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NOVENA DEL MILAGRO

A NUESTRA SEÑORA DEL PERPETUO SOCORRO

P. RAMON SARABIA
Redentorista

(Con licencia eclesiástica)


BREVE NOTICIA

ACERCA DE LA PRODIGIOSA IMAGEN DE


NUESTRA SEÑORA DEL PERPETUO SOCORRO

La imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, venerada en el Oriente


durante la Edad Media, fue en los últimos años del siglo XV traída a Italia por un
piadoso mercader que, huyendo de Creta donde los turcos perseguían
encarnizadamente a los cristianos, se embarcó con rumbo a Europa. No bien
había entrado en el mar, alborotose éste con tempestad tan deshecha, que por
momentos temían los navegantes verse hundidos en sus profundidades. En esto,
acordándose el mercader de la Imagen que consigo llevaba, exhorta a todos a
poner el cuadro sobre cubierta, arrojase a sus pies y pídele con gran fervor que
los proteja a todos con su maternal valimiento.

“De la tierra suben las plegarias – dice San Agustín – y del Cielo bajan los
prodigios”. Y, en efecto, apenas habían llegado al trono de María las plegarias de
su hijo, cuando cesó el huracán y el mar aquietó sus iras. Brilló el sol en el
firmamento, y mecida por suave brisa, aportó la nave sin dificultad a las playas
de Italia. Aquí, y después de varias vicisitudes, fue el cuadro milagroso expuesto
al culto del público en la Iglesia de San Mateo, en la capital del mundo, el año de
1499. Destruida esta iglesia por la revolución francesa, permaneció la santa
Imagen más de sesenta años en un oratorio privado; pero la Reina del Cielo, que
había determinado manifestarse al mundo en estos nuestros tiempos como el
socorro perpetuo de todas las miserias humanas, dispuso que, descubierta la
venerada Imagen, confiara el Soberano Pontífice Pío IX, en 1866, tesoro tan
precioso a los Religiosos de la Congregación del Santísimo Redentor, cuya iglesia,
dedicada a su glorioso Padre y Doctor, San Alfonso, está edificada en el solar de
la antigua de San Mateo.

El mismo Soberano Pontífice mandó condecorar, al propio tiempo, la Imagen


milagrosa con una corona de oro, como se acostumbra hacer con las imágenes
más veneradas, y fundó en su honor una Archicofradía que enriqueció con
muchos privilegios e indulgencias. Esta se halla extendida por todas las naciones
donde hay católicos y cuenta con muchos millones de asociados.

Desde aquel tiempo trabajaron sin cesar con celo y a la piedad de algunos
devotos de esta celestial Reina se deben las innumerables cofradías esparcidas
por todo el mundo y agregadas a la primaria de Roma.

2
ORACION PREPARATORIA PARA TODOS LOS DIAS

¡Oh Madre del Perpetuo Socorro! Vos conocéis todos los dolores de mi vida y,
sobre todo, la horrible pena que hoy me trae a vuestras plantas maternales.

Adoro la divina voluntad y beso resignado la mano de mi Dios, que me prueba; y


hoy, como ayer y como siempre confío en su infinito poder y en su misericordia
infinita.

Pero El puso en vuestro Corazón las riquezas de su bondad y en vuestras manos


los tesoros de su omnipotencia. Por eso acudo a Vos, Madre mía del Perpetuo
Socorro.

Señora y Madre mía, las sombras del dolor me envuelven por todas partes, y no
sé a qué puerta llamar para tener algún consuelo en esta amargura que me
ahoga. Los hombres unos me son adversos, otros me persiguen, otros me olvida,
los más me miran con indiferencia. Los pocos que parecen compadecerse de mí
se declaran impotentes para remediar mi mal.

Sólo me quedáis Vos, Madre mía del Perpetuo Socorro. Por eso a Vos acudo lleno
de confianza y amor. ¡Sois la Madre de Dios! ¡Sois mi madre! Jesús aprieta
vuestras manos para depositar en ellas su misericordia y su amor. El primer
milagro que obró en su vida mortal lo obró movido por vuestras súplicas. ¿No
podéis hacer ahora otra súplica como aquélla en favor mío?

Madre mía del Perpetuo Socorro, vengo a pediros un milagro, y que este milagro
sea para gloria de Dios, alabanza vuestra y santificación de mi alma. (Se hace la
petición).

Aquí vendré nueve días seguidos a vuestras plantas. ¿Quedará vuestro maternal
Corazón insensible a mis ardientes y humildes súplicas? Porque sois buena,
porque sois fiel, porque sois, según el plan divino, dueña de todos los tesoros de
Dios, por eso confío en Vos.

Sin embargo, que ahora y siempre se haga la voluntad de Dios, así en la tierra
como en el cielo. Vos, Madre mía hallaréis en vuestro maternal corazón recursos
poderosos para que descienda el bálsamo del consuelo allí donde siga el dolor
purificando mi vida.

¡Oh Madre del Perpetuo Socorro, en Vos confío!

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PRIMER DIA

¿Qué me dice tu santa imagen, oh Madre del Perpetuo Socorro? Que eres Madre
de Dios. Ese niño que descansa en tus brazos y que te llama con inefable cariño
Madre, es Dios, el Hijo de Dios, tu verdadero Hijo… Así lo declaran esas letras
misteriosas que están al lado de las mejillas del divino Infante.

Te lo anunció el arcángel San Gabriel cuando te saludó llena de gracia y bendita


entre las mujeres… Lo viste por primera vez cuando en la cueva de Belén salió
de tus purísimas entrañas como un rayo de la Divinidad…

Tuviste la dicha inefable de llevarlo en tus brazos y vivir toda tu vida en su


compañía. Ni en la cruz quiso que te apartaras de El…

¡Madre de Dios! A cada hora, a cada instante, en todos los climas y bajo todos
los siglos, la santa Iglesia cae rendida a tus plantas y proclama ente título
excelso que es la base de todas tus grandezas y el fundamento de todos tus
privilegios: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.

Ante la gran Madre de Dios, ¿puede presentarse una ruin y pecadora criatura de
este mundo? Las puertas del palacio de los reyes y de los poderosos cerradas
están para los mendigos… Pero abiertas están de par en par las puertas del
palacio de María para todos los pecadores y desgraciados. Y cuando más
pecadores y desgraciados son, con más piedad y ternura son recibidos.

Por eso, ¡oh Madre del Perpetuo Socorro!, de la tierra vengo, y sin más títulos
que mis miserias, me he atrevido a presentarme ante tu solio maternal… Aquí te
traigo escrito con lágrimas y con sangre el memorial de todas mis amarguras.
Fíjate, Señora y Madre mía, en la pena que hoy me trae hasta aquí y verás que
todo está perdido, que se han desvanecido todas las esperanzas humanas. Sólo
me quedas Tú.

También un día la reina Esther, que era tu figura se presentó triste y llorosa ante
el rey Asuero. Señor, le dijo: si he hallado gracia en tu presencia, te pido gracia
para mi pueblo, injustamente condenado a muerte… Y la compasiva reina fue
escuchada…

Y yo te digo también a Ti, Madre de Dios, Señora y Madre mía, ten piedad de
mí… Estoy condenado al dolor, al hambre, al trabajo y a las garras de las
injusticias humanas.

Madre del Perpetuo Socorro, nadie te llamó y lo desamparaste. En ti confío.

Tres Avemarías.

4
INVOCACIONES PARA TODOS LOS DIAS

¡Oh Madre mía, Perpetuo Socorro de todos lo que sufren y de todos los que
lloran! Permíteme que recostada mi frente abatida sobre tu Corazón de Madre, te
diga mis penas y te exponga mis deseos, porque sólo Tú eres mi esperanza en
esta hora tristísima en que me acosan todos los males.

Por tus inefables alegrías cuando por un portento de Dios te


viste al mismo tiempo Virgen y Madre.

Por tu gozo dulcísimo cuando por vez primera se miró Jesús en


tus ojos y te dio el nombre dulcísimo de Madre.

¡Oh Madre del Perpetuo Socorro, óyeme!


Por la maternal complacencia de tu Corazón cuando viste cómo
tu hijo accedía a tus súplicas y obraba el primer milagro en las
bodas de Caná.

Por la santa satisfacción de tu espíritu cuando contemplabas los


milagros de tu Jesús a favor de sus hermanos y tus hijos los
hombres.

Por tu gozo divino cuando viste cómo Jesús obraba el milagro de


los milagros, la divina Eucaristía para vida, sustento y alegría de
todos tus hijos redimidos.

Por tu mirada de misericordia.

Por tu nombre de Madre del Perpetuo Socorro, símbolo de poder


y de bondad.

Por los continuos y estupendos milagros que haces a favor de


los que invocan este nombre tuyo dulcísimo.

Para que el poder de Jesús sea reconocido y celebrado.

Para que tu amor y misericordia sean de todos glorificados

Para que mi corazón, agradecido, te ame y te invoque siempre.

Para que tu nombre sea en todo el mundo conocido, amado y


alabado.

5
ORACION FINAL PARA TODOS LOS DIAS

¡Oh María! Ya que para inspirarme confianza habéis querido llamaros Madre del
Perpetuo Socorro, yo, N. N., aunque indigno de ser inscrito en el afortunado
número de vuestros siervos, deseando, no obstante, participar de los benéficos
efectos de vuestra misericordia, postrado ante vuestro trono, os consagro mi
entendimiento, para que piense siempre en el amor que merecéis; os consagro
mi lengua, para que ensalce vuestras grandes prerrogativas y propague vuestra
devoción; os consagro mi corazón, para que , después de Dios, os ame sobre
todas las cosas.

Recibidme, ¡Oh gran Reina!, en el venturoso número de vuestros siervos;


acogedme bajo vuestra protección, socorredme en todas mis necesidades
espirituales y temporales, especialmente en el peligroso trance de mi agonía. ¡Oh
Madre del Perpetuo socorro! Sé que me amáis más de lo que yo puedo amarme
a mi mismo; por eso os constituyo Señora y árbitro de mis intereses y de todas
mis cosas; disponed, pues, libremente de mí y de cuanto me pertenece conforme
os agradare.

Bendecidme, ¡Oh Madre mía! Y con vuestra poderosa intercesión fortaleced mi


flaqueza, a fin de que, sirviéndoos fielmente en esta vida, pueda alabaros,
amaros y daros gracias en la otra eternamente.

JACULATORIA

¡Oh Madre, Madre del Perpetuo Socorro, rogad por mí!

Seáis amada, seáis alabada, seáis invocada, seáis eternamente bendita, oh


Virgen del Perpetuo Socorro!, mi esperanza, mi amor, mi Madre, mi refugio y mi
vida. Amén.

6
SEGUNDO DIA

¿Qué me dice tu santa imagen, oh Madre del Perpetuo Socorro? Que eres mi
Madre. El Hijo de Dios, que es a ala vez Hijo tuyo, descansa en tus brazos… El
hijo pecador, que es el hombre, que en el dolor y en el amor fue engendrado al
pie de la cruz, reza a tus pies. ¡Soy yo! Jesús busca su consuelo y socorro en tu
Corazón y aprieta tus manos maternales, y Tú en ellas lo recibes y lo llevas con
amorosa complacencias… ¡Es tu Hijo! Pero, al verme rezando a tus plantas,
cargando de pecados y abatido bajo el peso de tantos males, me miras a mí… ¡Y
qué mirada la tuya, tan dulce y misericordiosa! Sólo las madres miran así… No lo
extraño… ¡También yo soy tu hijo!

Madre mía, si no tienes brazos donde puedas llevarme, déjame que arrime mi
frente a tu Corazón, que entre en él y que allí te cuente mis penas y te ofrezca
mis plegarias.

Los hijos no necesitan emplear muchas palabras para que las madres se den
cuenta de los dolores que los matan y de las penas que los ahogan. Mira, Madre
mía, a este hijo tuyo, a quien las lágrimas han arrastrado hasta Ti. Mírame, y
verás en la pupila de mis ojos que estoy triste, que me asfixio entre sombras,
que estoy completamente solo y que sin ti la vida será imposible… Nunca con
más verdad que hoy te he dicho: Madre mía, sólo Tú me puedes salvar.

¿Me oyes? La fe me afirma que sí y mi corazón halla en este pensamiento un


consuelo inefable. Me oyes, y tu Corazón maternal se compadece de mis
miserias. Ahí tienes en tus brazos a tu Hijo y hermano mío, Jesús; pídele por
mí… Las oraciones de las madres siempre hallan eco en su corazón… Una Madre,
sólo con las lágrimas silenciosas, le pidió que le devolviera al hijo que llevaban a
enterrar… Y volvió a la vida el muchacho. Otra madre se echó a sus pies y le
pidió piedad para su pobre hija, que estaba atormentada del demonio… En aquel
momento Satanás dejaba aquella alma que fieramente atormentaba.

¿Serás Tú, Madre del Perpetuo Socorro, menos oída, que aquellas madres
desoladas? Sólo pensarlo me parece un crimen. Di, pues, a tu Hijo: Hijo mío,
esta alma está atormentada de muchos males; un dolor muy grande, sobre todo
en estos momentos, tortura su corazón. Óyela, cúrala, sálvala.

Madre mía, estoy en tus manos y en las manos de Jesús…

Tres Avemarías.
Invocaciones, Pág. 5.

7
TERCER DIA

¿Qué me dice tu santa imagen, Oh Madre del Perpetuo Socorro? Que eres
Corredentora del mundo. En la magna procesión conmemorativa de la Redención
del linaje humano avanzan los ángeles con los instrumentos de la Pasión y en
medio, escoltados por todos los siglos y por todos los hombres, amados,
aclamados, venerados, avanzáis los dos únicos héroes de esta empresa divina:
Cristo Jesús y Tú, Madre mía.

No vivo entre sombras; camino a la luz de los resplandores de la fe. Por eso creo
y confieso que sólo mi Dios y Padre Jesucristo me podía redimir.

Creo y confieso que, por glorificarte a Ti y por otros fines altísimos dignos de la
Sabiduría divina, te asoció a esta gran obra de la redención del mundo.

Creo y confieso que, habiendo escogido Jesús la cruz como instrumento de


salvación, no hay para nadie redención sin cruz.

Creo y confieso que mis dolores y penas, las angustias del alma y los tormentos
del cuerpo, son los instrumentos benditos que la Providencia amorosa emplea
para purificar mi alma, para expiar mis penas y para acercarme más a Jesús.

Pero también creo y confieso que Dios en la vida sabe mezclar y santificar las
tristezas y las alegrías, y que nos lleva al cielo a veces derramando lágrimas, a
veces cantando himnos de gratitud y de amor.

Adoro, Madre mía, los plantes divinos sobre mí. Permite sin embargo que te diga,
como decía mi Redentor en el huerto de Getsemaní: “Aparta de mí este cáliz…
Cura mis dolores, remedia mis penas. Mira que el cáliz de mi corazón rebosa de
amargura…”

Madre mía, cúrame, sálvame, y cantaré tus misericordias por los siglos de los
siglos.

Tres Avemarías.
Invocaciones, Pág. 5

8
CUARTO DIA

¿Qué me dice tu santa imagen, Oh Madre del Perpetuo Socorro? Que eres por
disposición divina dueña de todos los bienes de Dios y dispensadora de todas sus
gracias.

Cuando la Iglesia te llama Madre de la divina gracia proclama que eres Madre de
Jesús, que es la gracia y vida del mundo… Cuando te dice Auxilio de los
cristianos, confiesa que eres amparo del pueblo cristiano en los momentos más
angustiosos de su historia…

Cuando te llamamos Madre del Perpetuo Socorro, reconocemos y confesamos


que eres la Depositaria de todos los bienes de Dios. No lo pudieras se si tu
misericordia y tu poder no abarcaran todos los momentos de todos los hombres
hasta el fin del mundo.

Por eso vengo a tus plantas y te suplico con todo mi corazón. Si acudo a los
Santos, ellos tienen que acudir a tu poder omnipotente. Si acudo a Jesús, Jesús
me envía a Ti, porque El mismo te ha constituido Dispensadora de todos sus
bienes….

Aquí estoy, aquí me tienes llamando con fe y confianza a las puertas de tu


misericordia.

Óyeme, y exclamaré luego con tu gran siervo San Alfonso: “Todo lo bueno que
de Dios recibimos, lo recibimos por la intercesión de María”.

Óyeme, y mi corazón agradecido repetirá con un santo Pontífice (Pío X):


“Confesamos que es Madre de misericordia, porque todos los bienes y todas las
gracias, que Dios concede a los desgraciados hijos de Adán, dispuso la divina
Providencia que pasaran por las manos de la Virgen Santísima”.

Óyeme, y suspenderé mi corazón al pie de tu santa imagen, y mi lengua dirá a


todos los hombres: “Con la Virgen del Perpetuo Socorro me vinieron todos los
bienes. Bendita y glorificada sea por los siglos de los siglos”

Tres Avemarías.
Invocaciones, Pág. 5.

9
QUINTO DIA

¿Qué me dice tu santa imagen, Oh Madre del Perpetuo Socorro? Que eres Reina
de todos los ángeles… Por eso, ahí tienes a tu lado a los dos grandes príncipes
de la corte celestial. En actitud de religiosa veneración esperan tus órdenes, al
mismo tiempo que reconocen tu excelsa autoridad.

He ido llamando de puerta en puerta. Todas se me cerraron: la puerta de la


riqueza, la puerta de la amistad, la puerta de la gratitud, la puerta de la ciencia,
la puerta del poder… hasta la puerta de la caridad y de la misericordia…

Sólo una puerta me queda abierta, la puerta donde tu Perpetuo Socorro aguarda
con los infinitos tesoros de tu poder y tu misericordia.

Madre mía, un ángel guió a Tobías en un escabroso viaje y llevó a su familia de


parte de Dios la curación, la felicidad y el amor. Otro ángel descendió sobre la
obscura cueva donde el profeta Daniel estaba encerrado, para darle la comida
del cuerpo y los consuelos del alma.

Ahí a tu lado están esos dos arcángeles de la corte del cielo. Diles que me
ayuden y me salven, y al punto se acabarán los amargos dolores, que me
atormentan.

¿Es Satanás el que, por permisión de Dios me persigue y me acosa como al


santo Job? ¿Son los hombres los que, ingratos e injustos, se ensañan
implacables conmigo? Hay momentos, Madre mía, en que la tristeza, el
desaliento y la desesperación me ahogan.

Madre mía, si a Ti y a tu Hijo presentaron esos arcángeles los instrumento del


dolor, que me traigan a mí el bálsamo de tu misericordia.

Pero… que no se haga mi voluntad, sino la voluntad de Dios.

Tres Avemarías.
Invocaciones, Pág. 5.

10
SEXTO DIA

¿Qué me dice tu santa imagen, Oh Madre del Perpetuo Socorro? Que eres la
Consoladora de todas las penas. Todo en tu cuadro santísimo me habla de la
pasión de Cristo y de tu propia pasión: la lanza, la esponja, la cruz y, sobre todo,
tu mirada impregnada de amargura y la actitud angustiosa del Hijo de tu alma…

Ahí está todo el Calvario. Tú y Jesús sois las dos víctimas. El derramará en Ti la
sangre de sus venas… Tú, Madre mía, derramarás todas las lágrimas del dolor.

Y esta vuestra dolorosa pasión duró toda vuestra vida. Era Jesús niño,
descansaba amoroso en vuestro regazo, y ya la visión de sus tormentos le
amargaba la vida.

También para mí tiene que haber una cruz; también yo tengo que morir en un
Gólgota.

Es verdad de mi fe, porque es la doctrina que brotó de los labios de Jesús:

“El que quiera venir en pos de mí, tome su cruz y sígame. Si no hiciereis
penitencia, todos irremisiblemente pereceréis”.

Y el apóstol San Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, ha escrito en una de sus
cartas: Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, tendrán que
ser perseguidos.

Adoro, Madre mía, la voluntad divina, y os digo lo que os decía vuestro gran
devoto San Alfonso: “Si queréis que sea perseguido, despreciado y calumniado…
si queréis que esté enfermo, encarcelado y atormentado…, si queréis que
padezca tristezas en el alma y hambre y dolores en el cuerpo, hágase la divina
voluntad”.

Pero el mismo Jesús, que nos prueba, quiere que acudamos resignados y llenos
de confianza a Ti. Por eso a Ti acudo, Consoladora de los afligidos… Por eso
llamo a tus puertas, alegría de las almas tristes… Por eso te llamo a Ti,
esperanza de los desesperados… Por eso invoco tu nombre, que resume todas
las bondades, Madre del Perpetuo Socorro… Madre, consuélame, ampárame y mi
corazón te amará eternamente.

Tres Avemarías.
Invocaciones. Pág. 5.

11
SEPTIMO DIA

¿Qué me dice tu santa imagen, Oh Madre del Perpetuo Socorro? Que eres la
última Esperanza del hombre en esta vida; que cuando todos los nombres no
despiertan en el alma sombría y desesperada un rayo de luz, sólo tu nombre del
Perpetuo Socorro brilla en el fondo del alma como la última sonrisa de la
misericordia de Dios.

Ese hijo divino que llevas en tus brazos ha visto los tormentos que le prepara el
pueblo judío. Ese pueblo implacable pedirá que su sangre caiga sobre él. Jesús
ve con pena cómo se arranca de sus brazos y se aleja. Eso indica la sandalia que
cuelga de su pie. No ha podido desprenderse del todo…, porque Dios nunca
abandona completamente al hombre.

¡Qué gran lección nos da la justicia y la misericordia divinas! ¡Hemos pecado! La


justicia divina nos condena, nos rechaza… Nuestro pecado contra un Dios que ha
muerto por nosotros es demasiado grande. ¡No merecemos perdón!... Y huimos
ante la infinita justicia.

Pero no hemos podido separarnos del todo de Dios… No nos resolvemos a darle
el postrer adiós de despedida a su Madre y nuestra Madre María… Su amor y su
nombre lo llevamos muy metido dentro del alma… Sólo una débil correa nos une
a Jesús: la devoción a su Madre…

La santa Iglesia ante el lecho de los moribundos, para alcanzar para ellos perdón
y gracia en esa hora tremenda, reza: Acuérdate, Señor, que, a pesar de los
pecados de su juventud, no negó tu fe.

Y yo te digo: “Madre mía, dos cosas guardo en mi alma como suprema


esperanza: la fe en mi Jesús… y tu amor, Madre mía del alma”.

Por eso vengo hoy a tus plantas… El mundo me rechaza…, los hombres me
abandonan…, la familia se olvida de mí…, hasta la misma conciencia me
persigue… Y estre tanto, los males me asedian y los dolores me atormentan… Mi
corazón y mi cuerpo sangran por todos los poros.

Madre mía, Tú eres mi última esperanza. A Ti acudo. Necesito un milagro y te lo


pido.

Te lo pido y lo espero, y mi lengua te alabará toda la vida.

Tres Avemarías
Invocaciones. Pág. 5.

12
OCTAVO DIA

¿Qué me dice tu santa imagen, Oh Madre del Perpetuo Socorro? Que en la noche
obscura de la tormenta: Tú eres la Estrella, que brilla en el cielo de la vida, como
rayo de luz, como guía de los navegantes.Por eso el artista que pintó tu devota
imagen dibujó sobre tu frente una estrella.

Desde entonces la santa Iglesia en la Letanía, que es la poesía del amor, te


invoca y te dice: Estrella de la mañana, ruega por nosotros.

Desde entonces San Bernardo, el heraldo de tus grandezas, a todos los que en la
nave de Pedro van bogando hacia el cielo, les dice: “Cuando os envuelvan las
nieblas, cuando bramen los vientos, cuando los abismos abran sus fauces
inmensas, cuando las olas se levanten como montañas de hirviente espuma,
amenazándoos con una muerte cierta, mirad esta estrella, llamad a María.

Desde entonces todos los marineros que surcan los mares te invocan en medio
de los horrores de la tempestad. En medio de una loca tempestad apareciste Tú,
Madre del Perpetuo Socorro. Te colgaron de un mástil roto, te invocaron, y se
calmaron las olas y renació la calma.

Aquí tienes a tus plantas, ¡Oh Madre del Perpetuo Socorro!, un alma que va
bogando por el mar de la vida hacia el puerto del cielo… Y la tormenta me ha
sorprendido.

¡Soy un náufrago! Estoy bebiendo las aguas salobres de todas las amarguras
humanas… Me ahogan ya las olas de las tentaciones del infierno.Los vientos
locos del dolor y del hambre me lanzan contra los escollos de la desesperación.

Sólo me queda una tabla, a la cual me agarro con desesperadas angustias, tu


nombre bendito… Sólo en el cielo obscuro, que por todas partes me rodea, veo
una estrella: es la que brilla en tu frente… La vi de niño como una sonrisa de tu
amor… La veo ahora como una mirada de tu misericordia. Parece que en esta
tempestad horrenda que me ahoga me dices: Ten esperanza; los míos no se
hunden jamás en los abismos. Naufragan, pero los recogen mis brazos
amorosos…

Lo sé, Madre mía; lo creo… Lo he experimentado mil veces en mi vida. Sálvame


una vez más… Estrella bendita, que luces en la frente de mi Madre del Perpetuo
Socorro, guíame… Voy a Ti, voy a Dios…, voy al Cielo… Madre mía, ¡gracias!

Tres Avemarías
Invocaciones, Pág. 5.

13
NOVENO DIA

¿Qué me dice tu santa imagen, Oh Madre del Perpetuo Socorro? Que eres de
verdad lo que tu nombre consolador encierra: Perpetuo Socorro de todos los
hombres y, por tanto, perpetuo socorro mío…

Eres Perpetuo Socorro de todos los hombres. Eva, dice San Bernardo, fue la
maldición para todos sus hijos. Desde aquel día aciago, todos los hombres
arrastraban desde la cuna la cadena de la maldición divina. Pero Tú, Madre mía,
has sido nuestra bendición… Todos, al nacer levantan los ojos a Ti, y ven en Ti la
Madre querida, que ha de aplastar la cabeza de la infernal serpiente, que quiere
inocularnos el veneno de la culpa y de la muerte.

Eres Perpetuo Socorro en todos los tiempos… Todos los días, desde el primer día
del mundo, sale el sol y sus rayos espléndidos comunican al mundo la
fecundidad, la belleza y la vida… No hay nadie que se esconda de tu luz
bienhechora… desde que Tú, ¡Oh Madre Mía!, fuiste predestinada para se Madre
de Dios y Madre nuestra, tus manos benditas han dejado caer sobre el mundo la
lluvia de las gracias divinas… Y se apagará el sol en el alto cielo y aún seguirás
Tú derramando sobre todos los predestinados las alegrías de la gloria de Dios.

Eres Perpetuo Socorro en todas las edades de la vida… El niño te envía besos de
amor, el joven te cuenta sus luchas, el hombre de edad madura te consulta sus
empresas, las familias crecen y viven y rezan a tus plantas, y los ancianos entran
confiados en la eternidad, cuando al morir han podido dirigirte una última
mirada.

Eres Perpetuo Socorro en todas las penas. Cuando el cuerpo siente las
mordeduras del dolor…, cuando la conciencia se agita entre las sombras de los
remordimientos…, cuando la tristeza se mete en el alma y clava sus garras
despiadadas…, cuando falta el pan y cuando huye la paz…, cuando la familia nos
abandona y el mundo nos persigue…, cuando todas las criaturas parece que se
conjuran contra nosotros y cuando el infierno mismo nos rodea con sus olas de
fuego…, aún entonces hay un lugar en el mundo donde estamos seguros, donde
podemos cantar y bendecir a Dios…: Tu corazón, ¡Oh Madre del Perpetuo
Socorro!

Por eso a Ti acudo y te llamo y te invoco; te llamaré y te invocaré hasta que al


fin oigas mi angustiosa voz. Nueve días hace que vengo a tus plantas a pedirte
un milagro, porque sólo Tú me puedes salvar de este apurado trance… Que no
se diga que tu Perpetuo Socorro no se ha compadecido de mi miseria.

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Adoro la voluntad divina, pero confío en Ti… Si es menester que venga mil veces
a tus pies, aquí me verías. Resiste, si puedes, a mis lágrimas…, vuelve de lado tu
rostro, si tu Corazón no me mira.

¡Oh Madre del Perpetuo Socorro! Para gloria de tu nombre, que llena el mundo y
que tantos tristes ha consolado y a tantos enfermos ha curado ya tantas víctimas
ha glorificado, mírame y sálvame.

Tres avemarías.
Invocaciones. Pág. 5.

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