Sunteți pe pagina 1din 6

‘

‘ ‘‘

   ‘ ‘‘‘‘‘

‘ ‘‘

‘
‘

c  
       
      
‘
‘

First Edition

c 
       
(c) 2010 by Juan Re-crivello

Cover &Illustracions by Tornerriba .com


http://www.tornerriba.com/es/galeria.html

This book is a work of fiction. Names, characters, places and incidents are either a
product of the author´s imagination or are used fictitiously . Any resemblance to actual
events, locales or persons, living or dead, is entirely coincidental.

Internet addresses (websites, blogs, etc ) and telephone numbers printed in this book
are offered as resource to you. These are not intended in any way to be or imply an
endorsement on the part of Juan Re Crivello, nor do we vouch for the content of these
sites and numbers for the life of this bo ok.

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval
system, or transmitted in any means ±electronic, mechanical, photocopy, recording, or
any other ±except for brief quotations in printed reviews, without the prio r permission of
the publisher.

Editedby: la torpeza de la iguana Ed. and Juan re Crivello


e-mail: juuanre@hotmail.com

c  
       
      
‘
‘

Îurge como una señal ¿de alguien que quizás ha padecido un contratiempo?.
Luego, ha reaccionado, pero su sequia anterior le ha dejado en una posición de
respuesta a destiempo.

En las relaciones interpersonales clamamos por que los demás canalicen con
frecuencia sus respuestas, en función de subjetivas caricias o reconocimientos.
Están las construcciones formales, donde de una manerarígidaobjetivamos
relaciones profundas. Con el burka me aparto y dejo ver un atroz silencio , que
escapa desde mis ojos. Con lo cual tal vez vendrá algún contacto posterior,
pero, estará pasado por un tamiz.

Esta mañana, mientras caminaba por una solitaria playa de Vilanova ±eran las
7:15, una madre vestida de negro de origen musulmánasistía desde la orilla al
baño de sus hijas. En aquel escenario los pliegues de bañador de hilo ±desde
la cabeza a los pies- se pegaban al cuerpo de sus bañistas. Tal vez, una muda
oscura y clara ±según su dueña, permitía indicar que un grupo humano mezcla
con sal y agua, una estampa de las prohibiciones asumidas. Al pasar a su lado,
recordé cuando en el siglo pasado las mujeres occidentales vestían de un
bañador que liberaba un a pantorrilla incrédula. Îiglos ha, Empédocles diría en
un fino rigor de los filósofos aristocráticos griegos : ³que amor y odio conviven´.
O Heráclito dejaría crecer una duda más intensa, al afirmar que la s oposiciones
entre juventud y vejez, demuestran un intenso fluir. Al permanecer en el
mismo rio, suponemos que el agua que transporta es diferente.

De aquella pieza de teatro, ya el telón le ha dejado frita. Nuevas dueñas


revisan lo externo y se preguntan sobre la libertad o las prohibiciones . Nada es
más voluble y prisionero que aquello que c ubre, pero esconde algo que bulle
tan animal y ansioso.

3 


De los humanos ±la privilegiada ausencia, es una construcción atrevida.
Atrevidos e insolentes debemos suponer, que dicha estela que no dejamos que
exista, nos provea de separación. Miles de personas atraídas por el ámbar del
fuego del ego, bullen provistos de inquebrantable fe en su conciencia. Pero el
vaho, el humo, desaparecidos en un corto espac io de tiempo, dejan a cada uno
en su maniobrar extraño, solitario. Los corazones se parten, los calzoncillos se

c  
       
      
‘
pliegan alrededor del espeso calor que desprende la barriga. Mujeres atrevidas
van a la derecha, e insulsas y frías asexuadas por la izquierda. Nada más
extraño que promediar:

               

Ebrios de soledad vemos que el filete del plato o la salsa de arroz con curry
están más espesos de lo soñado. Y heridos de pan, de cigarrillo mal fumado,
estamos esperando ese corazón que se apriete, cerca, estúpido, maloliente
pero vecino e insatisfecho.

Así somos, siempre cargamos con la culpa de pasados amores. Y hasta


lloramos una pérdida. De la locura, de la risa. Observo ±observamos- que aún
es un chicle que masticamos sin más atracción que la repetida escena. De
aburrimiento.

   


Clara amaba hasta un diminuto tallo de perejil. Luego se murió este verdor y se
quedó muy sola. Ya ni atrevida, a veces intensa, dejo caer sus nalgas en una
silla de color marrón, de madera y paño desgastado. En ese mismo espacio se
había montado en un antiguo amor. Y sentir que uno se despoja en tan poco
espacio es una aventura efímera. Ella desde el mismo espacio, había
descorchado una botella de tres cuartos, tinto, oloroso. Del Penedés. Îin fama
de gran vino, pero nacida en una viña donde las ondulaciones de la tierra
acaban en el mar. En sus ricas villas costeras deVilanova o Îitges. Muchas
veces al estar ebria, las tres botellas a sus pies le vestían de miedo, de quedar
borracha y necia ante el cumulo de hombres que deseaban vaciar su
malhumorada caja de esperma. A todos les había rechazado. Menos a uno o
dos. Eran el pasado. Eran fuertes espasmos, de risa, de fetiche, de paseos por
el viñedo de sus abuelos, de sus padres, de ella. Ni siquiera el trozo de pan, el
aceite y el ajo, en una bandeja a su lado le cerraban el vientre. Tenía apetito.
De amar, de follar. Pero desde esta silla donde veía una pradera verde que se
rompía en la autopista a Barcelona, se decía: Ni me atrevo a confesarle que le
amo -desde los 5 años. Cuando en la esquina de la plaza se tocó su mano
desprevenida en mi vello. Desde ese increíble y absurdo día no le vimás que
de tanto en tanto. Cuando era inviern o y la viña estaba seca y los terrones de
tierra se rompían casi juntos al fin de la hacienda. Por las tardes le podía
observarle poner estacas donde las antiguas.

Nada era tan falaz como amar desprevenida de gracia. Nada era tan increíble
como desde esta silla dejarse abandonar en el sueño de alguien que no

c  
       
      
‘
sabíaque le rodeaba una avispa llena de miel y silencio. Îintió un leve sonido.
El timbre de comienzos de la puerta grande dejo escuchar un murmullo. A tan
solo unos segundos detrás de ella escuchó: ³Hola´. Un tipo alto y frio estaba
en el rellano. Clara no se inmuto, o intento disimular como su corazón latía
despejando traviesas de ferrocarril. Abandonada a su suerte, respondió al
intruso que imaginaba en aquella Hacienda que estaba en sus sueños. ³ Hola´.

_Tu padre me ha dejado pasar ±dijo él.

_¡Ah!. ¿Qué te trae por aquí?.

_Te parecerá idiota, pero mi tío me dijo que estabas en la casa y me dije : ³iré a
saludarla´

_Podrías haber usado el teléfono ±dijo ella.

_´Îí. Aunque me intrigaba saber cómo te había ido en la ciudad estos meses.
Digo. ¿Eras allí desde diciembre? ´. Aquella pregunta dio vueltas, mientras ella
seguía en su sitio y el de pie, brotándole la angustia. No se sintió mal. Es más,
agarro una silla y la puso casi enfrente de aquel archipiél ago que ella había
construido. Le miro y sonrió. Ella retiro la pierna izquierda que flexionaba
encima de la silla y presa del pánico, inclusive e igualsonrió. La sed de agua
del viñedo en un julio relleno de masas de sol y violentas olas de calor , daban a
las hileras verdes de racimos y hojas un sentimiento pasado. Pero estaba vivo
y dispuesto a madurar antes de septiembre. Ella pregunto:

_¿Haremos la vendimia juntos?. El estiro su mano hasta dejar que rozara en su


piel. Otra sonrisa brava e indecible volv ió a salpicarles. En esta tierra de cálidos
inviernos y veranos violentos -de sol, la vid rodea con su extraña pericia a sus
pobladores. Ellos tejen creyendo ser los dueños de la espuma de sus caldos,
pero la madre tierra hábil les convence de estar quieto s unos conotros. Luego,
los lazos de amor se empecinan en encontrarse. Testigo es el agua que bulle
en la playa. Cada segundo, cada porfía de brillante sed.

  


La viña es baja hasta secar el suelo y dejar una infame purga de verde que va
en línea. Desde la montaña hasta llegar al mar. La locura interminable del
Penedés crece como una extraña mafia. En ese espacio de plomizo de calor se
juntan. Viña, pobladores, y cava. Pasan muchas noches y tardes de estilo. E n
sus madrigueras esperan que aparezca una uva redonda. En esos cerrados
espacios brota el amor. Y el sexo. Luego capturado el vino le entierran en unas
bodegas donde el sol ha escapado . En esa oscura caja, fermenta una bebida

c  
       
      
‘
que es dorada, verde clara y da una burbuja inesperada. Al beberla, la risa de
sus pobladores aumenta hasta estallar. De sangre hemos teñido estos infinitos
territorios. En el Penedés, cada año crujenlos dorados hilos de vino macerado
en túnelesantiguos. Le hacemos prisioneros y luego les liberamos.

Mejor rapsodia de sensualidad no conoceremos«

‘‘

‘‘

c  
       
     
‘

S-ar putea să vă placă și