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LA TERAPIA FAMILIAR EN EL ÁMBITO


HOSPITALARIO
GUÍA CLÍNICA PARA LA DERIVACIÓN A TERAPIA FAMILIAR Y DE
PAREJA

Gino Cavani Grau

I. A MODO DE INTRODUCCIÓN

La terapia familiar es una modalidad de intervención en la que el


paciente identificado (miembro de la familia que es designado como
los pacientes motivo de consulta) “trae” el síntoma de la familia,
como resultado de un entretejido disfuncional o de un “juego
familiar”. Por esta razón, es prioritario que el terapeuta familiar
(entrenado para tal ejercicio) y la familia conformen un suprasistema
con la finalidad de crear un espacio que conlleve hacia el cambio de
las interacciones familiares.

La terapia familiar es un método terapéutico, con una base


epistemológica basada en la teoría general de sistemas, en la
pragmática de la comunicación humana, en el estudio de la
cibernética como ciencia de la pauta y la información; con técnicas y
estrategias dirigidas hacia el cambio; y además, con un estilo
terapéutico influenciado por el propio propósito del terapeuta.

Cualquier paciente (adulto, adolescente o niño) en el hospital podría


ser derivado a terapia familiar o a terapia de pareja. Pero es
importante que el derivador conozca los criterios de derivación. Estos
criterios básicos formarían una cadena de derivación, desde el
médico primario que generó la interconsulta, hasta el psicólogo que
se hará cargo de la terapia familiar o de pareja. Una acertada
derivación es prácticamente un 50% de efectividad en la terapia
familiar.

Algunos criterios para la derivación podrían estar en función del “ojo


clínico” del médico primario o del psicólogo derivador de la familia o
del niño; pero es importante que tengan información sobre la
estructura familiar, la función del síntoma y la disfuncionalidad
familiar.

Los criterios aquí expuestos se basan fundamentalmente en una


“tipología sistémica” del funcionamiento familiar. No existen familias
ideales o perfectas, tampoco padres perfectos. Entonces tomemos los
criterios y el perfil de las familias que requerirían terapia, de una
manera flexible, y con cierta relatividad más bien tenemos que actuar
pensando en los recursos de las familias para salir de las crisis.
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Estos criterios de derivación que utilizaría el derivador del caso tienen


que justificar la necesidad de terapia familiar, y la familia estar
dispuesta a iniciar el proceso terapéutico. Por ejemplo, en una familia
donde los padres y el hijo son derivados a terapia, los padres tendrían
que estar de acuerdo en la derivación. Si el hijo es adolescente y en
el que recae la designación de paciente, tendríamos que contar con
su disponibilidad a la terapia. Cuanto más se registren los aspectos
de la vulnerabilidad familiar, más acertados estaremos en justificar la
derivación.

Además, es necesario que se coordinen y se discutan con el


terapeuta familiar los prolegómenos de una derivación que tendría
que generar cambios en la familia.

II. CRITERIOS SOBRE EL DIAGNÓSTICO SISTÉMICO A TENER


EN CUENTA PARA JUSTIFICAR LA DERIVACIÓN A TERAPIA
FAMILIAR O DE PAREJA

1. La derivación es un proceso que se inicia desde el motivo de


consulta generado por el médico primario, es decir, el “médico
de cabecera” del paciente, en tanto estemos en un ámbito
hospitalario.

2. El motivo de consulta psicológica o una evaluación


psicodiagnóstica, o algún examen neuropsicológico, podría
derivar a la familia o pareja para una intervención sistémica. Un
hijo o un miembro en situación de discapacidad que podría
estar generando una crisis familiar, podría justificar el inicio de
una intervención familiar.

3. Si a través de la evaluación (entrevista al paciente de forma


directa o por información colateral del familiar que acompaña)
se percibe o infiere disfuncionalidad familiar a través de los
criterios, se realizara la derivación a terapia familiar,
explicándole los motivos y la conveniencia de ésta.

4. El profesional que deriva finalizará el proceso de evaluación e


informará porqué cree que se justifica la derivación o la
transferencia del paciente y la familia a terapia.
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5. Con respecto al funcionamiento familiar que tenemos que tomar


en cuenta para la derivación, aquí algunos criterios:

- Cohesión y límites familiares, y


- Adaptabilidad y ciclo de vida.

Con respecto a la cohesión y los llamados límites familiares entre


subsistemas, relaciones afectivas entre padres e hijos, con vínculos
dispersos y con extrema separación emocional, hay una frialdad-
rechazo de las relaciones familiares. La comunicación familiar y, entre
los miembros de la familia, a través de los gestos y actitudes o por el
tipo de narrativa, servirá para denotar y definir tales vínculos.

Difícilmente se comparten roles y tiempos entre los miembros de la


familia. El Padre es el llamado “Padre periférico” y la Madre podría
estar muy “pegada” al niño. Generalmente el Padre no se hace cargo
de la crianza de los hijos. Esta saturado por el trabajo que tiene y
justifica las ausencias a las citas del Psicólogo.

Lo contrario vemos en las estructuras familiares aglutinadas: Con


extremas cercanías emocionales. Padres asfixiantes o algún miembro
de la familia con autoridad, constituye un vínculo aglutinador con el
nieto. Incluso podría desautorizar a los padres, ante las decisiones
cotidianas sobre la crianza del hijo.

Vemos, además, sobreprotecciones con juegos retroalimentadores del


propio hijo hacia las personas sobre protectoras. Se enfrascan en
cuidados que evitan que el hijo haga el esfuerzo necesario para lograr
autonomía y propia decisión.

Los límites generacionales son difusos (Minuchin, 1974): no se sabe o


no definen de dónde vienen las reglas, pero cuando se pone énfasis
en esta disfuncionalidad, los adultos se encaran señalándose de
forma acusatoria, lo que revela la hipótesis del modelo de crianza
ineficaz.

La jerarquía, entonces, está diseminada entre los miembros de la


familia, y se complejiza está cuando estamos entre una familia
extensa. “Se pisan los talones”. Es así como los hijos desvían el
asunto del conflicto entre los adultos a su conducta “indeseable”.

La parentalidad está permanente en discusión sobre la crianza de los


hijos.

No existen límites claros y respeto relacional en los subsistemas y


entre ellos.
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Existe un ambiente y una atmósfera relacional estresante.

Tenemos también las familias rígidas: En estas familias hay un


control-frío de las relaciones intrasistémicas de los miembros de la
familia.

Las jerarquías rígidas desde los padres generan una interrupción en el


proceso de autonomía e independización de los hijos.

Cuando las reglas, en el ciclo de vida familiar, no cambian, se


producen conflictos en las relaciones padres-hijos adolescentes. Cada
uno “tira” la soga para su lado, con el consecuente rompimiento de la
misma.

Existe una relación entre esquizofrenia y familia rígida. Bateson y el


Grupo de Palo Alto ya lo habían descubierto a través del proceso
comunicacional del doble mensaje.

Otra dimensión diagnostica a tener en cuenta para la derivación de


familias son los aporte de Juan Luis Linares, sobre las dimensiones
parentalidad-conyugalidad.

A propósito, Linares dice: “El diagnóstico sistémico no es, pues, otra


cosa que el proceso que permite relacionar singularidad y
redundancia en el campo del sufrimiento psíquico y la interacción
disfuncional”.

La patología recae en uno o mas miembros del sistema familiar,


repitiendo, produciendo y manteniendo comportamientos
sintomáticos sin la posibilidad de salir de ellos, en un sistema que se
encarga de sostenerlos.

La función del síntoma en uno de los hijos sería, justamente, la de


mantener el sistema en homeostasis, sin cambios, y a la vez
evocando la necesidad de una atención mas especializada.

III. DOS DIMENSIONES DE LAS RELACIONES FAMILIARES:


PARENTALIDAD Y CONYUGALIDAD COMO INDICADORES
PARA UNA DERIVACIÓN

Conyugalidad y parentalidad se imbrican. Son dimensiones continuas


y se sitúan entre dos polos ideales de máxima positividad y
negatividad. Entonces la conyugalidad se extendería entre un
extremo armonioso y otro disarmónico. Desde la parentalidad, los
cónyuges cubren necesidades de apoyo, ayuda, legitimación y
nutrición emocional recíproco.

Pero en un extremo negativo podemos ver parentalidades no


conservadas, caotizantes que configuran una relación Padres-hijos
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desconfirmados o descalificados, es decir, relaciones generadores de


patología o disfuncionalidad.

Igualmente, cuando la conyugalidad es disarmónica, los hijos tienden


a ser triangulados, a pesar de la existencia de una parentalidad
conservada.

En las narrativas familiares y en la historia saturada de las familias


con respecto a la aparición del síntoma, descubrimos bajo la “lupa
sistémica” indicadores comunicacionales de parentalidades
incompetentes en un marco de conyugalidades disarmónicas o
seudoarmónicas.

La tipología relacional de las familias, diseñada por Linares, sería la


siguiente:

1. Conyugalidad armoniosa y parentalidad no conservada: En una


parentalidad no conservada existiría una violencia
comunicacional y relacional hacia el hijo cuya gradiente iría
desde la desconfirmacion de la identidad hasta la
descalificación de este como persona. Aquí hay una gama de
posibilidades psicopatológicas que implicaría extenderse, pero
podríamos incluir las depresiones, distimias y las psicosis o
cuadros severos de perturbación en la personalidad. Además,
se sitúan en este cuadrante la violencia y el maltrato sin
triangulación.

2. Conyugalidad disarmónica y parentalidad no conservada: Se


encuentra en la clínica sistémica familias caotizantes y
multiproblemáticas. El síntoma no sólo recae en el paciente
identificado –que generalmente es uno de los hijos–, sino hay
un “abanico” disfuncional que incluso recae en los padres. La
hipersociabilidad y las personalidades psicopáticas se
concentrarían en este cuadrante. Añadimos lo precario de las
funciones parentales, de tal forma que los hijos viven en “tierra
de nadie”, abandonados a su suerte y expuesto a la violencia
de la calle y la familia.

3. Conyugalidad disarmónica y parentalidad conservada: Durante


la entrevista se puede focalizar el área de las relaciones
conyugales y la relación con los hijos. Al poner el “dedo en la
llaga” del sistema familiar, configuramos una tipología
relacional que triangula a los hijos. La condición esencial para
que se establezca la manipulación de los padres hacia los hijos
contra el otro padre, es que la relación entre ellos sea
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conflictiva, disarmónica, aun así el padre esté ausente de la


casa.

Linares lo recrea de la siguiente forma:

“Parentalidades incompatibles que triangulan


manipulatoriamente a los hijos, aun aportándoles a veces exceso de
oferta relacional, y que no es raro que configuren, de modo más
encubierto o mas explicito, un panorama caricaturesco: el favorito/a
de papá junto al favorito/a de mamá”.

Muchas veces el motivo de consulta recae en la conducta del


niño o adolescente. Los padres generalmente sólo están de acuerdo
en delegar y adjudicar el lugar del síntoma familiar en el hijo o hija.

Inician la consulta con el médico primario o psicólogo relatando


una lista de comportamientos y síntomas, señalando al hijo o hija.
Adicionan la impotencia que sienten en no poder encauzar la
conducta del portador del síntoma. Los padres no advierten el juego
en el que están engarzados con la sintomatología del hijo o hija.

Alinean al niño o niña en un concertado consenso en que,


efectivamente, la conducta del hijo (a), “justificaría” la consulta y la
demanda de los padres.

Aquí tenemos que tener cuidado en no entrar en alianza con los


padres y tomar una posición de neutralidad. Esta actitud terapéutica
hará que los padres acepten la derivación a la terapia familiar,
siempre y cuando no se les acuse ni responsabilice de la conducta del
hijo (a). Esta es una estrategia de derivación, a fin de tener, desde un
inicio el compromiso y la cooperancia de los padres o de las personas
del contexto familiar significativo del niño, adolescente o adulto.

De la conducta del hijo como portador del síntoma, podemos


después deducir o hipotetizar, un problema de modelo de crianza, es
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decir, dos personas con jerarquía se sitúan en un combate sobre


quién tiene prioridad en los cuidados del hijo.

Por ejemplo, abuela (madre del esposo) compite con la madre


de niño (esposa del hijo) acerca de lo que es bueno o malo para el
niño, generalmente teniendo siempre ella la razón.

Los mismos padres también podrían discutir sus diferencias


como pareja en el terreno estrictamente parental, es decir en el
“cuerpo” del hijo o hija.

En las familias extensas el problema de las jerarquías,


territorialidad y reglas establecidas se hace patético. Las relaciones
conflictivas o disfuncionales de los adultos se “cocinan” en el campo
o territorio de los hijos y a la vez nietos; es aquí donde la familia
conflicto, discute, pero no se toca el tema de la relación entre ellos.

Finalmente, las pautas y guías teórico-clínicas dadas en el


presente artículo, podrán favorecer una relación de
multidisciplinariedad entre profesionales, cuyo interés está puesto en
disminuir el sufrimiento familiar.

BIBLIOGRAFÍA

LINARES, Juan Luis, Identidad y narrativa, Buenos Aires: Paidós, 1996.

BATESON, Gregory y Otros. Interacción familiar, Buenos Aires:


Ediciones de la Bahía, 1980.

BATESON, Gregory. Pasos hacia una ecología de la mente, Barcelona:


Paidós, 1988.

MINUCHIN, Salvador. Familia y Terapia familiar, Buenos Aires: Paidós,


1974.

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