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UNIVERSIDAD NACIONAL

JORGE BASADRE GROHMANN

FACULTAD DE CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN

LENGUAJE LITERATURA Y GESTION EDUCATIVA

“Literatura Francesa del siglo XX”

CURSO : LITERATURA CONTEMPORÁNEA II

DOCENTE : NELY ALE

INTEGRANTES : 2006-29402 Berny Marisol Llayque Salgado


2006-29416 Nancy Vanessa Morales Avendaño
2006-29424 Lily Ayca Cazorla
Vanesa Calizana Ventura

TACNA - PERÚ

2008
INTRODUCCÍON

El presente trabajo de investigación, gracias a las diversas fuentes que se


utilizó para su creación, tiene como objetivo principal proporcionar
conocimientos básicos sobre la literatura francesa del siglo XX, mediante el
análisis de las obras y características de los autores más representativos de
ese tiempo.

Autores como Andre Guide y Marcel Proust , que gracias a su gran calidad en
la labor literaria, colocan a la literatura de su patria como una de las más
grandes en el mundo. Esto sin desmerecer a los demás autores, ya que el
presente trabajo solo involucra parte de esta literatura.

Así pues, se sugiere revisar con mucho detenimiento este trabajo, para lograr
sacar provecho de su contenido y por consiguiente lograr ampliar aun más la
estructura de su conocimiento
CAPITULO I

LITERATURA FRANCESA DEL SIGLO XX

La literatura en Francia en el siglo XX se ha visto profundamente afectada por


los cambios que han conmovido a toda la vida cultural de la nación, por ello, en
Francia tuvieron su origen el surrealismo, el existencialismo y el "teatro del
absurdo".

A los impulsos innovadores del simbolismo, se añadieron grandes influencias


foráneas, como por ejemplo, la danza moderna introducida por la bailarina
estadounidense Isadora Duncan y el ballet ruso, la música del compositor ruso
Ígor Stravinski, el arte primitivo y, en literatura, el impacto que produjo el
novelista Fiódor Dostoievski y, un poco más tarde, el novelista irlandés James
Joyce. Las tendencias se compenetraron tanto, y los cambios fueron tan
rápidos, que es necesario que se los estudie desde la perspectiva del tiempo
para comprenderlos bien.

1. Algunos Individualistas:

Por el camino de Swann (1913), de Marcel Proust, volumen primero de En


busca del tiempo perdido (16 volúmenes, 1913-1927), se considera
generalmente, una de la mejores novelas psicológicas de todos los tiempos.
Romain Rolland, cuya obra más famosa, Jean Christophe, apareció en diez
volúmenes entre 1904 y 1912, pasó la I Guerra Mundial en Suiza, escribiendo
llamamientos pacifistas. El inmoralista (1902) de André Gide expresaba la
convicción de que, mientras la libertad en sí misma es admirable, la aceptación
de las responsabilidades requeridas por la libertad es difícil, tema que llevó aún
más lejos en La puerta estrecha (1909). La famosa novela Jean Barois (1913),
de Roger Martin du Gard, es un estudio sobre el conflicto existente entre el
entorno místico y la mente científica del siglo XIX.
Entre los grandes escritores católicos, destacaron el poeta místico y novelista
Francis Jammes y François Mauriac. La obra de Mauriac, carente por completo
de didáctica o proselitismo, está dedicada al estudio del mal, del pecado, de la
debilidad, y del sufrimiento. Sus novelas y poesía traslucen la influencia, no de
novelistas, sino de Pascal, Racine y Baudelaire, y en todas ellas anida un
sentimiento trágico, cierta actitud reservada y un estilo puro.

Jean Cocteau, trabajó en diferentes campos artísticos, y fue el autor, entre


muchas otras obras, del libro de poemas Canto llano (1923), de la novela Los
hijos terribles (1929), de la obra de teatro La máquina infernal (1934), de la
película La sangre de un poeta (1930), de crítica, así como de ballets.

Jean Giraudoux llamó la atención en un principio por sus narraciones realistas


de la vida provinciana francesa (Los Provinciales, 1909). La impresión que ya
causaba de escritor poderoso y original, se vio potenciada por el realismo de
sus libros de guerra.

Guillaume Apollinaire fue escritor y poeta de manifiestos culturales. Su obra


Los pintores cubistas (1913) sirvió de instrumento para establecer la escuela
cubista de pintura. Sus volúmenes de poemas Alcoholes (1913) y Caligramas
(1918) fueron muy populares entre los surrealistas, grupo en el que influyó de
manera notable.

Poco después, Paul Valéry comenzó como simbolista y llegó a ser uno de los
mejores poetas psicológicos de su tiempo. A través de su técnica, intentó
expresar sus ideas abstractas dentro de la más rigurosa estructura formal.
Mallarmé y Valéry siguieron la tendencia de la poesía francesa moderna
introducida por Baudelaire, a través de sus traducciones de las obras del
escritor estadounidense del siglo XIX Edgar Allan Poe, y de sus propios
trabajos. Se caracteriza, en parte, por una inquietud especial por el sonido
significativo. En su definición del simbolismo, Valéry observaba que la nueva
poesía quería recuperar de la música lo que le pertenecía. En la práctica, sin
embargo, Valéry volvió a utilizar las reglas clásicas de la métrica. Creía que en
el acto de escribir la poesía se doblega ante la voluntad con una fuerza útil.
2. La Primera Guerra Mundial:

El relato realista de la I Guerra Mundial en El fuego (1916) de Henri Barbusse


inspiró Las cruces de madera (1919) de Roland Dorgelès, precursores de los
libros antibélicos de finales de la década de 1920 que aparecen no sólo en
Francia, sino también en Alemania, Inglaterra y Estados Unidos. El ensayista
André Maurois escribió sobre la guerra en clave de humor en Los silencios del
coronel Bramble (1918). Más tarde fue uno de los primeros en escribir
biografías noveladas como Ariel, o la vida de Shelley (1923). La suave ironía
con la que el cirujano Georges Duhamel trató el tema bélico en Vida de
mártires (1917) le separó tanto de aquéllos que veían la guerra como una
experiencia gloriosa como de los que sólo veían el horror. En sus últimas
novelas Duhamel se convirtió en cronista de la Francia burguesa.

Para mejor ilustración, todos los horrores de la I Guerra Mundial aparecieron en


toda su crudeza en El gran rebaño (1931) de Jean Giono, cuyas obras
muestran un pacifismo militante y una antipatía por la hegemonía de las
máquinas.

3. Dadaísmo y Surrealismo:

En los últimos años de la I Guerra Mundial surgió en Francia, Alemania, Suiza,


España y muchos otros países, un movimiento de jóvenes poetas y pintores
que dieron lugar a las vanguardias artísticas. En rebelión contra todas las
formas artísticas tradicionales, iniciaron su andadura declarando su intención
de destruir el arte. Hacia 1923, algunos miembros del grupo, bajo el liderazgo
de André Breton, se separaron del resto y formaron un movimiento, utilizando
para denominarlo un término inventado por Guillaume Apollinaire: el
surrealismo.

Breton, el líder y máximo exponente del grupo, empezó su carrera estudiando


medicina. En 1916 influyó en él notablemente Jacques Vaché, que proclamaba
su deseo de vivir en permanente estado de aberración mental. La impresión
que le produjo este personaje casi legendario, junto con el entusiasmo de
Breton por los poemas de Rimbaud, dieron una nueva filosofía del arte y de la
vida, en la que los valores más importantes son los dictados por el
inconsciente. A pesar de los ataques a los que se vio sometido el surrealismo,
este movimiento tenía sus orígenes muy arraigados en la literatura francesa.
Lautréamont, Baudelaire, Cros, Rimbaud, y los simbolistas en general fueron
sus antecesores directos.

Por la naturaleza dictatorial de Breton, que chocaba con la independencia de


sus miembros , el grupo siempre fue muy cambiante. Algunos de los
que pertenecieron, en un momento u otro, al surrealismo se mencionan más
adelante.

Primero dadaísta, Louis Aragon se pasó al surrealismo en 1924 y escribió


varios libros de poemas, incluyendo El libertinaje (1924). En 1928, sin embargo,
en Tratado de Estilo, atacó los motivos de sus obras. Se hizo comunista en
1930, fue entonces expulsado del movimiento surrealista. Sus novelas Las
campanas de Basilea (1934) y Los bellos barrios (1936) le consagraron dentro
y fuera de Francia. Durante la ocupación alemana en la II Guerra Mundial,
volvió a escribir poesía, en Le Crève-coeur (1941; El quebranto, 1943) y Los
ojos de Elsa (1942), para lamentar la derrota de su país.

En Paul Eluard, el movimiento halló, quizás, a su mejor poeta. Tras un


comienzo dadaísta, sus poemas, de Le Necéssité de la vie et la conséquence
des reves (La necesidad de la vida y la consecuencia de los sueños, 1921), son
modelos de imágenes independientes entre sí.

Cuando se unió al grupo surrealista, en 1923, Eluard entrelazó las imágenes en


la contemplación del amor como parte del espíritu universal, particularmente en
Morir de no morir (1924) y Capital del dolor (1926). En estos libros las
imágenes emanan del poeta, sin conexión alguna con la naturaleza, que es una
entidad separada. Aunque rompió su conexión con el surrealismo, los poemas
de Eluard sobre la II Guerra Mundial, Poesía y verdad (1942) y En la cita
alemana (1945), presentan la misma técnica de imágenes para lamentar la
caída de Francia y ensalzar la consiguiente resistencia.
Philippe Soupault, fundador del movimiento surrealista con Breton, fue
desacreditado por los propios surrealistas en 1930 por el contenido de sus
estudios Henri Rousseau, le Douanier (1927) y William Blake (1928), en los que
se dejaban ver ciertos principios contrarios al movimiento. Desde entonces ha
escrito algunos libros de interés como por ejemplo Charlot (1931), un ensayo
sobre el cómico estadounidense Charlie Chaplin, y Recuerdos sobre James
Joyce (1943), en el que Soupault recuerda sus experiencias como traductor de
la novela de Joyce, Ulises.

4. Existencialismo:

En la década de 1940, bajo el liderazgo del filósofo, dramaturgo y novelista


Jean-Paul Sartre, una dimensión negativa y pesimista desarrolló el movimiento
filosófico y literario llamado existencialismo. La tesis general —expuesta en El
ser y la nada (1943) de Sartre— plantea básicamente que la existencia humana
es inútil y frustrante, y que el individuo es solamente un cúmulo de experiencias
personales.

En sus obras dramáticas Las moscas (1943), A puerta cerrada (1944), y Las
manos sucias (1948), Sartre se extendió en temas que ya habían sido tratados
antes de la guerra en su libro de cuentos El muro (1939). En su trilogía Los
caminos de la libertad (1945), intentó mostrar al individuo sin ilusiones y
consciente de la necesidad de participar en todas las instancias de la sociedad.

La discípula más acérrima de Sartre fue su compañera de toda la vida Simone


de Beauvoir, que escribió, entre otras muchas obras, la novela Los mandarines
(1954), que trata de un modo encubierto las relaciones personales de algunos
de los principales existencialistas franceses. Su obra La ceremonia del adiós
(1981) es un homenaje a Sartre. En su día, Albert Camus podría haber sido
englobado en el existencialismo, particularmente por su obra Calígula (1944);
aunque en sus dos novelas más importantes, El extranjero (1942) y La peste
(1947), reconoció la conveniencia y la necesidad del esfuerzo humano.
5. Últimas Tendencias:

En la década de 1950, dos escuelas de literatura experimental surgieron en


Francia. El teatro del absurdo y el antiteatro cuyo claro ejemplo son las obras
del rumano de nacimiento Eugène Ionesco, de Samuel Beckett y de Jean
Genet. La popular Esperando a Godot (1948) de Beckett, y Los negros (Les
Nègres, 1959) y Los biombos (Les Paravents, 1961) de Genet son claros
ejemplos de esta escuela, opuesta al análisis psicológico y al contenido
ideológico del existencialismo.

A la vez que el antiteatro, surgió la antinovela o nouveau roman (un término


aplicado por primera vez por Sartre a una novela de Nathalie Sarraute) que ha
llamado mucho la atención, principalmente las novelas y teorías de Sarraute,
Claude Simon, Alain Robbe-Grillet y Michel Butor. Al igual que los dramaturgos,
los nuevos novelistas se oponen a las formas tradicionales de la novela
psicológica, enfatizando el mundo puro y objetivo de las cosas. Las emociones
y los sentimientos no se describen como tales; más bien, el lector debe
imaginarse como son, siguiendo la relación entre los personajes y a través de
los objetos que tocan y ven. La novela de Sarraute Retrato de un desconocido
(1949) abrió el camino, seguido de obras tales como ¿Los oye usted? (1972) y
anterior a ésta, la de Robbe-Grillet La celosía (1957) y la de Butor La
modificación (1957). Simon escribe novelas históricas muy densas, utilizando la
técnica expresiva del monólogo interior. Su obra más importante es La ruta de
Flandes (1960).

Entre los escritores que han dominado el panorama literario más reciente
destacan los miembros del OuLiPo (Ouvroir de Littérature Potentielle, ‘taller de
literatura potencial’), como Georges Perec, Raymond Queneau y Jacques
Roubaud, o escritores de la talla de Michel Tournier, Jean-Marie Gustave Le
Clézio, Philippe Sollers y Marguerite Duras.
CAPITULO II

MARCEL PROUST

1. Biografía:

Marcel Proust nació en París, el 10 de julio de 1871, en el seno de una familia


acomodada. Fue hijo mayor de Adrien Proust, un famoso
epidemiólogo francés, y Jeanne Weil, la nieta de un
antiguo ministro de Justicia.

En 1894 se autopublica Los placeres y los días, una


recopilación de poemas en prosa, retratos y relatos largos
en un estilo decadente. Ilustrado por Madeleine Lemaire,
dueña del salón que Proust frecuenta con asiduidad junto con su amante
venezolano Reynaldo Hahn, el cual contribuyó al libro con partituras
compuestas por él. El libro le trae a Proust una reputación de diletante
mundano que no se disipará hasta la publicación de los primeros tomos de En
busca del tiempo perdido.

En el verano de 1895 emprende la redacción de una novela que relata la vida


de un joven preso de pasión por la literatura en el París mundano de finales del
siglo XIX. La novela sólo es publicada de manera póstuma en 1952 por
Bernard de Fallois bajo el título Jean Santeuil. La publicación consiste en una
organización y edición de múltiples fragmentos, pero no constituye de ninguna
manera un conjunto acabado. Allí evoca Proust notablemente el «Caso
Dreyfus», del cual fue uno de los actores apasionados. Es asimismo uno de los
primeros en hacer circular una petición favorable al capitán francés acusado de
traición y en hacerla firmar por Anatole France. Hacia 1900 abandona la
redacción de la novela.

Se vuelca en ese entonces hacia la obra del esteta inglés John Ruskin. Este
intelectual que prohibió que se tradujera su obra mientras viviera es
descubierto por Proust a través de la lectura de artículos y de obras como
Robert de la Sizeranne y Ruskin et la religion de la beauté. La muerte de
Ruskin en 1900 es aprovechada por Proust para iniciar la traducción de su
obra. Para este fin emprende varios peregrinajes ruskinianos al norte de
Francia, a Amiens y sobre todo a Venecia, en donde reside una temporada con
su madre. El hecho está registrado en Albertina desaparecida. Los padres de
Marcel juegan un rol determinante en el trabajo de traducción: el padre lo
acepta como un medio de poner a trabajar a un hijo que se rebela contra las
funciones sociales y que acaba de dimitir del trabajo no remunerado en la
biblioteca Mazarine. La madre influye más aún: Marcel no domina el inglés, así
que ella realiza una primera traducción palabra a palabra del texto. A partir de
allí Proust puede «escribir en excelente francés ruskiniano», como anota un
crítico ante la aparición de la primera traducción. Es esta, sin embargo, la etapa
de la carrera en donde se afirma la personalidad de Proust.

En efecto, acompaña sus traducciones de un abundante aparato crítico, con


largos y ricos prefacios casi tan extensos como el texto mismo y con múltiples
notas. A medida que traduce a Ruskin toma distancia Proust de las posiciones
estéticas del autor inglés. Es esto particularmente evidente en el último capítulo
de su prefacio a la primera traducción, en donde alterna entre la admiración y la
confesión de distancia con respecto a las traducciones anteriores.

Tras la muerte de sus padres, sobre todo la de su madre en 1905, su frágil


salud se deteriora en demasía a causa del asma y la depresión por la pérdida
materna. Vive recluido en el 102 del Boulevard Haussmann en París, donde
hace cubrir las paredes de corcho para aislarse de ruidos y se vuelca en su
trabajo. Vive exclusivamente de noche tomando café en grandes cantidades y
casi sin comer, según cuenta Celeste Albaret, su criada en esos años, en un
libro de memorias. Su obra principal, En busca del tiempo perdido, se publica
entre 1913 y 1927, siendo el primer tomo publicado por su cuenta en la
Editorial Grasset. Rápidamente, sin embargo, la editorial Gallimard reconsidera
su rechazo inicial, responsabilidad única de André Gide; el cual apenas leyó un
poco el principio, y acepta el segundo volumen: A la sombra de las muchachas
en flor, por el que recibe en 1919 el premio Goncourt, después de que el propio
Proust movilizara sus influencias pese a no ser ya un joven escritor como
rezaban las bases del premio. Su homosexualidad, inconfesable en la sociedad
de la época, está latente en su obra, sobre todo en el tomo de Sodoma y
Gomorra, donde analiza tanto la homosexualidad masculina como femenina.
Trabajó sin descanso en los seis libros siguientes de En busca del tiempo
perdido hasta su muerte en 1922, víctima de una bronquitis mal tratada. Fue
enterrado, junto a su padre y su hermano, Robert Proust, en el cementerio
parisino Père-Lachaise.

2. Importancia:

La importancia de las novelas de Proust reside no tanto en sus descripciones


de la cambiante sociedad francesa como en el desarrollo psicológico de los
personajes y en su preocupación filosófica por el tiempo. Cuando Proust trazó
la trayectoria de su héroe desde la feliz infancia hasta el compromiso romántico
de su propia conciencia como escritor, buscaba además verdades eternas,
capaces de revelar la relación de los sentidos y la experiencia, la memoria
enterrada que de pronto se libera ante un acontecimiento cotidiano, y la belleza
de la vida, oscurecida por el hábito y la rutina, pero accesible a través del arte.

Trató el tiempo como un elemento simultáneamente destructor y positivo, sólo


aprehensible gracias a la memoria intuitiva. Proust percibe la secuencia
temporal a la luz de las teorías de su admirado filósofo francés Henri Bergson:
es decir, el tiempo como un fluir constante en el que los momentos del pasado
y el presente poseen una realidad igual.

Asimismo, Proust exploró con valentía los abismos de la psique humana, las
motivaciones inconscientes y la conducta irracional, sobre todo en relación con
el amor. Su obra, En Busca del Tiempo Perdido, traducida a numerosos
idiomas, hizo famoso a su autor en el mundo entero, y su método de escritura,
basado en un minucioso análisis del carácter de sus personajes, tuvo una
importante repercusión en toda la literatura del siglo XX.
3.Obra:

3.1 En busca del tiempo perdido

Es una serie de novelas de Marcel Proust, escritas entre 1908. En y 1922 y


publicadas entre 1913 y 1927 y que consta de siete entregas, de las que las
tres últimas son póstumas. Más que del relato de una serie determinada de
acontecimientos, la obra se mete en la memoria del narrador: sus recuerdos y
los vínculos que crean, de ahí que el título no sea El tiempo perdido (como era
El paraíso perdido de Milton), sino En busca del tiempo perdido:
El primer volumen empieza con pensamientos del narrador acerca de su
dificultad para conciliar el sueño («Mucho tiempo llevo acostándome
temprano»). El fragmento en el que revive literalmente un episodio de su
infancia, mientras toma una magdalena mojada en el té es quizás el más
conocido de la obra.
Cuando empieza a redactar En busca del tiempo perdido ha pasado poco más
de un año de la muerte de su madre y su asma parece haber empeorado, tiene
casi cuarenta años y no ha escrito ningún texto narrativo especialmente
significativo, a excepción de Los placeres y los días, en el que se recopilan
diversos relatos cortos, y Jean Santeuil, una novela inédita que sólo después
será postuma; libros en los que se exploran algunos de los temas que se
desarrollarán luego con mayor madurez literaria en En busca del tiempo
perdido, como lo son la evocación sensorial, el recuerdo, las sexualidades tabú
o la profanación de la madre. Al abordar la lectura de su extensa novela se
puede identificar la constante presencia de la muerte como el agente
provocador de la redacción febril y la frase intrincada que estimula el ejercicio
de la escritura al precio de amenazar constantemente su continuidad.
. Esto, si bien constituye una obra singular que parece aún hoy resistirse a ser
incluida fácilmente en la homogeneidad de un "ismo" o de una tendencia
literaria más amplia, concuerda con las preocupaciones de los impresionistas:
la realidad sólo tiene sentido a través de la percepción, real o imaginaria, del
sujeto. En nuestros días, se han reconocido las notables proximidades entre
Proust y el impresionismo, y él mismo confiesa las similitudes entre su proyecto
estético y esta tendencia particular .El prisma no es sólo el de los distintos
actores, es también el del autor, que se encuentra con el tiempo que pasa
desde distintos ángulos, el punto de vista del presente, el punto de vista del
pasado, el punto de vista del pasado tal y como lo revivimos en el presente.
Pero no son los aspectos psicológicos e introspectivos los únicos que aparecen
en la obra. Los aspectos sociológicos -Walter Benjamin se refiere agudamente
a esta capacidad para retratar de Proust como una "fisiología del chisme"-
están presentes en muchos sitios (oposición entre el mundo aristocrático de la
duquesa de Guermantes y el mundo de la burguesa arribista de Madame
Verdurin, el mundo de los criados representado por Françoise, las
controversias políticas de la época aparecen a través de la polémica que
generó el caso Dreyfus, la sexualidad singular del "invertido", que es el modo
en que el narrador prefiere referirse al homosexual varón). Esta complejidad,
que aquí apenas abarcamos, nos sitúa el ciclo de En busca del tiempo perdido,
entre las "novelas mundo" como puedan serlo la Comedia humana de Honoré
de Balzac o los Rougon-Macquart de Émile Zola.

3.2 Reynaldo, un personaje de Proust:

En el convaleciente París de 1947, todavía maltratado de la guerra y


desgarrado por las tensiones de liberación, ocurrió un suceso menor que no
tuvo eco sino en el pequeño círculo de la gente refinada y de los snobs. Murió
el director de la Ópera, que llevaba el nombre muy poco francés de Reynaldo
Hahn.

Era un septuagenario desdeñoso, elegante y revisto de una especie de


anacronismo intemporal. En cualquier época hubiera parecido pertenecer a otra
más exigente, complicada y exquisita. Era francés por el gusto de la más difícil
claridad y del más elaborado equilibrio. Era un dandy de la belle époque, de
monóculo, aire aristocrático y elegantes modales, amigo de las duquesas, de
los artistas y de la gente culta. Fue un excelente músico, compositor y
ejecutante. Cantaba al piano, acompañándose a sí mismo, con una emotiva
voz sus propias canciones ante un auditorio de gente refinada y mordaz. En el
conservatorio había sido un discípulo aventajado de Massanet y Saint-Saëns.
Gustaba poco de las complicaciones sinfónicas de Wagner y de los juegos de
matices y alusiones de Debussy. Creía que la música debía decir un claro
mensaje directo de belleza.

En ocasiones llegó a tener grandes éxitos de público, como cuando por los
tiempos posteriores a la Primera Guerra Mundial presentó su opereta famosa
Ciboulette.

Sin embargo, con todo ello, Reynaldo Hahn podía haber caído en el limbo del
olvido en el que tantos artistas de su condición y de su tiempo se encuentran.
No ha sido así. Por el contrario, ahora que se cumple el centenario de su
nacimiento se le recuerda con frecuencia y aparecen estudios y reminiscencias
sobre su persona en los periódicos franceses.

La razón obvia es que Reynaldo Hahn pertenece de un modo pleno e


importante a la mitología inagotable de Marcel Proust. Todos los admiradores y
estudiosos del escritor tiene que encontrarse con la figura atractiva y extraña
de este personaje que está presente indeleblemente en su vida y en su obra.

Reynaldo vino a París todavía niño, con sus padres, ricos comerciantes y gente
de mundo, para incorporarse a la vida de la alta burguesía. Un azar del destino
lo metió en el pequeño círculo de amistades y relaciones en que iba a surgir el
pequeño Marcel. Tenían muchas afinidades. Un misma pasión por el
refinamiento estético, un gusto parecido por los salones y la gente mundana, el
sentido casi morboso de la elegancia y la belleza y la admiración por la
agudeza del lenguaje. Fueron amigos íntimos casi desde la adolescencia .
Durante los años más importantes en la formación de Proust se mantuvieron en
el más estrecho contacto. Proust lo necesitaba y lo buscaba con ansiedad.
Admiraba su prestancia física, su ingenio, su cultivado gusto, sus maneras
extraordinarias. Era su compañero y su contertulio de los largos días y las
largas noches de insomne búsqueda. Con todas las figuras principales que
integran el cuadro en que se movió el hombre que concebía aquella obra
inagotable, está ligado Hahn. Era amigo de Conde de Montesquieu, de los
Bibesco, de Billy, de Arman de Caillavet, de las muchas de las “muchachas en
flor”, de la señora Strauss y de la Condesa Grefulhe, de Laura Heyman y de
todos los seres reales que están detrás de la apariencia de Swann, de Odette,
de Charlus y de tantos otros personajes inolvidables de la creación proustiana.

Los eruditos han buscado con minuciosa pesquisa la presencia de Hahn en la


gran obra. Allí lo encuentran bajo otros nombres, bajo otras circunstancias ,
pero siempre reconocible. El epistolario de Proust revela la inmensa
importancia que tuvo este criollo expatriado en la vida y en la mente del autor
del Tiempo perdido.
“En busca del tiempo perdido” es algo más que una novela; es una experiencia
vital. Un universo completo recreado en sus páginas, con unos mecanismos
internos que la convierten en un libro difícil y arduo. Muchos lectores, allá por el
momento de su publicación en 1913 no entendieron la propuesta que ofrecía
Marcel Proust; hoy por hoy, las diferencias no son muchas. Y, sin embargo, es
toda una obra maestra; una auténtica obra de arte maravillosa de principio a
fin. ¿Por qué? Bueno, eso es lo que trataré de explicar aquí.
Proust fue un escritor exigente. En las últimas páginas de “El tiempo recobrado”
(el último de los volúmenes que conforman el libro) él mismo admite fijarse
como meta algo realmente difícil: reflejar la realidad humana a través de una
observación minuciosa, absolutamente detallista, del comportamiento de las
personas. Precisamente eso es lo que se achaca como dificultad a “En busca
del tiempo perdido”: su puntillismo, su atención sobre el detalle, su
minuciosidad.. Proust empleó métodos y técnicas que se descubrían en la
narrativa a principios del siglo XX.. La madeja que el autor va desenrollando a
lo largo de las miles de páginas es una prolongación de su memoria, una
memoria que es activa, que no se limita a traer recuerdos al consciente para
plasmarlos sobre el papel, sino que analiza, examina, compara, siempre de
manera constante, con digresiones (inevitables), con olvidos y con
inconstancias. Como el mismo escritor dice, “lo que se trata de hacer salir,
mediante la memoria, es nuestros sentimientos, nuestras pasiones, es decir las
pasiones, los sentimientos de todos”.
Temas tabúes, como la homosexualidad, y habilidades del inconsciente son
examinados bajo el atento microscopio de la escritura del francés, que parece
abarcar todos los temas humanos posibles. Quizá esta pasión por tratarlo todo,
por querer comprender entre sus páginas todo lo imaginable, fue el mayor reto
al que Proust se enfrentó. Como él mismo comunicaba a su editor, el
manuscrito crecía y crecía, teniendo como topes la primera y la última parte; el
resto era elaborado constantemente por el escritor, que ampliaba sus
recuerdos (y, por ende, su obra) de manera desaforada.
Proust se aleja de la razón y la lógica para tratar de encontrar esas ‘verdades
universales’ que busca mediante la memoria de la que hablaba arriba.
Considerando que la razón y la voluntad no han conseguido el objetivo de
plasmar la realidad, Proust se concentra en dibujar el ‘exterior’ de los
personajes, aunque los falsee y no los describa fielmente (inventando todo tipo
de detalles, aunque se base en personas reales para imaginar sus caracteres).
En este sentido, su cambio respecto a la tradición decimonónica de la que es
heredero (recordemos que Zola , naturalista acérrimo, es contemporáneo suyo)
es brutal: pasamos de una novela sujeta a lo real, empecinada en retratar
comportamientos sin dejar nada a la imaginación, a un prodigio de inventiva
memorística que, pese a hablar de personajes y situaciones mundanas, nos
revela conductas que pueden pasar por universales.
Al introducir su propia conciencia en la novela (anticipándose a Joyce, Woolf o
Faulkner), Proust multiplica las posibilidades artísticas de la escritura, puesto
que su obra adquiere múltiples interpretaciones, todas válidas y aunadas:
novela psicológica, autobiográfica, reflexión sobre el arte y la literatura… En
una obra como “En busca del tiempo perdido” cabe absolutamente todo, no
sólo, evidentemente, por su extensión, sino por su peculiar composición, que
permite tocar todos los temas imaginables desde un punto de vista único -el del
autor-, pero, al mismo tiempo, universal.
En realidad, a lo largo de las tres mil páginas de “En busca del tiempo perdido”
no parece que se cuenten demasiadas cosas.
CAPITULO III

ANDRE GIDE

1. Biografía:

Nacido en París, Francia, en el seno de una


familia protestante que influyo mucho en su
educación. Hijo de Paul Gide, un profesor en
leyes de la Universidad de París, quien
falleció en el año 1880.. Criado en
Normandía, con problemas de salud y
viviendo prácticamente aislado, se convirtió
en un escritor prolífico desde temprana edad.
En 1895, luego de la muerte de su madre Juliette Rondeax, contrajo
matrimonio con su prima Madeleine Rondeax, pero el vínculo nunca fue
consumado.

En 1891 publicó sus primeras poesías, Los cuadernos de André Walter. En


1893 y 1894 Gide viajó por el norte de África. Entabló amistad con Oscar Wilde
en Argelia y posteriormente comenzó a reconocer su orientación homosexual.
Este viaje lo libero de la atmósfera artificial y le reveló el fondo de su verdadera
naturaleza: una sensualidad sin límites. En 1896 fue alcalde de La Roque-
Baignard, una comuna en Normandía.

En 1897 publica Los alimentos terrestres, después Prometeo mal encadenado


en 1899 y Cartas a Ángela en 1900. En 1908 colaboró en la revista literaria La
Nouvelle Revue Française.

No será hasta el final de la Primera Guerra Mundial cuando sus obras alcanzan
gran renombre. André Gide ingresaría a los salones literarios de fines del siglo
XIX del brazo del poeta Mallarmé. Hasta 1914 pensaba que sus obras no
serían leídas hasta después de su muerte.

En la década de 1920 Gide se convirtió en inspiración de escritores como


Albert Camus y Jean-Paul Sartre. En 1923 publicó un libro de Fiódor
Dostoievski, sin embargo, al defender la homosexualidad en una edición de
Corydon en 1924, recibió malas críticas. Más tarde, él mismo consideró que
había sido su mejor obra.

En 1923 nació su hija Catherine, hija de María Van Rysselberghe. Su esposa


Madeleine falleció en 1938. Posteriormente él utilizó el trasfondo de su
matrimonio no consumado en su novela Et nunc manet in te, de 1951.

A partir de 1925 comenzó a pedir mejores condiciones para los criminales, y al


año siguiente publicó su autobiografía, Si la semilla no muere (Si le grain ne
meurt).

Desde julio de 1926 hasta mayo de 1927, viajó a las colonias francesas en
África con su sobrino Marc Allégret. Estuvo en la actual República del Congo,
en Oubangui-Chari (actual República Centroafricana), Chad, Camerún y luego
de regreso a Francia. Relató sus peregrinaciones en un diario que llamó Viaje
al Congo y Regreso de Chad. En estos relatos criticaba el comportamiento de
los intereses económicos franceses en el Congo e inspiró una reforma.
Particularmente criticaba el régimen de grandes concesiones. Este régimen
acordaba qué parte de la colonia se concedía a las empresas francesas y en
qué zona se podían explotar los recursos naturales, principalmente el caucho.
Relató, por ejemplo, cómo los nativos se vieron forzados a dejar sus pueblos
natales durante varias semanas para recolectar caucho en el bosque,
comparando esta explotación a la esclavitud.

Durante la década de 1930, brevemente se convirtió en comunista, pero quedó


desilusionado luego de su visita a la Unión Soviética. Sus críticas al comunismo
le ocasionaron que perdiera varios de sus amigos socialistas, especialmente
cuando publicó su libro Regreso de la URSS en 1936. En 1933 colaboro con
Ígor Stravinski en un ballet, Persephone.

Durante la Segunda Guerra Mundial regreso a África en 1942, y vivió allí hasta
el final de la guerra. En 1947 fue ganador del Premio Nobel de Literatura “Por
su escritura significativamente artística, en la cual los problemas humanos y
sus condiciones han sido presentados en la forma de un amor sin miedo a la
verdad y una retroalimentación psicológica de gran claridad”. Se cuenta que
André Gide, la misma noche de 1947 en que ganó el Premio Nobel, fue al cine
a ver una película de Fernandel, algo así como un Cantinflas francés.

Falleció el 19 de febrero de 1951. Al año siguiente, la Iglesia Católica incluyó


sus obras dentro del Índice de libros prohibidos.

En sus novelas a menudo se ocupaba de los dilemas morales que vivió en su


propia vida

2. Obra:

2.1 El Diario

En el otoño de 1889, cuando era un joven de 20 años, comenzò Andrè Gide a


escribir su diario, que habria de ser como su jardìn de refugio en los perìodos
de aridez inspirativa, su consuelo frente al temor a la muerte, que desde
jovencito siempre le acompañò, su solaz, en el descanso de su cotidiano
trabajo, su calma en medio de sus intensas pasiones pederastas y su reposo
agradable en sus quebrantos fìsicos.

Esta es la obra principal de Gide, aquella que lo comunica mejor. La anotación


cotidiana permite al escritor dibujar su sucesiva realidad. Durante sesenta años
anota en el “Diario” sus reacciones, sus sentimientos, observándose
escrupulosamente para conocerse y darse a conocer
Va registrando en su Journal las variaciones de su humor, la curva de sus
opiniones. Con la redacción de su autobiografía emprende Gide una empresa
de incalculables proyecciones porque, emulando el intento de Rousseau,
pretende comunicar toda su aventura moral e intelectual (incluso su
homosexualismo)

Asistimos no sólo a las vicisitudes de su vida personal (un matrimonio


“contratado”, una hija ilegítima), a sus viajes permanentes por Europa y África,
sino que nos invita a introducirnos en su taller de escritor y nos hace partícipes
de sus relaciones y opiniones en el mundo literario, de Pierre Louÿs a Paul
Valéry, de Proust a Thomas Mann o a Roger Martin du Gard.

Con el “Diario” lograremos entrar en lo que está más allá de esta máscara: esa
sombra escondida que una noche de julio de 1942 fornica con un jovencísimo
militar en Túnez y que ve en ello el símbolo supremo de su vida, de su moral y
de lo que expresa su literatura.

Hay un problema de la sinceridad o de falta de ella, es consustancial a su


construcción, a su escritura. No es sólo lo que explícitamente dice, sino lo que
calla o queda esbozado entre líneas. Con todo ello su retrato no deja de ser
apasionante y bastante fiel a la cultura del siglo que lo ha propiciado. Es un
testimonio impar sobre una época y sus hombres. Y como el resto de sus
escritos, es un libro lúcido, exigente y profundo

3. Características

• En un comienzo los modelos a seguir de Gide eran Rimbaud, Baudelaire


y Kyats.
• El amoralismo wildeano y la sobrestimación del individuo marcaron su
carácter y su obra.
• Quien observe la carrera literaria de Gide advertirá que refleja una
entrañable busca de sí mismo, al mismo tiempo que una trasposición en
clave artística de la agonía del poeta, de su pasión
• Ni su temprana separación del movimiento simbolista; ni su resistencia a
una conversión al catolicismo (lo que él llamaba, tan gráficamente,
"rodar bajo la Santa Mesa"); ni su denuncia del régimen colonial francés;
ni su adhesión al comunismo (para estar a la moda de los intelectuales
de los años 30) y su posterior ataque al stalinismo; ninguno de estos
actos (tan discutidos, tan calumniados por la pasión de los interesados)
disminuyeron su influencia. Sólo consiguieron renovar su público

• Analista profundo y notable prosista, sus escritos revelan su sinceridad


en la bùsqueda de la felicidad y afirman la liberación del hombre de todo
prejuicio moral, fue un hombre de una gran independencia, con la
libertad propia de las preclaras inteligencias, de los genios

• Sentía repulsión por toda doctrina, a toda certeza, a toda fe. Por eso no
es extraño que recorra toda una aventura espiritual que lo lleva del
protestantismo a un acercamiento del catolicismo y de ahí a un
agnosticismo dramático. él prefirió burlarse a abrazar otra fe que no
fuera la suya, personal y egocéntrica.

• Lo más atractivo que el cristianismo le ofrece a Gide es el consuelo de


un mal que no pretede curar. Más bien lo contrario. Por eso lo seducen
tanto Kierkegaard, que sostiene lo anterior, como Nietzche, que sostiene
lo contrario, y el olímpico Goethe, que da la espalda a las miserias para
ser feliz.

4. Andre Gide y Marcel Proust

En una entrevista, Gide señala que se deslumraba en los salones ante las
conversaciones de Proust. Dice: “Yo lote tenía por el peor de los esnobs,
cuando frecuentábamos la alta sociedad. Creo que él tenía la misma opinión de
mí. Ninguno podía sospechar la íntima amistad que nos uniría más tarde”.
Es conocido que “En busca del tiempo perdido”, obra de Proust, fue rechazada
por la editorial Gallimard. Lo singular del hecho está en que el encargado de
dar el veredicto funesto fue Andre Gide, escritor casi coetaneo de Proust. Ni
siquiera el hecho de que ambos escritores habían tenido algún encuentro
personal logró salvar de su error a Gide.

El comentario que Andre Gide hizo a los encargados de la editorial luego de


leer (algo de) la obra de Proust fue lapidario: ”No puedo comprender que un
señor pueda emplear treinta páginas para describir cómo da vueltas y más
vueltas en su cama antes de encontrar el sueño”, dijo y cerró las puestas de la
editorial para Proust.

Pero el tiempo hizo que las cosas cambiaran, En busca del tiempo perdido de
todos modos vio la luz, a medida que fue ganando lectores,fue ganando
incondicionales adeptos, y Gide y Proust posteriormente mantuvieron un
intercambio epistolar en el que se muestra claramente que el tiempo había
puesto las cosas en su lugar.

Años después de haber rechazado su novela, consciente del error que había
cometido e inmerso en la lectura de la obra, Gide comenzaba así una carta
dirigida a Proust:

“Desde hace varios días no abandono su libro; me lleno de él con deleite, me


sumerjo en sus páginas. ¡Ay de mí!…”

5. Andre Gide y Oscar Wilde

La relación Gide-Wilde fue emblemática y decisiva para la historia de la


identidad gay contemporánea. Viaje liberador e imagen tutelar: Wilde guió a
Gide hacia su identidad. Gide reconoció que estar junto a Wilde era altamente
disruptivo. Wilde atraía las miradas y era exhibicionista.
Gide conoció a Wilde en París en 1891. El irlandés era un autor consagrado,
casi en la cumbre del éxito y del personaje; el francés -de 22 años- acababa de
empezar en la literatura. Su primer libro, una miscelánea de prosa y verso,
titulado “Les cahiers d´André Walter”, salió en ese año mismo. Pocas veces se
ha contado que Gide medio se enamoró entonces de Wilde, y que sus primeros
tiempos de amistad están trufados de admiración apasionada y deseos
confusos, que no tuvieron otra respuesta. Wilde era -o tenía- casi todo lo que
Gide amaba o anhelaba, y también encarnaba mucho de lo que el joven
dubitativo desprecia. Por eso Gide pasó de la admiración incondicional
-fascinada- a un cierto desdén. Y desde 1893 no vuelve a ver a Wilde hasta
que, en 1895, se lo encuentra en Argelia, en pleno turismo sexual, Wilde en
compañía de su amante Lord Alfred Douglas. Luego llega la tragedia -que Gide
siguió horrorizado- y cuando en 1987, al salir de prisión, Wilde se instala en
Berneval, un pueblecito cerca de Dieppe, Gide -autor exitoso ya de Los
alimentos terrenales- es uno de los primeros en acudir a visitar al derrotado, al
hombre nuevo, que habla de caridad y sufrimiento. Gide deja de ver a Wilde en
París y en 1898 entre otras cosas porque ese Wilde final, destruido, descarado
y escandaloso, escandaliza a un Gide, demasiado formal, todavía temeroso y
aún dubitativo. Aunque tras la muerte de Wilde, Gide vuelve a quedar prendado
de Wilde.

Lo que lo lleva a escribir a fines de 1901, “In memoriam”, libro en donde escribe
sus más vivísimos recuerdos sobre Wilde. Lo interesante es el In memoriam
por la frescura y el encanto vital del recuerdo. Aunque no se debe olvidar que
Gide lo redacta admirando más al hombre que al escritor. El personaje Wilde le
parece fascinador y terrible, al escritor lo juzga (injustamente) con la dureza
que pone quien se está desprendiendo de unos rumbos estéticos que halla
antiguos, contra quien los encarnó soberanamente. Pero sobre todo, se trata
de un texto biográfico -aunque vivo y directo- muy pudoroso. Se insinúa el
motivo de la tragedia de Wilde sin nombrarlo: todos lo sabían. Y, sobre todo,
Gide se presenta como un espectador interesado, cuando en realidad fue actor,
y compartió con Douglas y con Wilde las noches argelinas, el amor que no se
atreve a decir su nombre.

Cabe destacar que en su autobiografía Si la semilla no muere (1921), Gide


vuelve a relatar los encuentros con Wilde en Argel.
BIBLIOGRAFÍA

• http://www.archivodeprensa.edu.uy/r_monegal/bibliografia/prensa/artpre
n/marcha/marcha_406.htm

• http://www.actualidadliteratura.com/2008/10/04/los-rechazos-mas-
celebres-de-la-historia-de-la-literatura-i-marcel-proust/

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• http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/14494/Diario

• BIBLIOTECA CERVANTES:

 http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/public/003673
93311503462010046/209773_0019.pdf
 http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/02461618656
602509532279/p0000001.htm#I_0_
 http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/public/013505
42080028509533680/209393_0029.pdf

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