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Un debate actual
Ana Esther Koldorf
compiladora
Multiculturalismo y diversidad
Un debate actual
Rosario, 2010
Índice
INTRODUCCIÓN
Ana Esther Koldorf.......................................................................................
Violencia y Exclusión
Hilda Habichayn........................................................................................... 69
Multiculturalismo y diversidad
Un debate sobre políticas e investigación social
Elena L. Achilli............................................................................................. 89
Las relaciones de género y las diversidades
de la pobreza
E
Des-velando la pobreza de las mujeres en América Latina
s necesario analizar de manera profunda los usos de la diversidad socio-
cultural en un marco de neoliberalismo conservador (Neufeld, 1999), ya
que esto nos permite reflexionar sobre por qué las diversidades día a día se
profundizan y están más presentes y propagadas; y nos conduce también a consi-
derar las consecuencias que los procesos de mundialización han tenido sobre las
diferencias humanas. La cuestión a debatir es cómo debemos analizar y compren-
der correctamente estas prácticas que han llevado a convertir las diversidades en
desigualdades.
Nancy Fraser (2000) plantea que la lucha por la igualdad social ha dado paso
a la pugna por el reconocimiento, desplegando una transformación que ha traído
consigo una orientación distinta de lo que podríamos denominar el sentido de jus-
ticia. Se ha abierto, en estas últimas décadas, un proceso de disputa por reivindica-
ciones concretas de los colectivos afectados por la discriminación y la dominación
cultural (Young, 1990). Los procesos de homogeneización sociocultural desple-
gados por los poderes hegemónicos de turno, han sido puestos en cuestión por las
reivindicaciones de las diversas minorías que articulan un discurso de inclusión
y reconocimiento de su especificidad. Pero las injusticias no sólo son la falta de
reconocimiento de la diversidad cultural o de las diferentes minorías sociales, las
injusticias son, también, socioeconómicas. Una forma de explicar estas cuestiones
la ha propuesto Fraser con su intento de solución del dilema entre redistribución y
reconocimiento. Se trata de contextos que comprenden escenarios de explotación,
marginación económica y privaciones combinados con situaciones que se relacio-
nan con la intolerancia, el no reconocimiento a la diversidad, el poco respeto y la
estigmatización de la diferencia. El objetivo del reconocimiento es la acomoda-
ción de las diferencias, mientras que el de la redistribución es la eliminación de
las desigualdades.
“La ‘lucha por el reconocimiento’ se está convirtiendo rápidamente en la
forma paradigmática del conflicto político a finales del siglo XX. Las rei-
vindicaciones del ‘reconocimiento de la diferencia’ estimulan las luchas de
grupos que se movilizan bajo la bandera de la nacionalidad, la etnicidad, la
‘raza’, el género y la sexualidad. En estos conflictos […], la identidad de
76 Multiculturalismo y diversidad
empleo asalariado de las mujeres, de modo que hay cada vez más mujeres que tra-
bajan y esto es un logro. Pero “este crecimiento se ha producido junto a una mayor
precarización y una mayor vulnerabilidad de los empleos” (Hirata, 2003).
Las empresas multinacionales buscan a las mujeres para ciertas tareas: “Se tra-
ta […] de una mirada social diferente sobre el trabajo de las mujeres en razón de su
sexo, que las convierte en una reserva de mano de obra más interesante” (Castells,
2002), porque, dice Castells, permite la posibilidad de pagar menos un trabajo si-
milar con igual educación y competencia y, además, existe una correlación entre la
flexibilidad del trabajo de las mujeres y las necesidades de la nueva economía. Se
asiste a una generalización de las prácticas calificadas como “modelo femenino” o
empleos que se emparentan a menudo con el trabajo de reproducción social de las
mujeres (cuidado de las personas y tareas domésticas): un trabajo flexible, atípico,
de tiempo parcial, fragmentado, llamado a domicilio, a medida, subcontratado,
independiente, inestable, precario, clandestino, etc., más proclive a la sobreexplo-
tación (Castells, 2002).
La proporción de mujeres trabajadoras ha aumentado tanto en el sector pú-
blico como en el privado, especialmente a partir de fines de la década de 1980.
Pero principalmente entre los empleos precarios (flexibilización laboral) creados
y suprimidos según la coyuntura y aquellos en los que el aumento de los ingresos
es menor.
Según la CEPAL (2002) en América Latina existe una amplia brecha salarial
entre los sexos: las mujeres siguen ganando un promedio del 72% del salario mas-
culino. En ningún país se paga una remuneración equivalente a hombres y mujeres
con el mismo nivel de instrucción. Los ingresos de las mujeres, jóvenes o adultas,
habitualmente son menores que los de los hombres, independientemente del nivel
educacional que se considere, y la discriminación se presenta en todos los grupos
ocupacionales.
También se puede distinguir la existencia de segregación ocupacional según el
sexo como un denominador común de los mercados de trabajo de la región, que
persiste a través de las décadas y las fronteras. La existencia de la segmentación
ocupacional según género, en el mercado laboral, se expresa en la concentración
de las mujeres en un conjunto reducido de actividades que se definen como tí-
picamente femeninas en términos culturales (segmentación horizontal), como si
fueran “ghettos” ocupacionales, como los talleres textiles, el trabajo domiciliario
a destajo, servicio doméstico, enfermería, cuidado de ancianos y niños. Puestos de
trabajo mal remunerados e inestables (Abramo, 1993).
En los países de Latinoamérica, especialmente en México miles de mujeres
trabajan en las “zonas francas”, donde las grandes empresas tratan siempre de re-
ducir los costos de mano de obra para obtener más ganancias. Han encontrado dos
soluciones “fáciles”: 1) contratar a más mujeres que hombres y 2) localizarse en
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Según Amartya Sen existen una serie de desigualdades específicas por género,
entre ellas las que nos interesan distinguir: desigualdad de oportunidades básicas
(prohibición o inequidad de acceso a la educación y salud básicas); desigualdad
de oportunidades especiales (dificultades o prohibiciones de acceso a la educación
superior); desigualdad profesional en el acceso al mercado de trabajo y a puestos
de nivel superior; desigualdad en el hogar, reflejada en la división del trabajo por
género, donde las mujeres tienen a su cargo el trabajo doméstico de manera exclu-
siva (Sen, 2002).
Hemos comprobado en una larga experiencia de trabajo antropológico, rea-
lizada en el Barrio Toba Municipal de la ciudad de Rosario, entre 2001 a 2008,
cómo se puede convertir la diferencia, la diversidad, en desigualdad. Al abordar
el complejo entrelazado de educación, pobreza, género y diversidad étnica hemos
constatado inequidades que crean situaciones de exclusión y de restricciones edu-
cativas sobre adolescentes y jóvenes que, por ser pobres y madres son expulsadas
del sistema educativo.
En algunas de las entrevistas realizadas se dijo:
“…cuando era chica y vivíamos en el Chaco […], yo tenía que ir a ayudar a
mi mamá en la cosecha de algodón […], faltaba mucho a la escuela […], por
eso quiero que mis hijos vayan y terminen la escuela…” (N).
“…me quedaba a cuidar a los más chiquitos cuando mi mamá iba a la cose-
cha […], no pude seguir, mi hermano siguió” (R).
La desigualdad en las oportunidades educativas comienza en el hogar; las caracte-
rísticas de la familia, especialmente la ubicación urbana/rural y el nivel de educa-
ción de la madre, afectan la nutrición y la salud de los niños y niñas al igual que su
disposición a ingresar a la escuela y la probabilidad de desertar, al mismo tiempo
que perjudica la obtención de conocimientos tanto en cantidad como en calidad
mientras el niño o la niña están en la escuela. En este sentido, los niños y niñas in-
dígenas comienzan su educación escolar con una grave desventaja en relación con
los no indígenas y blancos y tienen mayores probabilidades de desertar y menores
posibilidades de finalizar la escuela.
Los pueblos originarios experimentan los más altos índices de analfabetismo,
sobre todo en los grupos de mayor edad y en las mujeres. También existen in-
dicadores en los diferentes países que ilustran cómo, sobre todo las mujeres, no
llegan a la educación media o superior. Esto se produce por factores culturales y
relaciones de género articuladas con las lógicas de demanda laboral que priorizan
Las relaciones de género y las diversidades de la pobreza 81
De las jóvenes que prestaron testimonio solo algunas terminaron noveno año
del EGB y la gran mayoría no terminó el secundario completo. Algunos de los mo-
tivos del abandono, a la pregunta de por qué no pudieron seguir, fueron: “porque
me fui a cuidar a mis sobrinos”, “me fui a vivir con él”, “me llevaba mal con el
profesor”, “porque faltaba mucho y quedé libre de faltas”, “quedé embarazada” y
una frase muy repetida “no me daba la cabeza para estudiar”.
La formación de las parejas, la permanencia en el hogar y en el trabajo domés-
tico, pero sobre todo en las etapas de nacimiento y crianza de sus hijos hace que
las mujeres pierdan en la competencia con los varones, lo que estaría mostrando
la persistencia de una distribución de roles familiares que perjudica las posibilida-
des de las mujeres, tanto en su permanencia en el sistema educativo, como en su
incorporación a trabajos remunerados.
El bajo nivel de educación de la mujer favorece la pobreza, la persistencia de la
violencia, el maltrato, los abusos intrafamiliares; y el trabajo doméstico no remu-
nerado genera dependencia económica que aumenta su vulnerabilidad y potencian
la asignación de lugares subordinados, centrados en tareas relacionadas con la
maternidad y el ejercicio de lo doméstico.
En este sentido, podríamos afirmar que el actual contexto de desocupación o
de inserción en trabajos precarios, sumado a la falta de jardines-guarderías mater-
nales financiados por el Estado, dificulta la inserción de las mujeres de sectores
pobres o empobrecidos en el ámbito laboral y la posibilidad de desarrollar una
trayectoria de vida digna.
Argentina, como el resto de América Latina presenta actualmente un panorama
distributivo que se caracteriza por sus niveles de desigualdades, con una distribu-
ción inequitativa de la riqueza y con importantes grupos de población excluidos de
los avances del desarrollo y vulnerables a las situaciones de pobreza. Como con-
secuencia, los beneficios de la mayor equidad de género no alcanzaron a toda la
población. Por eso los notables avances en la conquista de derechos de las mujeres
durante la década de 1990 deben ser consolidados y profundizados. Es necesario el
aumento de la participación de la mujer en la vida pública, en puestos de decisión,
tanto en los lugares de trabajo como en la vida política.
Por todo lo expresado, el desafío en nuestro país es: garantizar la igualdad de
oportunidades para el acceso, la permanencia y el egreso de toda la población de
menores recursos, pero especialmente de las mujeres, al sistema educativo y la
posibilidad de ingreso y estabilidad en todos los lugares de trabajo.
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