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PANCHA GARMENDIA Y

ELISA LYNCH

Ópera en cinco actos


ÍNDICE

Prefacio………………………………..9

Algunas reflexiones y sugerencias


sobre la sinopsis argumental……….15

Navidad 1855………………………..21
Acto 1

Año Nuevo 1860…………………….27


Acto II
(El gran teatro del mundo)

Vida Nueva – 1860…………………41


Acto III
(La ópera de dos centavos)

Guerra 1865……………………….43
Acto IV
( ¡Vencer o morir!)

Navidad 1869……………………..51
Acto V
(¡Ay de los vencidos!)
PREFACIO

Pancha Garmendia y Elisa Lynch.

Milagros EZQUERRO
Institut de Recherche Études Culturelles
Université Paul Valéry-Montpellier III

En 1995, poco antes de salir de


Toulouse para establecer de nuevo en su
patria de donde había salido en 1947
hacia el exilio, Augusto Roa Bastos me
había entregado el dactilograma de un
texto titulado: Pancha Garmendia (Ópera
en cinco actos), que acababa de escribir.
Se trata de un texto breve, de un género
muy particular que el autor define como
“Sinopsis y estructura del argumento”, o
sea una suerte de forma embrionaria que,
según lo precisan las “reflexiones y
sugerencias” preliminares, “está pensada
para su adaptación y desarrollo en tres
versiones diferentes: ópera lírica, pieza
de teatro o película cinematográfica
(incluso la versión en video para
miniseries televisivas), según el género
que se adopte”. En 2002 la sinopsis
sigue inédita y Augusto Roa Bastos, con
su acostumbrada generosidad, me ha
autorizado a publicarla en un número
especial de IRIS: quiero agradecérselo de
todo corazón. Esta presentación no
pretende ser un análisis cabal del texto,
sino que más bien propone algunas pis-
tas de reflexión en torno al personaje
epónimo.
La figura histórico- legendaria de
Francisca Garmendia aparece en El
Fiscal, novela escrita entre abril y julio
de 1993 en Toulouse, y evidentemente
su tratamiento novelesco no había
agotado la curiosidad y el interés que el
personaje había despertado en el escritor.
En la novela, la figura central es la de
Francisco Solano López, el mariscal
presidente de Paraguay, protagonista de
la Guerra de la Triple Alianza (1865-
1870), que fue un verdadero holocausto
del pueblo paraguayo. En la sinopsis
volvemos a encontrar los cuatro
personajes importantes de la novela:
López, el Padre Maíz (el fiscal de sangre
que da su título a la novela), Madama
Lynch (la amante irlandesa que López se
trae de su gira por diversos países de
Europa) y Pancha Garmendia, la belleza
paraguaya que López había acortejado
de joven, antes de su viaje europeo, y
que, por no haber querido ceder al acoso
apasionado del apuesto heredero del
presidente Carlos Antonio López, sufrirá
hasta el suplicio final su venganza
implacable. El enfoque de la versión
operística es diferente ya que privilegia
las dos figuras femeninas en una
oposició n exacerbada y ambigua que
ponen de relieve las “reflexiones y
sugerencias” preliminares: “Bajo la
extrema tensión de la rivalidad en la
oposición de los contrarios, se insinúa la
misteriosa atracción, como de
cristalización amorosa, que Panchita
ejerce sin saberlo sobre Madama
Lynch”. Esta rivalidad es,
aparentemente, una rivalidad entre dos
mujeres que quieren al mismo hombre,
pero, si vamos un poco más allá de las
apariencias, el cuadro puede ser muy
diferente.
El texto explora algunos episodios de
los años que van desde la Navidad de
1855, año de la llegada a Asunción de
Madama Lynch en compañía de
Francisco Solano López de regreso de su
gira por Europa, hasta la Navidad de
1869, en vísperas de la derrota y muerte
de López, al final de la sangrienta
Guerra de la Triple Alianza. Estos
episodios ponen de relieve la oposición
de los dos personajes femeninos que van
a desempeñar papeles y funciones
simbólicas muy diferentes, tanto en
relación con Francisco Solano López,
figura del poder absoluto, como con
relación a la nación paraguaya.
Elisa Lynch, irlandesa casada con un
francés, conoció a López en Francia, en
el ambiente frívolo y cosmopolita de la
corte de los emperadores Napoleón III y
Eugenia. López regresó a su país en
compañía de su hermosa amante que fue,
como aparece en la escena primera del
Acto I, muy mal acogida por la alta
sociedad asunceña: su condición de
extranjera y sus sueños de grandeza
imperial suscitan una reacción de
rechazo violento. Este rechazo se
extenderá también a los hijos que tiene
con López y que el Padre Maíz se niega
a bautizar en la Catedral: a pesar de la
pasión que la une al ambicioso
presidente, nunca será la esposa oficial y
nunca será adoptada por los paraguayos.
Sin embargo, es una mujer valiente que
se enfrenta con aplomo a la hostilidad
que la rodea, y que, cuando estalla la
guerra, decide acompañar al Mariscal
hasta el final trágico de la contienda.
Francisca Garmendia aparece en una
humilde escena de fiesta navideña en la
Casa de las Muchachas Recogidas y
Huérfanas que dirige, en contraposición
explícita con la figura señorial de
Madama Lynch: canta un villancico y es
alabada y festejada por todos los
presentes como reina de hermosura,
alabanzas que rechaza sacándose la
corona dorada que le han colocado en la
frente. Esta contraposición apertural de
las dos mujeres les confiere los atributos
esenciales que el texto va a desarrollar:
Madama Lynch es soberbia, implacable,
ambiciosa, representa la figura femenina
del poder político, doble del personaje de
Solano López, en perfecta armonía con
él, como se verá en el Acto II; Panchita
(así denominada de entrada) es humilde,
piadosa, bondadosa, es la figura de la
hija perfecta, como se comprobará en la
primera escena del Acto II. Ambas son
de una deslumbrante belleza, una rubia,
la otra morena, y el uso de máscaras
idénticas en la escena evocada (II, 1)
subraya un parentesco que no me parece
de gemelidad, como lo sugiere el
término de “hermanas gemelas” y el
“hermana siamesa” utilizado en la
escena final del texto (V, 4), sino más
bien de otra índole simbólica, inaparente
porque no se señala diferencia de edad
entre ellas. En el Acto II, cinco años más
tarde (1860), con la presencia de López
y del hijo Panchito, Madama Lynch
cobra definitivamente la función de
Madre solidaria del Padre poderoso y
cruel, mientras que Panchita que da
fijada en su función filial con la
evocación de la escena en la cual López
trata de conseguir por la fuerza la
posesión física de Panchita (fantasma de
la seducción de la hija por el padre);
siempre aparece rodeada de figuras
maternas (madres, tías) que, en vez de
protegerla, la exponen. Si consideramos
que la rivalidad de Lynch y Pancha es,
simbólicamente, la rivalidad de la madre
y de la hija con relación al amor del
padre, pero también con relación al tipo
de poder que éste quiere imponer, la
situación y su alcance ideológico
aparecen de otra manera.
En el diálogo (III, 4) entre Lynch y
López se revela parte de la complejidad
de las relaciones entre las dos mujeres.
Primero, Madama Lynch comprende el
sentimiento de amor-odio que Pancha
siente hacia López (que es parecido al
que siente López hacia Pancha, aunque
finja la indiferencia), que los llevará a
ambos a padecer una muerte idéntica:
“Ella de un lanzazo en el corazón. Yo,
con otro, en el vientre”. Luego augura la
dimensión legendaria que Pancha va a
cobrar en el imaginario colectivo: “Ella
será la única heroína en la memoria de tu
pueblo representando a todas las
demás… Después que todos seamos
polvo, Pancha Garmendia tardará aún
mucho en morir”, por eso la admira y la
envidia : “¡El doble perfecto que toda
mujer admira y teme!”. Se da pues una
situación paradójica: los personajes que
tienen el poder de destruir a los demás
admiran y temen al personaje inerme y
desprotegido que será calumniado y
escarnecido, perseguido y maltratado
hasta el límite de la resistencia humana.
No hay duda que Pancha, tal como
aparece en este texto, tiene un destino
crístico: el interminable viaje a través del
país de la caravana del éxodo de las
“destinadas”, a la zaga del séquito
presidencial, es un verdadero vía crucis
que se termina en el Gólgota donde
Pancha, agonizante, recibe el lanzazo de
gracia, medio Cristo, medio San
Sebastián. En la escena final, Elisa
Lynch aparece como una Mater dolorosa
al pie del árbol-cruz donde está atado el
cuerpo de Pancha que luego cae a su
lado como el cuerpo de Cristo en un
descendimiento de la cruz. Aquí es
donde aparece, de manera clara, la
atracción que ejerce Pancha sobre Elisa
Lynch, atracción que hará todavía más
insoportable para ésta el rechazo y el
odio que Pancha le manifiesta desde su
primer encuentro.
Así pues, la persecución que sufre
Pancha por la voluntad de la pareja
parental proviene de un doble
sentimiento de humillación y despecho.
López, enamorado de Pancha en su
juventud, quiere imponerle su voluntad
de macho dominador, se siente
humillado al ser rechazado y quiere, a
toda costa, que Pancha confiese una
supuesta traición para poder castigarla
(“Ejecuten con ella la justa pena…”);
Elisa Lynch, deslumbrada por la belleza
y la entereza moral de Pancha, quiere
hacer de ella su protegida (II, 1), al ser
rechazada, se siente humillada y
enciende las sospechas de López a
propósito de la Casa que dirige Pancha
que, según sus espías, “se ha convertido
en un foco subversivo”. Ambos le hacen
pagar a Pancha su superioridad moral, su
virtud, en el sentido más fuerte de la
palabra, su inquebrantable voluntad de
hacerse respetar, aún cuando se ha
convertido en una piltrafa humana. En
una terrible escena (V, 2) López
descubre que Pancha, para estar segura
de no confesar bajo tortura lo quieren sus
verdugos que confiese, se ha cortado la
lengua y las dos manos en el calabozo:
una vez más López se siente humillado
al comprender que ningún poder,
ninguna violencia pueden quebrantar a
Pancha, sólo puede terminar de
destruirla poco antes de morir él mismo
bajo las lanzas enemigas, después de
haber sacrificado su pueblo a su propia
visión del poder, de la patria y del honor.
López ha creído identificarse con su
pueblo, imponiéndole su voluntad por la
violencia, como lo hizo con Pancha, y
prefiere arrastrarlo con él al holocausto
antes que reconocer otras formas de
amar y servir a su patria. Pancha,
invitada a sumarse a la conjura contra
López (IV, 3), rechaza lo que considera
como una traición contra el presidente
electo de la nación, y rechaza también la
posibilidad de entregar a los conjurados,
aún bajo tortura. Así, negándose a todo
compromiso, a toda bajeza, a toda
claudicación, a toda violencia, se vuelve
víctima propiciatoria, como el pueblo
paraguayo con el cual, simbólicamente,
se identificará en la leyenda.
La figura de hija perfecta de Pancha se
contrapone, en el imaginario colectivo,
con la figura de Madama Lynch, la
madre mala, la madrastra odiada que
ejerce “su dominio diabólico sobre el
Mariscal”, permitiendo así disculpar en
parte al Padre y hacer de él la víctima del
gran sacrificio colectivo de la guerra.
El texto de Roa Bastos no pretende ser
fiel a ninguna versión, oficial o no, de la
Historia, como lo expresa claramente en
las “reflexiones y sugerencias”
liminares. En esto sigue fiel a su postura
ideológica de novelista frente a la
Historia: lo que le interesa es
precisamente lo que la tradición oral y el
imaginario colectivo han construido a
partir de unas vivencias que no siempre
se hallan reflejadas en la historiografía.
Al rescatar el personaje de Pancha
Garmendia, rinde homenaje a las
mujeres paraguayas que, después de
mucho sufrir en los largos años de la
Guerra Grande, asumieron solas la
ingente labor de reconstruir un país
asolado por una de las guerras más
cruentas de la historia americana.
Algunas reflexiones y sugerencias
sobre la hipnosis argumental

1. El tema o asunto de esta obra no es


de riguroso carácter histórico, aun
cuando está inspirado en el legendario
personaje de la guerra de la Triple
Alianza (1865-1870). Una figura
arquetípica de aquel éxodo de cinco
años.
2. Es una versión extraída del
imaginario colectivo en el que el
personaje de Pancha Garmendia se ha
transmutado en una imagen mítica en
permanente metamorfosis. Es pues, con
relación a la historia oficial, una obra
“antihistórica”, transgresiva, que se
mantiene sin embargo fiel al sentido de
la historia vivida y a su viviente
expresión en la tradición oral. Lo s
perfiles legendarios e imaginativos,
simbólicos, permiten seguir
puntualmente el destino de la
protagonista y “leer” al revés de la trama
que la historiografía le quiso asignar
fijando sus rasgos de una manera
inmutable en virtud de una cierta
ideología del etnocentrismo y
patrioterismo paraguayo generalmente
maniqueos, y según provenga de los
enemigos o de los partidarios de
Francisco Solano López.
3. Desde el ángulo técnico y artístico, es
decir, desde el punto de vista de los
posibles lenguajes expresivos, la obra
que se da aquí en forma de síntesis y de
la estructura general del relato, está
pensada para su adaptación y desarrollo
en tres versiones diferentes: ópera lírica,
pieza de teatro o película
cinematográfica (incluso la versión en
video para miniseries televisivas), según
el género que se adopte. La presente
versión ha privilegiado en esta sinopsis
el lenguaje y el tratamiento operísticos.
4. Los esbozos, tanto de los diálogos
como de las escenas, son, por tanto,
provisorios. Su deliberada extensión
servirá sólo como referencia para una
utilización y condensación posterior de
los elementos pertinentes y adecuados al
lenguaje expresivo del género que se
elija (ópera, teatro o filme).
5. Algunas de las ideas básicas de la
obra son, entre otras:
a) El poder que se quiere absoluto,
pero que está limitado por la relatividad
de la historia y de la realidad, sometidas
a leyes de azar o de necesidad que el
poder absoluto no controla ni determina.
En estos sistemas puede advertirse-a
través de la historia de las sociedades
humanas-que el poder absoluto, en
choque contra la relatividad histórica, se
muestra, a partir de un punto límite,
como la expresión de la debilidad
extrema, de su destrucción y ruina. Por
ello, la naturaleza del poder absoluto es
la de ser frágil y corruptora.
b) Otro de los núcleos generadores del
sentido o de los sentidos de la obra, es la
idea de que el hacedor del mal sea
considerado como víctima propiciatoria
de un gran sacrificio colectivo.
c) El dictador Francia utilizó este
poder para construir un Estado Nación,
al precio de su duro despotismo
ilustrado. Carlos Antonio López, primer
presidente constitucional, utilizó el
poder, también omnímodo pero más
temperado, para abrir el país “cerrado
como una isla rodeada de tierra” al
mundo, para insertarlo en la modernidad
del capitalismo preindustrial, al punto de
convertirlo en la nación más adelantada
de la época en América del Sur. Su hijo
y sucesor dinástico, Francisco Solano
López, se identifica con la patria como
su caudillo supremo (en el polo opuesto
del Dr. Francia y de su padre), y decide
que “la patria muera con él”, según la
exclamación verdadera o apócrifa que se
le atribuye, “¡Muero con mi patria!”.
d) El héroe transformado en antihéroe
(o a la inversa), se expresa en los
personajes del Mariscal López y del
Alférez Aquino enfrentados en una de
las últimas escenas, en la que
intercambian, simbólicamente sus roles.
e) El concepto de identidad a través de
la lucha extrema de caracteres opuestos
y adversos (simbolizado en la oposición
entre Madama Lynch y Pancha
Garmendia).
f) La ambigüedad de sentimientos y
comportamientos generan actitudes
duales, como en el caso de las relaciones
de Madama Lynch con Pancha
Garmendia.
Bajo la extrema tensión de la rivalidad
en la oposición de los contrarios, se
insinúa la misteriosa atracción, como de
cristalización amorosa, que Panchita
ejerce sin saberlo sobre Madama Lynch.
Ésta ama en Panchita lo que a ella le
falta: femineidad suma, coraje y valor en
la resistencia pasiva del silencio
impuesto a sí misma para no traicionar.
Sensual y carnal, Madama Lynch ama
secretamente en Panchita la genuina
virtud de su castidad y pureza de
espíritu: su resistencia indomable a
prostituirse o degradarse, su desinterés,
su infinita capacidad de renuncia y
sacrificio.
g) Algunas escenas acentúan esta
posición ambivalente de Madama Lynch,
al mismo tiempo simbólica y real. Por
ejemplo, la escena en la que Saturio Ríos
pinta el retrato de Madama Lynch y en la
que ésta ve reflejado en el espejo
frontero, no su cuerpo de Maja Vestida,
sino el de Pancha Garmendia, tendida en
la misma posición, como Maja Desnuda.
Y sobre todo, la escena final, ante el
cuerpo atravesado de lanzas de Pancha
Garmendia.
h) El martirio consagra a este ser de
trasmundo y sólo entrega a los brazos de
Madama Lynch el cuerpo salvajemente
torturado y muerto por soldados-niños
que juegan, con la que pudo ser su
madre, un juego de masacre del que la
propia Madama Lynch es responsable,
más que el propio López.
i) Anacronismos, contrastes o
semejanzas de épocas y de estilos son
frecuentes en la obra (sin caer en las
formas del grotesco, o de lo meramente
farsesco). Un ejemplo de esto sería la
escena primera cuya atmósfera y rapidez
podrían sugerir ciertas reminiscenc ias de
las películas del cine mudo de los años
‘30.
j) Desde esta escena del comienzo —
así como en todas las que hagan falta—
convendría utilizar máscaras acordes con
la concepción de la puesta en escena, de
la escenografía y de la música, como
expresió n de un arte de vanguardia en
ruptura con los tópicos y modelos del
falso realismo o naturalismo
latinoamericano, de lo meramente
folklórico, nativista o costumbrista,
como también en ruptura con el realismo
naturalista de la tradición operística
clásica.
k) Deberían evitarse las máscaras
clásicas, convencionales, utilizando en
cambio las máscaras estilizadas y
creativas en función del vestuario y la
escenografia.
1) Las máscaras clásicas (las que
cubren todo el rostro) se usarán
solamente en los dos encuentros entre
Pancha Garmendia y Madama Lynch
(escena segunda del acto primero y
escena última del acto quinto), a fin de
poner en evidencia el parecido idéntico
de ambas: hermanas siamesas opuestas,
unidas por la tragedia.
m) En el caso de la versió n operística,
las máscaras y los efectos de sonido
recaerán igualmente sobre la estructura
de la musicalización y de los
parlamentos cantados (arias del acto
cuarto, y dúos de Madama Lynch y
Pancha Garmendia, de Madama Lynch y
Francisco Solano López).
n) Sugerencia para la versión
operística: tanto en los cantables como
en la coreografía, juntamente con los
motivos contemporáneos, sería deseable
que algunos núcleos o células de la
partitura polifónica se apoye, para la
coloratura musical, en los aires y ritmos
de época, tales como la Cuadrilla, el
Lancero, la Palomita, el London Carapé,
la Caledonia, Mamá Cumandá, el canto
marcial de Cerro-León, etc.
(Consultar: Mundo Folklórico
Paraguayo, de Mauricio Cardozo
Ocampo, primera parte. También las
Danzas Tradicionales Paraguayas, de
Celia Ruiz Domínguez.)
NAVIDAD 1855
Acto 1

Escena 1

Cubierta, en la proa de una elegante y


blanquísima embarcación de excursiones
que hace honor a su nombre Flor de Lys.
El clíper remonta la corriente del río
Paraguay. A la sombra de artísticos
toldos, una veintena de empingorotadas
damas de la alta sociedad se dispone a
merendar en torno a una mesa colmada
de dulces, refrescos y primores de
repostería.
Es evidente que están cumpliendo un
penoso de haber. Hay un silencio tenso,
casi hostil, que nadie se atreve a romper.
Figuras tiesas, malhumoradas. Sus
atuendos sólo se destacan por sus
rústicos perifollos y sus vestidos
recamados de mostacillas. Casi todas
van descalzas, salvo madame Cochelet,
esposa del cónsul francés.
Guardan rígida compostura con los
brazos cruzados sobre el pecho. Algunas
cambian comentarios en voz baja,
evidentemente referidos a la anfitriona,
que no es otra que Madama Lynch.
Un gran piano de cola negro que ocupa
casi todo lo anc ho de la cubierta.
Madama Lynch canta un aria de su
predilección como sí se sintiese
inspirada en medio de un paisaje idílico.
Al terminar, se levanta y ocupa su lugar
en la cabecera de la mesa. Nadie,
excepto la señora Cochelet, ha
aplaudido.
Madama Lynch, de pie ante sus
invitadas, explica el sentido de la
excursión por el gran río que ha dado su
nombre a la patria. Con motivo de la
inauguración de la colonia francesa de
Nueva Burdeos, en la ribera opuesta del
río, el presidente de la República ha
declarado feriado, en honor a Francia. La
comitiva viaja para asistir a la ceremonia
oficial. Madama Lynch pide la amistad y
colaboración de las damas paraguayas.
Un murmullo de desaprobación recorre
el concurso, excepción hecha por
madame Cochelet que agradece el
homenaje a su país y abunda en
conceptos elogiosos de la propia
Madama Lynch, a quien llama la “bella
embajadora de la cultura y la elegancia
de Francia en el Paraguay”...
Madama Lynch se apresura a aclarar
que, si bienes de origen irlandés y
francesa de adopción, ahora se siente
plenamente ciudadana del Paraguay.
Madame Cochelet entona el aria cuya
melodía une los motivos centrales de los
himnos de los dos países.
Una voz chillona, en un extremo de la
mesa, interrumpe los elogios de la
Cochelet. Es la de doña Pura de
Bermejo, esposa del director de Cultura,
Ildefonso Bermejo, a quien se le oye
decir en su cuplet: “ de la cultura y la
elegancia de Francia...! ¡Mañana querrá
ser reina o emperatriz de este
infortunado país!”.

Doña Pura: Escribiré en mis Memorias


que he tenido el honor de
ser invitada de una
cortesana francesa... ¡en
el Paraguay!...

Madama Lynch, que ha oído y


entendido claramente el exabrupto de la
ofensiva copla, no se inmuta en lo más
mínimo. Altiva y serena hace un gesto a
la fila de servidores que esperan en torno
a la mesa con las fuentes tapadas. Uno
tras otro, avanzan en fila militar hacia la
barandilla y con gesto casi ritual, arrojan
por la borda los contenidos de las
fuentes.
Cuando el rumor de estupefacción se
calma, Madama Lynch, dirigiéndose a
Pura Bermejo, exclama: “¡Y yo escribiré
en mis Memorias que me negué a servir
a una arpía española en mi mesa!”.
Ordena al capitán de la embarcación el
regreso inmediato a la capital. Otra fila
de mozos va colocando macetas con
enormes cactus espinosos delante de
cada una, menos delante de la anfitriona
y de madame Cochelet.
Un episodio regocijante, muy propio
del temperamento de doña Pura, se
desarrolla a continuación. La fogosa y
malhablada española, con gesto
melodramático y grandes alaridos corre
con su maceta de cactus hacia la
barandilla arrojándola por la borda. Se
trepa luego a la barandilla amenazando
con arrojarse ella misma al río. El
capitán y varios marineros se lanzan a
detenerla y la traen a rastras hasta
embutirla de nuevo en su asiento. Hay
aplausos, risas y llantos histéricos. Al
girar el barco, la puesta de sol se va
reflejando en las cinceladas y vacías
fuentes que emiten caricaturescos
reflejos sobre los rostros de las damas
que se asemejan ahora a verdaderas
muñecas pintadas.
Con sus demudadas y tragicómicas
facciones, Pura Bermejo chilla sus
últimos dislates.
Madama Lynch no ha hecho el menor
mohín, como si no hubiera visto volar
una mosca. Tal una reina ante vasallas
alborotadas contempla a lo lejos,
ensimismada, el hermoso paisaje fluvial.
De pronto se vuelve rígida y mira
fijamente un punto con las facciones
demudadas.
En medio de una franja de niebla se ve
la silueta de Pancha Garmendia de
espaldas. Vestida con su blanco typoi y
la mantilla que le cubre la cabeza, está
erguida e inmóvil durante algunos
instantes. Luego desaparece.

Escena II

Casa de las Muchachas Recogidas y


Huérfanas, de la que Panchita es
directora. Está vestida del mismo modo
que en la breve aparición de la escena
anterior.
Se festeja la Noche Buena. En el
espacioso zaguán de entrada han armado
un gran pesebre en el estilo paraguayo de
la época. Una decena de muchachas
rodean a Panchita y atienden a lo s
visitantes, les sirven refrescos y les
reparten las confituras que cuelgan de las
ramas. Están también la Madre, las tías
Petrona y Angela, gente del pueblo,
mendigos, etc.
Nota a esta escena: En contraposición
al ambiente de ópera cómica de la
primera escena, ésta respira sincera
ingenuidad como en las estampas
coloreadas de los pesebres en los cromos
antiguos. Es otro ejemplo de las
contraposiciones de estilo, o del
sincretismo de varios estilos entre lo
naïf, lo expresionista y lo figurativo,
como base y expresión del arte escénico
de van guardia. Se rehuye lo folklórico,
naturalista o regionalista en favor de los
elementos míticos o simbólicos más
genuinos que expresa la realidad.
Panchita está terminando de cantar un
villancico:
…Sobre un hermoso arenal
de sol y luna dorado
dicen que en tiempo pasado
lloraba el Niño Jesús...
A la sombra perfumada
de tres matas de pindó,
en una sillita de oro
dicen que el Niño durmió...
Coro:
Oé... oé... dicen que el Niño durmió,
oé... oé... dicen que el Niño lloró,
y que en su llanto pidió
a Dios que nos diera amor...
Oé... oé... yekó raka’é...

Todos corean el estribillo, como


arrobados ante la imagen del Niño que
también lleva una máscara alusiva.
Aplauden, abrazan y besan a Panchita
parecida a una talla de la Virgen de la
Asunción, de tamaño natural.
Un anciano y encorvado payador, cuya
patriarcal barba blanca cae por detrás de
la guitarra y barre el suelo, pide permiso
a Panchita y entona a su vez una
improvisada copla en honor a la Pesebre
jára:

…Pido a la Reina del Cielo


y a su Hijo Soberano
tengan por siempre en su mano
a doña Panchita pura,
la reina de la hermosura...
Oé... oé... yekó raka’é
oikóva ñanendive…

Todos aplauden también con mucho


entusiasmo al payador a quien retribuyen
con apetecibles obsequios.
Las Huérfanas y Muchachas Pobres
miman una escena en la que coronan a
Panchita como Reina de Hermosura del
Paraguay.
Le colocan en la frente una corona
dorada que han sacado de entre los
adornos del pesebre. Panchita se resiste y
en actitud de súbito impulso
supersticioso, se saca la corona y la
vuelve a colocar en una de las ramas
silvestres de la que pendía.
Entra el P. Maíz, revestido de casulla y
estola, seguido por seis monaguillos para
bendecir el pesebre, como patrono de la
Casa. Lo rodean con respeto y simpatía
mientras con el hisopo de agua bendita
va asperjando el pesebre. De los
incensarios brota el humo que cubre el
pesebre de una niebla rosada, ante las
exclamaciones de las Muchachas y
Huérfanas.

P. Maíz (con entonación evangélica):


Celebremos con unción el
Nacimiento del Niño Dio s
hecho hombre. Jesús quiso
nacer en un pesebre para
enseñarnos a no poner
nuestra felicidad en los
honores, pompas y riquezas
de este mundo. En esta Casa
de Muchachas Recogidas y
Huérfanas la pobreza, el
trabajo, el amor a Dios y a
nuestros semejantes son las
mejores virtudes. Pidámosle a
su Madre, María Santísima,
que sea nuestro escudo y
protección...
Todos entonan de nuevo el coro del
villancico, en él modo del jahe’o soro.
AÑO NUEVO 1860

Acto II
(El gran teatro del mundo)

Escena I

Noche. Calle frente a la casa iluminada


de Madama Lynch. Dos mujeres,
cubiertas con mantos oscuros avanzan
por la calle. Una de ellas porta un farol.
La otra lleva puesta una máscara. Se
nota que están muy nerviosas
Un piquete de guardias Acá Vera
irrumpe sobre ellas y las rodean. El
oficial las interpela: “¡Quién vive!...”.
“Buscamos un médico...” —responde
una de las mujeres con voz trémula—.
“¿No han escuchado el toque de queda?
El tránsito por esta calle está prohibido.
Descúbranse...”.
Las mujeres apartan el manto de sus
rostros. Es Panchita en compañía de su
tía Ángela. El oficial arranca el farol a la
anciana y alumbra el rostro de Panchita
cubierto por la máscara.
Madama Lynch se ha asomado a la
ventana, atraída por el grito de los
guardias y el ruido de armas. Lleva
también una máscara. Sale del corredor e
interviene de inmediato en el incidente
callejero. Ordena al oficial que retire los
guardias y le pide el farol.
El oficial se lo entrega. Hace la venia y
se va con los esbirros. Sus recargados
uniformes y morriones empenachados de
flores producen el efecto de disfraces de
carnaval.
Madama Lynch se aproxima a
Panchita alumbrándola con el farol. Sus
máscaras son exactamente iguales. Se
diría dos hermanas gemelas. Solamente
la cabellera de la una es negra; la otra, de
un rubio rutilante.
Con tono amable, la dueña de casa:
“Buenas noches. Usted es la señorita
Pancha Garmendia, ¿no es así?”.
Panchita contesta afirmativamente con
un movimiento de la cabeza. “Oí que
buscan un médico”. Tras una pausa,
hesitando, Panchita vuelve a asentir con
un gesto. “Déjeme ir. Tengo mucha
prisa”. Madama Lynch: “Puedo enviarle
de inmediato a mi médico”. Panchita,
secamente: “No. Gracias. Tenemos
nuestro propio médico... Vamos... “, dice
a la acompañante. La tía Ángela vacila
un instante, pero luego la sigue.
Madama Lynch, algo humillada, en
actitud pensativa las ve perderse en la
penumbra de un recodo. Son
extraordinariamente parecidas. Sólo que
la larga cabellera oscura, que le cae en
cascada sobre los hombros, contrasta con
los cabellos rubios de Madama Lynch,
casi platinados a la luz de la luna.
Suenan las campanadas de la Catedral
dando la hora. En alguna parte surge una
melodía tristísima como un canto
oracionero, despertando ladridos lejanos.

Escena II

Sala de estar en casa de Madama


Lynch. El pintor Saturio Ríos pinta el
retrato de la dueña de casa en una pose
idéntica a la de la Maja Vestida.
Madama Lynch contempla, trasoñada, en
el espejo frontero no su silueta de Maja
Vestida sino la de Panchita como Maja
Desnuda.
Entra el general López. Abstraída, ella
no lo ha sentido entrar. Él se le acerca
por detrás del canapé y le da un beso en
el hombro desnudo, que le hace dar un
pequeño brinco de sorpresa.
Francisco (familiarmente cordial):
Salud, Saturio.
Saturio: Buenas noches,
Excelencia.
Francisco: (observando la tela, con
cierto equívoco)
Excelente. Pero aún está
por debajo del original.
Saturio: (guiñando un ojo a Ela) El
original es inimitable.
Francisco: Me refiero a la tela de
Goya.
Saturio: Goya también es inimita-
ble, señor. Si Madama no
me lo hubiera pedido...
Ela: Francis, déjalo trabajar a
nuestro retratista.
Francisco: Con tal de que no te pinte
sin ropas. En esta
sociedad no ha entrado
aún el desnudo.
(Palmeando a Saturio) Es
una broma.
Saturio: Gracias, Excelencia. Mi
familia me espera.
(Recoge sus pinceles y
paleta). Buenas noches,
Madama. Que lo pase
usted bien, Excelencia...
(Se va.)

Francisco la besa largamente en la


boca, susurrando el apodo amoroso Ela,
con el que acostumbra llamarla en la
intimidad.
Al verlo con tan buen humor,
acariciándolo a su vez, en actitud de
comunicarle un secreto guardado por
largo tiempo.

Ela: En vista del frustrado


viaje a Citerea se me ha
ocurrido un proyecto
monumental.
Construiremos en
Asunción un Teatro de la
Ópera semejante al de
París...

Sigue un breve diálogo en el que Ela le


habla de las cartas cambiadas con
Eugenia de Montijo, que le promete
ayuda para la realización del proyecto.
Francisco trata de disuadirla. Tie ne que
acabar de formar su ejército ante los
graves riesgos que se ciernen sobre el
país.
Ela no ceja en su “ofensiva” de
seducción.

Ela: Tendrás el ejército más


poderoso y tendremos el
teatro más bello y
moderno de América del
Sur. Nuestro país será
conocido y respetado en
todo el mundo.

La idea de Ela es celebrar una fiesta


fastuosa y dar en ella la noticia de
fundación del Teatro de la Ópera de
Asunción.

Francisco: (bebiendo su aperitivo)


No te contagies de los
delirios de tu amiga, la
condesita andaluza
Eugenia de Montijo y de
su marido. Napoleón III
está queriendo poner un
emperador en México. Tú
no eres Carlota, ni yo
Maximiliano de
Habsburgo. Estamos en
nuestra América. Y el
Nuevo Mundo no vo lverá
a caer jamás en manos de
ningún imperio de la
tierra.
Ela: (enfurruñada) Napoleón
III es un rey demócrata.
Lo eligió su pueblo.
Como a ti. No creo que
pretenda subyugar a
ningún pueblo de la tierra.
Además, te tiene en alto
aprecio. Ante la
estupefacción de todos, te
cedió el mando del desfile
militar en París.
¡Ceremonia
inolvidable!... Yo, aquí,
necesito ocupar el lugar
que me corresponde para
honrarte y honrarme...

Francisco le dice que comprende muy


bien su malestar y lucha. Los altos
círculo s de una sociedad, rústica y
cerrada, en especial las damas de la
aristocracia, orgullosas de sus apellidos
aunque carentes de toda cultura y de
buenos modales, no ven con buenos ojos
a la “bella dama extranjera”. Madame
Sans Merci, según la llama la esposa del
cónsul francés.

Ela: No soy más que la


concubina del
Presidente... En mi honor
circulan pasquines y
canciones satíricas...
Francisco: Soy el primero en
condenar esta situación.
Voy a hacer que esto
cambie. Y juro que va a
cambiar.
Ela: ¡Me odian...! ¡Su rencor
va a durar siglos...!
Francisco: (tratando de calmarla)
Ten un poco de paciencia.
Es una sociedad
demasiado inculta
todavía. Mezcla de
segundones españoles
orgullosos y de incultos
naturales, vive aún a flor
de la misma tierra.
Ela: (burlona): Claro, por eso
hasta las mujeres de la s
clases más altas andan
descalzas. No han podido
despegar todavía sus
plantas. Se adecentan
desde las rodillas para
arriba...

Se sienta en un diván. Francisco la


abraza con cierta rudeza dominadora de
un verdadero “amante latino”. Escena de
idilio algo paródica de los grabados de
época en los magacines de París.

Ela: (se acurruca en sus


brazos. Exaltada, sin
querer dar el brazo a
torcer, insiste) Te nemos
que levantar ese teatro,
traer celebridades del
exterior, llevar nuestra
propia expresión de
cultura fuera de nuestras
fronteras. Esta será una
manera de dar a conocer
el Paraguay en el mundo
entero. Es lo que
comenzó a hacer tu padre.
Debes completar su obra.
Francisco: El Paraguay será
conocido por sus hechos.
No creo en la fantasía. Lo
que cuenta es lo que se
hace.
Ela: Tú estás haciendo la
historia de tu patria.
Como tu padre don
Carlos. Como el Supremo
Dictador Francia, antes
que él. Pero tu padre
abrió el país al mundo. Tú
sigues su camino.
Francisco: (orgulloso): Yo hago mi
propio camino. Ellos
hicieron el suyo...
Ela: Cierto. Pero el Paraguay
es un solo país.
Representemos los
hechos más significativos
de esta historia a través
del milagro del arte.
Francisco: (con énfasis) Nuestra
historia ya es nuestra,
definitivamente.
Ela: La estaremos viendo y
oyendo a medida que tú la
vayas forjando en la
realidad. Podremos
anticiparla, recordarla,
vaticinarla, a través de esa
otra historia que es el
arte.
Francisco: (sin tomarla en serio y
riéndose como de un buen
chiste) Pero tú quieres
meter la realidad en algo
tan fugaz como la
música...
Ela: Ya estamos representando
en ese Teatro... sin que
nos demos cuenta.
Francisco: (sin entenderla) Nuestra
música es marcial y
acompaña un gran destino
nacional.
Ela: Esta es la gran ópera real
y al mismo tiempo
fantástica que el Paraguay
debe crear para creer en sí
mismo... para saber quién
es...

Francisco ha quedado con el rostro


serio y grave.

Escena III
Penas de amor perdidas

Antesala. Mismo momento. Ela le


mencio na el encuentro que acaba de
tener con Pancha Garmendia.

Ela: He visto esta noche a la


(con cierto retintín)
virtuosa Pancha
Garmendia...
Francisco: (falsamente displicente)
Yo dejé de verla hace
exactamente un siglo y
medio.
Ela: (con sincera envidia) Es
realmente muy hermosa
esa muchacha... Podría
ser reina de la hermosura
en cualquier lugar de la
tierra.
Francisco: (tratando de desviar el
tema) Tú lo eres mucho
más.
Ela: (cerrando los ojos) A la
luz del farol parecía una
visión irreal. Su rostro era
despiadado e impasible.
Sólo reflejaba su odio, su
desprecio por mí...
Francisco: ¿Por qué ha de
despreciarte ella?
Ela: ¡Porque entre ella y yo
estas tú! Fue tu primera
novia. Y el primer amor a
veces suele ser eterno.
Francisco: (evasivo) No fue más que
un idilio fugaz de la
juventud.
Ela: Esa mujer sigue
enamorada de ti. Se
cortaría la lengua y las
manos si tú se lo pidieras.
Te seguirá amando hasta
que la muerte le corte el
aliento...

En laterales se enciende un óvalo de


iluminación. Surgen las imágenes de
Panchita y Francisco (esta vez sin
máscaras).
En el mismo diván en que estaban
sentados Ela y Francisco, éste la tiene
estrechamente abrazada. Panchita está
semidesnuda y desgreñada, como si
Francisco acabara de arrancarle la blusa
y desgarrarle el corpiño.
Francisco: (anhelante, como para
intimidarla). . .de una vez
para siempre...
Panchita: (serena pero inflexible,
conteniendo su
indignación, se pone de
pie abrochándose el
corpiño) Jamás seré tuya
como un simple
pasatiempo. (Con fuerza
casi sobre humana lo
rechaza y lo va
empujando lenta pero
inexorablemente hacia la
puerta.) Vete. Todo ha
terminado entre nosotros.

Francisco murmura algo, implorante.


No se escucha lo que dice.
Panchita: (cortándole) En lugar de
forzar como a esclavas a
las mujeres de tu patria,
deberías defenderlas y
honrarlas. (Lo aparta y lo
empuja hacia el exterior.
Cierra la puerta y
permanece apoyada de
espaldas contra ella, presa
de sordos y convulsivos
sollozos. Se va
desmoronando, cae de
rodillas y toca el piso con
su frente. Aparece la
Madre, consternada).
Madre: (entre sollozos) ¡Hija
mía!... (Se arrodilla junto
a ella y la abraza.)

La escena se esfuma.

Escena V

Francisco: No, ma chérie, eso duró


muy poco y acabó hace
mucho tiempo. Olvida a
esa mujer. Para mí nunca
contó ese romance
adolescente...
Ela: Por ello mismo te ama y
te odia.
Francisco: Total, nada entonces entre
dos platos...
Ela: Esa muchacha es una
fuerza de la naturaleza. Y
no se detendrá hasta
obtener lo que quiere.
Francisco: ¿Qué es lo que quiere de
mí, según tú?
Ela: (agorera) Verte muerto.
Francisco: (igual) No es gran triunfo
yerme muerto. Todos lo
estaremos algún día. Ella
de un lanzazo en el
corazón. Yo, con otro, en
el vientre. No hay más
que esperar.
Ela: ¿Qué distancia crees que
hay entre el vientre y el
corazón?
Francisco: ¡Ah... el infinito!
(Mirándola fijamente):A
veces, se confunden...
Ela: (sin oírlo, siguiendo su
propia idea) Esa mujer es
la única en este país que
sabe quién es... ¡Ah si yo
pudiera arrancarle su
máscara...!
Francisco: Hazlo. Invítala a tu fiesta
de disfraces. Arráncale
esa máscara delante de
todos.
Ela: (como para sí misma) El
parecido entre las dos es
extraordinario. En un
primer momento, quedé
estupefacta. Por un
embrujo incomprensible
tenía ante mí a una figura
gemela. ¡El doble
perfecto que toda mujer
admira y teme!
Francisco: Te rebajas al compararte
con esa mujer rústica y
simple.
Ela: (tras una pausa): Ella será
la única heroína en la
memoria de tu pueblo
representando a todas las
demás...
Francisco: (falsamente festivo y
molesto) Te estás
pareciendo al P. Maíz en
uno de sus sermones
sagrados.
Ela: (sin oírlo) ¿Sabías que esa
Casa de Muchachas
Pobres donde ella trabaja
como directora, se ha
convertido en un foco
subversivo?
Francisco: (autosuficiente) Si eso
fuera verdad, la policía ya
lo sabría.
Ela: Tengo mis propios espías.
Francisco: Cuidado con ellos. Son
los más traicioneros. De
todos modos,
mandaremos cerrar esa
Casa.
Ela: (sigue con lo suyo)
Después que todos
seamos polvo, Pancha
Garmendia tardará aún
mucho tiempo en morir...
Francisco: ¡Ah imaginación! Es una
bella frase para un aria.
Ponla en tu ópera.
Ela: Ya la puso el destino...
Esa mujer también está
representando esta ópera
sin saberlo y sin conocer
su final... (tras una
pausa).
Francisco: (cortando el tema y
poniéndose de pie):
Vamos a cenar. Estoy
muerto de hambre, Ela. El
día ha sido muy duro.
Pero sobre todo estoy
hambriento de ti.

Pasan a la antecámara donde un niño


de corta edad duerme en una lujosa cuna.
“Antes debo saludar a nuestro hijo. Hoy
no he visto aún en todo el día al señor
Panchito López, futuro oficial de nuestro
ejército”. Se inclinan ambos sobre el
infante dormido. Francisco lo besa
tiernamente en la frente.
Escena VI

En laterales se enciende el óvalo de


iluminación. Madama Lynch y una
nodriza se hallan ante el P. Maíz, en la
sacristía de la Catedral. Máscaras
alusivas, no realistas.

Madama Lynch: Ruego a Su Reverencia


quiera fijar la hora para el
bautismo.
P. Maíz: (denegando con la cabeza
lentamente): En su casa,
sí, a la hora que usted fije.
En la iglesia, imposible.
Madama Lynch:Creí que siendo usted
Deán de la Catedral y
habiendo sido ayo y
preceptor del General
López, padre del niño,
podía allanar las
convenciones.
P. Maíz: (entrelazando los dedos)
Nada puedo hacer. Su
Excelencia sería el
primero en censurarme si
lo hiciera.
Madama Lynch:¿Es una ley de la
iglesia?
P. Maíz: Es una ley de la Nación.
Además, es una ley de las
buenas costumbres. (Con
una sonrisa un poco
cínica) Por desdicha usted
es Madame Lynch... pero
no Madame López.
Madama Lynch:(indignada y furiosa)
Está bien. Quédese usted
con sus normas, señor
Maíz…

La escena se esfuma.

Francisco: (con el ceño fruncido y


recorriendo la habitación
agrandes zancadas retoma
la frase anterior) Ese
Maíz es el hombre más
ilustrado del Paraguay y
el mejor orador sagrado
de toda América a la
redonda. Pero lo vuelven
idiota la ambición y el
orgullo. Cree que en su
mente está encerrado el
secreto del universo.
Quiere ser obispo. No lo
será. Habla al P. Palacios,
de mi parte. Es cura de la
parroquia de la Trinidad.
Es el hombre más
estúpido del clero. A él lo
haré obispo.
Ela: El bautizo de nuestro hijo
no será el precio del
obispado en Paraguay...
Francisco: El curita borracho y
bobalicón bautizará a
nuestro hijo con toda la
pompa que ha ya
menester. Y ante el altar
mayor de la Catedral...
Ela: (le interrumpe en un
cambio súbito de actitud
y decisión) No hace falta.
No pensarás que voy a
hacer bautizar a Panchito
con el miembro más
estúpido del clero.
Dejemos a la Iglesia en
paz aunque también nos
haga la guerra. Panchito
será bautizado en la fiesta
que voy a dar
próximamente en el Club
Nacional para anunciar la
fundación del Teatro de la
Ópera. Así estaremos en
paz con Dios y con el
diablo, con la Iglesia y
con la sociedad.
Francisco: (enérgico) No puedes
bautizar a Panchito en el
Club Nacional. Es un
antro donde los
oligarcones haraganes
celebran sus misas
negras...
Ela: (interrumpiéndole) Es el
templo laico de la más
selecta sociedad
asunceña. Es terrible
convivir con la gente que
ignora lo que es. Acaba
uno mismo por no saber
quién es. Por otra parte,
es una medida de
seguridad.
Francisco: ¿A favor de quién?
Ela: A favor de ti mismo. Ya
he mandado repartir las
invitaciones indicando a
cada uno, hombres y
mujeres, el disfr az que
deberá llevar...
Francisco: (encolerizado) ¡Pero eso
es una locura!
Ela: Tengo la lista con la
distribución de los
disfraces. Puedo
identificar por ellos quién
se esconde bajo una
peluca o bajo una hoja de
parra... ¿No me has dicho
que la policía ha
descubierto algunos
atentados contra tu
persona?
Francisco: Sí, desde el primer día en
que fui electo presidente
de la República. Pero yo
no iré a tu fiesta.
Ela: (quejosa) No puedes
hacernos este desaire, a tu
hijo y a mí.
Francisco: (firme): El bautizo se hará
en la Catedral.
Ela: En la fiesta Ya verás a tus
futuros asesinos
disfrazados de guerreros y
sarracenos, de Dux de
Venecia, de mosqueteros
de Flandes, de reyes de
España, de princesas del
Rey Sol, de infantas de
Castilla, campesinas de
Nápoles, zagalas de
Portugal... Y hasta de
paraguayos ilustres. La
policía tendrá copia de la
lista y sabrá también
quién es quién bajo los
mentidos ropajes...
Francisco: (devolviéndole la burlona
intención): Su pongo que
habrás indicado a cada
uno el menos favorecedor
para el físico y la edad de
cada uno de tus
invitados...
Ela: (sin inmutarse) Deber de
toda reina de una fiesta es
descollar sobre sus
vasallos...
VIDA NUEVA – 1860

Acto III
(La ópera de dos centavos)

Escena I

Escena a oscuras al levantarse el telón.


La música y el atronador estrépito del
baile de máscaras baten en todo su
apogeo dando la sensación de que se está
en medio de ella.
Al encenderse gradualmente la
iluminación y al atenuarse el ruido de la
fiesta como si se alejara, se descubre un
velorio en sala de la casa de Panchita.
Ésta y unos familiares velan el cuerpo
de la Madre que reposa en un tosco
ataúd entre dos hileras de cirios. Entre
las recurrentes lamentaciones de las
plañideras, sólo se oyen los retos en el
monótono desgranar del rosario. De
tanto en tanto las ráfagas de viento traen
oleadas de la música y del borroso
estrépito de la fiesta.

Escena II

Las dos tías de Panc hita la retienen de


los brazos.
Los ojos secos y brillantes, el cuerpo
crispado sobre sí mismo, como poseída
de un extraño sentimiento, semejante a
un delirio de trasmundo, Panchita intenta
huir de su asiento, junto al féretro. Las
dos ancianas tratan de sujetarla con
ternura y compasión.
Panchita vuelve a forcejear como
intentando huir en dirección a los
sonidos. Toda la tensión de su actitud es
la de salir volando en dirección a esa
música que parece atraerla como un
sortilegio demoníaco.
Las tías se miran entre ellas,
consternadas, sin saber qué sucede a la
joven. La amarran con un gran rosario de
Quince Misterios, y la rocían con agua
bendita.

Escena III

Nuevamente la música y el estrépito de


la fiesta invaden la escena. Se apaga la
escena del velorio. Se enciende, en
laterales, óvalo de iluminación.
Aparece borrosa la silueta de Panchita.
Luego la de Francisco en traje de gala,
también borrosa. La silueta de Panchita
se contonea insinuante ante él como
invitándolo a danzar.
Aparece Madama Lynch con su
máscara idéntica a la de Panchita. Se la
arranca. Descubre el rostro
horriblemente viejo de una desconocida.
La escena equívoca culmina bajo una
salva de aplausos. Sube el volumen de la
música hasta el paroxismo y decrece de
golpe ale jándose. Se apaga el óvalo de
iluminación. Nuevamente la escena del
velorio. Panchita se desmorona sobre el
piso, presa de convulsivos e inaudibles
sollozos. Sube la lamentación de las
lloronas y oracioneras mientras cae sobre
la escena la oscuridad. Sólo brillan las
llamas de los cirios hasta el silencio
absoluto.
GUERRA 1865

Acto IV
(¡Vencer o morir!)

Escena I

Salón del comandante en jefe, atestado


de planos y de mapas, contorneado por
jefes y técnicos militares. Ambiente
bélico muy tenso. Mensajeros, en
uniforme de campaña, entran y salen
llevando órdenes. Se nota en ellos el
polvo y el cansancio de largas marchas.
En largas mesas, en actitud rígida y
solemne, se hallan sentados los
representantes del Congreso. La escena
tiene la reminiscencia de los grabados de
época de los grandes acontecimientos
históricos. Se escuchan, como fondo, las
salvas regulares de los cañones que re
tumban como bajo tierra en el salón.
Francisco Solano López en traje de
gran gala ha convocado la presencia de
los representantes del Congreso, del
obispo recién nombrado, de miembros
del clero, de altos funcionarios de la
capital y de la campaña. En tono seco y
enfático, que restalla como órdenes
militares, explica brevemente la
dramática situación.
Enseñando un estrujado papel, anuncia
que es la copia del tratado secreto de la
Triple Alianza por el que el Imperio del
Brasil, las autoridades centrales de
Buenos Aires y del Uruguay han
declarado la guerra al Paraguay. López
pide la colaboración de todos en una
lucha que va a ser larga y cruenta y que
él va a conducir personalmente.
Una delegación del Congreso se
adelanta hasta el estrado. Uno de ellos en
un breve y exaltado discurso entrega al
presidente el nombramiento de Mariscal
de Campo del Ejército del Paraguay.
Destaca la gran injusticia histórica que el
gobierno de Buenos Aires come te contra
el país y contra su presidente quien, el
año anterior, fue el mediador y artífice
de la reconciliación y pacificación de los
argentinos.
Destaca el orador, asimismo, el
despropósito del Brasil cuyo emperador
ofreciera hace poco tiempo la mano de
una de las princesas, a elección del
presidente López, para que el
matrimonio dinástico uniera los imperios
del Brasil y Paraguay.
“¡Felonía del amo de Buenos Aires!...
—clama con voz estentórea el presidente
del Congreso—. Firma un tratado
secreto de guerra para asestar por la
espalda una puñalada trapera a su
reciente pacificador y salvador, el
Mariscal Francisco Solano López, y a su
pacífico pueblo... “(grandes ovaciones).
“.. . ¡Felonía más oprobiosa aún la del
emperador del Brasil! No pudiendo
maniatar a nuestro Presidente con tiras
arrancadas a las sábanas de sus
prostituidas princesas, ensaya ahora la
intimidación con su inexistente ejército...
¡Viva por siempre nuestro Mariscal
Presidente don Francisco Solano
López! ¡Viva...!
Una gran ovación cierra el abrazo del
flamante mariscal y del presidente del
Congreso.
Una delegación de las Damas Patricias
se adelanta ahora y entrega al Mariscal
un bastón de oro como insignia de su
nuevo y máximo rango militar. El abrazo
y la ovación se repite con más fuerza
aún.
El mariscal-presidente da término a la
reunión en medio de un indescriptible
tumulto de entusiasmo.

Escena II

Antecámara del salón, después de la


ceremonia. Francisco y Madama Lynch.

Ela: (con una voz neutra)


Acabo de oír cosas muy
interesantes en esta
reunión.
Francisco: Has oído la voz misma de
nuestro pueblo en la
decisión más importante
de su historia.
Madama Lynch: (auscultándole) No me
habías dicho nada sobre
el ofrecimiento del
emperador del Brasil.
Francisco: No valía la pena
mencionar este pequeño
juego de tahúr del viejo
emperador. Hubiera sido
humillarte con una
zoncera que ni siquiera
tenía la razón de una
razón de Estado.
Madama Lynch: Razón de Estado es
tomar estado nupcial con
la princesa de un
imperio...
Francisco: Rechacé esa trampa
indigna. Tengo una
jugada que puede ser
decisiva. Díaz, mi mejor
general, me ha propuesto
apoderarse y secuestrar a
toda la familia imperial
en su residencia veraniega
de Petrópolis. Me ha
pedido 5.000 hombres
que adiestrará como sólo
él sabe hacerlo para esa
operación de comando.
Madama Lynch (admirativa) ¡Sería
formidable!
Francisco: El plan de acción es
impecable. En 15 días
Díaz ha prometido traer a
todo el clan imperial.
Sano y salvo y con olor a
ovejitas cebadas. Traerá
más cuenta negociar con
el emperador en Asunción
que en Río de Janeiro.
¿No es un buen tema para
tu Ópera Magna?...
Madama Lynch (devolviendo la ironía):
Claro que lo es. A
condición de que las
princesas va yan a alojarse
en... la Casa de Recogidas
y Huérfanas.

Francisco toma el bastón de oro que


las Damas Patricias acaban de
obsequiarle en su flamante rango de
mariscal y se lo tiende.

Francisco: Te hago donación del


cetro para tu futuro
imperio de opereta... mi
Bella Despiadada.
Madama Lynch (tomándolo y, en
cómico gesto,
husmeándolo con
desconfianza) Por
primera vez las damas
paraguayas me han hecho
caso... En ese bastón
están fundidas las joyas
de la aristocracia.
Guárdalo. A mí no me
serviría sino como mango
de mi sombrilla...
Francisco: (arrojando el bastón
contra la pared en un
estallido de cólera) No es
oro todo lo que relumbra,
ni luz de gloria toda
oscura bajeza...
Madama Lynch: Siempre es así.
Vivimos en la luz del sol
que es la sombra de Dios.
Ya lo dijo Shakespeare...
Francisco: (dando un puñetazo sobre
la mesa) ¡Traición! Acabo
de descubrir la punta del
ovillo de una
conspiración...! ¡Y en esa
miserable conjura está
metida la flor y nata de la
sociedad asunceña! ¡Van
a caer cabezas como
frutas maduras!
Madame Lynch: (levantándole y
alisándole el mechón que
le cae sobre la frente)
Puede ser una invención
de tu jefe de Policía para
hacerse valer. Por ahora
ocupémonos de hacer
rodar las cabezas del
enemigo. (Tras una pausa.
Desde lo hondo de sí, en
su tono habitual,
profundo y afectuoso)
Francisco, chéri... Nos
juramos estar juntos en la
vida y en la muerte. Te
acompañaré al campo de
batalla...

Francisco la abraza en silencio. Salen


con aire marcial. Al salir, Francisco
tropieza con el bastón de oro sin
prestarle la menor atención.
Escena III

Sala de estar en casa de las tías de


Panchita. Es de noche. A la luz de un
quinqué Panchita, las dos tías y un
desconocido mantienen una
conversación reservada. Su estado de
ánimo es, con toda evidencia, de temor y
nerviosidad muy grandes.

Desconocido: (está hablando de


espaldas)…Las figuras
más eminentes están
comprometidas. Incluso
la madre y los hermanos.
(A Panchita): Su concurso
puede ser muy
valioso..,como la antigua
novia del presidente...
Hasta la ley de Dios y de
la Iglesia legitiman la
muerte de los tiranos...
(Tras una pausa, tratando
de ser convincente): El
puñal de Bruto será
menos clemente que el
que empuñe sus manos...
Panchita: (serena pero firmemente)
Ninguna causa de muerte
me tendrá de su lado.
Desconocido: ¿Y entonces la guerra? La
sangre correrá a
raudales...
Panchita: Puede haber un arreglo
pacífico.
Desconocido: El tratado secreto de la
Triple Alianza es contra
el propio López, no
contra el Paraguay.
Panchita: Las naciones amigas van
a intervenir...
Desconocido: López no tiene amigos.
Es un tirano y un
bastardo. Va a llevar al
país a una hecatombe
terrible. Con la sangre de
todo un pueblo quiere
lavar la mancha de su
bastardía. (Tras una
pausa): ¿Sabía usted que
no es hijo del viejo
presidente López sino del
hacendado Lázaro Rojas?
Don Carlos Antonio tuvo
que cargar con el
mochuelo engendrado por
los amoríos del estanciero
con doña Juana Paula...
¿A ese bastardo vamos a
defenderlo?
Panchita: (muy molesta, pero con
gran dignidad) No recoja
usted los chismes de sus
enemigos. Es el
presidente de nuestra
nación.
Desconocido: …A su bastardía de
origen ha sumado su
unión con la bastarda
extranjera. Ella es quien
verdaderamente manda
por su dominio diabólico
sobre el Mariscal...
Tía Petrona: Se está apoderando de
todos nuestros biene s, de
nuestras joyas y hasta de
las propiedades
particulares y fiscales...
Tía Angela: …Nos va a convertir en
una nación de mendigos...
o de muertos...
Desconocido: (queriendo hacer un
elogio a Panchita) Usted
debió estar en lugar de
esa aventurera insaciable
y perversa... Entonces
otro hubiera sido el
destino del Paraguay...
Panchita: (poniéndose de pie y
cortándole con contenida
indignación) ¡Basta,
señor! Le pido que se
retire...
Tía Angela: (tratando de
contemporizar) El señor
no ha querido ofenderte.
Tía Petrona: Te hemos recogido y te
queremos como a una
hija. No deseamos hacer
pesar sobre ti ningún
riesgo.
Tía Angela: Han mandado cerrar la
casa de las Muchachas
Pobres. Esas muchachas
han sido detenidas. Varias
de ellas están siendo
torturadas. Tú eres
seguida por los espías...
Panchita: No es el temor lo que me
impide sumarme a la
conjura. Vosotras me
conocéis.
Petrona: Tú decidirás en
conciencia lo que debas
de hacer.
Panchita: Guardar silencio...
Tía Angela: (mostrándole un anillo)
Este es el santo y seña de
la causa... (en el momento
en que va a tendérselo a
Panchita, se le cae de las
manos)

Hay como un fogonazo.


A una luz irreal el anillo se ha
transformado en un aro de suplicio. La
silueta espectral de Panchita ha entrado
en el círculo que fosforece en medio de
la escena. Se arrodilla dentro de él, en
medio de la niebla que crece.
Soldados, también espectrales, con los
uniformes hechos girones, la someten a
la tortura del cepo de Uruguayana. Le
colocan un fusil bajo las corvas. Sobre
los hombros van colocando otros fusiles
hasta formar una pila. Tiran del lazo que
une los extremos del fusil colocado entre
las corvas y de los que pesan sobre los
hombros de Panchita.
Esta va siendo doblada en dos. Se oye
el crujido de los huesos cuando la frente
se hunde entre las rodillas. No se
escucha ninguna queja. Ningún grito,
ningún sollozo, mientras la niebla crece
y borra la figura de la supliciada.
NAVIDAD 1869

ACTO V
(j Ay de los vencidos!...)

Escena I

En medio de la niebla de los esteros,


una caravana goyesca de siluetas
encorvadas se arrastra lentamente,
vigiladas por soldados armados de
lanzas. Son mujeres, niños y ancianos.
Famélicos, semidesnudos y esqueléticos,
comidos por las llagas y las heridas. Se
escuchan sorda mente sus quejidos y
llantos.
Pasa un grupo de prisioneros
atraillados con cadenas. Tienen vagos
harapos de uniforme paraguayo. Van
custodiados por un pelotón de soldados
que tratan de apresurar su marcha a
empellones y a culatazos de sus fusiles.
Cuando se disipa un poco la niebla,
aparecen el Mariscal y Madama Lynch,
flanqueados por la guardia presidencial.
El Mariscal lleva su famoso poncho rojo
con flecos de oro y su célebre fusta.
Madama Lynch, con elegante traje de
amazona inglesa. El P. Maíz forma parte
del séquito en inescrutable y silenciosa
actitud.
A un costado, la cabaña del cuartel
general. Sobre una alzaprima, el piano
de cola de Madama Lynch, en seres,
restos de esplendor y riqueza.
Un oficial, a López, señalando el grupo
de prisioneros:

Oficial: Allá va el traidor ex


alférez Aquino.
Francisco: (suena su silbato de oro y
ordena a la patrulla)
Tráigalo.
El grupo de prisioneros es conducido
a presencia de López. Aquino lleva las
manos atadas a la espalda.
Francisco: ¿Qué tal, Aquino?
Aquino: (sereno, sacando fuerzas
de flaqueza) Aquí vamos,
señor. Hacia la tierra del
Marane’y Si existe esa
Tierra sin Mal después de
esta vida…como creen
los indios.
Francisco: Los indios son más
paraguayos que ustedes.
Me ofrecieron refugio en
sus selvas.
Aquino: Porque ellos no están bajo
su mando, señor. Ellos
son libres...
Francisco: ¿Así que usted quiso
matarme?
Aquino: Sí, señor.
Francisco: (señalando el grupo de
prisioneros) Y conspiró
con esta manga de
traidores.
Les salió el tiro por la
culata.
Aquino: Nos ganó de mano usted,
señor... Por un pelito
nomás... Pero no han de
faltar otros que tengan
más suerte.
Francisco: ¿Por qué quisieron
matarme?
Aquino: Por su culpa ya hemos
perdido nuestra patria. Y
sin embargo, día a día, V.
E. es más tirano. Han
muerto más paraguayos
por su orden que por las
balas de los negros...
Francisco: (interrumpiéndolo con un
estallido) Y ustedes son
más negros que los
negros...
¡Macacos de alma y de
corazón!
Aquino: Queremos a nuestra patria
como usted, señor. Por
eso hemos venido
acompañándole hasta
aquí... Pero ya no hay
más patria ni gente ni
esperanza ninguna... Todo
sabido... Todo perdido...
Todo cumplido...
Francisco: (mascullando su cólera)
¡Traidores…conspiradore
s!...
Aquino: Usted es el mayor
conspirador, señor... Pero
no podemos mandar
lancearlo ni fusilarlo a
usted...
Francisco: (cruzándole el rostro con
un fustazo que da por
tierra con el infeliz)
¡Manden pegar cuatro
lanzazos a esta banda de
traidores!

Oficial se cuadra, hace la venia y se va,


precediendo al grupo de prisioneros.

Escena II

Mismo lugar y .situación.


La caravana del éxodo de las
“destinadas”, arrastrándose en medio de
remolinos de niebla.
En último término, Panchita, con una
cuerda al cuello, es conducida por un
soldado menos que adolescente, mucho
más pequeño que ella. Va envuelta en
una sábana manchada de sangre. Apenas
puede andar sólo como bajo el impulso
de un esfuerzo sobrehumano.
Otro oficial, al Mariscal López:
“Aquella es la traidora Pancha
Garmendia...”.
Francisco vuelve a hacer sonar su
silbato y ordena con un gesto al que la
conduce de la cuerda que la haga venir a
su presencia.
Al límite de sus fuerzas, Panchita se
acerca a la comitiva presidencial casi
asfixiada, arrastrada por el lazo del que
tironea el imberbe soldado, apurándola.
La siguen las tías Ángela y Petrona,
destrozadas por la larga marcha.

Francisco: (a Panchita, en un tono de


voz completamente
diferente, casi amable,
pero sincero y cordial)
Me he permitido
interrumpir su marcha
para hablarle de un asunto
de extremo interés para
usted, de ur gencia
absoluta. (Tras una pausa.
Sondeándola): Usted ha
comparecido ante los
jueces de los Tribunales
militares y se ha negado a
declarar...

Panchita permanece con los ojos


cerrados. Trémula, inerme, en su soledad
absoluta.
Tía Angela: (en un estertor) ¡No
puede... hablar!
Francisco: (sin oír la) Todas las
pruebas están contra
usted. Hasta ahora he
interpuesto mi valer para
que no sea ejecutada.
Hable usted a los jueces.
Declare usted lo que sepa
de la conspiración. Si así
lo hace, comprometo
desde ya ante los señores
presentes mi palabra de
jefe supremo de la Nación
de que usted será absuelta
y recobrará su más
completa libertad.
(Volviéndose hacia el P.
Maíz) Registre usted esta
Orden Suprema, señor
Fiscal.
El P. Maíz se inclina con las manos
cruzadas sobre el pecho.

Francisco: (volviéndose de nuevo


hacia Panchita) He aquí al
presidente del Tribunal,
su antiguo director en la
Casa de Muchachas
Huérfanas. Él dará fe de
mis palabras y hará
cumplir mi orden, en el
acto.
P. Maíz: (con extrema cautela) La
reo de traición Pancha
Garmendia no puede
hablar, Excelencia.
Francisco: (con enfado y sorpresa)
¿No puede o no quiere
hablar?
P. Maíz: (al oficial) Mándele abrir
la boca.

El oficial cumple la orden. La lengua


de Pancha Garmendia aparece cortada de
raíz.

Francisco: (barbotando) ¿Quién hizo


eso?
P. Maíz: Ella misma en el
calabozo, Excelencia.
Francisco: (como un tiro) ¡Pues que
escriba y firme su
declaración!
P. Maíz: (de nuevo al oficial)
Descubra sus manos...

Oficial libera los brazos atados a la


espalda y los levanta. En lugar de las
manos sólo existen dos muñones
llagados. Panchita no ha abierto en
ningún momento los ojos. Su actitud es
como si se hallara en algún lugar de
trasmundo. Torpemente recoge una
punta de la sábana con la que se cubre.
En una de las puntas hay un nudo. Lo
desata con los dientes, saca un anillo y
con un gesto lentísimo se lo tiende al P.
Maíz. Al irlo a tomar éste, el anillo cae y
desaparece entre la arena.
Hay un rumor de sorpresa general
Todos los hombres del séquito
presidencial, incluso Francisco y
Madama Lynch contemplan, lívidos, en
sus dedos, el inmenso anillo, contraseña
de la conspiración, con las iniciales bien
visibles F. S. L.
Sacuden sus manos frenéticamente
pero no pueden desembarazarse del
anillo que los tiene a todos como en un
cepo.

Francisco: (humillado y
tremendamente encoleriza
do, al P. Maíz) Ejecuten
con ella la justa pena...

Se va con sus oficiales. Madama


Lynch, con el cuerpo tenso y el rostro
desencajado, entre la consternación y el
espanto, se aproxima a Panchita.

Escena III

Se enciende el óvalo de iluminación.


Se reproduce la escena primera del
segundo acto con el primer encuentro de
Panchita y Madama Lynch. Ambas de
nuevo con las máscaras gemelas.

Madama Lynch: …Hace catorce años,


delante de mi casa, le
ofrecí a usted mi médico
particular para que
atendiera a su madre
moribunda. Usted me
rechazó. No rechace
ahora el generoso
ofrecimiento que le hace
Su Excelencia. De ello
depende su vida...
Cuando obtenga su
libertad, yo la tomaré bajo
mi protección...
Voz de Panchita: (como lejana y con
resonancias) No gracias.
Tengo mi propio
médico...

Se esfuma la escena.

Escena IV

Un claro del bosque. Una vieja


esquelética y arrugada “lee” las manos a
Madama Lynch.

Vieja: (con voz de ultratumba)


Ah... mi Seño ra... Usté
tiene una larga vida por
delante... Su compañero,
que tiene más poder que
el Señor del Gran Poder,
morirá crucificado como
el Cristo... Es el Cristo
paragua yo... como ya dijo
de él el pico de oro de
nuestro púlpito... el santo
y adulón Paí Maíz... Lo
crucificarán los infieles,
más negros que el
demonio... Usté lo bajará
de la Cruz y le dará
cristiana sepultura...
Juntamente con su hijo...
el pequeño hombre hecho
Dios... Ponga sobre los
dos toda la tierra que
pueda... pero solamente la
que pueda caber en sus
manos... (Con un gesto
picaresco, juntan do
índice y pulgar.) Pero no
se vaya a llevar kená ni
un puñadito de esta tierra
maldita... No más el olor
a sangre que sale de ella
podrían matarla a usted,
mi señora Madama, por
más lejos que se vaya
usté... Y muy lejos no va
a poder irse luego porque
el mundo es muy chico
luego…
Madama Lynch: (mirando a su
alrededor) ¿Por qué hay
tantos fuegos fatuos a
todas horas del tía y de la
noche? Parece que uno
caminara sobre llamas
que zigzaguean como
víboras…
Vieja: Ay... mi señora ama...
Madama... El cielo está
lleno de estrellas buenas...
Pero esta tierra está llena
de fuegos malos... Son las
estrellas enojadas que
nacen de la putrefacción
de las osamentas...
Madama Lynch: (como sondeándola
con curiosidad y temor)
¿Sabe usted de una
muchacha muy hermosa
que iba entre las
destinadas y que debía ser
lanceada con los otros
reos de la conspiración?
Vieja: (como si enunciara una
profecía) Ah sí, señora...
Como no... ¡La pobrecita
Pancha Garmendia ..! Ahí
nomás lancearon su
cuerpo unos muchachitos
que podían ser sus
hijos…Son como monos
o pomberos del mo nte...
Sólo quedan ellos porque
en esta tierra... sabe usté,
mi señora ama... ya no
hay más hombres... Ya se
murieron toditos luego...
Esos mita’i no se
cansaron de jugar con ella
a lanzazos... Pero estaba
ya tan muerta que un solo
golpe de viento hubiera
podido matarla...
(señalando un punto) Ahí
nomás está la pobrecita...
Ahí está su cuerpo
agujereado y roto... No
más su cuerpo... Menos
que una hilachita de mi
manto... Porque su
lasánima subió luego a
los cielos... (mientras
gorgotea sus últimas
palabras se persigna) ...y
está sentada a la diestra
de Dios Padre, del hijo y
del Espíritu Santo...
Madama Lynch gira la vista en la
dirección que ha indicado la Vieja. Con
una exclamación de horror ve atado a un
árbol el cuerpo de Pancha Garmendia,
atravesado por varias lanzas como en el
martirio de San Sebastián, de Mantegna.
El tronco bífido del árbol forma una
especie de trono natural entre el follaje.
El cuerpo de Panchita pareciera como
que estuviese sentado en el espacio
ahorquetado del árbol. Está cubierto de
reverberaciones como por las chispas de
los fuegos fatuos que alumbran el claro.
Madama Lynch se acerca y ve la
cabeza del cadáver cubierta por la
máscara del primer encuentro.
Por última vez, Madama Lynch
contempla a su hermana siamesa, más
allá de la vida. Se arrodilla delante de
ese cuerpo sacralizado por el martirio.
Le besa los pies. Hunde el rostro en la
tierra y con las uñas escarba en ella
como si quisiera estar sepultada a los
pies de la mártir. El cuerpo hendido de
lanzas cae a su lado. Madama Lynch
besa los labios del cadáver. Queda como
muerta abrazada al cuerpo inmóvil de
Panchita.
Hay un largo alarido, un ulular de fiera
herida, que se propaga en la naturaleza
salvaje y retumba en el claro con
resonancias y ecos que repiten
borrosamente el nombre de
¡…PANCHA GARMENDIA…! Sube
ahora un tumulto como de una multitud
que se viene acercando. Madama Lynch
huye despavorida.
Se apagan las luces. Sólo queda el
cuerpo de Pancha Garmendia como
flotando ingrávido en medio de destellos
espectrales.

TELÓN
Se terminó de imprimir
en el mes de mayo de 2006
en los talleres gráficos de la
EDITORA LITOCOLOR SRL
Cap. Figari 1115
Telefax: 213 691 -203 741
E- mail: grafica@editoralitocotor.com
Asunción - Paraguay

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