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HISTORIA DE LOS
SEMIÓFOROS.
Krzysztof Pomian
HISTORIA CULTURAL,
HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS.
Krzysztof Pomian
Historia cultural, historia de los semióforos.
Tomado de:
KRZYSZTOF, Pomian. ―Histoire culturelle,
histoire des sémiophores‖ en AA.VV. Pour
une histoire culturelle. Rioux, Jean-Pierre y
Jean François Sirinelli, coords. París. Editions
du Seuil. 1997. (versión en español:
KRZYSZTOF, Pomian ―Historia cultural,
historia de los semióforos‖ en AA.VV. Para
una historia cultural. Rioux, Jean-Pierre y Jean
François Sirinelli, coords. México. Editorial
Taurus. 1999). pp. 73-100.
De esta digitalización:
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Imagen de internet, disponible en
<http://psicosystem.blogspot.com>
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EL ACERCAMIENTO SEMIÓTICO Y EL
ACERCAMIENTO PRAGMÁTICO
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LOS SEMIÓFOROS ENTRE OTROS OBJETOS
VISIBLES
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todos los objetos percibidos por otros sentidos diferentes a la vista). Tal
clasificación exhaustiva de objetos visibles, compuesta de un pequeño número
de secciones, parece, por su extrema heterogeneidad, condenada de
antemano a un fracaso. Sería, en efecto, así, si nos limitáramos a clasificar los
objetos únicamente a partir de su forma y de los materiales de los que están
hechos. Nuestro proyecto sería de cualquier forma fácil de realizar, si
clasificáramos los objetos según su origen: producciones naturales y
producciones humanas. Se vuelve un poco más difícil, pero sigue siendo
realizable, cuando nos remitimos a funciones de objetos identificadas, por
cada quien, con el destino que le otorga el productor, individual o colectivo,
y con el empleo que le dan los usuarios. Tratamos así de dividir el conjunto de
objetos visibles en algunas clases funcionales.
En ese punto, no dejarán de replicarnos que hay tantos destinos
conferidos a los objetos como tipos de objetos y que, por tanto, el criterio
funcional no permite evitar la multiplicidad casi ilimitada en la que nos
encierran los criterios morfológico y material. Pero no es así, pues a
diferencia de las formas y de los materiales, que son cualitativamente
irreductibles unas y otros, las funciones, por específicas y puntuales que
sean, se dejan tratar como casos particulares de funciones más generales, como
lo ilustra la historia de las herramientas, por ejemplo, caracterizada por su
diferenciación progresiva. Nuestro propósito consiste, entonces, en determinar
las funciones más generales que hubieran permitido dividir el conjunto de
objetos en algunas clases, dentro de las cuales se puede proceder a
especificaciones tan a fondo como se quiera.
Existe otra objeción según la cual, por regla general, el destino de un
objeto no coincide con su empleo o con sus empleos; más adelante
veremos ejemplos. ¿Cómo se puede entonces asimilar la función de un
objeto a su destino y a su empleo? Para responder, notemos primero que el
destino asignado a un objeto por su productor, individual o colectivo, dicta la
elección de los materiales que se utilizan para fabricarlo y la forma que les
será impuesta. La función de un objeto está inscrita, entonces, en su apariencia
y se hace visible gracias a ésta. En cuanto al empleo y a los empleos, dejan en
general huellas, modificando en grados variables tales o cuales otros aspectos
de la apariencia original. En tanto que inscrito en la apariencia visible del
objeto, su destino inicial determina el abanico de sus empleos más probables.
Pero los empleos reales de este objeto pueden a veces apartarse mucho. Entre
unos y otros se despliega toda la historia del objeto entre los hombres,
resultado de las variaciones de su función en el tiempo y en el espacio, y de
los cambios que sufre por ese hecho su apariencia visible.
Notemos ahora que con toda certeza existen objetos visibles entre los
cuales algunos no tienen ningún destino porque no fueron producidos por los
hombres, y otros no tienen ningún uso, lo que explica su eliminación en el
espacio donde aquéllos viven. Unos y otros parecen cuestionar una clasifica-
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que los medios; estos últimos comenzaron a distinguirse a la vez de unos y otros
sólo a partir del siglo XVI. Por otro lado, un objeto no está destinado para
siempre a la clase a la cual pertenece en su origen, por el simple hecho de que
todos corren el riesgo de convertirse tarde o temprano en un desecho. Nada
impide, por lo demás, que los objetos cambien de función a lo largo de su
historia: más tarde veremos que esto ocurre con más frecuencia de lo que se
piensa. En particular, la degradación de un objeto en desecho no es
necesariamente definitiva, pues conocemos los casos de reutilización de los
desechos y en particular de su promoción al rango de semióforos. El
simple recorrido irreversible lleva a los cuerpos hacia otras clases de objetos.
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LA DIVERSIDAD DE LOS SEMIÓFOROS
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encuentra, del mueble en el que se le exhibe, del marco que lo rodea o del
pedestal en el que descansa. También lo demuestran los comentarios orales o
escritos que le son dedicados. Lo demuestra, sobre todo, la protección que lo
rodea, aun si ésta es absolutamente inútil, pues sólo son útiles los objetos que
circulan entre los hombres y a los que se les confiere un uso. Esta protección
es una manifestación visible del alto valor que caracteriza al objeto. Ya que no
le debe nada a su relación con los otros objetos visibles, puesto que está
aislado, este valor sólo puede venir de sus nexos con lo invisible. Así, por la
descontextualización y la exposición, todo objeto, sea cual sea, se ve dotado
de significación, y sus propiedades visibles se convierten en signos, aun
cuando no son producto de una intervención deliberada del hombre. La
descontextualización y la exposición convierten al objeto con gran facilidad,
distinguen al objeto, son excepcionales, contundentes, extraordinarias,
sorprendentes, y, por esa razón, contribuyen a separarlo de los otros. Los
semióforos que pertenecen a esta categoría serán designados con el nombre
de expuestos. La transfiguración de la que provienen se realiza, en nuestra
sociedad, sobre todo en las colecciones y en los museos. En otras épocas,
esto pasaba en las tumbas, los santuarios, los tesoros y los palacios.
Ahora podemos ver, al menos eso esperamos, que la noción de
semióforo no se introdujo sólo por el placer de alargar la lista de neologismos.
Pues, cuando reflexionamos sobre las características comunes de objetos tan
diferentes como son los textos, las imágenes, los sustitutos de bienes, las
órdenes, las insignias y los expuestos, llegamos a la conclusión de que cada uno
está compuesto de un soporte y de signos, que cada uno tiene una cara material
y una cara significante, en resumen, que son todos objetos visibles cargados de
significaciones. La palabra semióforo trata de asir precisamente lo que todos
esos objetos tienen en común, mostrarlos como realizaciones diferentes de una
misma función y darle a ésta un nombre; esto nos obligó también a describir
otras funciones que pueden ejercer los objetos visibles e introducir con este
propósito toda una terminología. Pero no se trata únicamente de palabras,
pues lo que se propone aquí con todas esas innovaciones terminológicas es un
nuevo acercamiento de los objetos visibles y en particular de los que hemos
llamado semióforos y en los cuales se interesa en particular la historia cultural,
como lo muestran nuestros ejemplos; tal acercamiento se puede extender sin
dificultad a objetos percibidos por otros sentidos además de la vista: Es un
acercamiento unitario que abarca a la vez los signos y sus soportes en sus
relaciones recíprocas y que permite sobrepasar, con la oposición entre la
perspectiva semiótica y la perspectiva pragmática, el carácter unilateral propio
de ambas.
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LA CONTROVERSIA SOBRE LA NOCIÓN DE
CULTURA
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según los terceros, o incluso los modos y condiciones de producción con las
reglas de intercambio y de apropiación de los bienes materiales a los que están
unidos. Como la cultura proviene de lo repetitivo, el único método correcto de
estudiarla es la estadística, que permite dejar libre la regularidad detrás de las
aparentes fluctuaciones; de ahí el interés por las enumeraciones y las
conclusiones que se pueden sacar. Los terrenos privilegiados de la cultura son,
en esta perspectiva, la economía y la técnica, que manifiestan mejor las relaciones
del hombre con la naturaleza. Y un historiador de la cultura ejemplar practica
la arqueología prehistórica o étnica —diferente de la arqueología clásica, cercana
a la filología— o la antropología en tanto que estudio del equipo somático y ma-
terial de las sociedades primitivas, o incluso la historia económica que sigue los
progresos de la agricultura, de la industria, del comercio, las invenciones y los
descubrimientos.
Evidentemente, no han faltado los intentos de refutar el acercamiento
espiritualista o psicologista en su propio terreno, mostrando que la literatura, el
arte o la filosofía están también sometidos al determinismo y, en
consecuencia, deben estudiarse desde las ciencias sociales, con sus métodos
estadísticos. Tampoco han faltado los intentos opuestos de refutar el
acercamiento pragmático, mostrando que la técnica, o la economía, dependen
de fenómenos espirituales o de la psicología individual, lo que los convierte en
objetos legítimos de las ciencias humanas —o mejor aún: de las ciencias del
espíritu [Geisteswissenschaften]—, es decir, de la hermenéutica. Pero esas
controversias no han logrado invalidar las oposiciones conceptuales
incorporadas en el fundamento mismo de esas perspectivas incompatibles que
son la espiritualista, la psicologista y la pragmática. Esto sólo derivó en la
aparición de la perspectiva semiótica en los años veinte de nuestro siglo.
Esta última, para empezar, rechaza primero la suposición según la cual la
división de los fenómenos en espirituales (o psíquicos) y corporales (o físicos)
—integrada implícitamente en la oposición entre la cultura espiritual y la
cultura material— es a la vez exhaustiva y disyuntiva, es decir, que cada
fenómeno pertenezca a uno u otro de esos campos. El acercamiento semiótico
pretende, en efecto, haber demostrado que el lenguaje es a la vez intelectual y
sensible, físico y psíquico, y que esos dos aspectos son tan inseparables como el
anverso y el reverso de una hoja de papel. Rechaza también la suposición
según la cual sería exhaustiva y disyuntiva la división de los fenómenos en
individuales y colectivos (o sociales), pues la perspectiva semiótica pretende
haber demostrado que en el lenguaje esos dos aspectos no se pueden separar.
Además, la perspectiva semiótica rechaza el planteamiento de que es ex-
haustiva y disyuntiva la división de todo lo que puede ser objeto de conocimiento
en fenómenos accesibles a una intuición sensorial, por un lado, y en cosas en sí
que están fuera de su alcance, por otro, al mismo tiempo que escapan al
intelecto humano, incapaz de comprenderlo directamente, y, por tanto, a la
razón teórica. Pretende haber demostrado que la lengua, a diferencia de la
palabra, no es ni lo uno ni lo otro, sino que constituye un sistema de signos en
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el que cada quien une una cara intelectual y una sensorial en un todo, cuyos
componentes no se pueden separar más que en forma de pensamiento.
La cultura aparece en esta perspectiva a imagen y semejanza del lenguaje:
es el conjunto de los sistemas de signos, y las producciones humanas sólo
forman parte de él si son sistemas de signos. También la investigación
privilegia, junto con el propio lenguaje, los principios de clasificación de los
hombres y de los objetos inscritos en las diferentes costumbres, por ejemplo
culinarias, o de formas de vestir, en la vida sexual, en la organización espacial
de las sociedades. Privilegia también las reglas del intercambio matrimonial y
de las relaciones de parentesco, así como los mitos, los ritos, las creencias, las
obras literarias. El método idóneo de estudio de la cultura lo proporciona el
análisis estructural que trata a los objetos en los que se aplica como sistemas
de signos y que, por ese hecho, sólo se interesa en los hechos sincrónicos, los
únicos que forman un sistema: dicho de otra forma, evacua al tiempo, con el que
no sabe qué hacer.
El lingüista, el etnólogo o el semiólogo que practican de manera
ejemplar el análisis estructural no son historiadores de la cultura. Son teóricos
de tales o cuales sistemas de signos. Con el acercamiento semiótico, las ciencias
humanas descubren la teoría que, corno toda teoría, debe en principio no ser
contradictoria; de ahí el llamado a las matemáticas, las únicas capaces de
satisfacer esta exigencia. Y éstas se desvían de la historia. Todos los intentos
por integrar a la perspectiva semiótica una diacronía han terminado, hasta hoy,
en fracasos, cuando no se quedaron en declaraciones de intención sin efecto
alguno.
La historia de la cultura sólo aparece como única forma legítima del
saber sobre la cultura en una perspectiva espiritualista, pues ésta proviene de la
asimilación de la humanidad en un individuo que se desarrolla desde el
nacimiento hasta la madurez; pero en un individuo inmortal, infinito, cuya
madurez durará eternamente y cuyo desarrollo no se detendrá jamás, pues
aspira insaciablemente a la perfección. Ésta es la definición más simple del
espíritu, cuya encarnación supuestamente es la humanidad que, al mismo
tiempo, es el sustrato y el creador de la historia. Sustrato, pues los individuos y
las colectividades empíricas que la llenan con sus actos y obras son
únicamente sus exteriorizaciones, sus manifestaciones visibles. Creador, pues
su producción sucesiva no se hace en un orden azaroso, sino en un orden que
resulta de su orientación teleológica, de su deseo de realizar en su plenitud lo
verdadero, lo bueno y lo bello.
El psicologismo radical y el igualmente radical materialismo —variante
extrema de la actitud pragmática— se vieron evidentemente obligados a
rechazar la identificación de la humanidad con un individuo, con todas sus
consecuencias. Tanto uno como el otro veían a la humanidad como dividida
en una pluralidad de grupos diseminados sobre la superficie de la tierra y
diversificados en función del medio ambiente que ocupaban. El espacio era
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para ellos no menos importante, si no es que más importante que el tiempo. Sin
embargo, la convicción de que la historia es la única forma posible de saber
sobre la cultura —o la única junto con la psicología— podía justificarse en tal
contexto por la idea de la evolución de las especies biológicas, partiendo de la
especie humana.
El sustrato de la historia, en este caso, esta identificado con la vida, cuyas
manifestaciones visibles representan los individuos y las colectividades
empíricas. La propia historia es obra de la tendencia, inherente a la vida, de
hacer que triunfen los individuos o los grupos mejor adaptados a las
exigencias de ésta, capaces de ganar la lucha por los bienes que permiten
sobrevivir y de dominar a los otros. Versiones, más moderadas por menos
rigurosas, del acercamiento psicologista o materialista tomaban prestada del
espiritualismo la idea de la humanidad, más allá de su diversidad, rechazando
en tal humanidad una orientación teleológica. Desde su punto de vista, la direc-
ción de la historia es el resultado de los conflictos, rivalidades y esfuerzos de los
individuos y de los grupos para asegurarse el mejor lugar, según las necesidades
de la vida o las leyes de la naturaleza. Esto bastaba para fundar la convicción de
que la historia sería la única forma concebible de saber sobre la cultura o que
comparte ese privilegio con la psicología.
A fin de cuentas, tanto para los defensores del acercamiento espiritualista
como para los que escogieron el acercamiento pragmático, la primera
pregunta que hay que plantearle al objeto que uno estudia —un acontecimiento,
una persona, una institución— se refiere a su génesis: por un lado, sobre los
factores de los que es producto y sobre los medios que lo trajeron a la
existencia; por otro, sobre su lugar en la historia, sobre su pertenencia a esta o
aquella etapa de la historia de la humanidad. La perspectiva semiótica impone
otro cuestionario, pues no reconoce ningún sustrato de los cambios, tales
como el espíritu, la vida, la humanidad o sus equivalentes. En la medida en
que para ella sólo existen signos, reduce la realidad a relaciones, ya que un
signo es idéntico al conjunto de diferencias entre él y los otros signos. La
pregunta de la génesis pierde entonces su primacía, si no es que su pertinencia,
en beneficio de la pregunta sobre la estructura, es decir, del sistema de
relaciones inmanentes al objeto estudiado. Y la teoría sustituye a la historia.
Ahora bien, la concentración sobre la estructura lleva también a
marginalizarse, incluso a eliminar la problemática de las relaciones entre los
signos y sus soportes. Estaba, sin embargo, presente en la lingüística bajo la
forma de pregunta sobre las relaciones entre los fenómenos y los sonidos. Pero
la perspectiva general no le deja ningún lugar, pues no lo hay para los
soportes de los signos en una ontología semiótica, que sólo conoce las
relaciones y sus sistemas. De ahí el carácter limitado e incompleto del
acercamiento semiótico al tropezar con un objeto que no se deja reducir a los
signos que contiene y, por tanto, se ve en la obligación de hacer que entren
por la puerta de servicio los soportes de los signos que fueron expulsados por la
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COMENTARIOS FINALES
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intermediarios entre los hombres y lo invisible, por un lado, y, por otro, entre
las diferentes modalidades de lo invisible, en su lugar en la producción, el
intercambio, el consumo, pero también en el conocimiento, la adoración, el
sacrificio. De la misma manera es inherente a cuerpos, cosas, medios y
desechos a los que se aplica todo lo que acabamos de decir sobre los
semióforos. Cada objeto visible recorre su trayectoria en el tiempo y cada clase
de objetos cambia así, como cambia también la jerarquía que conforman todos
juntos.
Basta con hacer un corte sincrónico en el conjunto de objetos visibles
presentes en nuestra sociedad para constatar que, en un mismo tiempo, a veces
en un mismo espacio, coexisten objetos que no han podido aparecer
simultáneamente; lo demuestra su apariencia externa, su frecuencia, los lugares
donde se encuentran, los papeles que se les otorga. La imagen develada por
una operación de este tipo puede compararse con un perfil geológico,
muestra estratos venidos de otras épocas. De cualquier modo, se sustituye
la superposición —que muestra en general cómo entre más profundo es un
estrato más antiguo es— por una distribución horizontal: entre más se aleja uno
de ciertos lugares, más encuentra objetos caducos, que han cambiado de
función o de significación, o que incluso se han convertido en desechos. La
historia entonces está inscrita en el presente como lo está en la apariencia de
cada objeto.
Se concluye de la definición de los objetos, no en términos sustanciales
sino funcionales, que ninguno está relacionado de una vez y para siempre con
la clase a la cual pertenece por su génesis. Aunque el paso de una clase a otra
no sea totalmente arbitrario, ya que ningún objeto puede convertirse en
cuerpo y la función de medio sólo se puede asumir a través de ciertas
propiedades físicas, todo objeto visible puede convertirse en un semióforo, y
casi ninguno puede convertirse en una cosa. Por eso es posible contemplar
legítimamente los objetos independientemente de los seres humanos que, al
servirse de ellos, les confieren sus funciones y, en el caso de los semióforos, sus
significaciones. Pero, por la misma razón, los seres humanos y sus
comportamientos no podrían estar contemplados sin los objetos de los cuales
se sirven y que codeterminan su lugar en la jerarquía social, sus funciones y sus
identidades.
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Esta obra se terminó de digitalizar el 05 de octubre de 2010 bajo la supervisión,
formación y cuidado editorial de
AL FIN LIEBRE EDICIONES DIGITALES.