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NOTA DEL AUTOR:

Hay un viento suave que acaricia la tierra, que mueve las piedras y que no

eres capaz de sentir. Estas dormido en el camino y no sientes la brisa pasar.

Estas siempre quieto en este gran desierto, con los ojos abiertos. Yo se lo

que miras, miras la nada. Miras el camino que no quieres caminar.

Estas paralizado por el odio y no sientes el miedo; ni el viento que te da

libertad. En este desierto solo tú estas quieto, parado por no saber dejar de

odiar. Olvidado en este inmenso lugar.

No se si respiras, si amas o padeces pero creo que algo has dejado atrás que

te ha hecho pensar, que te ha hecho parar.

No sabes a donde ir, no ves hacia donde va la brisa. Camina, maldito

caminante ¡camina de una vez! De tanto que te has parado has dejado de ser

caminante.

Hay un viento suave que te acaricia la piel, que te besa los labios y que no

eres capaz de sentir.

Si odias por un amor de ayer te resentirás por muchos años. ¡Camina,

maldito caminante, que estas en un camino hecho para ser andado! Nunca

debiste haber parado.

Tienen los dioses una gran manía: Dar lo mismo que quitan. Robar a

los que mas necesitan, matar a los mas muertos y pegar a los mas débiles.

Y tú sabes que tienen los hombres también muchas manías: La de dar lo

mismo que quitan, la de robar a los que mas necesitan, la de matar a los mas

muertos, la de pegar a los mas débiles.


¿Qué esperabas de un mundo creado por dioses y habitado por hombres?

Hay dos mundos, uno lleno de manías y otro donde el hálito de la brisa vaga

ignorante bañándolo todo con su fragancia invisible. Un mundo donde los

problemas se tallan en tu piel y pernoctan en tu cabeza y otro donde nada

tiene significado y se ignoran los por qué y los para qué. Uno está dentro de

ti, el otro en tu exterior. Es tan fácil como mirar sin preguntar, como

deleitarse con un concierto del mar o dejarse embaucar por el sol y creer que

todo tiene propia refulgencia.

No salir de uno mismo tiene tantos riesgos como no entrar jamás, si te

quedas con tus dilemas dándole tantas vueltas como da el planeta,

terminarás convirtiéndote en cristal… y debes evocar su propiedad maldita...

el cristal siempre se rompe, tarda mas o menos pero siempre acaba

destruyéndose debido a su delicadeza.

Mira el exterior, hay un mundo ignorante de tus asuntos, y no digo un

mundo de personas sino un mundo de cosas... que sonríe siempre, nunca

llora porque es ufano. Solo has de mirar, es tan fácil que resulta

complicado... transitar es avanzar y esto supone pasar por encima de los

problemas, por tanto es vivir. Ahora, caminante, camina.

Vive valientemente, enfréntate a los problemas del día a día. Puede resultar

sencillo dejarlos pasar pero algún día tendrás que hacerles frente y acudirán

todos ligados. Esta historia está dedicada a esas personas que no ven la

esperanza que tienen delante y que depende unicamente de ellos mismos.


PRÓLOGO

Se extingue la luz de la habitación y esta queda oscura, afligida, misteriosa y

relente. Sentada frente a una fina mesilla de madera está María, una niña de

8 años compartiendo las características del cuarto, tan insignificante este que

la mesa y su silla son lo único que junto a ella tienen cabida. Es una morada

más semejante a un armario que a una habitación. Su cara redonda casi sin

barbilla parece triste, sus labios son pequeños y sus ojos aunque grandes se

dejan cerrar por el peso de los párpados. Sobre la mesilla, que está fría y

húmeda presentando una textura gomosa de fácil desgaste, reposa las manos

cerradas en puño sujetando un colgante de cristal que su madre le había

regalado.

Comienza a cantar en susurros mirando al suelo jugando con sus manos pero

no tardó en retumbar un golpe en la puerta que delante de ella permanecía

cerrada. Tuvo que enmudecer por aquel golpe conciso y rudo, sin duda su

captor la quería en silencio.

Balanceó su cuerpo hacia delante y apoyó su cabeza en la mesa, entonces

brotó de ella una lágrima que cayó sobre la madera; la observó y cerró los

ojos, las lágrimas no podían contenerse y pronto se transfiguró en un llanto

mientras un fétido olor de procedencia desconocida colmaba aquel

habitáculo. De nuevo otro golpe mas fuerte que el anterior pero esta vez

entre la oscuridad sonaba también una voz difusa que gritaba al otro lado de

la puerta: “¡calla de una vez, puta!”- Era una voz masculina que aunque

apagada denotaba una afonía liviana.

Alzó la cabeza y miró la puerta observando la luz que se filtraba por debajo

de la misma, quedó paralizada al distinguir la sombra de su captor que


parecía crecer porque la luz que se filtraba por la rendija iba desapareciendo

hasta solo quedar un pequeño hilván de luz. Seguidamente también escuchó

el sonido del cerrojo y esto la aterró, se levantó y se acomodó en una

esquina de aquella habitación.

La puerta se abrió de manera violenta dejando entrar una luz amarillenta,

artificial por lo que parecía ser de noche. Provenía de las bombillas del

salón. El señor se dirigió a ella inutilizándola por el brazo mediante una

fuerte cogida: “Me tienes harto, niña de mierda. Voy a enseñarte a callar”.

Ella solo intentaba apartar sus ojos de los del hombre, la cara de este no se

distinguía por estar entre las sombras. Su cuerpo lo colmaba todo y la niña

no tuvo opción de fuga. Se podía presentir el odio, a la niña no le resultaba

dificil imaginarse las intenciones de aquella sombra que todo lo llenaba.

Desconocía el origen de aquel resentimiento pero sabía que pronto todo

aquello que imaginaba se convertiría en dolor real, en pánico cierto. Como si

los ojos negros del hombre fueran imanes de polaridad contraria a los suyos,

los de la niña no podían parar de danzar y rehuir, como agua y aceite, como

el bien y el mal o el dictador al pueblo.

El captor propinó unos golpes en la espalda de la niña que seguía huyendo

de su mirada. No soportaba tanto dolor y gritaba por ello, sin embargo él

exhortaba: “¡Quiero que te calles! ¡Cállate!”

Todo concluyó con un golpe directo al cráneo de la niña que calló al suelo

en silencio mientras él, sin inquietarse por su estado, volvió a cerrar la

puerta y a apagar la luz. Por debajo de la puerta podía verse como también

allí la luz había desaparecido.


La nada, el silencio, el sufrimiento y la inconsciencia se daban cita en la

pequeña habitación donde María yacía en el suelo sintiendo cada uno de sus

huesos, doliéndole la cabeza y la espalda.

Quien le iba a decir que cuando despertara todo iba a cambiar de manera

casi mágica.

Se incorporó cuando ya parecía respirarse el día siguiente

escuchando una voz femenina que le andaba buscando: “¡María! Pequeñaja,

¿dónde estás? ¿Dónde está mi niña?” El eco de aquella dulce voz revotaba

por las paredes en búsqueda de su receptora, era omnipresente, sonaba alta y

clara con total descaro. Libre, ajena a cualquier miedo.

Pronto la cerrazón de aquel cuarto le pareció menos amenazadora y la

pequeña franja de luz que se colaba por debajo de la puerta le invitaba a

abrirla. La luz podría así expandirse por aquel cuarto y sobre el rostro joven

e inocente de María.

La niña se abalanzó a la puerta observando sorprendida que estaba abierta:

“¡Mamá!”- gritó al ver con sorpresa a su madre buscándola entre risas.

“Ay, bicho, ¿dónde estabas?” – dijo la madre mientras abrazaba con gran

ternura a su hija, que le dijo:

- Estaba en el armario, mami. Papá me pegó y me hizo daño.- El abrazo

cobró mas fuerza, hasta el punto de que la niña pudo escuchar los latidos del

corazón de su madre, acogedores y rítmicos.

- Tranquila hija, ya pasó.- El rostro de su madre siempre estaba relajado

aunque el ambiente no fuese propicio. Cabellos negros y lacios describían

ondulaciones en su caída por los lados de la cara. Sus ojos canelos brillaban

y se mostraban en todo momento atentos a los de su hija. Su cara


manifiestamente redonda estaba compensada con una boca carnosa y linda

que ahora sonreía con afabilidad. La niña escuchaba su voz a través de su

pecho haciéndole sentir que estaba en su interior. El corazón, con candente

vitalidad, invitaba a dejarse llevar y a regresar a la mas inimaginable de las

infancias. Mas allá del nacimiento, cuando nadabamos en un líquido

acojedor que nos resguardaba del frío del mundo. Allí dentro todo es mucho

mas fácil, no hay que luchar, ni comer y ni siquiera pensar, basta con vivir

para vivir con la única finalidad de vivir sin pensar por qué se vive.

Con aquel espejismo creado al cerrar los ojos resultaba fácil recordar

buenos momentos. De ese modo pudo reencontrarse con los dulces días en

los que hacían postres y por tanto con aquel aroma sabroso endulzado con

risas y juegos con arina.

Ambas se habían fusionado en un abrazo cálido, fervor que fue

desapareciendo poco a poco... dolor que volvía a existir gradualmente y la

luz que comenzaba a desvanecerse de nuevo. Cuando la niña abrió los ojos

no pudo observar nada, todo estaba oscuro... aquello había sido una quimera

aunque aún podía sentir los dulces aromas del recuerdo. La puerta estaba

cerrada y su madre no estaba allí, sin embargo el captor, su padre, volvió a

abrir la puerta para quedarse observándola, María estaba sangrando y

tiritando en el suelo. Sin más cerró la puerta de nuevo. Al otro lado de la

misma parecía volver a haber luz y se escuchaba el sonido de botellas

chocando y del líquido siendo derramado en algún envase, tras un pequeño

silencio se escuchó un suspiro mezcla de satisfacción y fracaso.

La niña pensaba aún tumbada en el suelo:


“¿Qué día será? ¿Qué hora será? ¿Qué mal he hecho? ¿Por qué me odia?

¿Qué puedo hacer? ¿Qué pasó con mi mamá?” Solo respondía la resonancia

de las botellas, la colisión del vidrio y el líquido que caía. Aquel sonido no

podría ser olvidado, aquella situación no podría relegarla, la niña quedaría

por siempre atrapada en aquel armario.

Compartiría, quizás por siempre, una propiedad de aquellas botellas, estaría

vacía.

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