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Las primeras bibliotecas romanas

Javier Rodríguez Cabezas

El prestigio intelectual del mundo griego fue consolidado a través de las bibliotecas
helenísticas, sobre todo la biblioteca de Alejandría y la de Pérgamo. La primera llegó a ser la
biblioteca más grande de la Antigüedad, y el prestigio de los sabios del Museo Alejandrino se
extendió por el mundo mediterráneo. La biblioteca de Pérgamo, por su parte, sirvió de
modelo a las bibliotecas romanas en su organización.

Las bibliotecas en la época republicana.- Las primeras bibliotecas romanas fueron


privadas , y estaban constituidas por los libros que trajeron de Oriente los victoriosos
generales romanos, junto con oro y joyas, esculturas y también esclavos cultos. Se sabe que
el general Lucio Emilio Paulo, vencedor en la decisiva batalla de Pidna (168 a.C.), se reservó
como botín los libros que constituían la biblioteca del último rey macedonio, Perseo, para
luego ofrecérsela a sus hijos, entre los que se encontraba el célebre Escipión el Africano.

Sila, por su parte, se apoderó en Atenas de los libros de Aristóteles adquiridos por
Apelicón. También Lucio Lúculo, durante sus conquistas en Asia Menor, reunió una gran
cantidad de libros. Pero sus dueños las abrieron con generosidad a los que deseaban
consultarlas y Cicerón, según su propia expresión, devoró los libros de la biblioteca de Sila,
que su hijo, Fausto, tenía en su residencia de Cumas.

Aunque ya en el siglo II a.C. circulaban libros latinos, estas primeras bibliotecas estaban
constituidas por obras griegas, que se difundieron por el mundo romano para mayor gloria de
Grecia. Tal es así que Horacio, refiriéndose a Polibio y los mil rehenes aqueos que fueron
traidos a Roma después de Pidna, escribió su célebre sentencia: Graecia capta ferum
victorem cepit, “Grecia vencida venció a su fiero vencedor”.
También fueron importantes las charlas que Crates, director de la bibliteca de Pergamo, dió
en Roma con notable éxito, hasta tal punto que las bibliotecas públicas que se construyeron
después en Roma se inspiraran en la de Pérgamo. Situadas junto a un templo, constaban con
una sala para depósito de libros y un pórtico para leer paseando, en voz alta, todo adornado
con pinturas y bustos de escritores célebres.. Evidentemente en esta época las bibliotecas no
contaban con mesas de lectura, ya que éstas se incorporaron a las bibliotecas en la Edad
Media, cuando comenzaron a sustituirse los rollos de pergamino o papiro por los codices.
Abundaban las obras filosóficas e históricas, las obras literarias y, atendiendo al carácter
práctico de los romanos, las referentes a la agricultura, a las artes de la guerra, a la medicina
o a la ingeniería. Por lo que se refiere a contenido se dividian en dos secciones, según
estuviesen los libros escritos en griego o en latín. La idea de fundar una biblioteca con
secciones en latín y griego fue debida a César, que habiendo vivido un tiempo en Alejandría,
quiso dotar a Roma de una gran biblioteca pública y encargó de reunir y ordenar los libros a
su amigo Marco Terencio Varron. Pero Cesar no consiguió ver convertido en realidad su
proyecto a causa de su precipitada muerte. Una cuestión debatida, aunque no aclarada, es si
Julio César albergó en algún momento la posibilidad de convertir a Roma en el foco
intelectual del mundo mediterráneo. La idea de Cesar fue llevada a cabo cinco a_os después,
en el 39 a.C., por Cayo Asinio Polion, general, orador, historiador y poeta, de quien Plinio el
Viejo dijo que ingenio hominum rem publicam fecit, “puso al servicio de todos las creaciones
de los hombres” (39 a.C.). Introdujo en Roma la constumbre generalizada posteriormente de
decorar la biblioteca con bustos de escritores fallecidos, aunque hizo una excepción con
Varrón, cuyo busto colocó en vida de éste.

Las bibliotecas en la época imperial.- Al poco tiempo, Augusto creaba en Roma dos
grandes bibliotecas con sus correspondientes secciones latina y griega: la del campo de Marte
o Pórtico de Octavia, en el a_o 33 a.C. Era uno de los conjuntos arquitectónicos más bellos
de Roma, encerrado por una doble columnata, en cuyo interior había dos templos, uno
dedicado a Júpiter y otro a Juno. La otra, fundada en el a_o 28 a.C., estaba en el Palatino,
junto al templo de Apolo, y fue construida, como el templo, para conmemorar la batalla de
Accio. Contaba con un gran pórtico, retratos de escritores célebres y una colosal estatua de
Apolo.

También Tiberio creó una biblioteca junto a su palacio. Ya en esta época, al ser bastantes
las bibliotecas imperiales, Tiberio creó el cargo de Procurator bibliothecarum, director
general de bibliotecas. Adriano, por su parte, fue un gran amante de la cultura helenística, y
creó una importante biblioteca en Atenas. Vespasiano hizo otra en Roma, junto al templo de
la Paz. La más importante de todas las romanas fue la establecida por Trajano (113 d.C.),
conocida como Ulpia, y la que el emperador donó a Antioquía. A pesar de que las bibliotecas
eran presa fácil del fuego y muchas perecieron en incendios, en tiempo de Constantino había
en Roma veintiocho. A pesar de todo, las bibliotecas romanas no fueron importantes en la
labor educativa, siendo las colecciones por lo general peque_as porque era poca la demanda
de lectura pública, ya que los romanos preferían trabajar en sus bibliotecas privadas o en las
de sus amigos.

Las bibliotecas privadas se generalizaron por todo el imperio en el siglo I d.C. Entre las
más importantes destaca la Villa dei Papiri, en Herculano, sepultada por la erupción del
Vesubio en el 79 d.C., y en la que se encontraron papiros carbonizados. También conocemos
la que Plinio el Joven fundó en su ciudad natal, Como. En Asia Menor es posible que hubiera
al menos una biblioteca en cada una de las grandes ciudades, como en Pérgamo, aunque por
el momento la más destacada que conocemos es la de Éfeso, construida en tiempos de
Trajano, de la que destaca la belleza de su fachada monumental. También hay restos de
bibliotecas en Nysa y en Sagalassos, ambas con estudios recientes.

Entre las bibliotecas privadas situadas en la urbe romana conocemos la de Cicerón o la de


Tito Pomponio Atico, entre las más famosas, aunque es posible que la mayoría de los
personajes poseedores de fortuna dispusieran de una en sus casas, como los senadores,
losmiembros de profesiones liberales, intelectuales enriquecidos, etc. Esta moda llegó a
irritar a Séneca, que decía en De tranquilitate animi que las colecciones de libros “se destinan
para el embellecimiento de las paredes” Tambien Petronio se muestra crítico en el Satiricón,
en donde muestra a Trimalción ignorante y presumiendo de sus numerosos libros.

El final del Imperio Romano.- Desde principios del siglo III, Roma se vió sumida en una
serie de crisis internas, que tuvieron su reflejo en el mundo cultural. No obstante, sabemos
que en tiempos de Constantino había abiertas en Roma veintiocho bibliotecas; y sin embargo,
transladada la capital a Constantinopla y con Roma sumida en la decadencia, Amiano
Marcelino las describía ”cerradas como tumbas”. La desintegración del Imperio romano
supuso también la descomposición del viejo orden social tradicional, y la luz del mundo que
representaba Roma primero languideció y finalmente se apagó para siempre.

Las ciudades fueron abandonadas, y las bibliotecas que conservaban fueron incendiadas,
destruídas o simplemente abandonadas hasta la ruina. Muchas de las obras que poblaban sus
bibliotecas desaparecieron para siempre, y sólo unas pocas, por caminos distintos,
pervivieron hasta nuestros dias. Si los romanos no hubieran adquirido de los griegos el gusto
de coleccionar las obras escritas, una parte esencial de la cultura universal se habría perdido
para siempre. Por eso parece tan sugerente reflexionar cómo sería la historia, si las obras que
poblaron aquellos estantes hubieran llegado a nuestras manos...

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