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"Hubo una vez un tiempo en que existían los dioses, pero no había razas
mortales. Cuando también a éstos les llegó el tiempo destinado de su nacimiento, los
forjaron los dioses dentro de la tierra con una mezcla de tierra y fuego (...) Y cuando
iban a sacarlos a la luz ordenaron a Prometeo y a Epimeteo que (...) les distribuyeran
las capacidades a cada uno de forma conveniente. Epimeteo pidió permiso a Prometeo pa-
ra hacer él la distribución. "Después de hacer yo el reparto, dijo, tú lo inspeccionas".
Así lo convenció, y hace la distribución. En ésta, a unos les concedía la fuerza sin la
rapidez y a los más débiles, los dotaba con la velocidad. A unos los armaba y, a los
que les daba una naturaleza inerme, les proveía de alguna otra capacidad para su
salvación. A aquellos que envolvía en su pequeñez, les proporcionaba una fuga alada o
un habitáculo subterráneo. Y a los que aumentó en tamaño, con esto mismo los ponía a
salvo. Y así, equilibrando las demás cosas, hacía su reparto. Planeaba con la precaución
de que ninguna especie fuera aniquilada. (...) A algunos les concedió que su alimento
fuera devorar a otros animales, y les ofreció una exigua descendencia, y, en cambio, a los
que eran consumidos por éstos, una descendencia numerosa, proporcionándoles una
salvación a la especie. Pero, como no era del todo sabio Epimeteo, no se dio cuenta de
que había gastado las capacidades en los animales; entonces todavía le quedaba sin
dotar la especie humana, y no sabía qué hacer.
Las respuestas mitológicas fueron las primeras respuestas que encontraron los seres
humanos a sus preguntas más acuciantes: ¿De dónde procede el mundo?, ¿Cuál es la
causa de los fenómenos naturales, de las tormentas, las tempestades, ...? ¿De dónde
procedemos los seres humanos?, ¿Qué relación tenemos con los otros animales?, ¿Y con
los dioses?, ¿Qué ocurre cuando nos morimos? ...
También el mito ofreció las primeras respuestas a los seres humanos sobre ellos
mismos, sobre su origen, sus peculiaridades y su destino. Los seres humanos se sintieron
pronto superiores al resto de animales, se dieron cuenta de que aunque estaban peor
dotados por la naturaleza que otros animales, su inteligencia e ingenio eran superiores y
habían conseguido el dominio sobre el resto del reino animal. Los relatos mitológicos
ofrecieron explicaciones de todo ello. Como muestra tenemos un conocido mito de la
tradición griega, el mito de Prometeo, que hemos recogido en el anterior apartado.
Este mito nos sitúa, como hemos visto, en un tiempo remoto en que los inmortales
dioses van a hacer surgir en la tierra a los seres mortales (animales y humanos). El error de
Epimeteo al dejar totalmente indefenso al hombre, hace que Prometeo robe para él el fuego
y las artes a los dioses Hefesto y Atenea. Por cierto, ¿Sabes cual fue el castigo que Zeus
impuso a Prometeo por su osadía al entrar en la morada de los dioses y robarles? Lo
encadenó a una roca, y un águila le comía las entrañas. Pero la cosa no acaba aquí, porque la
estupidez de Epimeteo (no en vano su nombre significa "el que reflexiona tarde") hizo
caer un nuevo castigo de Zeus sobre los humanos: Estaba enfadado Zeus porque a
instancias de Prometeo los humanos le habían engañado, y al matar un buey le habían
ofrecido los huesos rodeados de grasa. Prometeo le había dicho a su hermano Epimeteo que
no aceptara ningún regalo de Zeus porque podía ser una trampa. Pero Zeus le envió a una
hermosa y seductora mujer llamada Pandora, y Epimeteo, sin poder resistir a sus
encantos, se casó con ella. Entonces Pandora abrió su famosa caja, de la que salieron
todos los males y se desperdigaron por la humanidad. Sólo la esperanza quedó atrapada en
el fondo de la caja.