación.
10
Platón, Timeo, 22b y siguientes.
El paso del Noroeste 185
redactadas
en lengua natural. Por el otro, todo un corpus de
geómetras, de aritméticos, escrito en signos, en símbolos
matemáticos. No se trata pues de ensamblar dos conjuntos de
textos, hay que intentar reencolar dos lenguas. Una cuestión que
siempre se planteó en la relación de la experiencia y de lo
abstracto, de los sentidos y de la pureza. Vaya uno a saber qué
es de lo puro, que es impuro cuando la historia cambia. No.
¿Puede uno imaginar (si existiese) una piedra de Rosetta en la
que estén escritas en una cara algunas leyendas, en la que esté
escrito en la otra cara un teorema? Aquí, ninguna lengua es
desconocida ni indescifrable, ninguna cara de la piedra plantea
problema, lo que está en cuestión es la arista común a las dos
caras, su borde común, lo que está en cuestión es la piedra
misma.
Leyendas. Uno cualquiera que concibió alguna nueva
solución sacrificó un buey, un toro. El célebre problema de la
duplicación del cubo se plantea para la piedra de un altar en
Delos. Tales, en las Pirámides, raya con lo sagrado. Aún no
estamos, quizá, en los orígenes. Pero, con certeza, lo que
separa a los griegos de sus posibles predecesores, egipcios o
babilónicos, es el establecimiento de una demostración. Ahora
bien, la primera que conocimos es la demostración apagógica,
sobre la irracionalidad de √2.
Y por lo tanto, de nuevo, leyendas. Euclides, Elementos,
libro X, primer escolio. Quien demostró, por primera vez,
dicha irracionalidad, fue un pitagórico. Tal vez se llamaba
Hipaso de Metaponte. Tal vez la Secta había prestado
juramento de no divulgar nada. Ahora bien, Hipaso de
Metaponte habló. Quizá fue expulsado. En cualquier caso,
parece confirmado que pereció en un naufragio. El escoliasta
anónimo prosigue: «Los autores de esa leyenda quisieron
hablar por alegoría. Todo aquello que es irracional y privado
de forma debe quedar oculto, esto es lo que han querido decir.
y que si algún alma quiere penetrar en esta región secreta y
dejarla abierta, entonces es arrastrada en el mar del devenir, se
ahoga en sus corrientes sin descanso.»
Leyendas y alegorías y, ahora, historia. Pues leemos un
acontecimiento de importancia a tres niveles. Lo leemos en los
escolios, los comentarios, los relatos. Lo leemos en los textos
filosóficos. Lo leemos en los teoremas de geometría. El
acontecimiento es la crisis. La famosa crisis de los irracionales.
De esta crisis, la matemática, apenas nacida, estuvo a punto de
morir. Por ella, el platonismo hubo de ser refundido. La crisis
afectaba al logos. Si logos significa proporción, relación o
Michel Serres 186
medida, lo irracional, o alogon, es la imposibilidad de medir.
Si logos significa discurso, el alogon prohíbe hablar. Entonces,
la exactitud se derrumba, la razón enmudece.
De esta crisis, Hipaso de Metaponte, u otro cualquiera,
muere, es la leyenda, y su recubrimiento alegórico en el escolio
de los Elementos. De esta crisis, Parménides, el padre, muere, es
el sacrificio filosófico perpetrado por Platón. Pero, de nuevo, la
historia: Platón nos muestra a Teeteto muriendo, al regreso del
combate de Corinto (369), Teeteto, el fundador, precisamente,
de la teoría de los irracionales tal cual la retoma el libro X de
Euclides. La crisis, tres veces leída, da a leer una triple muerte,
la muerte legendaria de Hipaso de Metaponte, el parricidio
filosófico de Parménides, la muerte histórica de Teeteto. Una
crisis, tres textos, una víctima, tres relatos. Ahora bien, del otro
lado de la piedra, en la otra cara y en otra lengua, he aquí la
crisis y la muerte posible de la propia matemática.
Sea que tengamos que explicar una demostración como se
explica un texto. Ante todo la demostración, sin duda la más
vieja de la historia, aquella que Aristóteles denominará
reducción al absurdo. Supongamos un cuadrado de lado
AB = b, del que una diagonal es AC = a. Queremos medir AC
respecto a AB. Si esto es posible, significa que las dos
longitudes son conmensurables entre sí. Escribimos entonces
AC = a . Suponemos a reducido a su expresión más simple.
AB b b
Entonces, los enteros a y b son números primos entre
ellos. Ahora bien, por el teorema de Pitágoras : a2 = 2b2. Así
pues, a2 es par, así pues a es par.
Y si a y b son primos entre ellos, b es un número impar. Si
a es par, se puede establecer : a = 2c. De donde a2 = 4c2. De
donde 2b2 = 4c2, o sea b2 = 2c2.
Por consiguiente, b es un número par.
La situación es intolerable, el número b es a la vez par e
impar, lo cual, por supuesto, es imposible. Por lo tanto, es
imposible medir la diagonal respecto al lado. Ambos son
inconmensurables entre sí.
11
Véase otro origen de la geometría en Le parasite, Ed. Grasset, 1980,
págs. 235-243, y aún otro, aquí mismo, págs. 156-158. Y otro más, siempre
aquí, págs. 97-98.
Índice
RANDONNÉE .......................................................................................................... 9
Exacta y humana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 31
Sólidos, fluidos, llamas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. . 41
Espacios y tiempos ............................................................................................... 67
Historia: el universo y el lugar. Obstrucción ................................... 83
RANOONNÉE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . 91